CRISOSTOMO- 2 HOMILIAS
SAN JUAN CRISOSTOMO HOMILÍAS,
HOMILÍAS ENCOMIÁSTICAS O PANEGÍRICOS
I. Homilía Primera del Crisóstomo, predicada cuando fue ordenado sacerdote; y trata de
sí mismo, del Prelado que lo ordenó y de la multitud del pueblo.
II. Discurso acerca del bienaventurado Abraham. -Que la ancianidad no obsta para el
ejercicio de la virtud. -Cuál sea el premio de la obediencia en Abraham. -Por qué se
guardó de comunicar su determinación a su mujer y a sus criados. -Su gran afecto
paterno. -El sacrificio de Isaac figura del de Jesucristo, como lo fue también el del
Cordero pascual.
III. Homilía primera acerca de Anna. -Que es conveniente acordarse del ayuno también
después de Pentecostés y en otro tiempo cualquiera, porque el ayuno es útil no
solamente cuando se presenta sino también cuando se recuerda; y acerca de la
providencia de Dios y que grande parte de ella está, entre otras cosas, en el amor de los
padres para con sus hijos; y que no solamente a los padres sino también a las madres se
les ha puesto el precepto de educar a sus hijos; y finalmente acerca de Anna.
IV. Homilía segunda acerca de Anna. -De la fe de Anna, y de su sabiduría y moderación
de ánimo, y de su modestia, y de honrar a los sacerdotes, y de hacer oración al principio
y al fin de las comidas.
V. Homilía tercera acerca de Anna. -Sobre la educación y la lactancia de Samuel, y que
es útil que los partos sean tai'díos, y que es peligroso descuidarse de los niños.
VI. Homilía cuarta acerca de Anna. -Cemita, los que, tras de abandonar las reuniones
sagradas, se van a los teatros; y que no solamente es más útil entrar en la iglesia que en
el teatro, sino también más agradable; y acerca de la segunda parte de la oración de
Anna; y que conviene orar sin, intermisión y en todo "lugar, aun en la plaza y en los
caminos y en el lecho.
VII Homilía quinta acerca de Anna. -Contra los que solamente acuden a la iglesia en las
fiestas, y qué cosa sea una festividad; y contra los que acusan a la divina providencia
porque en esta vida unos son ricos y otros son pobres; y que la pobreza es útilísima; y
que en todas partes ella trae consigo gozo y seguridad, más que las riquezas; y
finalmente acerca de Anna.
VIII. Homilía acerca del hieromártir Babylas. -Que la parte de la vida y consagración
episcopal del mártir la tratará el prelado Flaviano; y que él va a tratar de las hazañas del
mártir después de su muerte; y de la persecución de Juliano el Apóstata y cómo mandó
retirar de Dafne la urna del santo, y cómo esto no solamente no le valió al demonio sino
que ha sido en mayor confirmación del poder del mártir. .
IX. Discurso acerca del bienaventurado Babylas y contra Juliano y contra los gentiles. -
De cuan grande es el poder de mostrativo de los milagros verdaderos para la fe; y de la
malignidad del rey que asesinó al joven que tenía en rehenes y enseguida quiso entrar en
la iglesia; y de cómo San Babylas se lo impidió y por este motivo fue martirizado; y de
cómo el mártir después hizo enmudecer el oráculo de Apolo en Dafne; y del fin
desastrado de Juliano y sus auxiliares. .
X. Homilía encomiástica acerca del hieromártir BarlaánQue se ha de imitar a los
mártires dominando las concupiscencias; y cómo el mártir mantuvo en la mano el fuego
para no ofrecer sacrificios a los demonios; y que debemos mostrar fortaleza en la batalla
espiritual y apartarnos de los deleites.
XI. Homilía en el día de la Conmemoración de san Bassos, mártir. -Que los mártires no
necesitan de nuestras alabanzas; y del recuerdo de la misericordia de Dios en el
aniversario del gran terremoto; y cómo en medio de su furor Dios de mostró su mucha
mansedumbre.
XII. Homilía encomiástica en honor de las santas mártires Bernice, y Prosdoce,
vírgenes, y Domnina su madre. -Que la muerte, por medio de la cruz se ha tornado
amable y no temible como antes lo era, como se ve en Abraham y Elias y Jacob en
contraposición con Pablo; y cuan grave fue la persecución en el tiempo de estas
mártires; y cómo se arrojaron al río antes que sufrir la deshonra; y que debemos confiar
mucho en las reliquias de los mártires.
XIII. Homilía primera acerca de David y Saúl. -Que es necesario al predicador insistir
por algún tiempo en la misma materia para lograr el fruto y que ahora lo hará sobre la
ira y el perdón de los enemigos; y de la mansedumbre de David ante su enemigo Saúl
desde la batalla contra Goliat hasta cuando se encontró con su enemigo en la caverna. . .
XIV. Homilía segunda acerca de David y Saúl. -Que es un gran bien no solamente
ejercitar la virtud sino también alabarla; y de que David erigió un trofeo más espléndido
perdonando a Saúl que postrando en tierra a Gohat; y que haciendo eso más aprovechó
a sí mismo que a Saúl; y de las excusas que presentó a Saúl; y que así ganamos más
nosotros con nuestros enemigos para conseguir la vida eterna. .
XV. Homilía tercera acerca de David y Saúl. -Que es peligroso asistir a los
espectáculos; y que esto hace consumados adúlteros, de donde nacen la tristeza y los
altercados; y cómo David, en todo lo que hizo por Saúl, superó todo género de
paciencia; y finalmente que el llevar en paz el robo de los propios bienes no es menor
virtud que el dar limosna. . . .
XVI. Encomio de Diodoro, Obispo Tarsense. -Humildad del Crisóstomo, quien durante
los elogios que Diodoro le tributaba, estaba pensando en el día del juicio; y que la
corona de alabanzas no le viene bien a él sino a Diodoro; y que aun que Diodoro lo
comparó con Juan el Bautista, no lo merece sino más bien el mismo Diodoro. -
Fragmento de Otra Homilía. -Que Diodoro realmente mereció la corona del mar tirio
aunque no derramó su sangre.
XVII. Encomio de la santa y gran mártir Drosis. -Que es un deleite salir fuera de la
ciudad a los sepulcros de los mártires; y de la grande utilidad del recuerdo de la muerte
de los mártires; y que su combate es un gran excitante para el ejercicio de la virtud; y
como santa Drosis padeció el martirio por el fuego; y de no andar cuidando en exceso
de nuestros cadáveres para después de la muerte.
XVIII. Homilía encomiástica en honor de nuestro Padre entre los santos Eustacio,
Arzobispo de la Gran Antioquía. -Que no conviene alabar a los que aún viven, conforme
al testimonio de Salomón; pero que esto no se dice para que se aborrezca la vida
presente sino para que se viva bien; ejemplo del mártir Eustacio y cómo mereció la
corona del martirio sin derramar su sangre; cómo se opuso a las herejías que llegaban
desde Egipto; cómo fue desterrado y murió en el destierro; y por qué permitió Dios que
este santo fuera desterrado.
XIX. Homilía en honor del bienaventurado Filogonio. -Que de abogado fue hecho
obispo; y acerca de que nada nos hace tan aceptos delante de Dios como el ser
cuidadosos de las cosas que conducen a la utilidad pública; y que quienes se acercan a
los divinos misterios con negligencia sufrirán un gravísimo castigo, aunque solamente
una vez en el año co metan este crimen.
XX. Homilía en honor del hieromártir Focas. -Y contra los herejes; y acerca del salmo
CXLI que dice: "¡Clamé al Señor con mi voz, con mi voz he rogado a Dios!"; que es
necesario acompañar todos la festividad que va a celebrarse allá al otro lado del mar; y
que los herejes eunomeos no tienen razón al hacer al Hijo de Dios menor que el Padre; y
que todos lleven a sus casas el recuerdo de la doctrina en señada.
XXI. Homilía encomiástica en honor del santo hieromártir Ignacio Deífero, consagrado
Obispo de la Gran Antioquía. Que la iglesia sirve ahora un nuevo banquete espiritual
con el combate de este mártir; y que a este combate se admite toda clase de gente sin
distinción de edad ni de sexo ni de fortuna; y de las coronas que obtuvo Ignacio por
causa de su cargo episcopal; y de su brillante martirio en Roma; y del regreso de sus
cenizas a Antioquía.
XXII. Homilía encomiástica en honor del santo mártir Juliano. -De los grandes honores
de los mártires en el cielo y cómo Dios tiene una deuda con ellos; y por qué Dios
adelantó en esta vida los sufrimientos y dejó la felicidad para la otra; tormentos y
muerte del mártir metido en un saco lleno de arena y reptiles venenosos y arrojado al
mar; y que no se profane la memoria del mártir con los desórdenes de! su burbio de
Dafne; y que todos se empeñen en estorbarlos. . .
XXIII. Homilía encomiástica en honor de los mártires bien aventurados Juvencio y
Maximino. -Que la belleza de los mártires no se marchita; y cómo fueron aprehendidos
los dos mártires por los soldados; y cómo fueron encarcelados y dieron testimonio de la
fe; y cómo fueron r. acados de noche y degollados y quedaron con el rostro luminoso; y
que conviene visitar con frecuencia su sepulcro.
XIV. Homilía encomiástica en honor del santo mártir Luciano. -Que no dejará su
exhortación a pesar de la escasez de oyentes; y que los bienes espirituales son de muy
distinta naturaleza que los temporales; y de las bendiciones que llevarán los que acudan
al sepulcro del mártir; y del horrible tormento del hambre a que sujetaron a Luciano; y
cómo murió clamando "¡soy cristiano!".
XXV. Homilía Primera en honor de los santos Macabeos y en alabanza, de su madre. -
Que el esplendor de los mártires alegra la ciudad y los cielos; y que no obstó a la madre
de los mártires su edad avanzada para entrar valerosamente en el certamen; y que no
descansó hasta ofrecer las siete víctimas; y que ya nadie podrá excusarse alegando la
edad y sus debilidades para no ejercitar la virtud.
XXVI. Homilía segunda en honor de los santos macabeos. Dificultad de agotar las
alabanzas de estos mártires; y que ahora alabará al séptimo y más joven de los hijos;
pero habrá de reservar una buena parte a las alabanzas de la madre por su heroísmo y
entereza.
XXVII. Homilía tercera en honor de los mártires Macabeos. Que dada la inmensa
concurrencia es preferible omitir la acostumbrada instrucción y ocuparse de los
mártires; y que se va a fijar en Eleazar; y luego en los otros siete mártires y su madre de
ellos; y que se haga a Dios el sacrificio de la limosna.
XXVIII. Fragmento de otra Homilía sobre el mismo asunto, perdida. -Que la materia no
es la que da valor a las imágenes sino la figura que representan.
XXIX. Homilía acerca de Eleazar y los siete jóvenes Macabeos. -Que después de haber
predicado un presbítero anciano debería el predicador joven guardar silencio, pero que
se doblega a la voluntad de los mismos oyentes; y de la docilidad del auditorio en los
días precedentes; y que es mayor la gloria de estos mártires por haber luchado cuando
aún no estaba dada la ley de gracia y los ejemplos posteriores; y que en verdad murieron
por Cristo.
XXX. Homilía primera en honor de todos los santos Mártires. -Que el defecto de
nuestra mortalidad fue convertido en lucro y ventaja para los mártires; y que el martirio
es una batalla verdadera entre los tiranos y las víctimas; cuáles fueron los tormentos de
éstas; cómo triunfar en el cielo; cómo debemos imitarlos.
XXXI. Homilía segunda sobre todos los santos Mártir es. -Que son dispares las fiestas
del teatro y las de los mártires; y por qué sus reliquias están fuera de la ciudad, en el
campo; y que se las debe honrar para no dar justo motivo de queja a los santos de allá; y
por qué motivo nos dejó Dios en el mundo las reliquias de los mártires; y que es
necesario recurrir a sus sepulcros y aborrecer el pecado; y de los grandes bienes de la
penitencia y de adornar el alma con las virtudes.
XXXII. Homilía tercera en honor de los santos Mártires. -En qué consiste propiamente
la celebración de la festividad de los mártires; y de cómo ante los sepulcros de los
mártires huyen todas las tentaciones y vicios y contra los desórdenes subsiguientes a la
celebración de la festividad en la campiña, en particular contra los ebrios.
XXXIII. Homilía encomiástica en honor de los mártires egipcios. -Que ya Egipto
también ha tenido sus mártires y en tal abundancia como para repartir a las otras
ciudades; y que las reliquias de los mártires son la mejor muralla de de fensa de las
ciudades; y cuan excelsas son las victorias de los mártires; y cómo fueron al fin
condenados a las minas; y que debemos imitarlos y esforzamos.
XXXIV. Homilía encomiástica en honor de nuestro bien aventurado Padre Melecio,
Arzobispo de la Gran Antioquía. Del fervor grande de los que han concurrido a la
celebración ; y del cariño grande de los antioquenos a su antiguo prelado; y de su
destierro; y de su regreso y ministerio episcopal; y de su ida a Constantinopla y su
muerte; y cómo Dios proveyó un sustituto digno en Flaviano.
XXXV. Homilía primera en honor del santo apóstol Pablo. Que el alma de Pablo es un
prado de todas las virtudes; y que ahora lo alabará por ser superior a todos los demás:
Abel, Abraham, Isaac, Jacob, José, Job, Moisés, Eüas y el Bautista; y finalmente aun a
los coros celestiales es superior.
XXXVI. Homilía segunda en honor del santo apóstol Pablo. Que Pablo no era de
distinta naturaleza que la nuestra; sino que abrazaba fervorosamente todas las
dificultades de la virtud; y del grande celo y caridad del apóstol; y por qué no se
encomendó a los ángeles el ministerio de la predicación; y que imitemos al santo
apóstol.
XXXVII. Homilía tercera en honor del santo apóstol Pablo. Que Pablo ejercitó todas las
virtudes; en especial con los judíos y con los pecadores; y que no descuidó las obras de
misericordia corporal.
XXXVIII. Homilía cuarta en honor del santo apóstol Pablo. Acerca de la vocación de
Pablo; y del misterio inescrutable de la vocación; y cómo unos corresponden y otros no;
y del maravilloso apostolado de Pablo; y de los impedimentos que se le opusieron.
XXXIX. Homilía quinta en honor del santo apóstol Pablo. Que no debemos quejarnos
de nuestros cuerpos corruptibles sino de nuestros vicios; y que la variada manera de
proceder de Pablo no implica contradicciones sino adaptación a las necesidades
espirituales: ejemplos de esto en lo tocante a la Ley, a la circuncisión, a la vanagloria.
XL. Homilía sexta en honor del santo apóstol Pablo. -Que Pablo fue excelente aun en
aquellas cosas que algunos le achacan como defectos; por ejemplo que pareció temer los
azotes, la muerte; que pareció irritarse; que injurió al sumo sacerdote en Jerusalén; que
se negó a llevar en su compañía a Juan para el apostolado; y que en todo esto mantuvo
el término medio y nos enseñó a usar de los afectos pasio nales discretamente.
XLI. Homilía séptima en honor del santo apóstol Pablo. -Que Pablo es el porta-
estandarte de la cruz; y es el gran imitador de Cristo; y de su grande celo y caridad en
varios pasos de su vida y en su muerte; y que en todo esto debemos imitarlo.
XLII. Discurso acerca del apóstol Pedro y del Profeta Elias. -Que el ser pecador no
excusa de acudir a la iglesia, puesto que los sacerdotes mismos son pecadores; y que por
esto permitió Dios que Pedro pecara negándolo, para que este apóstol fuera luego
humano con los pecadores; y que lo mismo" sucedió en el caso de Elias, quien huyó
cobardemente de la reina Jezabel; y que no hay que desesperar si se cae en pecado.
XLIII. Homilía primera en honor de la santa mártir antio-quena Pelagia. -Que la muerte,
gracias a Cristo, no es ya temible; y que la santa Pelagia la afrontó con suma alegría; y
cómo procuró alcanzar las dos coronas del martirio y de la virginidad; y del santo
engaño con que logró burlar a los esbirros; y contra la embriaguez y desórdenes
subsiguientes a la festividad; y que todos se apresten a evitarlos.
XLIV. Homilía segunda encomiástica acerca de la santa mártir antioquena Pelagia. -
Que los cuerpos de los mártires se hacen superiores a todos los tormentos; y que esta
santa hizo burla grande del demonio; y que debemos imitarla en la continencia.
XLV. Homilía primera encomiástica en honor del santo mártir Romano. -Que la gloria
de los mártires es común a todos nosotros como miembros de un mismo cuerpo; y de la
grande caridad del mártir Romano en ayudar a los demás en la persecución; y del
tormento de cortarle la lengua y el milagro de seguir él hablando sin ella; y que
debemos felicitar al mártir e imitar su fortaleza.
XLVI. Homilía segunda encomiástica en honor del santo mártir Romano. -Que el
recuerdo de los mártires arma contra las pasiones; y de la terrible persecución contra la
Iglesia; y cómo el mártir acudió al testimonio de un niño que luego fue también
martirizado; y de la libertad de espíritu del mártir y su tormento.
XLVII. Homilía encomiástica en honor de la santa protomártir y apóstol Tecla. -Que las
fiestas de los mártires nos refrescan la memoria de sus combates; y que es muy difícil el
combate por la virginidad sobre todo durante la juventud; y que la virginidad es mucho
más excelente que el matrimonio; y de las luchas de Santa Tecla en su hogar y con sus
pretendientes; y cómo salió libre de los tribunales y partió en busca del apóstol Pablo; y
de la tentación que le salió al paso en ese camino. (Incompleta).
Sumario
1001
OBRAS COMPLETAS DE SAN JUAN CRISQSTOMO
INTRODUCCIÓN GENERAL
1002 LA BELLA ANTIOQUÍA
1003 LOS ANTIOQUENOS
1004 LOS DISIDENTES
1005 LOS ERRORES EN ANTIOQUÍA
1006 EL ARRIANISMO ANTIOQUENO
1007 EL CISMA ANTIOQUENO
1008 MIRADA DE CONJUNTO
1009 SOL QUE SE LEVANTA
1010 EL PREDICADOR DE ANTIOQUÍA
1011 CONSTANTINOPLA
1012 COMIENZA EL CALVARIO
1013 EL ASUNTO DE EUTROPIO Y OTROS
1014 LA TORMENTA FINAL
1015 EL ARTE DEL CRISQSTQMQ
1016 EFEMÉRIDES
1
HOMILÍAS ENCOMIÁSTICAS O PANEGÍRICOS
I HOMILÍA PRIMERA del Crisóstomo. predicada cuando fue ordenado
presbítero.
2 II HOMILIA DISCURSO acerca del bienaventurado ABRAHAM.l
3 III HOMILÍA PRIMERA acerca de ANNA:
4 IV HOMILÍA SEGUNDA acerca de ANNA:
5 V HOMILÍA TERCERA acerca de ANNA:
6 VI HOMILÍA CUARTA acerca de ANNA:
7 VII HOMILÍA OUINTA sobre ANNA:
8 VIII HOMILÍA acerca del sagrado mártir BABYLAS.
9 IX DISCURSO acerca del bienaventurado BABYLAS;
10 X HOMILÍA encomiástica en honor de SAN BARLAÁN. mártir.
11 XI HOMILÍA en la conmemoración de SAN BASSOS:
12 XII HOMILÍA encomiástica en honor de las SANTAS MÁRTIRES BERNICE y
PROSDOCE vírgenes v DOMNINA su madre.
13 XIII HOMILÍA PRIMERA acerca de DAVID Y SAÚL.
14 XIV HOMILÍA SEGUNDA acerca de DAVID Y SAÚL.
15 XV HOMILÍA TERCERA acerca de DAVID Y SAÚL:
16 XVI ENCOMIO DE DIODORO. Obispo Tarsense.
17 XVII ENCOMIO de la SANTA Y GRAN MÁRTIR DROSIS;
18 XVIII HOMILÍA encomiástica en honor de nuestro Padre, entre los santos
EUSTACIO, Arzobispo de la gran Antioquía.
XIX HOMILÍA en honor del bienaventurado FILOGONIO.
20 XX HOMILÍA en honor del sagrado MÁRTIR FOCAS;
XXI HOMILÍA encomiástica en honor del santo HIERO MÁRTIR IGNACIO,
22 XXII HOMILÍA encomiástica en honor del santo MÁRTIR JULIANO.
23 XXIII HOMILÍA encomiástica en honor de los santos mártires JUVENTINO y
MAXIMINO
24 XXIV HOMILÍA encomiástica en honor del santo mártir LUCIANO.
25 XXV HOMILÍA primera en honor de los santos MACÁBEOS y en alabanza de
su madre.
26 XXVI HOMILÍA segunda en honor de los santos MACABEOS.
27 XXVII HOMILÍA tercera en honor de los mártires MACÁBEOS,
28 XXVIII Fragmento de una HOMILÍA perdida, sobre el mismo asunto.
29 XXIX HOMILÍA acerca de ELEAZAR v los siete jóvenes,
30 XXX HOMILÍA encomiástica en honor de todos los santos que en todo el orbe
de la tierra han padecido el martirio.
31 XXXI HOMILÍA segunda pronunciada en la ciudad en honor de los mismos
santos mártires
32 XXXII HOMILÍA tercera en honor de los santos mártires.
33 XXXIII HOMILÍA encomiástica en honor de los mártires egipcios.
34 XXXIV HOMILÍA encomiástica en honor de nuestro santo Padre MELECIO,
arzobispo de la gran Antioquía;
35 XXXV HOMILÍA primera en honor del santo apóstol PABLO.
36 XXXVI HOMILÍA segunda en honor del santo apóstol PABLO.
XXXVII HOMILÍA tercera en honor del santo apóstol PABLO.
38 XXXVIII HOMILÍA CUARTA en honor del santo apóstol PABLO.
39 XXXIX HOMILÍA quinta en honor del santo apóstol PABLO.
40 XL HOMILÍA sexta en honor del santo apóstol PABLO.
41 XLI HOMILÍA séptima en honor del santo apóstol PABLO.
42 XLII DISCURSO en honor del apóstol PEDRO y del profeta ELIAS.
43 XLIII HOMILÍA primera encomiástica en honor de la santa mártir PELAGIA,
44 XLIV HOMILÍA segunda encomiástica en honor de la santa mártir PELAGIA.
45 XLV HOMILÍA primera encomiástica en honor del santo mártir ROMANO.
46 XLVI HOMILÍA segunda encomiástica en honor del santo mártir ROMANO.
47 XLVII HOMILÍA encomiástica en honor de la santa protomártir y apóstol
TECLA.
OBRAS COMPLETAS DE SAN JUAN
CRISQSTOMO
1001
INTRODUCCIÓN GENERAL
CLÁSICO en el más bello sentido de la palabra, rico y perpetuamente novedoso en la
invención, armado con el conocimiento a fondo de las más altas verdades católicas,
conocedor como pocos de los abismos y de las alturas a donde puede ir el corazón
humano, popularísimo en su psicología, lleno de fresca naturalidad en sus movimientos
pasionales, encantador en su poética imaginación creadora, selecto en su dicción y
preparado en las aulas del más notable retórico del siglo IV d.C, es San Juan de
Antioquía, apellidado el Crisóstomo desde el siglo VIII, a causa de su maravillosa
elocuencia, una de las más altas cumbres de la humanidad en los mundos de la oratoria
en general y de modo muy especial en los de la oratoria sagrada. Y para más gloria
suya, no es su elocuencia un arte encajonado en las leyes de las preceptivas que tanto
abundaron a partir de la Escuela aristotélica, a fines del siglo IV a.C, hasta ir a
desembocar como en un golfo en la famosísima de Quintiliano, para derivarse luego a
través de los siglos y venir a formar en el siglo XVIII la complicada y artificial red de
minucias que acabaron por ahogar la espontaneidad y los vuelos libres del genio. La
elocuencia del Crisóstomo brota de la naturaleza misma y responde a la humanidad
nueva sacada de los sucios fondos del paganismo por el aliento creador de las doctrinas
y la moral cristianas: sociedad llena de vigor juvenil y de sinceridad profunda, a la cual
no se la podía ya satisfacer con las inconsistentes fábulas antiguas ni tampoco
adormecerla con el artificioso ropaje de la elocuencia pagana: la nueva efervescencia
necesitaba de nuevos odres para vaciar su contenido revolucionario; y a esta necesidad
correspondió la creación de un género nuevo de elocuencia, al que se ha dado el nombre
de homilético. Género que no fue invención del Crisóstomo sino de la Iglesia acuciada
por la necesidad de exponer la verdad y defenderla del error.
Tampoco fue el Crisóstomo el único en usar de la Homilía en la predicación. Desde los
primeros tiempos del cristianismo este género se establece como la auténtica expresión
de las direcciones nuevas. Famosas fueron las magníficas Homilías del fecundísimo
Orígenes, nacido en Alejandría el año 185; famosas en el siglo IV las de San Basilio
Magno y las de muchos otros predicadores del dogma y de la moral. Pero tocó al
Crisóstomo llevar a su más alta cumbre este género y quedar constituido en maestro de
la Iglesia universal. De él dice el historiador de la Iglesia Fernando Mourret (tomo II,
pág. 378) que fue "letrado, político y director de almas; y en una palabra, orador a la
manera antigua en toda la fuerza del término en el grado más elevado. Fue el director de
conciencia de Antioquía, de Oriente y en cierto modo de la Iglesia toda", a fines del
siglo IV d.C.
Por lo demás el homilético es un género que se presta para tratar toda clase de materias
y aprovechar toda clase de recursos oratorios. En su origen, la palabra griega ófxüda
significaba una reunión, asamblea, tropa, compañía, sociedad, visita, relaciones
familiares, conversación y aun empleo ordinario de alguna cosa. Poco a poco se fue
concretando y vino a significar, en un sentido filosófico, la conversación familiar entre
el profesor y los alumnos, aquél enseñando y éstos aprendiendo. Por su parte, la Iglesia
naciente, siguiendo la costumbre de los rabinos judíos de explicar todos los sábados la
Ley al pueblo, instituyó la frecuente predicación, bajo el mismo método familiar de los
rabinos. Coincidió así el método eclesiástico con el filosófico. Pero todavía en el sentido
eclesiástico se han distinguido la Homilía patrística o conversación desde el pulpito de
los Padres de la Iglesia con los fieles para irles explicando las sagradas Escrituras o bien
algún tema moral o comentar algún suceso del día; la Homilía eclesiástica o
conversación desde la cátedra sagrada del Obispo con sus fieles para instruirlos en todo
lo necesario a la vida cristiana; y la Homilía moderna o breve explicación del Evangelio
del día, hecha durante la santa Misa por el sacerdote celebrante u otro en su lugar.
Desde los primeros tiempos, la materia de las Homilías fue variadísima: explicar un
pasaje del antiguo o del nuevo Testamento; aclarar en forma exegética algún texto de la
sagrada Escritura; comentar algún suceso importante y relacionarlo con el dogma o la
moral; hacer un breve panegírico de personas notables o de santos y mártires; corregir
un error o una costumbre inconveniente que se va extendiendo entre los fieles; consolar
y levantar el ánimo de los oyentes afligidos por alguna púbUca desgracia. Si para
exponer la Sagrada Escritura se echa mano de toda clase de erudición (ciencias,
filosofía, teología, artes, etc.) dicha Homilía suele llamarse Lección Sacra; y si se
endereza antes que nada, pero en la misma forma, a combatir el error y preparar las
almas para la fe, se denomina Conferencia.
La forma externa o disposición es sumamente sencilla y sin las complicaciones
estudiadas de la oratoria pagana. La pieza tiene de ordinario una Introducción o
comienzo; un Desarrollo o cuerpo de la pieza; y una Exhortación dirigida a los oyentes
para su provecho espiritual. La Introducción, como es natural, sigue las leyes de los
Exordios; la Exposición o Desarrollo puede seguir un orden lógico, un orden exegético,
un orden pasional. La Exhortación hace las veces de la peroración. Pero con frecuencia
nos encontramos con que los santos Padres, de modo muy especial el Crisóstomo,
invierten ese orden en la forma que mejor les conviene o que les imponen las
circunstancias. Los tres elementos de la Homilía admiten toda clase de adornos
literarios. Resulta así un género oratorio riquísimo.
Hablan con fi-ecuencia los autores — ^y nosotros mismos hemos empleado el término — •
de una oratoria antigua y otra moderna. En el fondo, la distinción es muy superficial. No
existe sino una oratoria, que es el arte de arrastrar la voluntad del oyente y decidirla a
poner en práctica lo que el orador quiere. Este arte único, cuyas bases las puso Dios al
crear al hombre y cuyas leyes son tan inmutables como todas las leyes que el Creador
impuso a la naturaleza, puede aplicarse a una materia u otra, de un modo o de otro; y
esto es lo que da origen a los diversos géneros oratorios. Radicalmente hay dos: el
profano y el sagrado. La distinción fundamental entre ellos depende de tres ¡de sus
elementos: la persona del orador, la autoridad con que ¡habla y el fin que pretende.
En la oratoria sagrada, el orador es un delegado oficial de Cristo que habla, por
consiguiente, con autoridad suprema y definitiva y pretende únicamente el bien
sobrenatural de las almas. Esta posición del orador sagrado hace que el elemento de la
santidad y el de la santa libertad de expresión sean esenciales en la oratoria sacra. Al
mismo tiempo impone al orador sagrado una especial presentación que ha de traducirse
en profunda humildad, convicción total, modestia exterior sin afectación. Por esto
indicábamos al principio de esta Introducción general, que la Iglesia y el cristianismo
crearon una nueva forma de elocuencia no conocida de los antiguos oradores, aunque
aprovechando cuanto pudieron las formas antiguas.
"Entre los romanos y los griegos, dice el discreto Ozanam (La Civilisation au Siécle II,
pág. 156, cita de Weiss), se había • establecido de qué manera el orador debía
presentarse en la tribuna, frotarse las manos y la frente, mirarse a las manos, hacer crujir
los dedos; cómo debía adelantar el pie izquierdo separando los brazos un poco del
tronco; cómo, acalorándose en el decurso de la declamación, con calculada negligencia
de! bía desenvolver los períodos concienzudamente trabajados, y mostrar cierta
inseguridad en los pasajes en donde más seguro estaba de su memoria; y cómo,
finalmente, para muestra de su apasionamiento, debía echar hacia atrás la toga, con
preme¡ditado desorden".
El mismo autor sigue diciendo cómo en la oratoria cristiana í esas posiciones
estudiadas, esos períodos calculados, aquellos in-, teresados apasionamientos muchas
veces postizos, y aquel andar i buscando (como ya lo advertía San Agustín) algunas
fuentes ? de argumentos capciosos para alabar, defender, acusar, etc., no tenían lugar,
porque la verdad y el sentimiento piadoso lo eran todo. Había en la nueva oratoria toda
la sinceridad del llamamiento de Cristo: "¡Venid a Mí todos!" Cicerón cuidaba hasta de
un mínimo phegue de su toga, y de las arrugas de su frente y de las posiciones de su
cuerpo, brazos, piernas y dedos. De-móstenes hacía particularísimos estudios de la
declamación y preparaba sus discursos frase por frase, puliéndolas para cautivar. San
Juan Crisóstomo se preparaba pasando a veces la noche entera en vigilias y oración y
comunicación con Dios, y días enteros de estudio de las Sagradas Escrituras. ¡Como se
ve, la diferencia era excesivamente pronunciada!
Teniendo en cuenta lo que precede, al querer profundizar algún tanto en las piezas
oratorias y demás escritos del Crisóstomo (que fue orador en todo cuanto escribió),
necesitamos echar una mirada a los varios elementos que le ayudaron en su formación
de orador, a las circunstancias de la sociedad en que vivió y se manejó, y finalmente a
su propio arte de arrastrar a las multitudes. De ahí los párrafos que siguen, dedicados a
conocer su patria, Antioquía, el carácter de la población, su mentalidad respecto de los
dogmas y la situación general de la época. Y después de considerar, en cuanto podamos
y en cuadro de conjunto, el manejo de los elementos que forman al orador, en el caso
concreto del Crisóstomo, pondremos un Elenco de sus obras y alguna somerísima
advertencia sobre el trabajo de nuestra versión.
Téngase en cuenta desde el principio la finalidad a donde vamos. Queremos con este
trabajo ajoidar en alguna manera a la piedad de las almas mediante la lectura de estos
documentos maravillosos de dogma y de moral; y también a los predicadores de la
palabra de Dios que encontrarán en la obra total del santo Doctor, no un libro sino una
biblioteca, como se expresaba el ilustre Fr. Bernardo de Montfaucon. Omitiremos, por
lo mismo, ya desde los párrafos especiales de esta Introducción que luego siguen, todo
exceso de erudición, y seleccionaremos aquello solamente que parezca conducir más a
la claridad del pensamiento del santo y al conocimiento de su personaUdad.
1002
LA BELLA ANTIOQUÍA
Capital de Siria y patria del inmortal Crisóstomo, Antioquía era, en el siglo IV d.C, una
de las más bellas y ricas ciudades del Imperio de Oriente, y aun de todo el Imperio
Romano. Su importancia dependía de ser el cruce de los caminos del Eufrates al
Mediterráneo y de Siria al Asia Menor. Por estar situada en las orillas del Orontes, a
unos 19 kilómetros de la desembocadura, podía recibir en su seno las mercancías de
todas las regiones que comunica entre sí el mar Mediterráneo.
Por otra parte se encontraba rodeada de esplendorosas bellezas naturales, esparcidas en
sus montes vecinos, en su vega fecunda y en su ancho río y precipitados torrentes. Su
población abigarrada y pintoresca mezclaba las tradiciones clásicas con las costumbres
indígenas sirias y con la ligereza y voluptuosidad de los grandes centros comerciales de
Oriente, sin dejar por eso de tener un espíritu práctico y serio en el manejo de los
negocios. Y como precisamente sobre este fondo nació, se desarrolló y maduró el genio
oratorio del Crisóstomo, nos parece imprescindible su estudio, aunque sea somero, para
comprender mejor algunos aspectos de esa alma inmensa cuya oratoria encanta a
cuantos se ponen con ella en contacto.
Desde luego, la geografía del siglo IV nos presenta varias An- tiocjuías^jcomo son: la
de Caria, en las riberas del Meandro; la de Pisidia, en los bordes del río Ancio; y esta de
Siria, que es de la que nos ocupamos, situada en las márgenes del Orontes, en la parte
septentrional de la región, en un valle relativamente estrecho, pero largo de unos 38
kilómetros. Según los eruditos, su nombre significa Monte de Oro. Los comienzos de
Antioquía se debieron propiamente a la fundación de Antigonia, en 306 a. C, por
Antígono Monoftalmos. Luego, en 301, tras de la victoria de Ipsos, Seleuco I Nicátor
trasladó a los habitantes de Antigonia al sitio de la actual Antioquía, a la que puso este
nombre para honrar con él la memoria de su padre Antígono.
Poco a poco la ciudad quedó formada por una tetrápolis. Porque a la primitiva
Antioquía, fundada por Seleuco I Nicátor, quien transformó la vecina montaña en
Acrópolis para la defensa de la población y la llamó lópolis, se añadió una nueva ciudad
construida por Calínico, al oriente. Esta muy pronto se juntó, al ensancharse, con la
primera barriada o ciudad denominada Antigonia y luego con Antioquía, que quedaba al
lado sur del Orontes, siguiendo la montaña que por este lado vino a servir de defensa
para las tres ciudades reunidas. Más adelante An-tíoco Epífanes fundó otra al lado norte
de las tres, habiendo, para eso, abierto un canal, indicado ya por una pequeña desviación
de la corriente del río, con lo que formó una isla. Ahí edificó los palacios reales, el
Basileion o palacio de justicia y otra cantidad de edificios, cuyo conjunto recibió el
nombre de Ciudad Nueva. Las cuatro ciudades conservaron sus propias defensas ; pero
luego quedaron encerradas en la defensa común o muro romano que Justiniano restauró
en el siglo VI. Todavía después fuera del muro y del lado oriente de las dichas ciudades,
se construyó un quinto cuartel o barriada, en las pendientes del monte Estauris. También
había una serie de Villas de recreo como la Tiberiana al poniente y la Agripina al
oriente, cubiertas de jardines.
Como en todas las ciudades antiguas, no podía faltar la leven-da acerca de su fundación.
Contaba ésta, respecto de Antioquía, que, como Seleuco quisiera asegurar el dominio de
la Siria Sep- 1 tentrional, anduvo en busca de un sitio en donde fijar la capi- ' tal de esa
región. Y para mejor acertar ofreció sacrificios a Zeus en el monte Casio, luego en el
monte llamado Silpio en donde Zeus era venerado con el epíteto de Keraunio, y
finalmente en el de Antigonia, montecillo pequeño junto al Orontes. Y suce- I dio que
una águila bajara y arrebatara algo de las carnes del sacrificio y dejara caer una parte
junto a la cuenca del Orontes, en donde se fundó Seleucia, y otra parte junto al monte
Silpio, en I donde se construyó Antioquía. Y por esto, la ciudad grabó primitivamente en
sus monedas el águila. Escogido el lugar, el sacerdote Anfitión procedió a inmolar una
doncella de nombre Aimatea, sobre cuya sangre quedó asentada la nueva población.
En los tiempos del Crisóstomo, el aspecto general de la ciudad era el helenístico: calles
largas, más o menos rectas, de ellas unas pocas bastante anchas, y éstas flanqueadas por
bellos pórticos sostenidos sobre magníficas columnatas, iban a cruzarse con otras en
ángulos a veces irregulares, buscándose siempre con más frecuencia la facilidad
topográfica que la presentación artística.
El panorama desde el monte Silpio era fantástico. Se abarcaba desde ahí la construcción
del circo en los suburbios al norte del Orontes; luego el curso serpeante del río, no muy
caudaloso pero sí muy ancho con su puente romano de arquería; el grupo sorprendente
de los palacios y edificios oñciales en la Ciudad Nueva o isla del río; seguía al sur la
ciudad de Nicanor, en la que, un poco al norte de la Gran Vía, que la cruzaba desde la
Puerta de San Pablo hasta la de los Querubines, de oriente a poniente, se veía la iglesia
de la Madre de Dios, y en el borde sur de dicha Vía, más al poniente, la Basílica Rufina.
En la misma ciudad de Nicanor, en el cruce de la Gran Vía con la ancha calle que
bajando de las estribaciones del Silpio, corría hasta desembocar en el Orontes, otro
grupo de construcciones bellísimas llamaba la atención: era, entre el Agora y el río, el
llamado Ninfia o Ninféon, en las orillas mismas del Orontes. Era el Ninféon un edificio
semicircular cubierto de ñores en donde, por un artificio, hilillos de agua caían
constantemente en cristalinas cascadas por delante de las estatuas de dioses diversos. Al
sur del Ninféon estaba el Agora, en donde se agitaban los mercaderes y el pueblo bajo,
mientras en la parte inferior del Ninféon vagaban algunos poetas recitando sus
composiciones a los oyentes desocupados, y en el Museum, reconstruido por Tiberio,
algunos retóricos daban lecciones de elocuencia. En los baños y exedras, ediñcados en
diversos lugares, también se encontraban algunos ñlósofos con su cortejo de discípulos,
ya en las salas o ya al aire Ubre.
La Gran Vía o Avenida de los Pórticos era la más ancha de todas y la mejor adornada:
grandes pórticos sostenidos sobre columnatas que recordaban y aun superaban a las de
Gerasa o de Palmira corrían a lo largo de los cuatro kilómetros de su longitud. Se decía
que esta Gran Vía la había terminado Hero-des el Grande, quien para corresponder a la
benevolencia de los antioquenos para con los judíos la había hecho pavimentar toda de
mármol blanco y adornarla de pórticos. Una vez cruzada la Gran Vía, caminando al sur,
se entraba en la Ciudad de Epí-fanes, en donde había otra calle llamada Avenida de
Tiberio, casi igual de ancha pero menos hermosa y que se tendía por casi toda la falda
de la montaña del Silpio. Una tercera calle, también lujosa, era la que ya mencionamos.
Descendiendo del monte Silpio, penetraba en la ciudad por la Puerta de Hierro, en
donde Tiberio había hecho colocar las estatuas de Rómulo y Remo amamantados por la
loba; y luego corría hacia el norte cortando en ángulos, bajo arcos de triunfo de cuatro
caras recubiertas de esculturas, tanto la Vía de Tiberio como la de los Pórticos, y
desembocaba junto al Ninféon en el borde del Orontes. Esas eran las calles principales y
su vista deleitaba y asombraba cuando desde el Silpio se las abarcaba en conjunto. En la
ciudad de Epífanes, se levantaban, cada vez más al sur, el teatro, el anfiteatro y la
Necrópolis. Y entre el teatro y el anfiteatro, estaban las estatuas colosales, que hizo
erigir Tiberio, de los Dioscuros, Anfión y Zeto, sobre blancos caballos, y una gigante
imitación de la obra de Apolonio y de Taurisco de Tralles.
No era menos maravilloso el panorama de los suburbios y de las Villas que se extendían
en especial al oriente y al poniente de la ciudad. Sobresalían entre las Villas por su lujo
la Tibe-riana y la Agripina. Por el lado poniente lo más llamativo era el suburbio
denominado Dafne, famosísimo por el notable santuario dedicado a Apolo, para
conmemorar su hazaña de la persecución de la ninfa Dafne en Tesalia. El tipo de este
suburbio era totalmente heleno. Al lado del santuario de Apolo estaba el de las Musas
sus compañeras. Se decía que anteriormente el dios daba ahí sus augurios y se oía su
voz. Los cristianos, para contrarrestar aquel culto, en exceso licencioso, levantaron un
templo al arcángel San Miguel y luego trasladaron allá también, a un martirio o Capilla,
las reliquias de San Babylas. Y se aseguraba que desde entonces el augurio y las voces
de Apolo habían enmudecido. El suburbio estaba unido a la ciudad por caminos
bordeados de rosas y jazmines, y todo él se encontraba ceñido por un bosque de
sagrados cipreses, seculares y umbrosos, que la ley prohibía cortar. Una fuente perenne
daba frescor al sitio del santuario. Infinidad de callecillas convidaban a espaciarse. El
Dafne resultaba así un lugar de cita para el culto del dios y de los placeres. 1 De él había
dicho el gran retórico Libanio en su Canto Antióquico: "¡Si los dioses descendiesen a la
tierra elegirían a Dafne por morada".
Y todo aquel bellísimo conjunto de la ciudad estaba dominado por dos figuras colosales:
la de una mujer en forma de cariátide y la de una gran cabeza, de cuatro metros de alto,
esculpida en la roca abrupta de uno de los flancos salientes del Silpio, de orden de
Antíoco Epífanes, y que ahora se ha identificado con el dios Caronte, protector de la
ciudad. Porque, en efecto, le profesaban ahí los paganos un culto especial, por creerlo
talismán seguro contra la peste y también para lograr que se mostrara menos apresurado
en hacer cruzar a sus devotos el famoso río infernal. Además de Caronte la diosa Tyque
tenía ahí una especial veneración, quizá porque interesaba a los comerciantes tenerla
favorable en sus operaciones.
(1) Femando Mourret, Hist. Gen. de la IgL, vol. II, p. 201.
Cuanto a la gran muralla, era una Knea de formidables fortalezas. Para construirla se
utilizó armoniosamente la configuración del terreno y se aprovecharon los torrentes,
como el Onopnietas, el Firmio y el Toibas, lo mismo que los picos abruptos y
montecillos allanados, e igualmente el Orontes y su isla artificial. A partir de la puerta
de San Pablo, por el lado oriente, se iba elevando hacia las crestas del Estauris,
descendía luego a una profunda cañada para elevarse de nuevo en cremallera, a través
del barranco de las Puertas de Hierro, enlazaba la antigua ciu-dadela y corría hacia la
cima del Silpio, con dirección al occidente, alcanzando una altura de 300 metros sobre
la ciudad, llegaba a las extremidades del Orocasíades, y finalmente doblaba de repente y
descendía a la llanura. Su longitud total era de 30 kilómetros y estaba guarnecida por
360 torres cuadradas. Su alto era de no menos de 17 metros y su ancho de 5.
Como datos curiosos hay que agregar que el valle todo del Orontes se encontraba
cubierto de exuberante vegetación y que el clima de la ciudad, gracias a una constante y
salutífera brisa que soplaba desde las gargantas de los collados vecinos, era muy
agradable y sano. Bajo los limpios y proñindamente azules cielos de Oriente, el monte
Silpio, el más alto de los que circundaban la ciudad, parecía tener mayores tamaños.
Desde la llanura se iba escalonando, sombrío y surcado de rojizas líneas de rocas
calcáreas, que parecían quemadas por el rayo; y ofrecía, entre las peñas, algunas grutas,
a manera de sepulcros, en donde, en los tiempos del Crisóstomo, corrían los monjes a
esconderse para llorar sus pecados, hacer penitencia y dedicarse, en la soledad y el
recogimiento, a los estudios teológicos.
El terreno se hallaba expuesto a continuos terremotos, de algunos de los cuales hará
mención el santo en sus Homilías. Por lo menos cada siglo ha sufrido la ciudad alguno
más intenso. Esto ha hecho que las construcciones antiguas hayan ido quedando
sepultadas bajo sus propias ruinas en capas de diverso espesor. Ahondando en ellas era
frecuente hasta hace poco descubrir piedras preciosas, brazaletes, perlas, obras de arte y
objetos de oro y plata. De las bellas columnatas erigidas en las amplias calles, de los
templos, basílicas, arcos de triunfo, teatros, hipódromos y edificios públicos, sólo
quedan restos que, particularmente por el lado de levante, cubren el suelo con
innumerables trozos de mármol. El Orontes y el Onopnietas, cuando salen de madre, al
arreciar las tempestades, exhuman a veces columnas de pórfido, sarcófagos espléndidos
y gran cantidad de objetos de lujo. 2
1003
LOS ANTIOQUENOS
Oscuros son aún los orígenes de la población antioquena. Los habitantes aseguraban
descender de helenos, ya fueran chipriotas, atenienses, cretenses o argivos o mezcla de
todos. Algunas de las barriadas llevaban nombres macedónicos, como lópolis y Bot-tia.
Abundaban también los nombres netamente helenos, como Castalia, Peneo, Orestes,
Dafne, Triptólemo, Inaco. La ciudad andando el tiempo acuñó moneda al modo
ateniense con la Atena por una cara y la lechuza por otra. En cambio, los nombres de los
suburbios daban a entender que, aunque la ciudad estaba prevalentemente habitada por
helenos, pero las campiñas en torno lo estaban por indígenas sirios no helenizados, que
conservaban aún su propio idioma. Así había la Chai^andama, la Ghisira, la Gandígora,
etc. Estos indígenas acudían a veces a la ciudad en grupo considerable, y más de alguna
vez corrió el Crisóstomo a saludarlos en una Homiha especial.
Ciertamente la población helena era, según parece, bastante densa. Abundaban también
los judíos y una buena masa de orientales de todas las regiones dedicados al comercio.
Pero los sirios formaban el fondo de la población, aunque no la caracterizaban. El
número de habitantes se hacía llegar a 300,000; y si se contaban los esclavos, que los
había en buenas cantidades, podía hacerse subir hasta medio millón. Por esto se
consideraba a Antioquía como una de las mayores ciudades de Oriente y aun del
mundo. Pero sus riquezas prodigiosas y su enorme comercio hicieron que muy pronto se
desplegaran en la ciudad el lujo y un refinamiento verdaderamente oriental. Por
hermosos caminos le llegaban numerosas caravanas con ricos cargamentos; y
numerosísimas embarcaciones, bajando por el Orantes, navegable en aquellos tiempos,
hasta el puerto de Seleucia, en la desembocadura, intercambiaban los productos de
Oriente y Occidente, y hacían de la ciudad un vasto almacén.
(1) Monseñor Le Camus, Los Orig. del Crist., vol. I de la Parte 2a., pp. 257-262. Para
las reconstrucciones de Antioquía, lo mismo que para las de Constantinopla que vienen
después, hemos echado mano de diversos autores de entera fe, en especial como
visitantes de los sitios aludidos.
Los antioquenos mostraban en general un carácter ligero y voluptuoso. Famosa era,
como sitio de reunión de los desocupados, la gran Avenida de Herodes o de los
Pórticos. Allá concurrían los paseantes del gran mundo y era el centro de una agitación
febril. Por ella desfilaban los carros, que torciendo luego al norte, subían hacia el circo;
sobre ella piafaban los soberbios caballos del desierto haciendo resonar el enlosado de
mármoles; por ella conducían los esclavos en literas a sus señores; en ella, a la puesta
del sol, las mujeres exhibían, con todo el lujo y coquetería de Oriente, sus joyas
mejores.
Junto a las numerosas termas, en donde la más refinada elegancia iba a buscar, según la
expresión de Apolonio de Tyana, en el abuso de los baños prolongados la decrepitud de
una vejez prematura, había histriones que ejecutaban representaciones grotescas y
obscenas; había tocadores de flauta que se entregaban a danzas lascivas; había cantores
de numen siempre insolente que recitaban las groserías más bajas. El ansia del placer
acuciaba a las multitudes, que corrían desaladas a donde podían encontrar alguna
satisfacción a sus pasiones. Las carreras de caballos, las danzas y las bacanales se
sucedían sin cesar; y los famosos partidos de azules y verdes perturbaban con
acaloradas disputas y muchas veces con riñas sangrientas la pública tranquilidad.
Porque aquella población ligera tenía sobre todo sus predilecciones en los teatros y en
los juegos públicos. Se apasionaba por un actor, por un bestiario, un auriga, y no
vacilaba incluso en amotinarse en honor de una hetaira. Cierto es que sentía la
necesidad de la religión, pero se fabricaba una religión a su medida, y el placer era uno
de sus cultos más arraigados. Sus alegres hetairas, conducidas por los más honorables
ciudadanos, iban con frecuencia al suburbio de Dafne, para entregarse, al venerar a
Apolo, a los más infames misterios, entre los mirtos y laureles de los bosquecillos y al
abrigo de los seculares cipreses. Las fiestas de Dionisos y Afrodita y Maiuma
autorizaban las exhibiciones más indecentes y las más desenfrenadas orgías, que
duraban a veces semanas enteras. La inmoralidad más escandalosa florecía bajo aquel
clima delicioso, favorecida por la grande mezcla de razas, hasta el punto de que Roma
llegó a quejarse de que Antioquía enervaba a sus soldados.
Por otra parte, la depravación de costumbres había hecho que se introdujera un gusto
universal por las supersticiones y hechicerías. La cultura intelectual parece que era más
brillante que profunda, y no era lo suficientemente sóhda para preservar de la ciega
credulidad. Aun el famoso Germánico, por otra parte tan serio y digno, no pudo resistir,
en aquel medio ambiente, a la sugestión general de usar de los amuletos. A las puertas
de los santuarios, delante de los altares situados en las encrucijadas de los caminos o de
los cruces de las calles, nunca faltaban magos que ansiaban comunicar a las multitudes,
con fingidas reservas, sus secretos; y tampoco algunos caldeos charlatanes que vendían
remedios infalibles para conjurar al viento Aquilón, las fiebres, los mosquitos y los
escorpiones. 3
Políticamente Antioquía era un municipio autónomo que tenía bajo su jurisdicción 18
demos y se gobernaba por un cuerpo de Decuriones que fueron al principio 1,200, pero
que luego se fueron reduciendo hasta quedar en 200, en los tiempos del Crisóstomo,
según anotaba Libanio. Pompeyo en 64 a.C. redujo Siria a provincia romana; mas, por
hacer honor a los habitantes de Antioquía, que se gloriaban de ser descendientes de
atenienses, les dejó su autonomía. Después, cuando la elección de Septimio Severo, la
ciudad sufrió una deminutio capitis y se la hizo depender de Laodicea, por haberse
mostrado contraria a dicha elección. Más tarde recobró su autonomía y fue la capital de
Siria, y los Gobernadores romanos pusieron en ella su residencia.
En lo religioso, Antioquía se desenvolvió al principio fervorosamente y se formó en ella
un notable centro de cristiandad. Más tarde hubo de participar en la tragedia de las
herejías. Como sede, tuvo desde el primer siglo cristiano una muy particular
importancia por haber predicado ahí el Evangelio san Pedro. Como sucedió en aquellos
principios, las Comunidades cristianas que de ella dependían la veneraban como a
Iglesia-madre. Una vez que el cristianismo logró la paz pública y aun el favor imperial,
el Concilio de Nicea (325) reconoció como legítimos los derechos primaciales de que
gozaban (a semejanza de Roma) Alejandría en Egipto, Libia y la Pentápolis, y
Antioquía en la diócesis imperial de Oriente. No se sabe exactamente en qué fecha los
obispos de Alejandría y Antioquía comenzaron a titularse Patriarcas. Cuanto a
Constantinopla, con ocasión del Concilio ahí reunido en 381, pretendió atribuirse la
primacía, después de Roma, "por ser la Nueva Roma", cosa que ni el Papa ni los
prelados de Alejandría y Antioquía admitieron. Sin embargo, el prestigio imperial de la
ciudad acabó por imponerse; y el Concilio de Calcedonia, en 451, reconoció el título de
Patriarca, en Oriente, a los prelados de Alejandría, Antioquía, Constantinopla y
Jerusalén.4
(3) Monseñor Le Camus, ibid.
(4) Mansi. Conc. amplias, coU. XXI, 991. Una nota brevísima, pero con la claridad que
el autor acostumbra, puede verse en Olmedo, S. J., La Iglesia Católica en el mundo
greco-romano, pág. 248. Algunos autores (como Stein, pág. 199 del vol. I) creen que la
oposición del prelado de Alejandría a san Gregorio Nacianceno y a la elección de
Flaviano para Antioquía fue el motivo de que los prelados de la jurisdicción de la sede
constantinopolitana, procuraran que el Concilio estableciera la dicha primacía, porque
temieron que Alejandría quisiera ocupar en el imperio de Oriente el puesto que el Papa
ocupaba en el de Occidente, cosa que los molestaba. Cuando el Crisóstomo sea
consagrado obispo de Constantinopla, en 398, se encontrará delante de estas rivalidades
tan humanas.
En la ciudad de Antioquía el número de católicos no era pequeño, sino que en cuatro
siglos la levadura del Evangelio había penetrado ya profundamente las capas sociales, y
existía viva y fervorosa debajo de las gruesas costras de Hviandad y ligereza de espíritu.
No conocemos con exactitud el porcentaje de cristianos, pero ciertamente había una
muy buena cantidad de excelentes familias en tomo del Obispo y sus auxiliares, que
practicaban a fondo la doctrina de Cristo. Alguna idea nos puede dar, hasta cierto punto,
de la amplitud del catolicismo en aquella ciudad, el número de iglesias y santuarios. Las
principales eran las siguientes: el Dominicum Aureum; el martirio o Capilla de san
Babylas; la iglesia de los Macabeos; el templo de nuestra Señora; el de los santos
Cosme y Damián; el de san Casiano; el de san Ignacio mártir, que antiguamente estuvo
dedicado a la diosa de la buena fortuna, o Tyque; la iglesia del pro to mártir san Esteban,
que quedaba al oeste de la ciudad; el martirio de san Leoncio; la iglesia de santa Tecla;
la de san Romano; la de san Simeón; la del obispo Paulino, situada en la ciudad Nueva
o isla del Orontes; la de san Juan, que estaba excavada en la roca; la de san Julián, en
uno de los suburbios; la del Pródromo, con su Bautisterio, que se encontraba en la Villa
Tiberiana; y la de san Miguel, que se construyó en Dafne para contrarrestar al santuario
de Apolo. Abundaban otros sitios de oración. (5)
(5) Puede consultarse, a este propósito, v.gr.: Malala, Cronograph, X, etc.
Dos cosas mantenían vivo el espíritu cristiano en Antioquía, como en otras ciudades de
Oriente: la práctica de los Sínodos y el desenvolvimiento de la vida monacal. Hubo
Concilios ecuménicos y Sínodos locales o regionales en muchas regiones de la
cristiandad. Cada dignatario jerárquico juntaba en tomo de sí a su Clero y aun a sus
fieles para orar y trabajar en común con ellos. Cuando, con ocasión de las grandes
festividades o de algún suceso particular, se reunía cantidad de prelados, brotaba
inmediatamente la idea de celebrar un Sínodo. En estas reuniones conciliares o
sinodales, se estudiaban detenidamente los asuntos referentes a la fe y a las costumbres
de la Iglesia o de la región. Y de tal manera se fue reglamentando la vida cristiana y se
fue reduciendo a fórmulas exactas la profesión de la fe, que Kurt no duda en afirmar que
si se estudiara despacio la serie de Concilios y Sínodos, "se asistiría día por día a todas
las fases de la educación del género humano ".(6) Claro está que,, como empresas
humanas que eran, hubo también sus abusos con reuniones clandestinas y apasionadas;
pero la resultante final fue brillantísima.
(6) Godofredo Kurt, Los Orig. de la Civil. Moder, vol. II. Puede verse ahí mismo un
brillante resumen de esta actividad de la Iglesia.
Por lo que mira al movimiento monacal en Antioquía, no tenemos datos exactos. Pero
nos puede dar una idea lo que en general estaba sucediendo en todo el Oriente. La
libertad concedida por Constantino a la Iglesia y el favor oficial que le dio, hizo que
bandadas enteras de paganos corrieran a alistarse en las filas del catolicismo, sin haber
renunciado al paganismo en su corazón. Esto llevó sus consecuencias a las costumbres
de los fieles: hubieron de bajar considerablemente en calidad. Y muchos de los fieles
verdaderos y de los que deseaban una mayor perfección, optaron por huir a los
desiertos, para alejarse, ya no del peligro de las persecuciones sino de otro mucho más
grave: la molicie, las riquezas y el atractivo del mundo. Fueron muchos miles los que
llenaron las cuevas y cavernas y sitios solitarios, en donde llevaban una vida de
penitencia, oración y estudio. Lo que no les impedía bajar a las ciudades, cuando era
necesario para apaciguar los ánimos y consolar a los afligidos. Así sucedió vg. cuando
la sedición de Antioquía, de la que luego habremos de ocuparnos. Aunque también
emprendieron ese género de vida muchos que no tenían el espíritu de anacoretas y
ocultaban con frecuencia debajo de sus hábitos las más bajas pasiones. No era, pues,
todo Ugereza y voluptuosidad en la ciudad de Antioquía: quedaban dos grandes
elementos de seriedad. Había un activo hormiguero de hombres de negocios que ponían
la nota del trabajo grave, reflexivo y maduro; y había un notable fermento de sólido
cristianismo que hacia a las almas pensar en la virtud y en la eternidad. Con todo, entre
estas últimas se desarrollaba un cuadro desolador en los tiempos del Crisós-tomo, al que
debemos volver los ojos para completar el panorama antioqueno; y esto, con tanta
mayor razón, cuanto que delante del Crisóstomo y desde muy temprano hubo de
desplegarse aquel cuadro, y más tarde hubo el santo de tomar parte en él como actor.
Nos referimos a los disidentes de la fe.
1004
LOS DISIDENTES
Por lo que llevamos dicho, puede el lector formarse una idea del medio ambiente en que
nació, se desarrolló y maduró el genio oratorio de san Juan Crisóstomo. Fue el siglo IV
de la Iglesia un siglo de continuo batallar, pues de todos lados la amenazaban los
peligros: el paganismo que solapadamente se infiltraba en sus filas, la corrupción de
costumbres subsiguiente a esa invasión de paganos, los sacerdotes indignos y los
monjes turbulentos. "El sacerdocio, dice Amiano Marcelino, se veía invadido por
multitud de clérigos indignos y las sedes episcopales estuvieron deshonradas por
diversos prelados que rivalizaron en abyección con los eunucos, y reunían
conciliábulos, y apoyaban a los herejes, y se dejaban llevar de la simonía y el
aulicismo".7 Porque otro grave riesgo que la Iglesia corrió en esos años fue el ansia de
los emperadores por inmiscuirse en los asuntos eclesiásticos, y el ansia de los
eclesiásticos por inmiscuirse en los asuntos políticos y temporales.
(7) Marcelino Amiano, Rerum Gestarum, Lib. XXVII, 3, 12.
Pero todos esos peligros, por graves que fuesen, dejaban aún intacta la doctrina y
constitución de la Iglesia, y consiguientemente a ésta con la suficiente fuerza para
renovarse por sí misma. En cambio, hubo otro peligro enorme, al que aludíamos con el
título de este párrafo, que asestaba el golpe a la raíz misma de la Iglesia; porque
mientras los criterios no se han torcido, la reforma moral viene tarde o temprano; pero
una vez que se tuercen, todo se pierde, pues no queda luz ni dirección. Contra todos los
pehgros dichos hubo de luchar san Juan Crisóstomo, pero muy de veras hubo de hacerlo
con este de los disidentes en la fe. Fueron principalmente los antitrinitarios anomeos a
quienes combatió, aunque también a los maniqueos y a otros herejes. Mas, como para
comprender esas batallas es necesario ir más a fondo en las doctrinas que los disidentes
profesaban, preferimos tratar este punto con mayor detención, antes de entrarnos por la
sencillísima biografía del santo orador.
Reunidos en el gran Imperio Romano todos los dioses y diosas de los pueblos
subyugados y todas sus creencias, supersticiones y hechicerías, poco a poco, sobre todo
ya desde los tiempos de Octavio Augusto, el espíritu humano instintivamente procedió a
mezclar y confundir todos aquellos elementos, que finalmente iban confluyendo a la
idea de la existencia de un solo Dios o Theos, cuya esencia, según las creencias
paganas, era comunicable y divisible. Se llegó, pues, a la creencia de que en realidad esa
esencia divina estaba comunicada y dividida primero entre todos los dioses mitológicos,
luego también entre las almas de los héroes. A este sistema religioso se le denominó
sincretismo greco-romano.
Pero, muy pronto, el espíritu de orgullo por una parte y por otra el de adulación, hizo
que aquella esencia divina se creyera participada aun por los emperadores y reyezuelos,
y, en actos de locura, hasta por los caballos y otros animales. Este mal tan grave, tuvo
con todo una feliz consecuencia: que se esparciera por todas partes la creencia en la
posibilidad de las teofanías o manifestaciones sensibles de la divinidad, una vez así
compartida.(8) Por otra parte, se avivó y despertó mucho la creencia en la inmortalidad
de las almas, puesto que se las iba considerando como partículas de la divinidad.(9)
Además, la serie inmensa de misterios y purificaciones paganas cultivaron la idea de
que era posible expiar las culpas ya en esta vida, mediante las tauroboKas, crioboKas,
etc., que hacían del iniciado un in aeternum renatus.(lO)
(8) Tixeront, Hist. des Dogm., vol. I, pp. 18-21.
(9) La idea de la inmortalidad del alma humana, vulgarizada ya en los tiempos de
Octavio Augusto, tenía dos modalidades, como puede verse, v.gr.: en Virgilio (Eneida,
VI, 724-751). Según esa idea, eran las almas partículas del inmenso espíritu que llenaba
el universo, aprisionadas en la materia de la que dependían todas sus miserias; partículas
que incluso estaban repartidas por todos los animales, como los caballos, las aves, los
peces. Al morir el cuerpo, esas partículas no podían por sí mismas despojarse de todo lo
malo que la materia les había comunicado, y por esto era necesaria una expiación de
ultratumba. Por lo demás, si acaso en esa expiación quedaban completamente limpias,
iban a refundirse ya directamente en aquel mismo espíritu inmenso y primitivo. Pero, si
la expiación de ultratumba no era suficiente, tenían que regresar al mundo y entrar en
otros cuerpos de hombres o animales para completar su purificación. Como se ve, en
estas ideas del vulgo andaba una mezcla curiosa de los varios sistemas filosóficos a que
en seguida nos referiremos.
(10) Eran las taurobolías y las criobolías unos ritos repugnantes de purificación. El que
había de purificarse se tendía en una fosa excavada en la tierra y capaz para que él
pudiera estar ahí acostado. Encima se colocaba una tabla con rendijas o agujeros, sobre
la cual se degollaba un toro (tau-robolía) o un cordero o chivo (criobolía), de manera
que la sangre cayera en chorros sobre el que había de purificarse y quedara bañado en
ella. Se le decía al pecador que con esa purificación alcanzaba a renacer para siempre, o
sea que era interior y eterna. Puede verse el Corpus Inscrip. Lat., 510.
Finalmente, el culto de Mithra, muy popular en Roma desde fines de la República, abrió
además las inteligencias a otra idea: la de un redentor y mediador entre el hombre y la
divinidad. Por esa idea este culto estableció una jerarquía, un sacrificio, un bautismo y
una cena misteriosa en la que el iniciado comía un pedazo de pan y bebía un vaso de
agua.(l 1) De manera que en conjunto, se puede asegurar que las almas paganas ya
entonces andaban buscando una purificación y una expiación no puramente extemas,
sino interiores y para siempre, y esto mediante un redentor o mediador.
(11) Nos ha conservado noticias sobre esto Justino, Apol. I, 6; Otto, I, 182; Dial, cum
Triph., 70, etc., etc.
Entre ese torbellino de religiones, iniciaciones, magias, supersticiones y prácticas
ocultas, se movía todo un pueblo de filósofos que por su parte trataban de llegar
científicamente al conocimiento de la verdad así filosófica como religiosa. Los
principales sistemas de ideas y más en boga eran el pitagórico, el estoico, el platónico y
el aristotélico. Y también, en todos estos sistemas, la metafísica tendía cada vez más a
afirmar la unidad de un Dios, el cual había de ser el principio de todas las cosas; y había
de ser algo sutil, espiritual y que se infiltrara por todo el universo: la materia ha salido
del dios y un día el dios la absorberá de nuevo. (12) Era necesario que de él salieran
todas las actividades y energías, si no era que en realidad éstas se confundían con él y
eran él mismo. Debía haber un Logos Sper-matikós del universo que lo gobernara según
sus leyes. Pitagóricos, platónicos, aristotélicos y estoicos iban convergiendo a esa idea
central.
(12) Zeller, La Filos. Grec, vol. III, p. 136, nota.
En cuanto a Platón, es cierto que había abierto un abismo entre el dios y la materia, pero
había imaginado un alma del universo de la que se derivarían las almas de los hombres
y de los astros. (13) Esa alma del universo sería una Mente divina, superior al alma
humana pero inferior a la Idea de por sí subsistente del Bien. Platónicos posteriores
distinguieron entre ese dios supremo o Bien y su Dynamis, que sería la que propiamente
compenetrara el universo. Así venían a coincidir con el alma divina o dios de los
estoicos, y a sumarse, en cierto modo, a la idea pitagórica de la divinidad que andaba en
la misma lucha por compaginar las dos ideas de la materia y la divinidad en sus mutuas
relaciones. Los aristotélicos, en cambio, mantenían la unicidad de dios, pero hacían de
él y de la materia dos principios eternos y coexistentes, por no poder llegar a la idea de
la creación de los seres sacándolos de la nada.
(13) Puede consultarse sobre esto Fouillée, La Philosoph. de Platón, II, 203, 4.
Las aplicaciones de estos sistemas a la moral, iban siendo idénticas en muchos puntos
sustanciales. Todos acudían en concreto a un dios único, inconfundible, distinto del
universo y del hombre, justo juez y premiador y castigador, cuya voluntad era necesario
acatar. Por lo mismo, a él se debía suplicar y orar. Un paso más dieron los estoicos en su
anhelo por llegar a la verdad: colocaron entre el dios superior o supremo y el universo
toda una serie de Dynameis, de las que unas eran adversas y otras propicias al hombre,
pero todas venerandas. En cambio, la virtud había que ejercitarla por su propio valor y
no por otro motivo, con lo que ponían una moral sin suficiente fundamento.
Otro conjunto de ideas andaban en movimiento en el Oriente, que eran las ideas judías.
El judaismo estaba en posesión de ciertas verdades como la unicidad de Dios; la
existencia de los ángeles, de los que unos habían sido fieles en la prueba que Dios les
puso, y otros no y se habían convertido en demonios, y así unos eran auxiliares del
hombre para la virtud y otros le eran adversos; la creación del hombre en estado de
felicidad y su caída por el pecado, lo que explicaba la presencia del dolor en el mundo y
la necesidad de la expiación y de un Redentor, Rey del universo y Juez último de todos.
De este modo, al comenzar la predicación evangélica, vino a presentarse tanto a los
cristianos como a los judíos el terrible problema de catolizar o judaizar los sistemas
filosóficos helenos, o paganizar el catolicismo y el judaismo. El catolicismo iba a
tropezar con el problema correspondiente de o judaizarse o convertir a los judíos: era
una gigantesca lucha de ideas provocada por la Buena Nueva.
El gran exponente del esfuerzo judío para sincretizar el judaismo con el paganismo fue
Filón.(14) El estableció la idea del Dios único, pero entre él y el universo colocó una
serie de ideas-fuerza que correspondían a las dynameis paganas y a los ángeles bíblicos.
Tales ideas operan, pero su operación necesariamente es imperfecta, pues no son Dios, y
esa imperfección es el origen del mal. El conjunto de dichas ideas forma el Logos, que
viene a ser el representante de Dios en la creación, su imagen, su sello; es un hijo de
Dios, o una especie de segundo Dios, pero ese Logos, intermediario entre Dios y los
hombres, ni es Ingénito como Dios ni es engendrado como los hombres.
(14) Zeller, La Filos. Grec, 1. c, n. 2.
Filón no tiene idea de la Trinidad y hasta parece admitir una materia eterna sobre la que
trabaja Dios mediante el Logos intermediario; pero para Filón, toda materia es mala.
Ese Logos intermediario antes que nada crea los ángeles, que son de tres clases: unos
que andan muy cerca de Dios, otros que andan muy cerca del mundo y son las almas de
los hombres, y otros que andan muy abajo y participan de lo grosero y sensual y son los
demonios. Las almas se propagan por generación como los cuerpos. Filón nada sabe del
pecado original. Por lo mismo, su moral echó por el camino de los estoicos, pero exigió
para poder ejercitar la virtud el auxilio y cooperación de Dios. La virtud, según él, no
tiene otro objeto que "llevar al alma gradualmente a la contemplación directa de Dios".
Contemplación que puede elevarse hasta el éxtasis; pero éste es herencia de sola una
porción escogida de la humanidad que son los filósofos.
Como se ve, la predicación evangélica planteó al mundo toda una serie de problemas a
los que era necesario responder, o por lo menos discutirlos, ya que la nueva doctrina se
presentaba hablando "tamquam auctoritatem habens". Van a bajar a la palestra los más
grandes ingenios y se van a mezclar en la disputa también muchas mediocridades. Tal
fue el principio y razón de las herejías. San Juan Crisóstomo, sin ser polemista nativo ni
apologeta, ni siquiera teólogo original, va a poner su granito de arena así en Antioquía
como en Constantinopla; y lo pondrá con una fuerza oratoria apenas igualada en la
historia.
De entre los disidentes del catolicismo, fueron los judíos los primeros en entrar en la
liza. Muy numerosa era en Antioquía y disfrutaba de especiales privilegios la colonia
judía, a causa de que los Seléucidas, lo mismo que los Ptolomeos, habían reconocido en
los hebreos un precioso auxiliar para el desenvolvimiento comercial y los manejos
poKticos.(15) Tenían los judíos en Antioquía un Magistrado o Alabarco, bajo cuya
jurisdicción o dirección un Consejo de ancianos o Sinedrio gobernaba la colonia según
sus propias leyes. Se les había devuelto parte de los vasos sagrados que anteriormente
arrebatara de Jerusalen Antíoco Epífanes, y ellos los guardaban cuidadosamente. Dos
Querubines de oro, que los opresores habían transportado a Antioquía, adornaban una
de las puertas de la ciudad y le daban su nombre. Según parece había en la ciudad varias
sinagogas, una de las cuales funcionaba cerca de Dafne. (16)
(15) Flavio Josefo, B. )., VII, 3, 3; Filón in Flac, S. X; etc.
(16) Malala, X, etc.
Había, como dijimos, entre ellos y los otros antioquenos, muchas almas deseosas de
conocer la verdad.(17) Por esto, allá a los comienzos del cristianismo, apenas recibida la
Buena Nueva, los prosélitos abundaron y los Apóstoles enviaron a Antioquía a Bernabé
para encauzar el movimiento. Este se asoció a Pablo de Tarso para la empresa. Ambos
hicieron de Antioquía un centro de irradiación misional sobre el Asia Menor, Grecia y
Macedonia. Una tradición antigua señalaba en Antioquía la calle de Sangón, no lejos del
Panteón o templo de todos los dioses, como el sitio en que Pablo soKa predicar a los
gentiles. Quizá en ese lugar se levantó luego la iglesia llamada Palaia o Antigua, en
donde varias veces predicó el Crisóstomo. En cambio el sitio en donde solía reunir a los
discípulos parece haber sido cierta gruta de que hablan Teodoreto y Malala.(18) La
Iglesia antioquena incluso ayudó con sus limosnas a la jeroolomitana cuando el hambre
de los años 46 y 47, al final del Gobierno de Cuspio Fado y al principio del de Tiberio
Alejandro, judío renegado, hijo del Alabarco de Alejandría. (19)
(17) Monseñor Le Gamus, 1. c.
(18) Malala, 1. c, dice, tratando de la predicación de san Pablo: "praedicantcm illie
primum verbum in vico dicto Sigonis, próximo Pantheoni..."
(19) Eusebio, Compend. de Hist. Ecc, n, 11; Chronicon, p. 79.
El Crisóstomo recordará en diversas ocasiones a los antioquenos la particular gloria que
les venía de haber comenzado en su ciudad a llamarse cristianos los discípulos de
Jesús. (20) Siguióse luego en Antioquia una sucesión de célebres prelados, entre los que
descuella san Ignacio, llevado a sufrir el martirio a la ciudad de Roma, en 1 10, más o
menos, bajo la persecución de Trajano. Ya este prelado en sus cartas, excepto la dirigida
a los Romanos, tiene como fin precaver a los fieles contra el docetismo judaizante y es
el primero de quien nos consta que llamó a la Iglesia de Cristo con el apelativo de
"catóUca".(21)
(20) Creyeron algunos, como Malala en su Chronographia, X, y Suidas 11, 3930 (en la
ed. Gaisford), que fue Evodio, primer obispo de Antioquia, quien designó con el
nombre de cristianos a los discípulos de Jesús. Otros aseguraban haber sido el mismo
Cristo, como Tácito en sus Anuales, XV, 44, en donde afirma que "auctor nominis huius
Christus, Tiberio imperitante, per Procuratorem Pontium Pilatum supplicio affectus..."
Según san Epifanio uno de los nombres más antiguos de los cristianos fue el de lessaioi
o sea Jesuítas (Haeres. XXIX, 4). En los Hechos de los Apóstoles el nombre cristianos
solamente se emplea dos veces (XXV, 28 y XI, 26). Quizá, dice Monseñor Le Camus,
de quien es la nota, con mayor probabilidad se ha señalado como origen de este nombre
la apelación que la policía romana o la administración civil les habría dado para
contradistinguirlos de otros grupos. O tal vez los llamó así la población antioquena
"dispuesta siempre a mostrar su espíritu burlón y fastidiada de encontrar incesantemente
el nombre de Cristo en los labios de lps prosélitos". Tácito, en el sitio anotado, parecería
indicar el origen burlón de la palabra cristiano, pues dice "quos per ñagitia invisos,
vulgus Christianos apellabat". De suyo la palabra griega Xeio'ciavóq es híbrida, o es un
neologismo. Su forma correcta debía ser XQiaTivóq o bien XQiaxr¡vóq. Aunque es
cierto que este y otros mil neologismos eran ya de uso común en la época en la lengua
vulgar. Más tarde se imaginó otra etimología y se supuso que los cristianos se llamaban
así porque eran ungidos (que eso significa la palabra griega xsiar"^ de X6íco)> del
Señor. Así san Jerónimo sobre el salmo CV, 15; san Ambrosio, de Obitu Valent.; Tertul.
Apolog. 111; Theophilact. ad Antolyc, 1, 12; etc.
(21) Olmedo, La Iglesia CatóUca en el Mundo Greco-Romano, p. 88.
Porque uno de los primeros errores, de origen judaizante, fue el docetismo. Según los
docetistas, el Verbo divino no habría tomado un cuerpo real para redimirnos, sino uno
aparente. Junto a este error andaba el de los nicolaítas, llamado así del nombre de su
jefe. Estos distinguían entre Dios y el Demiurgo, o Logos de Filón. Y este Demiurgo
habría sido, y no Dios, quien habría bajado al mundo; y no para encamar en una
naturaleza humana sino únicamente para unirse a Jesús, simple mortal, hijo de María y
de José, a partir del bautismo en el Jordán; y luego lo habría abandonado al acercarse la
pasión: porque no podían entender que Dios se humanara y padeciera. Las ramas de este
error fueron muchas con diversos matices: ebionitas, nazarenos, esenios, eUcasaítas,
judaizantes gnósticos y aun semiarrianos. En realidad la doctrina evangélica sufrió poco
la influencia del medio ambiente judaico palestiniano; y ésta no pasó más allá del siglo
11. En adelante las luchas dogmáticas se centraron en torno del gnosticismo, el
maniqueísmo y el arrianismo. Sin embargo, san Juan Crisóstomo, en vista de lo
numeroso de la colonia judía de la ciudad, atacó varias veces sus errores casi más que
todo ridiculizándolos. (22) Mucho más influyó el judaismo filoniano o alejandrino,
particularmente a través de la gran escuela teológica de Alejandría, en donde enseñaron
maestros muy ilustres, como Clemente y sobre todo Orígenes. Antioquía estaba
demasiado cerca geográñcamente de esa otra ciudad en la que se formó algo así como el
nido o plantel de todas las herejías, a causa de la sobresaliente herencia heleno -
filosófica que de allá se derivó, desde el siglo III a. C.
(22) Puede verse en varias Homilías, como lo haremos notar al calce de su versión.
1005
LOS ERRORES EN ANTIOQUÍA
Comencemos por dar una ligerísima idea de los tres grandes errores que ya
mencionamos: gnosticismo, arrianismo y maniqueísmo. Poca influencia tuvo en
Antioquía el error de los maniqueos, y por esto diremos sólo la idea ñindamental que
perseguía, pues el Crisóstomo la toca algunas veces en su predicación y escritos.
Sostenía una doctrina dualista. El principio del bien y el del mal son distintos, eternos y
contrarios, y dan origen a dos reinos también eternos, distintos y contrarios, que son el
reino de la luz y el de las tinieblas. Estos reinos se yuxtaponen por su parte superior e
inferior, pero sin llegar jamás a mezclarse. De entre los elementos del reino de las
tinieblas nació Satán; y éste es el que produce la confusión entre ambos reinos. Satán se
reviste de cinco elementos: tinieblas, humo, combustión, oscuridad, viento cálido y
niebla. Pero Dios, como jefe del reino de la luz, para resistir sus ataques creó o produjo
el primer Eón o Madre de la vida y juntamente un primer hombre, el cual, armado de los
cinco elementos puros (que son el soplo ligero, el viento, la luz, el agua y el fuego) debe
defender al reino de la luz. Pero ese primer hombre fue vencido y hecho prisionero.
Dios lo libró. Mas, en las acometidas de Satán, los elementos puros se mezclaron con
los tenebrosos y de esa mezcla apareció una materia mixta. De ésta formó Dios el
mundo actual con el fin de ir librando los elementos puros que quedaron en él
encerrados y volverlos al reino de la luz. El sol y la luna son instrumentos de liberación,
aunque el hombre debe a su vez prepararse para esa liberación. Porque Satán y sus
ministros, que son los que han formado al hombre actual, han aprisionado en él, en su
organismo material, los elementos de la luz, y le han puesto al lado a la mujer, como
elemento de seducción para continuar, mediante la generación, ese aprisionamiento.
En la lucha por la liberación, ayudan los ángeles, quienes han enviado profetas
especiales para ello, como son Buda, Zoroastro, Jesús, pero sobre todo a Mani (el
fundador del maniqueísmo). Para lograr la liberación es necesario sujetarse a una serie
de privaciones y a un ascetismo rudo. Con eso los Elegidos o Verídicos (los que
cumplan estrictamente con dicha ascesis) irán directamente al reino de la luz; los
Oyentes o Pecadores andarán errantes y pasando por una serie de purificaciones hasta el
fin del mundo, y al fin serán lanzados al infierno. El cuerpo no tendrá glorificación
alguna; como elemento que es del reino de las tinieblas allá volverá. La secta se
extendió sobre todo por Asia, Capadocia y África. Con razón el Crisóstomo se ríe de sus
sueños: pruebas de su verdad no las tiene.
Muy grande importancia tuvo en cambio el gnosticismo, padre verdadero de casi todos
los errores de los siglos III y IV. Históricamente tuvo dos grandes períodos: uno el de
los tiempos de Adriano y Antonino (117-161), con sus jefes Menandro, Saturnino,
Basflides, Valentín, Carpócrates, que fueron varones de , cierta altura así intelectual
como moral. El segundo período comienza con el siglo III, en el que pululan las
divisiones y subdivisiones de las sectas que en vez de filosofar se lanzan al abismo de
los ensueños e imaginaciones y sus jefes son gente desconocida y moralmente nada
apreciable. Los autores han preferido dividirlo geográficamente y no por sus intrincadas
ideologías. Del gnosticismo Sirio, en donde entraba Antioquía, fueron representantes los
jefes antes nombrados y tuvo alguna elevación.
Los principios fundamentales del gnoticismo eran los siguientes. Hay una ciencia
inferior de los dogmas, que es la fe común del vulgo y se llama fe o pistis; y hay otra
superior, que se llama gnosis o verdadero conocimiento. De manera que el gnóstico será
el hombre que verdaderamente ha comprendido los misterios. El gnóstico sabe que
existe un solo Dios, supremo y único que vive en las alturas solitario. Pero de el emanan
tres personas o a lo menos lo rodean. Esas tres personas son el Padre (o primer hombre),
el Hijo (o segundo hombre), y el Espíritu Santo (o sea la primera mujer). Entre todos
forman el Primer principio o Dios Supremo, Padre de todas las cosas, pero del todo
desconocido en el mundo inferior. Más: aun para los seres más cercanos a El, es un
verdadero Abyzos o Abismo: algo así como un caos de cosmogonías hesiodeas en
donde no hay luz ni orden pero que es la fuente del universo.
Entre ese Dios supremo y el mundo inferior hay un mundo intermedio suprasensible,
divino también, destinado a llenar el abismo entre el mundo de las tres Personas y el
mundo inferior. A ese mundo intermedio se le llama por esto Pleroma y también
Ogdoada. Este Pleroma se compone de seres reales y concretos (gnosis siria y
antioquena), o bien de abstracciones y pasiones personificadas que se presentan dos a
dos formando syzigias o pares: elemento masculino y femenino: gnosis neoplatónica. Y
todos esos seres de ese mundo intermedio se llaman Eones, o emanaciones. Hay un Eón
principal, que es Cristo, el cual bajó como Redentor al mundo inferior. Porque el alma y
la materia son dos elementos contradictorios que mutuamente se excluyen. El espíritu es
bueno, la materia es mala. Como el Eón demiurgo había creado la materia,
necesariamente era malo, y ese era el Dios de los judíos al cual había que combatir, lo
mismo que a su ley, la de Moisés.
Un día, sin que ese Demiurgo lo supiera, el Dios supremo dejó caer en el mundo
inferior otro Eón bueno, germen que se ha esparcido por todas las criaturas, pero que
sufre prisionero en la materia, y el Demiurgo lo persigue e intenta destruirlo. La mayor
o menor participación de ese rayo divino o Eón bueno, divide a la humanidad en
diversas categorías, en las que la salvación personal no es resultado del esfuerzo propio
sino una consecuencia involuntaria de esa participación. Así, los hombres quedan
automáticamente divididos en Pneumáticos o espirituales. Psíquicos y Materiales. En
los primeros domina el elemento aquel divino y no pueden pecar; su salvación está
asegurada y pueden hacer cuanto quieran, y son los verdaderos gnósticos; los segundos
son los cristianos ordinarios de la pistis o fe; en los terceros predomina el elemento de la
materia y están irremisiblemente condenados al infierno, como son los paganos y los
judíos, y muchos que se llaman cristianos.
La caída original no fue sino el aprisionamiento de aquella chispa vital o Eón bueno en
la materia, y su liberación la hace un Salvador. Aquí la concepción gnóstica se divide en
tres opiniones. Para unos ese Salvador era simplemente un ser superior a los otros en
justicia y santidad; para otros, eran dos seres unidos accidentalmente, uno divino y el
otro humano; para los terceros era una simple apariencia la de su cuerpo (docetismo).
Más aún: algunos afirmaban ser verdadero cuerpo el del Salvador, pero bajado del cielo
a través de María, y no de materia ordinaria. Pero la redención no se opera por los
padecimientos del Salvador, sino por el conocimiento del Dios supremo o gnosis que el
Salvador nos trajo. La resultante moral tuvo dos matices: para unos, los ascéticos, la
materia era mala y había que maltratarla y destruirla como mala; para los otros, los
licenciosos, había que mancharla con todo vigor, pues era simplemente indiferente para
la gnosis o conocimiento. De aquí el desbordamiento increíble que dieron éstos a sus
pasiones. Naturalmente tampoco admitían la resurrección. El fin del universo vendría
por la impotencia de su Demiurgo para alimentarle la vida y por el regreso sucesivo de
las chispas divinas o celestes, esparcidas en el universo, a su punto de origen.
Como se ve, debajo del gnosticismo andaba el problema de cómo concordar la unidad
de Dios con la divinidad de Jesucristo. El gnosticismo rehuía identificarlos en modo
alguno y se echaba por las regiones de los ensueños neoplatónicos, al estilo de Plotino.
Otros ingenios echaron por el camino del adopcionismo, trillado ya en parte por los
gnósticos. El más notable, y como fundador de los adopcionistas, fue Artemón o
Artemas, quien parece haber sido profesor en Roma por el año 235. El, Sabelio y
Cleomenes, según parece, querían que "idem Pater et Filius habeatur". Así lo afirmó
Tertuliano (en su Adver. Pra-xean, 5). Entonces en realidad no existe el Verbo ni se
distingue del Padre y el primer capítulo del Evangelio de san Juan ha de entenderse
como una simple alegoría. Y en consecuencia lógica, fue el Padre quien descendió al
seno de María. Los llamarán Monarquistas y también Patrip asíanos. Jesús, en su
sistema, era simplemente hijo adoptivo del Padre, de mayor virtud y gracia que los
demás hombres.
Por su parte Novaciano se atuvo a la doctrina de que, siendo el Verbo engendrado del
Padre tenía que ser inferior, así como el Espíritu Santo lo había de ser al Verbo. Esta
doctrina, llamada subordinacianismo, muy pronto se identificó con el arria-nismo. Por
lo que mira a Antioquía, ya en el siglo II un tal Satornil quiso convertir el catolicismo
en gnosticismo. Pero no tuvo especial inñuencia hasta que apareció Pablo de Samosata,
del cual tenemos noticias por la Historia Eclesiástica de Euse-bio (VII, 27-30). Fue
electo obispo de Antioquía en 260, a la muerte de Demetriano. Era un carácter mundano
y violento. Su doctrina se reducía al adopcionismo de Teodoto y Artemón, pero lo
presentaba con mayor brillo y apariencia de sabiduría. Afirmaba que hay un solo Dios
personal; pero que en El se puede distinguir un Logos y una Sofía que no tienen
subsistencia propia sino que son más bien simples atributos. El Logos es engendrado, es
decir proferido desde la eternidad, pero es siempre impersonal como el logos o palabra
humana. Jesús no es sino un hombre a quien el Logos ha inspirado en grado mayor que
a los otros profetas; y se le ha unido de un modo exterior, por modo de habitación en él.
Jesús, al ser ungido por el Espíritu Santo en el bautismo alcanzó la máxima perfección
moral, por lo que Dios le concedió el don de hacer milagros; y por su unión indisoluble
con Dios, ahí alcanzada, fue constituido Juez de vivos y muertos y revestido de una
dignidad divina. Este modo de explicar la unión del hombre Jesús con el Logos preludia
ya el error de Nestorio.
Entre los años 263 y 268 se reunieron en Antioquía tres Sínodos contra Pablo de
Samosata. Los dos primeros los presidió Firmiliano de Cesárea, pero no tuvieron
resultado práctico. El tercero finalmente lo excomulgó (267-268), sobre todo por obra
de Malquión, antiguo jefe de los sofistas, ya convertido, y ahora sacerdote en Antioquía.
Pablo fue depuesto de la sede antio-quena, pero no la abandonó gracias a la protección
de la reina de Palmira, Zenobia. Sólo bajo el imperio de Aureliano fue depuesto
definitivamente. Tras de Pablo de Samosata siguió su discípulo Luciano, de quien se
dudaba razonablemente si en realidad incurrió en error.23 Se dice que su prelado lo
excomulgó, por lo que él volvió al recto camino y finalmente murió mártir en 312. Con
todo, Pablo de Samosata había dejado abundante semilla que luego iba a fructificar.
Pero esto necesita de párrafo aparte.
1006
EL ARRIANISMO ANTIOQUENO
La brillante figura del presbítero Luciano le atrajo muchos discípulos como Ensebio de
Nicomedia, Leoncio de Antioquía, Teognis de Nicea. Pero ninguno iba a causar tanto
revuelo en el mundo doctrinal como el famoso Arrio. Tenía este hombre unos sesenta
años de edad cuando comenzó a llamar la atención. Era originario de Libia, de
costumbres austeras, de exterior imponente, de espíritu sutil, brillante y obstinado. No
tenía rival, según se decía, en el manejo del silogismo. Había sido partidario de Melecio
de Lycomedia, el rigorista. Se apartó de él en 3 1 1 ; y ocupó la importante parroquia de
Bocal, en Alejandría. Como a los ocho años de su ministerio, comenzaron a llegar
rumores de que sostenía una doctrina nueva: que el Verbo era inferior al Padre y tenía
su substancia propia, de manera que "hubo un tiempo en que no existía". Con su
actividad y métodos de propaganda se atrajo a Ensebio de Nicomedia y luego a Ensebio
de Cesárea; y compuso infinidad de cantos populares para difundir su error.
De suyo era Antioquía un campo poco fértil para aquellas discusiones, de sabor
neoplatónico, más propias de Alejandría.
(23) Para el resumen que precede, puede consultarse Tixeront, o. c, vols. I y IL Cuanto
al presbítero Luciano actualmente se cree que no incurrió propiamente en error, sino que
tuvo expresiones atrevidas en las que por defender la unidad de Dios se acercó al
sabelianismo; y que esto indujo al error a algunos de sus discípulos. Ciertamente el
Crisóstomo en su panegírico no hace referencia a ningún error que profesara. Santa
Elena, cuando visitó el Oriente, fue a Antioquía a ver el sepulcro de este mártir y le
edificó una suntuosa basílica. (Véase Mourret, o. c, vol. II, p. 21).
Sin embargo, el brillo del Presbítero Luciano, de quien Arrio había sido discípulo, hizo
que se diera entrada a sus errores. Para mejor entender la situación debemos decir una
palabra sobre las dos grandes escuelas teológicas formadas en aquellas partes del
Oriente: la antioquena y la alejandrina. La antioquena reconocía como fundador al gran
maestro Luciano. Esta escuela se apoyaba sobre todo en la filosofía aristotélica y
sostenía que en la Sagrada Escritura había un sentido único literal, aunque no negaba
que hubiera, también en diversos pasajes un sentido alegórico o típico como se dice en
el lenguaje teológico. Además, prefería la moral a la mística e insistía en la real
distinción de las tres Personas divinas en la Trinidad, dentro de la unidad de Dios, y en
la real distinción entre la naturaleza humana y la divina de Jesucristo, cosa que luego se
exageró y dio origen al nestorianismo. Los discípulos y profesores posteriores de
Antioquía siguieron esas líneas para sus estudios.
En cambio, la escuela alejandrina, que tuvo como principales fundadores y maestros a
dos figuras de inmensa talla, Clemente y Orígenes, quiso, para sistematizar en un
conjunto colosal todas las verdades católicas, basarse casi simplemente en la exégesis
alegórica de la Sagrada Escritura. Fue una sobreestimación del sentido espiritual y
moral sobre el literal e histórico, que algunas veces incluso le parecieron a Orígenes
inadmisibles. Como era natural, cayó en diversas exageraciones y errores que se
designaron con el nombre de origenismo. Había debajo del origenismo un
neoplatonismo subyacente y se daba la primacía a la contemplación de Dios; había una
insistencia demasiada sobre la unidad de Dios con peligro de sabelianismo; había una
tendencia a divinizar de tal modo a Jesucristo que la sagrada Humanidad viniera a
quedar en la sombra.
A pesar de las diferencias, como decíamos, Antioquía recibió la influencia de los
arríanos. El Concilio ecuménico de Nicea, en 325, condenó las doctrinas de Arrio, pero
éste no cedió. Pronto, para distinguirse de los católicos optaron los arríanos por encerrar
en una palabra lo central de su pensamiento y escogieron la palabra homoiousios
(Sfioiovoio$) para significar que el Verbo tenía una substancia sólo semejante a la del
Padre y le era inferior, mientras que los católicos sostenían la palabra o fórmula
homoousios (ouoovaiog) o sea consubstancial con el Padre y por lo mismo igual a El.
Apoyaron a Arrio algunos discípulos de Melecio, obispo intruso de Licópoíis, en
Egipto. Este Melecio, con cuatro presbíteros y tres diáconos de Alejandría y 29 obispos
de Egipto, formó una Iglesia aparte, y su partido se sumó al de los arríanos. Por otra
parte muchos de los intelectuales encontraban en la concepción arriana un modo fácil de
acomodar el cristianismo a sus concepciones filosóficas. Arrio murió en 335. Sus
adeptos, a fuerza de astucias, embustes y politiquerías, de tal manera se fueron
imponiendo por todas partes, sobre todo en Oriente, que llegó a decirse que todo el era
arriano.
En Antioquía, cuando comenzó a difundirse el arrianismo y llegaron a la ciudad las
primeras novedades, se le condenó y rechazó. La escuela antioquena no tenía clima para
esas formas de error de cuño alejandrino. De todos modos, no dejaron de hacer adeptos
gracias al fermento que habían dejado en la ciudad los gnósticos. Sucedió que Eustato,
obispo de Antioquía, hiciera presión sobre los otros prelados con el objeto de que se
diera cumplimiento a las determinaciones del Concilio de Nicea en contra de las
doctrinas arrianas. Entonces los partidarios de Arrio pasaron a los fraudes y violencias y
se coligaron contra Eustato. Lograron finalmente que fuera condenado por un Sínodo y
depuesto de su sede y desterrado. Murió en el destierro. Inmediatamente, por medio de
una elección turbulenta fue designado obispo de Antioquía Eufronio, que era del partido
de Eusebio de Nicomedia. Con esto, los arríanos triunfaron en Antioquía
suficientemente y la ciudad pareció ser arriana por el espacio de 30 años, o sea hasta los
primeros de vida del Cri-sóstomo.
Volvamos un poco atrás. Cuando Constancio llegó a ser el amo del Imperio, se sometió
a las influencias arrianas a causa de su mujer, a la que prácticamente gobernaban
Eutocio y Eusebio de Nicomedia, arríanos. Pero, en ese tiempo, los arríanos se
dividieron en dos facciones: los de derechas que aceptaron el símbolo del Concilio de
Nicea, pero sin la palabra homoousios o consubstancial, y los de izquierdas que no
solamente rechazaban el símbolo del Concilio, sino que ni siquiera admitían ya la
fórmula homoiousios, que había sido la tésera desde los principios. A éstos se les
nombró anomeos, porque optaron por la palabra anomoios (ávófioiog), o sea ni siquiera
de substancia parecida. Contra este grupo de arríanos en especial combatirá el
Crisóstomo; de manera que, según parece, fue la rama que más quehacer dio en
Antioquía y luego en Constantinopla al santo Doctor de la Iglesia. A estos herejes a
veces se les denomina aecianos y a veces también eunomianos a causa de los dos jefes
principales Aecio y Eunomio.
Propiamente los arríanos no comenzaron a reunirse en Iglesias separadas, hasta el año
338. Sucedió, pues, que por el estío del 341 tuviera lugar en Antioquía una solemnísima
fiesta, con ocasión de dedicarse o consagrarse el famoso templo llamado Dominicum
Aureum. Asistieron unos 97 obispos, todos orientales. Había entre ellos una minoría de
semiarrianos muy hábiles y activos, entre los que se contaba Ensebio de Nicomedia,
entonces obispo de Constantinopla. También estaba ahí Acacio, obispo de Cesárea. Se
reunieron, pues, como era costumbre, en Sínodo, al cual llamaron in encaeniis o sea de
la dedicación. Con este Sínodo comenzó la era de las definiciones en fórmulas
dogmáticas para bien determinar las posiciones doctrinales. Esto fue un gran paso para
dividir los campos y evitar confusiones entre los fieles.
Con todo, aunque Antioquía se encontrara bajo la presión de los arríanos, no
adelantaban éstos mucho. Hasta que un «obispo amano, de nombre Esteban, puso todo
su empeño en propagar la secta. Entonces sí pareció que toda Antioquía era amana. El
emperador Constancio, en las fiestas de Pascua de 344, hubo por esto de convocar un
Sínodo en la ciudad con toda urgencia, para sujetar a juicio al obispo Esteban, que se
mostraba fervoroso anomeo. Esteban fue depuesto por el Sínodo, que redactó la fórmula
llamada macróstijos, en la que algunos creyeron notar resabios subyacentes de
sabelianismo. Pero, prácticamente desde la expulsión del valeroso obispo Eustato, la
ciudad continuó bajo el dominio de los arríanos. Al fin, la masa de la población acabó
por hacerse del partido de ellos. No se nos han conservado los nombres de los obispos
de la secta en esos 30 años. Un pequeño grupo mantuvo íntegro su catolicismo y nunca
quiso reconocer a los intrusos, sino que continuó practicando el culto católico en casas
particulares. A estos fieles se los denominó eustatianos.
1007
EL CISMA ANTIOQUENO
Todavía durante la infancia del Crisóstomo otro suceso agravó más la situación
religiosa de Antioquía. Era el año 360. Los arríanos, en plenas actividades conmovían el
Oriente. Entre otras cosas lograron llevar a la importantísima sede de Constantinopla al
obispo arriano Eudoxio que gobernaba a los arríanos en Antioquía. Y se fijaron para
llenar la sede vacante en un hombre de carácter apacible y benigno, pues vieron que ese
candidato era acepto al emperador. Se llamaba Melecio. Había sido obispo de Sebaste.
Ignoramos por qué motivos había renunciado a su sede y se había retirado a la vida
privada. Los amigos de Eudoxio lo aceptaron entre otros motivos porque pensaron que
dado su carácter les dejaría manos libres en sus actividades y no se metería en los
alborotos de las cuestiones dogmáticas. (24)
(24) Acerca de este prelado Melecio, dice Olmedo, o. c, p. 204: "Para sucederle fa
Eudoxio) fue nombrado Melecio, a quien, elegido obispo de Sebaste años atrás, no
habían querido recibir en esa sede. Había tenido la debilidad de firmar la fórmula
hornea (de los arríanos), pero al tomar posesión de la sede de Antioquía, en un discurso
público ante el mismo Constancio tuvo el valor de afirmar la divinidad del Verbo,
mereciendo por ello, apenas pasado un mes, el destierro". No hemos intentado historiar
el arrianismo. Por esto nuestra narración quizá deje en los lectores alguna oscuridad. . .
Recomendamos para una exposición más completa, la excelente obra de Olmedo, S. J.
La Iglesia Católica en el mundo greco-romano, pp. 117-208. Edit. Jus, 1956.
Pero sucedió lo imprevisto. El día mismo de su toma de posesión, Melecio afirmó
claramente sus posiciones y se declaró por el dogma católico integralmente. Sostuvo en
la cátedra que el Verbo eterno era consubstancial y coeterno con el Padre y condenó el
arrianismo. El emperador Constancio, que favorecía a los arríanos, lo hizo desterrar
inmediatamente; y antes de los 30 días de haber tomado posesión hubo de tomar el
camino del destierro. Lo reemplazó un obispo netamente arriano, de nombre Euzoio.
Los herejes se arremolinaron en torno de Euzoio, mientras los católicos se dividían en
bandos a causa del destierro de Melecio.
Con esto, al subir al trono Juliano llamado el Apóstata, en Antioquía existían tres
partidos: el de los arríanos, el de los melecianos y el de los que no quisieron reconocer a
Euzoio ni a Melecio y conservaron su título de eustatianos. A estos últimos, como no
tenían obispo a quien reconocer, comenzó a administrarlos un piadoso sacerdote de
nombre PauUno. Pero Juliano, en su lucha contra la Iglesia, entre los varios métodos
astutos que empleó, echó mano de uno que dio lugar a tremendos desórdenes: en 362
dio un decreto por el cual levantaba el destierro y concedía una amnistía general a todos
los desterrados por cuestiones religiosas. Su pensamiento era por este medio promover
escándalos dentro de las creencias religiosas, para así mejor dominarlas e imponer el
neo-paganismo con que soñaba. Con esto los obispos destituidos comenzaron a regresar
a sus diócesis.
En 362, bajo la dirección de san Atanasio, se había reunido un Sínodo en Alejandría, y
uno de sus primeros cuidados fue dirigir a los antioquenos una exhortación a la
concordia. San Atanasio, Eusebio de Vercelli y Asterio de Amasea redactaron la extensa
carta, y los dos últimos recibieron la misión de hacerla llegar a los destinatarios. Por
desgracia se les había adelantado Lucífero de Cagliari, uno de los desterrados por
Constancio a causa de su firmeza en sostener la llamada fórmula de Sirmio, primera de
ese nombre, irreprochable desde el punto de vista de la ortodoxia. Este prelado, cuando
regresó de su destierro, se mostró sumamente intransigente con los que habían
flaqueado en la defensa de la fe, y al fin rompió, por ese motivo, con el Papa Liberio,
que era mucho más indulgente. Así formó una secta de tendencias rigoristas, a la que se
dio el nombre de los lucijerianos. Este obispo fue a Antioquía y consagró obispo, sin
tener ningún derecho, a Paulino, a quien favorecían los latinos; y declaró herejes a
Melecio y sus partidarios. Melecio había ya vuelto a Antioquía, merced al edicto de
Juliano, y aun había sido recibido con grande entusiasmo. Los de Alejandría, ofendidos
y todo, reconocieron a Paulino juntamente con los occidentales; los orientales en
cambio se declararon por Melecio.
Intervino en favor de Melecio el gran obispo san Basilio Magno, y aun escribió al Papa
Liberio, pero no logró convencerlo. Con la intromisión de Lucífero quedaron en
Antioquía cuatro grupos: los partidarios de Auzoio el arriano, los melecianos, los
eustatianos y los paulinianos o luciferianos. Por su parte Juliano se dedicó a a5aidar a los
anomeos del partido de Aecio y desencadenó la persecución contra los católicos. Hubo
entonces en la ciudad mártires como san Teodoreto, presbítero condenado a muerte por
Juliano, tío del emperador, y como san Teodoro, que fue sorprendido cerca del santuario
de Dafne en los momentos en que oraba sobre la tumba del mártir Babylas.
Llovían las pruebas sobre la Iglesia de Antioquía. Precisamente en esa época fue cuando
Juliano hizo una visita a la ciudad, el año 362, por el mes de agosto. Llegó en los
momentos precisos en que los paganos celebraban la fiesta de Apolo en Dafne. Pero fue
grande su decepción. El santuario del dios estaba casi solo. Como ya referimos, los
cristianos habían levantado enfrente del santuario un templo cristiano en honor de san
Miguel y un martirio o Capilla a san Babylas, y desde entonces había enmudecido el
oráculo de Apolo y su culto había venido a menos.(25) Juliano penetró al santuario, y de
pie junto a la estatua del dios, dirigió a los pocos asistentes una especie de exhortación
piadosa, cuyo texto no nos es conocido. Y desde ese momento pensó en dedicar sus
energías a reanimar aquel oráculo que era uno de los más famosos del oriente griego, y
a resucitar aquel culto que, según él afirmaba, había sido la gloria de Antioquía.
(25) As! lo afirman Sozomcno, Sócrates el historiador y san Juan Crisóstomo en una
Homilía o Tratadito sobre san Babylas y contra JuUano. !° San Juan Crisóstcmo, ibid.,
14. "T Libanio, Epitah. Ivíian.
Varios meses estuvo en la ciudad. Pero su presencia en nada sirvió para sus planes.
Había querido instituir una especie de sacerdocio o Clero pagano, pero sólo encontró
para eso "gentes que se morían de hambre, fugados de las cárceles y de los baños, que
se vieron de pronto exaltados a los más altos honores". (26) Confió la administración y
la poKtica a diversos sofistas ineptos. (27) Cierto día los antioquenos pudieron
contemplar una procesión o desfile presidido por el emperador en persona, y vieron que
"jóvenes afeminados y cortesanos sacados de sus tabucos, sostenían conversaciones
sumamente licenciosas ".(28) La comitiva misma del emperador se permitía toda clase
de promiscuidades, y se cargaba de prácticas supersticiosas y de sacrificios incesantes a
los dioses. Con semejantes elementos no era posible establecer ninguna religión nueva.
(28) San Juan Crisóstomo, Homil. en honor de san Babylas.
Además, por el mes de octubre de ese año, "en una noche sin nubes", dice Libanio, (29)
prendió, sin saberse cómo, un incendio en el santuario de Apolo de Dafne. Unos lo
atribuyeron a fuego bajado del cielo; otros a alguna chispa que inopinadamente prendió
en el maderamen. Lo cierto es que el incendio alcanzó la parte alta del edificio, y las
vigas, ya inflamadas, se desprendieron sobre la gran estatua del dios, que muy pronto
quedó consumida. Los sacerdotes dieron aviso al pueblo, que luego concurrió; llegó
también a toda prisa el emperador. Pero hubieron de contemplar el incendio "como se
asiste a un naufragio desde la orilla, sin poder prestar auxilio". (30)
(29) Libanio, Monodia super Daphniae Templum.
(30) Libanio, ibid.
Juliano atribuyó el incendio al fanatismo de los cristianos, y en represalia se siguió el
pillaje de la principal iglesia de Antioquía y del martirio o iglesia de san Teodoreto.
Pero Juliano, temeroso, no intentó ya renovar aquel culto, o por miedo a los cristianos o
al fuego del cielo o al mártir san Babylas. (31) Menos de un año después moría Juliano
en Persia, tras de una batalla, según parece asesinado por uno de sus soldados. (32)
Tenía para entonces el Crisóstomo unos nueve años de edad, y sin duda debió de
impresionarle mucho aquel suceso. Más tarde, en una Homilía o más bien Tratadito
acerca de san Babylas y contra Juliano, lo recordará largamente.
(31) P. AUard. Julien l'Apostat, t. III, p. 82.
(32) Pueden verse los pormenores en Amiano, Libanio y Marcelino. Aquello de que
muriera herido en la batalla y de que tomando un puñado de sangre lo lanzara al cielo
gritando al mismo tiempo: "¡Venciste, GaUleo!"
Todavía hubo el Crisóstomo de contemplar en su juventud otro escándalo, por haberse
mezclado en la cuestión del cisma antioqueno la del apolinarismo. Apolinar, obispo de
Laodicea, advirtió en la expresión preferida por la escuela antioquena es una simple
fábula respecto de Jesucristo "Hombre-Dios" el peligro de hacer de Cristo dos. Y
deseoso de salvaguardar la unidad de Cristo, comenzó a defender que Cristo era un
hombre en el que el Verbo se había unido a un cuerpo mortal y sensible compuesto de
carne (ffágf) y de alma animal wvX'ñ), en el cual ejercía las fSÍi, porque ponían en el
hombre tres partes, oágg, v y vovg; y de éstas daban al Verbo dos terceras partes, que en
griego se dicen Sifioígai,
Pero, en el ardor de la polémica teológica, algunos obispos antioquenos insistieron tanto
en la doble naturaleza de Cristo que llegaron a afirmar que en realidad Cristo era un
hombre completo con su propia personalidad en el que el Verbo simplemente habitaba.
Así, por ejemplo, Diódoro de Tarso, que era uno de los maestros del Crisóstomo, y
Teodoro de Mopsuestia. Cierto es que ambos prelados renunciaron a sus errores y
murieron en paz en el seno de la Iglesia Católica, aquél en 392 y éste en 428. Pero el
apolinarismo en Antioquía acabó por convertirse en un verdadero partido, cuando un
amigo de Apolinar, de nombre Vidal, presbítero de Melecio, quiso pasarse al bando del
famoso Paulino. Paulino se resistió a recibirlo entre los suyos por creerlo imbuido en el
apolinarismo o a lo menos con resabios de ese error. Por su parte Melecio a su vez se
negó a recibirlo de nuevo a causa de su defección en favor de Paulino. Y el resultado
fue que Vidal organizó su Iglesia aparte. Con esto hubo en Antioquía simultáneamente
cuatro obispos, cada uno con su partido: Paulino, Melecio, Vidal y Euzoio. Y todavía se
complicó más el asunto y el escándalo, cuando Paulino, ya en el lecho de muerte, por sí
y ante sí y sin asistencia de nadie, consagró como sucesor suyo a un tal Evagro.
Semejante irregularidad y el hecho mismo de que Evagro fuera electo por Paulino,
motivó que Evagro fuera rechazado por Flaviano, sucesor de Melecio, quien murió en
Constantinopla al asistir al Concilio de 381. Más aún: a pesar de los esfuerzos del
emperador Teodosio, el cisma antioqueno sobrevivió aun a la muerte de Evagro y de
Flaviano. Terminó totalmente en 415.
Y san Juan Crisóstomo, recién bautizado, hubo de contemplar todas aquellas miserias
humanas que en nada ayudaban al fervor de los neófitos.(33)
(33) Es notable que la vista de tales miserias sólo influyera en él para comprender mejor
que la Iglesia es una obra divina. Esto se debió, sin duda, aparte de su espíritu práctico,
a su profunda vida de fe.
1008
MIRADA DE CONJUNTO
Con lo que precede tenemos, en resumen, todos los antecedentes necesarios para centrar
el trabajo del Crisóstomo en su ministerio de la palabra en Antioquía. De su labor
pastoral en Constantinopla nos ocuparemos luego. Pero, antes de emprender la pequeña
biografía del santo Doctor, se hace indispensable echar una mirada sobre el conjunto de
aquella situación enmarañada del siglo IV, siglo a la vez de las grandes herejías y de las
grandes definiciones de la verdad, siglo como pocos ha vivido la Iglesia de Dios.
Quien ponga sus ojos únicamente en el cuadro que presentan las herejías, o mejor dicho
los heresiarcas y sus satélites en acción, quizá se sienta inclinadp a tener un concepto
menos exacto de la marcha de la Iglesia en aquellos tiempos. Pero se equivocaría
lamentablemente. En realidad, "el siglo que sigue a la paz otorgada por Constantino a la
Iglesia es sin género de duda el más fecundo y el más brillante de la Antigüedad
Cristiana, pues ningún otro vio florecer tantos genios, ni aun vio salir a luz tantas obras
maestras. San Atanasio, seguido más tarde por san Basilio, los dos Gregorios, de Nissa
y de Nazianzo, y san Juan Crisóstomo, son los grandes luminares del Oriente, mientras
que el Occidente puede gloriarse de san Hilario, san Ambrosio, san Jerónimo, y al
finalizar el siglo IV y alborear el V, del más genial de todos, san Agustín... Los Padres
de esta época estaban formados en la mejor tradición de la cultura grecolatina". De ahí
su clacisismo y elegancia en la presentación de la doctrina de la Iglesia. Por otra parte
tenían un "pensamiento vigoroso, gracias a la firmeza y sinceridad de la fe cristiana y a
la profunda cultura filosófica de donde emanaba". Y finalmente, tenían un verdadero
"enciclopedismo, podríamos decir, pues los Padres se mueven con grandísima facilidad
y acierto en todas las formas y en todas las materias del saber humano de entonces:
exégesis, apologética, dogmática, moral, controversia, ascética, historia, elocuencia y
aun poesía". (34)
(34) En muy breve resumen lo trata Olmedo, o. c, p. 212.
Más o menos contemporáneos del Crisóstomo fueron ademas otros notables hombres
que brillaron con su brillo propio cada uno en su esfera, como san Epifanio, san Paulino
de Ñola, Dídimo el Ciego, Casiano, Rufino, etc. Unas pocas líneas sobre los principales
completarán el cuadro, pues junto a ellos es como mejor se aprecia la altura del
Crisóstomo. Porque precisamente para contrarrestar los gravísimos peligros enumerados
ya, que cercaban a la Iglesia, suscitó el Señor toda una pléyade de grandes Pastores,
hombres a la vez prudentísimos y sapientísimos, que sostuvieron el choque de las
herejías, de los emperadores, del paganismo renaciente, de la perversión de costumbres,
y sacaron a flote la nave de Pedro, en cuanto el hombre sirve de instrumento al poder
divino, de aquella fea encrucijada. Parecían "personajes casi sobrenaturales, cuyas
virtudes, talentos y sufrimientos imponían respeto aun a sus enemigos". (35)
(35) Godofredo Kurt, o. c, vol. II, p. 238.
Allá en Oriente y cerca del Crisóstomo, brilló desde luego el eran Basilio. Nacido en
330, murió en 379. Fue abogado. Su hermana Macrina lo enderezó hacia el fervor y la
santidad. Recibió el bautismo a los 27 años y viajó por Siria, Mesopotamia, Palestina y
Egipto. Luego se hizo monje y se entregó al trabajo manual juntamente con san
Gregorio Nacianceno. Se ordenó sacerdote en 370. Le entusiasmaban los Clásicos y
dedicó una de sus bellas Homilías a explicar a los jóvenes el modo de sacar provecho de
la lectura de los autores profanos. Finalmente fue consagrado obispo de Cesárea.
También fueron obispos sus dos hermanos: Gregorio, de Nissa, y Pedro, de Sebaste. La
elegancia de su estilo suele compararse con la de Pericles, Lisias, Isócrates y
Demóstenes.(36)
(36) Editó sus obras Paul AUard, Saint Basile, 4a. ed. París, 1903.
Brillaba también san Gregorio de Nazianzo, llamado el Teólogo. Nació en 330 y murió
hacia el 390, cuando el Crisóstomo era ya famoso en la predicación sagrada. Estudió én
Cesárea de Capadocia, luego en Alejandría y por último en Atenas, al lado de san
Basilio. Se bautizó en 357, se ordenó sacerdote en 362 y fue consagrado obispo, contra
su voluntad, en 372. Como Juliano el Apóstata prohibiera la enseñanza de la religión a
los neófitos, él, para suplir de alguna manera la deficiencia de instrucción cristiana, se
dedicó a componer poemas que, aprendidos de memoria, se recitaran y se cantaran. Su
poesía está llena a la vez de imaginación y de sanas reflexiones. En 381 Teodosio lo
llevó a Constantinopla, en donde fue consagrado arzobispo, pero después de algunas
peripecias, se retiró a su patria, Arianzo, y ahí acabó sus días entregado al cultivo de un
huertecillo.(37) Amaba tan sinceramente la elocuencia que escribiendo a Juliano le
decía: "¡Todo lo demás os lo abandono: riquezas, nacimiento, gloria, prestigio. . . pero
la elocuencia, ésa la reivindico; no me duelen los afanes y trabajos, los viajes por mar y
tierra que empleé en adquirirla. En todas partes la he buscado: en Occidente, en Oriente,
pero sobre todo en Atenas, ornamento de Grecia, y por largos años trabajé en
adquirirla".(38)
(37) Se conservan suyos 45 discursos y 500 poesías, además de 243 Cartas. Para su vida
y obras, puede verse Guignet.
(38) Gregorii Opera Omnia, I, 132, Orat. 4.
Por su parte, en Oriente llevaba a cabo una obra parecida a la de san Ambrosio en
Occidente, san Gregorio de Nissa. Nació en Nissa de Capadocia y vivió entre los años
335 a 394. Era hermano de san Basilio. Al principio se dedicó al estudio de la Retórica
y contrajo matrimonio. A la muerte de su esposa abandonó el mundo. En 371 fue
consagrado obispo de Nissa, y luego fue metropolitano de Sebaste, en el Ponto, en 379.
Asistió al Concilio de Constantinopla del año 381 al lado del Nacian-ceno. Y como
teólogo y filósofo se le tiene por superior a Basilio y a Gregorio, su coterráneo. Se le
llegó a llamar Pater Patruum y fue autor de diversas obras exegéticas al modo de la
escuela de Alejandría.(39) Una intriga arriana lo expulsó de su pequeña diócesis de
Nissa, y anduvo errante y lleno de penalidades. A la muerte de san Basilio, como los
arríanos, coléricos contra tan temible adversario, pusieran mácula en sus escritos, el de
Nissa tomó la pluma y completó el Hexámeron de su hermano Basilio y escribió la
defensa de éste y luego sus Libros contra Eunomio. "Se complacía en los análisis sutiles
y dejaba a su razón avanzar cuanto era posible por entre las tinieblas del misterio ".(40)
Focio decía de él, más tarde: "ningún retórico tiene palabra tan brillante, tan blanda a los
oídos, como el hermano del gran Basilio ".(41)
(39) Mourret, o. c, vol. II, pp. 300-301.
(40) Mourret, ibid.
(41) Focio, Patrol. Craec, vol. XLVI, Opera. Cita de Mourret.
Mucho podríamos decir de otros grandes hombres que por entonces florecían, pero lo
omitimos y nos remitimos a los tratadistas especiales de la materia. Apuntaremos
solamente un rasgo que nos dará a conocer lo que eran aquellos hombres con quienes se
pareaba el Crisóstomo. Nos lo ha conservado san Gregorio Nacianceno. Cuando san
Basilio hubo de enfrentarse con el emperador Valente, arrianizante, por motivo de la
cuestión religiosa, tuvo con Modesto, Prefecto del Pretorio de dicho emperador, el
siguiente diálogo: "¿Con qué derecho, le preguntó Modesto, rechazas la religión del
emperador? — El emperador es una criatura de Dios, como yo; y yo no adoro a ninguna
criatura. — ¡Teme el castigo de tu audacia! — ¿Cuál? • — ¡La confiscación de tus bienes,
el destierro, la muerte! — ¡Amenázame con otras cosas! ¡No tengo nada qué perder,
porque no poseo más que mi manto y algunos libros! En cuanto al destierro, soy
extranjero en la tierra y en todas partes soy huésped de Dios. Por lo que toca al cuerpo,
tras de los primeros golpes quedará insensible a los sufrimientos. La muerte será para
mí una bendición, puesto que me acercará más presto a mi Creador. — ¡Nadie se ha
atrevido a hablarme así, a mí, investido con la autoridad de Prefecto! — ¡Es, por lo visto,
que no te has encontrado nunca con un obispo ! "(42)
(42) Discurso XLIII, 48-51. Lo tomamos con pequeñas variantes para abreviar, pero
conservando estrictamente todo el sabor y todo lo sustancial.
Iba, pues, a desarrollarse la vida del Crisóstomo al lado de preciosas bellezas naturales
que informarán su imaginación ardiente y le darán alas para acumular tropos sobre
tropos en el ansia de aclarar a sus oyentes las verdades cristianas. Al lado del vocerío de
las turbas frenéticas ante los juegos y los espectáculos del circo, en donde se permitían
toda clase de desórdenes y tumultos. Junto a una cantidad de hechiceros y supersticiosos
que vagaban por las calles y las plazas engañando con sus embustes a los crédulos
antioquenos. En medio del barullo sordo del enjambre de negociantes que andaban a
caza de ganancias más o menos justas y honorables. Delante de oficiales y cortesanos
empeñados en la adulación y en el fausto, a veces de simple relumbrón. Muy cercano al
calor de los hogares cristianos en donde la piedad y la virtud tenían su refugio. Y en un
siglo de discusiones tormentosas en que el ingenio se agotaba para defender las propias
apreciaciones con un calor que con frecuencia daba lugar a verdaderas matanzas. Pero
también, ante el espectáculo sublime de aquellas grandes luminarias de la Iglesia que
sostenían, con la firmeza que da la santidad, el Tabernáculo de Dios en la tierra, y
además lo paseaban en triunfo entre persecuciones, destierros y muertes. Hombres a
quienes se les podía aplicar hasta cierto punto la frase que del gran Basilio escribiera el
gran Gregorio de Nazianzo: "¡Ah! — exclamaba al recordar los días que con san Basilio
había pasado en Atenas estudiando la elocuencia — : ¿Cómo recordar aquellos días sin
derramar lágrimas?... Únicamente conocíamos dos caminos: el primero y el predilecto,
el que nos conducía a la Iglesia y a sus Doctores; el otro, menos elevado, el que nos
conducía a la escuela y a sus maestros ".(43)
(43) Citado por Mourret, p. 205, /. c.
1009
SOL QUE SE LEVANTA
Nació san Juan Crisóstomo en la ciudad de Antioquía, según la fecha más tardía en
354.(44) Imposible actualmente localizar la barriada y menos la casa en donde vio la luz
aquel niño que había de llegar a ser "la mayor lumbrera del mundo" como orador, según
el juicio de sus contemporáneos. (45) Nobles eran sus padres y de muy cristiana familia.
El se llamaba Segundo y era Prefecto de las milicias de Siria; ella se llamaba Antusa y
tenía fama de virtud en la ciudad, como se desprende de un incidente que más tarde
recordará san Juan en referencia a Libanio. Tuvo una hermana mayor que él, cuyo
nombre no se nos ha conservado.
(44) Actualmente la crítica se va fijando definitivamente en esta fecha. Anduvieron los
autores vacilando entre 343, 345, 347 y 354.
Segundo murió muy pronto, pero su viuda Antusa ya no contrajo segundas nupcias sino
que se dedicó totalmente a la formación de sus hijos y a la administración de sus bienes.
Ignoramos cuándo murió aquella hermana mayor del santo, pero debió de ser también
muy pronto, pues la historia no vuelve a mencionarla. (46) Entonces todo el cariño y
cuidados de Antusa se concentraron en su hijito Juan. Años más tarde, cuando san Juan
Crisóstomo escriba su Tratado A una Viuda Joven, hará memoria de la sólida virtud de
su madre. Cuenta en él que un día Libanio, que era su maestro, gentil y supersticioso,
preguntó a algunos quién era la madre de aquel su notable discípulo Juan. Le
contestaron que era una mujer viuda. Preguntó de nuevo cuántos años tenía esa mujer.
Le dijeron que era viuda desde los veinte y que ya tenía cuarenta. Libanio, admirado,
exclamó: "¡Qué mujeres tan excelsas hay entre los cristianos!" (47)
(45) San Nilo, monje. Epístola 279, en el Libro III de la edic. de Roma, 1668, p. 435. La
frase es xbv fiéyiaxov (pcoazijga rfjt; oíxovfiévrjg.
(46) Para la vida de san Juan Crisóstomo puede consultarse como una de las más
autorizadas entre las antiguas la Sancti loannis Chrysostomi Vita, nunc primum
adórnala del R. P. Bernardo de Montfaucon, O.S.B. en su Opera Omnia Sancti loannis
Chrysostomi. Entre los modernos, Puech, Saint Jean Chrysostome, París, 1900; o Baur o
Bardy(1937).
(47) Se hablaba también de una tía del santo, de nombre Sabiniana, a la cual se supone
escrita la Carta así titulada del santo. Véase Montfaucon, vol. III, p. 189. Se afirmaba de
ella haber sido Diaconisa en la ciudad de Cúcuso, a donde llegó el santo cuando fue
desterrado de Constantinopla; pero ya entonces ella estaba "senectute quidem et
aerumnis pene obruta, sed tanta animi alacritate, tanto erga Chrysostomum affectu
praedita, ut se paratam esse diceret etiam in Scythiam profiscici: rumor enim erat
Chrysostomum illo amandandum esse. . . Putat autem Tillemontius eam ipsam
Sabinianam esse fortassis, quam amitam Chrysostomi fuisse narrat Palladius in historia
Lausiaca".
Con ese ejemplo en su hogar, Juan se acostumbró al ejercicio de la virtud desde
pequeño. Se mostraba inclinado a la piedad, y era tan recto e inflexible en el
cumplimiento de sus deberes que algunos lo tuvieron por arrogante. Era además muy
franco en reprender los vicios y en decir la verdad. Uno de sus mejores biógrafos dice:
"Antusa no tuvo que trabajar como Mónica en atraer de nuevo a su hijo a la fe y a la
sabiduría: no hizo sino asistir en cierta manera al desenvolvimiento armonioso de una
alma candida, a la que según parece no perturbaron nunca las pasiones mundanas ".(48)
Ella le procuró los mejores maestros que en aquel tiempo había en la ciudad: en
Retórica, Libanio; en Filosofía, Andragacio. Y el joven Juan sobresalió en ambas
materias, que eran las que entonces formaban a un orador.
(48) Puech, Saint Jean Chrysostome, París, 1900, p. 3.
Poquísimas son las noticias fidedignas que de las mocedades de san Juan nos han
quedado. Ciertamente a eso de los 20 años era un muchacho muy equilibrado y
virtuoso, pero nada encogido. Se gozaba con los triunfos oratorios y alardeaba de
ingenioso en las disquisiciones filosóficas. Le encantaban, como buen aníioqueno, las
funciones del teatro. Recorría a una y otra parte la bella patria en donde le había tocado
nacer. Y con el sutil espíritu de observación de que estaba dotado en todo se fijaba.
¿Cruzó por su camino alguna joven que atrajera sus cariños? No tenemos noticias
seguras en concreto. Pero no sería extraño que su corazón veinteañero, rebosante de
salud, lleno de las ilusiones del foro, halagado por los triunfos de la oratoria, se hubiera
dejado llevar del natural amor a alguna de las hermosas jóvenes orientales que
abundaban en Antioquía. Eso sí, si tal cosa hubo, debió de ser siempre dentro de los
límites que prescribe la ley cristiana, pues ni el ejemplo de su madre ni el ejercicio
previo de la virtud pueden dejar que otra cosa supongamos.
Escogió, por de pronto, la carrera de abogado, y comenzó a ejercitarla delante de los
tribunales con mucho éxito. También aprovechaba otras ocasiones para demostrar su
arte; de manera que su fama comenzó a divulgarse en Antioquía, como la de Cicerón,
jovencito aún, se divulgó por Roma. Una curiosa anécdota se nos ha conservado a este
respecto. Escribió Juan en cierta ocasión un discurso laudatorio de los emperadores, y
tal que a él mismo le pareció una pieza maestra. Entusiasmado, no dudó en enviarle
copia a su maestro Libanio. Este le contestó: "En cuanto hube recibido tu grande y
elegante discurso, lo leí a algunas personas de las que se ocupan en la oratoria; y no
quedó una que no saltara de gozo y lanzara exclamaciones e hiciera cuanto suelen hacer
los que se llenan de admiración. Por mi parte, como era razón, me llené de alegría de
que para demostrar tu arte en el foro te emplees además en otros ejercicios. Y por cierto,
te juzgo feliz de poder alabar en la forma en que lo haces, y también a aquellos que tal
pregonero de su alteza han encontrado, como son el padre que dio a sus hijos el Imperio
y los hijos que de él lo recibieron". (49)
(49) Montfaucon, o. c, vo!. XIII, p. 104. Con todo algunos pensaban que esas palabras
de Libanio se referían a otro Juan. No podemos menos de detenernos un poco en la
figura de este Libanio, maestro de san Juan Cri-sóstomo en la elocuencia o mejor dicho
en la retórica. De sus obras se nos han conservado unas que son didácticas y poco
originales, pero que, en cambio, resumen las ideas del siglo IV en asuntos de oratoria.
Otras son oraciones o discursos. Poseemos 143 Ejercicios Preparatorios y 51
Declamaciones (él las llamó fieXérai), sobre temas ficticios; también un buen número
de descripciones, caracterizaciones y argumentos. Estos últimos, llamados Hypótesis,
versan sobre Demóstenes y son notables por su concisión y los datos que aportan. Los
compuso juntamente con una vida (filog) del gran orador, para el Procónsul Montius,
quien era un admirador de Demóstenes. Entre sus obras históricas, descuella una
Apología de Sócrates, que viene siendo una apología del paganismo. En esta obra
Libanio se cree el más sublime representante de dicha religión y aun llega a
contraponerse a Jesucristo, aunque sin decirlo claramente (véase sobre esto O. Apelt,
versión alemana de la Apología de Sócrates de Libanio, Leipzig, 1922). Sus Cartas y
Discursos, todos referentes a sucesos contemporáneos, son de grande interés para la
historia. Se han conservado 64 Discursos, de los que el más interesante es el 59,
correspondiente al año 348. El Epistolario consta de 1,544 Cartas auténticas y 397 que
en el siglo XV fabricó a su nombre el humanista véneto P. Zambeccari, como lo
demostró Foster en 1876. Es el Epistolario más abundante de la antigüedad clasicista.
Parece claro que Libanio al escribirlas pensaba ya en que la posteridad había de leerlas;
y a pesar de todo, dejan ver bien las cualidades y defectos del autor. Libanio conoció
como nadie los autores helenos. Reiske afirma de él que si se quisieran editar
críticamente sus obras sería necesario saber de memoria, como un mínimum, todos los
discursos de Demóstenes, a quien Libanio continuamente imita. Su lenguaje es puro, sus
giros castizos, aunque quizá no tan naturales. Tal fue el gran maestro que Dios deparó
para el gran Crisóstomo. Y Stein (Vol. I, pág. 242) asienta: et sa maitrise en rhétorique
surpasse meme celle de son maitre, le pa'ien Libanius.
Era el profesor Libanio una de las grandes figuras del Imperio de Oriente. Nacido en
Antioquía, mostró desde joven un ardor inmenso por el estudio; hasta el punto de que
para dedicarse a él, se privaba de las carreras de caballos y las fiestas del circo, lo que
para un antioqueno era el summum, de las privaciones. Pagano por determinación firme
de su voluntad, nunca quiso saber nada del cristianismo. Sus autores favoritos eran
Hornero, Hesíodo, Demóstenes, Lisias, Herodoto, Tucídides, los grandes trágicos
helenos, Píndaro, Platón, Aristóteles. Porque, aunque tan bien dotado, tenía un curioso
esnobismo literario: solamente leía autores griegos y nunca latinos.
Se trasladó a Atenas en 336, cuando tenía 22 años, para oír las lecciones del retórico
Aristodemo; pero allá los compañeros lo persuadieron a que oyera las de Diofantes.
Luego viajó por Corinto, Esparta, Argos, y regresó a Atenas, en donde pleitos y
envidias escolares le causaron profunda desilusión. Partió a Cons-tantinopla. Brilló allá
como profesor; pero de nuevo la envidia lo obligó a desterrarse y fue a establecerse a
Nicomedia en 344. Permaneció ahí cinco años, con orgullo de la ciudad, que por sólo
tenerlo en su seno se consideraba superior a Constantinopla. Ahí se encontró con
Juliano el Apóstata. Después el emperador lo llamó de nuevo a Constantinopla; pero
con licencia suya, por sentirse enfermo, regresó a su patria Antioquía, tras de 16 años de
ausencia. Se agravó en Antioquía y sus amigos lograron que el emperador revocara la
orden que le había dado de regresar a Constantinopla.
Para entonces su fama llenaba el Oriente. "Los helenos se aprendían de memoria los
principios de sus discursos y los cantaban en vez de sus ordinarias canciones". —
Cuando en 362 Juliano fue a Antioquía, lo primero que hizo fue visitar a Libanio. Murió
en su ciudad natal ya anciano. Su muerte debió de acaecer por el 393. Se cuenta que
estando para morir, como sus discípulos le preguntaran a quién dejaría él su cátedra,
contestó: "A Juan si los cristianos no me lo hubieran arrebatado". Se refería al
Crisóstomo.
Tenía Juan un amigo de nombre Basilio que era muy piadoso. Este, al notar que Juan se
iba desviando del recto camino, hasta abandonar los antiguos ejercicios de piedad,
procuró apartarlo del foro y hacer que se dedicara al estudio de la Sagrada Escritura. La
reacción de Juan fue violenta. (50) Dejó los vestidos propios del foro y comenzó a darse
a una vida de retiro en su hogar. Apuntaban ya los deseos de la vida monástica, pero su
madre le rogó que no la abandonara, y él obedeció. Era entonces obispo de Antioquía
Melecio, del que ya hemos hablado. Este, apenas se dio cuenta de las egregias dotes del
joven Juan, comenzó con él una amistad que no se interrumpiría ya hasta el sepulcro.
Frecuentemente lo llamaba y tenía con él largas conversaciones piadosas; hasta que al
cabo de tres años, logró que se bautizara; porque siguiendo una costumbre muy de la
época el bautismo so Ka retrasarse muchísimo, a veces hasta la hora de la muerte.
(50) Montfaucon advierte: "De animo eius ad iraní, magis quam ad vere-cundiam prono,
hoc ex alterius testimonio refert Sócrates, qui pergit et ait: 'Et ob vitae sanctimoniam
non ita cautus (fuit Chrysostomus) circa futura; ob simplicitatem vero, aditu facilis.
Immodica etiam libértate in coUoquiis utebatur. Et in docendo quidem multum iuvabat
ad informandos audito-rum mores; in congressibus vero arrogantior videbatur üs qui
ipsius animum non noverant'."
Se bautizó Juan según parece el año 369. Melecio en seguida lo ordenó de Lector,
porque el fervor del neófito no encontraba descanso sino en el servicio divino. Juan
tomó muy a pechos su nueva profesión de cristiano aceptada y confirmada por el
bautismo; y dicen testigos que lo conocieron que desde ese día nunca más se le oyó
mentir ni jurar ni detraer la fama de los otros, ni proferir imprecaciones, cosas todas tan
en boga en aquella sociedad antioquena. Se aseguraba que ni siquiera era capaz de
tolerar en su presencia los gracejos fútiles con que otros se divertían. Fue, pues, una
conversión radical a Dios nuestro Señor.
Como Basilio viera a su amigo tan adelantado en la virtud, le propuso que entre ambos
tomaran en alquiler una casa aparte en la que pudieran vivir en plena soledad, a la
manera de los monjes. Se opuso Antusa y su hijo la obedeció. Se desquitó en cambio
entregándose en su propia casa a toda clase de penitencias corporales, como ayunos,
vigilias, disciplinas, cilicios y dormir en el suelo. El defecto que por entonces más
combatía el santo era el de la vanagloria. Con todo, no se mostraba misántropo ni
retraído, sino que cultivaba las relaciones sociales propias de su posición social, en
especial las de su amigo Basilio y las de sus condiscípulos de la escuela de Libanio.
En seguida se despertó en él el celo de las almas. Y logró persuadir a dos de sus
condiscípulos, Teodoro y Máximo, a que le siguieran en su modo de vivir. Los cuatro
amigos llegaron a ser obispos: Juan lo fue de Constantinopla, Basilio de Rafanea en
Siria, Teodoro en Mopsuestia y Máximo en Seleucia de Isauria. Por algún tiempo
Teodoro dejó el camino de la perfección y se volvió a las vanidades del mundo. Pero
Juan insistió con él en varios escritos hasta que logró que volviera al buen sendero.
Conservamos sus dos Tratados a Teodoro Caído.
Por ese mismo tiempo, tuvo Juan como maestro en la santidad y en las ciencias
sagradas, aparte del obispo Melecio, a Diodoro de Tarso y al notable Carterio, quien
dirigía en la ciudad una "escuela de ascetas". (51) Diodoro era uno de los grandes
maestros de la escuela teológica antioquena, cuyos principios luego exageró Teodoro de
Mopsuestia. Su modo de pensar y sus métodos influyeron en san Juan Crisóstomo, y su
huella se reconoce aún en las Homilías que el santo compuso, en su mayor parte en
forma de Comentarios a la Sagrada Escritura. Pero el buen sentido de Juan y su
profunda humildad lo preservaron de los errores que entonces por todas partes
pululaban. Bajo la influencia de Carterio, san Juan se enamoró más aún de la vida
monástica, pero no pudo entregarse a ella hasta el año 374. De esta época de su vida se
nos han conservado dos incidentes.
(51) Así la llama Sozomeno, H. E. L. VHI, cap. 2.
Fue uno de éstos que, como el año 370 Melecio fuera de nuevo llevado al destierro, y
además vacaran algunas diócesis en el intermedio de dicho destierro corrió el rumor de
que tomarían a Juan y lo consagrarían obispo, lo mismo que a su amigo Basilio.*
Basilio, con la persuasión de que el rumor acerca de su persona no habría llegado a
Juan, se decidió a consultarlo sobre lo que debería hacer en el caso de que en realidad
fuera electo, porque creía que era del todo indigno de semejante cargo. Juan, que lo
conocía bien, le aconsejó que de ninguna manera fuera a oponerse, puesto que nada
necesitaba entonces tanto la Iglesia como obispos dignos, y que él tenía todas las
cualidades, y que no se precipitara en dar una negativa. Aceptó con humildad Basilio el
consejo. Y como supiera Juan que las cosas se ultimarían de un día para otro, se ocultó.
De manera que cuando fueron por él los que querían elegirlo y llevarlo a la
consagración, solamente encontraron a Basilio y a éste lo llevaron y lo hicieron obispo.
Basilio, apenas consagrado, fue en busca de Juan y se le quejó amargamente de que lo
había engañado. Pero Juan se contentó con decirle que le había dado aquel consejo
porque reconocía en él todas las cualidades que ha de tener un prelado.
* Melecio congregó un Sínodo en Antioquía en el otoño de 379 con 153 obispos. El
Sínodo adoptó los decretos romanos enviados por el Papa Dámaso (Bardy).
El otro incidente tuvo lugar a las orillas del Orontes. Había ordenado el emperador
Valente que se hiciera una requisa general de autores y libros que trataran de
hechicerías. Y a fin de que ningiin culpable pudiera escapar de la ciudad, ésta quedó
rodeada de guardias. Había un cierto individuo que era autor y había escrito un libro de
magias, y temeroso de ser descubierto fue y arrojó su Hbro al Orontes. Con todo, por
diversos indicios, se le descubrió y fue aprehendido. Los soldados le exigían que
entregara el libro que había escrito. El decía no tenerlo ni haberlo escrito. A pesar de
todo, porque los indicios lo condenaban, fue entregado a la muerte. Como el libro estaba
en pergamino, comenzó a flotar sobre las aguas al tiempo en que Juan y un compañero
suyo iban a visitar la Iglesia de los Mártires, y acertaban a pasar por la orilla del río.
El compañero de Juan, al ver el pergamino, se bajó a recogerlo, mientras Juan
jocosamente le decía: "¡Cuidado, eh! ¡que a mí me toca parte del hallazgo!" En esto
vieron a uno de los soldados que pasaba frente a ellos y enmudecieron de temor. Porque
el Ubro, que ya iban desplegando, desde la primera página todo era de hechicerías. No
sabían qué hacer. Porque si de nuevo lo arrojaban al río, lo notaría el soldado y ellos
serían condenados a muerte como autores de hechicerías, y lo mismo les sucedería si lo
guardaban. Pero el soldado pasó de largo sin caer en la cuenta, con lo que eilos
arrojaron de nuevo el Ubro al río.
Finalmente, pudo, como indicábamos, poner san Juan en obra su proyecto de retirarse a
la soledad, en 374. No se ha conservado ni siquiera en la tradición el sitio a donde se
retiró. Sólo sabemos que perseveró en él cuatro años entregado al estudio de las
Sagradas Escrituras, a la meditación y a la penitencia. Sin duda que tendría a la mano
las obras de los grandes escritores de su tiempo y quizá también las de Orígenes. Pero es
muy de notar que en sus escritos y HomiKas no hace alusión ni cita a esos autores y
comentaristas. Habla siempre de lo que él ha estudiado y meditado, y lo hace tamquam
auctoritatem habens, y como con particular luz del cielo.
Al cabo de los cuatro años, tal vez porque su fama atraía a diversos visitantes y descoso
de una mayor soledad se refugió en una caverna en donde permaneció por otros dos.
Quizá haya sido alguna de las del monte Silpio, abiertas en la roca calcárea. Desde ahí
tendría a sus pies el ingente movimiento comercial de la ciudad y su loco barullo, sin
que le estorbaran en sus ejercicios de santificación. A éstos se entregó con tan excesivo
fervor, que su salud falló; y extenuado por las penitencias, hubo de regresar enfermo a
Antioquía. Dios nuestro Señor lo destinaba a otra empresa gigante. Era el año 380, y en
la gran Antioquía hacían gran destrozo la ligereza, la voluptuosidad, los trastornos
cismáticos y las herejías. Era necesario un hombre de la talla del Crisostomo para
restaurar las ruinas y enseñar de nuevo a todo el universo los caminos del servicio de
Dios.
1010
EL PREDICADOR DE ANTIOQUÍA
Melecio, que había vuelto de nuevo a su sede antioquena, apenas vio que san Juan
regresaba del desierto y de la caverna, se puso en contacto con él; y como lo advirtiera
perfectamente preparado, lo ordenó de Diácono en 380 o comienzos del 381. Ya había
escrito el Crisostomo su primer hbro, que fue el De la Compunción, rogado por su
amigo Demetrio, mientras estaba en la soledad de los montes cercanos a Antioquía. Por
otra parte, el emperador Valente, ya desde la muerte de su hermano Valentiniano en
374, se dio a perseguir a los católicos, y sobre todo a los monjes; y ordenó que muchos
fueran arrojados de sus monasterios, inscritos en la milicia o encarcelados. Antioquía
quedó llena de terror. Con esa ocasión, un amigo de Juan fue a la soledad y le rogó que
escribiera en defensa de los monjes. Redactó entonces su Tratado Contra los
Opugnadores de la Vida Monástica. Y luego otro A un padre infiel y finalmente, un
tercero A un padre fiel. Por ese mismo tiempo redactó el otro de la Comparación entre
un Rey y un Monje. (52) También había escrito el Libro de la Consolación a Estelequio,
y otro al energúmeno Estagirio, y los acerca Del Sacerdocio. De estos primeros libros
dice Dom Ceillier: "El estilo florido y las citas frecuentes de ejemplos tomados de
autores paganos que en ellos se encuentran, no permiten dudar de que san Crisóstomo
los escribiera siendo todavía joven". (53)
(52) Aprovechó san Juan la soledad para estos escritos. Otros, según parece, los escribió
poco antes de retirarse a la soledad. Pueden verse acerca de esto los especialistas; y en
breves introducciones a las piezas que vamos a traducir algo diremos de cada una.
Parece que san Juan, una vez que se retiró a la soledad de los montes vecinos a
Antioquía, se encontró con un Superior de nombre Siró, "severissimae disciplinae
senem", dice Montfaucon. Anciano de severísima disciplina. Con él estuvo el santo
cuatro años. Según ese autor se acogió a la soledad a pesar de los ruegos de su madre
que aún no había muerto. La forma de vida de aquellos solitarios la refiere el mismo
Montfaucon sacándola de las descripciones del Crisostomo: "Mucho antes del amanecer
se levantaban para orar en común. Luego cantaban Maitines deteniéndose en esto largo
tiempo. Después se entregaban al trabajo manual. Unos cavaban la tierra, otros cuidaban
de las legumbres y hortaliza, otros acarreaban el agua, otros tejían espuertas y cestillos y
cihcios, y no faltaban quienes se ocuparan en escribir libros o en copiarlos. Parte de la
mañana la dedicaban a la lección de las Sagradas Escrituras. Y todos en absoluto
estaban obligados a un estricto silencio. Pero si los visitaban los seculares, entonces les
hablaban de la vida futura y de las cosas de Dios. Y sucedía que a veces los que habían
ido de visita, movidos de aquellos ejemplos se quedaban a vivir ahí. Dividían el día en
cuatro partes, mediante el canto de las Horas sagradas. Ayunaban todo el día, y la cena
era pan con sal, algunos añadían un poco de aceite y los ancianos y enfermos
acostumbraban comer legumbres. Bebían sola agua. Seguíase una colación espiritual de
cosas de la virtud, y luego, en esteras, dormían sobre el suelo. Su vestido era de pelo de
cabra o camello o de pieles ya gastadas. De su trabajo comían y hacían limosnas y
lavaban los pies a sus huéspedes". El Crisostomo dudó algún tiempo en abrazar tan
estrecha vida.
(53) Histoire Genérale des Auteurs sacres, París, 1861, t. Vil, p. 18.
Pero Melecio hubo de asistir, ese año de 381, al Concilio de Constantinopla, ordenado
por Teodosio, y aun hubo de presidirlo a causa de que Timoteo de Alejandría, por varios
motivos, sufrió un retraso en su viaje. Apenas iniciado el Concilio, murió Melecio y en
su lugar fue electo en la ciudad de Antioquía el virtuoso Flaviano. Este, que también
conocía perfectamente al Crisostomo, no dudó en ordenarlo de presbítero en 386.
Inmediatamente le encomendó la predicación, pues él, por su edad y por carecer de
dotes oratorias no podía desempeñarla. Para entonces en Antioquía todos llamaban a
Juan el venerable. Su preparación había sido la más propia de un orador sagrado:
conocimiento del arte oratorio, ciencia eclesiástica y santidad. La primera vez que subió
al pulpito fue para predicar sobre su propia ordenación de presbítero. Y con esa HomiKa
abriremos nosotros la versión de sus obras.
El Crisostomo y san Jerónimo ocupan, según los autores, un puesto principal o mejor
dicho excepcional en la reforma de las costumbres en el siglo IV. 54 Pero el Crisostomo
"había nacido orador y es uno de los más grandes maestros de la elocuencia ya profana
ya sagrada". (55) El Crisóstomo "pretende más celebrar e inspirar la virtud que
demostrar el dogma... Es familiar, adaptado al auditorio. Tan pronto lo alaba por su
piadosa atención como lamenta su frialdad o sus frecuentes ausencias. Combina la
acción del tribuno popular con la del confesor. Es el foro y el santuario juntamente. Es
la unión de lo que hay de más elevado en la palabra oratoria y de más insinuante en la
dirección de las almas". (56) "Predicó, casi sin interrupción, con un talento inagotable y
una preocupación constante de ser eficaz, de no dejar de combatir ninguna de las
debilidades o de las supersticiones contemporáneas, en Antioquía doce años
consecutivos, del 886 al 398, y luego, en Constantinopla, durante otros seis, del 398 al
404". (57) Y nunca perdió de vista ante todo el bien de las almas.
(54) Mourret, Historia General de la Iglesia, vol. II, pp. 307-28.
(55) Mourret, o. c, vol. II, p. 337.
(56) Villemain, Tablean de l'eloquence chrélienne au IV siéc
(57) A. Puech, Saint Jean Chrysostome, p. 34.
El nuevo predicador hizo, en lo referente al mensaje evangélico, las veces de su prelado
anciano y achacoso. Subía al pulpito semanahnente y con frecuencia diariamente y aun
dos y tres veces al día, y siempre parecía nuevo y nunca cansaba a su auditorio. Sus
Homilías nos han llegado tales como fueron por él pronunciadas y recogidas de su boca
por los estenógrafos; porque el santo jamás se preocupó de revisarlas y menos de
pulirlas. Y durante todo ese tiempo fue el Crisóstomo "el director de conciencia de
Antioquía, de Oriente, y en cierto modo de toda la Iglesia". (58) Solamente Orígenes
supera al Crisóstomo en fecundidad. Apenas se hace creíble la cantidad inmensa de
escritos que brotaron de su pluma y los discursos que brotaron de su boca, siendo así
que anduvo, casi siempre enfermo y ocupado en muchas otras cosas tocantes al
ministerio sacerdotal primero y luego episcopal. Y sus Homilías y escritos coman por
todo el Oriente y después por toda la Iglesia a la par de los de Basilio, los dos
Gregorios, Ambrosio y los demás grandes Padres de la Iglesia. Solamente para el lapso
del siglo VIII al XVI, calcula Baur que se copiaron 1,917 manuscritos de las obras de
este santo.
58 Mourret, /. c, p. 341. Weiss en su Historia Universal, vol. III, p. 231, asegura que a
veces el Crisóstomo tenía hasta 100,000 oyentes.
Tranquilo e inflamado de celo iba desarrollando el ministerio de la palabra en
Antioquía. Pero Antioquía era, como tantas ciudades de Oriente, una ciudad turbulenta.
Llevaba el Crisóstomo apenas un año en su predicación, cuando hacia fines del invierno
del 387, se suscitó una conmoción terrible. Ya fiiera por motivo de la celebración del
quinto aniversario de haber sido proclamado Augusto el joven Arcadio, ya para
solemnizar los diez años de imperio del gran Teodosio, o ya finalmente para subvenir a
las necesidades de la guerra contra el tirano Máximo, o ya en fin por motivo de diversas
necesidades públicas, hubieron de agravarse las ya pesadas contribuciones que agotaban
a los antioquenos. Los más comedidos de entre los ciudadanos, acudieron al Prefecto de
la ciudad, y con lágrimas en los ojos, se quejaron del monto exorbitante de los
impuestos, al mismo tiempo que en las iglesias se imploraba el auxilio divino en
semejante calamidad.
Con esta ocasión, una turba de circunvecinos, extranjeros y ciudadanos de la ínfima
plebe, se lanzó al desorden y a la rebelión. Destrozaron el baño público, fiieron luego a
la casa del Prefecto y forzaron la entrada y la invadieron. Con alguna dificultad se les
echó de ahí. Entonces se lanzaron sobre las imágenes de los príncipes que estaban
pintadas en tablas, y las lapidaron, las mancharon y las echaron por tierra. Todo entre
insultos al Augusto y a Eudoxia. Finalmente, derribaron las estatuas del Emperador
Teodosio y de su esposa Flacila, que ya había muerto, y las arrastraron. Comenzaba la
destrucción en grande cuando el Prefecto echó sobre la plebe un escuadrón de saeteros
que la dispersó. (59)
(59) La mejor reconstrucción de este episodio es sin duda la que el mismo Crisóstomo
fue haciendo en el curso de las veinte Homilías que dijo al pueblo antioqueno para
calmarlo y consolarlo con esta ocasión.
A la sedición se siguió el terror, hasta el punto de olvidarse de las contribuciones, por
miedo al castigo de Teodosio; y muchos se fugaron a los montes y a los desiertos. Se
temía que Teodosio, en venganza, arrasaría la ciudad y condenaría a muerte a muchos
de los ciudadanos. Teodosio estaba entonces en Constantinopla. Ante la urgencia de las
circunstancias y los apremios de los ciudadanos, el virtuoso obispo Flaviano, aunque
cargado de años, con la salud quebrantada, y dejando a su hermana enferma y que le
suplicaba no la abandonara hasta ver su muerte, se marchó a Constantinopla con el
objeto de entrevistar al emperador. También acudieron los monjes de las vecinas
soledades a consolar a los afligidos, y todo era llantos y temores en el foro y en las
casas. Entre tanto Flaviano siguió su camino, y en una entrevista conmovedora, aquel
venerable prelado, con lágrimas y ruegos alcanzó de Teodosio el perdón para la ciudad
y que solamente fueran castigados los que se comprobaran culpables de la sedición. El
mismo Teodosio no pudo contener sus emociones al contemplar postrado a sus plantas
aquel hombre en que la santidad se reflejaba, y al que luego la Iglesia daría el nombre
de santo. Refiere el Crisóstomo la entrevista en una de sus Homilías, la que predicó
cuando regresó el Prelado con la noticia de que el emperador Teodosio se había
conmovido y había concedido cuanto se le pedía en favor de la ciudad. Los antioquenos
empavesaron el foro, encendieron luminarias y el gozo fue general. Así terminó aquella
rápida tormenta.
Pero ella dio ocasión al Crisóstomo — quien mientras iba Flaviano a Constantinopla
había quedado al frente de la iglesia de Antioquía — para predicar una veintena de
Homilías, con las que mantuvo levantado el ánimo de la población durante toda la
cuaresma del año 387. Son también del tiempo de su estancia en Antioquía las 32
Homilías sobre el Génesis; el comienzo del Comentario sobre los Hechos de los
Apóstoles; la explanación del Evangelio de San Juan; las elegantísimas Homilías sobre
la Epístola de san Pablo a los romanos, sobre las dos Epístolas a los de Corinto, la de los
Gálatas, la de los Efesios, la de Timoteo, la de Tito, y las noventa preciosísimas sobre
san Mateo; aparte de otra gran cantidad de Homilías referentes a las festividades de los
santos, a asuntos morales y varios Tratados. Increíble parece que un solo hombre
pudiera llevar tan enorme trabajo, y más cuando con frecuencia su salud no era del todo
satisfactoria.
En párrafo aparte trataremos de la oratoria del Crisóstomo, sus cualidades y los defectos
que se le achacan. Por ahora es necesario que no interrumpamos el hilo de su vida. Su
fama de incomparable orador corrió por todo el Oriente y creció tanto que se aseguraba
haberse congregado no pocas veces la ciudad entera para escucharlo, con auditorios que
llegaron a alcanzar la cifra de 100,000 oyentes. Quizá se tratara de algo sobrenatural,
como ha sucedido algunas veces con otros predicadores de la palabra de Dios,
especialmente misioneros. Lo cierto es que el Crisóstomo, que solamente buscaba la
gloria de Dios y la salvación de las almas, predicaba hasta tres Homilías el mismo día,
en diversas iglesias, llevado de su celo y su fervor, y en algunas se alargaba mucho
porque los fieles no se cansaban de oírlo. Con frecuencia acababa ronco, y a pesar de la
ronquera continuaba el ministerio de la predicación por ser oficio que el Prelado le tenía
encomendado; como le sucedió, por ejemplo, un poco después de las Homilías sobre las
Estatuas, cuando el alboroto de los antioquenos contra el emperador Teodosio.
Así las cosas, sucedió que el día 17 de septiembre de 397 muriera el obispo de
Constantinopla, Nectario, quien gobernaba aquella sede desde el 381, como sucesor de
san Gregorio Na-zianzeno. A la muerte de Nectario se siguió una indigna competencia
entre muchos eclesiásticos, que no dejaron piedra por mover para conseguir cada cual
ser elevado a esa sede constanti-nopoUtana. Pero la parte más seria de los ortodoxos
anhelaba un Prelado digno. Rogaron entonces al emperador Arcadio que tomara este
negocio a su cargo. Arcadio tenía en la corte un valido que prácticamente lo manejaba,
pues él era de carácter débil. Se llamaba Eutropio.(60)
(60) Olmedo, o. c, p. 225, pinta a los dos jóvenes emperadores Arcadio y Honorio,
hijos de Teodosio el Grande y Flacila, sucesores el primero en el Imperio de Oriente y
el otro en el de Occidente, con una sola expresión que los caracteriza perfectamente:
"Con el advenimiento al trono imperial en 395 de dos príncipes adolescentes, 'flores de
gineceo', incapaces de reinar por sí mismos, Arcadio y Honorio, la decadencia del gran
Imperio Romano se precipita". Mourret amplía más las noticias. "Arcadio, a quien
correspondió el gobierno del Oriente, contaba justamente 18 años. Honorio, para quien
fue el de Occidente, no había cumplido los 11. Arcadio, de carácter débil, vivió, durante
los trece años de su reinado, dominado sucesivamente por el gascón Rufino, por el
eunuco Eutropio, por el General godo Gainas, y por la emperatriz Eudoxia, quienes
desplegaron su actividad en la exclusiva satisfacción de sus ambiciones, intereses y
rencores... El niño Honorio no salió de su infantilismo, según las apariencias, durante
los diez y ocho años de su reinado. Tuvo por tutor al General vándalo Estilicen, quien,
soldado hábil, consiguió contener algún tiempo a los bárbaros". (O. c, vol. II, pp. 431-
432). Puede verse sobre estos hombres Stein, cap. VI del vol. I. Sin dificultad podemos
imaginar la contrariedad que significó para el Crisóstomo el verse arrancado de pronto y
como a traición de su ciudad y su auditorio. En adelante no volverá a pisar el suelo de
Antioquía ni podrá visitar, como solía hacerlo fervoro sísimamente, aquellos martirios e
iglesias, en cada uno de los cuales quedaba resonando el eco de su palabra. En especial
aquel templo, encanto suyo, ediiieado, según se decía, sobre una antigua iglesia
demohda en la persecución de Dioclesiano, pero reconstruida después por Constantino,
y que por tener la cúpula toda revestida de laminillas de oro fue llamado por el pueblo el
Dominicum Aureum. Su planta era octogonal y había sido consagrada en 341 bajo el
reinado de Constanzo II. Tenía la particularidad de que su altar no estaba vuelto al
occidente, como era la costumbre de las iglesias orientales, sino al oriente.
En un viaje que Eutropio hizo al interior del imperio, conoció al Crisóstomo. Y
comunicó al emperador que no había otro más digno de ocupar la sede
constantinopolitana. Pero, como por una parte se temía que el pueblo antioqueno se
negara a dejar salir a su elocuentísimo predicador, del que se gloriaba delante de todas
las ciudades, y aun suscitara un tumulto para impedir su viaje; y por otra se juzgara que
el mismo Crisóstomo huiría o se escondería, por tenerse como indigno de semejante
honor, Eutropio aconsejó al emperador una astucia: que ordenara al Prefecto de Oriente
un viaje por Antioquía con un pretexto cualquiera, y que dicho Prefecto sacara al
Crisóstomo de la ciudad sin ruido, y lo remitiera a Constantinopla. Una vez recibida
esta orden, el Prefecto se dirigió a Antioquía y en una buena ocasión rogó al Crisóstomo
que lo acompañara a visitar la Iglesia de los Mártires, que quedaba fuera de la población
en un suburbio. Cuando estaban ahí, de pronto se presentó un militar, con la orden del
emperador; y sin más detuvo al santo, lo hizo subir a una posta pública y lo remitió a
Constantinopla. Así comenzó el doloroso calvario que sólo había de terminar con la
muerte.
1011
CONSTANTINOPLA
Digna es también esta ciudad, nuevo campo del gran Crisóstomo, de que nos
detengamos un poco a considerarla. Fue fundada por Constantino el Grande entre los
años 324 y 330. En estos siete años el emperador hizo llevar allá materiales de todas
partes y en forma regia. Se levantó un sinnúmero de construcciones, como termas,
templos, edificios oficiales, etc. En una palabra se creó artificialmente toda una ciudad
por el mandato y bajo ¡a vigilancia del más grande monarca de la tierra, quien no omitió
gastos para satisfacer sus deseos.
Propiamente fue construida sobre la antigua Bizancio, ciudad situada en el estrecho del
Bosforo que separa Europa de Asia. Bizancio había sido capturada entre el312yel313
por Maximino. Hacia el 323 la ocupó Licinio, quien en parte la destruyó. Luego
Constantino la amplió a tres kilómetros al occidente. Se la llamó Konstantinov pólis o
bien, uniendo los dos nombres Konstantinoupolis o sea Ciudad de Constantino o
Constanti-nopla. Su historia puede dividirse en cuatro períodos: el heleno-dórico que va
desde su fundación primitiva hasta el 330 d. C; el greco-romano, que llega hasta el
advenimiento al trono de Justiniano en 527; el bizantino, que va del 527 a 1453 en que
cayó en manos de los turcos; y el turco, desde 1453 hasta nuestros días. Al dividirse el
Imperio romano, fue capital del Imperio de Oriente. Después fue la capital de
Turquía.(61) A nosotros nos interesa el período greco-romano; y éste solamente entre
los siglos IV y V.
(61) El nombre Constantinopla en turco es Istambul o Estambul. Se cree haberse
derivado de la frase con que los habitantes de la campiña solían invitarse para ir a la
ciudad, es decir: eiq rrjv nóXivl: ¡a la ciudad! Es esta una frase eKptica, en la que ha de
suponerse un verbo, por ejemplo etc.
La ciudad se extendía del lado del Mar Mármara o brillante; pero abarcaba también la
entrada al Mar Negro o Ponto Euxino. Entre esta entrada y la ciudad había una bahía
grande llamada Cuerno de Oro, por su forma, que la separaba de la Gaiata. Sobre la
bahía se habían tendido dos puentes. San Juan Crisóstomo con alguna frecuencia hubo
de cruzarla para ir a predicar al otro lado. Atravesaba la ciudad un torrente llamado
Lycus, famoso por los milagros de san Gregorio Taumaturgo, quien vivió de 213 a 270
y tuvo como una de sus discí-pulas en la santidad a santa Macrina, abuela de san Basilio
Magno. El Lycus corría de noroeste a sureste. Iba a desembocar al Cuerno de Oro; y los
mejores edificios se levantaron no sobre las orillas de éste, a pesar de sus bellas coHnas,
sino sobre las pendientes que daban al Mar Mármara.
Se amplió el Agora y se la denominó Augusteon y se la rodeó de pórticos y columnatas.
Ahí se colocó una estatua de santa Elena, la madre de Constantino. Las termas de
Zeuxipos se adornaron con mármoles, columnas y estatuas y se ensanchó el Hipódromo
de Septimio Severo, que era el centro de la vida pública y social. Al oriente del
Augusteon se elevó el edificio del Senado o Buleuterion y se le dio la forma de basílica,
con su pórtico y sus estatuas y un ábside terminal. Al sur, sobre el flanco del
Hipódromo se levantó la residencia imperial o Sacro Palacio. Atribuía además la
tradición a Constantino la fábrica de catorce iglesias dentro del recinto urbano. Las más
importantes fueron las de santa Irene y la de los Apóstoles. La de Santa Sofía fue
bastante vulgar, y su esplendor se debió a Justiniano.
El perímetro constantiniano quintuplicó el área de la antigua Bizancio, y a pesar de todo
ya en el siglo IV no era suficiente para contener la nueva población. De manera que la
ciudad llegó a ocupar las siete colinas que se hallan casi todas entre el Lycus y el
Cuerno de Oro; y para los constantinopolitanos aun esto fue un cierto modo de parearse
con Roma. Luego se la cercó con una muralla. Antes de Constantino parece que no tenía
más allá de 30,000 ahnas; pero ya en el siglo V se llegó a estimar el número de sus
habitantes en 500,000. Podían distinguirse en ellos tres clases: el elemento griego, que
era el más abundante, con mucho, los colonos latinos y una grande cantidad de
bárbaros. Sus turbas eran indisciplinadas, volubles e impulsivas. Con excesiva
frecuencia se entregaban a conmociones populares sangrientas y devastadoras por el
más leve motivo, v.gr., una controversia religiosa, una diferencia de los partidos del
Hipódromo, un desastre militar, un tratado que se celebrara con los enemigos, una
concesión que se hiciera a comerciantes extranjeros. Tenía un Demarco, pero ni la
aristocracia ni la plebe se le sujetaban y apenas si podía dominar un poco a la Clase
media.
Como dijimos, el emperador Constantino saqueó materialmente las ciudades griegas y
los templos paganos para embellecer su nueva ciudad: Atenas, Chipre, Cízico, Cesárea,
Creta, Esmirna, Nicea, Bitinia, Cilicia, Rodas hubieron de sentir la mano del emperador.
La ciudad llegó a tener hasta 26 templos en sus arrabales. Solía decirse que en
Constantinopla había tres grandes construcciones: "Dios tiene la Santa Sofía, el
Emperador el Sacro Palacio, el pueblo el Hipódromo". Y en esas tres construcciones
estaban también simbolizados los tres grandes poderes de la ciudad.
El Clero constituía una Clase privilegiada y numerosa, pero había una confusión
demasiado peligrosa entre la religión y la política. El Estado se aprovechaba del Clero
para sus fines, y el Clero, a su vez, hacía lo mismo con el Estado. Y esta mutua
ingerencia fue creciendo. Con el tiempo, el Patriarca llegó a ser el jefe de una Iglesia, la
Ortodoxa, y quiso imponer su autoridad a los emperadores. Añadíase a esto la influencia
de los monjes, que eran numerosísimos y muy venerados. Ya en tiempo de Teodosio II
(408-450), llegaron a contarse hasta noventa monasterios. Algunos poseían muy
grandes riquezas. Por su ascetismo, los monjes eran los directores más buscados para las
conciencias, sobre todo entre la aristocracia femenina. Aparte de esto, los iconos o
imágenes veneradas y con fama de milagros, mantenían en torno a los monasterios una
atmósfera de veneración. Pero la turba de los monjes con frecuencia era tumultuosa y
perturbaba la paz de la ciudad y llegaba en su alboroto hasta el Sacro Palacio. (62) A
veces los emperadores la emprendían contra los monjes; pero en general eran éstos los
que mantenían a buena altura los estudios sagrados.
(62) Véase Diehl, Byzance, p. 113.
Cierto es que los bizantinos no se señalaron por la originalidad de pensamiento ni
crearon en literatura obra alguna de arte inmortal, pero se les atribuyen dos méritos:
iniciaron en la vida espiritual a muchos pueblos del Oriente y mantuvieron a través del
medioevo la tradición de la cultura griega antigua, y así traspasaron ese patrimonio al
Renacimiento italiano y a las demás sociedades modernas. Por otra parte, el genio
griego ya para entonces había contraído una grave enfermedad: a fuerza de jugar a lo
sofista con lo verdadero y lo falso, sin otro fin que hacer brillar la sutileza de su ingenio,
se había hecho incapaz de soportar el peso de cualquiera doctrina seria llevada a sus
consecuencias. Y así, cada artículo de la fe revelada se convirtió en Constantinopla en
asunto de mil controversias en las que se aprovechaban las ocasiones dé deslumhrar,
pero sin seriedad: eran auténticos descendientes espirituales de Gorgias y de Cameades.
A este propósito es curiosa la etopeya que nos trasmitió San Gregorio de Nissa, sobre el
barullo que traían en Constantinopla los anomeos. "En todas partes, dice, en las plazas
públicas y en las encrucijadas, en las calles y en los callejones, se veía el transeúnte
asaltado por personas que le comenzaban a perorar a troche y moche sobre la Santísima
Trinidad. Iba uno a cambiar moneda. Al punto, la cuestión del Engendrado y del no
Engendrado. Se preguntaba a un panadero respecto al precio del pan y respondía: 'El
Padre es mayor y el Hijo le está subordinado'. Se dirigía al baño público, y el bañista
anomiano le decía: 'A mi parecer el Hijo procede sencillamente de la nada'. ¿Debemos
decir que todos estaban locos? ¡Por lo menos a todos la herejía les había trastornado la
cabeza!" (63) También los no vacíanos contaban con numerosos adeptos.
(63) Sobre la divinidad del Hijo y del Espíritu santo en Patrol. Graec, vol. XLVI, col.
557. .
Al mismo tiempo, el atractivo más ordinario de los constantinopolitanos eran las
carreras de caballos en el Hipódromo. Esas frivolas diversiones se hacían cuestiones de
Estado. Para defender la causa de un auriga favorito se demostraba un valor y un vigor
increíbles, y se ponía el alma entera en estos graves debates, y se sabía derramar la
sangre por un caballo. Hubo tumultos en el circo que costaron la vida a millares de
hombres y que comprometieron la existencia misma del trono. Las discusiones de
azules y verdes, nacidas en las cuadras, dividían al Imperio de Oriente y daban nombre
a sus contiendas. Según que uno pertenecía a los azules o a los verdes, así se deducían
sus opiniones políticas y aun sus creencias religiosas. Los soberanos aumentaron la
importancia de estos bandos y reglamentaron sus actos y hasta sus palabras. (64) El circo
era una institución oficial en donde reinaba la más sacrilega mezcolanza de puerilidad y
religiosidad: "Todos están en oración en el circo, decía el Por-firogeneta; se balbucean
Oremus hasta en las cuadras de los caballos; los Demarcas y otros dignatarios hacen
grandes signos de la cruz sobre las bestias y las gentes; y la multitud, en el momento de
partir los carros, asedian con sus súplicas a Dios y a la Santísima Virgen, para que los
caballos de su partido obtengan el triunfo". (65)
(64) Puede verse acerca de esto a Constantino Poríirogeneta, De Caeremoniis aul.
byzant, I, 10, 55, 56, 70, etc.
(65) Constantino Porfirogeneta, ibid.
Desde los días de Constantino, dice otro autor, la moralidad pública no había hecho sino
bajar y bajar, y de caída en caída llegó al punto más bajo. Para aquella población
movediza y voluptuosa no había responsabilidades; vivía a merced de sus
preocupaciones o de sus pasiones o de los caprichos del Poder. La anulación del sentido
moral se caracterizaba en ella por la ignorancia de lo que cada cual a sí mismo se debía
y también a los demás; y por una indiferencia absoluta en la elección de los medios de
medrar; y un ridículo despliegue de entusiasmo y esfuerzos para alcanzar los objetos
menos dignos; y en fin, y sobre todo, por un grado inaudito de servilismo y de
abyección con relación al Poder. (66)
(66) Godofredo Kurt, o. c, vol. II, cap. VI.
Al principio Bizancio dependió de la sede episcopal de He-raclea de Tracia y aun parece
que no tuvo algún obispo propio hasta el 211 ó 217. La serie de obispos aparece, como
cosa regular, desde el 307. La leyenda del apostolado ahí de san Andrés es muy
posterior y data del siglo V o comienzos del VI; y parece que se la inventó para
justificar las pretensiones de gran ciudad y primacía eclesiástica de Constantinopla.
Al tiempo del Crisóstomo luchaba por imponer su primacía sobre varios Exarcados. El
santo siguió esa línea política que coincidía con la de los emperadores. Por otra parte, su
sede constituía la manzana de la discordia entre Antioquía y Alejandría, ansiosas de
dominar en Bizancio. Y sobre todas esas dificultades estaba la de la grande cantidad de
herejes, especialmente arríanos, bajo el nombre de eunomeos. Estos tuvieron como jefe
a Eunomio, quien era "un hombre de cepa rural, basto y contrahecho, que tenía su rostro
corroído por una especie de lepra". (67) Pero cuando repetía los sonoros períodos de
Platón o exponía los sueños místicos de Plotino se transformaba. El, Aecio y Asterio
trabajaron a la par y pusieron de moda la palabra Ingénito en vez de Dios y al Verbo lo
hicieron engendrado por Dios pero como simple criatura. Ya dijimos cómo en 360 el
obispo amano Eudoxio que estaba en Antioquía fue trasladado a Constantinopla por los
arríanos. Luego éste fue desterrado y ocupó la sede un semiarriano, Macedonio.
Continuaron los ires y venires de los herejes.
(67) Rufino, H. E., L. I, cap. 15 asegura de Eunomio que "regio morboborabat".
Cansados pueblo y Clero de tanto desbarajuste, suplicaron al emperador Teodosio que
se les pusiera como obispo al célebre y piadosísimo Gregorio Nacianceno. Este, a la
muerte de san Basilio, había determinado retirarse a la soledad totalmente. Pero ante la
voluntad del emperador fue a Constanti-nopla. Los arríanos estaban aiin en posesión de
todas las iglesias, por lo que hubo de hospedarse en la casa de uno de sus parientes.
Pronto, con su santidad y su elocuencia, logró algo así como resucitar la Iglesia de
Constantinopla, hasta el punto de que él mismo a la capilla o local en donde predicaba
la denominara la Anástasis o Resurrección. Todo iba, pues, viento en popa, como suele
decirse.
Pero en la fiesta de la Pascua del 379, una turba de arríanos, conducida por agitadores,
se dirigió a la Anástasis y apedreó a los fieles. Ahí hirieron a san Gregorio y mataron a
uno de sus compañeros al grito de: "¡Mueran los adoradores de tres dioses!" Por su
parte san Gregorio se mostró lleno de bondad, sencillez y candor, y ni siquiera quiso
acudir al emperador, que era Teodosio.
Un día llegó a Constantinopla un hombre raro. Vestía manto blanco y usaba gran bastón
y largos cabellos teííidos de rubio, a guisa de filósofo cínico. Se llamaba Máximo y
pertenecía efectivamente a una secta que usaba la indumentaria que él llevaba. Decía
que profesaba el más puro cristianismo y que había confesado la fe en una de las
persecuciones. El santo se dejó persuadir y aun sentó a su mesa al extranjero y le hizo
toda clase de honores y hasta pronunció en público su elogio. (68) Pero aquel hombre al
mismo tiempo iba urdiendo contra Gregorio un complot, porque ambicionaba
suplantarlo en la sede metropolitana. Para eso se había ganado la confianza de Pedro,
Patriarca de Alejandría, y se hizo enviar desde Egipto siete hombres escogidos que
salieran garantes de sus títulos. Se ganó además a un buen número de marinos de la
ñota imperial y sobornó con oro abundante a muchos de los servidores de Gregorio.
Finalmente se aprovechó de un día en que Gregorio estaba enfermo en su lecho, se
introdujo en la Anástasis y procedió a su propia consagración como obispo, con grande
escándalo y tumulto del pueblo. Este acudió enseguida en masa y Máximo hubo de
refugiarse en la casa de un flautista, en donde se dio fin a la ceremonia de su
consagración.
(68) Gregorii Opera, Diálogo XXV: Elogio del filósofo Herón vuelto del destierro.
El santo Gregorio se echó a sí mismo la culpa de todo y quiso inmediatamente volverse
a su soledad; pero el pueblo lo conjuraba a continuar al frente de la sede y le decía: "Si
te vas, la Trinidad se va contigo!" Por fin en 380, el 24 de noviembre, el emperador se
presentó en Constantinopla y presidió en persona la toma de posesión de Gregorio, tras
de haber intimado al obispo arriano Demófilo que con todos los suyos abandonaran
todas las iglesias. Estos se negaron y el emperador los hizo salir a viva fuerza; y
condujo a Gregorio, rodeado de una gruesa escolta, a Santa Sofía, el 26 de ese mes por
la mañana. "Una densa niebla se extendía sobre la ciudad", dice el mismo Gregorio. Los
herejes estaban furiosos, los católicos cantaban victoria. Desde entonces comenzó a
predicar en Santa Sofía.
Teodosio, queriendo arreglar las cosas, ordenó la reunión de un Concilio para el año de
381 ahí en Constantinopla, e invitó a todos los obispos, incluso a los herejes. Ya dijimos
que este concilio lo presidió al principio Melecio, el obispo de Antio-quía. El Concilio
antes que nada declaró la nulidad de la ordenación de Máximo y pensó que la autoridad
de san Gregorio serviría en gran manera para solucionar el cisma antioqueno, a que ya
hemos hecho referencia. Pero los griegos, menos Timoteo de Alejandría, estaban por
Melecio y los latinos con el Papa Dámaso se inclinaban a Paulino. Melecio murió en
381, a los comienzos del Concilio. Según parece, Melecio y Paulino habían celebrado
un contrato por el cual aquel que sobreviviera al otro tendría el derecho legítimo de
obispo. Aunque san Gregorio tenía no pocas cosas de qué resentirse respecto de
Paulino, con todo lo sostuvo, apoyando la validez del contrato. (69) Pero parece que
cometió el error de aludir al apoyo que Paulino tenía de los occidentales, lo que sublevó
a los miembros jóvenes del Concilio que eran orientales, por lo que el Concilio le
rechazó su solución. El Concilio nombró obispo de Antioquía al virtuoso Flaviano
contra el parecer de Timoteo. Otros dicen que la elección no ñie en el Concilio sino en
Antioquía. Pero Gregorio renunció en seguida a la presidencia del Concilio y luego a la
sede constanti-nopolitana y se retiró a Arianzo, su pueblo natal, en donde murió. Le
sucedió en la sede Nectario, que todavía era catecúmeno, en 381; y la gobernó hasta su
muerte el 17 de septiembre del año 397.
(69) Lo confiesa él mismo en su poesía XIL Gregorio renunció porque los obispos
egipcios y macedonios contradijeron la validez de su elevación a la sede de
Constantinopla como contraria a un canon del Concilio de Nicea. Véase Stein, vol. I,
pág. 198.
1012
COMIENZA EL CALVARIO
Se ve, por lo dicho, que no iba san Juan precisamente a un lecho de rosas. Con todo, fue
fortuna para él haber entrado a gobernar en tiempo del débil Arcadio, pues aún no se
acentuaba en demasía la corriente que andando los años haría de aquella sede casi una
dependencia de los emperadores. Por lo demás, las ambiciones de Alejandría sobre la
primacía en Oriente, que aprovecharon la debilidad de Arcadio, las susceptibilidades y
el carácter altivo de la emperatriz Eudoxia y las pasiones de los validos del emperador,
le iban a causar graves molestias, el destierro dos veces y finalmente la muerte lejos de
Constantinopla.
Con la desaparición de Nectario se desató un torrente de ambiciones en torno a la sede
vacante. Paladio lo describe ampliamente. Sacerdotes y laicos se movían y nada dejaban
por hacer: unos adulaban a los magistrados, otros presentaban dones al emperador, otros
procuraban captarse el favor de las turbas; y aun los presbíteros andaban con
procedimientos indignos: yovvnerovvTeg dice Paladio, o sea implorando la sede de
rodillas. Uno de los más activos intrigantes fue Teófilo, que gobernaba la sede de
Alejandría desde 385. Anhelaba poner un prelado que pudiera manejar a su antojo.
Pensó en un presbítero de nombre Isidoro y lo envió a Constantinopla con ricos
presentes para Arcadio. Juntamente le dio dos cartas en las que declaraba todo su plan a
Isidoro.
Pero aconteció que un Lector que acompañaba a Isidoro le sustrajo las cartas e hizo
público el plan. Isidoro aterrorizado huyó rápidamente y se regresó a Alejandría.
Entonces se presentó en Constantinopla personalmente Teófilo. Este hombre, de quien
dicen los historiadores antiguos que era vafer et callidus y que conocía a los hombres
por el solo aspecto, se encontró con que el Crisóstomo no era un hombre a quien él
pudiera manejar; y se negó en absoluto a consagrarlo. Entre tanto, varios de los Obispos
congregados con esa ocasión, sabedores de las ambiciones de Teófilo, escribieron
diversos libelos acusándolo. El valido Eutropio reunió los libelos y se los presentó al
mismo Teófilo y le puso la disyuntiva de o consagrar al Crisóstomo o presentarse ante
los tribunales para responder de aquellas acusaciones. Teófilo prefirió consagrar al
santo, el 26 de febrero de 398; pero inmediatamente se regresó a Alejandría.
San Juan Crisóstomo, apenas consagrado obispo se dedicó fervorosamente al oficio de
la predicación. La primera Homilía que dijo ya consagrado se ha perdido. La segunda
fue en lucha contra los anomeos. Así continuó su combate contra diversos herejes, como
los marcionitas, los maniqueos, los valentinianos y los judíos, aparte de la ordinaria
instrucción de sus ovejas. Trabajó además en desarraigar ciertos vicios muy extendidos
en la ciudad. Encontró, entre otros, que grande cantidad de doncellas hacían profesión
de virginidad; pero hombres mal intencionados las inducían a vivir en sus casas de ellos
como si fueran sus hermanas y las vestían esmeradamente y convivían con ellas, de
donde se seguían males sin cuento y muy vergonzosos. También halló algunos clérigos
que hacían lo mismo con las dichas doncellas, y trató de corregirlos, con lo que se echó
encima su enemistad. Persiguió tenazmente toda clase de vicios, pero en especial la
adulación, el robo y la avaricia. Y para dar ejemplo, comenzó él mismo por examinar
las cuentas episcopales; y todo cuanto en ellas le pareció excesivo ordenó que se
distribuyera a los hospitales, de los que levantó un buen número. Al fi-ente de los
hospitales puso a presbíteros, dos en cada hospital, y señaló médicos, cocineros y todos
los demás servicios necesarios. También fijó su atención en las viudas, que en aquel
entonces tenían cierta como dignidad en la Iglesia, y a las que encontró demasiado
libres en sus costumbres les aconsejó la oración y el ayuno. Creció la enemistad de
algunos clérigos contra él a causa de que, en un exceso de fervor, les ordenó hacer
oración durante la noche, cosa que ellos no acostumbraban, y aun habían olvidado los
deberes de su estado. Procuró finalmente que se estableciera algo así como un Colegio
de Propaganda Fide para enviar misioneros a las regiones de los bárbaros, en especial a
Fenicia.
Con estos trabajos, muy pronto la veneración de los fieles constantinopolitanos por su
prelado subió a un grado muy notable: se le estimaba como santo, como orador y como
prudente en su gobierno. Y no era fácil la tarea. Muchos obispos, en aquellas épocas,
ventilaban y juzgaban las causas eclesiásticas y religiosas de su provincia, y también las
civiles cuando las partes acudían a ellos para eso. Ya en tiempo del Crisóstomo los
fieles se inclinaban ante el obispo para recibir su bendición, y los predicadores se la
pedían para subir al pulpito. El prelado usaba el báculo, el anillo y la mitra, que se
reducía a una cinta de metal que le ceííía la cabeza, como insignias de su cargo. Lo
rodeaban diversos oficiales como los arcedianos, los arciprestes, los corepíscopos, los
sincelas o comensales, los notarios, los abogados, los archiveros, los sacristanes y los
mansionarios: formaban todos una verdadera corte eclesiástica que servía así para el
despacho de los negocios como para el debido esplendor y autoridad de los prelados.
Los Concilios de Gangres en 364, Laodicea e Hipona en 393, prohibieron los ágapes o
comidas en reunión que habían perseverado hasta entonces en forma de comidas
funerarias, a las que a veces tenía que asistir el prelado, en las fiestas de los mártires.
Prohibieron además la costumbre de llevar las Sagradas Especies a las casas particulares
o al ir de viaje y ya en el siglo cuarto acabó por desuso semejante costumbre. Nectario,
en 396, prohibió en Constantinopla la costumbre de la confesión pública de los pecados,
y esta disciplina eclesiástica se extendió después por todo el Oriente.
Celosamente cuidaba el Crisóstomo de todo esto y muy en particular de ir extirpando
los abusos que se cometían en el Hipódromo y en el circo. Se aprovechaba además de
los sucesos ordinarios y de las calamidades públicas para multiplicar su predicación y
aconsejar y exhortar a todos a la penitencia y a la virtud. Muy particular ocasión le dio
el terremoto que en 398 sacudió la capital; y lo mismo la inundación del año siguiente a
causa del exceso de lluvias, cuando se temió que las aguas arrasaran los campos. Como
buen Pastor, se puso el santo al frente de su pueblo y de su Clero, y salió en públicas
rogativas hasta la iglesia de los Apóstoles. Cesaron entonces las lluvias, pero no el
terror de la gente; por lo cual el santo organizó una procesión a la iglesia de san Pedro y
san Pablo, que estaba al otro lado del Bosforo. La procesión se llevó a cabo cruzando
todos en barcas el brazo de mar, de modo que al mismo tiempo fue un espectáculo muy
devoto y muy vistoso.
Con todo, el pueblo de Constantinopla no dejaba de ser el que era, y con su ligereza de
carácter dio más de una vez buenos disgustos al celo del Crisóstomo. Así, por ejemplo,
precisamente al tercer día después de las inundaciones, que fue el 6 de abril, como se
tuvieran unas carreras de caballos, la gente se fue toda en montón a presenciarlas y dejó
solo al santo en la iglesia, con el agravante de que ese día era la fiesta de la Parasceve,
una de las más solemnes. Y para colmo, al siguiente día. Sábado santo, la multitud de
nuevo, en vez de acudir a la iglesia, se fue al teatro al espectáculo que presentaban unas
meretrices. Amenazó entonces el santo a los prevaricadores con la excomunión y el
pueblo se compungió, y al siguiente domingo acudió en masa a la iglesia. Pero como
ese día asistiera a la reunión un Obispo más anciano que el santo, éste le cedió la
palabra. El pueblo, ansioso de oír a su propio prelado y orador, se disgustó y fue
necesario que el santo lo calmara.
1013
EL ASUNTO DE EUTROPIO Y OTROS
Así caminaban las cosas, cuando aconteció un suceso que vino a conmover a toda la
ciudad. Como ya indicamos, el carácter de Arcadio era débil, y siempre estuvo sujeto al
arbitrio de sus validos y de la emperatriz Eudoxia, su esposa. Uno de estos validos era
Eutropio, el mismo que había llevado al Crisóstomo a la sede arzobispal de
Constantinopla. Había nacido en Armenia, a la orilla del Eufrates, y era esclavo e hijo
de esclavos. Su amo, de nombre Abundancio, era oficial del Emperador Teodosio.
Abundancio, al notar las buenas cualidades de su esclavo, le dio la libertad y lo inscribió
en el cuerpo de Guardias. Muy pronto Eutropio se rodeó de secuaces y admiradores de
entre los cortesanos, y su fama fue creciendo hasta llegar a los oídos del príncipe.
Teodosio le encomendó en varias ocasiones algunos asuntos espinosos y Eutropio se
manejó a satisfacción del emperador. Con esto, en tiempo de Arcadio, pasó de siervo y
amigo de los emperadores a favorito y privado. Se le designó clavicularlo del palacio, y
el emperador despachaba grande cantidad de negocios por medio de su favorito, o por
mejor decir, todos los negocios del Estado comenzaron a pasar por las manos de
Eutropio.
Se constituyó entonces en centro de un enjambre de parásitos y aduladores, y sus
banquetes y fiestas no tenían fin. La historia le atribuye también una grande influencia
sobre la emperatriz Eudoxia, cuyo casamiento con Arcadio él había ajmdado. Engreído
con su bonanza, abusó de su fortuna para vengarse de sus enemigos y llenó el palacio
real de truhanes y eunucos. Y sus venganzas alcanzaron a su mismo primitivo amo,
Abundancio, a quien debía los cimientos de su encumbramiento. Había una ley por la
cual las iglesias eran lugar seguro de asilo para los hombres perseguidos por la justicia.
Eutropio, en el ansia de vengarse de sus enemigos, arrancó al emperador la anulación de
dicha ley. Viendo estas cosas, san Juan Crisóstomo lo amonestó muchas veces, pero
todo en vano, pues Eutropio se le mostraba cada vez más enfadado y enemigo.
Hacia la mitad del año 399, el emperador elevó más aún al favorito y de la dignidad de
patricio lo ascendió a la de cónsul. Esto lo malquistó más con el pueblo, que ya no lo
soportaba por sus excesos. Por otra parte, Eutropio acusó falsamente delante de Arcadio
a la emperatriz Eudoxia, para suplantar también a ésta en su privanza. Eudoxia comenzó
a odiarlo. Y lo aborreció todavía más cuando cierto día Eutropio se extralimitó hasta
echarle en cara su ingratitud, ya que gracias a su intervención había ella conseguido el
casamiento con Arcadio; y, según se cuenta, llegó a amenazarla con la muerte. Eudoxia
corrió a contarle todo al emperador y añadió otras intrigas que de Eutropio sabía.
Arcadio, conmovido, pasó, como suelen los caracteres débiles, de un extremo al otro; y
de golpe privó a Eutropio de todos sus honores, cosa que el favorito no se temía.
Intervino además una exigencia de Trebigildo.
Sabedor el pueblo de la disposición del emperador, con la volubilidad propia suya,
exigió inmediatamente que se le entregara al malvado para darle muerte. Eutropio hubo
de correr y refugiarse en la iglesia catedral y suplicar al prelado lo salvara. El pueblo
furioso invadió el recinto de Santa Sofía, mientras Eutropio se acogía al altar mismo. El
Crisóstomo subió al pulpito a los pocos días. Y con absoluto dominio de sí mismo y de
los circunstantes, resistió a las turbas, a los soldados y al edicto imperial, en una
Homilía que ha venido a ser una de las piezas maestras de la oratoria mundial. Comenzó
como quien da la razón a los amotinados y poco a poco, en unos cuantos minutos, fue
de tal manera cambiando los ánimos que les arrancó lágrimas de compasión y los
exhortó a ir a pedir al emperador perdonara al reo.
Un pelotón de soldados adictos a Trebigildo se presentó en la iglesia con la orden
imperial de que se le entregara el reo, pero el santo no accedió y logró que el emperador
concediera que la santa catedral sirviera de refugio inviolable al fugitivo, a pesar de
haber sido éste quien derogara la ley de asilo para las iglesias. Pocos días después,
Eutropio, renunciando a ese asilo seguro, se huyó de la catedral. Lograron capturarlo y
fue desterrado a Chipre. No mucho tiempo después fue trasladado a Calcedonia y allá se
le condenó a morir. Entonces Gainas, uno de los que ocultamente habían ayudado a
Trebigildo, y había alcanzado en parte con dolo y en parte con violencia la caída del
favorito, comenzó a mostrarse cada día más insolente.
Llegó a tanto el atrevimiento de Gainas que con las armas en la mano y la amenaza de
no deponerlas hasta conseguir sus intentos, exigió del emperador las cabezas de tres de
los más encumbrados personajes del imperio: dos de ellos eran Saturnino y Aureliano.
El débil emperador accedió a todo. Pero apenas lo supo el Crisóstomo, personalmente
fue a visitar a Gainas, y logró de él que se contentara con la pena de destierro para los
dos nobles, como se hizo a los comienzos del año 400. Aplacado Gainas con esto, tuvo
una plática con el emperador junto a la iglesia de la mártir santa Eufemia, que quedaba
en las afueras de Calcedonia. Ahí, tras de deponer las armas, como lo había prometido,
y jurar fidelidad al emperador, recibió el mando de las fuerzas de infantería y caballería
con el grado de Magister Militiae. Engreído de nuevo con estos altos honores, siguió
tramando intrigas; porque él seguía el partido de los arríanos, cuyo obispo residía en
Constantinopla. Entonces, varios obispos de la secta le pidieron que obtuviera del
emperador una iglesia para ellos. El emperador, lo mismo que sus cortesanos, temía a
Gainas; y, como no se atreviera a negarle lo que pedía, dio largas al asunto, en espera de
poder arreglarlo mejor y más convenientemente después.
Sabía el emperador el inmenso influjo del Crisóstomo. Lo llamó y le expuso el negocio
y se quejó con él del poderío que había alcanzado Gainas, y le urgía a que
condescendiera en ceder alguna iglesia a los arríanos. San Juan se negó en absoluto.
Pero aconsejó al emperador que se celebrara una junta entre Gainas y el mismo
Crisóstomo, para ver de disuadir suavemente a aquel hombre de sus intentos. Al día
siguiente se tuvo la entrevista, en la que el santo, a base de razonamientos venció a
Gainas. Pero éste, lleno de furor por la derrota y fiado en su poderío, intentó, según
corrió la voz pública, robar los tesoros de la ciudad y entregarla al incendio por catóUca,
o a lo menos incendiar los palacios reales. En realidad, lo que hizo fue fugarse de
Constantinopla, juntar un ejército y presentar batalla formal en la que fue vencido; y
poco después lo asesinó Uldino.
Así terminaron los asuntos relacionados con Eutropio, asuntos que dieron ocasión a
algunas preciosas piezas oratorias del santo. Pero en ese mismo año de 400 se ofreció
otro negocio no menos espinoso. Se habían reunido, por el mes de mayo, varios obispos
en la ciudad: todos ellos eran asiáticos. Ante ellos y otros de los residentes en la capital,
Ensebio, obispo de Valentinópolis, presentó un libelo de acusación contra Antonino,
que lo era de Efeso. Sospechó san Juan Crisóstomo que aquellas acusaciones eran hijas
de puro apasionamiento y rogó a Eusebio que se moderara. Pero, un día, en los
momentos en que el santo iba a celebrar el sacrificio de la Misa, Eusebio se presentó, y
delante de todo el pueblo, conminó gravemente al Crisóstomo a que lo escuchara en sus
acusaciones. Algo se alteró el santo con aquella actitud descomedida; y por esto decidió
no acercarse a los divinos misterios hasta haber apaciguado su propia disposición de
ánimo; pero comisionó a Panso-ño, obispo de Pisidia, para que los celebrara y el pueblo
no quedara privado de ellos.
Finalmente hubo de recibir el libelo que Eusebio le presentaba; y como no hubiera
testigos de aquellas acusaciones, decidió el santo emprender personalmente un viaje al
Asia para hacer las debidas investigaciones. Antonino en realidad era culpable. La
acusación central se contraía al crimen de simonía, es decir á que recibía dineros por la
administración de los bienes espirituales y los había dado para lograr su promoción
eclesiástica. Por esto Antonino cuidó de que un individuo de la Nórica impidiera el viaje
del Crisóstomo. La ocasión fue que Antonino administraba en Asia los predios de ese
hombre, y así logró interesarlo en el asunto. Este acudió a la corte y logró que
intervinieran el emperador y la corte, y así san Juan desistió por entonces del viaje. En
cambio, hizo llamar testigos de Asia sobre el negocio.
A su vez Antonino procuró que dichos testigos no se presentaran, porque estaba
persuadido de que podía dominar a todos o con el dinero o con las amenazas. El santo
no por eso desistió, sino que hizo reunir un Sínodo de los obispos que él, como
arzobispo de Constantinopla, tenía bajo su jurisdicción, y deliberó con ellos quién iría a
Asia a examinar allá a los testigos. Fueron electos tres: Sinclecio, de Trajanópolis,
Hesiquio de Parios y Paladio de HelenópoUs. Estos debían ir a Hypepis, ciudad de Asia.
Como delegados, promulgaron un decreto por el cual quedaban excomulgados todos
cuantos debiendo testificar en el asunto, no se presentaran en dicha ciudad en el término
de dos meses.
Sinclecio y Paladio se dirigieron a Esmirna, pero Hesiquio, que era amigo de Antonino,
pretextó una enfermedad y no salió con ellos. Los dos primeros comunicaron por cartas
a Antonino y a su acusador Eusebio, que debían presentarse en Hypepis. Pero, entre
tanto, Antonino se había ganado también al mismo Eusebio, ya haya sido mediante
alguna suma de dinero o de otra manera. Con esto, tanto Antonino como Eusebio se
dedicaron en Hypepis a eludir en lo posible a los jueces designados. Alegaron desde
luego que los testigos no podían comparecer por haber emprendido un largo viaje a
causa de ciertos negocios personales. Los jueces apuraron a Eusebio a declarar dentro
de cuánto tiempo podían presentarse los testigos; y éste, pensando que el excesivo calor,
pues estaban en pleno verano, haría que los jueces se dispersaran, se comprometió por
escrito a presentar los testigos en el término de cuarenta días, o si no a sufrir las penas
impuestas por los cánones.
Entonces, los jueces dejaron en libertad a Eusebio para que fuera a buscar los testigos;
pero él lo que hizo fue dirigirse a Constantinopla y ocultarse ahí. Los jueces esperaron
en vano los cuarenta días; y como Eusebio no compareciera, dictaron contra él la pena
de excomunión como desertor del tribunal y calumniador. Esperaron aún otros treinta
días y al fin se regresaron a Constantinopla. Allá se encontraron de pronto con Eusebio
y le echaron en cara su grave crimen; pero él pretextó una enfermedad y volvió a
prometer que presentaría los testigos que se le pedían. Entre tantas esperas, murió
Antonino.
A los comienzos del 401, recibió san Juan Crisóstomo un escrito del Clero y los
Obispos de Efeso, en que le exponían, bajo fe de juramento, el desbarajuste en que
aquella iglesia se encontraba a causa de los arríanos por una parte, y por otra a causa de
los avaros y ambiciosos del mando. Y le rogaban que pasara personalmente a poner
algún orden. Además, el día 7 de febrero se presentó en Constantinopla san Porfirio, el
obispo de Gaza, con su metropolitano, el obispo Juan, de Cesa-rea. Venían a visitar al
emperador y suplicarle que en Gaza no solamente se cerraran los templos de los ídolos,
sino que fueran destruidos. Y rogaron al Crisóstomo que los ayudara en este asunto.
Pero el santo no quiso visitar personalmente al emperador a causa de que ya la
emperatriz Eudoxia se le mostraba hostil y había predispuesto en su contra el ánimo
imperial. Con todo, los encaminó al Chambelán del emperador que era Amánelo,
hombre profundamente cristiano y muy amigo del Crisóstomo. Tras de algunos días.
Amánelo aprovechó las alegrías del palacio por el nacimiento y bautismo del futuro
Teo-dosio II, que por entonces tuvieron lugar, y alcanzó de Eudoxia y de Arcadio lo que
los prelados de Gaza tanto deseaban.
Terminado felizmente este negocio, el santo, aunque estaban en pleno invierno y él
sentía quebrantada su salud, se embarcó hacia Efeso, en donde seguía urgiendo su
presencia. Soplaba un viento muy fuerte y los marineros temían que arrastrara la
embarcación hacia el Proconeso. Por este motivo, abatieron las velas y a fuerza de remo
rodearon el promontorio de Tritón, y ahí echaron anclas para esperar un viento sur y
poder dirigirse hacia Apamea. Cuando llevaban ya dos días de ayuno, mientras la barca
era continuamente agitada por el embate de las olas, llegaron por fin a esa ciudad, en
donde esperaban al Crisóstomo los obispos Pablo, Girino y Paladio, a quienes el mismo
santo había escogido como compañeros para el resto del viaje. En Efeso se reunieron
hasta 70 obispos de Lidia, Asia Menor y Caria, y se trató en seguida de las ordenaciones
que se habían verificado.
La cantidad de gente que se reunió, ansiosa de ver al elocuentísimo prelado de fama
universal, fue inmensa. Entre aquellas multitudes de pronto se acercó también Ensebio,
el obispo de Valentinópolis, a suplicar al santo se le levantara la excomunión en que
había incurrido por el caso del obispo Antonino. Pero, al mismo tiempo, acusaba a otros
seis obispos de los mismos crímenes. Varios obispos se le opusieron y lo trataron de
sicofanta; pero él continuó sus súplicas. Al fin el Sínodo se determinó a oírlas. Los seis
obispos quedaron convictos y confesos, pero alegaron que ellos habían pensado de
buena fe que la simonía entraba en la costumbre pastoral, y suplicaron que se les dejara
seguir ejerciendo su ministerio o se les reintegraran los dineros con que habían
comprado la dignidad episcopal. El Crisóstomo ordenó que se les reintegraran por parte
de los obispos que los habían ordenado o de sus herederos. Aceptaron ellos la sentencia,
pero quedaron depuestos.
En lugar de aquellos obispos simoníacos, eligió el santo otros no contaminados, que no
habían contraído matrimonio y que eran aptos así por su ciencia como por su virtud.
Entre otros depuso a Geroncio, quien malamente había usurpado la sede de Nicomedia.
Sólo que con éste hubo que proceder con más cuidado. Su pueblo lo quería mucho
porque era buen médico y ejercitaba su arte con pobres y ricos sin distinciones. Con
todo, no cedió san Juan Crisóstomo. De esta aparente dureza se valdrán más tarde sus
enemigos para acusarlo de inmisericorde. Finalmente echó de varias iglesias a los
usurpadores no-vacianos y a los cuartodecimanos y acabó con los misterios e
iniciaciones de Midas en Efeso y con los de Cibeles en Frigia. Tras de esta brillante
actuación, y de tres meses de ausencia, regresó a Constantinopla, en donde le esperaba
lo más duro de su cruz. No faltaron quienes pensaran que el santo se había extralimitado
de su jurisdicción, al extender así sus actividades pastorales hasta Efeso y el Asia Menor
(Stein).
1014
LA TORMENTA FINAL
Mientras el santo andaba en Efeso, sus enemigos habían trabajado fuertemente en la
corte contra él. Desde luego, Seve-riano, obispo de los Gabalos, a quien el santo había
encomendado la administración de su iglesia de Constantinopla durante el tiempo de su
ausencia, trató de ponerlo en mal con el pueblo, movido de la ambición de suplantarlo-
en la sede de la capital. Era este Severiano de origen sirio y tenía una elocuencia que los
historiadores han calificado de áspera. Entre él y el .obispo de Ptolemaida, un tal
Antíoco, tramaron la conjura, y fueron luego los más acérrimos enemigos del
Crisóstomo. Por su parte Severiano se había ganado la voluntad de la emperatriz
Eudoxia, que ya estaba inclinada contra el santo a causa de la franqueza de éste en
reprender los vicios de la corte El pueblo, en cambio, ansiaba la vuelta de su Pastor. A
su regreso el Crisóstomo, averiguado todo el fondo del asunto, expulsó de la capital a
Severiano, quien se hubo de marchar a Calcedonia. Pero la emperatriz lo hizo volver a
la corte.
Como era natural, el santo no quería volver a recibirlo en su amistad; pero hubo muchos
que se lo rogaron, y finalmente la misma Eudoxia, llevando consigo al pequeño
Teodosio, fue personalmente a rogárselo. Accedió el Crisóstomo. Mas no tardaron
mucho en coaligarse contra él Teófilo — el obispo de Alejandría que ya mencionamos y
que va a tomar la dirección de la batalla contra el santo — , Acacio de Beroea, Antíoco
de
Ptolemaida, y el propio Severiano. Entre todos encabezaron un partido contrario al
Crisóstomo, al que se unió la parte del Clero que no soportaba las admoniciones del
santo prelado. También de entre los palaciegos se unieron contra él dos o tres de los más
principales. Engrosaron el partido algunas mujeres, como Marsa, esposa del Promotor;
Castricia, esposa de Saturnino, y Eugrafia, que era la más furiosa. La causa que éstas
tuvieron fue que sus maridos les habían dejado en herencia muchos bienes robados, lo
que el santo no podía aprobar. Añadió leña al fuego un consejo que dio el Crisóstomo a
una joven viuda y muy rica de nombre Olimpias, que hacía muchas limosnas a los
pobres; pero entre éstos los había no tales, y el santo le indicó que solamente a los
comprobados diera sus hmosnas, con lo que se atrajo la cólera de los que de esa viuda
recibían donativos sin ser pobres. Teófilo de Alejandría encabezó el Partido.
Es bueno hacer notar para bien entender lo que sigue, que los emperadores en Oriente se
encontraban de ordinario rodeados por una corte de prelados que iban a negociar
asuntos de sus diócesis pero luego se quedaban ahí largas temporadas. De manera que
ya para el tiempo de Nectario (381-397), se había formado en Constantinopla algo así
como un Sínodo permanente (70) o Asamblea de los obispos presentes en la capital del
imperio. Ellos motu proprio o bien por excitativa del emperador tomaban parte en los
varios asuntos que se ofrecían y daban sentencias, aunque no definitivas; porque
quedaba siempre libre el recurso al Papa de Roma; derecho que se reconoció ya desde el
año 343. Con esto se exphca la abundancia de obispos que van a intervenir en la causa
contra el Crisóstomo. El obispo nombrado ya por un Sínodo ya por el emperador,
inmediatamente enviaba al Papa y a los demás obispos unas Lit-terae Synodicae que
equivalían a una profesión de fe. Pero, como era obvio, si el nombramiento había sido
borrascoso, injusto, anticanónico o se creía amenazada la fe o las costumbres, al punto
se suscitaba un conflicto que aprovechaban para sus fines los ambiciosos.
(70) Se la llamaba propiamente Sínodos endemos, o sea Sínodo endémico o popular o
que vive entre el pueblo.
Tal le sucedió al Crisóstomo apenas adelantado un poco el año 402. La ocasión la
presentó la llamada controversia origenista. Tenemos que tocarla un poco más
largamente. Los trastornos que se siguieron a la muerte del gran Teodosio dieron alas a
varios agitadores herejes. Y a este propósito se suscitó la controversia que se ha
denominado origenista. San Jerónimo tenía un amigo íntimo que se llamaba Rufino y
era presbítero de Aquilea. Ambos se entregaron con sumo ardor al estudio de Orígenes
pensando encontrar en él la satisfacción total de su espíritu y de su corazón. Pero
sucedió que san Jerónimo disentía de Orígenes en diversas cuestiones, v.gr.: la
preexistencia de las almas. Esto enfrió el entusiasmo de san Jerónimo, no así el de su
amigo Rufino. La diversidad de caracteres vino a sumarse y se produjo una escisión, a
fines del año 394.
Por ese tiempo llegó al Oriente un monje llamado Aterbio, imbuido según parece en
errores antropomorjistas, y que aborrecía a Orígenes y a los origenistas. Entonces, al
saber que en los monasterios de Palestina se estudiaba a Orígenes, se indignó y fue a
protestar delante de Juan, obispo de Jerusalén; y ahí denunció como fautores de los
errores de Orígenes a los dos jefes del cenobitismo de Palestina, que eran Jerónimo y
Rufino. Jerónimo rechazó, con el ardor que en sus polémicas lo caracterizaba, aquella
acusación. Pero su refutación fue a dar de rechazo contra Rufino y el Prelado, que no se
habían cuidado de la denuncia. A ese tiempo llegó desde Chipre san Epifanio, tocado
según se decía del error de los antropomorfistas, quien iba con el objeto expreso de
investigar personalmente los rumores que acerca del origenismo le llegaban. El
personalmente consideraba el origenismo como la ruina del dogma a causa de la
exégesis fantástica en que se metía.
San Epifanio predicó en la iglesia de la Resurrección o Anás-tasis un sermón en que
atacó el origenismo. Por la tarde de ese día el Prelado de Jerusalén, de nombre Juan,
predicó a su vez contra quienes suponen que Dios tiene pies y manos y ojos y oídos, o
sea contra los antropomorfistas. Epifanio siguió hacia Belén para conferenciar con san
Jerónimo. No se pusieron de acuerdo, y san Epifanio por una parte escribió a Juan que
condenara las teorías origenistas y por otra escribió a san Jerónimo y a sus monjes para
ponerlos en guardia contra dichos errores y contra las simpatías origenistas de Juan.
Jerónimo quiso parlamentar, pero Epifanio se negó. Más aún, ordenó de presbítero, casi
por la fuerza, a Pauliniano, hermano de san Jerónimo, quien había ido con la legación
para parlamentar, a fin, decía, de que los monjes de Belén pudieran recibir de su mano
los auxilios espirituales y no tuvieran que recurrir a Juan. Juan entonces dispuso que se
negara la entrada a la iglesia del Nacimiento, en Belén, a cualquiera que tuviera por
verdadero presbítero a Pauliniano. Más aún: para buscar la paz en su jurisdicción hizo
que el Prefecto de Jerusalén diera la orden de destierro contra Jerónimo.
Se procuró un arbitraje, pero Jerónimo prefirió acudir al metropolitano de Cesárea, de
quien dependía eclesiásticamente Palestina, o bien al de Antioquía, de quien dependía,
según estaba él persuadido, todo el Oriente. Por su parte Juan y Rufino prefirieron
acudir al patriarca de Alejandría, que era amigo de ambos; esperando además que éste,
que se llamaba Teófilo, por ser patriarca de Alejandría no sería contrario a Orígenes,
gloria de aquella ciudad. Por desgracia los contendientes llevaban así sus querellas a un
terreno espinosísimo, como era el de las mutuas ambiciones y candentes rencillas
antioqueno-alejandrinas. Epifanio prefirió elevar la causa al Papa Siricio, que entonces
gobernaba la Iglesia universal. Después, por mediación de Melania y santa Paula, se
reconciliaron Rufino y Jerónimo, en la Pascua de 397. Entonces Rufino partió para
Roma, en donde se puso en relación con Macario, quien andaba tratando de vindicar el
dogma de la Providencia divina contra los paganos, y buscaba un sabio que le
suministrara argumentos así escriturarios como filosóficos para su demostración.
Macario ignoraba el griego, y Rufino le tradujo para su uso particular la Apología de
Orígenes, del mártir Panfilo; luego otro Tratado de Orígenes titulado peri arjon, pero
suprimiendo en la traducción las proposiciones origenistas que eran contrarias al
Concilio de Nicea, y declaró en el Prólogo que esto lo hacía siguiendo el ejemplo de san
Jerónimo. Fue una imprudencia hacer esa versión precisamente en los momentos en que
diversos herejes andaban tratando de alegar a Orígenes en defensa de varias
proposiciones heréticas, porque Rufino no suprimía otras que sí eran peligrosas.
Entonces Jerónimo, como una protesta, tradujo el peri arjon, pero en toda su integridad.
El obispo Teófilo de Alejandría, que se había enemistado contra Jerónimo por haber
éste acudido al metropolitano de Antioquía, tomó parte en la campaña origenista y se
valió de ella para intentar un golpe contra el Crisóstomo e imponer su influencia propia
en Constantinopla.
Rufino trató de sincerarse, pero de una manera poco noble: acusó a Jerónimo de
detractor de san Ambrosio, de Roma y de toda la cristiandad y además de ser un
clasicista en el sentido peyorativo. Finalmente el Papa Anastasio, en 390, condenó
abiertamente la obra de Orígenes y a su traductor, y enseguida, por un decreto imperial,
la obra de Orígenes fue proscrita en todo el imperio. Semejante condenación acrecentó
sobre manera el poder e influjo de Teófilo de Alejandría, quien arremetió contra los
origenistas en forma nada caritativa. Un cierto número de monjes se negaron a
entregarle los libros de Orígenes, y alegaron que ellos estaban capacitados para discernir
por sí mismos lo verdadero de lo falso en esos libros. Teófilo entonces desplegó contra
ellos una verdadera persecución. En especial se ensañó contra cuatro de los monjes, a
quienes por ser de procera estatura se les denominó los Hermanos Grandes. Eran
Dioscuro, Ammonio, Eusebio y Eutinio. Muchos de los monjes al fin se sometieron a
Teófilo, pero los cuatro Grandes huyeron a Palestina y luego se embarcaron y se
refugiaron en Constantinopla, seguidos de otro medio centenar de anacoretas en 401 ó
402.
Parece que luego se reunieron ahí unos doscientos más. El Crisóstomo, sin aceptar las
doctrinas origenistas, formado como estaba en la escuela antioquena, y por su excelente
sentido crítico de las Escrituras, con todo ofi-eció prudente y caritativamente un refugio
a los perseguidos, en una de las dependencias de la iglesia llamada la Anástasis desde
san Gregorio Nazianceno. Buscó luego informes acerca de ellos en Alejandría y al
mismo tiempo entabló negociaciones con Teófilo para ver de llegar a una avenencia y al
perdón de aquellos desdichados. Fracasó. Entonces los Grandes pensaron en dirigirse a
Eudoxia. Esta al principio los favoreció y movió a Arcadio a convocar un Sínodo que
fallara sobre el asunto de los origenistas y considerara las acusaciones que contra los
Grandes formulaban otros monjes que llegaron para eso desde Alejandría enviados por
Teófilo.(71)
Aumentaba el furor de Teófilo porque la influencia del Crisóstomo, gracias no
únicamente a su elocuencia, sino sobre todo a su santidad, se iba extendiendo
enormemente no sólo entre los católicos, sino también entre los grupos arríanos,
novacianos, judíos y bárbaros de la ciudad y de sus contornos. 72 Teófilo estaba muy al
tanto de la enemiga de Eudoxia contra el Crisóstomo, en particular desde que éste,
contra el parecer de aquélla, salvó la vida a Eutropio y lo recibió bajo su protección en
la iglesia catedral. Ahora, la cuestión de los origenistas presentaba a la emperatriz una
buena ocasión de litigar contra el prelado; pero mucho mejor la presentaba a Teófilo.
Este, llamado por Arcadio para esclarecer la situación, se trasladó personalmente a
Constantinopla en la primavera del año 403. Llevó consigo un imponente cortejo de
obispos egipcios; y sin siquiera saludar al Crisóstomo, logró instalarse en el palacio
imperial. Inmediatamente se dedicó a reunir cuantos testimonios de personas ofendidas
encontró contra el Crisóstomo. Se le unieron los Prelados sufragáneos con quienes Juan
se había mostrado severo y los diáconos que había depuesto de su grado a causa de su
vida desordenada.
Entonces logró Teófilo del emperador un edicto conforme al cual debía sujetarse el
Crisóstomo al juicio de un Sínodo, con lo que, a sabiendas y con malicia, mezclaba la
causa del santo con la de los origenistas. La mano de Eudoxia andaba en todo esto. Pero
Teófilo no se atrevió a reunir el Sínodo en la ciudad misma de Constantinopla, temeroso
de que el pueblo se agitara en favor del prelado y de que sus enredos fueran
descubiertos con mayor facilidad. Esperó, pues, unas tres semanas, y finalmente se
trasladó con todo su cortejo de obispos a una suntuosa casa de campo que había en las
afueras de Calcedonia, llamada La Encina, en latín Quercus. Bajo la autorización de
Arcadio se juntaron ahí 36 obispos presididos por Teófilo; entre los cuales estaba el
obispo mismo de Calcedonia, Cirino. Había una iglesia dedicada a los santos Apóstoles
Pedro y Pablo, y en ella se tuvieron las reuniones en septiembre de 403.
(71) Puech, o. c, pp. 117-154.
(72) Puech, ibid. Para más pormenores de la persecución contra el Crisóstomo, véase el
Apéndice en este volumen.
El conciliábulo celebró trece sesiones. En él, presentó el diácono Juan, de la Iglesia de
Constantinopla, contra su Prelado, el Crisóstomo, nada menos que veintinueve
acusaciones. Con esto, el Sínodo ilegal citó a comparecer al Crisóstomo para que se
defendiera. Contestó el santo que estaba pronto a comparecer y justificarse, con la
condición de que eliminaran de la reunión a los que fueran manifiestamente sus
adversarios, por ser notorio que ellos no podían ser jueces en su causa. Además alegó
que el Sínodo era ilegal, puesto que lo había convocado Teófilo, cuya jurisdicción
estaba en Alejandría. Entonces el Sínodo decretó depuesto de su sede al Crisóstomo por
pertinaz en no presentarse. Eudoxia apoyó el decreto y empujó al débil Arcadio a que
hiciera lo mismo. 73
Al saber el pueblo de Constantinopla la determinación del Sínodo de Quercus, amenazó
con un grave motín y formó guardias populares para custodiar a su prelado e impedir
que lo sacaran al destierro. Mas, como el emperador persistiera en su determinación, al
tercer día, a trasmano de la multitud, el mismo santo se entregó a los soldados, en
previsión de males mayores. Ellos lo condujeron al puerto llamado Hierón y de ahí a los
campos de Preneste, en Bitinia, que quedaban enfrente de Nico media. Una vez ido al
destierro san Juan, se presentó en la ciudad el obispo Severiano, y, defendido a mano
armada por el emperador, entró en la iglesia metropolitana y sede del santo patriarca. El
pueblo en tumulto se dirigió en grandes masas al palacio a pedir la vuelta del
Crisóstomo. En eso un fuerte terremoto sacudió la ciudad, y Eudoxia, aterrorizada,
escribió de su propia mano al santo, suplicándole que regresara. Más aún: se le enviaron
legados que lo llamaran; y era tanto el terror, que a éstos siguieron otros y luego
otros.(74)
(73) Además le impidieron presentarse 40 obispos que habían llegado a Cons tantinopla
expresamente para defenderlo, al parecer sin que él los convocara.
(74) Algunos dicen que fue solamente una legación y no tres. La emperatriz escribió de
su puño y letra al santo al día siguiente del terremoto suplicándole regresar a su sede.
Estos movimientos del Poder y del pueblo no eran desconocidos para el Crisóstomo,
quien desde sus mocedades en Antio-quía se había acostumbrado a contemplarlos y
valorizarlos. Por esto, con toda mansedumbre, volvió a su sede. Salieron las
muchedumbres a su encuentro. El se negaba a tomar de nuevo posesión de su sede hasta
que un Sínodo declarara su inocencia; pero el pueblo impaciente no esperó a eso y lo
obligó a entrar a su iglesia. No desistió el santo en su deseo de que, por la dignidad
arzobispal, un Sínodo estudiara su caso imparcialmente; y logró del emperador un
decreto para que se convocara. Los obispos adversarios suyos, ante esta perspectiva,
todos huyeron de la ciudad acosados de su mala conciencia.
Pero la paz no duró más allá de dos meses. Había entre la iglesia de Santa Sofía y la
plaza una estatua de plata que representaba a la emperatriz Eudoxia. Solamente el ancho
de la calle la separaba de la iglesia. Pues bien: conforme a la costumbre del pueblo, se
celebraron juegos delante de aquella estatua. Pero había en esos juegos diversas cosas
que desdecían de la piedad y del nombre cristianos. Como el santo advirtiera que tales
juegos se hacían precisamente delante de las puertas mismas de la iglesia, no pudo
contenerse, y predicó un sermón u Homilía vehemente contra aquel abuso, que le
parecía una grave profanación.(75) Eudoxia tomó aquello como una provocación
personal, y llena de ira dio los pasos para la reunión de otro Sínodo. Se acusó al
Crisóstomo de haber exclamado con ocasión de esos juegos o después de ellos y de su
sermón: "¡Todavía queda algo de la raza de Jezabel! ¡La hija de Herodes pide de nuevo
la cabeza de Juan ! ¡Si danza es para perpetuar semejante infamia!" Pero la Homilía que
contiene esas exclamaciones es ciertamente apócrifa.
(75) Otros asientan que fueron precisamente las damas y cortesanos de palacio quienes,
en un acto de adulación, para desagraviar a Eudoxia por las injurias que se decía le
había inferido el Crisóstomo, organizaron la fiesta en el otoño de ese año, y que su
principal ceremonia debía ser la inauguración de la estatua de la emperatriz en una de
las plazas principales de la ciudad; inauguración que ciertamente se llevó a cabo con
danzas y cantos naturalmente al estilo de los constantinopoUtanos.
Cierta o no esta última acusación, Teófilo, que estaba a la mira y en su resentimiento no
perdonaba al santo la humillación sufrida, emprendió una nueva campaña, pero ahora la
dirigió desde Alejandría, su sede. Insinuó, pues, a la emperatriz que, apoyándose en el
canon IV del Concilio de Antio-quía, del año de 341, se podía condenar de nuevo al
Crisóstomo. El Concilio, en efecto, prohibía que cualquier obispo depuesto por un
Sínodo reasumiera en modo alguno sus funciones ministeriales. Ya en las Navidades del
403, el emperador había tomado cartas en el asunto, movido por Eudoxia; y en ese día
avisó al prelado que no recibiría de su mano la sagrada comunión si primero no se
justificaba de sus crímenes. Finalmente se reunió en Constantinopla una grande
cantidad de obispos y se celebró el Sínodo por orden del emperador. Muchísimas
acusaciones se profirieron en contra del santo, que prácticamente se reducían a una sola:
haber vuelto a ocupar su sede contra la prescripción del Concilio de Antioquía. Pero el
Crisóstomo contestó al Sínodo que su sede la había recibido de Dios y que solamente
Dios podía impedirle el ingreso a su iglesia.
No cedió el emperador, y en la Pascua del 404 hizo detener por la fuerza al prelado en
su palacio arzobispal. En la vigilia de la festividad el pueblo invadió la iglesia, pero se
le dispersó. Entonces se dirigió la multitud a otro local para la celebración, y una vez
más entró en acción la fuerza armada y corrió la sangre. El santo se limitó a escribir lo
sucedido al Papa Inocencio, que entonces gobernaba la Iglesia universal. El Papa trató
de que se reuniera un Concilio ecuménico de Oriente y Occidente, y habló para ello al
emperador Honorio. Pero las artimañas de los adversarios de san Juan Crisóstomo
fueron postergando esa reunión, que al fin no se llevó a efecto. El santo permaneció aún
en su sede unos dos meses, a pesar de que varias veces sus enemigos intentaron
asesinarlo. Mas, al fin, para calmar aquella tempestad, tras de recibir del emperador la
orden de destierro, por segunda vez se puso a disposición de los soldados; y bajo la
custodia de una fuerte escolta partió a donde quisieran llevarlo. Salió por el lado oriente
de la ciudad, después de ordenar que su cabalgadura fuera conducida al lado de
occidente, con el objeto de que el pueblo hacia allá se agolpara y no lo encontrara. Se le
embarcó en una nave pequeña y se le condujo a Bitinia. Salió de Constantinopla el día
20 de junio del año 404 para no volver más en su vida. Se le tuvo en Nicea de Bitinia
hasta el 4 de julio. A esa misma ciudad fueron llevados los obispos Ciríaco de Sinnade,
en Frigia, y Eulisio de Apamea, en Bitinia, atados como si fueran criminales, por ser
amigos del Crisóstomo; pero ahí se les dejó libres.
El pueblo constantinopolitano se enfureció, y aun algunos se organizaron para resistir al
emperador, y se les apodó los juanistas. Uno de los días siguientes al destierro del santo,
se produjo un incendio en la iglesia de Santa Sofía, el cual se comunicó también a las
habitaciones del Buleuterion, que estaba adjunto. Eudoxia se valió de eso para declarar
la persecución contra los juanistas como responsables del incendio. Pero éstos le
hicieron frente y no pasó ella a mayores cosas. En cambio, el día 27 de junio, hizo
sustituir en la sede de Juan a Arsacio, hermano del difunto Nectario, a la edad de ya
ochenta años. Se procedió a los interrogatorios acerca del origen del incendio y fueron
atormentados para que declararan dos diaconisas, Olimpias y Pentadia, un diácono y
otras varias personas, pero todo resultó en vano. Arsacio murió al año siguiente y se le
dio como sucesor a un tal Ático. Los juanistas no reconocieron ni al uno ni al otro y se
mantuvieron en correspondencia con el santo; y la ciudad se dividió en partidos.
Por ese tiempo acontecieron diversos sucesos que el pueblo tomaba como castigo de
Dios. Uno de ellos fue la muerte de Eudoxia en los dolores de un parto. Entre tanto, san
Juan fue conducido a Cúcuso, sitio solitario y lejano, señalado por la misma Eudoxia,
temerosa, como los demás adversarios de Juan, de su influencia y correspondencia. El
viaje se hizo por Cesárea de Capadocia; pero todavía antes de llegar san Juan a esa
población estuvo a punto de ser asesinado por sus enemigos. En Cúcuso se dedicó, en
cuanto lo permitía su ya muy gastada salud, pues de Cesárea hubo de salir conducido en
una litera, a consolar a sus amigos y cuidar todavía, con sus cartas, en cuanto le era
posible, de su rebaño.
Cuando llegó el invierno el santo estuvo a punto de muerte, pero con la primavera se
recuperó suficientemente. Entre tanto emisarios a la vez de san Juan Crisóstomo y de
Teófilo fueron al Papa Inocencio I, para ponerlo al tanto de todo. Inocencio anuló todas
las determinaciones del conciliábulo de Quercus y escribió a Teófilo una muy seria
amonestación y negó la comunión a todos los adversarios del Crisóstomo. Pero ni la
decisión del Papa ni la muerte de Eudoxia trajeron la paz. El Papa y Honorio habían
enviado emisarios a Constantinopla con el fin de lograr un entendimiento, pero fueron
mal recibidos (comienzos del 406).
Ahí en Cúcuso, de la Armenia Menor, en los confines de Ci-licia, siguió Juan su
apostolado mediante la correspondencia, y escribió a diversas personas que bien le
querían para consolarse y consolarlas. Escribió además dos opúsculos durante su
destierro. El concurso a Gúcuso de muchas personas deseosas de recibir de san Juan
Crisóstomo instrucción y dirección espiritual, hizo que sus adversarios, envidiosos y
temerosos de que pudiera regresar a Constantinopla el odiado Pastor, le hicieran salir de
Arabisos — a donde se le había trasladado — a un castillo bien fortificado a causa de las
incursiones de los isáuricos. En ese castillo permaneció destituido de toda clase de
auxilios. Se dedicó a escribir diversas cartas a los obispos de Occidente y a los Legados
que de parte de Inocencio y de Honorio habían ido a Constantinopla. También escribió
al mismo Inocencio y a varios amigos suyos. Los soldados que lo sacaron de Arabisos
lo llevaban con suma precipitación y alegaban ser tales las órdenes recibidas de
Constantinopla.
El sitio designado para su nueva residencia era Pityunte, lugar sumamente desierto, en
las riberas del Mar Negro. A pesar de haberse desatado una fuerte lluvia cuando lo
conducían, los soldados siguieron su camino, de manera que el agua escurría por el
pecho y las espaldas del santo. Ni se le cuidaba del excesivo calor del sol, ni se le
permitía descanso alguno en los pueblecillos por donde habían de pasar. El viaje con
todo era lento a causa de que las fuerzas del prelado estaban agotadas. El 13 de
septiembre del 407, llegaron a la ciudad de Comana, pero pasaron los soldados de largo
por la población y fueron a detenerse en una iglesia dedicada a los mártires, que estaba
como a unas cinco o seis millas de distancia. Durante la noche oyó el Crisóstomo la voz
del santo mártir Basilisco, cuyo martirio ahí se veneraba. Había sido martirizado siendo
obispo de Cómanos de Nicome-dia, en Bitinia, bajo el imperio de Maximino,
juntamente con el presbítero Luciano de Antioquía. San Basilisco le dijo al Crisóstomo:
"¡Confía, hermano Juan! ¡mañana estaremos juntos!" 76 La tradición añadía que el
mismo mártir había ordenado al presbítero que estaba de servicio en la iglesia: "¡Prepara
el sitio para Juan, porque ya se acerca!"
(76) Hubo sobre esto una doble tradición. Según unos la visión fue en estado de vigilia
del santo, según otros fue solamente en sueños.
Confiado san Juan Crisóstomo en aquellas palabras, rogó a los soldados que
permanecieran ahí hasta la hora quinta del día; pero ellos, sin hacer caso de sus ruegos,
partieron. Habían caminado apenas unos 30 estadios desde la iglesia de san Basilisco,
cuando hubieron de regresarse porque la enfermedad de su víctima llegaba a los últimos
extremos. Sentía el santo un dolor terrible en la cabeza, y era tal que ya no podía
soportar los rayos del sol. Volvieron pues a la iglesia del mártir. Entonces san Juan
pidió unas vestiduras y se revistió de ellas, de manera que incluso se cambió las
sandalias. Las vestiduras que había llevado puestas las repartió entre los que estaban
presentes. Recibió los últimos auxilios de la santa Madre Iglesia y recitó delante de
todos su postrera oración. Luego, al decir, como tenía por costumbre: "¡gloria a Dios en
todo !", se signó con la cruz, y en la palabra "amén", pasó al Señor. Era el 14 de
septiembre. (77)
(77) Dadas las diversas variantes, de poca importancia para el caso, dejamos al buen
juicio del lector los pormenores.
Fue sepultado en la misma iglesia del mártir san Basilisco, y a su entierro acudió mucha
gente de los alrededores, y una numerosa turba de vírgenes y monjes. Más tarde, su
cuerpo fue trasladado a Constantinopla con inmensa pompa y concurso de fieles, el año
438. Añade Teodoreto que en esta ocasión el joven emperador Teodosio II aplicó sus
ojos y su frente al féretro que conducía las cenizas del santo y oró así un buen espacio
de tiempo, pidiendo perdón por las faltas de sus padres. Tal fue el fin de uno de los más
grandes oradores que registra la historia.78
(78) Los constantinopolitanos comenzaron a darle culto aun antes del trasarte de la
oratoria más se aventajaron, pueda parearse con los grandes oradores cristianos, en
especial con los que llamamos santos Padres. Muy lejos nos llevaría una comparación o
paralelo entre ambas oratorias. Pero algo sí tenemos que decir para poder apreciar el
arte oratorio de san Juan Crisóstomo.
1015
EL ARTE DEL CRISÓSTOMO
Es necesario convenir en que el cristianismo introdujo una nueva clase de oratoria
desconocida del mundo pagano. No creemos que orador alguno, latino ni griego, que
fueron los que en el lado de sus restos a esa capital. Por lo que cuentan todos los
historiadores, el pueblo nunca estuvo de parte de los que perseguían al santo.
Por definición, la oratoria sagrada tiene por objeto arrastrar al oyente a que acepte las
verdades de la doctrina de Cristo y ponga en práctica sus preceptos. Por otra parte, el
orador sagrado se presenta a hablar como legado y representante de Dios y su Enviado
Jesucristo y por lo tanto con la autoridad que le da esa delegación oficial que tiene para
anunciar la doctrina de Cristo. Así el cristianismo introdujo en el mundo una forma de
oratoria que se distingue de todas las otras por el fin, por la persona del que habla y por
la autoridad con que lo hace. Con esto se ve ya que las fuentes de la predicación
cristiana son también esencialmente distintas de las de la oratoria profana: son en primer
lugar las Sagradas Escrituras y todo lo que ayuda a completarlas o esclarecerlas, como
son la Tradición, los santos Padres, los Concilios, los Teólogos. Como confirmación de
sus argumentos puede echar mano de las razones filosóficas, pero no está en ellas su
fuerza ni su base. Y para no errar en todo esto debe atenerse estrictamente al magisterio
de la santa Iglesia que Jesucristo instituyó en la tierra como fiel e infalible intérprete de
su pensamiento y sus mandatos.
Las anteriores afirmaciones en modo alguno significan que el orador sagrado haya de
despreciar o a lo menos prescindir de los elementos humanos que Dios puso a
disposición de los hombres para persuadir unos a otros. Al revés, ha de emplearlos del
mejor modo posible, con tal de que no desnaturalice la oratoria sagrada. La verdad, el
afecto, la pasión, la fantasía e imaginación, la sensibilidad o corazón, la presentación
misma exterior han de ayudar para mejor persuadir al oyente; y esto con tanta mayor
necesidad cuanto que han de arrastrarlo a cosas que de suyo le son muy cuesta arriba,
como es el dominio de sus pasiones y el ejercicio de todas las virtudes. En consecuencia
aquel que mejor funda en una sola unidad ambos elementos, divino y humano, ese será
el mejor orador sagrado.
Naturalmente que no vamos a iniciar un estudio comparativo de los grandes oradores
sagrados. No lo intentamos y sería cuestión de todo un Tratado. Nos ceñiremos por
consiguiente a unas cuantas indicaciones que abran camino para comprender en alguna
manera el arte maravilloso del Crisóstomo. Tampoco vamos a estudiar la fuerza
particular que a sus palabras comunicaba ese otro elemento decisivo en la oratoria
sagrada, al que llamamos santidad o sea el ejercicio heroico de la virtud. Quien pueda
comprenderlo que lo comprenda. Esa santidad era la que en el Crisóstomo añadía tan
especial elemento de autoridad a sus palabras, aparte del que ya naturalmente llevaban
por hablar él en nombre y como legado y embajador de Cristo y de Dios. Todo eso salta
a la vista y no necesita de mayores considerandos. La materia misma de su elocuencia
es común a los otros santos Padres, hablando en general: todos, en esa época, más o
menos estaban empeñados en el estudio e interpretación de las Sagradas Escrituras así
para mejor comprender los dogmas como para mejor refutar las herejías. En cambio,
nos interesa mucho la forma con que el Crisóstomo las expone y el modo con que
aprovecha los humanos recursos naturales de la elocuencia para arrastrar a sus oyentes.
Debe advertirse desde luego que, como acabamos de indicar, la oratoria sagrada se
distingue de la profana por razón de la persona que habla, de la autoridad con que habla
y del fin que se propone; pero cuanto al arte de persuadir, si descartamos el elemento de
la santidad que tanto ayuda al orador sagrado, en lo demás no se distinguen ambas
oratorias: echan mano de los mismos elementos: claridad en el fin propuesto y recta
disposición así del elemento intelectual como del volitivo y pasional para llegar a ese
fin, y conveniente presentación ante el auditorio. Son pues estos los elementos que
someramente estudiaremos en el Crisóstomo.
Y comenzando por el elemento intelectual, la primera observación que se ofrece es que
san Juan Crisóstomo no es ni el teólogo que expone secamente, escuetamente las
verdades, ni tampoco es un polemista dedicado a defenderlas: es, antes que todo, un
expositor de ellas, de manera que toma todos los medios para explicarlas y hacerlas
inteligibles a sus oyentes. De paso es como de ordinario toca la parte apologética y
polémica del cristianismo, excepto en algunos Tratados y Homilías como las dirigidas
contra los Anomeos. Pero como no explica las verdades únicamente para que bien se
entiendan, sino para que el oyente se decida a poner en práctica las consecuencias que
ellas tienen para la vida, con mucha frecuencia deriva su discurso y enfoca las ideas a
moralizar. Tanto que no han faltado quienes se lo noten como un defecto: las
aplicaciones morales y la exhortación al bien vivir llenan a veces la mayor parte de sus
discursos.
Esta misma tendencia, juntamente con el total desprecio de las alabanzas mundanas y
del amor y estima propia, hacen que repetidas veces en una sola Homilía toque temas
muy diversos y sin conexión lógica entre sí, hasta el punto de que no han faltado
quienes aseguren que "hay en él más calor que lógica, más imágenes que
argumentos". (79) Lo que significa que va constantemente en persecución del bien moral
de los oyentes, y prescinde de las formas hechas del discurso clásico. Mas no significa
que la argumentación del santo sea floja o inepta: eso no le acontece nunca. Incluso a
veces le sucede proponer tres partes en que dividirá el discurso, que luego en la Homilía
se reducen a dos o se extienden a más. Aunque siempre claro tanto en la idea como en
las divisiones y subdivisiones, toma esto como elemento secundario y propio de
retóricos. Le importan más las ahnas que la distribución proporcionada de su pieza
oratoria.
(79) Villemain atribuye precisamente a ese predominio del afecto sobre la lógica, a que
"hay en él más calor que lógica, más imágenes que argumentos", el que sea el
Crisóstomo "tan familiar, persuasivo y adaptado a su auditorio". (Tableau de l'éloquence
chrétienne au IV siécle, pp. 149-181) Nos permitimos disentir de su afirmación. La
lógica del Crisóstomo es férrea, aunque se presenta a veces como diluida entre jardines
de flores retóricas orientales. Cuando expone su pensamiento y lo razona lo hace de tal
modo que, como dice Montfaucon (Prefacio a Sancti loaimis Chrysostomi Opera
Omnia), parecería que no es posible encontrar un modo más apto de presentar y razonar
la verdad. Es cierto que la imaginación de san Juan desborda "hasta causar náuseas a
algunos la ininterrumpida continuidad de los tropos y comparaciones", pero debe
advertirse que esto generalmente sucede cuando el lector se dedica a leer de corrido y
sin interrupción las Homilías del santo, sin recordar que no fueron pronunciadas sino
una tras otra con intervalos de tiempo más que suficientes para que los auditorios
renovaran su atención y descansaran. Por otra parte, al orador hay que considerarlo en
su conjunto y no en alguna que otra cosa que pueda parecer defectuosa. Finalmente es
del todo necesario no perder de vista la esencia de lo oratoria sagrada.
Finalmente, expone la doctrina con claridad y generalmente bajo el sentido literal, tan
propio de la escuela teológica y escriturarla de Antioquía. De manera que de ordinario
toma el texto de la Sagrada Escritura y lo va comentando y desenvolviendo y aplicando
por lo que dice, por la comparación con otros sitios paralelos de las mismas Escrituras,
por el obvio sentido de las frases o las palabras, o por raciocinios humanos
perfectamente seguros. Al modo de los otros santos Padres, rarísima vez cita a los otros
Doctores; tiene su mirada fija antes que en otro alguno en el gran Doctor de las gentes,
Pablo. A éste estudia, a éste alaba sin descanso. Llegóse a afirmar que el mismo Pablo
le dictaba sus sermones y que se le había visto muchas veces conversar con él
familiarmente. No pasa eso de una leyenda, pero confirma lo que veníamos diciendo.
Podemos pues decir que la fuente de su hermenéutica se encuentra en sus profundas
meditaciones.
Aunque tan segura en su catolicismo la doctrina del Crisóstomo, todavía, en el fervor de
su predicación tuvo a veces algunas expresiones que sus enemigos podían torcer en mal
sentido. Famosa es la que dijo acerca de la penitencia: "¡No te traigo yo al medio de tus
consiervos ni te obligo a revelar tus pecados a los hombres! ¡despliega tu conciencia
delante de Dios, muéstrale a El tus llagas, a El pídele el remedio". Se quiso entender
esto como si el santo no estimara ni quisiera la confesión con el sacerdote. Pero no es
exacto. Aparte de que en otros muchos sitios alaba y exige la confesión con el
sacerdote, la expresión referida está en conexión con la nueva disciplina de la Iglesia,
introducida por Nectario en Constantinopla, por la que se vedó desde entonces la
confesión pública de los pecados por las graves dificultades que ella ocasionaba.
Mucho más grave fue la cuestión que se suscitó sobre la acción de la gracia y la
actividad del libre albedrío en los últimos años de su vida. Juliano y Aniano, pelagianos,
repetían que el Crisóstomo los favorecía; y aun se tuvo a Casiano, uno de los discípulos
del Crisóstomo en Constantinopla, por los años de 401, como autor del
semipelagianismo. Ciertamente en sus escritos y Homilías dejó caer el Crisóstomo
frases que sin duda él mismo habría puntuahzado de haber existido ya la cuestión
teológica sobre las relaciones entre la gracia y el libre albedrío. Tenemos que detenemos
un poco más en esto.
En la Homilía sobre el texto de san Pablo: "Teniendo el mismo espíritu de fe", etc.,
dice: "Porque quería declarar (el Apóstol) que el comienzo de creer y obedecer al que
llama toca a nuestra buena voluntad; pero, una vez que se han puesto ya los
fundamentos de la fe, entonces es necesario el auxilio del Espíritu Santo a fin de que
permanezca ella en nosotros inconcusa e inexpugnable. Porque ni Dios ni la gracia del
Espíritu Santo se adelantan a nuestro propósito. Pues, aunque Dios llame, pero espera a
que espontáneamente y por propia voluntad nos acerquemos; y cuando finalmente nos
acercamos, entonces nos da por entero su auxilio".
Cosa parecida afirma en la Homilía sobre san Juan, cuando explica el texto: "Como
Jesús se volviera y los viera que le seguían, les dijo: ¿qué es lo que buscáis?" "Por aquí
nos enseña, dice el santo Doctor, que Dios no previene nuestras voluntades con sus
dones, sino que una vez que nosotros hemos comenzado, cuando hemos echado por
delante nuestra voluntad, entonces es cuando El nos ofrece muchísimas ocasiones de
salvación". Y en la Homilía 59 sobre el Génesis, usó de un lenguaje verdaderamente
confuso. Hablando ahí de Jacob, el hijo de Isaac, dice: "Aunque se había apoyado en el
auxilio de arriba, pero con todo él primero puso de su parte lo que le tocaba. Pues del
mismo modo, debemos nosotros persuadirnos de que, por más que nos esforcemos
millares de veces, nada podemos hacer si no es ayudados por el auxilio de arriba.
Porque así como no podemos obrar nada recto si no gozamos de ese auxilio, del mismo
modo, si no ponemos lo que está de nuestra parte no podremos alcanzar el auxilio de lo
alto".
Creemos ser necesario tomar en el mejor sentido posible estas y otras expresiones del
santo. En primer lugar porque la Iglesia aún no había tratado de propósito esa cuestión
del libre albedrío y la gracia, de suyo oscurísima. Por otra parte, el santo tenía que
improvisar constantemente, y como dijimos mantenía fija su mente más en el provecho
de los oyentes que no en las disquisiciones teológicas. Además, el mismo, refiriéndose
al monje Pelagio, que todos creen ser el mismo autor del pelagianismo, pues éste
comenzó a extender sus errores en el último año de la vida del santo, dice: "Muy
grandemente me duelo del monje Pelagio. Piensa tú de cuántas y cuan grandes coronas
se han hecho dignos quienes esforzadamente permanecieron firmes en el combate,
cuando varones que habían vivido en tan grande piedad, paciencia y ejercicio de
virtudes, vemos que nos son arrebatados por el demonio con engaño". (Carta IV a
Olimpias).
Cuanto a sus interpretaciones del texto escriturario, ciertamente son muy acertadas y
forman autoridad en la Iglesia, pero es necesario siempre cotejarlas con las de los otros
santos Padres; y sobre todo tener en cuenta los datos modernísimos de los estudios
bíblicos: no se le podía pedir al santo Doctor una ciencia superior a la edad histórica que
vivía. De vez en cuando intercala algunas consejas que andaban vahdas entre el pueblo
y que en manera alguna son verdaderas. Conviene advertir que el Cri-sóstomo nunca se
dedicó a la erudición profana después de su conversión. Así, por ejemplo, de la inmensa
erudición dialéctica y retórica que acopió en la escuela de Libanio, apenas aparece nada
en sus obras: se diría que hay un corte total en su vida, desde el momento en que se
entregó a Dios. En Antioquía estaba muy en auge en su tiempo la erudición clásica y los
recuerdos del paganismo muy vivos, y con todo, por el Crisóstomo no nos enteramos de
las fábulas de los dioses ni de las teorías de los filósofos salvo raras veces. Usaba de
esos elementos única y exclusivamente en cuanto le servían para el bien de sus oyentes.
Lo mismo debe decirse acerca de las consejas a que aludíamos. Las refiere para sacar de
ellas lecciones morales y nada más, sin preocuparse de su verdad histórica. Así, por
ejemplo, cuando habla del estiércol en que se revolcaba el santo Job, afirma: "Muchos
hay ahora que emprenden una larga peregrinación transmarina desde los confines de la
tierra hacia Arabia para ver el estiércol, y cuando lo han visto, besan la tierra que recibió
sobre sí la sangre derramada en la batalla por aquel vencedor, más preciosa que todo el
oro". Acerca del arca de Noé dice que "aún se conservan sus reliquias en los montes de
Arabia hasta nuestros días". Refiriéndose al Mar Muerto, explica: "Pero esta (tierra) es
ahora la más desierta de todos los desiertos. Porque tiene árboles y éstos producen sus
frutos, pero esos frutos son un memorial de la ira divina: hay ahí espléndidos granados
que a los que lo ignoran dan buena esperanza por su aspecto, pero cuando sus frutos se
toman en la mano y se parten, presentan en su interior no fruto alguno sino ceniza y
abundante polvo".
También en lo tocante a la cosmología, el santo es un hombre de su tiempo. Nos habla
de los cuatro elementos de que están compuestas todas las cosas y otras opiniones de
este jaez. Sin embargo ni en esto tampoco se detiene ni hace gala de alguna erudición.
Como dijimos su mente permanece enclavada en el pensamiento de Dios y en la palabra
de Cristo y todo su anhelo es ayudar a bien vivir a sus prójimos. De otras ciencias
apenas parece tener noción y muy vagamente las aplica, por ejemplo de la medicina.
Del argumento histórico, que tanto explotaron Demóstenes y Cicerón, el Crisóstomo
solamente hace uso tomándolo continuamente de las Sagradas Escrituras, lo mismo que
los ejemplos: parece sabérselas de memoria, según es la facilidad con que las cita y las
maneja.
La forma retórica es sin duda de las más atrayentes en el Crisóstomo : todas las galas
del estilo están al servicio de la idea, así como la idea lo está al servicio de la doctrina y
de la moral de Cristo. Se suceden sin interrupción las antítesis, las comparaciones, los
ejemplos; tropos de todas clases se atrepellan por salir de aquella boca de oro, y van
brotando con una naturalidad y fluidez que espanta. Su imaginación trabaja sin trabajo
alguno y encuentra siempre la más adecuada imagen para explicar la idea. El espíritu de
observación es finísimo: delante de él van discurriendo y pasando todas las bellezas
naturales de la bella Antioquía, como su río y sus torrentes, sus montes y sus cavernas,
sus prados y sus muros, sus flores, sus jardines y sus frutos, su cielo y su atmósfera, sus
tempestades y sus calmas, las lejanías de sus horizontes que aparecen desde las cumbres
del Sil-pio y las inmensidades del mar situado no muy lejos de la ciudad. Y todo esto
con el pormenor, muy instructivo, de que no localiza tales bellezas ni alude al sitio en
donde se encuentran, salvo raras ocasiones. No oímos en sus Homilías ni el nombre del
Silpio ni el del Estauris, ni el del Orantes; y sin embargo los estamos viendo en las
descripciones y comparaciones que el santo emplea para explicar su pensamiento.
Ese mismo espíritu de observación hace que a su ojo perspicaz no pase inadvertida ni
una sola de las costumbres antioque-nas o constantinopolitanas. Desde las carrozas
reales, las galas del vestido imperial, las armaduras de las cohortes, el oropel de la corte
y sus vicios profundos, hasta la soberbia de los filósofos, las mil trampas de los
comerciantes, las hechicerías de las barriadas, los festines y los pordioseros, toda
aquella sociedad antioquena, o por decir mejor oriental, del siglo IV, la podemos
reconstruir a través de las pequeñas o largas descripciones y eto-peyas de los discursos
del santo, en imágenes llenas de colorido que, como decíamos, se atrepellan unas a
otras, hasta el punto de que a veces se encuentran sobrepuestas, y no ha terminado una
cuando ya aparece la que la sigue. Imaginación netamente oriental que se desborda
empujada por el celo de las almas, y que a veces, como ya se ha hecho notar por algunos
autores, salta los Kmites de la ordinaria concepción en prosa para entrarse por los
campos de la poesía.
Ese encanto aumenta sobre manera con el de la expresión misma verbal que va
siguiendo todas las sinuosidades del pensamiento con una fidelidad que nada tiene que
pedir a Cicerón o a Isó-crates. El estilo es a veces cortado, casi sacudido, por medio de
interrogaciones, dialogismos, sentencias o breves reñexiones. Otras veces avanza con la
calma del Orontes y con su misma solemnidad, y se va desarrollando en frases de
amplitud varia que rematan en una cadencia inesperada o en un corte brusco, a la
manera de quien se asomara a la boca de un precipicio del Silpio. De vez en cuando,
muy pocas por cierto, el empuje brioso del pectus oratorium es tal que habiendo
comenzado el período en forma de prótasis, se va enriqueciendo hasta perderse, como
en amplias espirales, en un bosque de incisos, y acaba por producir sorprendentes
anacolutos así gramaticales como de idea.
Por todas partes aparece, pero revestida de aquel continuo fervor de espíritu y ánimo
apostólico, la forma pulcra y la abundante exposición de que tanto se admiraban sus
contemporáneos, en especial su profesor Libanio. Aquella formación clásica fue la base
humana del orador sagrado. Pero, mucho más que en la exposición de la doctrina, con
tanta claridad y de modo tan apto para la instrucción de los fieles; y mucho más que en
el dominio absoluto de los secretos del arte retórico, es admirable san Juan Crisóstomo
en la vida interna que sabe comunicar a cuanto dice. Nada hay frío; todo está lleno del
calor divino de la santidad y juntamente del entusiasmo humano que necesariamente se
comunica a los oyentes cuando es sincero y con ellos acopla.
No es posible que nos detengamos a hacer un estudio pormenorizado del manejo del
elemento pasional en la predicación del santo. Mejor será que quien quisiere
comprenderlo y copiarlo se dedique a examinarlo cuidadosamente en sus obras.
Ciertamente todos los autores han alabado su íntima compenetración psicológica con el
auditorio, al cual mueve y coimiueve con una natural facilidad que parece de milagro: lo
lleva a donde gusta y lo reviste de los afectos que desea. Maravillosa es la manera con
que hace saltar los primeros pródromos de gozo, de terror, de compasión, de ira santa,
de vergüenza: no hay alguna clase de afectos que no sepa magistralmente despertar,
llevarlos a emociones y convertirlos, si a bien le viene, en pasiones activísimas. Ligeras
observaciones acerca de este arte consumado nos permitiremos en algunas de sus
Homilías, como de paso. Por ahora, basten estas brevísimas indicaciones.
No le faltan defectos en su oratoria, pero el conjunto de ella era tan conmovedor que,
según testimonios contemporáneos del todo seguros, el hipnotismo que producía el
santo al hablar a sus feligreses con mucha frecuencia los llevó a aplaudirle en la iglesia,
interrumpiéndolo en su predicación; y el mismo santo tuvo no pocas que contener a
quienes lo aplaudían. Como decíamos no faltan defectos en sus Homilías si se las
considera a la luz de las preceptivas de la Retórica, y bien está que también en esto nos
fijemos, para que el cuadro sea completo. Muy bien los reúne Fray Mateo, O.S.B., en
una nota que nos han trasmitido los reeditores de Montfaucon (Vol. XIII, págs. 212-
213), y que vamos a copiar. Con ella cerraremos este párrafo, tan incompleto, que
hemos dedicado a la oratoria del santo.
"De dos géneros son las Homilías del Crisóstomo. Porque en unas trata
continuadamente y por su orden libros íntegros de la Sagrada Escritura. Y en este
género, propone en cada Homilía una parte del Libro y la explica en la parte primera de
la Homilía y a veces dos y tres la vuelve a tratar (a). Pero la segunda parte de la Homilía
la dedica toda entera a dar la doctrina moral sobre las costumbres, y toma la materia o
bien del texto que ha explicado (y esto es ordinariamente de unos pocos textos o de uno
solo), o de las circunstancias de tiempos, lugares, personas y sucesos que en esos días se
traían entre manos; hasta el punto de que a veces parece forzado el discurso y como
traído por los cabellos. En esta forma tiene frecuentes invectivas contra los teatros, los
juegos del circo, las artes mágicas, los juramentos, las supersticiones, la voluptuosidad y
el lujo, y contra los que se ponían a charlar dentro de la iglesia o se reían alto o
bailaban, y contra los ladrones corta-bolsas, y contra los demás vicios de aquel siglo
desenfrenado que corría a su ruina, vicios increíbles y que sobrepasaban toda medida.
"El segundo género de Homilías o bien exponía las Lecciones que se tenían en ese día,
tomadas de los Evangeliarios, o del Apóstol san Pablo; o bien celebraban ciertas
festividades o tiempos del año, o se tenían en circunstancias especiales, por
determinados acontecimientos. En este segundo género, la elocución es más solemne y
pomposa; y por lo que hace a la invención nadie ciertamente echará de menos el ingenio
del Crisóstomo, sino más bien lo reprenderá por su estilo lujuriante y que sobrepasa el
modo debido, y aun deseará una mayor probabilidad y verosimilitud en diversas
ocurrencias de su inventiva.
"Como ya dije, las Homilías del primer género tienen todas una misma disposición. En
cambio de las de este segundo, son poquísimas las que tienen una disposición conforme
a las reglas del arte. No raras veces el orador cambia de proposición y da a las palabras
de ella una interpretación o más amplia o más estrecha de lo que permiten. Añádase que
con frecuencia, mientras va tratando el argumento, se desvía a cosas ajenas de él,
porque con dificultad puede refrenar su propio ingenio llevado del entusiasmo. Y por lo
que mira al aparato oratorio, es decir al floreo y al colorido, el orador por todas partes
avanza rodeado de ellos: se diría que es un General que, habiendo conquistado a
Constantinopla, vuelve llevando consigo todas las abundancias de su regia opulencia y
todo la magnificencia de sus lujos.
"También se le reprende al Crisóstomo la desproporción de las partes. Porque a veces el
Exordio llena la mitad del discurso. Otras veces, apenas ha tratado brevemente el
argumento, cuando continúa con una extensa charla con sus oyentes. En el primer
género de Homilías, al explicar las sentencias de la Escritura, la elocución de vez en
cuando no es tan elaborada y perfecta, cosa que sería mucho de alabar, sino que más
bien es lenta, descuidada y negligente, con lo que causa fastidio por las muchas
repeticiones. En el segundo género, repetidas veces la elocución es rebuscada y llena de
continuos tropos no todos del mismo valor, y recargada de floreos exorbitantes y de
variados colores que no dicen entre sí; y más parece ordenada a hacer ostentación de sí
y a dar gusto a los oídos del auditorio; porque es, en la cantidad, excesiva e inflada y
llena de hinchazón; y para usar de las palabras mismas del Crisóstomo es briousa,
brithousa, xomosa.
"Cuanto a las Cartas del Crisóstomo, no las recomendaría yo a nadie con excesivo
empeño, sino únicamente a quienes desean conocer por ellas la historia. Sobresalen
entre las demás, las pocas y largas dirigidas a Olimpias, pero éstas sobrepasan el modo
epistolar, y la mayor parte son muy parecidas por sus sentencias y aun por sus palabras.
Aquel *b rjdixóv (sentimiento suave) que antes que otra cosa alguna da valor a las
cartas familiares, en éstas aparece unas veces como de solas palabras y fórmulas
vulgares y otras como algo rebuscado y fingido, que por lo mismo desagrada.
"Pero todo esto sea dicho queriendo buscarle sus defectos, que en realidad están
compensados con excelentes virtudes, que se encuentran casi en cada período. Porque
unas veces enseña con profundidad, otras combate con firmeza; a veces se expresa con
profundidad y elegancia, otras se explaya en ornatos oratorios; en unas partes deleita
con la agudeza del ingenio y en otras aterroriza al modo del relámpago y del rayo.
Añádase a esto la dignidad con que trata las costumbres cuando las toca en sus discursos
y el peso y la alteza de sus sentencias y su ánimo despreciador de los vicios, los deleites
y las vanidades del mundo, y a la vez piadoso y sumamente cuidadoso de la unción y la
devoción (b). Y a la verdad: si este orador hubiera hablado en Atenas o en Roma, a
hombres llenos de modestia y de morigeradas costumbres, y delante de oyentes llenos
de gravedad y justos estimadores de la elocuencia, lo compararíamos con Esquines o
con Cicerón, tras de los cuales, obtener él el segundo o el tercer lugar, todavía es un
honor".
Hasta aquí el juicio, netamente retórico, de Fray Mateo, quien, como se advierte, ha
procedido, conforme a las reglas de la Retórica clásica, a examinar la Invención, la
Disposición y la Elocución. Por su parte, los reeditores de Montfaucon añaden las dos
observaciones que hemos marcado con a) y b). a) Cuanto al primer género de Homilías,
"se aparta el Crisóstomo de esta norma en muchas de las Homilías sobre el Génesis.
Porque en ellas, el Exordio y la Peroración están dedicadas a tratar de las costumbres y
el cuerpo del discurso expone la sentencia o Q^ot^ de la Escritura. A veces en el
Exordio recopila lo ya tratado antes. En las Homilías sobre los salmos, va recitando las
palabras, las explica brevemente, y en seguida a cada explicación añade una exhortación
moral. Esto hace que en cada Homilía topemos con muchos y disímbolos argumentos
morales, b) Así como entre los oradores no cristianos ninguno hay que supere a
Isócrates en el decoro al recomendar las virtudes cívicas, así el Crisóstomo, después de
Cristo y de los Apóstoles, al hablar de las virtudes cristianas no tiene ni superior ni
igual, por el peso y profundidad de sus sentencias, entre los oradores cristianos griegos,
para no hablar de los latinos".
Repasando los escritores autorizados que desde la antigüedad se han ocupado de la
elocuencia del Crisóstomo, podríamos amontonar testimonios contestes de la
admiración universal que siempre ha despertado, a pesar de los defectos que se le
pueden y deben señalar. De modo que, por encima de las apreciaciones personales, la
voz universal lo ha proclamado uno de los grandes genios de la oratoria así en el sentido
profano como en el sagrado. Su lectura y sobre todo su estudio será siempre un
elemento indispensable para todo predicador que quiera llenar su oficio con perfección.
Tratándose, en particular, de la oratoria sagrada, pensamos nosotros que no hay
testimonios de mayor peso que las palabras de los Romanos Pontífices, de las cuales
podríamos también aquí acumular muchas y muy elogiosas. Pero no lo haremos para no
alargarnos excesivamente. Baste con recordar cómo la Sagrada Congregación de
Obispos y religiosos, a 31 de julio de 1894, afirmaba: "A la piedad y a la virtud cristiana
debe ir unida la ciencia... pues está demostrado por una constante experiencia que en
vano se esperará una predicación sólida, ordenada y fructuosa de parte de aquellos que
no se han nutrido con buenos estudios, principalmente sagrados, y que, confiados en
cierta locuacidad natural, suben temerariamente al pulpito o con poca o ninguna
preparación".
Teniendo pues en cuenta esto, y que el Crisóstomo es no un libro sino toda una
biblioteca sacra, con mucha razón León XIII, en la sala ducal del Vaticano, el 4 de julio
de 1880, decía a los Párrocos y Predicadores y Teólogos: "Para responder a vuestros
deseos, ponemos a los oradores sagrados bajo la tutela y patrocinio de san Juan
Crisóstomo, a quien proponemos como ejemplar al que todos imiten. El es, sin
dificultad, como a todos es manifiesto, el príncipe de los oradores cristianos: el áureo
río de su elocuencia, su invencible fuerza en el decir, la santidad de su vida, cosas son
que con sumas alabanzas celebran todas las naciones". Y luego Pío X oficialmente a
este supremo orador cristiano "Caelestem oratorum sacrorum Patronum declaravit atque
constituit".(80)
(80) Palabras del Oficio eclesiástico del día.
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EFEMÉRIDES
Escritos del santo antes de su diaconado
Años entre el 343 y el 354: nace san Juan en Antioquía.
Año 369. Terminados sus estudios de elocuencia, comienza los de Sagrada Escritura
bajo el magisterio del Obispo Melecio, y es bautizado por éste y luego ordenado Lector.
Año 372. Hacia los comienzos, abandona el Crisóstomo el magisterio de Melecio y
toma como maestros a Carterio y a Diodoro; y poco después atrae a la escuela de éstos a
Máximo y a Teodoro.
Año 373. Escribe sus dos primeros opúsculos, o sea sus dos Tratados a Teodoro Caído.
Año 374. Hacia este año se le busca para hacerlo obispo, pero él lo evita ocultándose; y
a comienzos del año siguiente o fines de éste abraza la vida monástica en la soledad.
Año 375. Hacia este año escribe los seis Libros sobre el Sacerdocio.
Año 376. Escribe los tres Libros contra los que atacan la vida monástica; y quizá no
mucho después, probablemente aún en la soledad, escribe el otro de la Comparación
entre un Rey y un Monje. También en la soledad escribe el Libro a Demetrio sobre la
Compunción, y luego otro sobre el mismo tema a Es-telequio.
Año 377 o 378. Probablemente escribe los tres Libros para consolar al energúmeno
Estagirio.
Escritos durante su diaconado
Año 380. Hacia el fin o comienzos del 381, tiene que regresar de la soledad a Antioquía
en donde es ordenado de diácono.
Año 381. Escribe el Libro a una Viuda joven; y probablemente para la misma escribe no
mucho después el otro acerca de no contraer nuevas nupcias. Probablemente en ese
mismo año escribe el Libro sobre la Virginidad.
Año 382. Compone el Libro en alabanza de san Babylas y contra Juliano y los gentiles.
También durante su diaconado escribe la Sinopsis sobre varios Libros de la sagrada
Escritura, aunque ésta no es toda de él, a lo menos tal como la publicó Montfaucon.
Primer año de presbiterado
Año 386. Hacia los comienzos de este año es ordenado de presbítero y comienza el
oficio de predicar. Pronuncia su primera Homilía. Entre enero y febrero pronuncia otra
sobre Ozías, o sea la que en los impresos se halla como segunda sobre ese argumento.
Siguieron luego, antes de la cuaresma, otras tres Homilías sobre Ozías o de los
Serafines, es a saber la tercera, quinta y sexta de los impresos. Al principio de la
Cuaresma comenzó los ocho Sermones sobre el Génesis. Durante la misma Cuaresma,
en el mes de marzo, según parece, pronunció las otras cinco, o sea dos sobre la
oscuridad de los Profetas, la tercera contra los maniqueos que dicen que los demonios
gobiernan el mundo, la cuarta contra la pereza y la quinta acerca del demonio como
tentador. En el mes de mayo verosímilmente, predicó la Homilía sobre el obispo
Melecio.
Verosímilmente en ese mismo año enfermó el santo y tuvo la Homilía acerca de aquello
del Apóstol: "Hoc autem scitote..." En agosto predicó la primera Homilía contra los
anomeos, y a fines de agosto o principios de septiembre comenzó las disputas contra los
judíos y tuvo los dos primeros discursos sobre ese tema, y quizá otros dos que se han
perdido. En noviembre continuó la discusión con los anomeos, y en este mes y el
siguiente pronunció las Homilías segunda, tercera, cuarta y quinta sobre el
Incomprensible. Parece que después de la tercera predicó la Homilía sobre el Anatema;
y tras de la quinta parece que se siguieron otras dos: la de Acerca de no divulgar las
faltas de los hermanos y la de Acerca de que no se debe desesperar. El 20 de diciembre
tuvo la Homilía sobre san Filogonio. El 25 de ese mes la Homilía sobre la Natividad del
Señor; según parece, al terminar el año, la Homilía sobre el dicho del Apóstol: "Sive per
occasionem. . ."
Segundo año de presbiterado
Año 387. El 19 de enero predicó la Homilía Acerca de las Kalendas, y el día 2 la
Homilía I sobre Lázaro y el rico. Luego, durante el mes, tuvo las otras dos sobre el
mismo tema. El día 6 probablemente, predicó la Homilía Acerca de la Epifanía, y al día
siguiente la de san Luciano. El 24 dijo la Homilía en honor de san Babylas, y poco
después la otra en honor de los santos Juventino y Maximino; siguió la cuarta Acerca de
Lázaro y el rico; luego otra Acerca de aquello del Apóstol: "De dor-mientibus..." En el
mes de febrero comenzó de nuevo el ataque contra los anomeos y predicó sobre esto
cinco HomiKas: primero la que en los impresos es séptima, luego otra, luego la que es
octava, luego la nona y tras de ésas la que es décima, probablemente. Interpuso la
Homilía sobre la Resurrección de los muertos; y tal vez hay que poner en este mismo
mes la Homilía Acerca de las Viudas y la Homilía sobre el Terremoto y las que le
siguen en el tomo primero de los impresos.
Antes de la Cuaresma tuvo la Homilía contra los Cuartodecimanos llamada también
Tercera contra los Judíos; esto hacia fines de febrero. A fines de febrero o comienzos de
marzo, predicó la Homilía acerca del dicho del Apóstol: "Módico vino utere..." Hacia
los principios de marzo brotó en Antioquía la gravísima sedición en la que fueron
echadas por tierra las estatuas del emperador Teodosio. Predicó entonces las Homilías
llamadas de las Estatuas. La primera fue la que se llama segunda y la tuvo un poco antes
de la Cuaresma; luego siguieron las otras por este orden: en la dominica de
Quadragésima, 14 de marzo, la tercera; luego la cuarta, la quinta, la sexta, la séptima, la
octava, la decimaquinta, todo en los seis días subsecuentes de la primera semana de
Cuaresma. El lunes siguiente predicó la novena y finalmente la décima al día siguiente.
Tras de esto el santo se vio obligado a interrumpirlas a causa del excesivo terror de los
antioquenos, por lo que en los primeros días de esta segunda semana tuvo la primera de
las Catcquesis.
El 26 ó 28 de marzo, tuvo la Homilía decimasexta de las Estatuas, cuando aún no
habían comenzado los enjuiciamientos. Tras ellos se siguió la diecisiete, o sea el día 2 o
el 3 de abril, y también la segunda de las Catcquesis. Se siguieron la 18, 11, 12, 13
durante los días siguientes; y tras de uno o varios días pronunció la 14. Cerca del
domingo de Palmas, o quizá en ese mismo día, 18 de abril, tuvo la 19, tras de haber
sufrido una enfermedad. En la Semana Santa dijo la 20, llamada también 22. En la fiesta
de Pascua, el 25 de abril, dijo la 21. Después de la Pascua dijo algunas otras que se han
perdido. En los meses de mayo y junio, predicó los Sermones sobre Anna la del antiguo
Testamento, de los que solamente nos han llegado cinco. Los demás, juntamente con la
Homilía predicada el día de Pentecostés, se han extraviado.
Hacia fines de junio padeció el santo otra enfermedad bastante larga. Pero apenas se
alivió un poco y pronunció la HomiKa sobre el Deudor de los diez mil talentos. En
seguida, otras tres sobre el rey David; y parece que poco después la Acerca de amar a
los enemigos. Hacia el mes de agosto dio a luz el libro contra los judíos y los gentiles,
para probarles la divinidad de Jesucristo. En los meses de septiembre y octubre
pronunció los cinco Sermones posteriores contra los judíos. Pasada la mitad de octubre
tuvo la Homilía sobre el Salmo LXI. Y desde noviembre en adelante hasta la Cuaresma
del año siguiente (o sea el 388), han de ponerse las cinco Homilías siguientes: Sobre la
Limosna, tres sobre el dicho de san Pablo: "Habentes eundem Spiritum íidei. ..";
finalmente la otra sobre lo del mismo Apóstol: "Utinam sustineretis modicum quid. .."
Tercer año de presbiterado
Año 388. El 17 de febrero, o sea en la dominica antes de Quadragésima, pronunció la
Primera HomiKa sobre el Génesis. Las siguientes las predicó a continuación casi cada
día, aunque interrumpiéndolas de vez en cuando con otras Homilías que no se nos han
conservado. Así pronunció seguidas las 32 primeras. De modo que la última tuvo lugar
el miércoles 5 de abril. Al día siguiente. Jueves Santo, tuvo la de Judas Traidor, luego la
de la Cruz y la de la fiesta de Pascua titulada contra los Ebriosos. Luego predicó
seguidas las cinco sobre el principio de los Hechos de los Apóstoles, a partir de la
siguiente dominica, 16 de abril. A continuación dijo la sobre Mutatione nominum, y
probablemente continuó tratando la misma materia hasta Pentecostés; de manera que
parece que la última de esta serie la predicó al día siguiente de Pentecostés.
Probablemente intercaló la Homilía sobre la Ascensión del Señor y otra también sobre
la fiesta de Pentecostés. Hacia el mes de junio reasumió el tratado sobre el Génesis,
cuyas Homilías continuó hasta terminarlas por septiembre u octubre. Quizá hacia fines
del año, predicó las dos Homilías acerca del dicho del Apóstol: "Salutate Priscillam et
Aquilam. . ."
Tiempo restante del presbiterado: 388 a febrero de 398
Hacia fines del 388 o comienzos del 389 hay que colocar el principio de la Exposición
sobre San Juan, la que parece terminó durante ese año. En 389 o 390 comenzó las
Homilías sobre san Mateo y las terminó en 390 o 391. En 391, según parece, hizo la
Exposición de la Epístola a los Romanos. Por el 392 hay que colocar la Exposición de
las dos Cartas a los Corintios. Desde 393 hasta 397 parece que compuso la
interpretación sobre las Cartas de san Pablo a los Gálatas, a los Efe-sios, a los
Filipenses, las dos a Timoteo, la de Tito y probablemente la a Filemón. Por esos mismos
años compuso y predicó ante el pueblo la Exposición sobre los Salmos. Y en 397
probablemente, se ha de colocar el comienzo de la Exposición sobre los primeros
capítulos de Isaías, que parece ser su última obra del tiempo del presbiterado.
De fecha incierta en absoluto
Al tiempo de su predicación en Antioquía, o sea desde el comienzo del 386 hasta los
últimos meses del 397, especialmente durante los dos primeros años, parece que tuvo
las siguientes Homilías: Sobre la reprensión a Pedro; siete Homilías sobre las alabanzas
del Apóstol san Pablo; nueve Homilías sobre la penitencia; la del Cementerio y la Cruz;
a los veinte días, tuvo otra sobre las santas mártires Bernice, Prosdoce y Domnina; y
luego una segunda sobre las mismas santas; la Homilía sobre Judas el traidor; la de la
Cruz y el buen Ladrón; la de la Ascensión; dos sobre Pentecostés que no se sabe en
absoluto de cuándo son; las Homilías sin fecha tenidas en Antioquía, los panegíricos,
dos Homilías sobre santa Pelagia, una sobre san Ignacio mártir, una sobre san Eustacio
y dos sobre san Romano; la Homilía sobre las palabras de Jeremías: "Domine non est in
manu hominis. .."; dos Homilías sobre los Maca-beos, aparte de una tercera dudosa; la
Homilía sobre todos los santos Mártires, a la que se siguió la otra en que demuestra que
no se ha de predicar por alcanzar el favor de los oyentes; otra sobre todos los santos
Mártires; una sobre san Juliano Ana-zarbeno; una sobre san Barlaam; una sobre aquel
dicho del Apóstol: "No lo vos ignorare fratres. . ."; una sobre la santa mártir Drosides;
otra sobre los santos Mártires Egipcios; otra sobre los Mártires en general; la Homilía
con ocasión del terremoto; otras de tiempo aún más incierto y dudoso; y el discurso en
alabanza de Diodoro de Tarso.
Primer año de su episcopado
Año 398. Se ha perdido su primera Homilía al pueblo. La segunda fue contra los
anomeos y lo mismo la tercera. Siguióse la Homilía sobre lo del paralítico descolgado
por el techo; y poco después otra sobre las palabras de Cristo: "Pater! si pos-sibilite est.
.." Es verosímil que el santo cayera enfermo ese año de 398. Pero después de su
enfermedad pronunció la Homilía sobre las palabras del Apóstol: "Scimus quoniam
diligentibus Deum..." Parece que en ese mismo año fueron compuestos dos opúsculos:
uno Contra los Clérigos que cohabitan con vírgenes y otra Contra las Religiosas que
habitan con varones. Con ocasión de la traslación de unas reliquias con asistencia del
emperador y la emperatriz y ser al día siguiente festividad en la que estuvo presente el
emperador, el santo predicó algunas Homilías y luego la de san Focas mártir y otras dos.
Ese mismo año o a comienzos del 399 comenzó el santo la Exposición de la Epístola de
san Pablo a los Colosenses.
Año 399. Pronunció el santo la Homilía en favor de Eutro-pio, y después de algunos
días la otra sobre Eutropio capturado. En el mes de febrero pronunció la primera de las
nueve Homilías que se publicaron últimamente; y verosímilmente en ese mismo año
predicó la cuarta, quinta, sexta, séptima y octava. En la Pascua dijo la Contra los Juegos
y los Espectáculos y finalmente la nona de las últimas publicadas en el volumen XII de
Montfaucon, y probablemente también la décima y la once.
Por el mes de julio, tras de la rebelión de Gainas, tuvo el santo la Homilía sobre la
liberación de Saturnino y Aureliano. Pero parece que ya antes de ir a esa legación había
predicado las otras dos: sobre la vanidad de las riquezas y sobre aquellas palabras: "Ne
timueris cum dives factus fúerit homo. . ."
Años 400-403. Al regresar a Constantinopla, tras de su viaje a Efeso, predicó la Primera
Homilía después del regreso. Luego el pequeño discurso para reconciliar con el pueblo
al obispo Severiano, a petición de Arcadio. Verosímilmente, en el año de 400 expuso al
pueblo las dos Epístolas de san Pablo a los Colosenses, pero una parte al menos de ellas
la expuso después de su viaje a Efeso. El año 401, en la Pascua comenzó la Exposición
de los Hechos de los Apóstoles; y por el 402 expuso la Carta a los Hebreos.
Escritos de fecha incierta
Ciertamente antes de su primer destierro, pero no se sabe en qué año, tuvo la Homilía
sobre aquello del Apóstol: "Si esurierit inimicus tuus..."; las Homilías primera y cuarta
acerca de los Serafines; y otras tres que siguieron una a la otra acerca de las Nupcias y
del Matrimonio. Otras Homilías hay que se ignora si las pronunció en Constantinopla o
en Antioquía. Son: sobre la Puerta angosta y la Oración dominical; de la gloria en las
tribulaciones; sobre aquello del Apóstol: "Oportet haereses esse. .."; otra acerca de la
Viuda y Elias; otra sobre la felicidad futura y la vanidad de las cosas presentes; otra
sobre la Semana Mayor; otra sobre aquello del Señor: "Ego Dominus feci lumen et
tenebras. . .", contra los Maniqueos en especial; otra sobre la caridad perfecta; otra sobre
la continencia; y dos sobre el consuelo de la muerte. Luego la Homilía pronunciada
antes de que lo echaran de su sede; Homilía breve pronunciada el día de su regreso del
primer destierro; al día siguiente otra Homilía; después de algunos días o semanas, la
Homilía sobre la Cananea.
En el destierro segundo, a partir del 20 de junio, 404
La carta 1 1 escrita después de algunos días a Olimpias. A fines de junio la carta 118 a
los Obispos y presbíteros encarcelados con ocasión del incendio de la Catedral y el
Buleuterion. El 3 de julio escribe desde Nicea la carta 10 a Olimpias. Ahí mismo, según
parece, escribe la 174 a los detenidos en la cárcel. Ahí también, el 28 de junio o más
probablemente el 4 de julio, la 221 a Constantino, presbítero de Antioquía. Desde Ga-
lacia o Capadocia, la 121 a Arabio, la 8 a Olimpias, y probablemente la 1 19 al
presbítero Teófilo. Hacia el fin de julio, antes de llegar a Cesárea, la 9 a Olimpias,
cuando se sintió enfermo mientras lo trasladaban a Cesárea. En Cesárea la 120 a
Teodora y la 12 a Olimpias, cuando el santo estaba ya enfermo.
Carlas desde Cúcuso, en el destierro
La 13 a Olimpias a fines de agosto o comienzos de septiembre; la 234 a Brisón, la 193 a
Peanio. Tal vez por este tiempo envió la tercera a los detenidos en la cárcel, que luego
se imprimió fuera de numeración. Verosímilmente por ese mismo tiempo escribió la
194 a Guemello, la 196 a Aecio y la 143 a PoHbio, la 236 a Carterio, Prefecto de
Cesárea, la 81 a Hym-netio, la 228 a Teodoro (tanto Hymnetio como Teodoro eran
médicos de Cesárea), la 80 a Firmino, la 82 a Cyterio, la 83 a Leoncio, la 84 a Faustino,
la 172 a Heladio, la 173 a Evencio (que eran amigos suyos en Cesárea). Por el mismo
tiempo escribió a muchos obispos: la 87 a Eulogio de Cesárea que ocupaba la sede en
Palestina, la 88 a Juan el patriarca de Jerusalén, la 89 a Teodosio Escitopolitano, la 85 a
Lucio, la 86 a Marín, la 90 a Moisés (todos estos obispos), la 235 a Porfirio Rósense, la
Illa AnatoUo Adanense (obispos de Cili-cia), y la 1 12 a Teodoro Tyanense de
Capadocia.
No mucho después de su llegada a Cúcuso, por el mes de septiembre, escribió la 108 a
Urbicio obispo, la 109 a Rufino, la 1 10 a Bassos, la 30 a Heorcio, la 26 a Magno, la 27 a
Domno (todos obispos), la 223 a Hesiquio y no mucho después la 74 al mismo, luego la
73 a Agapeto, la 42 a Candidiano, la 224 a Marciano y Marcelino, y poco después a los
mismos la 226. La 188 que fue para otro Marcelino, la 242 a Caleidia y Asyncritia, y no
mucho después la 77 a sola Asyncritia. Luego siguió la 133 a Adolia, la 115 a Teófilo
presbítero. En el mes de septiembre todavía, la 227 a Cartería, la 75 a Hermacio, la 1 a
Olimpias, y por cierto harto larga; luego la 64 a Ciricio obispo, y la 134 a Diógenes.
Antes de terminarse el mes de septiembre, según parece, la 129 a Marciano y Marcelino
nuevamente, la 34 a Cartería, la 2 a OUmpias también muy extensa.
Otras cartas de ese año y algunas tal vez del siguiente
A los comienzos de octubre, la 1 14 a Lipidio obispo, la 3 y la 14 a Olimpias, la 207 a
los monjes Godos y la 204 a Peanio. Ln octubre o noviembre la 232 a Cartería, la 225 al
presbítero Constancio, distinto del anterior, la 229 a Severa, la 231 a Adolia, la 230 a
Lipidio obispo, la 17 a Olimpias, la 94 a Pentadia, la 103 a Amprucla, y poco después a
la misma la 191 y la 95 a Peanio. Por el mes de noviembre la 24 a Hesiquio, la 65 a
Marciano y Marcelino, la 122 a otro Marciano. Ln seguida la 21 1 a Timoteo presbítero,
la 200 a Calístrato obispo de Isauria, la 206 a Teódulo diácono, la 5 a Olimpias, la 104 a
Pentadia, la 96 a Amprucla, la 210 a Teodoro, la 230 a Salustio presbítero, la 212 a
Teófilo presbítero, la 147 a Antemio, la 218 a Lutimio presbítero, la 213 a Lilipo
presbítero, la 97 a Hypatio presbítero, la 180 al mismo, la 199 a Daniel presbítero, la 44
a Teódoto diácono y probablemente la 43 a Bassiana.
El año 404. La 45 a Symmaco presbítero, la 47 a Nemea, la 178 a EutaUa, la 32 a la
misma, la 186 a Alipio, la 187 a Pro-copio, la 189 a Antíoco, la 36 a Marón presbítero y
monje, la 37 a Tranquilino obispo, la 38 a Mymnecio médico, la 190 a Brison, la 195 a
Claudiano, la 219 a Severina y a Rómula, la 58 a Teodosio (¿uno de los jefes que lo
llevaron al destierro?), la 201 a HercuUo, la 113 a Paladio obispo, la 197 a Estudio
prefecto de la ciudad, Ia217ylall6a Valentino, la 124 a Guemello, la 205 a AnatoUo
(uno de los prefectos), la 144 a Diógenes. Ln 404 o 405: la 39 a Caleidia, la 220 a
Peanio, la 222 a Casto, Valerio, Diofantes y Ciríaco, la 93 a Aftonio, Teo-doto y
Ouereas, monjes y presbíteros.
Año 405. A los comienzos el santo cayó en una grave enfermedad que le duró hasta la
primavera o comienzos del estío. Luego, aún no bien convalecido, por abril o mayo
escribió la 6 a Olimpias, la 7 y la 10 a la misma señora. Este mismo año, la 138 a
Lipidio obispo, la 59 a Teodoto, diácono, y en seguida la 67 y la 137 al mismo; la 61 a
Teódoto varón consular, la 62 a Casto, Valerio, Diofantes y Ciríaco. Luego, en invierno,
a estos mismos las 66, 130, 107 y 22, y la 91 a Romano presbítero. También se interesó
mucho el santo en la conversión de los gentiles de Fenicia y con esa ocasión escribió
muchas cartas.
Además, a Teódoto, Nicolao y Quereas presbíteros y monjes, la 146, la 145 a Nicolao
presbítero, la 126 a Rufino presbítero, la 54 a Geroncio presbítero, la 21 a Alfio y luego
al mismo la 72, 35 y 49; la 123 a los presbíteros y monjes que predicaban la fe en
Fenicia, la 23 a Basilio presbítero, la 55 a Simeón y Mari presbíteros y monjes, y la 56 a
Rómulo y Byzos monjes. Finalmente, en ese mismo año, la 175 a Agapeto, la 100 a
Marciano y Marcelino, la 31 a otro Marcelino, la 60 a Caleidia y Asyncritia, las 99 y
106 a la misma Asyncritia, la 76 y la 105 a Calcidia, la 185 a Pentadia, la 41 a
Valentino, la 79 y la 132 a Guemello, y las 50 y 51 a Diógenes. Hacia el fin del año el
santo se vio obligado a cambiar de residencia y sufrió gravísimas penas.
Año 406. Desde Arabisos escribió la 136 a Teódoto lector y también la 102 al mismo, la
141 a Teódoto varón consular, las 23 y 78 a Romano presbítero, la 127 a Polibio, la 128
a Ma-riniano, la 69 al presbítero Nicolao, la 70 a Aftordo, Teódoto y Quereas, la 131 a
Elpidio obispo, las 140, 135 y 68 a Teódoto diácono, la 15 a Olimpias. En este año
escribió además para OUmpias el Libro en que demuestra que nadie puede ser dañado
sino por sí mismo, y poco después el otro sobre los que han padecido escándalo por su
causa; también la carta 4 a Olimpias y la 142 a Elpidio obispo. Dio varias cartas para los
Legados enviados de Roma a Constantinopla; escribió las 156, 157, 158 y 159 para los
obispos; la 160 a un obispo, la. 161 a los presbíteros romanos que iban con los Legados,
la 162 a Anysio tesalonicense, la 163 a todos los obispos de Mace-donia, la 164 a
Alejandro obispo de Corinto, la 155 a Cromado de Aquilea. Luego, habiendo entendido
el mal éxito de la Legación, escribió directamente al Papa Inocencio; después la 182 a
Venerio medio láñense y con mayor probabilidad la 183 a Hesiquio salonense, la 184 a
Gaudencio brixense, la 149 a Aurelio cartaginense, la 150 a Máximo obispo, la 151 a
Áselo obispo, las 152, 153, 154 y 181 a varios obispos, la 148 a Ciríaco, Demetrio,
Paladio, Eulysio obispos de oriente, la 168 a Proba matrona romana, la 169 a Juliana
nuera de Proba, y la 170 a Itálica también noble matrona.
Algunas cartas de fecha más incierta
De tiempo incierto son: la 48 a Arabio, la 192 a Onesycracia, la 46 a Rufino, la 63 a
Tranquilino, la 117 a Artemidoro, la 71 a Maleo, la 92 a Moisés presbítero, la 101 a
Severo presbítero, la 139 a Teodoro varón consular de Siria, la 171 a Mondo, la 208 a
Acacio presbítero, la 209 a Salvión o Galbión, la 214 a Sebastián presbítero, la 215 a
Pelagio presbítero, la 216 a Musoino y la 1 17a Teodora.
El año 414, por urgencias del Papa Inocencio, el nombre del Crisóstomo fue insertado
en los sacros dípticos o listas de obispos legítimos, primero por Alejandro antioqueno,
luego también por Ático constantinopolitano y todos los demás obispos de Oriente. El
obispo de Alejandría, Cirilo, fue el último en aceptar la inscripción, hacia el 419
(Bardy) o 429 (Baur). Antes del año 438 comenzó ya a celebrarse la festividad del santo
por los habitantes de Constantinopla. El 438 su cadáver fue trasladado con solemne
pompa desde la iglesia del mártir san Basilisco, cerca de Comana del Ponto, en donde se
le inhumó enseguida de su muerte, a la capital del imperio de Oriente. 81
(81) Resumen del catálogo de Estiltingio, Montfaucon, vol. XIII, pp. 413 a 419. El autor
va intercalando ahí algunos de los principales sucesos de la vida de san Juan
Crisóstomo.
N. B. Estas efemérides de los escritos del santo nos dejan ver que los compiladores para
nada tuvieron en cuenta la cronología. Tampoco la habían tenido en cuenta los
estenógrafos. Pero además nos espanta el considerar la actividad literaria de este
hombre ocupado en tantos negocios y con frecuencia enfermo: poseemos cerca de 900
piezas suyas auténticas, unas pocas dudosas y unas 300 espurias.
NUESTRA VERSIÓN
Atrevimiento y no pequeño fue necesario de nuestra parte para emprender la versión
completa de las obras de san Juan Crisóstomo. Y esto no únicamente atendiendo a la
dificultad de pasar al castellano la bellísima forma helena de sus Homilías, Sermones y
Tratados, sino también a la inmensa cantidad de ellos y muy en particular a lo
enmarañado que andan aún los críticos para discernir cuáles obras son auténticas y
cuáles dudosas o ciertamente espurias.
Con todo, nos decidimos a emprender este largo trabajo movidos del anhelo de ayudar a
las almas deseosas de la virtud y no menos a los predicadores de la palabra de Dios,
poniéndoles en las manos en nuestra lengua esos tesoros de piedad y ciencia encerrados
en las obras del Crisóstomo. Naturalmente que en cuanto a trasvasar el arte con que
brotaron de los labios o la pluma del santo esas obras, algunas de ellas monumentos
perfectos de elocuencia, hemos hecho lo que en nuestras posibilidades estuvo, y no
tenemos sino pedir perdón por lo que no alcanzamos.
Por lo que mira a la cantidad grande de Homilías, Sermones, Tratados y Cartas del
santo, no nos ha arredrado la mole inmensa, y esperamos ir cumpliendo nuestro empeño
hasta darle cima en no muy largo tiempo, puesto que gracias a una preparación previa
muy laboriosa, muchas de las dificultades que podíamos encontrar las solucionamos de
antemano. En cambio, por lo que hace a la discriminación entre lo auténtico y lo dudoso
y lo simplemente espurio, no somos nosotros quiénes para acometer empresa que entre
muchos van llevando a cabo con muy graves trabajos y sin lograr aún, en muchos casos,
llegar a resultados del todo satisfactorios.
Por esto, hemos preferido atenemos al buen criterio de la colección hecha por el
benemérito Padre Bernardo de Mont-faucon, O.S.B.; y por consiguiente dar la versión
de todas aquellas obras que pone como ciertamente propias del santo y las que pone
como dudosas. La razón de incluir estas segundas es que quizá la crítica acabe por
adscribirlas con certeza al santo o por lo menos tienen el suficiente mérito para haber
alcanzado la gloria de que se las pudiera atribuir al Crisóstomo; aparte de que todas
ellas contienen siempre algo y aun mucho aprovechable para el doble fin que nos
proponemos, que es el de ayudar a las almas deseosas de ejercitar la virtud y a los
predicadores del evangelio. Cuanto a las obras ciertamente espurias hemos preferido no
recargar con ellas los volúmenes de esta versión, por no haber especial razón que a ello
nos indujera.
También hemos creído conveniente poner al calce de las páginas los sitios de la Sagrada
Escritura que el santo cita o va explicando. A5aidará esto a quien con más espacio desee
internarse en el pensamiento del santo Doctor. Además hemos juzgado oportuno anotar
al calce en cada Homilía, cuando ella da lugar, algunas advertencias, aclaraciones o
referencias que ayuden a la mejor inteligencia ya del texto ya de la posición del orador o
de los oyentes y sus diversas circunstancias: todo esto según nuestra finalidad y
posibilidades. Lo demás quedará al prudente lector.
La edición sobre cuyo texto vamos a trabajar nuestras versiones, decíamos, es la del P.
Bernardo de Montfaucon, presbítero y monje de la Orden de San Benito, de la
Congregación de san Mauro reimpresa en 1839. Nació este Padre el 17 de enero de
1655 en el castillo de Soulage, de una familia antigua y noble. Abrazó al principio la
vida militar. Pero la muerte de sus padres le hizo reñexionar sobre las vanidades del
mundo y por esto poco después dio su nombre a la Orden Benedictina, el año 1675,
cuando tenía 20 de edad. Muy pronto la fama del nuevo religioso voló por toda Europa,
como un portento de memoria y como un verdadero tesoro de doctrina. En especial se
alababa la claridad de juicio y la agudeza de su ingenio. En 1698 fue a ItaUa con el
objeto de examinar los más antiguos Códices de las bibliotecas allá existentes. Tenía 43
años de edad.
Estando en Roma, en el oficio de Procurador de su Orden ante la Santa Sede, defendió
con todo éxito, contra las acometidas de los enemigos, la edición benedictina de las
Obras de san Agustín. Con grande benevolencia lo trataron los Papas Clemente XI y
Benedicto XIII, lo mismo que el emperador Carlos VI. Regresó a París el año 1701, y su
vida se prolongó hasta los 86 años de edad, siempre con muy buena salud. Con todo,
apenas es creíble que pudiera dedicarse a preparar tantas y tan importantes obras como
trajo entre manos: la Ana-leda Graeca en un volumen greco-latino, en 1688; el Diario
Itálico en un volumen, en 1702; la Colección de Antiguos Escritores Griegos en dos
volúmenes bilingües, en 1706; la traducción francesa de la obra de Filón Sobre la Vida
Contemplativa en un volumen; la Paleografía Griega en un volumen en 1708, obra
excelente en donde se encuentra un espécimen de los varios caracteres que los griegos
usaron en la escritura; la Hexapla de Orígenes en dos voMmenes, en 1713; la Biblioteca
Coisli-niana en un volumen y la Antiquitas Explánala en 10 volúmenes, en 1719; añadió
un Suplemento en cinco volúmenes en francés, en 1724; la Biblioteca Nueva de las
Bibliotecas de Manuscritos, en dos volúmenes, en 1739; finalmente la edición del Opera
Omnia de san Juan Crisóstomo que trabajó durante veinte años, del 1718 al 1738. Y a
cada una de esas obras añadió un aparato crítico. Le ayudaban en su empresa cinco de
sus Hermanos de Religión. Murió santamente en París el 1 de diciembre de 1741 y fue
sepultado en la Iglesia de san Germán del Prado.
El trabajo meritísimo de este benedictino solamente puede apreciarse si se tienen en
cuenta las innumerables dificultades que hubo de superar. Desde luego, los manuscritos
de las obras del santo Doctor anduvieron esparcidos, por manos de estenógrafos y
copistas, por todo el Oriente, de donde pasaron, sin orden ni concierto, a las varias
Bibliotecas de Europa. De manera que, como el mismo Montfaucon advierte,(82)
muchas veces le sucedía que tras de andar a caza de alguno de los manuscritos de una
obra del Crisóstomo y haber recorrido las Bibliotecas europeas en vano, lograba al fin
en un rincón de alguna topar con lo que buscaba. Para este trabajo hubo de ponerse en
correspondencia con infinidad de personas que en esto le ayudaran. Y así descubrió muy
buena parte de las obras del santo Doctor que habían quedado hasta entonces en la
oscuridad.
(82) Montfaucon, vol. XIII, pp. 212-213.
Por otra parte, en semejante labor hubo un aspecto curioso poco conocido. Fue
necesario emprender críticamente una revisión del material una vez encontrado y
rehacer diversas piezas que estaban destrozadas, separar las espurias (sobre todo
mediante el trabajo de crítica interna) y desenmarañar otras que habían sido fabricadas
valiéndose de trozos surcidos de piezas auténticas. Porque hubo cantidad de griegos y
también de otras naciones que por esos medios lograron hacer dineros vendiendo como
de san Juan Crisóstomo discursos por ellos fabricados. Además, se encontraban muchas
Homilías que solamente se diferenciaban en las primeras palabras o introducción, pero
los interesados las vendían como si fueran entre sí diferentes. Más aún: aparecieron
piezas que llevaban el nombre ya de uno de los Padres de la Iglesia ya de otro y aun de
dos y de tres a la vez; y fue necesario ir delimitando autores y propiedades.
Para acabar de complicar el negocio, hubo también numerosos predicadores de mediana
y aun ínfima talla que, para hacer vender sus obras y cobrar fama, las prohijaron al santo
y les dieron su nombre de él aun viviendo todavía el Crisóstomo. Siempre fueron los
helenos poco escrupulosos en estas artes y legaron así a los críticos un excesivo trabajo.
La razón fundamental de estos atrevimientos estuvo en la inmensa fama de aquel orador
que "plus habet nativae elegantiae quam artificio sae diligentiae: sicubi arte utitur, ita
remtemperat, ut íateat semper artificium et quadrandae orationis industria", (83) y que
"inventio-ne, quam ex ingenii felicítate nascitur, universos quotquot hacte-nus fuere
oratores longe retro reliquit".(84)
(83) Montfaucon, ibid.
(84) Montfaucon, ibid.
Sin embargo, no se crea que Montfaucon fue el primero en acometer tan magna
empresa. Lo habían precedido ya muchos trabajos en torno al Crisóstomo. En cuanto se
descubrió el arte de la imprenta, aparecieron innumerables ediciones de los opúsculos
del santo así en Italia como en Francia, Alemania e Inglaterra. Algunos editores daban
únicamente la versión latina, otros solamente el texto griego; algunos juntaron, en
edición bilingüe, el texto griego y la versión latina. Montfaucon utilizó todo ese
material. Y él mismo nos da un elenco de las antiguas versiones del Crisóstomo. (85)
Una segunda edición de la Colección por él preparada se hizo en 1839 (que es la que
nosotros seguiremos); y luego la aprovecharon los que dieron a la pública luz la
Colección de ambas Patrologías, latina y griega, aunque no con todo el cuidado que
hubiera sido deseable. De manera que la Colección del P. Bernardo de Montfaucon
queda aún como Editio Princeps, si así puede decirse. Ciertamente se están actualmente
haciendo excelentes trabajos de confrontación y crítica, pero no sabemos que exista
todavía una Colección crítica, completa y expurgada del Opera Omnia del Crisóstomo.
Trabajos parciales sí hay en cantidades abrumadoras, porque constantemente se están
haciendo referencias a este inagotable manantial de doctrina así dogmática como moral.
(85) Montfaucon, vol. I, Prefacio, p. IV.
Todavía una última advertencia. En esta versión que al público presentamos, no
seguiremos el orden de las Colecciones ya existentes. Dividiremos nuestros volúmenes
en otra forma que nos parece más práctica para la consulta como lo irá viendo el lector.
Desde luego, es inútil pensar en un orden cronológico, porque apenas si hay fechas
seguras para las obras del santo. En las Colecciones ya publicadas tampoco se ha
seguido un orden razonado. Se han atenido más bien a aquel en que las piezas se fueron
descubriendo. Así, por ejemplo, Montfaucon inserta en su volumen XIII y último, once
Homilías entonces recientemente descubiertas en Inglaterra, y que le fueron remitidas
cuando ya su edición estaba por ver la luz pública.
Pondremos, pues, en primer lugar, las Homilías panegíricas, o sea en honor de varios
mártires y otras personas santas del Antiguo y Nuevo Testamento. En seguida las que
versan sobre algunos pasos de la vida del Salvador. Luego irán todas las piezas
(Homilías, Tratados y Cartas) tocantes en algún modo a las convulsiones político-
religiosas de Antioquía y Constanti-nopla, a que el santo hizo alguna referencia. En
cuarto lugar, las Homilías que tratan de diversos pasos del Evangelio y algunas virtudes
morales. En quinto lugar, los Tratados especiales como el del Sacerdocio, etc.
Finalmente acometeremos la ardua tarea de traducir las Homilías exegéticas sobre el
Antiguo y el Nuevo Testamento.
Para comodidad de nuestros lectores, al fin de cada volumen pondremos un índice
Analítico breve, pero suficientemente claro que ayude a localizar las principales
materias expuestas por el santo en cada Homilía o Tratado. Quiera el Sagrado Corazón,
a quien hemos consagrado este trabajo, bendecirlo para mayor gloria suya.
ALGO DE BIBLIOGRAFÍA GENERAL (pag 123)
N. B. -Señalaremos algunos de los principales autores para consulta, con el objeto de
que puedan ahondar los que lo deseen en los temas apenas apuntados en nuestra
Introducción. Estos autores y otros, que oportunamente iremos señalando, nos servirán
también para diversas anotaciones que habremos de hacer con ocasión de una o de otra
de las obras que vamos a traducir. Cuando no señalemos autor, la anotación será
personal nuestra. Actualmente se está revisando todo el trabajo de Patrología y
Patrística y existe una inmensa cantidad de escritos de puntos particulares. Solamente
sobre la Homilía en favor de Eutropio conocemos más de 20 autores que de ella se han
ocupado. Siendo pues las piezas del Crisóstomo cerca de 900, ya puede el lector
imaginarse la bibliografía inmensa que se podría acumular.
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AUard Paul, Saint Basile, París, 1903, 4a. ed.
• — JuHen l'Apostat. Quae supersunt opera, París, 1906-1910, 3a. ed. en 3 vols.
Amiano Marcelino, Rerum gestarum, Libri XXXI.
Antioquía, ciudad de. Pueden recogerse datos interesantes en Apiano, Juliano, Polibio,
Diodoro, Josefo, Estrabón, Libanio, y muchos a través de las Obras de san Juan
Crisóstomo, en especial sobre las costumbres.
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Basilio el Grande. Opera omnia. Migne, Patrol. Graec, t. XXVII.
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presenté a l'occasion du XV Centenaire de Saint Jean Chrysostome, Lovaine et París,
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Obra fundamental en 2 vols.
Bevan, The House os Seleucus, London, 1902.
Bidez, J., La Vie de l'Empereur Julien, París, 1930.
Boulanger, A., Historia de la Iglesia. Versión del francés y adaptación al
español por A. García de la Fuente, O.S.A., Barcelona, 1936. Broglie, A. de, L'Eglise et
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Evagrio de Antioquía, Historia Eclesiástica.
Filón el Hebreo, Contra Flaco, Legación a Cayo, y otra cantidad de obri-tas casi todas
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san Juan Crisóstomo, excepto en las Homilías de San Mateo, cuyo texto tomó Migne
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se tiene como poco crítico.
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sobre todo por su crítica y la abundante lectura que supone de fuentes y autores, con
varios mapas e ilustraciones.
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continuador de Eusebio.
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llamar el Herodoto cristiano. Su nombre completo era Solano Hermias Sozomeno. Editó
sus obras también Hussey, Oxford, 1860.
Stein, Ernest, Histoire du Bas-Empire - De l'Etat Romain a l'Etat Byzantin (284-476).
Desclée de Brouvier, 1959. Hemos utilizado esta edición hecha en fi-ancés por Jean-
Remy Palanque.
Suidas, Lexicón o Enciclopedia, en MüUer, Fragmenta Histórica, Col. Fermín Didot,
París; o bien en Gaisford, 2a. ed.
Tácito Cornelio, Historiae, Aúnales. Escribió además el Dialogus de Orato-ribus, Vita
Cn. Agricolae, Germania.
Talbot, Oeuvres Completes de l'Empereur JuUen, París, 1863.
Teofilacto (el Simocatta), Fue un historiador del tiempo bizantino, pero muy
aprovechable por sus datos y precisión. Publicó sus obras J. Pon-tano, Ingolstadt, 1604.
Tertuliano. Quinto Septimio Florente. Escribió una Apología y Adnotationes, etc. Puede
verse un estudio sobre este ardoroso apologista, montañista y convertido, en Ramorina,
Milán, 1923, o en Bayard, París, 1930.
Thamin, Raimundo, Saint Jean Chrysostome et les moeurs de son temps, París, 1891.
Teodoreto, Historia Ecclesiástica, en Patrología Latina, Migne, t. LXXXIII. Este
escritor antioqueno nació cuando ya el Crisóstomo estaba casi para
ser Arzobispo de Constantinopla y tomó parte en las luchas arrianas. Escribió muchos
comentarios sobre libros de la Sagrada Escritura y también de apologética y dogmática,
en especial Curación de las enfermedades paganas, la última y más hermosa apología de
la antigüedad cristiana. Esta la editó Raeder en Leipzig, 1904.
Tixeront, J., Histoire des Dogmes dans l'antiquité chrétienne, París, 8a. ed., 1905.
— Curso de Patrología, versión española de la 6a. ed. francesa por Serra y Esturí,
Barcelona, 1927.
Weiss, J. B., Historia Universal, versión al castellano de la 5a. ed. alemana, por el R. P.
Ramón Ruiz Amado, S. J., Barcelona. Obra en 24 vols., muy anecdótica, 1927-1933.
Zeller, Edoard, La Filosofía del Greci nel suo sviluppo storico, versión al italiano y
notas por Rodolfo Mondo Ifo, Florencia, 1951.
Villemain, Tablean de l'Eloquence chrétienne au IV siecle, París, 1856.
HOMILÍAS ENCOMIÁSTICAS O
PANEGÍRICOS
1
I HOMILÍA PRIMERA del Crisóstomo, predicada
cuando fue ordenado presbítero,
y trata de sí mismo, del prelado que lo ordenó y de la multitud del pueblo. 1
¿SON POR VENTURA REALES las cosas que me están sucediendo? ¿De verdad
acontecieron las que se han llevado a cabo y no nos hemos engañado? ¿No son noche y
ensueño las que ahora tenemos delante, sino que es de día y estamos todos despiertos?
Pero ¿quién podría creer que, siendo de día y estando todos los hombres despiertos y en
vigilia, un pobrecillo" y despreciado y de ínfima clase, ha sido encumbrado a tan grande
alteza de dignidad? ¡Que esto suceda durante la noche, no es increíble! Porque algunos
mutilados del cuerpo y que apenas tienen, por la escasez de sus recursos, lo necesario
para vivir, se ven entre
1 Las Homilías llevan con mucha frecuencia alguna indicación de la materia que tratan.
A veces también, aunque poquísimas, una breve nota acerca del sitio en donde fueron
predicadas y aun alguna indicación vaga cronológica. Estos títulos son de los
estenógrafos. La presente Homilía tuvo lugar al comienzo del año 386, cuando el
Crisóstomo contaba unos 32 años de edad. El sitio pudo ser la santa Iglesia Catedral. La
Homilía abunda en recursos retóricos y no faltan quienes la tachen de excesivamente
floreada y con demasiado sabor de las Preceptivas escolares. Puede, por ejemplo,
notarse una reminiscencia de Demóstenes en el párrafo que comienza: "Por lo cual os
ruego a todos vosotros. . ." Compárese con el Exordio del Discurso por la Corona.
1 Hemos traducido el epíteto fteigaxíoxov como pobrecillo, atendiendo más al sentido
que a la letra, que sería mozuelo o jovencito. Pero adviértase que este epíteto no puede
servir de base cronológica. También a su madre, aunque apenas andaba en los 47 años,
la llamó en otra parte 'yeyTjgaxvíav o sea anciana y aun cercana al sepulcro. Es una
forma de modestia oratoria. Aunque es verdad que en comparación del obispo Flaviano,
que era el consagrante, podía el Crisóstomo sin mucho forzar el sentido de las palabras
llamarse ¡iEiga>tLaxov, sueños con sus miembros renacidos, y que son hermosos y que
participan de la mesa de los reyes. Pero semejantes visiones eran engaño de los
ensueños. Puesto que tal es la naturaleza de los ensueños: ser astuta y obradora de
prodigios y que se deleita en las paradojas.
Pero lo que ahora sucede nadie creería jamás que se verificara en la realidad de los
acontecimientos durante el día. Y sin embargo, ¡ahora todo eso se ha realizado, y
aconteció y se llevó a cabo, como lo estáis presenciando, y es más increíble que las
visiones de los ensueños! ¡Una ciudad de tanta grandeza y tan populosa y un pueblo tan
admirable, se desvive por la pequenez mía, como si fuera a escuchar de mis labios
alguna cosa notable y preclara! Mas he aquí que aunque de mí brotara, al modo de los
ríos perennes, el discurso, y aunque estuvieran en mi boca las fuentes de la elocuencia,
todavía, por el miedo a este concurso de tan inmensa multitud que corre a escucharme,
se detendría la corriente y los ríos se volverían hacia atrás.
Ahora, en cambio, como esté yo tan lejos de la abundancia de los ríos y de las fuentes
que ni siquiera llego a lo exiguo de una mediana llovizna ¿cómo puede suceder que no
se extinga necesariamente mi pequeño caudal, desecado por el temor, y que no me
suceda exactamente lo que en lo corporal suele sucedemos? ¡Que muchas veces,
precisamente por el temor, se nos caen de las manos las cosas que en ellas tenemos y
con los dedos apretamos, porque se nos aflojan los nervios y el cuerpo todo se nos relaja
en su vigor! ¡Este es el miedo que yo tengo ahora: que los discursos que con tanto
trabajo he preparado, aunque sean verdaderamente humildes y de ninguna importancia,
se me olviden con el temor y se me evaporen y se me vayan y dejen desierto mi espíritu!
Por lo cual, os ruego a todos vosotros por igual, a los que tenéis el mando y a los que al
mando obedecéis, que, cuanta fue la ansiedad en que nos colocasteis por vuestra presura
en venir a escuchamos, tanta sea la audacia que ahora nos inspiren vuestras oraciones
con su diligencia; y que supliquéis al que da a los que anuncian la Buena Nueva
palabras de grande virtud, nos las proporcione también a nosotros y sea El quien abra
nuestra boca. 3 ¡Ningún trabajo será para vosotros, tantos y tan esclarecidos varones,
levantar el ánimo de un pobrecito, decaído a causa del temor! ¡Más aún: es cosa
conveniente y justa que nos concedáis lo que ahora os pedimos, ya que en favor vuestro
y sólo por vuestro amor, hemos afrontado el éxito de este discurso ;4 motivo el más
fuerte y poderoso que otro cualquiera, puesto que a nosotros, que no tenemos excesiva
experiencia en el hablar, ha logrado movernos y nos ha arrastrado al pulpito, y nos ha
hecho saHr al medio en el estadio de la enseñanza, a pesar de que anteriormente no
habíamos aprendido este género de certámenes; sino que, colocados perpetuamente en
las filas de los oyentes, habíamos gozado sin trabajo de completa tranquilidad.
Alusión al Salmo LXVII, 12 y a Ejes., VI, 19.
Pero ¿quién será tan duro y tan intratable que guarde silencio delante de vuestro
concurso; y que habiendo encontrado un auditorio tan inflamado en el deseo de
escuchar, permanezca callado, aun en el caso de ser el hombre más imperito en los
discursos?. . . Quería, pues, yo, la primera vez que hubiera de hablar en la iglesia,
consagrar las primicias y comienzos míos a Dios que me ha dado esta lengua, por ser
conveniente que así lo hiciera. Porque no solamente de la era y del lagar se han de
ofrecer las primicias, sino también de la palabra; y aun mucho más de ésta que no de las
gavillas. Pues así como el fruto de aquélla es más propio nuestro, así es más agradable a
Dios, a quien se honra. El racimo y la espiga de su seno los brota la tierra y los alimenta
el riego de la lluvia y los cultiva la mano del agricultor, mientras que al himno sagrado
lo engendra la piedad, lo ahmenta la buena conciencia y lo recibe en sus graneros
celestiales Dios. De modo que cuanto es más excelente el ahna que la tierra, tanto mejor
es este provecho que aquél.
Por esto, un varón grande y admirable de entre los profetas, llamado Oseas, a quienes
habían ofendido a Dios y se preparaban para hacérselo propicio, los exhortaba a llevar
consigo no manadas de bueyes ni tantas más cuantas medidas de flor de harina ni
tórtolas ni palomas ni otra alguna cosa a éstas seme La frase del Crisóstomo EJiel nal SI
yfia.q xbv xvéov avegQItpa/AEV TOVTOV a la letra dice: puesto que por causa
vuestra hemos arrojado este dado. Es decir hemos echado suertes, nos hemos arrojado a
esto como a ver qué salía. La palabra xvSoq significaba un dado de seis caras, a
diferencia del astrágalo en el que solamente cuatro caras eran valederas.
jante, sino ¿qué?: ¡Llevad con vosotros, dice, palabras! 5 Pero, preguntará alguno ¿qué
clase de sacrificio son las palabras? ¡Grandísimo es y muy excelente, mi muy amado! ¡y
más precioso que otro cualquiera! Y ¿quién es el que lo dice? Uno que conoce a fondo y
con exactitud estas cosas; es a saber, aquel grande y magnánimo David. Porque éste,
como en cierta ocasión inmolara víctimas de acción de gracias a Dios por una victoria
que había alcanzado, dice así, poco más o menos: ¡Alabaré el nombre de mi Dios con un
cantar, lo engrandeceré con alabanzas! 6 Y luego, declarando la excelencia de este
sacrificio, añade: ¡Agradará a Dios más que el novillo tierno que va echando cuernos y
pezuñas! "'
Por todo esto, deseaba yo en este día ofrecer víctimas de esta clase y ensangrentar el
altar espiritual con este género de hostias. Pero ¿qué haré? Porque un varón sabio me
cierra la boca y me aparta de esto, diciendo: No es preciosa la alabanza en la boca del
pecador. 8 Porque, así como en las coronas no basta con que las flores sean puras, si no
es también pura la mano que las entreteje, así también en los himnos sagrados es
necesario que no solamente las palabras sean piadosas, sino también el alma que los
canta. Pero yo... ¡la tengo manchada, vacía de confianza y llena de infinitas maldades!
Y a quienes así se encuentran no solamente esta ley les cieña la boca, sino también otra
más antigua y promulgada antes que ésta. Porque también David, aquel que ha poco nos
hablaba de los sacrificios, estableció otra. Puesto que una vez que dijo: ¡Alabad al Señor
desde los cielos! ¡alabadle desde las alturas! ; cuando poco después añadió: ¡Alabad al
Señor desde la tierra!? e invitó así a todas las criaturas, las de arriba y las que están acá
abajo, las sensibles y las intelectuales, las que se ven y las que no se ven, las que están
en los cielos y las que están debajo de ellos, y de ambos géneros constituyó un coro
solo, y ordenó que de este modo fuera celebrado el Rey del universo, no invitó en modo
alguno al pecador, sino que también acá le cerró las puertas!
Y para que veáis con mayor evidencia esto que os digo, voy a leeros el salmo desde sus
comienzo. ¡Alabad al Señor en los cielos; alabadlo en lo alto! ¡Alabadlo vosotros, sus
ángeles todos; alabadlo vosotras, sus milicias! 10 ¿Ves a los ángeles alabándolo? ¿ves a
los arcángeles? ¿ves a los Querubines y a los Serafines y aquellas Potestades sumas?
¡Porque cuando dice todas sus milicias, abarca a todo el pueblo celestial! Pero ¿ves en
alguna parte al pecador? — ^Mas, responderá alguno: ¿cómo puede ser que lo vea en el
cielo? — ¡Ea, pues! ¡bajemos a la tierra y pasemos a la otra parte del coro, y aquí
tampoco encontrarás al pecador. ¡Alabad, dice, al Señor desde la tierra los dragones y
todos los abismos y las bestias feroces y todos los ganados, los reptiles y las aves
aladas! "...
¡No en vano ni sin razón, mientras esto estaba diciendo, callé un poco! Mi pensamiento,
allá en mi interior, quedó confuso por el miedo y reciamente me empujaba a las
lágrimas y los gemidos. Porque, pregunto: ¿qué cosa puede haber más miserable? ¡Los
escorpiones, las serpientes, los dragones son invitados a alabar a Aquel por quien ñieron
criados, y solamente el pecador queda excluido de este coro sagrado, y con muy justo
derecho! ¡Mala y cruel bestia es el pecado y que no daña precisamente los cuerpos de
los consiervos, sino que levanta su malicia contra la gloria del mismo Dios. ¡Por
vosotros, dice, mi nombre es blasfemado entre las gentes! 12
Pues por esto el profeta al pecador lo alejó, como de una patria sagrada, del orbe de la
tierra, y lo obligó a desterrarse. Y así como un citaredo excelente arranca de su cítara la
cuerda que desentona, a fin de que no eche a perder la armonía de las otras voces, y el
médico perito en el arte al miembro corrompido lo amputa para que su humor maligno
no se pase a los otros miembros que están sanos, del mismo modo el Profeta procedió al
apartar del cuerpo que forman las criaturas todas al pecador, como a cuerda disonante y
a miembro contagiado.
¿Qué habremos, pues, de hacer? ¡Una vez que hemos sido rechazados, una vez que
hemos sido cortados! ¿convendrá que en absoluto nos callemos? Pero, dime, te ruego:
¿callaremos? ¿nadie nos permitirá celebrar a nuestro Dios con nuestros himnos? ¿Acaso
hemos implorado en vano el auxilio de vuestras oraciones, y en vano nos hemos
acogido a vuestro patrocinio? ¡De ninguna manera ha sido en vano! Porque en esta
duda, yo he encontrado ya, he encontrado otro modo de glorificar a Dios, modo que ha
brillado como un relámpago en medio de las tinieblas, y esto por vuestras oraciones.
¡Alabaré a mis consiervos! ¡Porque lícito es alabar a nuestros consiervos! ¡Alabándolos
a ellos sin duda que su gloria redundará en gloria de su Señor! Y que esto redunde en
gloria del Señor, nos lo enseña Cristo cuando dice: ¡Brille vuestra luz delante de los
hombres a fin de que vean vuestras buenas obras y glorifiquen al Padre vuestro que está
en los cielos! 13 ¡He aquí, pues, otro modo de glorificar a Dios que sí puede usar el
pecador, sin que por ello viole la ley!
Oseas, XrV, 3. Salmo, LXVIII, 31. Ibid., LXVIII, 32. Ecles., XV, 9. Salmo, CXLVIII,
1.
M Ibid., 2.
11 Ibid., 10.
u Isaías, LIl, 5 v Rom., 11, 24.
¿A cuál, pues, a cuál, pregunto, de los consiervos alabaremos? ¡A cuál otro sino al
común Maestro de esta patria, y por medio de esta patria Maestro también de toda la
tierra! Porque a la manera que él os enseñó a permanecer firmes hasta la muerte en
defensa de la verdadera fe, así vosotros enseñasteis eso mismo a los demás hombres; o
sea, que antes es preferible perder la vida que no la piedad. ¿Queréis, pues, que
partiendo de aquí le tejamos una corona de encomios?
Pero advierto que el asunto de sus virtudes es un piélago insondable en sus
profundidades, y temo no sea que nuestro discurso, una vez sumergido hasta el fondo,
se encuentre débil para de nuevo aflorar a la superficie. Porque va a ser necesario referir
sus hechos antiguos, sus peregrinaciones, sus vigilias, sus presentaciones ante los
jueces, sus luchas, y sus victorias y trofeos acumulados sobre otros trofeos y victorias.
En una palabra: ¡las empresas que llevó a cabo superan no solamente nuestro lenguaje
sino el de todo el universo, y necesitan una voz inflamada en celo apostólico, que sea
capaz de demostrarlo y explicarlo todo!
Por esto, dejando a un lado esta parte de su elogio, vengamos a la otra, que presenta
menos escollos, y puede, por lo mismo, navegarse en una humilde barquilla. ¡Ea, pues!
¡encaminemos el discurso a su templanza, y de qué manera tuvo a raya su vientre y
despreció los placeres, e hizo a un lado las mesas suntuosas; y esto, habiéndose educado
en un hogar notable por su esplendor. Porque, a la verdad, no es cosa de admiración que
quien ha vivido en pobreza llegue hasta ese extremo de vida ruda y austera, puesto que
ha tenido a la estrechez por compañera durante todos los días de su vida y ha
peregrinado juntamente con él, con lo que la carga se le hizo día a día más llevadera.
Pero quien fue dueño de abundantes riquezas no se libra fácilmente de su abrazo: ¡tan
enorme es el enjambre de codicias que en torno del alma revolotean! ¡Las desordenadas
aficiones, a la manera de una inmensa y caliginosa nube, le oscurecen los ojos del
pensamiento y no le permiten levantar sus miradas al cielo, sino que la obligan a
inclinar la cabeza a la tierra y andar anhelando lo terreno!
Porque ¡no hay! ¡no hay nada que más impida el camino del cielo como las riquezas y
los males que de ellas se siguen! Y no es esta palabra mía, sino que proviene semejante
sentencia de labios del mismo Cristo: Es más fácil, dice, que un camello pase por el ojo
de una aguja que un rico entre en el reino de los cielos}* Pero he aquí que lo que era
difícil, o por mejor decir imposible, se ha hecho posible; y aquello de que en otro
tiempo Pedro dudaba y quiso saber del Maestro, ahora todos lo sabemos por
experiencia, y sabemos más aún que eso. ¡Porque ya no solamente sube al cielo el que
es rico, sino que además introduce consigo en el cielo a un pueblo tan grande! ¡y esto a
pesar de tener, aparte las riquezas, otros no menores impedimentos que ellas, como es el
ser joven y el haber quedado en la horfandad prematuramente! ¡cosas que por sí mismas
podían llevar el engaño al ánimo de cualquiera de los hombres! ¡tan inmenso encanto
poseen! ¡tan dulce es el veneno que ofrecen!
Pues todas estas cosas, éste las venció; y comprendió lo que vale el cielo y se dedicó a
la celestial sabiduría; y no consideró ni el esplendor de la vida presente ni el lustre de
sus progenitores, sino que más bien atendió a la nobleza más brillante y mucho mayor,
no ciertamente de estos a quienes la naturaleza lo unió con los vínculos del parentesco,
sino de aquellos otros que viven unidos con los lazos de la piedad, y con esto se modeló
a sí mismo tal como ellos habían sido. Miró al patriarca Abra-ham. Miró al gran
Moisés, que habiendo sido educado en el palacio del rey y hallándose acostumbrado a
una mesa sibarítica, y habiendo vivido entre el estrépito de los egipcios y su alboroto —
¡sabéis bien vosotros de qué calidad son las costumbres de aquellos bárbaros y cómo
están llenos de fausto y arrogancia ! — , despreció todo eso, y voluntariamente se entregó
a los trabajos de la arcilla y del lodo, y prefirió ser del número de los siervos y de los
esclavos, él que era rey e hijo del rey.
aMat., V, 16.
14 Ibid., XIX, 24.
Mas por esto precisamente regresó después con mayor dignidad de la que antes tenía y
había rechazado. Porque después del destierro y de la servidumbre en la casa de su
suegro, y de los trabajos tolerados allá lejos, volvió como señor de su mismo príncipe; y
más aún, hecho en verdad como el Dios de aquel reino: Te he hecho, dice el Señor, dios
de Faraón}5 Y sin portar corona ni vestido de púrpura ni ser llevado en carro de oro,
sino habiendo conculcado todo ese fausto, resplandecía ahora más que el mismo rey.
Porque toda la gloria de la hija del rey es interior. 16
Regresó con un cetro mediante el cual había de mandar no solamente a los hombres sino
también a los cielos y a la tierra y al mar y al aire y a la naturaleza de las aguas y a las
lagunas y a las fuentes y a los ríos: ¡porque los elementos se convertían en lo que él
quería, y en sus manos la naturaleza de las criaturas de nuevo se transformaba, y a la
manera de una criada presta y laboriosa que ha visto llegar a un amigo de su amo, así en
todo le obedecía y en todo se mostraba dócil, como si él fuera el señor de ella.
Mirando, pues, éste que ahora queremos alabar, a ese Moisés, se hizo semejante a él
cuando era joven, si es que alguna vez fue joven, cosa que no creo: ¡de tal manera su
pensamiento estaba maduro ya desde sus pañales! Pero, en fin, cuando conforme a la
cuenta de los años, era joven, se aplicó a toda sabiduría. Y en cuanto conoció ser la
naturaleza del hombre a manera de una heredad y campo silvestre, cortó, mediante la
oración y la piedad, como con una hoz, fácilmente todas las enfermedades del alma; y
así presentó al agricultor purificados los cam pos para que en ellos depositara él la
semilla. Y una vez recibida ésta, la ocultó en lo más profundo, a fin de que enraizada
allá abajo, no cediera ni a los rayos del sol urentes y violentos, ni tampoco fuera
malamente sofocada por las espinas.
aExod., VII, 1.
M Sahno, XLIV, 14.
¡En esta forma cuidó de su alma! En cambio, las concupiscencias de la carne las curó
con los remedios de la templanza, e impuso a su cuerpo, como a un corcel rebelde, el
freno del ayuno, y así lo obligó a caminar en sentido contrario de sus propios deseos; y
esto hasta tal punto que a causa del conveniente régimen y gobierno, llegó a
ensangrentar las bocas mismas de las concupiscencias. Sólo que no atormentaba al
cuerpo de tal manera que por afligirlo sin moderación lo volviera corcel inútil para los
ministerios, ni tampoco de tal manera que éste se volviera excesivamente obeso, ni se Je
insubordinara de nuevo, a causa del indebido desarrollo, contra los dictámenes de la
razón que empuñaba las riendas. De manera que al mismo tiempo tuvo cuidado de la
salud y de la templanza.
Ni tampoco tuvo este cuidado únicamente cuando era joven y lo abandonó una vez
salido de la edad aquella; sino que aún ahora, asentado ya en la ancianidad como en un
puerto seguro, observa continuamente aquel mismo régimen de vida. Porque es la
juventud, hermanos carísimos, a manera de un piélago enfurecido y lleno de la aspereza
de las olas y de los vientos malignos; mientras que la ancianidad tiene ya ancladas las
almas de los ancianos en un como puerto seguro y sin olas, y les concede gozar
tranquilos de los placeres propios de esa edad. Y, como os decía, éste, sentado ya en el
puerto seguro, y gozando de él, con todo prosigue solícito su régimen de vida.
Semejante cuidado y temor lo aprendió de san Pablo, quien aun habiendo sido
arrebatado al tercer cielo, como de allá tornara a la tierra, decía: ¡Temo no sea que tras
de haber predicado a otros yo mismo me haga reprobo! { ICo 9,27 ) En ese santo temor
se ha afianzado siempre éste para poder vivir en continua confianza, y para poder
sentarse al timón, no precisamente para observar el nacimiento de los astros ni los
escollos que ocultos yacen debajo de las aguas, sino los asaltos y engaños del demonio
y las luchas entabladas en el pensamiento, y para observar por todas partes su ejército y
mantenerlos a todos en seguridad. Porque él no mira únicamente a que no se hunda la
navecilla, sino además a que ninguno de los pasajeros que consigo lleva le sea
arrebatado en algún asalto, como por unos piratas; y así, nada deja por hacer y nada
tanto procura como esto. ¡Por él y por su sabiduría, navegamos todos nosotros con
próspero viento y con las velas de la nave totalmente desplegadas!
Por cierto que cuando perdimos a nuestro Padre anterior,(18) ese que nos engendró a
este otro, nuestros asuntos se encontraban en grave dificultad. Y por esto, nos
lamentábamos amargamente, como quienes no esperábamos que este trono fuera
ocupado por otro varón a él semejante. Pero, una vez que éste vino y en plena luz se nos
manifestó, hizo que toda aquella angustia pasara de largo a la manera de una nube, y
que todas las penas se disiparan. Y nos hbró de aquel nuestro luto no con lentitud, sino
de una manera tan repentina, como si aquél hubiera vuelto redivivo a esta su sede por
segunda vez, habiendo abandonado el sepulcro.
(18) Alusión a la muerte del obispo Melecio, en Constantinopla. Véase la Introd. Gen.,
n. 9. •
Mas, sin darnos cuenta, llevados del cariño y con el anhelo de referir los hechos
preclaros de nuestro Padre, hemos ido alargando en demasía nuestro discurso. Y no digo
en demasía por lo que mira a las empresas que éste llevó a cabo, ya que de ellas ni
siquiera comenzábamos a hablar; sino decimos en demasía en atención a nuestra poca
edad. ¡Ea, pues! ¡de nuevo dejemos descansar nuestra palabra en el silencio como en un
puerto; aunque ella se niega a terminar y lo lleva con dificultad y se indigna, a la manera
de una fuente deseosa de henchir todo el prado! ¡Mas esto es imposible, hijos míos!
¡Desistamos de perseguir lo que es imposible de alcanzar y basten para nuestro consuelo
las cosas ya dichas! ¡Al fin y al cabo, aun tratándose de los ungüentos más preciosos, no
solamente quien vacía todo el vaso, sino también aquel que apenas toca con la punta de
sus dedos la superficie, llena el ambiente de un aroma nuevo, y envuelve con la
suavidad de su fragancia a todos cuantos se hallan presentes !
Esto es lo que ahora ha sucedido, y no precisamente por la fuerza de nuestra elocuencia
sino por la virtud de las buenas obras de éste. ¡Apartémonos, pues! ¡apartémonos, y
acojámosnos a la oración, y reguemos a Dios que éste, que es a manera de una madre
común, permanezca inconmovible y firme; y que a este nuestro Padre, Doctor, Pastor y
Gobernante, le prolongue la vida. Y, si acaso os interesáis también un poco por
nosotros, porque en verdad no nos atrevemos a colocarnos entre el número de los
presbíteros, puesto que no es lícito contar a los abortivos entre los hijos legítimos y
perfectos; si, pues, digo, en algo os interesáis por nosotros, como por un feto abortado,
rogad que de los cielos nos venga una gran fortaleza.(19)
Cierto que anteriormente, cuando vivíamos solos y apartados de los negocios, también
necesitábamos de defensa; pero ahora que hemos sido traídos aquí en medio de vosotros
(no sabré decir si por favor humano o por beneficio divino, porque no quiero ahora
entrar en discusiones acerca de esto con vosotros, para no parecer que hablo con ironía y
disimulo); pues, ahora que hemos sido traídos aquí en medio de vosotros, y hemos
recibido este recio y pesado yugo, necesitamos el auxilio de muchas manos y de
infinitas oraciones, para poder devolver íntegro el depósito, en aquel día en que aquellos
a quienes se les confiaron los talentos serán citados para comparecer a juicio y dar
cuenta de su administración.
¡Orad, pues, para que no nos acontezca lo que a quienes fueron atados y luego arrojados
a las tinieblas exteriores, sino más bien que seamos del número de los que podrán
alcanzar algún perdón, por la gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien
sea la gloria y el poder y la adoración, por los siglos de los siglos. Amén.
2
II HOMILIA DISCURSO acerca del bienaventurado
ABRAHAM.1
¿HABÉIS VISTO UNA CANICIE llena de vigor y una vejez florida? ¿Habéis visto a
un generoso atleta que lucha contra la naturaleza y sus sentimientos? ¿Habéis visto a un
varón más firme que el diamante, aunque ya en su extrema ancianidad? ¡Las fuerzas de
su cuerpo se habían debilitado, pero el vigor de su fe se había robustecido! Porque tales
son los hechos preclaros de la Iglesia: es a saber, que la debilidad del cuerpo no dañe al
fervor de la fe. Ornato es de la Iglesia una ancianidad postrada por tierra juntamente con
una fe que goza de alas. Y de esto es de lo que más se alegra la Iglesia.
19 Alusión a J Cor., XV, 8, donde san Pablo se llama apóstol abortivo. 1 Antiguamente
se creyó que esta Homilía o Discurso, estaba trunca del
Porque en los asuntos profanos, el anciano es ya un inútil que no sirve para cosa alguna,
aunque en todas partes se le juzga como digno de disculpa, puesto que por su debilidad
no puede ser útil para nada a sus parientes. Por ejemplo: el anciano no puede presentarse
en la batalla durante la guerra, no puede subir a caballo, ni blandir la lanza, ni menear el
escudo, ni soportar el ardor del sol, ni los largos caminos, ni la aspereza del hambre, ni
tolerar el exceso de los tumultos; sino que, confiado bajo el amparo de sus canas, se
sienta solo en un lugar tranquilo.
Y lo mismo se puede observar en la navegación: no puede ya manejar el timón, ni
surcar los mares, ni empuñar los remos, ni tender las velas, ni hacer frente a los vientos
contrarios, ni soportar los rigores del frío, ni llevar a cabo cosa alguna parecida; sino
que permanece sentado en la nave; pero todo se le perdona a causa de su edad. Y lo
mismo se puede ver entre los agricultores: porque el anciano ya no puede arrastrar el
arado, ni ahondar los surcos, ni hacerse domador de caballos, ni afrontar el vigor de los
robustos bueyes, ni lo pesado del calor, ni la dureza del estío, ni el peso de la azada, ni
hacer cosa alguna de cuantas son necesarias para el cultivo de la tierra; sino que se está
sentado en su casa y se defiende bajo la excusa de sus canas que le hacen las veces de
abogado.
Las cosas de la Iglesia, en cambio, van por otro camino. Porcomienzo y del fin. Y
respecto del fin así era, hasta que nuevos manuscritos la dieron íntegra. Respecto del
comienzo, no parece que estuviera trunca; sino que sus primeras palabras se refieren,
probabilísimamente, a un pasaje de la Sagrada Escritura que acababa de leerse, o bien a
alguna HomiKa precedente de inmediato. A algunos les ha parecido el estilo redundante,
vulgar y desprovisto de energía. Otros, al revés, juzgan que sí responde al estilo del
Crisóstomo. Por esta razón Montfaucon la ha colocado entre las dudosas. Con esta
ocasión advertimos a nuestros lectores que vamos a seguir el orden alfabético de los
santos celebrados en las Homilías, ya que otro orden, sea de materias, sea cronológico,
es imposible.
que una vez que llegan a la ancianidad aquellos que han pasado su vida en el ejercicio
de la virtud, entonces se vuelven más útiles; puesto que no se buscan las fuerzas del
cuerpo sino la excelencia de la fe. Así era Abraham, cuyas fuerzas se habían debilitado,
mientras que él se había afianzado en el vigor de su fe. Anciano era, pero en lo
avanzado de su ancianidad pugnaba contra la naturaleza y lograba un triunfo preclaro:
anciano era pero más robusto que el hierro y más firme que el diamante. Y ciertamente
esto no lo hizo por estar en plena juventud; sino que, cuando ya su edad estaba casi
consumida y terminado su curso, entonces fue cuando logró la victoria.
Estaba ya totalmente encanecido, pero las canas no le ponían impedimento. Y, como
Dios conociera su firmeza, se le apareció y le dijo: ¡Sal de tu tierra y de tu parentela y
de la casa de tu padre y ven a la tierra que yo te mostraré! 2 Obedeció Abraham a pesar
de que ya estaba muy anciano y débil de cuerpo, y no dijo: Pero en mi extrema
ancianidad ¿a dónde podré ir? ¿He de abandonar la casa de mi padre y la tierra en que
nací y en donde están mis riquezas y mis nobles antepasados, y en donde están mis
opulentas posesiones y la comodidad de mis abundantes relaciones sociales?
Y por cierto, hacía ya tiempo que padecía enfermedades do-lorosas, pero no rehusaba
obedecer. Como amante de su patria, se dolía de abandonarla; pero como hombre
piadoso amador de Dios, obedecía y se sujetaba. Y lo más admirable es que Dios no le
indicó el sitio a que debería ir; y así, con no designarlo, tentaba su ánimo y lo ejercitaba
en la virtud. Porque si le hubiera dicho: voy a conducirte a una tierra que mana leche y
miel, sin duda que Abraham no habría obedecido a la voz divina, sino encontraríamos
que solamente había preferido una tierra a otra. ¡Salió, pues, Abraham sin saber a dónde
iba! ¿Ves a la ancianidad esclarecida por sus hechos gloriosos? ¡Pues esto es, como ya
antes dije, lo propio nuestro: no deprime a la ancianidad la debilidad, no la debilita el
transcurso del tiempo! Porque la ancianidad no es asunto del cuerpo sino del alma, de
manera que resulta, por lo mismo, que no envejece.
-Gen.,Xn, 1.
Salió, pues, Abraham, sin llevar nada consigo, porque habitaba aún en tiendas de
campaña, y no fue incrédulo ni dudó,sino que tuvo como prenda suficiente la voz de
quien lo había invitado. Ya no era capaz de engendrar y no tenía hijos, ni Sara tampoco,
que era su esposa. Y por la promesa recibió al hijo Isaac. Cuando ya la naturaleza había
defeccionado entonces la gracia le entregó ese don. Recibió la conveniente merced por
su obediencia pero sin él saberlo: ¡si lo hubiera sabido, nada preclaro habría en lo que
hizo ! Y para que veas que esa fue la razón de que obedeciese, mira cómo no se negó a
obedecer cuando le ñae ordenado sacrificarlo, sino que despreció el afecto natural para
abrazarse con el amor de Dios; despreció sus entrañas de padre y no se apartó de Aquel
que lo había llamado.
¿Qué es pues lo que dice Dios? ¡ Abraham, Abraham! Y éste: ¡Aquí estoy! y Dios:
¡Toma a tu querido hijo, al que has amado, Isaac, ofrécelo en sacrificio sobre uno de los
montes que yo te mostraré!3 Y no le dijo el nombre del monte, sino que por la
incertidumbre del monte, le infundió una tristeza mayor. Pero nada de eso conturbó a
Abraham. ¡Es decir, sí lo conturbó! Porque sufrió, como hombre que era, pero no
cometió pecado. Lo agitaron las olas, como padre que era; pero no se hundió, como
amante que era de Dios. Se le quemaban las entrañas, pero vencía la fe.
Porque no vayas a decir que Abraham nada sufrió. Considera, más bien, cómo en sus
entrañas ardía conmovido; pero advierte también su sabiduría. ¡Ni siquiera a Sara le
notifica el caso, porque temió no fuera a ser que ella impidiera el misterio que se
consumaba! Si se lo indicara, era verosímil que ella lo contradiría, y le diría: "¿A dónde
llevas al hijo que concebí contra toda esperanza? ¿al que recibí conforme a la promesa?
¿al que obtuve en gracia de la hospitalidad? ¿al que Dios me concedió en el extremo de
la vejez? ¿a dónde lo llevas, a dónde lo arrebatas? ¡Nadie se te ha aparecido! Porque,
¿cómo puede ser que Dios se te aparezca y venga a exigirte el hijo que contra toda
esperanza me dio? El me lo dio ¿y ahora me lo quita? ¡Si para quitármelo me lo dio,
mejor hubiera sido que no me lo diera; porque no es tan doloroso el no tenerlo como el
perderlo!"
Considera a Sara ardiente, inflamada de amor, sacudida por el afecto natural v su vientre
estremecido y sus entrañas convulsas, porque fácilmente se conmueven las mujeres en
casos semejantes. Y cuanto era más delicada y afectuosa tanto más habría disputado con
Abraham, y le habría impedido aquel sacrificio, y el misterio habría quedado sin
consumarse. Porque ¿qué no hubiera dado Sara por apartar de él a su hijo? ¡No habría
podido soportar una tan grave cosa como el que se diera muerte al hijo que le había
nacido cuando no lo esperaba, y que se inmolara al que se le había dado ya en la
ancianidad, ni que las manos mismas del padre inmolaran al hijo! ¡Sara no habría
soportado cosa semejante, sino que habría movido contra Abraham una guerra sin
medida! Y, una vez suscitada la lucha, tenían que seguirse las astucias, y tras de las
astucias se habría impedido el sacrificio.
Por esto Abraham nada le dijo a Sara su mujer, a fin de que no se produjera algún
altercado y el altercado llegara hasta la riña, y la riña, pasando adelante, llegara a un
rompimiento a causa del hijo, y llegado el rompimiento por causa del niño, se retardara
la promesa, y retardada la promesa el asunto quedara impedido por algún engaño, y
finalmente el misterioso sacrificio no llegara a su cumplimiento.
Pero aquel prudente Abraham, aquel atleta que luchaba contra su naturaleza y contra sus
entrañas, armado contra la naturaleza no se negó a obedecer; sino que, atendiendo al
mandato divino, obedeció a lo que se le mandaba, y al punto tomó al hijo. Con gusto me
detengo en estas palabras: ¡Toma al hijo amado tuyo, al que tanto quieres, Isaac; y
ofrécemelo en holocausto sobre uno de los montes que yo te mostraré !i Y Abraham,
habiendo tomado a Isaac y una asna y a dos criados, se echó al camino. Y como llegara
a cierto sitio, dijo a los criados: ¡Permaneced aquí vosotros. En cuanto a mí y al
pequeñuelo, iremos hasta allá, y una vez que hayamos adorado a Dios, regresaremos a
vosotros! 5 ¡Profetizaba Abraham sin saberlo, cooperando a ello la gracia divina! ¿Vas a
sacrificar a tu hijo y dices regresaremos? ¡Intentando ocultar el negocio a los criados se
vuelve profeta!
Y puso la leña sobre los hombros de Isaac, y habiendo tomado el cuchillo y el fuego,
subió a la montaña. Y ¿qué decía
Gen., XXII, 2.
' Ibid.
5 Ibid., XXII, 5.
Isaac a su padre?: "¡Padre!" Y aquél: "¿Qué quieres, hijo?" Y di cele: "he aquí el fuego
y la leña; pero ¿en dónde está la oveja para el sacrificio?" Entonces aquél: ¡Dios
proveerá, hijo mío, de oveja para el holocausto! ° ¡He aquí otra profecía! ¡No puedo
pasar en silencio esas palabras ni ir de ligero sobre esos acontecimientos! ¡Considera las
palabras que muy pronto van a quedar privadas de sentido real por los hechos! Así aquél
llama a su padre y éste a su vez a su hijo: Por el momento aquellas palabras eran como
un velo, pero muy pronto debía descorrerse.
Considera lo que sufriría Abraham, siendo padre, al oírse llamar así por Isaac, al que iba
a degollar. ¿Cómo pudo suceder que sus rodillas no se doblasen? ¿Cómo sus miembros
no se destrozaron? ¿Cómo no perdió el uso de la razón cuando su hijo Isaac lo llamaba
con tales palabras? Y con todo, lo ofreció a Dios, lo ató y arrebató el cuchillo con su
diestra para dar muerte a su hijo. ¡Oh diestra aquella armada contra el hijo! ¡no sé cómo
expresar con palabras aquel hecho! ¿Cómo no se le entorpeció la mano? ¿Cómo no se le
cayó de las manos la espada? ¿Cómo todo él no perdió las fuerzas y quedó yerto?
¿Cómo pudo ver a Isaac atado y seguir él viviendo? ¿Cómo no murió instantáneamente?
¿Cómo soportaron sus nervios? ¿Cómo no le faltó el ánimo? ¡No encuentro modo de
expresar aquel suceso con palabras! ¡Vosotros, padres y madres que estáis presentes,
venid todos, extended vuestra mano, ajoidad a mi discurso, porque los hechos superan a
mis palabras! ¡Perdonadme, o mejor aún, vosotros mismos socorredme!
Con frecuencia tiene cualquiera de vosotros cinco o seis hijos e hijas. Y si acaso uno de
ellos enferma, el padre da vueltas por todo el aposento, besa al hijo en los ojos, aprieta
sus manos, el día le parece noche y la luz tinieblas; y esto no porque trastrueque los
elementos, sino porque a causa del acerbo dolor no se deleita en ellos. Se preparan
lechos blandos, los médicos están en derredor, mucha guardia se hace al enfermo, y el
padre queda al fin del todo yerto. Aunque abunden las riquezas, le parecen repugnantes;
aunque esté comido de cuidados, los rechaza todos; y como embriagado por el exceso
de la tristeza en
' Ibid., XXII, 7-8. 144
absoluto no puede entrar en templanza: ¡para él, el mundo entero sufre de enfermedad
incurable! Y del mismo modo la madre, va y viene, como loca, perturbada, inflamada de
cariño, y busca el modo de compartir el dolor del enfermo, o mejor aún de tomarlo todo
íntegro para sí, a fin de que el hijo doliente quede libre de la enfermedad. En nada se
tiene la vida presente ni la futura; sino que más deseable que todas esas cosas le parece
el poder padecer ella la enfermedad íntegra del hijo. ¡No tengo palabras con qué
describir aquel amor!
Pues pon ante tus ojos a Abraham así afectado por el dolor, pero él sabiamente pondera
las cosas y obedece al mandato. ¡Dominaba a la naturaleza y la orden recibida superaba
al cariño de las entrañas! Pero todo esto, como ya antes dije, lo sufría como hombre que
era; mas, como amante de Dios discurría sabiamente. ¡Ahí podía verse al mártir Isaac
vivo y no vivo! ¡muerto y no muerto! Por lo que mira al propósito de su padre, muerto
está; pero por lo que hace a la divina bondad, no está muerto. Era él imagen y figura del
Señor: llegó pues la figura, pero inmediatamente la siguió la verdad. Isaac es atado, perb
no degollado. Porque de lo alto viene una voz llena de benignidad y misericordia que
detiene al Patriarca, ya atento y preparado para llevar a cabo aquella muerte. Y la voz le
dice: ¡Abraham! ¡no pongas tus manos en el chicuelo! 7 Y ¿por qué no dice en el niño,
sino en el chicuelo? Porque así, parece hablar con cierto desprecio. Pues porque el
chicuelo era hombre y el negocio que se trataba era propio del Hijo de Dios y no de un
niño; no de un criado sino del verdadero Hijo Unigénito, enviado por el Padre para
nosotros, le dice: "¡No pongas tus manos en el chicuelo!" ¡Pues te contentó la figura,
recibe ahora la verdad!
De manera que Abraham verdaderamente profetiza cuando engaña a sus criados. Yo
veo ahora que se cumple la verdad, conforme a sus palabras. Porque ¿qué había dicho?:
¡Esperad aquí con el asna. En cambio yo y el niño iremos hasta allá; y una vez que
hubiéremos adorado a Dios, regresaremos a vosotros! s No dijo esto porque así lo
sintiera, sino que sucedió luego como lo decía y no como lo sentía. Dejó ahí a los
criados
7 Ibid., XXII, 11-12. * Ibid., XXII, 5.CIO
a fin de que no le impidieran por fuerza aquel mandato de Dios. No fuera a suceder que
los criados, creyendo que él, a causa de su ancianidad, quería mal a su hijo, le
impidieran su arrojo en degollarlo y dijeran: ¿Qué haces, señor? ¡Inmolas al hijo que
recibiste por promesa, al amado, al recibido de Dios, al nutricio de tu ancianidad, al
heredero, al sucesor tuyo, al hijo de Sara! ¡Mira lo que haces! ¡da cuenta a tu esposa del
negocio, engendradora común y que con tan graves dolores lo dio a luz! ¡degüéllanos
primero a nosotros y luego a tu hijo ! Por esto, aquel prudente anciano no los llevó
consigo, pues le habían de impedir; sino que ordenó que la víctima misma cargara con
la leña y fue así figura del Salvador cargando con la cruz.
Y el hijo, cargado con la leña, habló a su padre y lo conmovió, pero no logró apartarlo
del amor divino. Porque ¿qué dice?: "¡Padre!" Quiero que consideres esta palabra padre.
Porque también nosotros, cuando queremos matar un cordero o algún otro animal, y lo
oímos balar y emitir aquella su voz mansa, nos movemos a misericordia, aunque no
profiera palabras articuladas. Quiero, pues, que pienses qué habría logrado esta oveja si
hubiera hablado a un hombre cobarde: ¡Padre! ¡he aquí el juego y la leña! ¿dónde está la
oveja para el sacrificio? 9 ¡Pero aquel que hablaba era, precisamente por decreto de su
padre, la oveja, la cual trataba de mover a misericordia al sacerdote sacrificador! Porque
aún no estaba bajo la enseñanza de Cristo, que dice: El que ama a su padre o a su madre
o a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. 10 Sino que imitaba al Padre, del
cual se dijo: No perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por todos
nosotros. 1*
"¿Dónde está la oveja?" — ^pregunta el hijo prudentemente — . Y ¿qué le responde el
padre?: ¡Dios proveerá de víctima para el holocausto, hijo mío! 12 ¡No proveerá con un
criado, sino con su Hijo. Aquél era unigénito, también el Hijo de Dios es Unigénito.
Aquél llevó en sus hombros la leña, Cristo la cruz sobre sus hombros. Aquél no
habiendo cometido culpa iba a ser inmolado, y el Hijo de Dios, no habiendo cometido
pecado, fue crucificado. Aquél fue degollado y no degollado, y también el Hijo de Dios
fue degollado y no fue degollado, muerto y no muerto. Porque aquél, por lo que mira a
la determinación de Abraham, murió; pero por lo que hace a la realidad, no murió. Y el
Hijo de Dios murió según la carne, pero según la divinidad ¡impasible permaneció!
9 Ibid., XXII, 7.
10 Mat., X, 37.
llRom., Vm, 32.
12 Gen., XXII, 7-8.
Siempre que Dios quiere llevar a cabo entre los hombres alguna cosa de maravilla, la da
a entender de antemano, y primero pinta una como sombra de ella; a fin de que cuando
llegue la verdad no le nieguen los hombres su fe, y habiendo precedido la imagen no se
aparten de creer en la verdad. Por ejemplo, la Virgen Santísima había de dar a luz, y
esto parecía cosa increíble. Porque ¿cómo podía dar a luz una virgen siendo esto en
contra de las leyes de la naturaleza? ¡Uno que así fuera engendrado, nacería en contra
del orden natural! ¿Quién en todos los siglos había visto una virgen que diera a luz?
Pues, con el objeto de que los judíos no cayeran en una grande incredulidad, previno
Dios y figuró la verdad en Sara; a fin de que, cuando pusieran la dificultad de cómo una
virgen había engendrado, más bien, recurriendo a la memoria, exclamaran: ¿Cómo
engendró Sara? O mejor aún: "¿cómo la tierra, siendo virgen, engendró?"
Porque no existía aún la azada, no había labrador que la cultivara, no había caído la
lluvia, no había germinado en ella la hierba, no tenía surcos, árida estaba y no había
recibido simiente ni la había alegrado el rocío. Respóndeme, pues: ¿cómo siendo virgen
engendró tan variados géneros de hierbas? Y como no lo puedes explicar, dices: ¡pues
como Dios lo quiso! Del mismo modo, cuando respecto de la Virgen te llegue la duda,
aprende a no inquirir con curiosidad lo que hace Dios. ¡No preguntes si la cosa va
conforme a la naturaleza cuando el que la hace es el mismo Creador de la naturaleza.
No te metas en muchas cuestiones. Dijo El: ¡Germine la tierra! 13 Y al punto aquella
palabra penetró en las entrañas de la tierra y las incitó al parto, y así dio a luz la que era
virgen. Una fue la palabra que brotó, pero hizo germinar infinitos géneros de hierbas; y
por esa palabra la tierra se vistió de su propio ornato.
Gen.,I, 11.
Y era cosa de ver a la tierra agitarse en movimiento: es decir en las aves, en los
animales acuáticos y terrestres, en los prados, flores, árboles, en la vid, el oUvo y mil
otros géneros de plantas, así las que producen frutos precoces como las que los
producen estacionales y a su tiempo, las que viven en las llanuras y las que viven junto
a los mares y los lagos y los ríos y las fuentes y las montañas. Una palabra era la que
obraba y toda la tierra se cubría de su ornato. ¡Explícame esto, oh judío, cómo pudo ser!
¡pero no lo podrás! ¿Veis cómo el error por sí mismo es combatido y es vencido?
Escucha con diligencia. Porque, como ya dije, cuando quiere Dios llevar a cabo alguna
cosa que habrá de parecer increíble a los hombres, echa por delante una sombra y figura
de ella, a fin de que la verdad, por llegar de repente, no los arroje a la incredulidad.
Necesario era que el Hijo de Dios viniera y bautizara a todo el género humano, y
renovara al hombre viejo, y sumergiera en las aguas al que pretendía renovar del
pecado, 14 y trajera las bendiciones, y borrara la maldición, y nos diera la justicia, e
hiciera de los hombres ángeles. Había de recibir al hijo adulterino y hacerlo, como lo
hizo, hijo legítimo; y al que no era digno ni siquiera de este suelo hacerlo digno del
cielo. Y como esto para muchos había de ser cosa increíble y de milagro, es a saber, que
una misma naturaleza a un hombre lo ahogue y lo justifique, y borre el pecado y traiga
al mundo de nuevo la verdad, a fin de que no dijeran los judíos que las palabras de los
cristianos no son sino fábulas, porque ¿cómo puede ser que una misma agua ahogue y
justifique, y siendo una pueda tener dos operaciones contrarias?, pues para que esto no
hicieran, ¿qué hace El para redargüir la impudencia de los judíos?
Los hijos de Israel estaban oprimidos en Egipto con trabajos y aflicciones con aquella
ocupación de hacer ladrillos, y con llanto clamaban y decían: ¿quién nos librará de la
esclavitud de los egipcios? ¡Pereceremos! ¡somos destruidos en trabajos injustos!
Es decir al hombre viejo. Quizá el pensamiento está un tanto alambicado. Lo explica
más abajo con la doble virtud del agua del Mar rojo, que a la vez salvó y ahogó.
¿Qué sucedió? Los oyó Dios y envió a Moisés armado de milagros y prodigios. Llegó,
pues, Moisés llevando súplicas contra Faraón y metió en el país un ejército de langostas
destructoras; ordenó a la langosta sin alas y ésta se presentó; cambió en sangre las
aguas; hizo brotar llagas en los hombres y en las bestias cuadrúpedas. Y como Faraón ni
ante tantas plagas cediera, finalmente mandó Dios la muerte sobre los primogénitos. Y
luego (para darme prisa, no sea que entreteniéndome en estas cosas no cumpla lo
prometido), por fin salieron de la tierra de Egipto y llegaron hasta las orillas del mar.
Envió Faraón en pos de ellos su ejército con muchedumbre de carros y jinetes; y al
contemplar Israel semejante ejército, se llenó de pavor. Pero, cuando llegaron a la playa.
Dios dijo a Moisés: ¡Por qué clamas a Mil lo Ciertamente Moisés no había dicho nada.
Pero Dios añadió: "¡Soy Dios que oye no solamente las cosas que se profieren con los
labios, sino que conoce lo que hay en los corazones"; a fin de que adviertas que la
oración no consiste en el clamor de los labios, sino en el impulso del corazón. "¿Por qué
clamas a mí?" ¡No clamaba con los labios pero sí clamaba con el corazón! Porque lo
que se necesita es la oración que nace de la bondad del ahna y no de grandes clamores.
"¿Por qué clamas a mí? ¡Extiende sobre el mar la vara que llevas en la mano y crúzalo
tú y todos los hijos de Israel!" Y extendió Moisés su vara que llevaba en la mano y
golpeó el mar. Entonces el desordenado ímpetu de las aguas se acabó y deshizo, y se
olvidó de su propio natural.
Porque así es ese elemento: cuando se presenta la voluntad de Dios, se olvida de su
propio natural y encadena sus propias operaciones. Pues a la manera de una sierva
cariñosa, cuando el mar vio al siervo de su Señor, cedió y obedeció. Y obedeció no
porque temiera aquella vara seca sino en reverencia del que había de ser clavado en la
cruz. Vio la figura y al punto reconoció la verdad, y obedeció y se apartó: "¡Pasa, dijo,
tú y todos los hijos de Israel!" Y pasó luego él y todo el pueblo de Israel. Y los egipcios
los siguieron en persecución: es a saber. Faraón y sus carros de guerra y sus jinetes. Y
una vez que los israelitas habían pasado, se echó encima el agua y ahogó a los egipcios.
15 Exod., XIV, 15.
Explícame, pues, oh judío ¿cómo es que el agua que los sumerge ejerce dos operaciones
y tiene una doble virtud, de manera que al uno lo ahoga y al otro lo vivifica? Explícame
¿cómo el mar aquel, siendo uno solo según su naturaleza, a unos los salvó y guardó con
vida y a otros les dio muerte, a unos los ahogó y a otros les dio paso franco, a pesar de
ser uno solo y desordenado el ímpetu de las aguas? ¿Cómo a unos los reverenció como
un siervo mientras que contra los otros imitó las costumbres de los bárbaros?
¡ExpKcame esto, oh judío, que aún no crees en la cruz, y cómo una misma agua a unos
los ahogó y a otros los salvó!
Una era el agua y uno era el mar; y con todo, de unos ni siquiera mojó los pies, y de los
otros ni siquiera dejó señal, sino que a todos juntamente los cubrió con sus olas, y a
todos los egipcios y a su pueblo les prestó una sepultura común. ¡Explícame cómo fue
esto ! ¿Ves cómo precedió la figura a fin de que la, verdad encontrara fe? Y ¿cómo
aquello era la sombra y esto es la verdad; aquello la figura y esto la realidad? ¿Ves
cómo, según ya lo dije, cuando Dios quiere llevar a cabo alguna obra maravillosa, envía
por delante figuras y sombras para que así la verdad que luego se presenta fácilmente
sea recibida? Pero es necesario que la figura sea inferior a la realidad; porque si fuera en
sí perfecta ya no fuera figura, sino que ella misma fuera la realidad. Precedió la sombra
y luego llegó la verdad con todos sus colores y así resultó clara la imagen. Aquellos
eran simulacros, esta es la realidad: exactamente como sucedió con el cordero.
Había de suceder que con la sangre de Cristo el orbe se justificara y quedara libre de la
maldición. Pero como también esto era un gran milagro y parecía increíble a la estulticia
de los judíos. Dios, por medio del cordero, lo previno y prefiguró de antemano. Porque
cuando se preparaba a borrar de la vida a los primogénitos de los egipcios, a fin de que
no perecieran juntamente los hijos de Israel ¿qué hizo? Con el objeto, dice Moisés, de
que no suceda que al herir el ángel destructor, hiera también a los primogénitos de los
hijos de Israel, ¿qué acontece?: le dice Dios: "Avisa a los hijos de Israel que tomen un
cordero sin mancha, de sexo masculino, de un año de edad, conforme a sus familias; y si
acaso alguna familia no basta para comerlo, el vecino invite a su vecino v una familia
invite a otra familia". "Y así, dice, si tomáis un cordero sin mancha, de sexo masculino,
de un año de edad, matadlo según las familias y casas de las tribus; y comed sus carnes
asadas al fuego, y no se dejará nada de ellas. Mas con la sangre untad las puertas de
vuestras casas. Y lo comeréis con los lomos ya ceñidos y con el calzado en los pies, a la
manera del ajuar de los que van de camino, y estad con vuestras lámparas encendidas".
Y todo esto ¿por qué? ¡Porque se les echaba encima la tarde! Y ¿por qué lo habéis de
comer a la manera de quienes salen de viaje? ¿por qué? ¡Yo os lo diré: tanto por la
figura como por la realidad! Porque Faraón había sido herido muchas veces, pero no los
dejaba partir. Y Moisés les aseguraba: ¡Hoy será herido y os dejará partir! (Exod., XI, 1)
Y era herido y no los dejaba salir. Por la novena vez fue herido y no los dejó ir. Pero a
la décima plaga sí los dejaría ir. Por esto dice Moisés: ¡Tomad traje de caminantes;
porque una vez que comáis ya nada habrá de común con Egipto (Exod., XII, 1 1)
Tomad, pues, les dice, un cordero sin mancha, de sexo masculino, de un año de edad, y
matadlo y con su sangre ungid vuestros dinteles, a fin de que al venir el ángel, si por
motivo de aquéllos no os perdonare, por esta sangre y señal os perdone.
Pero estas cosas no fueron hechas por motivo del ángel sino de la sangre que me libró.
¿Acaso el ángel no podía distinguir qué era lo que diferenciaba a los judíos de los
egipcios? El, que conocía a los primogénitos, ¿no podía distinguir a los egipcios de los
hebreos? Así pues: cuando un judío se burle de ti y te diga: "¿En la sangre esperas?",
respóndele: "¡También tú esperaste en la sangre de un cordero! ¿Y no te avergüenzas,
oh impudente? Tú fuiste salvo por la sangre de un cordero y yo ¿no seré salvo por la
sangre del Señor?"
Así pues, el judío, una vez que comió, se apresuró a salir de Egipto; y el cristiano, una
vez que come, se apresura a sahr de este mundo. Porque te lo amonesta Pablo:
¡Permaneced revestidos de la loriga de la justicia y calzados los pies en preparación del
Evangelio de la paz.(Ep 6,14-15) Allá calzados y aquí calzados. Allá una vara, aquí una
loriga. Moisés habla a quienes se preparan para emprender un camino, y Pablo ordena a
quienes han de emprender una batalla. Aquéllos de una tierra partían para otra y por esto
eran caminantes; pero yo marcho de la tierra al cielo, y por esto soy soldado. ¿Por qué?
Porque mi camino por los aires está infestado de ladrones, y los demonios me salen al
paso. Por esto llevo, como una espada desnuda, la confianza; por esto visto la loriga de
la justicia; por esto me ciño con la verdad.
Porque no soy solamente caminante, sino además milite: ¡Angosto y estrecho es el
camino que conduce a la vida! ( Mt 7,14 ) ¡Mira, pues, cómo Pablo habla de las
reahdades y Moisés de las figuras! ¡mira cómo se tienen las cosas sensibles y cómo las
espirituales! Procuremos, pues, también nosotros, oh carísimos, imitar a Abraham, a fin
de que nos reciba en el hospedaje de sus senos, por gracia y benignidad de nuestro
Señor Jesucristo, al cual sea la gloria y el poder, ahora y siempre y por los siglos de los
siglos. Amén.
3
III HOMILÍA PRIMERA acerca de ANNA:
que es conveniente acordarse del ayuno también después de Pentecostés y en otro
tiempo cualquiera, porque el ayuno no solamente es útil cuando se presenta sino
también cuando solamente se recuerda; y acerca de la providencia de Dios, que gran
parte de ella está, entre otras cosas, en el amor de los padres para con sus hijos; y que no
solamente a los padres sino también a las madres se les ha puesto el precepto de educar
a sus hijos; y finalmente de Anna.l
1 Acerca de cuándo hayan sido predicadas estas Homilías, solamente se puede decir que
lo fueron enseguida de la dedicada a los rústicos que acudieron en gran número el
domingo V después de la Resurrección, o sea el precedente a la Ascensión del Señor. Y
esto, según todos los datos, sucedía el año 387, es decir después de que fueron
predicadas las veinte sobre las estatuas, con ocasión de la sedición antioquena, de que
hablamos en la Introducción, en el número 9. Parece que la primera corresponde al
lunes antes de la fiesta de la Ascensión, la segunda al viernes siguiente a la dicha fiesta,
la tercera al lunes siguiente; la cuarta, que no se nos ha conservado, al miércoles
siguiente; la quinta (que ahora va numerada como cuarta), al viernes de esa misma
semana, y la sexta (ahora numerada como quinta), ya pasada la fiesta de Pentecostés.
Para más pormenores, puede consultarse a Montfaucon, vol. IV, Prefacio, págs. XII-
XVI, y págs. 808-809 del mismo volumen.
CUANDO A ALGÚN PEREGRINO que se ha hospedado con nosotros lo hemos
acogido con toda benevolencia y lo hemos hecho partícipe de nuestras conversaciones y
de nuestra mesa, y al fin nos despedimos de él, al sentarnos a la mesa, al día siguiente
de su partida, al punto lo recordamos y también la conversación que con él tuvimos, y
con mucha caridad lo echamos de menos. Pues esto mismo tenemos que hacer respecto
del ayuno. Porque él se hospedó entre nosotros durante cuarenta días y lo recibimos con
toda benevolencia y con la misma lo hemos despedido. Ahora, pues, cuando se nos va a
disponer la mesa espiritual, acordémosnos de él y de todos los bienes que nos trajo.
Porque no solamente la presencia del ayuno sino también su recuerdo puede sernos de
grande utilidad. Pues así como aquellos a quienes amamos no sólo cuando están
presentes sino también cuando los recordamos nos causan grande placer, del mismo
modo el ayuno juntamente con las colectas y las comunes reuniones, y todos los demás
bienes que por beneficio del ayuno hemos recibido, aun con sola su memoria nos
deleitan; y así, si las recordamos, obtendremos de ellas grande ganancia aun en este
tiempo.
Y no digo esto porque quiera yo obligaros al ayuno, sino para persuadiros que no os
dejéis llevar de vuestros deseos, ni estéis en la disposición en que muchos hombres
suelen estar (si es que pueden llamarse hombres quienes demuestran tan grande
pusilanimidad); que, como si salieran de una cárcel y de sus pesadas ataduras, hablan
entre sí y dicen: "¡Por fin hemos salido de ese mar del ayuno molesto!" Y algunos que
están en peor disposición y son más débiles, incluso se aterrorizan por la futura
Cuaresma. Esto les acontece porque durante todo el resto del tiempo se entregan a los
deleites, a la lujuria y a la crápula. Porque si durante los demás días nos
acostumbráramos a llevar una vida casta y moderada, echaríamos de menos el ayuno
pasado, y recibiríamos con grande regocijo al que luego vendrá. En efecto: ¿qué bienes
nos vinieron por medio del ajoino?
Ahora todo está en tranquilidad plena y en serena calma. ¿Acaso las mansiones no han
quedado libres de los alborotos, de las vueltas y revueltas y de toda perturbación? Más
aún: más que las mismas casas, los ánimos de los que ayunaron gozan de esa paz, y la
ciudad toda imita esa moderación que se ve en todos los ánimos y en todos los hogares.
No se oyen ahora por las tardes hombres que se dediquen a cantares escandalosos, ni
quienes anden ebrios durante todo el día, ni que vociferen, ni que pleiteen, sino que por
todas partes puede observarse cómo reina una completa paz.
Pero apenas ha pasado el ajoino y ya no es lo mismo. Desde que nace el sol comienza la
grita y andan las turbas agitadas y se apresuran los cocineros y se levantan grandes
humaredas así en los hogares como en las mentes, al suscitarse en nuestro interior la
pugna de afectos que enciende la llama de las torpes codicias, empujadas por el ansia de
los deleites. ¡Echemos pues de menos el ayuno, puesto que era él quien todo eso lo
mantenía reprimido! De manera que aunque ya nosotros nos hayamos despedido de su
trabajo, no echemos de nuestras mentes su deseo ni su recuerdo. Sino que cuando tú
vinieres al foro, una vez que has comido y te has despavilado, y observares que el día va
ya declinando hacia la tarde, entra en esta iglesia; y habiéndote acercado al santuario,
acuérdate del tiempo del ayuno; del tiempo aquel en que veíamos la iglesia repleta con
la reunión de los fieles, y todos andaban encendidos con el deseo de escuchar la palabra
divina, y había grande regocijo, y todas las mentes andaban levantadas al cielo. Y,
meditando todo esto en tu interior, acuérdate de aquellos deseables días. Y si vas a
sentarte a la mesa, saborea tus alimentos con este recuerdo; y así nunca podrás
desUzarte a la embriaguez.
Porque así como los que han tomado en matrimonio a una mujer casta, honesta y no de
servil condición, y se han inflamado vehementemente en su cariño, ni aun estando ella
ausente pueden encariñarse con una meretriz y perdida, porque aquel su amor les tiene
preocupadas las mentes y no permite la entrada a otro amor alguno, así te sucederá
respecto del ayuno con la embriaguez. Si de aquél, casto y honesto, nos acordamos,
fácilmente rechazaremos a ésta, meretriz pública y madre de toda torpeza, digo a la
embriaguez; porque el recuerdo del ajoino rechazará la impudencia de la crápula con
mayor fuerza que otra mano cualquiera.
Por todas estas razones, os ruego que recordemos los días aquellos. Y para a5aidar
también yo de alguna manera a ese recuerdo, me esforzaré en proponeros ahora la
misma materia que entonces iba a tratar, a fin de que la semejanza de la doctrina suscite
en vosotros el recuerdo de aquellos días. Quizá vosotros la habéis olvidado ya por haber
nosotros interpuesto grande cantidad de sermones sobre otras materias. En efecto:
habiendo regresado nuestro Padre de aquella lejana peregrinación, fue necesario
conmemorar lo que entonces aconteció en su acompañamiento ;2 y luego en seguida, fue
necesario emprenderla con los gentiles, a fin de que, a quienes la fuerza de la calamidad
había vuelto a mejores procederes y habían abandonado sus errores paganos y se habían
sumado a nosotros, según nuestras fuerzas los confirmáramos en la fe y los
instruyéramos acerca de la inmensa luz a donde se habían acercado, libres ya de las
tinieblas.3 Tras de esto, por muchos días disfrutamos de la festividad de los mártires; y
no habría sido oportuno que, encontrándonos vecinos a los sepulcros de los mártires,
nos alejáramos luego sin haber participado en las alabanzas que a los mártires les son
debidas.4 Vino luego la exhortación para que os abstuvierais de los juramentos. Porque,
habiendo nosotros advertido la inmensa cantidad de rústicos venida de los contomos a
la ciudad, pensamos ser bueno despacharlos bien abastecidos con ese viático. 5
1 Como indicamos en la Introducción, el Crisóstomo, atento siempre al bien de las
almas, no se cuida, sino raras veces, de las preceptivas retóricas; y el caso de esta
Homilía es uno de aquellos en que habla de las diversas materias útiles a los oyentes, sin
otro plan que el de una charla amena y espiritual. Para la alusión cronológica véase la
Introducción, n. 9. Se trata de cuando el anciano obispo Flaviano fue a ver al emperador
para alcanzar el perdón de la ciudad.
* En efecto, la grande influencia del obispo Flaviano ante el gran emperador, conmovió
a muchos gentiles que pidieron hacerse cristianos.
Las fiestas de los mártires, subsiguientes a los días de Resurrección, se celebraron
estando ausente san Crisóstomo por una enfermedad a la que el santo no hace alusión.
Quizá predicó en ellas Flaviano.
5 Véase la Introducción n. 2.
Tal vez, a causa de esta multitud de materias, no os será fácil recordar la disputa que
entonces sostuvimos contra los gentiles. Pero yo, por estar continuamente ejercitándome
en estas cosas y aplicándome a este combate, sin trabajo alguno, con repetiros algunas
pocas cosas de las que entonces dije, podré refrescar en vuestra memoria la materia de
todo mi discurso. ¿Cuál fue, pues, esa materia? Nos preguntábamos de qué manera, allá
a los principios, proveía Dios al género humano, y de qué manera le enseñaba lo que le
había de ser útil, ya que entonces no había aún letras, ni se nos habían comunicado las
Sagradas Escrituras.
Demostramos entonces que el hombre era conducido al conocimiento de Dios mediante
la contemplación de las criaturas. Y habiéndoos tomado, no con mi mano, sino por
medio del pensamiento, os hice recorrer todo el universo de las criaturas; y os mostré el
cielo, la tierra, el mar, los lagos, las fuentes, los ríos, las inmensas llanuras, los prados,
las huertas de árboles fructíferos, las mieses florecidas, los arbustos inclinados al peso
de sus frutos y las cumbres de las montañas cubiertas de encinas; y luego, diserté
largamente acerca de las semillas y de las verduras, y de las flores y de las plantas, así
las que producen fruto como las que son estériles, y de las bestias, así de las domésticas
como de las agrestes, y de las aguas y de la tierra, y de los anfibios que habitan en
ambos elementos, y de las aves que cortan el aire con sus alas y de los animales que se
arrastran por la tierra, y de los elementos constitutivos del mundo. Y en cada uno de
esos seres, todos a la vez aclamábamos a Dios, porque nuestro pensamiento no podía
abarcar tan infinitas riquezas: ¡Cuan excelentes son. Señor, tus obras! ¡todo lo has hecho
con sabiduría !e
Y admirábamos la sabiduría de Dios no solamente por la multitud de los seres, sino
también por estas dos cosas: que había criado hechuras tan grandes y bellas, y que les
había dejado muchos indicios de la misma debilidad de ellas, embebidos en las cosas
que contemplamos; y esto, tanto para que alabáramos su sabiduría de El y las criaturas
nos atrajeran a darle culto, como también para que no sucediera que aquellos que
observaran la grandeza y la belleza de las criaturas, tras de abandonar al Criador de
ellas, fueran a adorar, en lugar de Dios, esas criaturas colocadas delante de sus ojos;
puesto que la debilidad que en ellas aparece puede corregir error semejante.
6 Sahno XCI. 6.
Y vimos de qué manera toda criatura está sujeta a la corrupción, y cómo luego será
llevada a mayor belleza y gozará de una gloria mayor, y cuándo y por qué motivo, y por
qué causa ha quedado sujeta a la corrupción. Todas estas cosas las discutíamos entonces
delante de vosotros, y ahí demostrábamos el poder de Dios que ha puesto tan grande
hermosura en cuerpos corruptibles, como, por ejemplo, la que desde el principio dio a
las estrellas, al cielo y al sol. Porque de verdad podemos admiramos de que, a pesar de
haber transcurrido ya tan grande cantidad de años, no hayan sufrido nada de lo que
suelen sufrir nuestros cuerpos; ni la ancianidad las haya hecho más débiles, ni por
alguna enfermedad o accidente se hayan desmejorado; sino que perennemente
conservan su vigor y su belleza, aquella, que, como ya dije. Dios les comunicó desde el
principio. Y ni se ha consumido la luz del sol, ni se ha oscurecido el esplendor de los
astros, ni se ha deteriorado el brillo de los cielos, ni se han cambiado los términos del
mar, ni se ha extinguido la virtud generativa de la tierra, con dar a luz, año por año, sus
frutos.7
Y que todas las cosas estén sujetas a la corrupción, lo de mostramos tanto por la luz de
la razón como por las Sagradas Escrituras. Y que sean bellas y espléndidas y que
conservan su perenne vigor, lo testifican las diarias miradas de los que las observan: en
todo lo cual sobre todo ha de ser admirado Dios, puesto que El desde los principios así
las creó. Pero ¿por qué cuando nosotros eso decíamos, algunos se nos oponían, y
decían: entonces de todas las cosas visibles la más vil es el hombre; puesto que la masa
del cielo, y la del sol, y la de la tierra, y la de las estrellas han durado tanto tiempo,
mientras que el hombre, después de los setenta años, se disuelve y perece?"
Por nuestra parte, afirmamos, en primer lugar, que no todo el ser viviente se disuelve;
sino que la parte principal y más necesaria, que es el alma inmortal, permanece para
siempre, y que ella no está sujeta a ninguna clase de corrupción. Y en segundo lugar,
que precisamente esto sucede para mayor honor nuestro.
' Como se ve, el santo se atiene a las nociones generales de aquellos tiempos respecto de
la Cosmografía.
Porque no al acaso y sin justo motivo, sino con toda justicia y en favor nuestro,
sufrimos la ancianidad y las enfermedades. Con justicia, porque caímos en pecado; en
favor nuestro, para que así rectifiquemos la soberbia, nacida en nosotros a causa de
nuestro descuido, oponiéndole la consideración de estas enfermedades y defectos.
De modo que Dios permitió que esto fuera así no porque quisiera hacemos injuria. Si
nos la hubiera querido hacer, no habría hecho inmortal a nuestra ahna. Tampoco hizo
así nuestro cuerpo porque El fuera impotente; puesto que si hubiera sido débil no habría
podido mantener en su naturaleza los cielos, las estrellas y la masa de la tierra. Lo hizo
para volvernos mejores y más modestos y más obedientes a El; y esto nos da ocasión de
plena salud espiritual. Por lo mismo hizo que ni vetustez ni enfermedad ninguna
afectaran al cielo, porque éste, como carece de libre albedrío y no tiene alma, no puede
ni pecar ni obrar rectamente en lo moral; y por esto no necesita de correctivo. En
cambio nosotros, dotados de cuerpo y alma, necesitábamos que, mediante estas
debilidades y enfermedades, se nos ingiriera la modestia y la humildad, puesto que ya
desde el principio y antes que todo, el hombre se elevó en soberbia. Por lo demás, si el
cielo estuviera constituido de la misma manera que nuestros cuerpos y se encontrara
sujeto a la vejez, muchos habrían acusado al Criador de debilidad e impotencia, ya que
no había podido conservar un cuerpo a través del círculo de muchos años. Ahora, en
cambio, les ha quitado esa ocasión, puesto que a través de tan largos tiempos su obra
permanece.
Añádase a lo que ya dijimos, que nuestras cosas no se contienen dentro de los Kmites
del tiempo presente ni a ellos se circunscriben; sino que, una vez que hayamos sido bien
probados en esta vida, nuestros cuerpos resucitarán con una gloria mayor, y se verán
más que el cielo espléndidos, más que el sol y que los otros seres, y pasarán a otra
condición y suerte mejor.
De manera que hay un camino para el conocimiento de Dios por medio del universo; y
hay otro, en nada inferior, que es el que nos ofrece nuestra propia conciencia, camino
que entonces expusimos largamente. Al mismo tiempo demostramos cómo la naturaleza
misma nos ha dotado del conocimiento de las cosas buenas y malas y cómo la
conciencia interiormente nos dicta todo eso. Porque desde el principio la naturaleza nos
dio dos preceptores: las criaturas y la conciencia. Estos sin palabras nos adoctrinan a
todos. Porque las criaturas, admirando con sola su figura a quien las contempla, a ése,
que todo lo observa, lo van llevando a la admiración de Aquel que las crió. Y la
conciencia, resonando interiormente, nos sugiere todo lo que debe hacerse, y por la vista
misma de las cosas, venimos al conocimiento de sus juicios y su fuerza. Pues ella, al
acusarnos interiormente de pecado hace que aun exteriormente el rostro decaiga y lo
llena de tristeza. Y cuando nos vemos cogidos en alguna cosa torpe, nos vuelve pálidos
y temerosos: ¡no oímos su voz, pero por el aspecto exterior contemplamos la interior
indignación que en ella se ha engendrado!
Demostraba también el discurso que además de estos dos maestros, la providencia de
Dios había añadido un tercero; y éste, no ya mudo, al modo de los dos anteriores, sino
tal que con su palabra, amonestación y consejo, corrigiera nuestras almas. ¿Cuál es ése?
¡El padre que a cada uno se le ha dado al nacer! Porque por esto hizo Dios que fuéramos
amados de nuestros padres para que tuviéramos en éstos preceptores de la virtud. No el
solo engendrar hace al padre, sino el educar rectamente; ni el dar a luz tan sólo, sino el
bien educar hace a la madre. Y que esto sea verdad, y que no sea la naturaleza la que
hace al padre sino la virtud, lo confesarán los padres mismos. Porque muchas veces,
cuando ven a sus hijos con depravadas costumbres, y que han degenerado hacia la
maldad, los echan de entre los consanguíneos suyos y los desconocen, y adoptan como
hijos a otros que no estaban unidos a ellos con ningún parentesco.
¿Puede haber cosa más admirable que ésta, que a los que ellos engendraron los echen de
sí, y en cambio adopten a los que no engendraron? Y no sin motivo voy diciendo estas
cosas; sino para que veáis que es mayor la fuerza del libre albedrío que la de la
naturaleza; y que es aquélla y no ésta la que hace a los padres. Pero esto, obra es de la
providencia divina; es a saber, que ni dejara a los hijos destituidos del natural afecto de
sus padres, ni, por el contrario, todo lo encomendara al afecto. Porque si los padres
hubieran de amar a sus hijos, sin ser compeUdos por ninguna natural necesidad, sino
únicamente llevados por la probidad de sus costumbres y de sus buenas obrasy habríais
visto a muchos arrojados de la casa paterna por causa de su maldad, y aun a todo el
mundo lo veríais destruido y desgarrado. Y si, por el contrario, todo lo hubiera
encomendado a la fuerza de la naturaleza, y no hubiera permitido odiar ni siquiera a los
malvados, sino que los padres, tras de sufrir infinitos males e injurias de parte de sus
hijos, no cesaran con todo de acariciarlos a causa del vínculo natural, al mismo tiempo
que eran respecto de ellos contumeliosos e insensatos, entonces el género humano
habría llegado al cohno de la injusticia.
Pues si ahora, cuando los hijos no pueden enteramente fiarse de las leyes de la
naturaleza, sino que saben que muchos, por ser depravados, han sido echados de sus
casas y despojados de los bienes paternos, con todo, fiados en el amor de sus padres los
colman de injurias, si Dios no hubiera permitido que éstos, encendidos en ira, se
vengaran arrojando lejos de sí a los hijos que se han convertido, en malvados, ¿con qué
perversidades no se habría ya contaminado el género humano? Por esto quiso Dios que
el amor de los padres se apoyara a la vez en la necesidad natural y en la probidad de los
hijos en sus costumbres; para que cuando los hijos cometieran faltas más leves, el amor
natural invitara a los padres a darles el perdón, y en cambio, a los ya depravados y
corrompidos con una enfermedad insanable, los castigaran; de manera que no — ^por su
indulgencia — les hicieran fáciles mayores vicios si acaso la natural necesidad los
venciera y los obligara a acariciar a esos hijos suyos, a pesar de haberse convertido en
unos malvados.
¡Cuan grande providencia, os ruego lo consideréis, es ésta! Puesto que manda amarlos,
pero pone límites a ese amor y además constituye premios para la excelente educación
de la prole. Y para que entiendas que se ha propuesto el premio no únicamente a los
varones sino también a las mujeres, oye cómo, en muchos sitios, a ellos y a ellas les
habla la Escritura, y no menos a ellas que a ellos. Pues habiendo dicho Pablo: La mujer
seducida cayó en la prevaricación* añadió pero se salvará por la generación de los hijos.
Lo cual significa: ¿te dueles de que la primera mujer te arrojó a los dolores del parto y a
los trabajos de una larga gestación? Pues no te irrites. Porque no es tanto lo que sufres
con los dolores del parto y sus trabajos, cuanto es lo que ganas, si lo quieres, cuando
tomas de eso ocasión para buenas obras, mediante la recta educación de tus hijos.
Puesto que esos niños que te han nacido, si tuvieren una recta educación y por tus
cuidados se formaren en la virtud, te darán una ocasión magnífica de salvarte. Y
recibirás un gran premio, aparte de tus otras buenas obras, por el cuidado puesto en ésta.
8ITim., II, 14-15.
Y para que entiendas que no es el parto lo que constituye a la madre, y que no es a esa
obra material a la que se le ha propuesto el premio, en otro sitio Pablo, hablando a una
viuda, le dice: ¡Si educó a los hijos!9 y no dice: "¡si engendró hijos!", sino "¡si educó a
sus hijos!" Porque lo primero es cosa que pertenece a la naturaleza, pero esto otro es lo
propio del Ubre albedrío. Y por lo mismo ahora, cuando dijo: "se salvará por la
generación de los hijos", no se detuvo en eso; sino que, como quisiera manifestar que lo
que nos acarrea la merced no es el haber engendrado hijos, sino el haberlos educado
rectamente, añadió: Si permaneciere en la fe, en la caridad y en la castidad acompañada
de la modestia. 10
Y el sentido de estas palabras es como sigue: entonces recibirás un gran premio si los
hijos que has procreado permanecen en la fe, en la caridad y en la castidad. De manera
que si tú los incitas y amonestas, y los enseñas y los a5aidas con tus consejos, por esa
diligencia te está reservada delante de Dios una grande merced. No tengan, pues, las
mujeres por cosa ajena de ellas el cuidar así de las niñas como de los niños. Porque en
esto Dios no hizo distinción de sexos. Puesto que en el otro lugar de la Escritura dijo:
"Si educó a sus hijos", y en éste añade: "Si permanecen en la fe y en la caridad y en la
castidad". De manera que es necesario tomar sobre sí el cuidado de los hijos de ambos
sexos. Y esto, tanto más toca a las mujeres cuanto que son ellas las que con mayor
frecuencia residen en la casa.
Porque a los varones muchas veces los viajes y los cuidados del foro y los negocios
poKticos los apartan; mientras que la mujer, a quien ha tocado en suerte la inmunidad de
semejantes cuidados, más fácilmente podrá, por tener tan grande descanso, ocuparse de
los hijos.
8 Ib id., V, 10. w Ibid., II, 15.
Así lo hacían las mujeres antiguas. Porque, lo repito, no solamente de los varones se
pide esto, sino también de las mujeres: el que eduquen a sus hijos y los inciten a la
virtud. Y para que conste ser esto verdad, os referiré una historia antigua. Hubo entre los
judíos cierta mujer de nombre Anna. Esta mujer sufrió por mucho tiempo la esterilidad;
y, lo que es más grave aún, su émula era madre de muchos hijos. Sabéis bien cuan
intolerable cosa sea ésa, tanto por su naturaleza misma como por lo que ella es en sí,
para las mujeres. Porque cuando se añade el que la émula 'tenga hijos, se hace mucho
más pesada la carga; puesto que por la felicidad de ésta, mejor comprende aquélla su
desgracia. Lo mismo que sucede con los que andan oprimidos con la extrema miseria:
que más fuertemejite se duelen cuando se acuerdan de los ricos.
Ni fue la única calamidad el que la émula tuviera hijos y la otra no, sino que además se
añadió el que fuera su émula; y no solamente que lo fuera, sino que además la provocara
a cólera mediante los desprecios. Y Dios, aunque veía esto, lo dejaba ir. Y Dios no le
concedió hijo, dice, según su tribulación y según la tristeza de su alma. 1 1 ¿Qué significa
eso de "según la tribulación suya"? No puede decirse, sugerirá alguno, que mirándola
Dios cómo llevaba con ánimo tranquilo y pacífico su calamidad, le impidió los partos;
sino que, aunque la veía destrozada, afligida, adolorida, con todo no apartó de ella la
tristeza, con el fin de llevar a cabo una obra más grande.
No escuchemos esto como si estuviéramos ocupados en otra cosa, sino aprendamos de
aquí una excelente sabiduría. De manera que si alguna vez cayéremos en algún mal,
aunque sintamos dolor, aunque nos lamentemos, aunque nos parezca insoportable el
padecimiento, no nos precipitemos, no decaigamos de ánimo, sino confiemos en la
providencia de Dios. Porque El sabe muy bien cuándo ha de apartar de nosotros aquello
que nos engendra tristeza, como le aconteció a esta mujer. Pues no porque la aborreciera
y la odiara le había Dios cerrado la matriz, sino para abrirnos las puertas de la sabiduría
con que procedía aquella mujer y de que estaba dotada, y para que pudiéramos así
contemplar las riquezas de su fe, y conociéramos que mediante esto El la había hecho
más preclara aún.
Pero escucha lo que sigue. Y así lo hacía, año por año, desde tiempos atrás, cuando
subía ella a la casa del Señor. Y se entristecía y lloraba y no comía. "2 Intenso era el
dolor, continua la tristeza, y no de un solo día, ni de dos, ni de tres, ni de veinte, ni de
ciento, ni de mil, ni de dos tantos más: durante muchos años se dolía aquella mujer y era
atormentada. Porque esto es lo que significa aquello de "desde hacía mucho tiempo".
Pero ella no lo llevó con impaciencia, y la larga duración del tiempo no venció a su
sabiduría, ni aun los insultos y burlas de su émula; sino que asiduamente oraba y
suplicaba. Y lo que es más que todo, y mejor nos declara su amor a Dios, es que no
simplemente pedía un hijo, sino que deseaba dedicarlo y entregarlo a Dios, apenas
hubiera salido de su vientre, para lograr de este modo ella misma el premio de aquella
preclara promesa.
¿Cómo nos consta esto? Por las palabras que siguen. Todos vosotros sabéis cuan
intolerable es para las mujeres la esterilidad, por motivo de sus maridos. Porque hay
hombres tan brutales que aun reprochan a sus mujeres como una falta el que no
engendren hijos, e ignoran que eso de engendrar trae su origen de lo alto y de la
providencia de Dios, y que no basta para eso la sola naturaleza de la mujer, ni el coito ni
otra cosa alguna de por sí. Y con todo, aun sabiendo que injustamente las acusan,
muchas veces las insultan, y con frecuencia las rechazan y no se deleitan con su
convivencia.
Veamos, pues, si acaso a esta mujer le sucedió eso mismo. Porque si la ves despreciada
y humillada e insultada por su esposo, y que no encuentra gracia delante de él, y que él
no le dispensa benevolencia alguna, podrás por ahí conjeturar que tal vez por ese motivo
era por lo que deseaba ella tener un hijo, con el objeto de alcanzar así grande confianza
y libertad, y hacerse más agradable a su marido. Pero si, al revés, encuentras que era ella
más grata a su esposo que la que tenía hijos, y que éste le mostraba mayor benevolencia,
de aquí aparecerá que ella deseaba tener hijos, no por algún afecto meramente humano,
ni para ganarse más el cariño de su esposo, sino por el motivo que ya dijimos.
111 Samuel, I, 6.
12 Ibid., I, 7.
¿Cómo quedará esto más claro aún? Oye al autor sagrado que dice esto mismo. Porque
no lo escribió al acaso, sino para que conozcas la virtud de esta mujer. ¿Qué es pues lo
que dice?: Porque amaba Elcana a Anna mucho más que a Fe-nena} 3 Y luego, como
viera él que ella no comía sino que lloraba, dice: ¿Qué es esto que te sucede para que
estés llorando, y por qué no comes, y por qué motivo está acongojado tu corazón?
¿Acaso no soy yo para ti mejor que diez hijos? " ¿Adviertes cuan unido estaba a ella, y
como más bien se dolía por causa de ella, y no porque ella no tuviera hijos, sino porque
la veía consumida en el abatimiento y en la tristeza? Con todo, logró persuadirla que
echara de sí la tristeza. Porque no era ese el motivo por el que ella andaba en busca de
un hijo, sino para ofrecer a Dios algún fruto suyo.
Y continúa: Y después de que habían comido en Silo y habían bebido, fiie a presentarse
delante de Dios. 15 Pero tampoco esto se ha dicho al acaso: "una vez que habían comido
y bebido", sino para que entiendas que el tiempo que otros emplean en deleites y
pasatiempos, ella lo gastaba en oraciones y lágrimas, por encontrarse bien alerta a causa
de la moderación y templanza. "Y se presentó delante del Señor". Y el sacerdote Helí,
añade, estaba sentado en su silla en el dintel de la casa de Dios. Y tampoco esto está
escrito sin motivo, que "Helí, el sacerdote de Dios, estaba sentado en los dinteles del
templo del Señor", sino para que entiendas cuánto era el fervor de aquella mujer.
Porque a la manera que una mujer viuda, cuando está destituida de todo auxilio y
abandonada y cubierta de contumelias y varias injurias, sucede con frecuencia que si
está para llegar el emperador no se aterroriza por los guardias ni por los soldados que
portan escudo ni por los jinetes ni por toda la comitiva de siervos que le preceden, ni
echa por delante ningún patrono, sino que ella misma, con inmensa confianza y
atravesando por entre todos, se llega y habla al emperador en persona y le llora su
calamidad, movida por su propia desgracia a semejante coloquio, del mismo modo, en
verdad, esta mujer no se avergonzó ni se apenó de pedir directamente a Dios, aunque el
sacerdote estaba en su silla, ni de acercarse con grande confianza al Emperador mismo;
sino que llevada de su deseo y con el pensamiento clavado en el cielo, como si viera al
mismo Dios ahí presente, así le hablaba con sumo fervor.
Y ¿qué es lo que le dice? Pues en realidad ni siquiera le dice una palabra de antemano,
sino que hace exordio de su llanto y derrama fervorosos ríos de lágrimas. Y así como
cuando descienden las lluvias aun la tierra de suyo más dura, regada y reblandecida se
excita a sí misma a producir con mayor facilidad los frutos, así sucedió en esta mujer.
Porque su matriz, como reblandecida con sus lágrimas a la manera de una cierta lluvia.
y como recalentada por el dolor, comenzó a excitarse para este preclaro parto de los
hijos. Mas, oigamos sus palabras mismas y su bellísima oración: Llorando lloró, dice la
Escritura, e hizo voto al Señor diciéndole: ¡ Adonai Domine Eloi Sabaot 11 B ¡Palabras
tremendas y que causan abundante pavor! ¡Y muy bien hizo el autor sagrado en
enquistarlas a nuestro idioma, puesto que no hubiera podido pasarlas a la lengua griega
y al mismo tiempo mantenerles su propia fuerza! Y no lo llamó la mujer con una
palabra sola, sino con varias que se le aplican, con el objeto de manifestarle su amor y
lo ardiente de sus deseos. 17
13 Ibid., I, 5.
14 Ibid., I, 8.
15 Ibid., I, 9.
16 Es de notar que el estenógrafo pone las palabras hebreas con letras griegas, o sea en
aljamiado. Pero intercala, a pesar de lo que luego dice, la versión de la primera Adonai
al griego y dice Kyrie o sea Señor.
171 Samuel, I. 10-11.
Así como los que redactan libelos de súplica para presentarlos al emperador, no le dan a
éste un soló nombre, sino que primero le ponen el de Triunfador, el de Augusto, el de
Emperador y otros muchos más encumbrados que éstos, y finalmente le ponen sus
peticiones, del mismo modo esta mujer, como presentara a Dios un libelo de peticiones,
en el comienzo le pone cantidad de nombres, y esto, tanto para demostrarle, como antes
dije, el afecto, como también para denotar el honor que se le debe a Aquel a quien ella
suplica.
En cambio, la súplica la dictó el dolor. Y por esto fue oída al punto, puesto que la había
presentado con tanta prudencia y tan maravillosa. Pues así suelen ser las oraciones que
nacen del dolor del corazón. Ahí le sirvió de papel o libelo su mente, de pluma su
lengua, de tinta sus lágrimas; y por esto su petición se nos ha conservado hasta el día de
hoy. Peticiones así escritas permanecen indelebles cuando con semejante tinta se
escriben. Tal fue pues el exordio del libelo de súplicas. Pero ¿qué fue lo que se siguió?:
¡Si te dignas mirar a la humillación de tu sierva! Is Aún no ha recibido nada y con todo,
comienza su discurso y oración por la promesa. Ya da gracias a Dios y le ofrece la paga,
cuando aún no tiene nada en sus manos. ¡Tan fervorosa se encontraba, y así miraba más
a esto que a lo otro! Y por este motivo, rogaba se le concediera un hijo. "Si te dignas
mirar a la humillación de tu sierva". Como si dijera: en doble derecho me apoyo, en el
de sierva y en el de afligida. "¡Concédeme un hijo varón, a mí tu sierva, y yo te lo
entregaré y lo pondré como un don delante de ti!" Pero ¿qué significa esto de "te lo daré
como un don delante de ti"? Es decir, entregado a toda tu discreción, como siervo total.
Me despojo de toda potestad sobre él. Porque solamente y en tanto deseo ser madre, en
cuanto el hijo tome de mí su principio, pero desde ese momento te cedo totalmente mis
derechos y me retiro.
Considera la piedad de esta mujer. No dijo si me dieres tres yo te daré dos; y si me
dieres dos yo te daré uno. Sino que si uno solo me dieres yo te consagraré íntegro el
fruto. "Y no beberá vino ni cosa alguna que pueda embriagar". Aún no recibe el hijo y
ya lo está modelando para profeta, y habla del modo como lo educará, y establece un
pacto con Dios. ¡Oh confianza de esta mujer! Puesto que no podía en aquel momento
pagar con lo que aún no había recibido, paga con los bienes que luego le han de venir. Y
a la manera que muchos agricultores, oprimidos por la penuria extrema, no teniendo el
dinero suficiente para comprar una ternera o una oveja, írecuentemente reciben de sus
dueños esos animales con la condición de que les entregarán la mitad de lo que éstos
produzcan, y luego les pagarán con el precio de los frutos de las cosechas futuras.
"Ibid., I, 11.
del mismo modo hizo esta mujer; o mejor aún, hizo una cosa mayor.
Porque no recibió al niño bajo la condición de restituir la mitad del firito, sino con la de
restituirlo en seguida y totalmente, y en vez de los frutos futuros se encarga de la
educación del hijo. Porque juzgó ser suficiente paga el emplear sus trabajos en la
formación de un sacerdote de Dios. Y dice: "Y vino y todo lo que embriaga, no lo
beberá". Y no se le ocurrió decir: "¿Pero, qué sucederá si mientras aún está tierno el
infante la bebida del agua daña su salud? ¿Qué, si acaso cae enfermo? ¿Qué si bajo el
peso de una grave enfermedad perece?" Sino que, como si conociera que Aquel que se
lo había dado era poderoso para proveer a su salud desde el parto mismo y desde los
pañales, lo empuja a la santidad y deja todo el negocio en las manos de Dios. Antes del
parto ya se santificaba su vientre, que portaba un profeta; era concebido un sacerdote y
era presentado un don, digo un don animado.
Y por esto permitió Dios que fuera atormentada con la tristeza por tan largo tiempo; por
esto se tardaba en concederle lo que le pedía; para mediante este parto, hacerla más
preclara, y manifestar así la prudencia y moderación de ánimo de ella. Porque ella en su
oración no se acordó de su emula ni trajo a colación sus injurias, ni sacó a relucir los
oprobios, ni dijo: "¡Véngame de aquella malvada y perversa mujer!" — como lo hacen
muchas mujeres. Sino que sin acordarse de los oprobios, suplicaba únicamente aquellas
cosas que le habían de aprovechar.
Pues haz tú lo mismo, oh hombre. Y cuando te encuentres con un enemigo que te
atormenta, no le digas alguna palabra menos blanda, ni lances imprecaciones contra el
que te aborrece; sino que, habiendo entrado en la iglesia, y habiendo doblado las
rodillas, ora a Dios derramando lágrimas, a fin de que retire de ti la tristeza y mitigue tu
dolor. Como lo hizo esta mujer, con lo que sacó no pequeño fruto de aquella su
enemiga. Porque ésta le ayudó para alcanzar el parto de aquel infante. Y cómo haya sido
eso, lo voy a explicar.
Esta le había lanzado oprobios, la había afligido, le había causado las mayores penas.
Pero precisamente por esto su oración fue más fervorosa, y la oración hizo benévolo a
Dios, y logró que ella alcanzara lo que pedía, y así vino el parto de que nació Samuel.
De manera que si permanecemos vigilantes, en nada podrán dañarnos los enemigos;
antes bien, nos ayudarán en gran manera, puesto que nos volverán para todo más
diligentes, con tal de que nosotros no nos dejemos arrastrar a las injurias y ofensas
contra ellos, a causa de las molestias y sufrimientos que nos causan, sino más bien nos
convirtamos a la oración.
Y una vez que dio a luz al niño, le puso por nombre Samuel, o sea oirá el Señor. Porque
por haber sido escuchada y haber recibido al niño por obra de la oración y no por
beneficio de la naturaleza, quiso que la memoria de aquella ganancia quedara grabada,
como sobre una columna de bronce, en el nombre mismo del niñito. Y no dijo:
llamémoslo con el nombre de su padre o de su tío paterno o de su abuelo o de su
tatarabuelo; sino que dijo: Aquel que me lo dio ése que sea honrado con el nombre del
niño.
¡Pues a ésta emulad, oh mujeres! ¡a ésta imitemos, oh varones! Y pongamos tanto
cuidado en la educación de los niños y de tal manera instemos en su formación, una vez
nacidos, como ella; y esto tanto en todo lo demás como sobre todo en la castidad.
Porque en nada es tan necesario esforzarse y poner tanto cuidado, como en que los
jóvenes sean castos y honestos. Puesto que esta enfermedad sobre todo causa grandes
molestias en esa edad. 19 Procedamos pues con los niños como solemos con las
lámparas. Con frecuencia exhortamos a la sierva encargada de las luces a que no lleve la
lámpara a un sitio en que haya paja o heno o cosas semejantes, no vaya a acontecer que
sin damos cuenta caiga alguna chispa y tras de abrasar aquella materia enseguida
incendie toda la casa. Tengamos el mismo cuidado respecto de los niños, y no
expongamos sus miradas a sitios en donde haya criadas disolutas o doncellas
descocadas o sirvien " Por la forma de la expresión juzgaron algunos haber una laguna
en el texto. Porque el santo viene hablando de la castidad y honestidad de los jóvenes, y
sin transición se refiere a "esta enfermedad". Pero se ha advertido ya que más bien se
trata de lo que los griegos llamaban anoauánrjat^ o sea una subindicación que deja
pensar al oyente lo que en realidad no se dice. No quiere el santo ni nombrar el vicio
opuesto a la santa virtud angélica, pero el oyente inmediatamente lo entiende. Creemos
que es verdaderamente delicada la forma en que trata el asunto de la castidad de los
jóvenes en el resto de la Homilía.
tas petulantes; sino que más bien amonestémosles y avisémosles, si es que tenemos en
la casa alguna de semejantes criadas o alguna vecina de ese jaez, o alguna otra del
mismo género, a fin de que no se acerque a los jóvenes ni platique con ellos; no sea que,
brincando de ahí alguna centella, incendie totalmente el alma del jovencito y le acarree
una desgracia irreparable.
Apartémoslos no solamente de los espectáculos, sino aun de los cantares muelles y
disolutos, a fin de que su alma no se deje fascinar por ellos. No los llevemos al teatro ni
a los banquetes y symposios, sino más bien cuidemos de los jóvenes con más cautela
que de las vírgenes encerradas en sus tálamos. No hay cosa que adorne a esa edad como
la corona de la honestidad, y el que los jóvenes lleguen al matrimonio libres de toda
lascivia. Entonces las mujeres les parecerán amables cuando nunca antes se hubieren
entregado a la fornicación, ni el alma se hubiere corrompido. Porque entonces el joven
no conocerá sino a aquella mujer con la que se ha unido en matrimonio; entonces será
más ardiente su cariño y más sincera su benevolencia; entonces la amistad será más
íntima, cuando los jóvenes se lleguen al matrimonio tras de haberse defendido con
tantas cautelas.
Porque las que ahora se celebran no merecen el nombre de nupcias, sino de negociación
pura de dineros y mercaderías. Cuando el joven se ha corrompido antes del matrimonio,
y luego, enseguida del matrimonio, lanza sus miradas sobre otra mujer ¿de qué,
pregunto, le sirve el matrimonio? Más aún: entonces el pecado merece un mayor castigo
y es menos digno de perdón, cuando teniendo en el interior de la casa a su legítima
esposa, el joven se mancha a sí mismo acercándose a las meretrices y cometiendo
adulterio. Porque tras de haber tomado esposa, aunque sea una meretriz aquella con que
se une el marido, el hecho no deja de ser un adulterio.
Y esto es lo que ahora sucede. Los jóvenes, apenas celebrado el matrimonio, corren
hacia las meretrices; y hacen esto porque no aprendieron a guardar la castidad antes del
matrimonio. Y de esto nacen los pleitos, los insultos, la destrucción de los hogares y las
continuas y diarias querellas. De aquí nace que el amor a la esposa disminuya y
languidezca y al fin desaparezca, por la frecuentación de los lupanares. En cambio, si el
joven aprende a guardar la castidad, tendrá a su esposa por la más amable y digna de
desearse de entre todas las mujeres, y la mirará con suma benevolencia, y guardará con
ella una absoluta concordia. ¡Todos los bienes estarán en un hogar semejante!
Así pues, para que las cosas de esta vida las administremos debidamente, y mediante
ellas alcancemos el reino de los cielos, tengamos cuidado de nuestros hijos, así para
cumplir con este mandamiento, como por el bien de los mismos hijos; y para no
presentamos con los vestidos sórdidos a aquellas espirituales nupcias; sino que
confiadamente disfrutemos de ese honor que está allá reservado a los que dignamente se
presentan. Honor que ojalá todos consigamos por la gracia y benignidad de nuestro
Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea la gloria, el honor y el imperio al Padre
juntamente con el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
4
IV HOMILÍA SEGUNDA acerca de ANNA:
de la fe de Anna y de su sabiduría o sea de su moderación de ánimo y de su modestia, y
de honrar a los sacerdotes, y de hacer oración tanto al principio como al fin de las
comidas.
¡No HAY COSA IGUAL a la oración, oh carísimos; ni nada más fuerte que la fe!
Ambas cosas nos las demostró hace poco Anna. Porque habiéndose acercado a Dios con
esos dones, logró todo lo que quiso. Corrigió la esterilidad de la naturaleza, abrió la
matriz que permanecía cerrada, echó de sí el oprobio y acabó con las injurias de su
émula, y entró en suma confianza al poder cosechar de la piedra infructuosa la mies bien
granada. Todos habéis oído cómo lloró y oró, como rogó e insistió, y así persuadió al
Señor, y concibió y dio a luz, y educó a Samuel, y lo consagró a Dios. De manera que
no se equivocaría quien a esta mujer la llamara madre y padre a la vez de este niño.
Porque, aunque el esposo la había fecundado, fue la oración de ella la que dio fuerza y
eficacia a la fecundación, e hizo que Samuel naciera de un parto mucho más honorable.
Porque el principio de esta generación no fue, como en los demás hombres, únicamente
el sueño y el coito, sino además las preces y las lágrimas y la fe. Y así este profeta tuvo
un nacimiento más ilustre que los otros, por haber nacido mediante la fe de su madre.
Por esto, de esta mujer se puede con derecho decir: Los que siembran con lágrimas
cosecharán con alegría !1 ¡A ésta emulemos los varones, a ésta imiten las mujeres!
Porque esta mujer es maestra de ambos sexos. Las estériles no desesperen y las que son
madres eduquen así a sus hijos. Y todos a la vez imitemos la virtud que demostró antes
del parto y el cuidado que tuvo después del parto. Porque ¿qué hay de más virtuoso y
prudente que esta mujer que soportó la intolerable calamidad con paz y fortaleza y no
desistió hasta que hubo vencido la desgracia y hubo encontrado el fin de sus males, fin
admirable e increíble; y esto, sin haber llamado en favor suyo a ninguno de entre los
humanos que la ayudara y le prestara auxilio?
¡Conocía ella la benignidad del Señor, y por esto se dirigió sola a El y alcanzó cuanto
quiso ! Porque la curación de su tristeza no necesitaba de ningún auxilio humano, sino
de la gracia divina, puesto que la dicha tristeza no nacía de la pérdida de dineros, de
manera que alguna cantidad de oro que alguno aportara la disipara, ni nacía de la
enferma disposición del cuerpo, de manera que lograra sanar de la enfermedad con
llamar algunos médicos. La naturaleza misma estaba afectada y necesitaba de una mano
celeste. Y por esto, habiendo hecho a un lado todos los medios terrenos, acudió al Señor
de la naturaleza; y no desistió hasta haberle rogado que le quitara aquella soledad y le
abriera la matriz, y de estéril la convirtiera en madre.
De manera que ésta es bienaventurada no por haber sido hecha madre, sino porque no
siéndolo antes, luego fue hecha madre. Puesto que lo primero es don común de la
naturaleza, pero lo segundo obra fue del mérito insigne de esta mujer. Bienaventurada
en verdad por aquel parto, y con todo, bienaventurada también por todo lo que al parto
precedió. Porque todos vosotros, así los varones como las mujeres, sabéis que no hay
cosa más intolerable para una mujer que carecer de hijos, hasta el punto de que, aun
gozando por otra parte de millares de felicidades, no logra echar de su ánimo el dolor
que esta herida le causa.2
1 Salmo CXXV, 5.
Y si esto es intolerable ahora, cuando hemos sido llamados ya a una superior sabiduría,
y cuando, para quienes caminan hacia el cielo, no hay particular interés por las cosas
presentes, sino que todo es una preparación para la vida futura, y cuando con grandes
alabanzas se ensalza la virginidad, ¡piensa cuan grande haya parecido entonces
semejante desgracia, cuando no había aún esperanza de los bienes futuros entre aquellos
antiguos, sino que todo lo hacían movidos por las cosas de la vida presente, y cuando el
que una mujer fuera estéril y privada de descendencia llevaba consigo una como señal
de reprobación! ¡Nadie puede decir ni alcanzar con palabra alguna la grandeza del dolor
que de semejante llaga procedía!
¡Testigos de ello son las mujeres que en los tiempos pasados, habiéndose mostrado
virtuosas y perfectas en los demás sufrimientos, esta sola desgracia no pudieron tolerar
con ánimo tranquilo, sino que unas se indignaban contra sus maridos y otras tuvieron su
vida como ya del todo infeliz! A esta mujer, en cambio, no la asediaba solamente la
amargura que de la esterilidad le provenía, sino además otro mal que era el de la ira
proveniente de los oprobios de su émula. Y así como cuando los vientos luchan
encontrados, y mientras luchan arrebatan en medio a una barquichuela; y cuando se
levantan olas infinitas por el lado de la proa e infinitas también por el lado de la popa, el
patrón de la nave, sentado al timón, la defiende, y aparta las acometidas de los tumbos
con su prudencia en el gobierno del timón; del mismo modo, aquella mujer, cuando la
ira o la tristeza, a manera de vientos contrarios, acometían su ánimo y trataban de
perturbar su razón, y suscitaban olas innumerables, y esto no por tres o veinte días, sino
durante tantos años (puesto que así le sucedía, según afirma la Escritura, durante mucho
tiempo), llevó la tempestad con fortaleza, y no permitió que su razón padeciera
naufragio. Porque el temor de Dios, sentado a la manera de un patrón, al gobernarle, la
persuadió de que semejante tempestad había que soportarla con grandeza de ánimo, y no
dejó de gobernar su mente hasta que condujo a puerto seguro aquella nave cargada de
mercancías; es a saber, aquel vientre repleto de preciosísimos tesoros. Porque no llevaba
plata ni oro, sino a un sacerdote y profeta, por lo que la santificación de aquel vientre
era doble: la de estar preñado de semejante niño y la de haber tomado principio su
concepción en la oración y en la gracia del cielo.
3 En la Introducción, n. 9, indicamos cómo muchas veces el santo improvisaba y había
de subir al pulpito hasta dos y aun tres veces al día. De aquí vino el que con frecuencia
se repitiera en lo que decía, como aquí, en que repite algunas de las ideas de la Homilía
anterior.
Ni era solamente increíble y admirable la carga aquella, sino que además, el modo de
negociarla fue de mayor admiración aún. Porque no fue a venderla a varones algunos
mercaderes, sino que inmediatamente que la sacó de la barquilla, la vendió a Dios. Y
con esta negociación logró ganancia tan grande, cuanta puede lograr y debe lograr la
mujer que hace su comercio con Dios. Porque Dios, en cuanto recibió aquel niño, le dio
a ella otro hijo más. Más aún: no uno ni dos ni tres ni solamente cuatro, sino muchos
más que ésos. Porque dice la Escritura: La estéril dio a luz siete veces. 3 De manera que
la ganancia excedió al capital que había impuesto a rédito. Y así es toda negociación
que se hace con Dios; porque El no devuelve una insignificante partecilla del capital,
sino éste reduplicado. Y no le concedió solamente hijas, sino que le acreció la ganancia
con hijos de ambos sexos, a fin de que su gozo fuera cabal.
Pero yo traigo a la memoria estas cosas no únicamente para que las alabéis, sino para
que emuléis la paciencia y la fe de esta mujer, virtudes que en parte habéis escuchado
hoy. Mas para agotar las reliquias de la materia, concededme que recordemos un poco la
conversación con el sacerdote y su ayudante, después de la primera oración, a fin de que
veáis el ánimo tranquilo y manso de esta mujer. Y sucedió, dice la Escritura, que
mientras ella oraba reiteradamente en la presencia de Yavé, HeK estaba mirándole a la
cara. 11 Dos virtudes nos testifica en este sitio el escritor sagrado acerca de esta mujer:
la constancia en las preces y la atención de su ánimo. La primera cuando dice: "oraba
reiteradamente"; y la otra cuando añade: "en la presencia del Señor". Porque todos
oramos, pero no todos lo hacemos en la presencia del Señor. Cuando con el cuerpo
postrado en tierra y con la boca suelta en delirantes palabras, el pensamiento anda
vagando por el foro y por la casa ¿cómo podrá quien esto hace decir que ha orado
delante de Dios? Porque en la presencia de Dios ora, quien ora con la mente recogida de
todo otro asunto, y sin tener comunicación con nada terreno, sino habiendo como
emigrado totalmente al cielo y habiendo echado de su ánimo todo humano pensamiento.
Como lo hacía en aquellos instantes aquella mujer. Porque se había recogido totalmente
dentro de sí, y había fijado su mente, y de este modo había invocado a Dios con el alma
transida de dolor.
3 1 Samuel, II, 5.
4 Ibid., II, 12.
Mas ¿por qué dice que había multiplicado sus preces, siendo así que la oración que
pronunciaron sus labios es muy pequeña? No se alargó en palabras ni prolongó el
tiempo de su súplica, sino que habló solamente unas pocas y sencillas palabras y ésas
sin adorno: Adonai Kyrie Eloi Sabaoth: si atiendes a la angustia de tu esclava y te
acuerdas de mí y no te olvidas de tu esclava y das a tu esclava un hijo varón, yo lo
consagraré a Y ave por todos los días de su vida, y no lo tocará la navaja en su cabeza/'
¿Qué significa toda esta cantidad de palabras? ¿Qué es lo que sugiere la Escritura
cuando dice multiplicó? ¡Que repetía esto mismo con frecuencia, y no desistió de repetir
las mismas palabras durante largo tiempo. De esta manera nos enseñó Cristo en el
Evangelio a orar. 6
Porque, cuando enseñó a sus discípulos que no oraran al modo de los gentiles, usando
de abundancia de palabras, nos enseñó el modo de hacer oración y nos manifestó que el
ser oídos no está en la multitud de las palabras, sino en la atención de la mente. Pero,
dirá alguno: ¿cómo es eso, ya que si se ha de orar con pocas palabras, con todo El les
propuso la parábola en que amonesta que se ha de orar sin intermisión? Había una mujer
viuda que clamando constantemente a un juez cruel e inhumano, y que no temía a Dios
ni a los hombres, con todo, por haber acudido ella con frecuencia, logró al fin
doblegarlo.7 Y ¿cómo
5 Ibid., I, 11. c Mat., VI, 7. '? Luc, XVIII, 3-5.
Pablo nos exhorta diciendo: Instando en la oración/ y luego: ¡Orad sin intermisión!? "'
Porque si no se deben alargar las palabras y con todo hay que orar largamente, ambas
cosas pugnan entre sí. Digo que no pugnan entre si estas cosas ¡ni de lejos! ¡Al revés,
grandemente se conciertan! Porque lo que Pablo y Cristo ordenaron fue que se hicieran
breves pero frecuentes oraciones y con pequeños intervalos.
Y la razón es porque si tú te alargas en las palabras, como habrá de suceder que con
frecuencia estés poco atento, harás que el demonio cobre grande audacia para acercarse
y engañarte y vencerte y apartar tu mente de lo que estás diciendo.
Pero si con frecuencia y de tiempo en tiempo orares, dividiendo el espacio de tiempo
entre las diversas oraciones, fácilmente podrás estar atento y despierto para llevar a cabo
tu oración con atención grande. Que fue lo que hizo aquella mujer, quien no con muchas
palabras sino con repetidas y frecuentes preces se presentó a Dios.
Y luego, cuando el sacerdote le cerró la boca, porque eso significa lo que dice: La
miraba a la cara, y sus labios se movían pero su voz no se oía;10 es decir que fue
obligada por el sacerdote a obedecer y dejar de orar, cierto que se le impidió la voz pero
no se le quitó la confianza; sino que el corazón clamaba interiormente con mayor
vehemencia aún. ¡Oración es sobre todo aquella que lanza de lo más íntimo sus voces a
lo alto!
¡Esto es lo propio de las almas ya ejercitadas por el dolor; hacer su oración no alzando
la voz sino con el ánimo inflamado en el fervor!
Así oró Moisés. Pues aunque su voz no resonaba, con todo dice Dios: ¿Por qué clamas a
mí?l 1 Los hombres no oyen sino esta voz exterior; pero Dios, aun antes de ella, escucha
a quienes interiormente claman. Por esto puede suceder que aun aquellos que no hablan
sean escuchados. Por ejemplo, si alguno camina por la plaza y ora fervorosamente, o
bien en la reunión con sus amigos, o haciendo cualquier otro negocio invoca a Dios con
vehemente clamor, digo con vehemente clamor interno, de manera que nada haga que
pueda notar ninguno de los presentes.
8 Román., XII, 12.
9 1 Tesal., V3 17.
10 1 Samuel, I, 12-13.
11 Exod.,XIV, 15.
Y esto ñae lo que hizo entonces aquella mujer: Su voz, dice, no se oía, pero Dios la
escuchó. ¡Tan grande era su interno clamor! Y le dijo el ayudante de Helí: 12 ¿Hasta
cuándo vas a estar ebria? ¡quita de ti el vino y apártate de la presencia del Señor! 13
Sobre todo en este punto se puede admirar la sabiduría de esta mujer. En su casa la
maltrataba su émula. Viene al templo, y acá la injuria el ayudante del sacerdote y el
sacerdote mismo la increpa. Huía de la tempestad de los domésticos para acogerse al
puerto y acá se encontró de nuevo el oleaje.
Vino para recibir algún medicamento y se le añadió el azote de los oprobios, con el cual
su llaga se acrecentara en vez de curarse. Porque ya sabéis en qué forma rehuyen los
ánimos afligidos las contumelias y las injurias. Las grandes llagas no soportan ni
siquiera un leve contacto de la mano, sino que con él se hacen mayores; y del mismo
modo el ánimo perturbado es impresionable y de todo se incomoda, y se siente herido
por una palabra cualquiera.
Y con todo, ninguno de esos efectos experimentó aquella mujer, ni aun en el punto en
que el ayudante del sacerdote la colmaba de oprobios. Cierto que si hubiera sido el
sacerdote el que la injuriara no sería tan admirable su paciencia, porque la alteza de la
dignidad y la autoridad del cargo la habrían obligado, aun contra su voluntad, a que se
portase con moderación. Pero ahora, ni siquiera contra el ayudante del sacerdote se
indigna, cosa con que se hizo aún más benévolo a Dios. Pues de la misma manera,
cuando nosotros somos acometidos con oprobios y malos tratos, y llevamos con ánimo
generoso a quienes nos injurian, nos conciliamos mayor benevolencia de parte de Dios.
¿Cómo se hace manifiesto? Por lo que aconteció a David. 14 Pues ¿qué le sucedió?
Andaba en cierta ocasión como desterrado fuera de su patria y puestas en peligro su
libertad y su vida, y vagaba en el desierto con un ejército preparado contra aquel joven
indisciplinado, tirano y parricida. 15 Y con todo, ni se indignó David ni perdió su
confianza en Dios, ni dijo: "¿Qué significa esto? ¡Ha permitido Dios que el hijo se
levantara contra su padre que lo engendró, hijo que aunque tuviera algo de que
justamente se quejara todavía no era conveniente que lo hiciera! Y ahora, sin que le
hayamos hecho daño alguno en cosa grande ni pequeña, anda por acá ansioso de teñir su
diestra con la sangre paterna, ¿y Dios permite esto?"
12 En el hebreo y en la Vulgata solamente Helí habla; pero en los LXX se introduce al
siervo de HeK hablando. San Crisóstomo cita a los LXX, para el Antiguo Testamento y
no la Vulgata, Parece que él no sabía el hebreo.
13 1 Samuel, I, 14.
14 2 Samuel XVI: véase el capítulo todo con la narración.
Pues nada de eso dijo. Al revés, lo que es aún más admirable, a él, que andaba errante y
echado de todas partes, un cierto hombre criminal, llamado Semeí, lo acometió
llamándolo homicida e impío, y colmándolo de otras mil injurias. Y con todo, ni aun así
se exasperó. Y si alguno dijera ¿qué maravilla es que no se haya vengado cuando la
debilidad le quitaba el poder para vengarse?, le diré en primer lugar que yo no lo
admiraría más, si portando la diadema y gozando de su reino y sentado en su solio.
hubiera tenido paciencia con el injuriante, de lo que ahora lo admiro y lo alabo, cuando
al tiempo de la calamidad demuestra su virtud.
Y la razón de esto es que con frecuencia en el primer caso la grandeza del poder y la
bajeza del ofensor a muchos ha persuadido a despreciar el oprobio. Muchos reyes con
frecuencia de mostraron parecida moderación de ánimo y tuvieron como suficiente
excusa en favor de los injuriantes lo excesivo de su lo cura. Pero no nos suelen doler
igualmente los oprobios cuando estamos en prosperidad y cuando estamos en
adversidad. Cuando estamos caídos es cuando más nos muerden y más amargamente
nos punzan las injurias. Y por lo que hace a David, se puede añadir otra cosa: que en su
mano estaba tomar venganza y no la tomó.
Y para que veas que aquella moderación de ánimo no era impotencia sino paciencia,
como el jefe de su ejército quisiera que se le encomendara dicha venganza, e ir al
injuriante y cortarle la cabeza, no solamente no lo permitió David, sino que aun se
indignó y dijo: ¿Qué tenéis que ver conmigo, hijos de Sarvia? ¡Dejadlo que me maldiga!
¡Quizá Y ave mirará mi aflicl5 Se refiere a Absalón.
C12
ción y me pagará con favores las maldiciones de este día.™ Como en efecto sucedió.
¿Ves cómo aquel justo comprendió que el soportar con magnanimidad los oprobios es
ocasión de alcanzar grande gloria? Por este motivo, en otra ocasión, cuando encontró a
Saúl como emparedado y tuvo oportunidad de matarlo, lo perdonó; y esto en los
momentos en que lo instaban a que le diera muerte aquellos que lo rodeaban. Pero ni
aquella facilidad tan oportuna para matarlo, ni la provocación de los que ahí estaban
presentes, ni el recuerdo de las innumerables injurias que de él había sufrido ni el
peligro de padecer otras mayores, pudieron empujarlo a desenvainar su espada, y esto a
pesar de que ni había de ser conocido él como homicida por el ejército en el caso de que
llevara a cabo aquella muerte, puesto que estaban en una caverna y no había otros
testigos sino sólo Saúl.
Tampoco dijo lo que cierto hombre que iba a cometer un adulterio: Las tinieblas me
rodean como una muralla: ¿por qué temo? 17 Sino que él miraba al otro ojo insomne, y
sabía que los ojos del Señor son en infinito más luminosos que el sol.
Y por esto, todo lo hacía y decía como si Dios estuviera presente y juzgara de las cosas
que se decían ya en aquel instante.
Y así dijo: ¡No pondré mi mano en el ungido del Señor! IS ¡Yo no miro a la maldad,
sino a la dignidad! ¡No me diga alguno que éste es un malvado y perverso, porque yo
atiendo al honor de Dios, aunque éste parezca ser indigno de ello !
Oigan esto los que desprecian a los sacerdotes, y aprendan cuánta reverencia demostró
David al rey. Aunque ciertamente el sacerdote es mucho más digno de honra y
veneración que el rey, puesto que está llamado a un principado más excelso. Aprendan a
no juzgarlo ni ponerle penas, sino a sujetarse a él y cederle. Porque en realidad, tú,
aunque el sacerdote sea vil y bajo, no conoces su vida; mientras que aquel David sí
conocía todas las cosas que contra él había perpetrado Saúl. Y a pesar de todo.
reverenciaba en él la dignidad que Dios le había conferido. Pero más aún: aun en el caso
de que conocieras bien a los sacerdotes, todavía no serías digno de perdón ni tendrías
excusa en el caso de que despreciaras su dignidad y no te sujetaras a su sentencia. Oye
de qué manera Cristo en el Evangelio nos ha quitado todo pretexto con aquello que dijo:
En la cátedra de Moisés se sentaron los escribas y fariseos: haced pues todo lo que os
dijeren, pero no hagáis conforme a sus obras. 15
¿Ves cómo de aquellos cuyas costumbres eran tan depravadas que merecían ser
reprendidos por los discípulos, con todo no despreció sus amonestaciones ni rechazó su
doctrina? Y no digo esto por querer acusar a los sacerdotes, ¡lejos de mí!; porque
vosotros sois testigos de su modo de vivir y de su piedad, sino para que les mostremos
aún mayor honra y reverencia. Y la utilidad de esto más será para nosotros que para
ellos. Porque quien recibe al profeta en el nombre del profeta recibirá la merced del
profeta. "O Además de que, si se nos prohibe que andemos haciendo juicios de nuestras
vidas, mucho más que los hagamos de los sacerdotes.
Pero voy a lo que quería decir (porque es necesario que volvamos de nuevo a aquella
mujer): cuantas veces soportamos los oprobios con ánimo levantado, nos resultan de ahí
bienes innumerables. Esto se comprueba viendo lo que le aconteció a Job. Porque yo no
lo admiro tanto antes de que lo instigara su mujer, como después de que ella le daba
aquel dañino consejo. Y para que no le vaya a parecer a alguno cosa increíble lo que
estoy diciendo, recuerde que muchas veces a aquellos a quienes la natural corrupción no
pudo derribar, a esos los venció una palabra y una malvada exhortación. Y como el
demonio no ignora esto, tras de haberle causado las úlceras a Job, añadió, para tentarlo,
la acometida mediante las palabras, del mismo modo que lo hizo con David.
Porque una vez que vio que éste había llevado con ánimo generoso la rebelión de su
hijo y aquella su malvada tiranía, queriendo vencer los pensamientos de David y
moverlos a ira, lo acometió finalmente mediante las palabras de aquel virulento Semeí,
y lo hizo para de este modo morderle el ánimo. Y la misma astucia urdió contra el
bienaventurado Job. Al ver que también éste se burlaba de sus dardos, y que no de otra
manera que una torre de diamante se mantenía firme contra todos sus ataques, armó a su
mujer contra él; y esto con el fin de que el consejo no fuera a parecer sospechoso, pues
le venía de ella a Job; y encubrió su veneno bajo las palabras de la esposa, con lo que a
la vez le hacía mayor su desdicha.
10 II Samuel, XVI,
10. " Ecles., XXIII, 26.
18 /Samuel, XXIV, 7.
19 Mat., XXIII, 2-3. 70 Ibid., X, 41.
Pero ¿qué fue lo que dijo aquel magnánimo?: ¿Por qué, le dijo, has hablado como una
de tantas mujeres necias? Si recibimos los bienes de manos de Dios ¿no recibiremos
también los males? 21 Lo que éste dijo tiene el siguiente sentido: si no se tratara del
Señor ni de quien tan inmensamente nos es superior, sino de un amigo de igual
condición que nosotros, ¿qué excusa tendríamos si, colmados de tan grandes beneficios
y tantos, no le recibiéramos también los males contrarios? ¿Ves cómo este varón por
amor a Dios ni se ensoberbece ni se gloría de sobrellevar aquellas llagas que exceden a
las fuerzas naturales, con entera fortaleza; ni atribuye a su virtud y paciencia tan insigne
tolerancia, sino que, como si hubiera simplemente cumplido con un deber, y no hubiera
hecho sino lo que era justo hacer, así cierra la boca de su esposa?
Pues lo mismo aconteció a aquella mujer. Porque en cuanto Satanás se dio cuenta de
que ella llevaba magnánimamente la esterilidad, empujó al ayudante del sacerdote a fin
de que la atormentara más aún. Pero no perdió nada con eso la mujer. Porque
acostumbrada como estaba desde su casa a sufrir las ofensas y ejercitada de antemano
con los oprobios de su émula, se armaba para sobrellevar intrépidamente los asaltos de
ese género. Y por esto mostró en el templo grande mansedumbre, soportando varonil y
magnánimamente los ludibrios, cuando se la llamó ebria y redundante de vino. Aunque
nada nos impide escuchar las palabras mismas de la mujer. Porque como el ayudante del
sacerdote le dijera: ¡Digiere tu vino allá contigo y apártate de la presencia del Señor,
Anna le respondió y dijo: ¡No es así, señor! 22 A quien la había hablado tan
injuriosamente, a ése ella lo llama señor. Ni dijo lo que suele la mayor parte de los
hombres: "¡Dime! ¿así habla un sacerdote? ¿así el que enseña a otros? ¡me injurias con
eso de la embriaguez y del vino en exceso!" Pues nada de eso dijo, sino que únicamente
atendió a apartar de sí aquella sospecha, aunque era falsa.
M Job, II, 10.
(3) 1 Samuel, I, 14-15.
Al contrario procedemos nosotros cuando alguna vez se nos injuria: soplamos el
incendio cuando convenía extinguirlo y excusar al prójimo y volverlo a nuestra amistad.
Y, a la manera de fieras, saltamos contra el injuriante queriendo ahogarlo, arrastrarlo, y
exigiendo se le castigue por sus palabras. Y con ese comportamiento lo que hacemos es
confirmar la sospecha contra nosotros. Porque si deseas demostrar a quienes te injurian
que tú no eres ebrio, muéstraselo con la mansedumbre, muéstraselo con la bondad y no
mediante contumelias e injurias. Si tú hieres a quien te cargó de insultos, todos te
condenarán como ebrio; pero si lo soportas con grandeza de alma, con tus hechos
mismos desharás la mala sospecha. Que fue precisamente lo que entonces hizo aquella
mujer.
Porque al decir: "¡No es así, señor!", en realidad declaró ser falsa la sospecha. Pero ¿de
dónde pudo siquiera sospechar esto el sacerdote? ¡Acaso la había visto riendo? ¿la había
visto bailando? o bien ¿la había visto tambaleando y cayendo? ¿le oyó alguna palabra
obscena y propia de esclavas? ¿De dónde, pues, concibió semejante sospecha? ¡No
procedió el sacerdote temerariamente y sin motivo; sino que lo dedujo de la hora del
día! Porque era ya el medio día cuando ella hizo su oración. ¿Cómo se prueba esto? Por
lo que procede en ese mismo sitio de la Escritura: Se levantó Anna, dice, una vez que
habían comido y bebido en Silo, y después de la bebida se presentó ella en la presencia
del Señor.23
¿Lo adviertes? ¡El tiempo que otros gastan en recrearse ella lo hace tiempo de oración!
¡Después de la comida fue corriendo a la oración y desató las fuentes de sus lágrimas, y
se mostró sobria y vigilante en su pensamiento! Y tras de la comida oró con tan grande
atención que logró alcanzar un don sobre la naturaleza, y apartó la esterilidad y corrigió
la debilidad natural. De manera que esta ganancia hemos conseguido de esta mujer: el
saber orar aun después de la comida. Porque quien esté preparado para esto, jamás caerá
en la embriaguez y exceso de vino, ni reventará a causa de la crápula; sino que como
tiene delante, a la manera de un freno, la oración que le espera, tomará moderadamente
y según lo que convenga de cada uno de los manjares que le fueren servidos, y saciará a
la vez su alma y su cuerpo con abundante bendición. Porque comida que se comienza
con las preces y con ellas se termina, jamás defraudará, sino colmará de bienes con
mayor abundancia que una fuente cualquiera. No descuidemos, pues, este lucro tan
grande.
Ibid., I, 9.
Sería en verdad cosa absurda que cuando nuestros criados han recibido alguna parte de
aquellas viandas que se nos han servido, nos den las gracias y se aparten deseándonos
bienes; y que en cambio nosotros, tras de disfrutar de tantos y tan inmensos beneficios,
ni siquiera este honor tributemos a Dios; y esto a pesar de que conseguiríamos una
grande confianza. Porque a donde están las preces y las acciones de gracias, ahí% anda
la gracia del Espíritu Santo, de ahí huyen los demonios y escapa toda Potestad adversa y
se aparta. Aquel que en seguida se ha de poner a orar, no dirá nada disonante ni aun en
mitad del banquete; y si acaso lo dice, al punto se arrepiente.
Conviene, pues, que así al principio como al fin de las comidas demos gracias a Dios,
en especial por este motivo. Porque, como iba diciendo, no nos deslizaremos a la
embriaguez si acaso nos confirmamos en esta costumbre. Por esto, si alguna vez te
levantas de la mesa pesado por la crápula y la bebida, no por eso omitas esta costumbre;
y aunque nos sintamos pesados y que nos dan vahídos y que todo gira y nos caigamos, a
pesar de todo debemos insistir en la oración y no perder esta costumbre. Si el día
anterior orares de este modo, corregirás al siguiente la falta repugnante que cometiste en
aquel anterior. En resumen: siempre que comamos, acordémonos de esta mujer y de sus
lágrimas y de su preclara embriaguez. Porque ciertamente ebria estaba ella, pero no de
vino sino de la abundancia de la piedad. Pues si en acabando de comer tan fervorosa
estaba ¿cuál estaría al amanecer? Si con tan grande instancia oró después del alimento y
la bebida, ¿cuál sería su oración cuando estaba en ayunas?
Pero volvamos a las palabras de ella: palabras llenas de abundante sabiduría y repletas
de mansedumbre. Porque, una vez que dijo: ¡No es así, señor!, al punto añadió: ¡Soy
una mujer afligida! ¡no he bebido vino ni otra cosa que pueda embriagar! 2i Observa
cómo ni entonces hace memoria de los oprobios de su émula, ni acusa su malicia ni
echa a la calle y divulga y encarece la desgracia doméstica; sino que solamente y en
tanto deja entrever su aflicción en cuanto es necesario para justificarse delante del
sacerdote: ¡Mujer soy que tiene el corazón afligido! ¡no he bebido vino ni otra cosa que
pueda embriagar; sino que he derramado mi alma en la presencia del Señor! Y no dice:
"¡Ruego al Señor, suplico al Señor!" sino "he derramado mi alma en la presencia del
Señor". O sea: toda entera me he convertido y vuelto al Señor, y he vaciado mis
pensamientos en su presencia, y con todo mi ser y con todas mis fuerzas he hecho mi
oración y he narrado mi desgracia, y le he mostrado mi llaga y El puede darme el
remedio. ¡No eches en cara a tu sierva el ser como una mujer vulgar y desvergonzada e
impudente! 25
24 Ibid., I, 15. 182
De nuevo se llama a sí misma sierva, pero poniendo todo cuidado en no quedar delante
del sacerdote con fama de mala. Y no dijo en su interior "¿Qué me importa la calumnia
de éste? ¡me acusa por ignorancia y sin motivo, y sospecha en donde no había por qué!
¡esté mi conciencia pura y que todos me calumnien!" Sino que cumplió con aquella ley
apostólica que ordena proveer lo bueno no solamente delante de Dios sino también
delante de los hombres. 26 Y así, quitó en absoluto la sospecha con lo que dijo: "No
eches en cara a tu sierva el ser como una mujer vulgar y desvergonzada e impudente".
Pero ¿qué significa eso de "en cara"?: significa, no me tomes por una mujer sin decoro.
Porque esta audacia no es propia de un vinolento, sino de una alma afligida. ¡Es palabra
de tristeza y no de embriaguez !
¿Y qué le contestó el sacerdote? Considera también la prudencia del sacerdote. Porque
no preguntó por curiosidad el género de desgracia; no investigó con mayor exactitud el
motivo de la tristeza. Pues ¿qué fue lo que le dijo? ¡Vete en paz, y que el Dios de Israel
te conceda muy cumplida la petición que le has hecho! 27 Esta mujer de un acusador
hizo un patrono: ¡tan grande bien son la bondad y la mansedumbre! Y así se apartó ella
llevando consigo un abundante viático en cambia de los oprobios sufridos; y logró que
fuera su patrono e intercesor aquel mismo a quien había encontrado como reprensor.
Pero no se contentó con esto; sino que añadió y dijo: ¡Que halle gracia tu sierva a tus
ojos! 2S Es decir: que por el término y éxito de este negocio conozcan que yo esta
oración y estas preces las hice no por vinolencia sino por tristeza.
Ibid., I, 16. Rom., XII, 17. / Samuel, I, 17.
Y una vez que se hubo marchado, dice la Escritura, ya no volvió a decaer su rostro.2'3
¿Ves la fe de esta mujer? ¡Aun antes de haber recibido lo que había suplicado, de tal
manera confió como si ya lo hubiera recibido. Y la causa fue que había orado con
grandísimo fervor y con mucho empeño y sin andar dudando. Por esto se marchó como
si ya todo lo hubiera alcanzado. Más aún: Dios desde luego le quitó del alma toda
aquella su tristeza, porque pensaba ya en concederle el don que le pedía. ¡Imitemos
nosotros a esta mujer, y refugiémonos en Dios en cualquiera tribulación! Si no tenemos
hijos a El pidámoslos; y si los recibiéremos de El, eduquémoslos con todo cuidado.
Apartemos a los adolescentes de todos los vicios. Pero sobre todo de la sensualidad,
porque esta batalla es difícil, y en esa edad no hay otra que sea más molesta que esta
enfermedad. Amurallémoslos, pues, por todos lados con consejos, exhortaciones,
miedos y amenazas. Si logramos dominar esta pasión, las otras no los vencerán
fácilmente, sino que ellos se harán superiores a la codicia de dineros y a la crápula y al
vino, y se apartarán con toda diligencia de las compañías perversas, y serán más
amables para con sus padres y más respetados de los hombres.
Porque ¿quién no respetará a un joven que vive casta y limpiamente? ¿Quién no
abrazará y besará a quien ha puesto un freno a sus pasiones? ¿Quién, aun de los más
ricos, no querrá entregarle en matrimonio su hija, y esto con todo gusto, aunque el joven
fuera el más pobre de todos? Así como, por el contrario, nadie hay tan miserable ni de
tan desdichada fortuna que quiera tener por yerno a quien vive en la lascivia, aunque por
lo demás sea el más opulento de todos. Nadie hay, por necio que él sea, que rechace a
un joven honesto y lleno de templanza, y lo colme de deshonras.
Ibid., I, 18. Ibid.
Así pues, con el objeto de que los hijos sean respetados por los demás y amables a Dios,
adornemos de virtudes sus almas, y llevémoslos con honestidad hasta el matrimonio;
porque de este modo les vendrán de eso, como de una fuente, todos los bienes, y tendrán
propicio a Dios y gozarán de la gloria de la vida presente y también de la futura.
¡ Acontézcanos alcanzar ésta a todos nosotros! por la gracia y benignidad del Señor
nuestro Jesucristo, con el cual sea al Padre la gloria, el honor y el poder, juntamente con
el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
acudieron en gran número el domingo V después de la Resurrección, o sea el precedente
a la Ascensión del Señor. Y esto, según todos los datos, sucedía el año 387, es decir
después de que fueron predicadas las veinte sobre las estatuas, con ocasión de la
sedición antioquena, de que hablamos en la Introducción, en el número 9. Parece que la
primera corresponde al lunes antes de la fiesta de la Ascensión, la segunda al viernes
siguiente a la dicha fiesta, la tercera al lunes siguiente; la cuarta, que no se nos ha
conservado, al miércoles siguiente; la quinta (que ahora va numerada como cuarta), al
viernes de esa misma semana, y la sexta (ahora numerada como quinta), ya pasada la
fiesta de Pentecostés. Para más pormenores, puede consultarse a Montfaucon, vol. IV,
Prefacio, págs. XII-XVI, y págs. 808-809 del mismo volumen.
5
V HOMILÍA TERCERA acerca de ANNA:
y sobre la educación y lactancia de Samuel; y que es útil que los partos sean tardíos; y
que es peligroso el descuidar a los niños.
Si NO ES QUE A ALGUNOS les parezca yo ser pesado y cansado, quiero volver a
tratar de la misma materia, acerca de la cual he disertado hace poco delante de vosotros;
y llevaros de la mano otra vez hacia Anna y enderezar mi discurso hacia el prado de las
virtudes de esta mujer: prado, digo, que tiene no flores que se marchitan, ni rosales, sino
oraciones y preces y confianza y grande paciencia. Porque estas virtudes vencen con
mucho en sus aromas a las flores primaverales, y no se riegan con las corrientes de las
aguas sino con la lluvia de las lágrimas. Puesto que los raudales de los ríos no hacen tan
florecientes los huertos, como las fuentes de lágrimas hacen crecer la planta de la
oración y la llevan hasta lo sumo, si la riegan: ¡cosa que le sucedió a esta mujer!
Apenas había hablado, y su oración voló hasta los cielos y en seguida le produjo frutos
en sazón, es decir al santo Samuel. Así que no os disgustéis si de nuevo comenzamos a
tratar de la misma materia; porque no repetiremos lo ya dicho, sino que diremos cosas
nuevas y hasta ahora no proferidas. También en un banquete corporal podría alguno
confeccionar, mediante un mismo manjar, una grande variedad de guisos.
Más aún: vemos que los orfebres, de una misma masa de oro forman brazaletes y
collares y muchos otros artefactos. Y esto es porque, aun siendo una misma la materia,
el arte es variado y no se contrae a un solo modo de ser de la materia a que se aplica, por
ser él tan rico en diversos artificios.
Pues si las cosas de este mundo son de tal naturaleza, mucho más lo es la gracia del
Espíritu Santo. Y que la gracia sea como una mesa variada y multiforme y opípara, oye
cómo lo dice Pablo: A uno le da el Espíritu Santo la palabra de la sabiduría; a otro la
palabra de la ciencia; a otro la je; a otro el don de curaciones, de obrar milagros, de
gobierno, de interpretación de lenguas. Pero todo esto es obra del único y mismo
Espíritu, que distribuye separadamente a cada cual como quiere } ¿Ves cuan variada es
la gracia? ¡Muchos son los ríos pero una sola es la fuente! ¡muchos son los manjares
pero es uno solo el que ofrece el banquete!
Siendo, pues, tan grande y tan múltiple la gracia del Espíritu Santo, no nos cansemos
nosotros. Vimos a esta mujer estéril y la vimos hecha madre; la vimos llorando y la
vimos gozosa. Entonces nos condolimos con ella; ahora gocémonos con ella
juntamente. Así lo ordena Pablo: ¡Gozarse con los que se gozan, llorar con los que
lloran! 2 Y esto debe hacerse no únicamente con los que con nosotros viven sino
también con los que antes de nosotros existieron. Y .nadie me vaya a decir: "¿Qué fruto
saco yo de esa Anna, y de estarla recordando?" Porque de aquí pueden las estériles
aprender el modo como han de hacer para llegar a ser madres; y a su vez las madres
pueden aprender cuál sea la forma mejor para educar a sus hijos. Y no solamente las
mujeres, sino también los hombres pueden sacar mucho fruto de esta historia, si de aquí
aprenden a ser para con sus esposas bondadosos y de suave trato, aun en el caso de que
ellas sufran de esterilidad, como se portó Elcana con Anna. Ni solamente sacarán este
fruto, sino otro mucho mayor, si aprenden cómo es necesario que los padres eduquen
para Dios a sus hijos, todos los que les nazcan. De manera que no porque de esta
narración no podamos obtener dineros y haberes, ya por eso estimemos que el discurso
no tiene ninguna utilidad.
II Cor., XII, 8-11.
2 Rom., XII, 15.
Más bien, por esto mismo de que no obtengamos oro ni plata, sino lo que con mucho es
más grande que todo, como es la piedad del ánimo y la manifestación de los tesoros del
cielo y la enseñanza de cómo hemos de apartamos de todos los peligros, por todo esto
estimemos la historia como útil y gananciosa para nosotros. Porque procurar a los
hombres dinero, es cosa fácil; pero corregir su natural, echar de sí tal o tal tristeza,
apartar tal pena del alma o levantar el ánimo que ya casi está a punto de caer, esto no
está en mano de ningún hombre, sino solamente en la de Dios, Señor de la naturaleza.
Por cierto que si tú, por estar sufriendo una enfermedad incurable, hubieras gastado tus
dineros y recorrido toda la ciudad y consultado a muchos médicos, y con todo no
hubieras encontrado remedio alguno; pero luego dieras con una mujer que hubiera
padecido el mismo mal que tú padeces y hubiera sido curada, por cierto no dejarías de
rogarla, exhortarla y suplicarle que te mostrara al médico por cuyo medio ella había
sanado. En cambio ahora, cuando ves a Anna traída aquí al medio, y que ella misma
cuenta su enfermedad y declara cuál fue el remedio y señala al médico, y esto no
obligada por preces ni ruegos algunos ¿no te acercarás a recibir el remedio ni pondrás
toda tu atención en su historia? Pero, con esos procederes ¿cuándo podrás conseguir
bien alguno?
Otros con frecuencia han recorrido mares inmensos y han emprendido largas
peregrinaciones y han gastado dineros y sufrido trabajos para poder visitar a un médico
que se les ha dicho que vive en otra región, y esto lo han hecho sin tener absoluta
confianza en que quedarán libres de su enfermedad; y en cambio tú, oh mujer, no
teniendo que emprender un viaje hasta el otro lado de los mares, ni salir de los patrios
confines, ni padecer ningún otro trabajo semejante.. ., pero qué digo fuera de los patrios
confines: cuando no te ves obligada ni siquiera a traspasar los umbrales de tu casa, sino
que en tu misma recámara puedes encontrar al médico y hablar con él sin intermediario,
acerca de cuantas cosas quisieres (porque yo, dice, soy Dios que se acerca y no Dios
distantes) tú ¿lo difieres y andas dudando?
Jerem., XXIII, 23.
Pero ¿cuál excusa tendrás o qué perdón alcanzarás si pudiendo encontrar un camino
fácil y en absoluto plano, por el cual te veas libre de los males que te apremian, por sola
desidia pones en peligro tu salvación? Porque este médico puede, si lo quiere, sanar no
solamente de la esterilidad, sino de todo género de enfermedades así del cuerpo como
del alma. Ni esto solo es lo admirable: que sin peregrinaciones, sin gastos, sin
intermediarios hace la curación, sino además sin dolor. Porque no cura las dolencias
mediante el hierro o el fuego, como lo hacen los otros médicos: le basta con solo su
asentimiento simple, y al punto huyen los males, toda aflicción, todo dolor, y se van
muy lejos y se destierran.
Así pues, no emperecemos ni lo dejemos para más adelante, aunque seamos pobres y
estemos reducidos a la última estrechez. Porque aquí no hay que hacer pagos, de manera
que podamos alegar nuestra pobreza. Este médico no pide su pago en plata sino en
lágrimas, oraciones y confianza. Si llevando estas cosas te acercas a El, en absoluto
alcanzarás lo que pidieres, y regresarás con abundante gozo. Y esto se puede conocer
por muchas cosas, pero sobre todo por el caso de esta mujer, la cual no presentó al
Señor oro ni plata, sino oraciones y lágrimas y confianza, y alcanzó cuanto pedía.
No juzguemos, pues, que esta narración no nos trae ninguna utilidad, ya que estas cosas
han sido escritas para amonestarnos a nosotros, para quienes ha llegado ya la plenitud
de los tiempos.41 ¡Vamos, pues, a ella! Aprendamos cómo fue librada de su desgracia y
qué hizo una vez que fue aliviada de su enfermedad, y cómo usó del don que Dios le
había concedido. Quedóse, dice la Escritura, y dio su lactancia a Samuel.O Advierte
cómo consideraba ella al niño desde entonces para adelante, no únicamente como a un
niño cualquiera, sino como algo que estaba consagrado a Dios. De manera que a esta
mujer se le dio un doble estímulo de cariño: uno por la naturaleza y otro por la gracia. Y
según yo me persuado, incluso reverenciaba a su niño, y con razón.
4ICor.,X, 11.
5 1 Sam., I, 23.
Porque en efecto. Si aquellos que han de consagrar a Dios unas copas y recipientes de
oro, una vez que los reciben ya labrados los «ruardan en sus casas y no los miran ya
como vasos profanos sino como consagrados a Dios, y no se atreven a andarlos
manoseando a la ventura y sin motivo, como hacen con las demás cosas, con mayor
razón esta mujer atendía con esa disposición de ánimo a aquel niño, aun antes de ir a
presentarlo al templo; y lo amaba con mayor ternura, y lo cuidaba como cosa dedicada a
Dios, y estimaba que ella por su medio sería santificada, puesto que su casa misma
estaba convertida en templo, pues tenía dentro a un profeta y sacerdote. Y puede
conocerse su piedad no solamente por haberlo consagrado a Dios, sino también porque
no se atrevió a subir al templo antes de destetar al niño. Porque dijo a su esposo: no
subiré hasta que el niño suba conmigo; y cuando lo destete, entonces será ofrecido en
presencia de Dios, y quedará ahí para siempre.6
¿Lo adviertes? ¡No le parecía cosa conveniente subir al templo ella, y al niño dejarlo
abandonado! ¡Y esto porque habiéndolo recibido como un don, no se atrevía a subir al
templo sin el don! E igualmente temía bajar del templo tras de recibir de nuevo al niño,
una vez que ya lo hubiera llevado. Y por esto, se detuvo tanto tiempo cuanto fue
necesario para presentarse con el don. Lo llevó consigo, pues, y lo dejó allá. Y el niño
no se molestó por quedar separado de su madre. Y eso que sabéis cuánto suelen los
niños indignarse cuando se les aparta de la lactancia. Ni se entristeció el niño por quedar
apartado de su madre, sino que miró a Dios, quien a ella la había hecho madre.
Tampoco la madre se dolió de separarse del niño, porque intervino la gracia y venció al
natural afecto; de manera que uno y otro pensaban que seguían viviendo juntos.
Así como la vid plantada en un sitio alarga lejos sus ramos, y la uva pendiente allá lejos
está con todo unida a la raíz, del mismo modo sucedió con esta mujer; la cual,
permaneciendo en la ciudad, extendió sus ramos hasta el templo, y en éste quedó
suspendida la uva ya madura. Ni la distancia llevó consigo algún impedimento, porque
la caridad que es según Dios unía a la madre con el niño. Tierna era la edad, pero
madura la virtud, y así se hizo el niño maestro de grande piedad para todos los que al
templo subían. Porque ellos, al preguntar y conocer cuál había sido el nacimiento de
aquel niño recibían un inmenso consuelo por la esperanza que es según Dios. Y nadie
de cuantos habían contemplado aquel niño, bajaba callado, sino que todos glorificaban a
Dios, quien, contra toda esperanza, se lo había otorgado a su madre.
O Ibid., I, 22.
Y por este motivo había dilatado el parto: para aumentar el gozo y hacer más ilustre a
aquella mujer. Porque todos cuantos conocían su desgracia se hacían ahora testigos de la
gracia de Dios. Y el haber permanecido tan largo tiempo estéril, hizo que fuera más
conocida de muchos, y que todos la llamaran bienaventurada y la admiraran; de donde
se siguió que muchísimos, por causa de ella, dieran gracias a Dios. Digo estas cosas con
el objeto de que si nosotros conocemos algunas santas mujeres que sean estériles o
vivan en alguna otra aflicción, no lo llevemos pesadamente ni digamos allá en nuestro
interior: ¿Por qué Dios ha abandonado a esa mujer de tan ilustre piedad y no le ha dado
hijos? Porque estas cosas no son motivadas por olvido de Dios, sino porque sabe El
mejor que nosotros que esto así nos conviene.
Subió, pues, al templo y llevó el corderito al redil y el teme-rillo al ganado, y colocó en
el prado aquella rosa ya libre de las espinas; la rosa digo que nunca se marchita, sino
que perpetuamente florece y que puede llegar hasta los cielos; y cuya fragancia hasta el
día de hoy disfrutan todos cuantos habitan en la tierra. Ha pasado ya tan grande número
de años, y con todo, la fragancia de la virtud de aquel niño crece siempre y no
languidece, a pesar de tan largos tiempos. Porque tal es la naturaleza de las cosas
espirituales.
Subió, pues, al templo, y trasplantó aquel germen excelente. Y a la manera que suelen
los agrícolas hábiles, que primero ponen en tierra la simiente de un ciprés o de otros
árboles semejantes; y luego, cuando han visto que de la simiente se ha hecho ya un
árbol, no lo dejan en el mismo sitio, sino que lo sacan de ahí y lo pasan a otra tierra, con
el objeto de que la tierra nueva, habiendo recibido en su seno la raíz del árbol desarrolle
íntegra y pura su fuerza para alimentarla, así hizo esta mujer, quien, al niño sembrado
fuera de toda esperanza en su seno, lo trasplantó de la casa y lo llevó al templo, en
donde continuamente saltan los raudales de las fuentes y los riegos espirituales; de
manera que pudo verse cómo en él se cumplía aquella palabra profética, dicha por
David: Bienaventurado el varón que no anda en consejo con los impíos, ni camina por
la senda de los pecadores, ni se sienta en compañía de los malvados. Antes tiene en la
ley de Y ave sus complacencias, y en ellas medita de día y de noche. Este será como el
árbol plantado a la vera del curso de las aguas que da a su tiempo sus frutos.7
Porque este niño no llegó tras de la experiencia de la maldad al perdón de la maldad,
sino que eligió el camino de la virtud desde sus comienzos. No tuvo nada que ver ni se
mezcló con las juntas de los obradores de la maldad, ni participó en los conventículos
llenos de iniquidad; sino que ya desde su primera infancia, de los pechos de su madre
pasó a los pechos de la vida espiritual. Y así como un árbol que tiene un riego constante
crece a muy grande altura, así este niño, regado constantemente con la doctrina de las
espirituales enseñanzas, llegó hasta las cumbres de la virtud.
¡Ea! ¡veamos! ¡veamos cómo lo trasplantó! ¡sigamos tras de esta mujer! ¡entremos con
ella en el templo! Subió, dice la Escritura, con él a Silo llevando un toro de tres años. 8
Hay ahora un doble sacrificio: el ternero es irracional, pero el niño es racional; a aquél
lo inmoló el sacerdote, a éste lo consagró su madre. Y era más excelente la víctima de la
madre, que la hostia que ofrecía el sacerdote. Aquélla se hizo sacerdotisa de sus propias
entrañas e imitó al patriarca Abraham y entró en competencias con él. Y por cierto, éste
regresó del monte con su hijo devuelto; aquella en cambio lo abandonó en el templo
para que ahí permaneciera para siempre. Aunque, a decir verdad, también aquél
consagró totalmente a su hijo. Porque guárdate de atender a que no le dio muerte, sino
mira a que con su ánimo lo sacrificó totalmente.
¿Has visto a esta mujer en certamen con el varón? ¿Has visto cómo en nada le impidió
el sexo para no emular al patriarca? Pero veamos ya cómo lo consagró. Se presentó,
dice la Escritura, al sacerdote y le dijo: ¡hacia mí. Señor! ° ¿Qué significa eso de hacia
mí? "Atiende, dice ella, diligentemente a lo que voy a decir". Por haber pasado ya
mucho tiempo procura traerle a la memoria las cosas que anteriormente le había dicho.
Y por esto dice: hacia mí, señor. ¡Por tu vida! ¡yo soy aquella mujer que estuvo aquí
cerca, delante de ti, orando al Señor y pidiéndole este niño! ¡derramé mis preces delante
del Señor y El me concedió lo que en mi petición le pedí. Y yo ahora lo entrego al
Señor para que le sirva por todos los días de su vida. 1 1'
Salmo I, 1-3. / Sam., I, 24. Ibid., I, 26.
No dijo: "Yo soy aquella mujer a la que tú reprendiste y a la que acometiste con injurias
y de la que te burlaste como si estuviera tomada del vino y harta y tambaleante, y por
esto Dios ha declarado que yo no estaba harta de vino, y que tú me echabas en cara este
crimen sin ningún motivo". Ninguna de esas duras palabras dijo; sino que habló con
grande mansedumbre, aunque tenía los hechos como defensores; y con razón podía
acusar al sacerdote de haberla reprochado en aquel tiempo sin razón. Pero nada de eso
hace, sino que únicamente recuerda la benignidad de Dios para con ella. Considera,
pues, el ánimo agradecido y prudente de la sierva. Cuando era afligida a nadie declaró
su pena, ni dijo al sacerdote: "¡Tengo una mujer que es émula mía, la cual, porque tiene
toda una caterva de hijos, a mí me carga de oprobios; mientras que yo, que ando
cultivando la mansedumbre, aún no he podido ser madre, porque Dios cerró mi matriz,
y no se ha conmovido a misericordia ni aun viendo mi aflicción!" ¡Nada de eso dijo!
Omitió la clase de desgracia y solamente indicó que estaba en aflicción, diciendo:
¡Mujer afligida soy! XI y ni aun esto habría dicho a no haberla obligado el sacerdote,
por sospechar que ella estuviera harta de vino. Pero después de haber soportado este
azote y una vez que Dios le dio lo que le había pedido, entonces finalmente descubre al
sacerdote el beneficio divino; porque deseaba que la acompañara en la acción de gracias
así como anteriormente la había acompañado en la oración. Y dijo: "Por este niño
rogaba yo, y el Señor me concedió lo que le pedía en mi petición. Y ahora yo lo
consagro al Señor".
¡Advierte su modestia! ¡Como si dijera: no vayas a pensar que yo hago alguna cosa
grande o admirable en consagrar al niño ! ¡No soy yo la autora de la buena obra, sino
que únicamente pago una deuda! ¡Recibí este depósito y lo devuelvo al que me lo dio!
Y al decir esto, se consagró juntamente con el niño; y como si el afecto natural fuera
una cadena, con ella se ligó al templo.
10 Ibid., I, 27-28.
11 Ibid., I, 15.
Porque si en donde está el tesoro del hombre ahí está su corazón, 12 con mayor razón en
donde está el niño ahí está la mente de la madre, y así de nuevo su vientre se llenaba de
bendiciones. Porque apenas dijo esto e hizo oración, oye lo que el sacerdote dijo a
Elcana: ¡Que el Señor te devuelva otro hijo de esta mujer por lo que has entregado al
Señor! 12 Al principio no había dicho "que el Señor te devuelva". Sino ¿qué dijo?:
¡Dios te conceda lo que le pides! 13 Pero ahora que ella ha hecho a Dios su deudor, le
dice: "¡Devuélvate!", dándole con esto esperanzas buenas de bienes futuros. Puesto que
si Dios le dio cuando nada le debía, mucho más le devolverá ahora que de ella algo ha
recibido. Así le nació el primer hijo por la oración, y tras él los otros, por la bendición, y
así quedó santificado todo el fruto de esa mujer.
De manera que este primogénito se debió a la virtud de la madre; pero el segundo fue
fruto de la madre y del sacerdote en común. Porque así como la tierra fértil y gruesa,
una vez que ha recibido la semilla, luego nos muestra las mieses florecientes, del mismo
modo esta mujer, por haber recibido con fe las palabras del sacerdote, nos produjo otras
nuevas y vigorosas espigas, y cambió la antigua maldición de Eva, dando a luz
mediante la oración y la bendición.
Tú, pues, oh mujer, hazte émula de aquélla; y si fueres estéril, usa de semejante oración
y llama al sacerdote a fin de que te sirva como legado ante Dios. Ciertamente si recibes
sus palabras con fe, la bendición de los sacerdotes te acarreará ñutos magníficos y
sazones. Y si fueres luego madre, a imitación de aquella mujer consagra a Dios tu hijo.
Ella lo llevó al templo, pero tú conviértete en un templo regio: Porque vuestros
miembros, dice el Apóstol, son cuerpo de Cristo y templo del Espíritu Santo que habita
en vosotros}* Y también: "Habitaré, dice, en vosotros y andaré en medio de vosotros".
¿Acaso no es cosa ilógica que nosotros reparemos una casa vieja y que amenaza ruina,
gastando en ello dineros, y llamando a los constructores y no dejando piedra por mover,
y en cambio no pongamos ni siquiera un cuidado vulgar y ordinario en la casa de Dios,
ya que el alma del adolescente tiene que ser casa de Dios?
13 Mat., VI, 21; y Luc, XII, 34.
14 1 Sam., II, 20.
15 1 Cor.. VI, 19; y 2 Cor., VI, 16.
¡Mira no sea que oigas lo que en otro tiempo oyeron los judíos! Porque ellos, una vez
vueltos de la cautividad, cuando vieron el templo material abandonado, se pusieron a
arreglar sus propias moradas; y con esto de tal manera irritaron a Dios que no solamente
les mandó un profeta que los amenazara con el castigo del hambre y con una grande
penuria de las cosas más necesarias, sino que además les descubriera la causa de
semejante amenaza: ¡Vosotros habitáis en casas artesonadas, mientras mi casa está en
ruinas! 15 Pues si el descuido de aquel templo material suscitó tan grande ira en Dios,
mucho más provocará su enojo el descuido en este otro templo, porque éste es tanto más
honorable que aquél, cuanto tiene mayores señales de santidad.
¡Cuida, pues, de que no se convierta el templo de Dios en cueva de ladrones, para que
no vayas a oír aquella otra reprensión con que Cristo reprendió a los judíos cuando les
dijo: ¡La casa de mi Padre es casa de oración, pero vosotros la habéis hecho cueva de
ladrones! 16 Y ¿cómo se convierte en cueva de ladrones? Cuando permitimos entrar en
él las concupiscencias bajas y serviles y la liviandad, y que se asienten en el ánimo de
los jóvenes. Porque sus pensamientos de ellas son más perniciosos que los mismos
ladrones, puesto que arrastran los ánimos libres de los adolescentes a la servidumbre y
los hacen esclavos de las pasiones propias de los brutos y los cubren de heridas y los
destrozan de todas maneras.
Por este motivo, cada día vigilemos; y usando de la palabra como de un azote, echemos
fuera de sus ánimos toda clase de inclinaciones torcidas, a fin de que los hijos puedan
ser partícipes con nosotros de la ciudad celestial y puedan celebrar allá correctamente
toda la liturgia que en ella se usa. ¿Acaso no habéis visto con frecuencia que los que
viven en las ciudades, hacen a sus niños — apenas apartados de la lactancia —
portadores de ramos en las festividades, o bien jefes de certámenes o prefectos de los
juegos, o jefes de los coros? ¡Pues hagamos nosotros otro tanto! Desde los primeros
años hagamos a los niños expertos en la disciplina celeste; porque esta otra terrena, por
una parte ocasiona gastos, y por otra ningún fruto produce.
15 Ageo, I, 4.
1 1 Mat. XXI, 13 y Luc, XIX, 46.
Porque yo te pregunto: ¿qué fruto se saca del aplauso popular? En cuanto llega la tarde,
enseguida todo aquel aplauso y alboroto se esfuman; y una vez pasadas las festividades,
como si hubiera sido en ensueños en donde se hubieran deleitado, así quedan privados
de todo gusto; y no pueden ya encontrar, si es que lo buscan, aquel placer que les
produjo la corona, la magnífica veste, ni todo el fausto, porque todas esas cosas pasan
corriendo con mayor velocidad que un viento cualquiera.
Pero, en la vida celeste todo va de un modo contrario: sin gastos traen un lucro
abundante y permanente. Porque allá aplauden a quien así se ha portado, no hombres
dados a la embriaguez sino el conjunto de los ángeles. Pero ¿qué digo los ángeles? El
Señor mismo de los ángeles lo alabará y aprobará. Y quien es alabado por Dios no
triunfa por un día ni por dos ni por tres, sino que lleva en el cielo para siempre su
corona, y nunca podrá verse aquella su cabeza privada de gloria. El tiempo destinado
para aquella festividad no está circunscrito a determinados días, sino que se extiende a
toda la eternidad de la vida venidera. A aquellas solemnidades jamás la pobreza podrá
serles impedimento, sino que aun al pobre le será posible celebrar la fiesta, y más al
pobre que a otros, a causa de que él se encuentra libre de todo fausto y estrépito
mundano; y porque allá no hay necesidad de dineros que gastar, ni de opulencia; sino
simplemente de una alma pura y de una mente llena de templanza, pues ésta es la que
teje la vestidura para el alma en aquella vida, y ésta la que entreteje las coronas.
Allá, si el alma no fuere adornada con el ejercicio de las virtudes de nada le servirá la
abundancia del oro; así como al revés, en nada le dañará la pobreza si interiormente
abunda en esta clase de riquezas. Esta festividad la celebrarán no solamente los hijos de
los ciudadanos libres sino también las hijas. Porque no es allá como acá en la
administración terrenal y exterior, por la que solamente a los varones se les ha ordenado
celebrar las fiestas, sino que aquella reunión admite también a las mujeres y a los
ancianos y a los siervos y a los libres.
Porque en donde los espectáculos son propiamente de las almas, ahí nada pueden
impedir ni el sexo ni la edad ni las dignidades de este mundo ni otra cosa alguna. Por
esto, yo os exhorto a todos vosotros a que desde sus más tiernos años conduzcáis a estas
festividades a vuestros hijos e hijas, y les procuréis las riquezas convenientes a este
género de vida, no sepultando bajo la tierra oro, ni amontonando plata, sino llenando sus
almas de modestia, sobriedad, pudor y todas las demás virtudes. Porque estos son los
gastos que exige aquella festividad.
Si, pues, reuniéremos esta clase de riquezas, así para nosotros como para nuestros hijos,
conseguiremos grande honra en la vida presente, y en la futura oiremos aquella feliz voz
por la que. Cristo, a todos los que acá le confesaron, los exalta con su propio preconio.
Porque esa confesión no se hace únicamente con la fe sino también con las obras; hasta
el punto de que si éstas faltaren caeremos en peligro de ser castigados juntamente con
los que lo negaron. Puesto que no hay un modo solo de negarlo, sino muchos; y Pablo,
describiéndolos, nos dice: ¡Alardean de conocer a Dios, pero con las obras lo niegan! "
Y luego: Si alguno no mira por los suyos, sobre todo por los de su casa, ha negado la fe
y es peor que un infiel. 18 Y todavía: ¡Huid de la avaricia que es una especie de
idolatría! 19
En consecuencia, siendo tantos los modos que hay de negar a Cristo, manifiesto es que
serán otros tantos los que hay de confesarlo, y aun muchos más. Cuidemos, pues, de
confesarlo por todos estos modos, a fin de que nosotros a nuestra vez alcancemos en los
cielos el honor, por gracia y bondad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el
cual sea al Padre la gloria, juntamente con el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los
siglos de los siglos. Amén.
" Tit., I, 16.
n I Tim., V, 8.
18 Colos., III. 5.
6
VI HOMILÍA CUARTA acerca de ANNA:
contra los que, habiendo abandonado las reuniones sagradas se van al teatro; y que no
solamente es más útil estar en la iglesia que en los teatros, sino también más agradable;
y acerca de la segunda parte de la oración de Anna; y que conviene orar sin intermisión
y en todo lugar, aun en la plaza y en el camino y en el lecho.
¡No SÉ DE QUÉ EXPRESIONES debo usar hoy! Porque al ver cómo nuestras
reuniones son poco frecuentadas, y que son injuriados los profetas y despreciados los
apóstoles, y que aun se llega a levantarse contra el Señor mismo de ellos, nos vienen
deseos de acusar; pero no veo presentes aquí a los que deberían oír nuestra acusación.
¡Solamente estáis presentes vosotros, precisamente los que no necesitáis de nuestra
exhortación y correctivo! Pero aún así, no debemos callar, puesto que de este modo
mitigaremos la indignación que nos han causado, y la echaremos fuera juntamente con
las palabras. Aparte de que a ellos los haremos que se avergüencen y apenen,
echándoles por delante tantos acusadores cuantos aquí sois mis oyentes.
Si hubieran ellos acudido, no habrían escuchado sino solamente nuestras reprensiones;
ahora en cambio, por haber huido de nuestras increpaciones, tendrán que oír de todos
vosotros las mismas cosas. Porque así lo hacen los amigos: cuando no encuentran a
aquellos a quienes querían exigirles cuentas, se dirigen a los amigos de éstos, con el
objeto de que estos amigos les refieran a aquellos otros sus palabras. Y lo mismo hizo
Dios. Dejando a un lado a los que habían pecado contra El, se dirige a Jeremías el
inocente, y le dice: ¿Has visto lo que ha hecho conmigo la necia hija de Judá? 1 Pues,
por este motivo, nosotros, acusando a aquéllos, os hablamos a vosotros, a fin de que una
vez que hayáis salido de aquí, los corrijáis.
1 Jerem., III, 62.
Porque ¿quién puede soportar semejante descuido? Nos reunimos aquí una vez por
semana, y no soportan el abandonar los cuidados seculares ni siquiera durante este día.
Y si esto se les echa en cara, al punto pretextan su pobreza y la necesidad de preparar
los alimentos y las ocupaciones urgentes; con lo cual ponen delante una excusa que es
más grave aún que cualquiera otra acusación. Porque ¿qué puede haber mayor que este
crimen cuando otro negocio cualquiera nos parece de más importancia que los negocios
divinos? ¡En verdad que aunque todo ello fuera verdadero, esa misma defensa sería ya,
como dije, una acusación!
Y para que entendáis que no es sino un pretexto para encubrir la pereza, veréis como lo
de antier convencerá a todos los que echan por delante semejantes excusas. Porque ese
día la ciudad entera se trasladó al circo, y se quedaron vacíos por motivo de aquel
nefario espectáculo los hogares y las plazas. Mientras que aquí no vemos que esté lleno
ni siquiera el sitio principal de la iglesia. Allá se ocuparon no solamente el circo sino
además los techos y las casas y los palacios y sitios peligrosos e infinitos lugares
elevados; y ni la pobreza, ni las ocupaciones, ni la ñaqueza del cuerpo, ni la debilidad
de las piernas, ni otra cosa alguna pudo detenerlos en su locura que rompió por entre
todos los obstáculos; y concurrieron allá aun los hombres ya consumidos por la vejez,
con una celeridad mayor que la de los jóvenes aún florecientes, deturpando sus canas,
traicionando su edad provecta y haciendo risible su ancianidad.
En cambio, cuando vienen acá, oyen la palabra divina llenos de fastidio y molestos, y se
quejan del calor sofocante y de las apreturas y de otras cosas semejantes. Allá reciben el
sol pleno en sus cabezas desnudas, y los pisotean y los apretujan duramente, y sufren
otras infinitas incomodidades, y con todo les parece que están entre delicias, como en un
ameno prado. Mas por esto las ciudades se han corrompido, porque son malvados los
directores de la juventud. ¿Cómo podrás corregir y reducir a la moderación al joven que
procede lasciva e impúdicamente cuando tú procedes tan a la manera de esos jóvenes?
¿cuando tú mismo, a pesar del grande lapso aún no sientes la saciedad de tan
desagradable espectáculo? ¿Cómo podrás reformar las costumbres de tu hijo o castigar a
tu criado que peca o amonestar a otro que se descuida, cuando tú mismo ya en la
extrema ancianidad andas así enloquecido?
Y por cierto que si un joven injuria a un anciano, éste al punto saca a relucir lo de su
edad, y encuentra otros muchos que juntamente con él se irritan; mientras que cuando es
necesario traer a los jóvenes a la moderación, y presentarse ante ellos como un ejemplar
de la virtud, entonces para nada tienen en cuenta la edad, sino que, con una insania
mayor que la de los jóvenes, se arrojan a ver aquellos espectáculos. Y esto digo y me
refiero a los ancianos, no porque deje libres de crimen a los jóvenes, sino para
amonestar a éstos a través de aquéllos. Porque si los ancianos no deben proceder de esa
manera, con mucha mayor razón tampoco los jóvenes. Puesto que para los ancianos eso
es una burla y una vergüenza, pero en los jóvenes tanto mayor es el daño y tanto más
profundo el precipicio, cuanto es en ellos mayor la llama de la concupiscencia y más
vehemente y que todo lo abrasa en cuanto ha encontrado el menor incentivo. La
juventud es más inclinada a la concupiscencia y ésta hace en ellos presa con mayor
facilidad; y por lo mismo necesitan de mayor cuidado, de más severo freno, y de más
segura guarda e impedimento.
Ni me vayas, oh amigo, a interponer aquello de que esos espectáculos tienen su placer;
sino más bien demuéstrame que semejante placer no trae consigo ningún daño. Pero que
ni siquiera traigan consigo esas cosas algún deleite lo verás por aquí con toda claridad.
Cuando vengas de regreso del circo hazte encontradizo con el otro que viene de la
iglesia, y considera quiénes son los que en realidad disfrutan de mayor deleite: si aquel
que habiendo escuchado a los profetas y recibido la bendición y cosechado el fruto de la
enseñanza y orado a Dios por sus pecados, y descargado en algo su conciencia, no tiene
remordimiento de falta alguna de ese género; o tú que abandonaste a tu madre,
despreciaste a los profetas, injuriaste a Dios, te divertiste con el demonio, prestaste
oídos a quienes mutuamente se maldecían y querellaban, y finalmente perdiste el tiempo
y no reportaste a tu casa ganancia ninguna de aquello, ni temporal ni espiritual.
De manera que aun ateniéndonos a lo del placer, es preferible acudir acá a la iglesia.
Porque de lo de allá se sigue inmediatamente reprobar el hecho la conciencia y
condenarlo y arrepentirse de lo que allá sucedió, y vergüenza y oprobio, de manera que
ni siquiera te atreves a levantar los ojos. En cambio, lo de acá va todo al contrario, pues
de ello se sigue la confianza, la franqueza en la mirada y la libertad de poder hablar con
todos de las cosas que aquí se han oído. Así pues: cuando vayas al foro y observes que
todos corren hacia el espectáculo, tú anda inmediatamente a la iglesia, y tras de
detenerte en ella por algún espacio de tiempo, gozarás de una perpetua alegría a causa
de la palabra divina.
Pero, si arrastrado por el ímpetu de las turbas te vas al circo, tras de haberte dado un
ligero baño de placer, al día siguiente te sentirás mal de continuo y lo mismo los
siguientes días, y tú mismo te reprocharás de lo que hiciste. En cambio, con un poco que
te venzas gozarás de una plena y segura alegría por todo el resto de la jomada. Porque
esto es lo que suele suceder no solamente en este género de cosas, sino en todas: que el
vicio tiene un placer momentáneo y un dolor perpetuo, mientras que la virtud por el
contrario tiene un trabajo breve y en cambio un fruto perenne y lleno de gozo.
Sea por ejemplo. Ha orado alguno a Dios; ha derramado lágrimas; se ha dolido un poco
de tiempo durante la oración; otro ha pasado todo el día alegre, ha dado una limosna, ha
ajamado o ha hecho alguna otra buena obra o habiendo sufrido una injuria no devolvió
insultos por insultos: este tal, tras de reprimirse y vencer su ira por un momento, luego
goza y se alegra perpetuamente por el recuerdo de sus buenas obras. En los vicios
sucede lo contrario. Injurió alguno o volvió injuria por injuria, pues cuando regresa a su
casa lleva roído el corazón por el recuerdo de sus palabras, que con frecuencia además
produjeron algún grave daño.
De manera que si andas buscando el placer, huye de las concupiscencias juveniles,! y
ejercítate en la templanza y atiende a la palabra divina. Todo esto lo decimos para que
vosotros a ellos lo repitáis y golpeándolos con estas palabras los apartéis de toda mala
costumbre y los persuadáis a que en todo procedan conforme a la recta razón. Porque de
los hombres que proceden a la ventura y sin motivar sus actos, ni su misma diligencia es
cosa que pueda aprobarse, como lo probaré en la reunión que luego se seguirá. Puesto
que cuando celebremos la fiesta de
? II Tim., II, 22.
Pentecostés se aglomerará tanta multitud en todos estos sitios, que serán estrechos para
contenerla; pero yo no estimaré como cosa muy excelente semejante reunión, porque
más será fruto de la costumbre que no de la virtud de religión y de la piedad.
Pero ¿qué cosa hay más miserable que el hombre cuyo descuido está lleno de tantos
crímenes y cuya diligencia no es cosa que pueda alabarse? Porque todo aquel que se
acerca a esta reunión por el fervor de su piedad y con moderación y anhelo, debe hacer
esto mismo sin interrupción, y no acercarse únicamente cuando lo hacen aquellos que
vienen a la festividad y luego al mismo tiempo que ellos retirarse y no volver, como
quien sin motivo y a la manera de un rebaño, es llevado y traído.
Podía yo extenderme más aún en el exordio de este mi discurso. 3 Pero sabiendo que
vosotros, aun sin nuestra exhortación, diréis, como es digno que lo hagáis, las muchas
cosas que yo os he dicho a los otros y aun muchas más, para no seros molesto si
continúo la reprensión de aquéllos, dejo el resto a vuestro cuidado, y me regreso a la
acostumbrada enseñanza y a la historia de Anna.
¡Y no os admiréis de que nos detengamos aún en esta materia! Porque no puedo echar
de mi mente la imagen de esta mujer: ¡hasta tal punto admiro la belleza y hermosura de
su alma! ¡Yo amo los ojos que siempre lloran alguna vez mientras se está en oración, y
los labios y la boca no pintados con vanos y postizos colores, sino adornados con las
acciones de gracias a Dios, como lo eran los de esta mujer, cuya sabiduría tan
grandemente admiro. Y mucho más la admiro porque siendo mujer llegó a tal grado de
sabiduría; siendo mujer, digo, porque con frecuencia la mujer escucha las acusaciones
de muchos. Por la mujer, dice la Escritura, tuvo principio el pecado, y por ella morimos
todos* Y también: ¡Ligera es toda maldad comparada con la maldad de la mujer! 5 Y
Pablo nos dice: Y no fue Adán seducido, sino Eva la que seducida incurrió en la
transgresión. 6
3 Recuérdese lo que dijimos en la Introducción, n. 12.
4 Eccli., XXV, 33.
5 Ibid., XXV, 26.
6 1 Tim., II, 14.
Pues precisamente por esto la admiro, porque ya deshizo esta acusación; y siendo del
sexo acusado, ya echó de sí todos los oprobios, y con las obras ha demostrado que no
era tal por su naturaleza sino por su propia voluntad y descuido, y que también a este
sexo le será posible llegar a las cumbres de la virtud. ¡Querelloso es este animal y
malvado, y tal que si se inclina a la maldad comete los más grandes crímenes; pero si se
aplica a la virtud, antes deja la vida que su buen propósito! Pues de esta manera, esta
mujer superó a la vez su propia naturaleza y venció la necesidad y alcanzó con la
continua oración un hijo para su vientre estéril.
Y, conforme a esto, después de haber alcanzado el favor que pedía, retornó a la oración,
y decía de este modo: ¡Mi alma salta de júbilo en Yavé: Yavé ha levantado mi cuerno! 7
Lo que significan esas palabras "mi corazón se ha confirmado en el Señor", lo habéis
oído de mí, cuando hace poco lo explicaba a vuestra caridad. 8 Resta que ahora
interpretemos lo que sigue. Porque tras de haber dicho "mi corazón se ha confirmado en
el Señor" añadió: "Yavé ha levantado mi cuerno". 9 ¿Qué significa eso de "mi cuerno"?
Porque la Sagrada Escritura suele usar de esta expresión con alguna frecuencia, como
cuando dice: Ha sido exaltado su cuemo;10 y luego: Levantará el cuerno de su
Ungido. 1 1 ¿Qué es pues lo que llama cuerno? ¡El poder, la gloria, la claridad! Toma
esta metáfora de los animales; porque Dios a éstos en vez de armas les dio como armas
y ornamento a la vez los cuernos, y si los pierden, pierden la mayor parte de su fuerza.
Y a la manera que un soldado sin armas, así un toro sin cuernos fácilmente es capturado.
De manera que no es otra cosa lo que aquí dice la mujer, sino "se ha exaltado mi gloria".
7 1 Sam., II, 1.
8 Se refiere a la Homilía que se ha perdido y era la IV sobre Anna.
9 Propiamente el texto dice: xégai;, o sea mi cuerno o fortaleza.
10 Salmo LXXIV, 11.
11 1 Sam., II, 10.
¿Pero cómo ha sido exaltada? "En mi Dios", dice. Y por esto esa exaltación es cosa
segura, puesto que tiene una raíz firme e inmóvil. La gloria que proviene de los
hombres, imita la bajeza de los hombres, y por esto con facilidad sucede que se derribe.
No es así la gloria que viene de Dios, sino que ésta permanece inmóvil para siempre. Y
declarando el profeta ambas cosas, o sea la debilidad de aquélla y la firmeza de ésta,
dice así: ¡Toda carne es heno, y toda la gloria del hombre como la flor del heno. Se secó
el heno y se cayó la flor. 12 En cambio no dice lo mismo de la gloria que viene de Dios.
Entonces ¿qué es lo que dice? Pero la palabra de Dios permanece para siempre. 13
Todo esto se ve claro en esta mujer. Porque los reyes y los jefes y los poderosos no
dejaron piedra por mover para legar una memoria inmortal de sí mismos en lo futuro: se
construyeron espléndidos sepulcros y se erigieron grande cantidad de estatuas en
muchos sitios y dejaron innumerables monumentos de sus hazañas. Pero ahora se callan
sus nombres y ni siquiera por los monumentos son conocidos, mientras que esta mujer
en todas partes es celebrada. Ya sea que vayas a Escitia, o a Egipto, o a la India, o a los
últimos confines del orbe, oirás a todos cómo cantan sus proezas: ¡cuantas regiones de
la tierra son iluminadas por el sol, otras tantas llena Anna con su gloria! ¡Ni es
solamente esto lo digno de admiración, que esta mujer sea celebrada por todas partes,
sino el que habiendo transcurrido tanto tiempo no solamente no se han oscurecido las
alabanzas de ella sino que se aumentan y se extienden cada vez más, y todos están al
tanto de su sabiduría y longanimidad y paciencia, y esto en los pueblos y en los campos
y en las casas y en los campamentos y en las naves y en las oficinas: ¡en una palabra, no
hay parte alguna en donde no oigas sus encomios!
Es que cuando quiere Dios glorificar a alguno, y esclarecerlo, aunque se interponga la
muerte o la distancia de los tiempos u otra cosa cualquiera, con todo permanece inmóvil
y floreciente la gloria de ese tal y nadie puede oscurecer su brillo. Por esta razón, esta
misma mujer, amonestando a sus oyentes para que no se acojan a las cosas perecederas
sino a Aquel de quien esperamos todos los bienes, señala al autor de esa gloria. Y
después de haber dicho: "Confirmado se ha mi corazón en el Señor", añadió: "Y Yavé
ha levantado mi gloria". Indicándonos con estas palabras los dobles bienes que no sin
razón se encuentran reunidos en una sola persona.
Porque fui librada, dice, de las olas, desapareció la ignomia Isaías, XL. 6-7. 13 Ibid.
nia, conseguí la tranquilidad y la honra. Pero es difícil que encontremos ambas cosas
reunidas en una misma persona. Porque muchos se ven libres de los peligros, pero no
llevan una vida con gloria; otros, por el contrario, disfrutan de la gloria y la fama, pero
precisamente por ellas se ven en peligro. Así, por ejemplo: muchos con frecuencia han
sido encarcelados por adúlteros, impostores, perforadores de sepulcros, reos de otros
crímenes semejantes; pero luego, ordenándolo así la regia benignidad, se encontraron
libres: ¡quedaron libres de la pena, pero no borraron su deshonra, sino que a todas partes
los sigue la deshonra! Otros eran varones militares y nobles, y habían abrazado un
género de vida brillante y honroso, acometiendo los peligros en los combates; pero
muchas veces recibieron heridas, y al fin acabaron con una muerte prematura: éstos, por
amor a la gloria se privaron de una segura tranquilidad.
En cambio a esta mujer le vinieron ambos bienes, puesto que juntamente disfrutó de la
gloria y de la seguridad. Y lo mismo aconteció a aquellos tres jóvenes: 14 porque
salieron libres del peligro del homo y se hicieron famosos por haber vencido con un
modo sobrenatural el poder del elemento del fuego. Así son los beneficios de Dios,
porque El al mismo tiempo concede una vida tranquila y gloriosa. Cosas ambas que ya
insinuaba esta mujer cuando dijo: "Se ha confirmado mi corazón en el Señor, y se ha
exaltado mi gloria en mi Dios". Y no dijo simplemente en Dios, sino "en mi Dios",
tomando como propio al que es común Dios de todo el orbe de la tierra. Y esto lo hizo
no por amenguar el dominio de Dios, sino solamente por declarar su cariño y por más
enfervorizarlo. Porque así suelen hacer los que aman: no toleran el amar juntamente con
otros, sino que desean demostrar un cariño especial y particular.
Por este motivo decía David: ¡Oh Dios mío! ¡tú eres mi Dios! ¡a Ti te busco solícito! 15
De manera que tras de haber puesto la denominación común, añadió aquello por la que
es particular Señor de los santos. Y también dijo: ¡Oh Dios mío! ¡atiéndeme! ¿por qué
me has desamparado? 16 Y luego: ¡Diré a Dios: tú eres mi protector! " Porque estas
expresiones son propias de una alma fervorosa y que arde en deseos. Pues lo mismo
hizo esta mujer. Por lo demás, no es cosa admirable que así lo hagan los hombres; pero
cuando veas que lo hace también Dios, entonces con razón quedarás estupefacto. Porque
así como éstos no lo invocan en común, sino que se lo apropian y quieren que les
pertenezca, del mismo modo El también profesa ser Dios no sólo en común para todos
los demás, sino en particular de cada uno de ellos.
Y por esto decía: ¡Yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob! IS No porque El
contrajera su imperio, sino más bien ensanchándolo. Porque El demuestra su imperio no
tanto por la multitud de subditos cuanto por la virtud y excelencia de ellos. Y no se goza
tanto en ser llamado Dios de cielo y tierra y del mar y de todo lo que éstos contienen,
cuanto en serlo de Abraham, Isaac y Jacob. Y podemos ver en Dios lo que en los
hombres no solemos ver. Por ejemplo: entre los hombres, los siervos se llaman por el
nombre de sus dueños, y todos nos expresamos así, llevados de la costumbre; y decimos
"fulano, el administrador de fulano", o bien "fulano, el ecónomo de fulano", v.gr.: del
estratega o del hiparjo. Pero nadie dice: "fulano, el hiparjo del administrador fulano";
sino que siempre acostumbramos llamar a los inferiores con el nombre de los de más
altas dignidades.
En cambio, tratándose de Dios, es al contrario. Porque no solamente se dice: "Abraham
el que es de Dios',', sino también "el Dios de Abraham". De manera que el Señor se
denomina por el nombre del siervo. Esto mismo decía Pablo lleno de admiración: ¡Por
eso Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos! 19 No se avergüenza, dice, el
Señor de tomar el apelativo suyo del nombre de sus siervos. Pero ¿por qué no se
avergüenza? ¡Dime la razón! ¡Pues a fin de que nosotros lo imitemos! Porque, dice, eran
peregrinos y huéspedes. 20 Mas, por esto precisamente convenía que se avergonzara,
puesto que el que es huésped parece que ha de ser vil y despreciable.
14 Dan., IH.
15 Salmo LXII, 2.
16 Salmo XXI, 1.
17 Salmo XC, 2.
18 Exod., m, 6.
19 Hebr., XI, 16.
20 Ibid., XII, 13.
Pero aquellos santos no eran huéspedes en esa forma que nosotros pensamos, sino en
otra en absoluto especial. Nosotros solemos llamar huéspedes a quienes tras de
abandonar su patria se van a otra región. Pero aquéllos no eran huéspedes en ese
sentido, sino porque despreciaban al orbe todo, y juzgaban pequeña la tierra, y miraban
hacia la ciudad celestial. Y esto no por arrogancia, sino por magnanimidad; no por
insolencia sino por el cultivo de la sabiduría. Porque una vez que hubieron contemplado
todas las cosas terrenas, y hubieron visto ser ellas cosas deleznables y perecederas, y
que nada había acá que fuera estable ni firme, es, a saber, ni la gloria ni el poder ni las
riquezas ni la vida misma, sino que todas tenían un término y acabamiento, y a él se
apresuraban, y que las cosas celestiales no eran de semejante naturaleza, sino infinitas e
inmortales, prefirieron ser huéspedes acá entre las cosas pasajeras y deleznables, para
poder alcanzar aquellas otras eternas.
Eran pues huéspedes, no porque no tuvieran patria, sino porque anhelaban aquella otra
patria sempiterna. Significando lo cual, el mismo Pablo decía: ¡Los que tales cosas
dicen dan bien a entender que andan en busca de la patria! 21 ¿Cuál patria? ¡te ruego me
lo digas! ¿Acaso aquella primera que abandonaron? ¡De ninguna manera! Porque si se
acordaran de aquélla, dice, en su mano estaba el retornarse allá. Sino que deseaban otra
mejor, esto es la celestial cuyo creador y artífice es Dios. Y por esto Dios no se
avergonzaba de llamarse Dios de ellos. "2 Pues imitemos también a éstos. Despreciemos
las cosas presentes y anhelemos las futuras. Tomemos como maestra a esta mujer, y así
acojámonos continuamente al Señor, y a El pidamos todas las cosas. Porque no hay cosa
igual a la oración. Ella es la que de lo imposible hace lo posible; de lo difícil hace lo
fácil; de lo torcido, lo recto. El bienaventurado David usaba de ella a su vez, y por lo
mismo decía: Siete veces te alabo en el día por los decretos de tu justicia."* Pues si este
rey, metido entre mil cuidados, y distraído entre tan variados negocios, tantas veces al
día oraba a Dios ¿qué defensa o qué perdón podemos nosotros obtener, que tanto
descanso tenemos y con todo no oramos continuamente, y esto cuando tan grande fruto
de ello habría de venirnos?
11 Ibid., 14-16.
3 Ibid., 16.
?' Salmo CXVIII, 164.
Porque es imposible, lo repito, es imposible que el hombre que ora con la debida
presteza y que constantemente se encomienda a Dios, caiga alguna vez en pecado. Y
cómo pueda ser esto, es lo que en seguida vamos a declarar. Aquel que tiene fervorosa
el alma, y ha levantado su pensamiento y lo ha pasado a las cosas celestiales, y de esta
manera se ha puesto a invocar a su Señor, y con la memoria de sus pecados habló con El
acerca del perdón, rogándole se dignara ser para con él manso y propicio, ese tal,
después de esa oración, ya ha dejado todos los cuidados de esta vida y se ha levantado
con la esperanza y se ha colocado por encima de todas las afecciones humanas. De
manera que si después de su oración se encuentra con su enemigo ya no lo verá como
enemigo; y si ve a una mujer hermosa, ya no le impresiona ni vence con su aspecto,
porque aún le dura en el interior aquel fuego que encendió con la oración, el cual aparta
de sí todo pensamiento indecente.
Pero, como por ser hombres, fácilmente caemos de nuevo en la tibieza una vez que ya
han pasado una o dos o tres horas de oración, cuando sientas que aquel tu fervor poco a
poco se va enfriando, vuelve a encender tu pensamiento. Y si esto lo vas haciendo
durante todo el día, enfervorizándote con frecuentes oraciones de cuando en cuando, no
darás al demonio ocasión alguna ni le presentarás entrada al interior de tus
pensamientos. Y así como al preparar la comida, si cuando habernos de beber
encontramos que el agua caliente ya se ha enfriado la volvemos a poner al fuego, y la
calentamos otra vez, de ese modo hay que proceder aquí, y hemos de poner nuestra
boca, como en unas brasas, en la oración, para que con este artificio la mente se
encienda de nuevo en la piedad.
Imitemos también a los que trabajan en las construcciones. Porque éstos, cuando han de
edificar una pared de ladrillo, a causa de la fragilidad del material, lo ciñen con unos
maderos, y esto en espacios no muy distanciados sino pequeños, a fin de que la trama de
los ladrillos quede más firme a causa de la frecuencia de los maderos. Pues procede tú
del mismo modo. Y así como aquéllos lo hacen mediante las ligaduras de los maderos,
así tú, interponiendo entre los negocios seculares las frecuentes oraciones, defiende tu
vida.
Si esto haces, aun cuando sean innumerables las tempestades que se te echen encima, ya
sea de tentaciones, ya de tristezas, ya de pensamientos molestos, ya de cualquiera otra
materia, no podrán echar abajo tu casa defendida y asegurada con tan frecuentes
oraciones. Pero, me dirás: ¿cómo puede ser que un hombre seglar y ocupado en
negocios forenses haga tres horas de oración cada día y acuda a la iglesia? ¡Puede
hacerlo y es cosa fácil! Porque, aunque el acudir a la iglesia no le sea fácil, puede con
todo, ahí en el foro y pegado a la puerta de su oficina, orar. Pues para esto más necesaria
es la mente que la boca, y más la atención del ánimo que el extender las manos. No
importa tanto la postura del cuerpo con que lo hagas, cuanto el afecto del alma. La
misma Anna fue oída no por sus intensos clamores sino por el interno afecto de su
corazón.
Porque dice la Escritura: Su voz no se oía, y el Señor la escuchó. 2* Esto mismo han
hecho otros muchos. Y mientras allá dentro el magistrado amenazaba y se exasperaba y
se enfurecía, ellos permaneciendo junto a las puertas de la oficina, tras de haberse
fortalecido con el signo de la cruz, y haber rogado brevemente dentro de sí mismos, una
vez que entraron, hicieron cambiar al hombre y lo aplacaron, y de irritado lo volvieron
manso. Y ni el sitio ni el tiempo ni lo tocante al silencio, les impidió hacer oración.
¡Haz tú del mismo modo! ¡llora amargamente! ¡trae a tu memoria tus pecados! ¡levanta
tus miradas al cielo! Di con el pensamiento: "¡Apiádate de mí, oh Dios!", y con esto ya
has hecho oración. Porque quien dice "apiádate" confiesa y reconoce su pecado, puesto
que es propio de los que han caído el buscar misericordia. El que dice "apiádate" ya
obtuvo el reino de los cielos. Porque a aquel de quien Dios se compadece no solamente
lo libra de las penas, sino que además le concede la posesión de los bienes futuros.
No busquemos excusas alegando no estar cerca la casa de oración. Ya que a nosotros
mismos, si vivimos con templanza, la gracia del Espíritu Santo nos hace templos de
Dios, de manera que por todas partes tengamos posibilidades de orar. Por 24 / Sam., II,
19. 208
que no tenemos nosotros un culto como el que antiguamente tenían los judíos, que era
de grandes ceremonias sensibles y necesitaba de mucho trabajo. En aquel culto, el que
había de orar tenía que subir al templo, comprar una paloma, tener a la mano leña y
fuego, y asistir con el cuchillo empuñado cerca del altar, y hacer otras muchas cosas que
estaban mandadas. Acá en el nuestro nada hay que a eso se parezca; sino que en donde
quiera que estuvieres tienes a la mano el altar y el cuchillo y la víctima: ¡tú mismo eres
altar, sacerdote y víctima!
Dondequiera que estuvieres puedes ahí levantar un altar con tal de que tengas una
voluntad vigilante, porque ni el sitio ni el tiempo te impiden, aunque no te arrodilles ni
te des golpes de pecho, ni levantes al cielo tus manos; con sólo que tengas fervoroso el
pensamiento, ya nada te falta para la oración. Puede la mujer, aunque tenga en la mano
el huso y esté tejiendo una tela, mirar al cielo e invocar a Dios con pecho inflamado.
Puede el varón, aun estando en la plaza o yendo de camino, orar atentamente. Lo mismo
puede hacer el otro sentado en su oficina y cosiendo los cueros levantar al Señor su
espíritu. Puede el siervo, mientras hace las compras y sube y baja y presta sus servicios
en la cocina, aunque no le sea posible ir a la iglesia, hacer una oración atenta y
fervorosa. No se avergüenza Dios por el sitio: una sola cosa exige, que es el fervor en el
alma y una mente llena de moderación.
Y para que veas que no se necesita de sitios ni de tiempos oportunos sino de un ánimo
recto y atento, ve a Pablo recostado en la cárcel, y que no puede tenerse derecho (porque
los grillos de madera no se lo permitían), cómo oraba con grande prontitud, así tendido
sacudió la cárcel y la conmovió hasta en sus cimientos y aterrorizó al guardia y luego a
éste una vez iniciado lo introdujo en los sagrados misterios. 25 También Ezequías, no
estando de pie ni de rodillas, sino recostado en su lecho a causa de la enfermedad y con
la cara vuelta hacia la pared, invocó a Dios con ánimo fervoroso y modesto, y apartó de
sí la sentencia dada ya contra él, y alcanzó grande ganancia y le fue devuelta su primera
sanidad.
Hechos XVI, 25-34.
Y puedes ver cómo esto ha sucedido no solamente a excelentes varones y santos, sino
también a los malos. Porque también el ladrón aquel sin estar en el templo ni de
rodillas, sino extendido en la cruz, con unas cuantas palabras logró el reino de los
cielos. Y el otro, arrojado a la cisterna cenagosa, y el otro expuesto a las fieras en la
cueva, y el otro encerrado en el vientre del cetáceo, todos ellos, habiendo invocado a
Dios, apartaron los males que los amenazaban y lograron la benevolencia divina.
Con estas palabras os exhorto a que frecuentéis las iglesias y a que oréis en vuestros
hogares con toda tranquilidad durante el descanso, puestos de rodillas y levantadas las
manos. Y si acaso el tiempo y el sitio en que estamos abunda en cantidad de hombres,
con todo, no por eso se ha de interrumpir la costumbre de orar; sino que, como
amonestaba a vuestra caridad, orad e invocad a Dios, ciertos del todo de que semejante
oración os alcanzará todo lo que deseáis. Y no he dicho esto para que lo alabéis y
aplaudáis, sino para que lo Uevéis a la práctica, y para que llenéis todo vuestro tiempo,
así nocturno como diurno y el dedicado al trabajo, con la oración.
Si de esta manera disponemos nuestras cosas, pasaremos seguros por esta vida presente
y conseguiremos además el reino de los cielos. Al cual ojalá se nos conceda llegar, por
gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, por el cual y con el cual sea la gloria al
Padre, juntamente con el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Amén.
7
VII HOMILÍA QUINTA sobre ANNA:
contra los que solamente acuden a la iglesia en las fiestas y qué cosa sea una festividad;
y contra los que acusan a la divina providencia porque en esta vida unos son ricos y
otros son pobres; y que la pobreza es útilísima; y que en todas partes trae ella consigo
grande gozo y seguridad más que las riquezas; y finalmente de Anna.
¡EN VANO SEGÚN PARECE, exhortábamos a los que estuvieron presentes en la
reunión anterior, a que permanecieran en sus hogares paternos y no se presentaran acá
mezclados con los que solamente se acercan a la iglesia en las festividades y luego se
alejaran! O mejor dicho ¡no en vano! Porque, aunque ninguno de ellos se hubiera
persuadido con nuestro discurso, con todo a nosotros nos queda íntegro nuestro premio
y estamos perfectamente defendidos delante de Dios. Conviene por esto que el
predicador aunque nadie le atienda, lance la simiente y ponga a rédito el capital, a fin de
que luego Dios lo exija, no de él sino de los banqueros, con su rédito.
Esto es lo que nosotros hemos hecho al argüiros, increparos, rogaros y amonestaros.
Porque para esto os trajimos a la memoria al hijo aquel dilapidador de los bienes
paternos, vuelto finalmente de nuevo a la casa de su padre; y os pusimos delante toda su
miseria, y aquella hambre, aquella ignominia, aquellos insultos y todo lo que de los
extraños sufrió, para con ese ejemplo haceros entrar en razón. Ni dimos con esto por
acabado nuestro discurso, sino que además les declaramos nuestra benevolencia paterna
para con ellos en no exigirles el castigo por la desidia, sino que los recibimos con las
manos tendidas, y les concedimos el perdón de sus faltas, y les abrimos las puertas del
hogar, y les pusimos la mesa, y los vestimos con el vestido de la doctrina, y usamos con
ellos de todos los cuidados. 1
Pero ellos no han imitado a aquel hijo, ni se apenaron de haber abandonado la reunión,
ni se quedaron en la casa paterna, sino que nuevamente se apartaron de ella. Era, pues,
propio de vosotros, de vosotros digo, los que siempre estáis a nuestro lado, el
regresarlos, y persuadirlos a que estén con nosotros en todas las reuniones y se hagan
así partícipes de la festividad. Porque, aunque ha pasado ya Pentecostés, pero no ha
pasado la festividad, pues toda reunión en la iglesia es una festividad. Y ¿cómo quedará
esto en claro? Por las palabras mismas que dice Cristo: Dondequiera que estuvieren dos
0 tres congregados en mi nombre, ahí estoy en medio de ellos.2 Pues cuando Cristo se
encuentra en medio de los que se han reunido ¿qué mayor argumento esperas de que
hay festividad? En donde hay enseñanza de la sagrada doctrina y oraciones y bendición
de los sacerdotes y se escucha la ley divina, en donde hay reunión de hermanos y unión
de sincera caridad, donde se habla con Dios y Dios habla con los hombres ¿cómo puede
suceder que no haya ahí fiesta y solemnidad?
1 Reminiscencias de la Homilía perdida o de otras intermedias. 3 Mat., XVIII, 20.
Porque la solemnidad no la hace la multitud de los que se reúnen sino la virtud; no la
riqueza de los trajes sino el adorno de la piedad; no la abundancia de los manjares, sino
el cuidado de las almas; puesto que la fiesta más excelente es la buena conciencia. Y, así
como en las fiestas seculares quien no tiene ni un vestido hermoso que ponerse, ni una
abundante mesa que participar, sino que vive en pobreza y en hambre y en extrema
necesidad, no goza del día de fiesta, aun cuando vea a la ciudad toda entregada a los
bailes, sino que, al revés, tanto más se angustia y se duele cuanto más ve a los otros
entre delicias mientras él está entre necesidades de todo; y en cambio un rico muelle y
que abunda en vestidos con que cambiarse y vive en suma prosperidad, aun fuera del
tiempo de las festividades cree disfrutar de perpetuos festivales, del mismo modo
sucede en las cosas del espíritu. El que vive en santidad y en buenas obras, aun sin
festividades vive en fiesta perenne, porque recibe un gozo puro, nacido de la buena
conciencia; pero quien vive en pecado y tiene conciencia de muchas malas obras, aun
cuando tenga fiesta carece de festival como el que más.
Según esto, podemos si queremos tener todos los días fiesta, con tal de que ejercitemos
la virtud y purifiquemos nuestra conciencia. ¿En qué es mejor la presente reunión que la
pasada? ¿Acaso no lo es únicamente en el tumulto y en el alboroto y no en otra cosa
alguna? Puesto que la participación de los misterios sagrados y la comunicación de las
demás cosas espirituales, como son las preces, la predicación, las bendiciones, la
caridad y las otras cosas, son el día de hoy las mismas, en nada aventaja a éste el día
anterior, por lo que a vosotros mira o a mí que os predico. Los que entonces nos oían
esos mismos nos van a oír ahora, y los que ahora están ausentes tampoco entonces
estaban presentes, aun cuando con el cuerpo se les viera presentes. ¡Ahora no oyen, pero
menos aún oían entonces! Y no solamente no oían sino que con su estrépito molestaban
a los que oían. De modo que, en consecuencia, entonces y ahora cuento yo con los
mismos oyentes en esta reunión, y el mismo concurso, y no es este día en nada inferior a
aquel otro. Más bien, si es que me permitís que diga algo llamativo, este día es mejor
que aquel otro, porque la predicación se tiene sin aquel estrépito, y la enseñanza se hace
sin aquel tumulto, y se oye con mayor reflexión por no impedir nuestros oídos ningún
alboroto.
Y no digo esto porque yo desprecie la multitud que entonces se reunió, sino para
persuadiros que no tengáis por ello dolor ni os contriste lo escaso de los que ahora
acudieron. Pues no buscamos que haya en la iglesia multitud de cuerpos, sino multitud
de quienes nos escuchen. Así pues, puesto que ahora tenemos el mismo número de
comensales que tuvimos entonces, con igual presteza os presentaré el banquete,
volviendo a la materia que nos impidió la festividad. Porque así como no era oportuno
el omitir en Pentecostés la conmemoración de los beneficios que en ese tiempo se nos
proporcionaron, por continuar la materia anteriormente tomada, del mismo modo ahora
que ya ha pasado la festividad de Pentecostés, es oportuno volver a continuar la materia
que anteriormente habíamos escogido, al querer hablaros acerca de Anna. Porque no
hay que mirar a que ya se han dicho muchas cosas, sino a si acaso llegamos ya al
término de la materia. Así quienes han encontrado un tesoro, aunque saquen de él
innumerables riquezas, no desisten hasta que las agotan todas, como que les es más
provechoso, no tanto el haber sacado ya mucho, sino el no dejar nada por sacar.
Pues, si los que andan locos por el dinero tan grandemente se preocupan por las cosas
que han de perecer y no permanecer, mucho más conviene que nosotros tengamos ese
mismo modo respecto de los tesoros divinos y no desistamos hasta haber agotado todo
cuanto ahí aparece. Y dije aparece, porque no nos es dado agotar todo cuanto ahí se
encuentra. La fuerza de las sentencias divinas es una fuente perenne que mana y jamás
se agota y nunca se extingue. Así pues, no nos cansemos. Porque no estamos
discurriendo acerca de cosas vulgares, sino de la oración, que es nuestra esperanza; de la
oración por la cual aquella mujer estéril fue hecha madre, y la que no tenía hijos fue
madre de una grande prole, y de triste quedó alegre por causa de aquella oración, por la
cual se reparó la naturaleza viciada, y se abrió la matriz antes cerrada y lo imposible se
hizo posible. Examinemos pues cada cosa de por sí y despacio, y expliquemos cada
frase, a fin de que, en cuanto sea posible, nada se nos escape.
Por esto hemos gastado dos discursos íntegros en solos dos de los dichos suyos. Fue el
primero: ¡Mi corazón se ha confirmado en el Señor! 3 Y luego el que sigue: ¡Mi
fortaleza se ha exaltado en mi Dios!4 Es, pues, lógico tomar ahora el tercero. ¿Cuál es?
Y ha abierto mi boca contra mis enemigos, porque esperé de El la salud.* Notad lo
perfecto de la oración. No dijo: "Mi boca se ha aguzado contra mis enemigos", porque
no se hallaba preparada para las injurias y los dicterios, ni para los oprobios y las
acusaciones, sino para la amonestación y el consejo, para la corrección y la enseñanza.
Y por eso no dijo: "Mi lengua se ha aguzado contra mis enemigos", sino se ha
ensanchado: gozo ahora de amplitud, ahora puedo hablar con libertad. Una vez echada a
un aldo la pena y el rubor, he vuelto a la Ubertad.
Pero tampoco ahora recordó a su émula, sino que bajo una expresión vaga e indefinida,
ocultó, como bajo una careta de teatro, la causa de su tan grande tristeza. Ni dijo lo que
muchas mujeres: "¡Dios la ha confundido! ¡El ha destruido y echado por tierra a esa
criminal y arrogante y grandilocuente". Sino que dijo con sencillez: "¡Se ha ensanchado
mi boca contra mis enemigos y me he alegrado en tu salud". Y no simplemente por la
salud, sino por ser salud de tu mano. Porque yo no me alegro de haber sido curada, sino
de haber sido curada por Ti; por eso me alegro y doy saltos de gozo.
¡Así son las almas de los santos! Más se alegran de Dios, autor de los beneficios, que de
los mismos beneficios; porque no lo aman por los dones, sino que aman los dones por
El. Y esto es lo que conviene que hagan los siervos agradecidos y los criados que
guardan memoria de los beneficios: es a saber, que antepongan a Dios a todas las cosas.
Tengamos también nosotros esta disposición: cuando caigamos en pecado, no tengamos
dolor porque se nos va a castigar, sino por haber ofendido a Dios; y si hacemos alguna
obra buena, no nos alegremos por el reino de los cielos, sino porque hemos agradado
con nuestra obra al Rey de los cielos. Porque aquel que piensa rectamente, más teme la
ofensa de Dios que todos los infiernos, y en más estima agradar a Dios que todos los
reinos.
1 Sam., II. 1.
Ibid.
Ibid.
Ni te admires de que convenga tener esta disposición respecto de Dios, puesto que
muchos hombres así se encuentran dispuestos para con los otros hombres. Muchas
veces tenemos hijos nobles; y si acaso en algo los herimos, aunque sea
involuntariamente, nos imponemos a nosotros mismos un castigo; y lo mismo solemos
hacer respecto de nuestros amigos. Pues si juzgamos ser cosa más dura el ofender a los
hijos o a los amigos que el sufrir un castigo, mucho más conviene tener estos
sentimientos respecto de Dios; y así se ha de estimar como cosa más grave que
cualquier infierno el haber hecho algo que a El le desagrade.
Así era el bienaventurado Pablo. Por esto decía: Estoy cierto que ni los ángeles ni los
principados ni las potestades ni las cosas presentes ni las venideras, ni la altura ni la
profundidad ni ninguna criatura podrá arrancarnos del amor a Dios en Cristo Jesús
Señor nuestro. 6 Y aun a los mártires, cuando los llamamos bienaventurados, en primer
lugar lo hacemos por sus llagas y después por las coronas que les esperan. Porque los
premios se dan por las llagas y no las llagas por los premios.
Del mismo modo Pablo se alegraba no tanto por los bienes que le esperaban, como por
los trabajos sufridos por Cristo, y decía y exclamaba: ¡Me gozo en mis padecimientos
por vosotros! 7 Y luego: ¡Ni solamente esto, sino que me glorío en las tribulaciones! s Y
también: Porque nos ha sido dado por Dios no solamente el que creamos sino el que
padezcamos por El? Porque verdaderamente es la gracia más grande el ser tenido por
digno de padecer algo por Cristo, y es corona perfecta y merced no menor que el premio
futuro. Esto lo conocen quienes saben amar recta y fervorosamente a Cristo.
6 Rom., VIII, 39-40.
' Col, I, 24. 5 Rom., V, 3.
' Filip., I, 29.
Y de esta clase era aquella mujer, que tenía un ardentísimo amor de Dios, y un
encendido cariño. Y por esto decía: "¡Me he alegrado con tu salud!" Nada tenía ella de
común con las cosas terrenas, sino que despreciaba todo auxilio humano y andaba
elevada con la gracia del Espíritu Santo, y en todas las cosas miraba a Dios, y en todos
los trabajos rogaba que de allá le llegara la salvación. Conocía, conocía claramente que
las cosas humanas, cualesquiera que ellas sean, imitan la naturaleza de aquellos que las
proporcionan; y que nosotros constantemente necesitamos del auxilio divino si
queremos anclar en terreno firme. Por esto ella siempre se refugiaba en Dios. Y cuando
Tecibía algún beneficio más se alegraba por ser Dios el autor del beneficio, y le daba
gracias, y decía: ¡No hay santo como Y ave! ¡no hay justo como nuestro Dios! ¡no hay
santo como Tú! 10
Como quien dice: "Su juicio es irreprensible y su sentencia infalible y rectísima" ¿Has
visto cómo piensa una alma agradecida? No dijo en su interior: "¿Qué tiene de grande lo
que he recibido, o qué he recibido más que los otros? ¡Lo que hace tiempo posee mi
émula con abundancia, eso yo, apenas con grande esfuerzo y lágrimas y oraciones y
súplicas finalmente lo he venido a conseguir!" Sino que, como sentía bien de la
providencia divina, no exigía a Dios cuentas ni porqués de su beneficencia, como
muchos lo hacen, y cada día traen ajuicio a Dios. Si ven al uno rico, si al otro pobre, no
se cansan de hablar en contra de la providencia de Dios. Pero ¿qué es lo que haces, oh
hombre? No te permite Pablo juzgar a tu consiervo cuando dice: No juzguéis antes de
tiempo hasta que venga el Señor, 1 1 y tú ¿traes a juicio al Señor, y le pides razón de sus
hechos y no te horrorizas ni espantas?
Pero yo te ruego que me digas ¿qué perdón alcanzarás o qué excusa tendrás, siendo así
que cada día y cada hora tienes experiencia de su providencia, y con todo, a causa de la
desigualdad que observas entre los pobres y los ricos, condenas toda su buena
ordenación, y esto con injusticia? Porque si hubieras querido, como era lo conveniente,
examinar con atención profunda estas cosas, aunque no hubieras tenido ningún otro
argumento de la divina providencia, ciertamente habrías podido apreciarla,
precisamente por las riquezas y la pobreza. Si se suprimiera la pobreza, perecería toda la
organización de la vida, y se perturbaría toda la forma de convivir. No habría ni
marineros ni patrones en las naves, ni agrícolas ni constructores, ni tejedores ni
zapateros, ni carpinteros ni herreros, ni curtidores ni pasteleros, ni en fin ningún otro de
los oficiales. Y en no habiéndolos, todo iría a la ruina.
10 1 Sam., II, 2.
11 1 Cor., IV,. 5.
Ahora, en cambio, la necesidad, nacida de la pobreza, a la manera de una maestra, urge
a todos el trabajo aun a pesar ?de ellos mismos. Mas, si todos fueran ricos, todos
vivirían en el ocio, y así todo perecería y se acabaría. Por lo demás, esos hombres con
sus mismas palabras pueden ser redargüidos y reducidos al silencio, pues ¿por qué,
pregunto yo, acusas a la providencia divina? ¡Porque uno tiene más y otro menos
dineros! Entonces, si yo te pruebo que en las cosas de suma importancia y en que más
se apoya la vida, todos (los hombres) son iguales, necesariamente tendrás que aprobar
todas las cosas ordenadas por la divina providencia. Porque si de que en una cosa es
mejor la condición de los ricos, como es en poseer riquezas, deduces tú que no existe la
providencia, entonces, si se descubre que todos gozamos igualmente no de una sola cosa
y tan vil, sino de muchas y mayores aún con mucho, quedará por aquí manifiesto que
estás tú obhgado, por esta razón, a asegurar, aunque no lo quieras, que existe la
providencia divina.
¡Ea, pues! ¡vengamos con el discurso a las cosas en que se apoya nuestra vida sobre
todo, y examinémoslas con diligencia y veamos si en ellas tiene más el rico que el
pobre! Por ejemplo: el rico abunda en vinos de Tasos y en otras muchas bebidas
artificiosamente confeccionadas y aptas para causar placer. Pero en cambio, todos
tienen a la mano las fuentes de las aguas, lo mismo los pobres que los ricos. ¡Tal vez
esta igualdad os ha causado risa al oírla. ¡Pues escucha cuánto mejor sea la naturaleza
del agua que la de cualquier clase de vinos, y más necesaria y más útil; y con eso
corregirás tu parecer y entenderás las verdaderas riquezas de los pobres. Si el vino se
suprime, en realidad no se sigue un gran detrimento, a no ser únicamente para los
enfermos. En cambio, si alguien suprimiera las fuentes y el elemento de las aguas,
echaría abajo toda nuestra vida y acabaría con todas las artes; y no podríamos sobrevivir
ni siquiera por dos días, sino que todos moriríamos con un género de muerte miserable
y durísimo.
De manera que en las cosas necesarias y que forman el substrato de la vida, el pobre no
es inferior; más aún, si hemos de decir algo que os admire, es superior al rico. Porque
muchos ricos conocemos faltos de salud a causa de los placeres, que tienen que
abstenerse, por lo común, del uso del agua. En cambio el pobre puede gozar por toda su
vida de las corrientes y acercarse a ellas como a fuentes de miel, y correr hacia los
riachuelos cristalinos, y recibir de ellos un sano y verdadero placer. Pues ¿qué diremos
de la naturaleza del fuego? ¿Acaso no es más útil que mil tesoros y más que todas las
riquezas humanas? Pues este tesoro está también igualmente puesto a disposición del
rico y del pobre. Y la utilidad que para nuestros cuerpos nace del aire y de la luz del sol,
¿acaso está más a disposición del rico que del pobre, de manera que aquél vea con
cuatro ojos y éste solamente con dos? ¡Nadie puede afirmar esto! Porque ambos la
disfrutan con igual medida. Más aún: también aquí es mejor la parte que le toca al
pobre, porque éste tiene los sentidos más vigorosos y el ojo más aguzado y más
excelente la virtud perceptiva.
Por esto los pobres disfrutan de un placer más verdadero y se deleitan más con la
contemplación de las criaturas. Pero no solamente en cuanto a los elementos, sino en
todos los otros naturales servicios de las criaturas verás que hay grande igualdad; más
aún, hasta cierta prerrogativa en favor de los pobres. Por ejemplo: el sueño, que es más
suave que todas las otras delicias y más necesario y más útil que toda otra clase de
alimentos, es más fácil para el pobre que para el rico. Y no solamente más fácil sino
más tranquilo también. Porque éste, como vive entre delicias, previene el hambre con el
alimento, la sed con la bebida, con el sueño la necesidad de dormir; con lo que el mismo
se priva de todo placer; porque el placer que producen esas cosas no consiste tanto en la
naturaleza de ellas, cuanto en la necesidad de usarlas.
No el vino de suave olor ni la bebida deleita propiamente, tanto como el beber agua a
quien tiene sed. No tanto agrada el comer pasteles, como el comer cualquier alimento a
quien tiene hambre, ni tanto el recostarse en un muelle lecho como el acostarse
oprimido por el sueño: cosas todas que más se dan entre los pobres que entre los ricos.
Y las cosas tocantes a la salud corporal y a todo bienestar ¿acaso no son comunes
igualmente a pobres y ricos? O ¿puede alguno decir y probar que los pobres siempre
están enfermos y los ricos siempre gozan de próspera salud? ¡Lo contrario es lo que
suele verse: que los pobres no fácilmente se enferman de enfermedades incurables, sino
que de ordinario las enfermedades es en los cuerpos de los ricos en donde hacen su
agostp! Porque ciertamente la gota y los dolores de cabeza y la pesadez y los incurables
desórdenes nerviosos que ya contraen o ya distorsionan todos los nervios, y los fluidos
malos de todas clases y corruptores, mucho más atacan a los delicados y a los que
huelen a ungüentos que a quienes trabajan y se ejercitan y con el diario trabajo se ganan
el sustento.
De manera que son más miserables que los mendigos aquellos que viven entre delicias,
cosa que ellos mismos no pueden negar. Con frecuencia el rico, reclinado en muelle
lecho y entre los servicios de todas clases de sus siervos y de sus criadas, al oír por la
ciudad el clamor de un mendigo que pide un poco de pan, gime y con lágrimas ruega ser
como ése, con tal de encontrarse sano en vez de estar entre delicias pero consumido por
la enfermedad. Y no sólo cuanto a la buena salud, sino también respecto a la felicidad
de tener prole, verás que los ricos en nada son mejores que los pobres; porque de una y
otra parte suele haber o abundante o ninguna prole, sin diferencias. Aunque más bien
también en esta parte aparece inferior el rico.
Porque el pobre, aunque no llegue a ser padre, no lo siente tanto; en cambio el rico,
cuanto más aumentado ve su caudal, tanto más se angustia con la esterilidad, y por el
ansia de tener heredero no disfruta de gozo alguno. Por otra parte, la herencia del pobre,
aunque éste muera sin hijos, como por ser escasa no vale la pena de pleitearla, pasa a los
amigos o parientes. Mientras que la del rico, como atrae sobre sí los ojos de muchos, no
raras veces acaba por ir a dar a las manos de los enemigos del difunto. Y como éste, ya
durante su vida advierte que así sucede, lleva una vida más molesta que la misma
muerte, porque teme que a él le va a suceder otro tanto.
Y por lo que mira a la muerte ¿acaso en esto no hay también una igualdad? ¿Acaso no
perecen de muertes prematuras así los ricos como los pobres? Y luego, después de la
muerte, ¿acaso no se corrompe del mismo modo el cuerpo así de los unos como de los
otros? ¿no se convierte en ceniza y polvo y no engendra gusanos? Dirás que los
funerales no son semejantes. Pero ¿qué utilidad tiene eso? Porque cuando al difunto lo
tiendas sobre abundantes telas preciosas, recamadas de oro, ¿qué otra cosa has hecho
sino acumular mayores envidias y acusaciones contra él? ¡Abres las bocas de todos en
su contra, y le preparas infinitas maldiciones y recriminaciones de avaricia; porque cada
cual estalla de indignación y maldice al muerto porque ni aun después de su muerte ha
dejado de andar tras de los dineros!
Añádese otro mal. Y es que eso incita los ojos de los ladrones. De manera que cuanto es
mayor ese aparato, tanto mayores ocasiones tiene el difunto de ser injuriado. Porque al
cadáver de un pobre nadie se cuida de ir a despojarlo, y está defendido por la pobreza
misma de su vestido. En cambio con el del rico, se echa mano de llaves y cerrojos y
puertas y guardias, y todo en vano porque con la codicia de las riquezas no hay cosa a la
que no se atrevan quienes ya están acostumbrados a semejantes fechorías. De manera
que el mayor honor acarrea al difunto mayores injurias y mientras aquel a quien tocaron
funerales humildes, yace intocado en su honor y en su sepulcro, el otro a quien se le
hicieron solemnísimos es despojado y violado. Y si acaso evade esta injuria, ni aun así
es mejor que el pobre, sino en que su corrupción es más amplia y presenta mayor pábulo
a los gusanos.
¿Y estas cosas, pregunto yo, son tales como para que a los ricos se los llame felices?
Pero ¿quién habrá tan miserable y lleno de penas que por tales cosas vaya a juzgar a un
hombre digno de envidia? No es esto sólo. Sino que recorriendo las demás cosas, una
por una, y examinándolas con diligencia, encontraremos que hay que preferir los pobres
a los ricos. De manera que considerando todo esto y refiriéndolo a otros (puesto que
dice la Escritura da ocasión al sabio y se hará más sabio); 12 y reteniéndolo
constantemente en la memoria, o sea que los dineros no dan a sus posesores otra cosa
sino cuidados, solicitudes, angustias, temores y peligros, no juzguemos nuestra
condición en nada inferior a la de los ricos.
12 Prov., IX, 9.
13 Tanto la comparación entre la pobreza y las riquezas como el modo de
contraponerlas fue un tópico o lugar común entre los santos Padres, como puede verse,
v.gr.: en san Basilio en su Homilía "Obsérvate a ti mismo". A los modernos no les
parecen suficientemente probativos los argumentos aducidos, y encuentran algo de
infantilismo o sencillez patriarcal en ellos.
Y si somos vigilantes, nos encontraremos en mejor situación no solamente cuanto a las
cosas de este siglo, sino también en las otras que son divinas. Porque mejor se
encuentran entre los pobres que no entre los ricos el gozo, la seguridad, la buena fama,
la salud, el recto modo de vivir, la buena esperanza, y son más raras las ocasiones de
pecar. 13 Así pues, no murmuremos como los siervos ingratos, ni acusemos al Señor,
sino démosle gracias por todo; y no estimemos cosa alguna como mal si no es el
pecado, ni a cosa alguna como buena si no es la justicia. Si de esta manera pensamos, ni
las enfermedades ni la pobreza ni la ignominia ni cosa alguna semejante nos causará
molestia; sino que, tras de haber alcanzado de cada cosa un goce puro, conseguiremos
además los bienes ñituros, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, con el
cual sea la gloria al Padre juntamente con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos.
Amén.
8
VIII HOMILÍA acerca del sagrado mártir BABYLAS.
1 Fue pronunciada esta Homilía después de la tercera sobre Lázaro, y según parece, el
24 de enero. El año no puede establecerse con seguridad. Primero se le asignó el 387,
pero los argumentos no prueban eso. Es cierto que este santo sufrió el martirio, pero
cuanto a la causa y el modo de su martirio, parece que san Juan Crisóstomo los toma
más bien de los rumores populares que corrían. Padeció bajo la persecución de Decio.
Cuanto a los pormenores que narra el santo desde donde trata del suburbio llamado
Dafne hasta la ciudad de Antioquía, parece mejor informado. Más aún, fue testigo
presencial, lo mismo que sus oyentes de la situación en que se encontraba el templo de
Apolo, años después del incendio, que lo consumió.
QUERÍA YO EL DÍA DE HOY pagar la deuda que contraje anteriormente, cuando
estando en este mismo sitio, os la prometí. 2
1 El texto griego dice iegoftágrvga o sea mártir sagrado y también obispo mártir; pero
consta que fueron los griegos de la edad media quienes añadieron esa palabra que no era
de uso en los tiempos primeros.
2 Se refiere a la Homilía tercera sobre Lázaro.
Pero ¿qué hacer? ¡El bienaventurado Babylas se nos aparece en el intermedio y nos
llama hacia sí, no precisamente lanzando su voz; sino que con el resplandor que despide
su rostro ha hecho que nosotros volvamos el nuestro hacia él. En consecuencia, no
llevéis a mal el retardo de la paga: que al fin y al cabo, cuanto mayor sea el lapso que
transcurra, tanto mayor será el rédito que se os aumente. Porque pagaremos este capital
con sus réditos, puesto que así lo ha dispuesto el Señor que lo entregó a la fidelidad de
nuestra guarda. Así pues, teniendo confianza en la seguridad en que está lo que se nos
entregó a rédito, puesto que intactos permanecen así el capital depositado como sus
intereses, no desechemos la ganancia que en el día de hoy se nos interpone; sino más
bien deleitémonos con las magníficas proezas del bienaventurado Babylas.
Y por lo que hace a la manera como fue consagrado obispo de esta nuestra iglesia, y en
qué forma supo llevar a salvamento esta nave sagrada, entre huracanadas tempestades y
marejadas, y cuánta libertad de espíritu haya mostrado cuando había de hablar con el
emperador,3 y cómo entregó su vida por sus ovejas y soportó aquel felicísimo degüello,
todo eso y otras cosas semejantes dejaremos que las digan los más ancianos de los
doctores y nuestro padre común.4 Porque los sucesos más antiguos pueden bellamente
referirlos quienes son más ancianos que nosotros; mientras que todo lo que más
recientemente y en nuestros tiempos sucedió, todo eso, yo, como más joven, os lo voy a
decir. Hablo de lo que sucedió después de la muerte del mártir, y de lo que después de la
sepultura sobrevino, mientras yacían todavía sus restos en el suburbio de la ciudad.O
¡Bien sé que los paganos se reirán de lo que os prometemos, puesto que os prometemos
hacer memoria de las proezas de un hombre que, tras de haber muerto y habérsele
celebrado sus exequias, fue sepultado!
3 No aparece claro a qué emperador se refiere. El perseguidor era Decio, el año de 250.
Las torturas fueron variadísimas.
4 En la festividad hablaron otros varios, entre ellos Flaviano.
5 Véase la Introducción ns. 1 y 6.
Pero, no por esto guardaremos silencio, sino que precisamente por esto vamos a hablar,
con el objeto de que una vez demostradas como verdaderas dichas hazañas, convirtamos
nosotros las burlas sobre las cabezas de los paganos. Porque de un hombre cualquiera,
cierto que no habría hazañas que referir después de su muerte, pero de un mártir muchas
y grandiosas las puede haber. Y esto lo haremos no para que él cobre un nuevo
esplendor puesto que no necesita que el vulgo lo glorifique; sino para que tú, oh
incrédulo, aprendas cómo la muerte de los mártires no es muerte, sino comienzo de una
vida mejor, y preludio de una compañía y trato más espiritual, y un cambio de lo que es
de inferior calidad a lo que es más perfecto. Pues no debes fijarte en que el cuerpo del
mártir yace tendido y privado de la energía vital de su alma, sino atiende a que una
energía superior a la de su misma alma se asienta ahora en él; esto es la gracia del
Espíritu Santo que demuestra a todos su futura resurrección por medio de los milagros
que verifica.
Porque si Dios ha concedido a los cuerpos muertos y en polvo deshechos una virtud
mayor que la de todos los vivientes, con mayor razón les concederá una vida mejor que
la primera, y más bienaventurada, cuando llegue el momento de la corona. ¿Cuáles son
pues sus hazañas? No os inquietéis si tomamos el agua de un tanto más arriba. Porque
también los que desean mostrar en toda su belleza las imágenes, una vez que han
apartado un poco de la tabla en que están pintadas al que las ha de contemplar entonces
finalmente se las descubren; y le hacen con esto más clara la visión de ellas mediante la
distancia. Soportad, pues, vosotros también, el que nosotros tomemos de más atrás la
materia de nuestro discurso.
Una vez que Juliano, aquel que a todos venció en la impiedad, hubo llegado al trono
real, y hubo tomado en sus manos el cetro de los que dominan, al punto levantó su
diestra contra el Dios que la había creado, y desconoció a su bienhechor. Y dirigiendo
desde lo bajo de la tierra sus miradas al cielo, comenzó a ladrarle, a la manera de los
canes rabiosos que igualmente ladran contra el que los alimenta y contra el que no los
alimenta. Más aún: se enfureció con una rabia mayor que la de los canes. Porque éstos
aborrecen y ponen en fuga por igual a los domésticos y a los extraños. Aquél en cambio,
a los demonios que son los enemigos de su salvación, los acariciaba y les daba todo
género de cultos, y en todas las maneras posibles les servía; mientras que al benéfico y
salvador, y que no había perdonado por él ni a su propio Unigénito, a ése lo odiaba y lo
aborrecía. Y a la cruz, que al orbe cuando estaba caído de bruces lo levantó y disipó en
todas partes las tinieblas y nos trajo una luz más brillante que los rayos del sol, a ésa la
burlaba.
Ni se contentó con esto su furia, sino que se prometía borrar de la faz de la tierra a la
raza de los galileos; porque así acostumbraba llamarnos. Aunque, si acaso pensó él que
el nombre de cristianos era aborrecible y venía siendo un título de grande deshonra ¿por
qué anhelaba avergonzarnos con un nombre extraño y no con ese de cristianos? Es que
sabía bien que el ser denominado como uno de los que tienen familiaridad con Cristo es
un grande honor no sólo para los hombres sino también para los ángeles, y para las
supernas Potestades. Y por esto, na dejaba cosa por mover para arrebatarnos ese honor y
acabar con la predicación.
¡Pero, oh infeliz y desdichado! ¡eso era imposible! ¡como es imposible destruir los
cielos y apagar el sol y sacudir y echar abajo los cimientos del orbe de la tierra! Ya de
antemano profetizó esto Cristo, cuando decía: ¡Los cielos y la tierra pasarán, pero mi
palabra no pasará! ° Mas, ya que no pudiste soportar a Cristo cuando hablaba, a lo
menos escucha la voz de los hechos. ¡Porque yo, habiendo sido tenido como digno de
conocer lo que significa esa palabra divina, y cuan fuerte y cuan invencible sea, estoy
convencido de que ella es más digna de fe que todo lo que hay en el orden de la
naturaleza y más que las experiencias de todos los sucesos; mientras que tii, que aún te
arrastras por la tierra y te hallas impresionado por los razonamientos humanos, debes al
menos recibir el testimonio que te dan los hechos. ¡Pero no voy a contradecirte, no voy
a discutir!.
Mat., XXIV. 35.
¿Qué es pues lo que los hechos pregonan? Dijo Cristo que era más fácil que el cielo y la
tierra perecieran que el que alguna de sus palabras pereciera. Contradijo a esto el
emperador y amenazó con destruir nuestros dogmas. Pero ¿en dónde está ahora ese rey
que tales cosas amenazó? ¡Pereció, se pudrió! ¡y en estos momentos está en el infierno
soportando el inevitable castigo ! ¿Dónde está en cambio Cristo, el que tales cosas
profetizó de antemano? ¡En el cielo, en posesión del elevadísimo trono de la gloria, a la
derecha del Padre! ¿Dónde están las blasfemas palabras del rey? ¿dónde su lengua
insolente? ¡Se convirtieron en polvo y ceniza y en alimento de gusanos! ¿Dónde está lo
que Cristo profetizó? ¡Brilla con el brillo de la verdad en los hechos; y, como desde una
columna de oro, resplandece mediante la comprobación de los sucesos! ¡Y eso que en
su tiempo nada omitió aquel rey en la preparación para guerrear contra nosotros; sino
que llamaba en su auxilio a los adivinos y ruidosamente convocaba a los
prestidigitadores y andaba lleno todo de demonios y de malvados espíritus!
Y ¿en qué paró al fin todo su culto? ¡En la destrucción de las ciudades y en la más
espantosa de todas las hambres. ¡Porque sabéis sin duda, y lo recordáis, cómo la plaza
estaba vacía de mercancías, y las oficinas todas alborotadas, pues cada cual procuraba
arrebatar lo primero que a la mano venía y de este modo escapar! Pero ¿qué digo el
hambre? Si las fuentes mismas quedaron privadas de sus aguas; fuentes que por sus
raudales eran superiores a los ríos. Y ya que hemos hecho mención de las fuentes, ¡ea!,
vengamos ya a los suburbios de Dafne; y convirtamos nuestro discurso a las preclaras
empresas del mártir. Cierto es que vosotros deseáis que se saquen al público aun las más
vergonzosas prácticas de los paganos. Pero, aunque yo también lo quisiera, mejor
hagámoslas a un lado. Puesto que en absoluto, donde quiera que se conmemore a los
mártires ahí se avergüenza a los paganos.
Pues bien: aquel emperador, habiendo subido al suburbio de Dafne, apretadamente
moKa con sus preces a Apolo, y le suplicaba, le rogaba que algo le profetizara sobre los
sucesos futuros. Y ¿qué hizo el dios, el gran vaticinador de los paganos? "¡Los muertos,
le contestó, me impiden hablar! ¡Desgarra las urnas, extrae los huesos, echa de aquí a
los muertos!" ¿Qué cosa puede haber más criminal que estos mandatos? ¡Establece
ahora el demonio leyes desacostumbradas, para despojar los sepulcros, y excogita
modos nuevos de echar a los huéspedes! ¿Quién oyó jamás que por ley los muertos
hubieran sido arrojados de sus sepulcros? ¿Quién supo de cuerpos sin alma a los que se
ordenara echar de su tumba, a la manera que éste lo ordenó, arrancando de raíz las
comunes leyes de la naturaleza?
Porque hay leyes comunes de la naturaleza que están vigentes entre todos los hombres,
las cuales ordenan que quien muere sea depositado en el sepulcro y entregado a la tierra
y devuelto a los senos de esta madre común. Y estas leyes jamás las derogó ningún
heleno, ningún bárbaro, ningún escita, ninguno ni aunque fuera más salvaje que ésos;
sino que todos las veneran y las guardan y son para todos sagradas y respetables. Pero el
demonio, arrojando la máscara, públicamente y a cara descubierta, emprende la lucha
contra las leyes comunes de la naturaleza.
"¡Son, exclama, los muertos, una mancha pecaminosa!" — ¡No son los muertos una
mancha pecaminosa, oh malvadísimo, sino que tu determinación es la abominable! Y si
acaso conviene incluso decir algo que cause admiración, diré que más detestables son
los cuerpos de los vivos, cuando están llenos de pecados, que no los de los muertos.
Porque aquéllos obedecen a las órdenes de las almas, mientras que estos otros yacen
inmóviles; y lo que yace inmóvil y privado de sus sentidos, suele estar libre de toda
recriminación. Aunque a la verdad, yo diría que ni los cuerpos de los vivos son por su
naturaleza abominables; sino que en todas partes, lo abominable es la voluntad perversa:
¡ella es la digna de todas las recriminaciones!
¡No es mancha pecaminosa un cuerpo muerto, oh Apolo! ¡Lo es el perseguir a una
doncella que quiere vivir en castidad, lo es el cometer estupros y el llorar porque se es
rechazado en tan infame acción! ¡Esto sí que es digno de recriminaciones y castigos! 7
Por cierto que hubo entre nosotros los cristianos muchos y grandes profetas que
vaticinaron acerca de las cosas futuras; pero nunca ninguno de ellos ordenó a quienes lo
consultaban que desenterrara a los muertos. Por el contrario, Ezequiel, como se
encontrara junto a los huesos mismos, no solamente no le impedían ellos en nada para
vaticinar, sino que él los revistió de carne y nervios y piel y así los llamó a la vida de
nuevo. 3 Y Moisés, no teniendo los huesos de un cadáver precisamente cerca de él, sino
llevándolos consigo, profetizó las cosas que estaban por venir."
7 Alusión a la fábula helena de Apolo y Dafne.
8 Ezequiel, XXXVII.
9 Exod., XIII, 19.
Y con razón sucedía esto. Porque las palabras de ellos don eran del Espíritu Santo;
mientras que las de estos otros, fraude son y mentira que en modo alguno puede
ocultarse. Puesto que por lo que hizo el emperador queda en claro que todo eso no eran
sino añagazas y pretextos, y que a quien temía el demonio era al santo mártir Babylas.
Porque el rey, habiendo dejado en sus sepulcros todos los otros cadáveres, únicamente
sacó el de este mártir. Pero si el emperador hacía esas cosas porque aquel cadáver era en
realidad una abominación, y no más bien porque lo temía, lo que debía haber hecho y
ordenado era que se hiciera pedazos la urna y se la arrojara al mar, o la llevaran a un
desierto, o la destruyeran con cualquier género de perdición: porque con esto habría
indicado su abominación. Esto fue lo que hizo Dios cuando a los israelitas les habló de
las abominaciones de los paganos: ordenó que sus estatuas fueran destruidas en
pedazos, y no que fueran llevadas desde los suburbios al centro de la ciudad tales
manchas de pecado.
Fue pues retirado el cuerpo del mártir, pero el demonio ni aun así se sintió tranquilo;
porque al punto mismo vio que mover los huesos del mártir era posible, pero huir de las
manos del mártir no era posible. Apenas la urna fue llevada a la ciudad, cuando de lo
alto se desprendió un rayo sobre la cabeza de la estatua de Apolo, y todo lo
consumió. 10 Y por cierto, ya que antes no, a lo menos entonces era conveniente que el
impío rey se irritara y desatara sus iras contra la iglesia del mártir. ¡Pero no se atrevió!
¡tanto fue el terror que de él se apoderó! ¡A pesar de que veía cómo el incendio era
insoportable y de que conocía perfectamente la causa de él, nada hizo ! Ni es esto
solamente lo admirable, el que no destruyera la iglesia, sino que ni siquiera se atrevió a
techar de nuevo el templo de Apolo. Porque sabía bien que aquella ruina era obra de la
divinidad, y temía que si alguna otra cosa meditara contra el mártir, atraería aquel fuego
sobre su propia cabeza.
Véase la Introducción n. 6.
Por este motivo soportó la desolación, soportó ver el templo de Apolo a plena
desolación reducido. Porque no hubo otra causa de que no reparara lo destruido, sino
únicamente el terror, por el cual quedó inmovilizado; y esto a pesar de que veía cuan
grande ignominia echaba con eso sobre la cabeza del demonio, y cuánto honor
proporcionaba al mártir. Porque ahora, los muros estaban ahí en pie, como un trofeo, y
lanzaban una viva voz, más penetrante que la de una trompeta, que narraba a los que en
Dafne habitaban y a los que en la ciudad vivían y a los que de lejos llegaban y a los
hombres presentes y a los venideros, todo lo que había sucedido, con sólo su aspecto:
¡el combate, el encuentro, la victoria del mártir!
Porque cualquiera que vive lejos del suburbio, y viene y contempla la iglesia privada de
la urna del mártir, y el santuario de Apolo sin techo, naturalmente investiga el motivo de
ambas cosas, y luego se aparta de ahí llevando el conocimiento de toda la historia.
¡Estas son las hazañas del mártir, llevadas a cabo después de su muerte! Por esto yo
juzgo bienaventurada a vuestra ciudad, puesto que habéis demostrado tan singular
fervor por este santo. Porque al tiempo en que la urna regresaba a la ciudad de nuevo
desde Dafne, toda la ciudad se derramó hacia el camino, y quedaron vacías de varones
las plazas, de mujeres las casas, de doncellas las recámaras: ¡tan apresuradamente
salieron de todas las edades y de todos los sexos desde la ciudad, como quien sale a
recibir a su padre que regresa, tras de largos tiempos, de una lejana peregrinación!
Por cierto que vosotros lo entregasteis a aquella muchedumbre que igual celo mostraba
por honrarlo; pero el favor divino no permitió que allá permaneciera definitivamente,
sino que lo hizo pasar de nuevo el río, 11 a fin de que fueran muchos los sitios que
quedaran llenos del suave olor de la santidad de mártir. Y una vez que acá llegó, no
había de quedar solo, sino que al punto se le dio un compañero y conmilitón dotado de
sus mismas costumbres. Porque fue hecho copartícipe de la misma prelacia y mostró la
misma libertad de expresión en tratándose de la piedad; y por esto, alcanzó también el
mismo domicilio, y, según parece, no fue en vano un imitador de este mártir. Porque por
muy largo tiempo trabajó aquí enviando cartas al emperador continuamente y
enfrentándose con los magistrados y suministrando al mártir los auxilios corporales.
Porque sabéis bien y recordáis cómo en el tiempo del estío, cuando el calor del sol
estaba en su plenitud, iba diariamente con su séquito al templo del mártir, no
únicamente como espectador, sino para tomar parte en los trabajos que se iban
haciendo. Pues muchas veces él personalmente cargó las piedras, y estiró las maromas,
y adelantándose a los mismos oficiales, cuando hizo falta alguna construcción, él al
punto la atendió. ¡Sabía bien, sabía cuan grandes premios le estaban reservados por ese
motivo! Por esto perseveraba en el servicio de los mártires, no solamente
construyéndoles brillantes mansiones, sino celebrando sin interrupción sus festividades,
y en una forma todavía mucho mejor. ¿Cuál era? Imitando su vida, emulando su
fortaleza, y, en cuanto le era posible, conservando en sí mismo y llevando por todas
partes un vivo retrato de los mártires.
Porque ¡atiende! Entregaron aquéllos sus cuerpos a la muerte, pero éste entregó sus
miembros a la mortificación, cuando aún permanecía sobre la tierra; sufrieron ellos la
llama del fuego, éste apagó las llamas de la concupiscencia; lucharon ellos contra los
dientes de las fieras, pero éste aplacó en nosotros la ira crudeHsima de las pasiones. Por
todas estas cosas demos gracias a Dios: porque nos concedió mártires tan generosos y
además pastores dignos de los mártires, para consumación de los santos y
perfeccionamiento del cuerpo de Cristo, con el cual sea al Padre la gloria y el honor y el
poder, juntamente con el Espíritu Santo y vivificador, ahora y siempre y por los siglos
de los siglos. Amén.
u Se refiere al Orontes. Parece, por la expresión rov norafiov négav que los restos
fueron colocados en la barriada norte que quedaba más allá o al otro lado del Orontes.
9
IX DISCURSO acerca del bienaventurado BABYLAS;
y contra Juliano; y contra los gentiles. -No se cree que fuera este discurso pronunciado a
manera de una Homilía, lo primero por su excesiva longitud, además porque carece de
la doxología terminal típica del Crisóstomo, y finalmente, porque él mismo dice en uno
de los párrafos: "Por esto escribo estas cosas mientras viven aún los testigos ".-Es cierto
que todo este discurso está lleno de declamaciones y tropos y tiene un marcado sabor
retórico, y aun en algunas partes habla como quien se dirige a los oyentes. Pero esto era
costumbre incluso de los escritores. -Parece que lo redactó por el año 382.-Contiene la
historia del martirio de san Babylas, narrada de un modo declamatorio con
exageraciones y tropos y figuras, que no siempre dicen bien con la verdad y la certeza.
Parece que el santo se fio totalmente de los rumores populares: el martirio distaba
entonces ya más de un siglo.
NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, estando a punto de entrar en su Pasión y sufrir
aquella muerte productora de la vida, en aquella noche postrema llamó aparte a sus
discípulos, y entre otros muchos avisos, les dio uno con estas palabras: ¡En verdad, en
verdad os digo ! El que cree en Mí hará las obras que yo hago y aun mayores que éstas. 1
Muchos otros maestros hubo que tuvieron discípulos y que hicieron milagros, según se
jactan los helenos, pero nunca jamás ninguno de ellos se atrevió a pensar o decir cosa
semejante. Ni podría alguno de los helenos, por impudente que fuese, mostrar alguna
profecía o sentencia parecida que se hubiera proferido entre ellos. Lo más que aseguran
muchos de los helenos es que los obradores de prodigios muestran los espectros de los
difuntos y las sombras de los muertos, y que a algunos les repiten voces salidas de los
sepulcros. Pero ninguno se atreve a decir que alguno de los varones que entre ellos
vivieron, o de aquellos a quienes tuvieron por dioses después de la muerte, haya dicho a
sus discípulos sentencia semejante.
Juan, XIV, 12.
Y si queréis os diré el motivo de por qué, siendo así que en todas las demás cosas
impudentemente se vuelven charlatanes y mienten desvergonzadamente, con todo no se
han atrevido a fingir nada de esto. Es porque aquellos pestíferos hombres astutamente
observaron que quien quisiera hacer semejante engaño, convenía que dijera algo
probable y lleno de falacia y que por lo mismo no pudiera ser fácilmente redargüido.
Porque es costumbre que a los peces y a las aves que son más avisados, no se les
pongan delante los anzuelos desnudos, sino que se les capture encubriendo los anzuelos
con el cebo, y de esta manera se lleve a cabo prósperamente la caza de ambos géneros.
Pues si las redes estuvieran de manifiesto, ni los peces ni las aves quedarían presos en
ellas. Más aún: ni siquiera se acercarían a corta distancia; y entonces así el pescador
como el cazador se volverían con las manos vacías.
Teniendo, pues, aquellos filósofos como propósito el coger a los hombres como en una
red, no echaron al mar de esta vida un error enteramente escueto; sino que habiendo
fingido y confeccionado aquellas cosas con las que pudieran coger a los más
descuidados, no avanzaron más en sus mentiras por temor de propasarse demasiado, y
por miedo de que no fuera a suceder que el uso inmoderado de los fraudes siguientes
echara abajo los precedentes. Si hubieran asegurado que alguno de los suyos había
prometido una cosa semejante a la que el Salvador prometió a sus discípulos, habríanse
mostrado ridículos aun a los ojos de los que anteriormente ellos hubieran engañado,
puesto que ni siquiera podían fingir cosas verosímiles; ya que el predecir y llevar a cabo
cosas tales sólo pertenece a aquella bienaventurada potestad.
Y si pudieron los demonios en otro tiempo mostrar a los que habían engañado algunos
fantasmas, eso sucedió cuando la fuente de la luz aún no se había divulgado. Y en ese
tiempo, tanto por otros engaños como por los sacrificios mismos, quedó de manifiesto
que esas apariciones eran obra del demonio. Porque eso de que ordenara manchar con
sangre humana sus altares y ordenara a los padres que tales víctimas le prepararan, eso
¿qué género de locura no sobrepasa? Porque ellos que nunca se sacian con nuestras
desventuras ni ponen nunca término a la guerra que tienen contra nosotros, como si no
les bastara para saciar su odio con que las mujeres y los niños fueran inmola dos en sus
aras, en vez de los bueyes y las ovejas, inventaron aquel nuevo género de homicidio
malvado, y metieron la costumbre inaudita de semejante calamidad.
Y a quienes era conveniente que lloraran la muerte de los asesinados, a ésos los
persuadieron a que se ofrecieran a padecer tan mísera matanza; y con tal que no se
violaran las leyes suyas, impuestas después por los hombres, destruyeron a fondo las
leyes puestas por la misma naturaleza, y procuraron que la naturaleza luchara contra sí
misma, e instituyeron entre los hombres la más malvada de todas las muertes. Ya que
entonces a ningún enemigo temía nadie más que a sus propios padres. Y precisamente a
aquellos en quienes más debían confiar, a ésos, antes que a nadie, los aborrecían y los
tenían por sospechosos.
Esto hicieron, porque los nefandos demonios, por aquellas cosas por las cuales había
llevado Dios al conocimiento de este universo, o sea por la vida, precisamente por ellas
procuraba arrebatarles este don, constituyendo autores de la muerte a los mismos que
habían sido los autores de la vida; como si con esto declararan que nada habían recibido
de la benignidad de Dios, ya que no necesitaban de otros asesinos que de sus mismos
padres. A tales procedimientos, aunque de verdad los hubiera acompañado algún
milagro grande (pues no quiero mencionar los pequeños que se mostraron y de ningún
valor y llenos de muchas falacias); pues aunque de verdad hubiéranse efectuado grandes
milagros, ya lo que acabo de decir podía demostrar, a lo menos a quienes tengan sano el
entendimiento, quién era el que tales cosas hacía, cuan malvado, cuan perverso, y que
no dejaba cosa por hacer para derrocamos de nuestro estado. (2)
(2) Algún tanto alambicada parece la argumentación. El razonamiento se apoya en una
concesión hecha al adversario de algo imposible para mejor deducir la verdad de lo que
queremos probar: se le concede que podría quizá darse el caso de que a los sacrificios
humanos acompañara alguna demostración milagrosa. Y se argumenta que aun
concediendo eso, que de suyo es falso, el solo hecho de los sacrificios humanos basta
para demostrar que la religión que los ordene es del demonio.
Nada semejante a eso nos impuso nuestro Señor Jesús; sino que siendo admirable en sus
prodigios, y no menos admirable por sus preceptos que por sus prodigios, merece que se
le adore y se le crea como a Dios, de parte de todos. Porque, desde luego, esa impiedad
que he mencionado El la destruyó con su venida. Y lo que es más admirable aún: libró
de aquella feroz y cruel tiranía no solamente a nosotros que lo adoramos, sino también a
aquellos que con blasfemias lo acometen. Porque en adelante, ninguno de los gentiles se
ha visto obligado a ofrecer semejantes víctimas a sus demonios: ¡tan grande benignidad
desplegó Jesús para con nuestro linaje, de manera que proporcionó Dios a sus enemigos
mayores bienes que no males los demonios a sus amigos que los adoraban!
Porque los demonios obligaron a quienes los adoraban y servían a que les inmolaran a
sus propios hijos, mientras que Cristo procuró librar a sus propios adversarios de
semejantes mandatos; y no solamente procuró a sus discípulos la inmunidad de aquel
feroz ministerio y esta paz admirable que ahora tenemos, sino que la dio también a los
que le eran extraños. Manifestó de esta manera que aquellos tiranos eran enemigos y
destructores de todo nuestro linaje, puesto que ellos abusaban como de gente extraña
aun de aquellos que los seguían, porque en realidad les eran extraños. En cambio Jesús
era Rey, Criador y Salvador de todo el género humano, por lo cual perdonó a los
extraños como si fueran suyos propios.
La naturaleza humana era obra propia suya, como dijo uno ?de sus discípulos: ¡Vino a
los suyos, pero los suyos no lo recibieron! 3 Pero no es propio de la ocasión presente
referir toda su clemencia para con nosotros. Más aún: aunque alguno hablara durante
siglos acerca de ella, y aun cuando tuviera tan grande poder, como es justo que lo
tengan aquellas incorpóreas Potestades y Virtudes de allá arriba, ni aun así podría
dignamente tratarla. ¡Cuan bueno sea Dios solamente El lo conoce, porque solamente El
es así de bondadoso! ¡Ve, pues, ahora, las palabras que dice a los discípulos! ¡En
verdad, en verdad os digo: el que cree en Mí, hará las obras que Yo hago y otras
mayores que éstas! ¡No les hubiera conferido tan grande honor si no estuviera dotado de
tan grande bondad!
Juan, I. 11.
Y si alguno, movido por la duda, nos preguntara cuándo tuvo su cumplimiento este
oráculo, con tal que tome el Libro cuyo título es Hechos de los Apóstoles (aunque no
son los de todos, sino los de uno o dos de ellos, y de éstos apenas si narran unos pocos
hechos), verá cómo los enfermos yacían en sus lechos, y cómo las sombras de aquellos
bienaventurados, con sólo el contacto les daban la salud, y cómo muchos, posesos y
furiosos, quedaban libres — con sólo el contacto de los vestidos de Pablo — del demonio
que los estrujaba. Y si alguno dijera que todo eso era ficción y engaño y milagros
hechizos e increíbles, bastará con los milagros que actualmente suceden para cerrar su
boca blasfema y hacer enmudecer su lengua desenfrenada.
Porque no hay región alguna en el orbe de la tierra, ni ciudad alguna en donde no se
exalten estos milagros: ¡ciertamente, si fueran ficciones no serían así admirados y
celebrados! Y de esto vosotros mismos podéis dar testimonio. Porque no necesitamos ir
a buscar en otra parte el que se nos dé fe ni otros testimonios, puesto que vosotros
mismos, nuestros enemigos, lo demostráis. ¿Por qué, pregunto yo, muchos no conocen a
aquel Zoroastro ni a aquel Zamolxis ni aun de nombre, y más aún son poquísimos los
que saben que existieron? * ¿Acaso no es porque las cosas que de ellos se contaban eran
puras ficciones? ¡Y que se afirme que fueron varones graves y de peso, tanto ellos como
los que éstas fingieron! Solamente lo fueron para encontrar y ejercitar sus
prestidigitaciones, y éstos para hacer creíbles con sus discursos las mentiras de aquéllos.
Aunque todo eso se cuenta en vano, puesto que el argumento mismo se demuestra ser
malo y falaz; así como al revés, cuando lo que se cuenta es verdadero y cierto, en vano
se traen a colación cuantas cosas inventan los enemigos para destruir la materia de lo
que se cuenta. La verdad no necesita de ningún auxilio, sino que, aunque sean millares
los que se empeñan en destruirla, no solamente no queda destruida, sino que por los
hechos mismos de los que la impugnan resulta más espléndida y sublimada, y ella se
burla de los que de tal manera se fatigan y enloquecen.
Esos milagros nuestros, que vosotros llamáis ficciones, se empeñaron en destruirlos los
tiranos y los reyes y los sofistas irrefutables en sus discursos y los filósofos y los magos
y los prestidigitadores y los demonios. Pero, según las palabras del Profeta: Su lengua
se vuelve contra ellos; ° y sus heridas se parecen a las de saetas de niños. 1' Porque los
reyes sacaron tanto provecho de las asechanzas que nos tendieron cuanta era suficiente
para demostrar sus instintos de fiera, y cobrar esa fama delante de los hombres. Por su
ira contra los mártires, mientras se enfurecían contra la común naturaleza,
imprudentemente se volvieron objeto de infinitos oprobios. Y los filósofos y los agudos
retóricos, que tenían delante de muchos fama de probidad unos, de elocuencia otros, una
vez que emprendieron la lucha contra nosotros, cayeron en el ridículo y en nada se
diferenciaron de los niños que andan jugando.
(4) Cuanto a estos dos grandes hombres que cita el santo, baste con decir que a
Zoroastro se le tenía como el inventor de las artes mágicas y se decía de él que el mismo
día en que nació ya se rió: así lo referían Plinio, Eusebio y Suidas. Cuanto a Zamolxis,
era un discípulo de Pitágoras al cual los tracios lo tomaron por Cronos, según refiere
Herodoto (Lib. IV).
(5) Sahno LXIII, 9.
Porque ellos, de tan grandes multitudes de pueblos no pudieron atraer a su parecer a
ninguno ni sabio ni idiota, ni varón ni mujer ni párvulo. Al revés, sus escritos hasta tal
punto son dignos de risa, que de sus libros unos ya desaparecieron y otros apenas son
leídos o ya fueron destruidos; y si algo queda de éstos es entre los cristianos donde se
conserva: ¡tan lejos estamos de que con sus asechanzas sospechemos que nos han de
hacer algún daño! ¡Tanto nos burlamos de sus astutas acometidas contra nosotros! Si
nosotros tuviéramos cuerpos de diamante e incorruptibles, para nada temeríamos coger
en nuestra mano los escorpiones y las serpientes y el fuego, sino que más bien los
cogeríamos por ostentación. Pues del mismo modo, una vez que Cristo nos ha
proporcionado tan grandes ánimos y una fe tan firme, no tememos los venenos de los
enemigos que con nosotros guardamos. Puesto que si se nos ha ordenado que
caminemos por sobre las serpientes y los escorpiones y por encima de toda la tiranía de
los demonios, mucho más caminaremos por sobre los gusanos y las lombrices: ¡tan
grande distancia hay entre el daño de éstos y las malignas asechanzas del demonio !
¡Esto sea dicho por lo que mira a nuestras cosas! Por lo que hace a las vuestras, en
cambio, nadie jamás las ha impugnado ni perseguido. Porque no es lícito a los cristianos
destruir el error mediante la violencia y la opresión, sino mediante la persuasión y la
palabra y la mansedumbre: así es como se ha de procurar la salvación de los hombres.
Por esto, ninguno de los emperadores cristianos dio contra vosotros nunca decretos
semejantes a los que contra nosotros dieron los que adoraban a los demonios. Y con
todo, el error de los gentiles, a pesar de tener tan grande paz y de no ser perseguido
nunca por nadie, él por sí solo se fue extinguiendo y se desplomó, a la manera de los
cuerpos que, podridos por una enfermedad continua, se disuelven por sí mismos y
perecen.
* Ibid., 8.
De manera que, aunque esta satánica burla no se ha extirpado aún de toda la tierra, pero
los sucesos ya realizados son suficientes para confirmamos en la fe de los que luego
vendrán. Porque, una vez que se ha derruido la mayor parte de ellos en breve tiempo,
ciertamente que nadie moverá en adelante controversia sobre lo que falta por derruir.
Pues, si alguno observa que una ciudad ha sido capturada y sus muros abatidos y sus
palacios y teatros incendiados, lo mismo que sus calles, y que han muerto todos cuantos
se hallaban en la edad florida; si alguno observa los pórticos a medio quemar, y que
apenas quedan en pie algunas partes de unas pocas casas, y en ellas algunas mujeres ya
ancianas y niños; ese tal en forma alguna puede temer que el vencedor, que ha llevado a
cabo ya lo más difícil de la empresa, no pueda consumar lo que de ella le falta.
En cambio, la obra de los Pescadores no va por esos caminos, sino que cada día florece
más y más; y no ciertamente a través de una suave planicie hasta llegar a nuestros días,
sino a través de trabajos, de guerras y de batallas. Porque la gentilidad, como por estar
extendida por toda la tierra, hubiera llenado los ánimos de todos los hombres mediante
una grande fortaleza y desarrollo, al fin fue desarraigada por la virtud de Cristo. En
cambio, nuestra predicación no comenzó a tener sus enemigos al punto en que ya estaba
propagada por todas partes y firmemente arraigada, sino que desde antes de que se
afianzara y arraigara en los ánimos de los oyentes, desde sus principios mismos, se vio
obligada a presentar batalla contra todo el orbe de la tierra: Contra los príncipes y contra
las potestades y contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus
del mal. 7
Cuando aún no estaba bien inflamada la centella de la fe, ya se echaban sobre ella de
todos lados los ríos y los abismos. Y bien sabéis que no es lo mismo arrancar una planta
que ya desde innúmeros años ha echado raíces que otra que apenas ha sido plantada.
Pues, en aquella situación, y cuando la centella de la piedad aún era pequeña, como dije,
se echó encima, como una inundación, un piélago de enemigos; y con todo, en vez de
extinguirse ella, se hizo mayor y más resplandeciente; de manera que lo penetraba y
consumía todo rápidamente, y devastaba todo lo de sus adversarios, en tanto que ella se
levantaba por los aires a maravillosas alturas, a pesar de que la fomentaban varones de
ningún valor ni gloria. Porque esto no lo obraban las palabras y milagros de los
Pescadores, sino la virtud de Cristo que en ellos obraba.
Efes., VI, 12.
Puesto que de entre ellos, los que tales maravillas llevaban a cabo, uno, Pablo, era
fabricante de tiendas; el otro, Pedro, era un pescador. Y a tan débiles hombres jamás les
habría venido al pensamiento una tan enorme empresa que llevar a cabo, a no ser que
alguno los tenga por locos y mentecatos. Pero que no eran locos está claro por lo que
lograron con sus palabras, así como también por los que ahora los siguen y los
obedecen. ¡Jamás ellos de por sí habrían mentido ni fingido tales cosas, ni se habrían
vanagloriado ni jactado de ellas ! Pues, como al principio dije, el que quiere engañar
miente ciertamente, pero no miente de tal manera que todos lo puedan en seguida coger
en mentira. Porque si después de que acontecieron esas cosas y tanto testificaron su
verdad, así de los que en aquellos tiempos creyeron como también de los que después
en todas partes las celebraron, no solamente entre nosotros sino aun entre los bárbaros y
entre quienes son más feroces que los mismos bárbaros, todavía quedan algunos que
tras de tantas maravillas y por decirlo así tras del testimonio de todo, el orbe, no creen
en ellas, y muchos de éstos, sin siquiera examinarlas y sin que preceda investigación
ninguna las niegan, ¿quién, allá en los comienzos, antes de ver todos estos
acontecimientos, y no resguardado por ningún testimonio digno de fe, habría recibido la
fe? ¿Qué es lo que en esas circunstancias podía haberlos inducido a fabricar semejante
ficticia urdimbre?
Porque no tenían ellos confianza en el poder de su palabra (ni cómo hubiera sido esto
posible cuando uno de ellos ni siquiera conocía las letras en absoluto); ni tampoco se
fiaban de la abundancia de sus riquezas ¡ellos que a duras penas tenían lo necesario para
comer y tenían que vivir del diario quehacer!; ni se podían gloriar del esplendor de su
linaje ya que de uno de ellos ni siquiera conocemos el nombre de su padre, tan oscuro y
desconocido era, y de Pedro conocemos cierto al padre, pero él no aventaja al otro sino
en que la Escritura lo nombra, y esto por razón de su hijo. Y si alguno quisiera explorar
su patria y su linaje, encontrará que el uno era de Cilicia y. el otro natural de una ciudad
vulgar, o por mejor decir de un pueblecillo de ínfima categoría. Porque era aquel
bienaventurado varón de Betsaida, pueblecillo de este nombre en Galilea. Y si alguno
atiende a sus habilidades no encontrará cosa digna de honra ni grande. Porque
ciertamente el ser constructor de tiendas de campaña era todavía más honroso que el ser
pescador, pero con todo era más vil que cualquiera otra de las profesiones. ¿De dónde,
pues, de dónde, pregunto, habrían podido atreverse a ser comediantes de una tan grande
empresa? ¿en qué esperanza levantados? ¿en quién confiados? ¿Acaso en las cañas y en
los anzuelos? ¿acaso en las tijeras y en el aparejo de las barcas? ¡Oh locos! ¿no os
estrangularéis vosotros mismos? ¿no os arrojaréis a un precipicio al salir así a tan alta
empresa y expuestos a tan desemejante locura?
Supongamos, si os place, que lo imposible fuera una realidad posible, y que el que
partió del lago diga: la sombra de mi cuerpo ha resucitado a los muertos; y que el que
salió del taller de fabricar tiendas de campaña se jacte de lo mismo respecto de sus
vestidos. ¿Cuál de los oyentes era tan loco como para dar fe a tan grandes cosas
únicamente por sus simples palabras? Porque en ese tiempo ningún artesano dijo de sí
semejante cosa ni otro la dijo de él. Y eso que si nuestras cosas fueran puras ficciones
era verosímil que los que luego vinieran con mayor facilidad mintieran acerca de todo
esto. Porque los primeros no podían tener esperanza de que la mentira tuviera buen
suceso, apoyándose para esperarlo en el ejemplo de sus predecesores, mientras que los
que siguieron, mirando a los anteriores, se habrían atrevido al fingimiento con mayor
facilidad, a causa del ejemplo de sus antecesores que daría confianza a los sucesores.
¡Como si todos hubieran estado locos y fueran unos mentecatos y en todo el orbe de la
tierra no hubiera habido uno solo sano de mente, en tal forma que a cualquiera le fuera
lícito decir de sí mismo lo que se le antojara, y eso lo persuadiera a los demás!
¡Burlas son en verdad, y cosas de risa, las palabras necias de los gentiles! Porque del
mismo modo que si alguno quisiera alcanzar el cielo con sus saetas y lo hubiera de
desgarrar con ellas, o quisiera agotar el océano, como si pudiera con las manos vaciarlo,
no habría ninguno de entre los más cultivados de las ciudades que no se le riera, ni
ninguno de entre los más serios que no se condoliera de aquello derramando lágrimas,
así también, cuando los gentiles nos contradicen, lo propio es o reírse de ellos o
llorarlos. Porque intentan algo más difícil que quien espera horadar el cielo y vaciar
completamente el abismo de los mares. ¡La luz jamás será oscura mientras sea luz, y del
mismo modo nuestra doctrina jamás podrá ser refutada, porque es la verdad y nada hay
más fuerte que la verdad!
Entonces, cualquiera que no esté loco ni falto de seso, confesará que aquellas cosas
antiguas que oímos no son menos creíbles que las que ahora vemos presentes. Con todo,
para lograr una más completa victoria, vamos a referir un caso sucedido en nuestros
tiempos y ciertamente admirable. Y a fin de que no os perturbéis si os prometo contaros
un milagro realizado en nuestros días, comenzaré por una historia antigua. Pero no me
afianzaré en sola ella ni tomaré para una nueva narración cosas antiguas y ajenas de la
materia. Porque ambas historias están perfectamente ensambladas y no es posible
separar su juntura, como lo echaréis de ver, una vez que las oigáis.
Hubo un emperador, en el tiempo de nuestros antepasados, del cual no acertaré a decir
cómo se comportaba en las demás cosas; pero, una vez que hayáis escuchado el crimen
a que se atrevió, ya por ahí podréis deducir la ferocidad de sus costumbres en lo demás.
¿Cuál fue ese crimen? Como hubiera estallado una guerra, pareció a los que contra él
peleaban acabar con las hostilidades y poner fin a las mutuas matanzas y hacer las paces
y aplacar los terrores y quitar los peligros y limitarse cada cual a sus propios asuntos y
no ambicionar mayores posesiones. Porque era mejor gozar de medianos bienes sin
temor, que no anhelar otros mayores viviendo continuamente en miedos y zozobras, y
mientras se causaban daños a los enemigos, sufrirlos ellos a su vez.
Como hubieran pues determinado hacer del todo a un lado la guerra y pasar la vida en
paz, se pensó en confirmar mediante un pacto y unas condiciones legales dicha paz.
Entonces, tras de celebrar los tratados y haber dado y recibido los correspondientes
juramentos, se empeñaron los del partido del rey en persuadir al otro rey que a su hijo,
que era aún muy niño, lo entregara a los que anteriormente eran sus enemigos, como
una sólida prenda de paz, y que esto podría darles plena confianza y al mismo tiempo
podría ser un testimonio de la sinceridad de su propósito, es decir de que había hecho
sin dolo las paces con ellos.
Persuadido el otro rey con sus discursos, convino en entregarles a su hijo; según él
pensaba a sus amigos y socios y confederados, pero, según lo demostró el éxito último
del asunto, a una bestia la más feroz de todas las feroces. Porque este rey, una vez que
recibió al niño regio conforme a las leyes de la amistad y de la alianza, conculcó y
pisoteó todas las leyes juntamente: los juramentos, los pactos, el respeto a los hombres y
a la piedad con Dios y aun la conmiseración debida a la edad de aquel niño. Ni doblegó
a aquella bestia la juventud; ni los castigos que a tales crímenes suelen seguirse
apartaron del crimen a aquel hombre cruel; ni trajo a su memoria las palabras del padre
que le había entregado al niño, palabras que le había dicho al ponerlo en sus manos
rogándole al mismo tiempo que mucho cuidara de él y que a él lo constituía padre de su
niño, como si fuera de verdad su hijo, y suplicándole igualmente que lo alimentara y
educara como a tal, y lo hiciera digno de la nobleza de sus mayores. De manera que con
estas palabras puso al niño y unió la diestra del pequeño con la diestra del asesino, y así
se separó cubierto de lágrimas.
Nada de todo eso recordó aquel malvado, ni le dio peso en su ánimo; sino que, habiendo
hecho a un lado todo eso, cometió el asesinato más brutal de todos los asesinatos.
Porque este crimen es más atroz que dar la muerte al propio hijo, ¡A vosotros os pongo
por testigos! Porque sin duda no os habríais dolido tanto, si es que por mi afecto puedo
medir el vuestro, si hubierais oído decir que aquel hombre había dado muerte a su
propio hijo. Porque en este caso podría decirse que juntamente con la ley humana se
había quebrantado la ley natural. Pero en aquel otro caso concurrieron a la vez tantas
circunstancias que por su multitud parecen más graves que la misma ley natural. Pues
cuantas veces considero dentro de mí a aquel niño que no había cometido injusticia
ninguna, entregado por su padre, extraído de los palacios de sus mayores, que había
cambiado el bienestar doméstico, la gloria y el honor por una educación extraña, y todo
para que aquel criminal pudiera fiarse de los pactos celebrados; y lo veo luego odiado
de éste y privado del esplendor de su casa paterna en gracia de este rey, y finalmente
degollado por el mismo rey, me siento como poseído de sentimientos contrarios: al
mismo tiempo con el ánimo enternecido y a la vez inflamado, de donde nacen, de lo
primero la tristeza y de lo segundo la ira.
Cuando pienso en aquel criminal armado y que vibra la espada y coge al niño por el
cuello, y maneja sobre él la espada con la mano misma con que había recibido al niño
como un depósito, siento que estallo y me ahogo de ira. Y cuando miro hacia el niño
temeroso y temblando y lanzando profundos gemidos y llamando a su padre y
poniéndolo como causa de lo que le está sucediendo e imputando la muerte no a aquel
que le iba a meter la espada por la garganta, sino a su padre propio, y y que no puede ni
vengarse, ni huir, sino únicamente acusar a su padre, y veo cómo recibe el golpe y cae
palpitante y golpea el pavimento con sus pies y mancha con arroyos de sangre la tierra,
se me destrozan las entrañas, se me oscurece el pensamiento y se me derrama en los
ojos la oscuridad de un velo de tristeza.
Pero nada de esto sufrió aquella fiera; sino que, como si fuera a degollar un cordero o un
temerillo, así de impasible estaba en aquella matanza. Y luego el niño, tras de recibir la
herida, yacía muerto en el suelo mientras el asesino que lo había degollado se defendía
del crimen queriendo con sus hechos posteriores oscurecer los anteriores. Piensa quizá
alguno que voy a decir algo de su sepultura y a describir cómo el matador no dio a su
víctima ni siquiera un puñado de tierra. Pero ¡no! ¡Diré algo más atroz aún! Porque una
vez que manchó sus manos con la iniquidad de aquella sangre y llevó a cabo
públicamente aquel nuevo modo de tragedia, como si ningún crimen hubiera cometido
aquel impudente y más endurecido que las mismas piedras, se acercó a la iglesia de
Dios. 8
8 En vano se ha buscado quién sea este emperador al mismo tiempo cristiano y tan
cruel. Alguno quiso que fuera Numeriano, pero éste ni fue cristiano ni celebró ese
género de pactos con ningún rey bárbaro. Otros piensan que la historia narrada por el
Crisóstomo, y que va a utilizar largamente en este Discurso o Libro, se reñere al
emperador Filipo. Este dio muerte a Gordiano Augusto con el objeto de obtener el
reino; y una vez que lo obtuvo por tan mal camino, se presentó en Antioquía al tiempo
de la Pascua y quiso participar en los divinos misterios. Pero se decía que San Babylas
lo rechazó y le ordenó ir al sitio de los penitentes, cosa que el emperador hizo con toda
humildad, y tras de confesar sus pecados fue recibido en el santuario. Eusebio lo cuenta
pero como cosa oída de otros y no comprobada por él. Montfaucon cree que de esta
historia nació entre el pueblo la otra en la forma en que la presenta el Crisóstomo. Por lo
demás es necesario tener en cuenta que este Libro o Discurso lo escribió, según todas
las apariencias, en 382, o sea cuando estaba el santo viviendo entre los monjes en una de
las montañas de Antioquía. Es por lo mismo uno de sus primeros escritos y un como
ensayo en donde aún aparecen con demasiada evidencia y amplitud todas las artes de los
retóricos que él había estudiado. Sin tiempo ni oportunidad para dedicarse a examinar
las hablillas populares, las aprovechó para combatir a los gentiles, o más propiamente
los modos de pensar y proceder de Juliano el Apóstata, al cual se le está viendo a través
de todo el discurso aunque el santo no lo nombre. Finalmente, lo dicho explica también
el estilo del Libro que desdice mucho del estilo posterior del Crisóstomo, dedicado en
absoluto a las almas. Si de sus tratados primeros pudo decir Dom CeilUer que "el estilo
florido y las citas frecuentes de ejemplo tomados de autores paganos que en ellos se
encuentran, no permiten dudar de que san Crisóstomo los escribiera siendo todavía
joven" (véase la Introd., n. 9), con mucha mayor razón hay que decir esto acerca del
presente ensayo que tanto resabio tiene de escolar.
Se admirarán algunos de que no haya sido herido por un golpe bajado del cielo quien a
tales cosas se atrevió, y de por qué Dios no lo abrasó con un rayo del cielo, para que
antes que entrara en la iglesia, ardiera aquella cara desvergonzada con el fuego del rayo.
Pero yo, si es que estos pensamientos han venido al ánimo de algunos, los alabo y
admiro su fervor. Con todo, creo que falta mucho para darles una perfecta alabanza y
admiración. Porque por una parte se han conmovido con una justa indignación tanto a
causa del niño degollado como por las leyes de Dios tan temerariamente violadas. Pero
llevados del ardor de su ira no atendieron suficientemente a todo lo que se necesitaba:
porque hay en los cielos una ley muy superior a esta forma de justicia.
¿Cuál es esa ley? ¡La de no castigar inmediatamente al pecador, sino dar al delincuente
tiempo y espera para que pueda echar de sí el delito, y mediante la penitencia igualarse
con los otros que en nada pecaron. Y esto demostró en aquel malvado entonces Dios.
Pero, con todo, aquél en nada se aprovechó y permaneció sin enmienda. Mas como Dios
sea benigno, ni aun así abandonó a aquel rey ni dejó de hacer cuanto estaba de su parte,
sino que como a enfermo lo visitó y procuró el restablecimiento de su salud. Solamente
que aquél no quiso ya tomar la medicina, sino que al médico mismo que se le había
enviado para curarlo le dio muerte. Y la medicina y el modo de aphcarla fue el
siguiente.
Al mismo tiempo en que se llevaba a cabo aquel drama y crimen enorme y miserando,
había un varón eximio y admirable, si es que se le ha de llamar varón y no ángel, el cual
cuidaba de este rebaño y su nombre era Babylas. Este, pues, a quien por la gracia del
Espíritu Santo se había confiado esta iglesia, no diré que se aventajaba a EUas ni a Juan,
para no decir algo que pueda molestar; pero con todo, hasta tal punto se les acercó que
en nada era inferior a aquellos generosos varones. Porque no a un tetrarca de pocas
ciudades, ni al rey de una sola nación, sino al que gobernaba la mayor parte del orbe, es
decir a aquel rey sanguinario que mandaba sobre muchas ciudades y gentes sin número,
con un ejército copioso, y que en todos sentidos era temido, así por la grandeza de su
poder como por la ferocidad de sus costumbres; a ese, como si fuera un vil esclavo y de
ninguna estimación, lo echó de la iglesia con fortaleza tanta y tanta constancia, con
cuanta un pastor aparta de su grey una oveja enferma y roñosa, e impide de ese modo
que la enfermedad inficione al resto del rebaño.
Y esto lo llevó a cabo, para confirmar la palabra del Salvador que dice no ser siervo sino
quien comete el pecado, aunque lleve en la cabeza infinitas coronas y aunque parezca
mandar a todos los hombres de todo el universo; mientras que aquel que no tiene
conciencia de pecado, aunque está colocado entre los subditos, se ha de estimar que es
más rey que todos los reyes. Ordenó, pues, al punto el subdito al emperador, e hizo
juicio del que a todos dominaba y dio sentencia de condenación. Pero tú, cuando esto
oyes no lo pases de corrida. Porque ya esto sólo de que un subdito cualquiera ha echado
del vestíbulo de la iglesia a un emperador basta para despertar el ánimo de los oyentes e
impresionarlo.
Y, si quieres conocer el milagro en su integridad y cuidadosamente, no te quedes en las
simples palabras, sino pesa en tu interior el acompañamiento de guardias, los soldados
de escudo, los tribunos, los jefes que son alimentados en el palacio, los que están al
frente de las ciudades, el fausto de los que van delante del rey, la multitud de los que le
siguen y de los que van abriendo paso, y finalmente todo el conjunto de siervos. Y
luego, en medio de todos, considera al emperador que va entrando con inmensa pompa
y que por sus vestiduras parece aún más digno de honra, lo mismo que por la púrpura y
las piedras preciosas de que lleva salpicada la diestra hasta el arranque del manto, y
finalmente por la diadema en donde ellas resplandecen también desde su cabeza.
Y no te detengas aún en esta imagen, sino extiende tu imaginación hasta el siervo de
Dios, Babylas, y a su hábito humilde, y a su vestido vulgar y a su ánimo contrito y a sus
pensamientos del todo ajenos a la audacia. Y una vez que los hayas imaginado a .ambos
y los hayas comparado, entonces conocerás bien la alteza de aquel hecho maravilloso.
Pero, ¡no! ¡ni aun así comprenderás su totalidad! Porque las palabras no pueden
representar ni aquella libertad en el hablar, ni las voces, ni la presencia, sino solamente
el verlas en acción. Y cuanto a la serenidad de su ánimo, solamente puede bien
conocerla quien, como él, haya alcanzado el culmen de la confianza y de la franqueza.
¿Cómo se acercó aquel anciano? ¿cómo atravesó por entre los soldados? ¿cómo abrió su
boca? ¿cómo habló? ¿cómo corrigió al emperador? ¿cómo llevó su diestra hasta aquel
pecho hinchado aún y caliente con la matanza? ¿cómo rechazó a aquel homicida?
¡Ninguno de los crímenes cometidos por el rey lo aterrorizó ni lo apartó de su propósito!
¡Oh ánimo impertérrito! ¡oh mente sublime! ¡oh pecho celestial ! ¡oh constancia de
ángel! ¡Porque como si solamente estuviera viendo pintada en la pared aquella pompa,
así lo llevó todo a cabo aquel generoso varón! ¡Imbuido estaba en aquellos divinos
principios, de que las cosas de este mundo son sombra y sueño y aun menos y más
vanas que éstos! Por esto nada de ellas lo aterrorizó, sino más bien todas ellas lo
llenaron de confianza. Porque la vista de todas aquellas cosas, elevaba su mente al Rey
de allá arriba, que se asienta sobre los Querubines y contempla los abismos; al trono
aquel glorioso y excelso, al ejército celeste, a las miríadas de ángeles, a los miles de
arcángeles, al tribunal aquel tremendo, al juicio en donde no hay acepción de personas,
al torrente de fuego, al Juez mismo.
Y por esto, levantándose todo desde la tierra al cielo, como si se encontrara presente y
delante de aquel Juez, y lo oyera mandarle echar del rebaño sagrado al nefario asesino y
criminal, así lo apartó y lo segregó del resto de las ovejas, sin atender a cosa alguna de
las que parecían temerosas; y así, rechazándolo varonilmente, favoreció generosamente
las leyes de Dios que habían sido violadas, i Y cuánta debió ser la libertad que para con
los otros usó! Porque, quien al emperador le salió al paso con tanto poder ¿a cuál de los
demás iba a temer? ¡Por mi parte opino, o mejor dicho estoy persuadido de que aquel
varón nunca hizo ni dijo cosa alguna movido por el deseo de' agradar o por el odio; sino
que útilmente y con toda fortaleza resistió al temor y a la adulación, que es aún más
fuerte que el temor, y a otras cosas semejantes que abundan entre los hombres; y que ni
en un ápice pervirtió el recto juicio. Porque si el traje de un hombre, el modo de enseñar
los dientes cuando ríe, la forma de mover los pies cuando camina, son argumentos de
sus costumbres, mucho más pueden sus hechos preclaros manifestar con cuánta virtud
ha vivido en el resto de su vida. Porque no es solamente admirable por su valentía, sino
por haberla llevado a un grado tan alto y porque no la dejó que se propasara más allá de
lo debido.
¡Tal es la sabiduría en Cristo! ¡no permite excederse en el combate, sino que hace en
todo guardar la moderación! Por cierto que este varón hubiera podido propasarse, si
hubiera querido. Porque a quien había ya pospuesto toda preocupación de vivir (ya que
ni siquiera se habría acercado al emperador si de antemano no se hubiera armado con
este pensamiento) a ese tal le era ya posible hacer cuanto quisiera, hasta llenar de
ultrajes al emperador, y quitarle la diadema de la cabeza, y golpearlo con sus puños en
la boca cuando llevó su diestra al pecho. Pero nada de eso hizo: porque tenía el alma
adobada con la sal espiritual de la moderación. Y por este motivo, nada hizo que no
fuera razonable ni en vano, sino que en todo procedió conforme al recto juicio de la
sana razón.
No proceden así los sabios de entre los gentiles; los cuales jamás mantienen la
moderación, sino que en todas partes, por así decirlo, ostentan su audacia en el hablar y
en el proceder, y van o más allá o más acá de lo que es conveniente. De manera
que nunca quedan con fama de fortaleza, sino de dejarse llevar de afectos no razonables;
y así delante de todos, se les convence o de arrogancia y vana gloria cuando se exceden,
o de miedo cuando se quedan atrás. ¡No fue así aquel bienaventurado varón! Porque él
no hacía lo primero que inconsideradamente se le ocurría al pensamiento; sino que una
vez examinadas cuidadosamente las cosas todas, y temperados sus pensares conforme a
las leyes divinas, entonces las llevaba a efecto. Por esto mismo no hizo un corte
superficial, a fin de que no quedara en el cuerpo la mayor parte del miembro
inficionado, ni cortó más profundamente de lo que convenía, para no ir a echar a perder
la salud a causa del corte; sino que atemperando la herida con la enfermedad, así usó de
la medicina del modo más excelente.
Por esto, yo diría confiadamente que él estuvo limpio de la ira, de la desidia y de la
arrogancia, del deseo de la vana gloria, del odio, del miedo y de la adulación. Y, si se
puede usar de una paradoja, diremos que no nos admiramos tanto de este
bienaventurado varón que se atrevió a reprimir el furor del emperador, como de que
haya bien advertido en qué grado convenía hacer lo que hizo, y de que no haya hecho ni
dicho más de lo que convenía. Y que esto sea más de admirar que no lo otro, se ve
porque hay muchos que hicieron lo primero pero que no pudieron llegar a lo segundo.
Con frecuencia, muchos pueden hablar con libertad; pero el hacerlo a su tiempo debido
y con el modo oportuno, y con moderación y prudencia, esto sólo es propio de los
ánimos grandes y admirables.
Con libertad grande acometió Semeí con injurias al bienaventurado David y lo llamó
varón de sangre y homicida. Pero a esto yo no lo llamaría libertad de hablar, sino más
bien intemperancia de la lengua, y audacia, y contumacia, y arrogancia, y cualquier otra
cosa, menos libertad. Porque yo pienso que es propio de aquel que ha de reprender, el
abstenerse sobre todo de la audacia y de la arrogancia, y mostrar su fuerza únicamente
con la naturaleza de sus palabras y gestos. Así los médicos, cuando se hace necesario
cortar un miembro podrido y comprimir los hinchados, no se entregan a la curación
encendidos en ira, sino que entonces sobre todo procuran mantener sus pensamientos en
la conveniente moderación a fin de que no vaya a dañar a su arte la perturbación de su
ánimo. Pues, si el que quiere curar el cuerpo necesita de tan grande tranquilidad de
ánimo, ¿qué ha de hacer, pregunto, y qué debemos determinar del médico de las almas,
y cuánta mayor moderación requeriremos en él? ¡Mucha mayor ciertamente! ¡tanta
cuanta ostentó aquel mártir!
Porque éste, de tal manera rechazó al rey miserable de aquel sagrado recinto que nos
dejó cierto término y regla conforme a la cual procedamos, con la debida proporción, en
todas las cosas que debemos hacer. Parece que en aquella ocasión, no se llevó a cabo
sino solamente una obra buena; pero si alguno la examina cuidadosamente y la
considera, encontrará una segunda y una tercera ahí contenidas, y en fin, un grande
tesoro de utilidades. Porque ciertamente, el que entonces era rechazado era solamente
uno, pero los que de ahí sacaron ganancia fiieron muchos. Pues en todo su imperio, que
abarcaba la mayor parte del orbe, cuantos incrédulos había todos se admiraron y
quedaron suspensos, al ver cuánta libertad en el hablar había dado Cristo a sus siervos, y
se burlaron de la servidumbre propia, nada generosa y sí muy vil; y vieron cuan grande
diferencia había entre la nobleza de los cristianos y la bajeza de los gentiles.
Porque entre ellos, los que tienen a su cargo las cosas sagradas, más que a sus señores y
a sus ídolos sirven a los emperadores; de manera que por miedo de éstos se encuentran
sentados junto a los simulacros, hasta el punto de que los demonios perversos agradecen
a los emperadores los honores que a ellos se les tributan. Y por esto, en cuanto alguno
es constituido emperador y no concuerda en religión con ellos, si alguno entra en los
templos de los ídolos, observará a cada paso tendidas por los muros las telarañas y la
estatua del ídolo tan llena de polvo que no se le alcanzan a distinguir ni la nariz, ni los
ojos, ni otra alguna parte de su rostro, y que de los altares apenas quedan los restos, por
estar derribada la mayor parte de ellos, y que están tan llenos de abundante hierba por
todos lados que quien no sepa que se trata de altares pensará que son simples montones
de estiércol.
Y la causa de todo eso es la que anteriormente dije: con otros emperadores podían robar
y llenar el vientre mediante el culto de sus estatuas; mientras que ahora ¿por qué motivo
se han de molestar? Puesto que aun permaneciendo al lado de ellas y consumiéndose en
cuidarlas, no esperan de ellas ni el menor premio, pues son simples piedras y leños, y lo
que los empujaba a simular el culto suyo era el honor que los emperadores les hacían.
Por eso, cuando los emperadores son prudentes y adoran al Hijo de Dios, también a los
sacerdotes de los ídolos se les acaba ese honor.
No se tienen así nuestras cosas, sino de un modo enteramente distinto y contrario.
Porque cuando sube al trono imperial alguno que tiene la misma religión que nosotros,
entonces las cosas de los cristianos se tornan más descuidadas: ¡tan lejos están de
florecer con los honores! Pero cuando algún impío y que del todo nos aborrece y nos
causa infinitos males toma el imperio, entonces florece el cristianismo y se toma más
espléndido; entonces es el tiempo de los trofeos, de las coronas, de las alabanzas, y es la
ocasión de mostrar la fortaleza. Y si alguno dijera que aun ahora hay ciudades en donde
se da a los ídolos un culto igual al nuestro, en primer lugar son muy pocas las que de
ésas pueden contarse, pero a pesar de todo ni aun así harán vanas mis palabras, porque
permanece mi supuesto, ya que en ellas en vez del emperador tienen a los ciudadanos
que les proporcionan iguales honores.
Y la base de semejante culto son la crápula y los banquetes así de día como de noche, y
las flautas y los tímpanos, y la impudentísima libertad de hablar de cosas torpes y de
hacer obras más torpes aún, y de repletarse de vino y de alimentos hasta reventar, y de
proceder con absoluto desarreglo y resbalar hasta la más fea locura: ¡esos despilfarras
vergonzosos sostienen aún y continúan el error que se bambolea! Porque los más
opulentos reúnen a los que andan consumidos por el hambre y la pereza y los tienen en
el mismo grado que a los parásitos y a los perros ahmentados debajo de las mesas; éstos
hinchen sus vientres con las sobras de los inicuos banquetes, sin la menor vergüenza, y
así aquellos los administran como les da su gana. Nosotros en cambio, los que nos
apartamos de vuestras necedades e iniquidades, no alimentamos gratis a quienes se
mueren de hambre a causa de su pereza, sino que les aconsejamos que se pongan a
trabajar a fin de que así consigan su propio sustento y aun ayuden a otros. A los que
tienen sus miembros mutilados concedemos que reciban de quienes lo pueden
suministrar pero solamente el alimento necesario: la crápula, la embriaguez y toda esa
otra locura y torpeza, están prohibidas entre nosotros, y en lugar de esas cosas están
ordenadas la madurez, la castidad, la justicia, lo honorable, la virtud y la mutua
alabanza.
Las demás cosas de que se jactan los gentiles respecto de sus filósofos, sólo demuestran
vanagloria, audacia y obras propias de un ánimo pueril. Acá entre nosotros, nadie se ha
encerrado en un tonel, ni ha andado rodeando por el foro con vestidos de telas
desgarradas. Porque estas cosas, aunque parezcan admirables y lleven consigo muchos
trabajos y molestias, no son dignas de alabanza. Y es astucia propia del demonio el
sobrecargar a quienes le sirven con esos trabajos que atormentan a los por él engañados
y sobre todo los presentan como seres ridículos. Porque el trabajo de que no resulta
utilidad ninguna, no es digno de alabanza. Aun actualmente hay cantidad de hombres
perdidos y cubiertos de vicios que han hecho en público más cosas que aquel filósofo. 9
Porque unos se tragan agudísimos clavos, otros mastican y devoran su calzado; otros,
con perversos designios, hacen cosas más propias de criminales: cosas que son en
verdad mucho más admirables que el tonel y la vestidura desgarrada. 10
Nosotros no aprobamos estas cosas ni aquellas otras; sino que igualmente llamamos
miserables y deploramos así al filósofo aquél como a estos otros que andan exhibiendo
sus asuntos portentosos. Pero me dirás que ese filósofo usó de grande libertad de hablar
con el rey. ¡Examinemos, pues, esa libertad excelente de hablar, para ver si acaso ella
no es más inepta aún que el maravilloso tonel! ¿Cuál fue esa libertad? Cuando el rey
macedón avanzaba contra los persas, como se acercara al filósofo y le preguntara si
acaso necesitaba de algo, "De nada, le dijo el filósofo, oh rey! ¡sólo te suplico que no
me hagas sombra!" Porque entonces el filósofo estaba calentándose al rayo del sol. ¿No
os escondéis, oh gentiles? ¿No os ocultáis? ¿no desaparecéis y os hundís bajo tierra,
pues andáis pensando altamente de aquello de que más bien conviene avergonzarse?
¡Cuánto mejor hubiera sido que este filósofo, cubierto con una decente vestidura, se
mostrara como hombre de trabajo y pidiera al rey algo útil, que no el estarse sentado al
rayo del sol, cubierto de un manto raído, a la manera de los niños de pecho, a los cuales
la nodriza así coloca, con el mismo objeto de calentarlos, una vez que los ha bañado y
ungido con el óleo, exactamente como el filósofo se estaba sentado, a la manera de un
infeliz, y demandaba una gracia propia de cualquier viejecita!
* La referencia a Diógenes el Cínico es manifiesta. Nació en, Sínope, ciudad del Ponto
Euxino, en 413 a. C, y murió el 327. Se contaban de este filósofo una grande cantidad
de anécdotas a cual más extravagantes. Sin duda que el Crisóstomo conoció muchas de
ellas, pero aprovecha únicamente la más famosa y vulgarizada.
10 Véase lo que apuntamos en la Introd., n. 2.
Pero quizá te parece admirable aquella libertad en el hablar. Pues más aún: ¡ yo digo que
fue prodigiosa! Porque es conveniente que el varón probo mida todos sus actos por la
utilidad pública, y que de esa manera enmiende la vida de los demás. Pero pedir al rey
que no le hiciera sombra ¿a qué ciudad, a qué casa, a qué hombre o a qué mujer salvó?
¡Indícame el fruto que se siguió de esa libertad de hablar! Porque nosotros sí
demostramos las ventajas obtenidas con la libertad en el hablar de nuestro mártir. Y más
adelante las explicaremos con mayor amplitud aún.
Porque este mártir castigó al rey insultante sin hacerle injuria, en la forma en que era
lícito que un sacerdote lo hiciera, reprimió la soberbia hinchada de los príncipes, acudió
a las leyes de Dios que habían sido violadas, e impuso una sanción por la muerte del
niño, que es la más grave de todas las sanciones, a lo menos para quienes no están
locos. Os acordáis bien como cuando hablábamos del asesinato todos los oyentes se
enardecieron y deseaban haber a las manos a ese rey, y de alguna manera aparecer como
vengadores de aquella muerte. Pues esto fue lo que hizo aquel bienaventurado varón, y
así le impuso al rey la pena conveniente, pena con la que hubiera podido alcanzar la
conversión del rey, a no haber sido éste en tan gran manera necio. No le pidió al
emperador que se apartara del sol que lo calentaba, sino que lo arrojó, cuando
impudentemente se adentraba por los sagrados recintos y ponía todo en desorden;
exactamente como se hace con un perro o con un criado perverso cuando se les arroja de
la puerta de sus amos.
¿Veis cómo no era jactancia mía el deciros que Babylas demostraba ser los milagros de
vuestros filósofos obras de ánimos pueriles? Pero me dirás que aquel de Sínope fue un
varón temperante y que llevó una vida continente, ya que ni siquiera contrajo nupcias
ante la ley. ¡Bien! ¡pero añade tú la manera como fue y por qué motivo! ¡Sin duda que
no lo añadirás ! Más aún: de buena gana le quitarás la alabanza de continente antes que
sacar a luz el modo de su temperancia, pues tan lleno está de torpeza y deshonra. Y de
buena gana pasaría ahora a las puerilidades, trabajos inútiles y torpezas de los demás
filósofos. Porque, dime: ¿qué utilidad trae el gustar del semen humano ia como lo hacía
el Estagirita? ¿qué utilidad hay en unirse en matrimonio con su madre y sus hermanas
como lo determinó por ley el Prefecto del Pórtico o Estoa? Y también el Prefecto de la
Academia y su maestro, y lo mismo otros que son tenidos en mayor admiración,
demostraría yo que fueron aún más obscenos que éstos; y pondría al desnudo, sin usar
de ninguna alegoría, el infame amor a los jóvenes, del cual afirman ser honesto y formar
parte de la filosofía, si no fuera porque el discurso se nos alargaría demasiado; y porque
quiero tratar luego de otras cosas; aparte de que por el ejemplo de uno queda
suficientemente demostrado cuan ridículos eran los demás.
Puesto que cuando el principial de ellos y que parecía seguir lo más severo de la
filosofía, así por la seguridad con que hablaba como por la temperancia que mostraba,
hemos encontrado que era tan torpe, absurdo e inepto, puesto que dijo que era cosa
indiferente el devorar la carne humana, ¿qué objeto tiene el hablar contra todos los
demás, ya que el que estaba al frente de la institución y resplandecía más que los otros,
se nos ha mostrado tan ridículo, pueril y necio a todos nosotros? ¡Volvamos, pues, a lo
que íbamos tratando cuando emprendimos esta digresión!
(11) Creían aquellos infelices que de ese modo (lo mismo que en la sodomía) se
apropiaba, quien recibía el semen humano de las cualidades del otro.
En la forma dicha reprimió aquel varón bienaventurado a los infieles. En cambio a los
fieles los volvió más piadosos; y no solamente a los ciudadanos privados sino también a
los soldados, a los tribunos y a los Prefectos; y les hizo ver que delante de Cristo, desde
el emperador hasta el último de todos ellos, no son sino nombres simples, y que el que
anda ceñido de diadema no por eso está en mejor situación cuando se trata de la
corrección y el castigo de los pecados. Además, refrenó a los impudentes que decían ser
nuestras cosas nada más que fingimiento y engaño, y comprobó con las obras la
confianza en el hablar que tienen los apóstoles, y enseñó cómo en los tiempos pasados
tales varones se necesitaron, allá cuando la mayor abundancia de milagros Ies daba
también una mayor potestad.
Hay además un tercer hecho, preclaro y no vulgar. Y es que levantó el ánimo de los
futuros sacerdotes y reprimió el de los reyes; y declaró así que el sacerdote es más
verdaderamente Prefecto de las cosas de la tierra y de lo que en ella se lleva a cabo, que
no el que se reviste de púrpura; y que es necesario no permitir que semejante potestad se
disminuya, sino más bien despojarnos de la vida antes que de la dignidad que Dios
desde las alturas nos ha atribuido. Porque quien así muere, aún después de la muerte
puede ayudar a todos los otros; mientras que quien abandonare su puesto no solamente
no aprovechará a nadie después de la muerte, sino que ya durante su vida a muchos de
sus subditos los hará cobardes, y él resultará en extremo ridículo y vituperable delante
de los extraños. Aparte de que saldrá de este mundo con mucha deshonra y tristeza, para
ir a presentarse ante el tribunal de Cristo, desde el cual las Potestades a ello destinadas
lo conducirán a las llamas del infierno.
Por esto amonesta un sabio: JVo tengas respetos que sean en perjuicio de tu alma. 1 1 bis
Porque si al varón que ha recibido una injuria no le es cosa segura el disimular ¿de qué
suplicios será digno aquel que calla y se descuida cuando han sido violadas las leyes de
Dios? Pero además de todo esto, otra cosa, no menos buena, nos enseñó el mártir: que
conviene que cada cual cumpla con su oficio aun cuando de ello no se siga ventaja
alguna para otros. Porque ciertamente él no alcanzó ninguna ventaja para el emperador
de hablar con libertad; y con todo hizo íntegramente lo que a él le tocaba y no dejó por
hacer nada de lo suyo. Pero el enfermo, con su arrogancia, tornó inútil la pericia del
médico y con grande furia quitó de la llaga la medicina. Puesto que, como si no fuera
bastante con haber cometido el asesinato y el haberse luego acercado al templo de Dios
con impudencia, añadió un asesinato a otro asesinato; y como si pretendiera superar lo
pasado con lo que se seguía, y oscurecer las anteriores enfermedades con las nuevas por
10 que mira a la grandeza (porque tal es la locura del demonio que procura cosas
contrarias y éstas a la vez), procedió de tal manera que añadió algo preclaro ¡cómo no! a
ambas muertes: el que tuvieran entre sí una verdadera congruencia.
1 1 bh Eccli.j IV. 26. La crítica que el santo hace de los filósofos Diógenes el Cínico,
Aristóteles, Zenón el Citieo y Platón parece basada en las afirmaciones de Diógenes
Laercio, quien floreció en el siglo II de nuestra era y compiló una serie abundantísima
de sentencias de antiguos filósofos cuyas vidas nos ha trasmitido, en X Libros, "con
gran fidelidad, al parecer". Con todo, su rigor crítico no es muy grande. El desprecio
juvenil con que el santo trata a los filósofos — y en algunos puntos con sobrada razón —
nace de su celo.
La muerte primera, la del niño, fiie más miserable que la segunda; pero la segunda fiie
más criminal que la primera; es a saber, la del santo Babylas. Porque el alma que una
vez ha gustado el pecado, si carece de sentido moral, hace que la enfermedad se acrezca
notablemente. A la manera de una chispa de fuego que cae en un montón ingente de
materiales inflamables inmediatamente incendia lo primero que topa, pero no se detiene
ahí sino que en seguida consume lo demás, y cuanto más se inflama la llamarada tanta
mayor fuerza tiene para dañar lo que resta, de manera que la abundancia de leños a
donde ha llegado se convierte en amenaza y asechanza para los que luego ha de
inflamar, porque la llama con lo que ya está ardiendo se arma contra lo que en seguida
abrasará, así sucede con la naturaleza del pecado, pues una vez que ha llenado el
pensamiento de una alma y no hay quien extinga su fuego, yendo adelante se hace cada
vez más indómito y más oprimente. Y por eso muchas veces los pecados posteriores son
más graves que los anteriores, porque el alma, con la añadidura de los pecados
subsiguientes se levanta a mayor soberbia y desprecio de Dios, y por este camino
destruye su propia energía y aumenta la del pecado.
De este modo muchos, sin advertirlo, cayeron en toda clase de pecados por no haber
apagado la llama al principio. Del mismo modo aquel rey miserable añadió pecados más
graves aún a los pecados anteriores. Porque una vez que dio muerte al joven, del
asesinato procedió al sacrilegio contra el templo y luego se preparó a mostrar su
soberbia contra el sacerdote, avanzando siempre por el mismo camino; y se vengó del
santo y lo castigó por los beneficios que de él había recibido, ciñéndolo de hierros y
arrojándolo en la cárcel; y al que convenía admirar y coronar y honrar más que a un
padre lo obligó a padecer un encarcelamiento propio de malhechores y las molestias de
las ataduras.
De manera que, como iba diciendo, el pecado, una vez nacido y cuando nadie le estorba
el ir adelante, no puede después ya detenerse ni cohibirse: al modo como los caballos
furiosos, una vez sacudido el freno de los hocicos y derribados al suelo y tendidos boca
arriba en la tierra sus jinetes, resultan en exceso molestos para aquellos con quien se
topan; y luego, como nadie los reprime, van a dar consigo a los precipicios a causa del
ímpetu loco. Para esto el enemigo de nuestra salud arroja a esas almas a la locura; a fin
de que, abandonadas y sin que nadie se preocupe de su salvación, pueda él arrebatarlas
y destrozarlas y rodearlas de males sin cuento. Porque los que padecen enfermedades
corporales, mientras soportan que los visiten los médicos, tienen aún grande esperanza
de sanar; pero cuando han caído en frenesí y acometen con los pies y muerden a los que
tratan de sacarlos de su enfermedad, entonces tienen ya una enfermedad incurable; y
esto no por la naturaleza de la misma enfermedad, sino porque ya han quedado
desahuciados de aquellos que podrían librarlos del fi-enesí.
Pues a tal frenesí se arrojó este rey de que tratamos. Porque, habiendo aprehendido al
médico, cuando aún le estaba abriendo la llaga, al punto lo rechazó y lo alejó cuanto
pudo de su palacio. Y pudo entonces no solamente percibirse por los oídos el drama
aquel del rey Herodes, sino aun verlo efectuado delante de los ojos con mayor soberbia.
Introdujo el demonio en el mundo ese drama, pero con mayor publicidad y aparato: en
vez del tetrarca puso al emperador en persona, y en vez de un solo argumento uno doble
y ciertamente más vergonzoso que aquél. De manera que no solamente por el número de
los argumentos, sino además por la naturaleza de las cosas, este drama resultó mucho
más brillante.
Porque aquí no se violaban, como allá, las nupcias; sino que el demonio maligno tejió la
urdimbre no por una unión ilícita, sino por la muerte más malvada de un niño y por una
cruelísima tiranía y por una iniquidad no cometida contra una esposa sino contra la
santidad misma. Llevado, pues, a la cárcel aquel varón bienaventurado, ciertamente se
gozaba de las ataduras, pero se dolía por el daño del causante de ellas. Porque ni el
padre ni el entrenador, cuando resultan más famosos, aquél por un crimen o una
desgracia de su hijo, o éste por la de su alumno, reciben de semejante fama un gozo sin
tristeza. Por lo cual el bienaventurado Pablo decía a los de Corinto: Rogamos a Dios
que no hagáis ningún mal, no para que nosotros aparezcamos probos, sino para que
vosotros practiquéis el bien, y nosotros no seamos reprobos. 1" Pues del mismo modo,
para aquel varón admirable, más codiciada era la salud de su discípulo que el premio de
la cárcel; más codiciaba que el discípulo, entrando en razón, le privara de la gloria de la
cárcel; y más aún hubiera preferido que éste no se deslizara en aquel crimen. Porque no
anhelan los santos que se les tejan coronas mediante las desgracias ajenas; y si no lo
anhelan de los extraños en esa forma, mucho menos de los domésticos.
Por este motivo, David, después del triunfo y la victoria, lloraba y se lamentaba de que
ella hubiera estado unida a la desgracia de su hijo. Más aún: a los jefes que salían a la
batalla, les daba muchas órdenes para la salvación del príncipe, y reprimía a quienes
deseaban matarlo, con estas palabras: ¡Perdonad al joven Absalón! 13 Y tendido en
tierra lloraba y con gemidos y lágrimas llamaba a su enemigo. Pues si un padre tanto
ama a su prole, mucho más la ama un padre espiritual. Y que los padres en el espíritu
cuiden de su prole con más empeño que los padres según la carne, oye cómo lo dice
Pablo: ¿Quién desfallece y yo no desfallezco? ¿quién se escandaliza que yo no me
abraso? 14 Sin embargo, esto más bien nos da una idea de igualdad o equivalencia. Y
con todo apenas habrá padres que profieran tales palabras. Pero demos que los haya y
que lleguen a tanto. Vamos a demostrar lo que indica un cariño mayor. ¿De dónde lo
demostraremos? Pues por las palabras y las entrañas del Legislador. ¿Qué dice él?
¡Perdónales su pecado o bórrame de tu Ubro que tienes escrito! lu
11 Cor., Xni. 7. 2 Sam., XVIII, 5. H Cor., XI, 29. Exod., XXXII, 31-32.
Ciertamente ningún padre, en cuya potestad esté el gozar de bienes innumerables,
querrá ir al suplicio juntamente con sus hijos. En cambio, el apóstol, como quien vive la
vida de la gracia, presenta este afecto paterno en un grado mayor y esto por Cristo.
Porque no solamente querría sufrir juntamente con sus hijos el castigo, como Moisés,
sino que con tal que los otros pudieran alcanzar su salvación, optaba el daño para sí, con
estas palabras: ¡Porciue desearía ser yo mismo anatema de Cristo por mis hermanos,
deudos míos según la carne! lf> ¡Tan grande misericordia, tan grande caridad hay en los
santos! Por esto las entrañas de Babylas se atormentaban a causa de que veía
constantemente delante y amenazando la condenación del emperador. Puesto que esto
no lo hacía sólo porque se doliera del templo, sino llevado de su caridad para con el
emperador. Ya que quien injuria al ministerio y servicio divino, al ministerio mismo
nada le hace, pero él se enreda en males sin cuento.
Este era el motivo de que aquel padre amante de su prole espiritual, observando que
aquel rey que lo injuriaba y estaba lleno de ira, iba de precipicio en precipicio, cuidaba
de reprimir sus ímpetus brutales, como quien procura apartar a un caballo desbocado,
mediante el azote dado a la grupa. Pero aquel infeliz no le soportó; sino que tomando el
freno entre los dientes, y recalcitrando, y entregándose al furor de su locura, habiendo
ya hecho a un lado el juicio de la recta razón, se lanzó al abismo de la extrema ruina. Y
habiendo sacado de la cárcel al santo, ordenó se le condujera atado al suplicio.
Pero entonces, todo lo que sucedía era lo contrario de lo que se veía. Aquél que iba
atado, estaba suelto de toda atadura así de las de hierro como de las otras más pesadas
que son las solicitudes y los trabajos y las demás miserias que en esta vida mortal nos
rodean. Y por el contrario, aquel que parecía libre de todo hierro y diamantinas cadenas,
estaba atado con otros vínculos más recios, puesto que estaba ligado con las cadenas del
pecado. Ya próximo a la muerte, aquel bienaventurado varón ordenó que juntamente
con su cuerpo fueran sepultados los hierros; y con esto nos enseñó que aquellas cosas
que son al parecer ignominia, cuando se hacen por Cristo resultan honoríRom., IX, 3.
ficas y gloriosas; y que quien las sufre, lejos de reportar vergüenza por ellas, alcanza
gloria. En esto imitaba a Pablo, quien traía y llevaba sus cadenas y sus llagas y sus
ataduras de un lado para otro, gloriándose de ellas y gustando profundamente de lo que
otro se avergonzaría.
Y que en realidad otros se avergonzaran, nos lo manifestó el mismo Pablo en aquella
defensa que hizo de sí delante de Agripa. Porque como éste le dijera: ¡Por poco me
persuades que me haga cristiano!, Pablo le contestó: ¡Anhelo en Dios que por poco o
por mucho no solamente tú sino todos los que están presentes se hagan cristianos como
yo, excepto estas cadenas! " Y no habría añadido esto último si no les hubiera a muchos
parecido eso ignominioso. Porque los santos, como amantes de Dios, con grande
presteza abrazaban los trabajos por El, y por los trabajos cobraban mayor alegría. Y por
esto dice Pablo: ¡Me alegro en mis aflicciones! 18 Y Lucas dice lo mismo del grupo
entero de todos los apóstoles. Porque, tras de recibir muchos azotes, salían del tribunal
gozosos, dice, por haber sido hallados dignos de padecer contumelias por Cristo. 10
Y nuestro mártir, para que ninguno de los gentiles fuera a pensar que entraba en el
certamen contra su voluntad y forzado, ordenó que aquellos símbolos del mismo
certamen fueran sepultados juntamente con su cuerpo; y con esto demostró que ellos le
eran sumamente amables y gratos, porque todo él estaba colgado de la caridad de Cristo.
¡Yacen ahí, todavía ahora, los grillos, juntamente con sus cenizas, amonestando, y
amonestan a todos los prepósitos de las iglesias que aunque fuere necesario padecer
cadenas, la muerte y cualquiera otra cosa, todo ha de sobrellevarse con mucha prontitud
y con gozo abundante, de manera que en forma alguna traicionemos ni deshonremos la
libertad que en Cristo se nos ha donado. De esta tan brillante manera terminó su vida
aquel bienaventurado varón.
17 Act. Ap. XXVI, 28-29.
18Colos.,I, 24.
10 Ac. Apost., V, 41.
Piensa quizá alguno que aquí pondremos fin a nuestro discurso, ya que después de la
vida no hay ocasión alguna de ejercitar la virtud y las buenas obras; al modo como
sucede con los atletas, que una vez terminado el certamen, pueden ya ponerse a tejer las
coronas. Esto no sin razón lo piensan los gentiles, porque ellos han encerrado en los
términos de esta vida todas sus esperanzas. Pero nosotros, para quienes la muerte no es
sino el comienzo de otra vida más espléndida, estamos muy lejos de esa opinión y
creencia. Y que en esto tengamos nosotros la razón, lo demostraremos más claramente
en otro discurso. Ahora en cambio, los preclaros hechos llevados a cabo por el generoso
Babylas después de su muerte, pueden confirmar poderosamente la palabra del
Evangelio.
Por haber luchado por la verdad hasta la muerte, y haber resistido al pecado hasta
derramar su sangre, y no haber abandonado su puesto que le había señalado el gran Rey,
hasta dar su vida, y por haber muerto de una manera más preclara que cualquier atleta,
en adelante lo poseyó el cielo; pero el cuerpo que le había servido de instrumento para
el certamen, lo tiene la tierra. De manera que la naturaleza dividió a este atleta. Porque
podía haber sido trasladado, como Henoc, o haber sido arrebatado como EUas, puesto
que de ambos fue émulo. Pero aquel Dios clemente que nos ha proporcionado infinitas
ocasiones para nuestra salvación, juntamente con otros caminos, también nos ha abierto
éste, y tal que pueda excitarnos al ejercicio de la virtud, que consiste en dejar entre tanto
acá con nosotros las reliquias de los santos. Porque después de la fuerza de la palabra,
ocupan el segundo lugar los sepulcros de los santos, como medios de excitar las almas
de los hombres que los contemplan a su imitación.
Si alguno se acercare a esta gaveta, al punto percibirá sensiblemente su eficacia. Porque
esta vista del lóculo se entra en el alma y la conmueve y la hiere y la pone en tal
disposición que parece como si aquel cuyos restos aquí yacen juntamente suplicara y
estuviera presente y nos viera. Y con esto, lleno de alegría aquel que ha experimentado
esto, se aparta ya cambiado en otro varón. Y bien podrá darse cuenta de que el sitio
mismo suscita en la mente y en la imaginación de los que aún viven la imagen de los
difuntos, si piensa en que aquellos que se acercan para llorar, apenas se han acercado al
sepulcro, y como si vieran delante en vez de la simple urna a los que en la urna yacen,
comienzan inmediatamente a invocarlos desde el dintel mismo del martirio. Y muchos
hay que por padecer dolores intolerables, han puesto su domicilio perpetuo vecino a los
sepulcros de los mártires, cosa que no habrían hecho si no recibieran alguna consolación
con la sola vista del sitio. Pero ¿para qué hablo del sitio y de los sepulcros? Porque a
veces la sola vista del vestido de los que ya murieron o una palabra de ellos repetida
mentalmente levanta el ánimo y los decaídos pensamientos. Pues por este motivo Dios
nos dejó las reliquias de los santos.
Y de que yo no en vano repito estas cosas, sino de que en realidad así lo ha provisto
Dios para vuestra utilidad, pueden dar fe los milagros que cada día hacen los santos
mártires, y también la multitud de varones que concurren, y no menos que estos los
preclaros hechos de este mártir, obrados después de su muerte. Porque, una vez que fue
sepultado en la forma que ordenado había, y cuando había ya transcurrido mucho
tiempo desde que fue sepultado, hasta el punto de no quedar en el sepulcro sino los
huesos y la ceniza, tuvo el pensamiento uno de los que después llegaron a emperadores,
de trasladar la urna a este suburbio de Dafne; y tuvo este parecer, porque Dios le movió
el ánimo a hacerlo.
En efecto: como advirtiera que estaba este sitio amurallado, como con el poder de una
tiranía, por la lascivia de los jóvenes, de tal manera que había incluso el peligro de que
los más morigerados y que deseaban vivir honestamente, en absoluto lo abandonaran,
movido el emperador a misericordia por este daño, mandó a uno que vengara la injuria.
Porque hizo Dios amable y ameno ese sitio no solamente por la abundancia de sus aguas
y por sus naturales bellezas, sino además por su topografía y lo templado de su clima;
pero no exclusivamente para que con eso nos recreemos, sino también para que por ello
alabemos al excelente Artífice que lo hizo. Mas el enemigo de nuestra salud, que
siempre anda abusando de los dones de Dios para lo contrario de lo que son, ocupó
desde luego este sitio y lo entregó a las turbas de jóvenes disolutos y a las de los otros
demonios, y lo deshonró con una fea fábula; fábula por la cual este suburbio quedaba
consagrado en gracia del demonio. Y la fábula es como sigue.
Había una joven de nombre Dafne, hija del río Landón.
Porque para aquellos hombres que andaban errados, fue costumbre constante el
presentar a los ríos como engendradores y luego cambiar su prole de éstos en cosas que
carecen de vida, y fingir muchas cosas semejantes y portentosas. Y narran que en cierta
ocasión a esa doncella hermosísima la vio Apolo y quedó prendado de su amor. Y que
la doncella se echó a huir, con el objeto de escapar de aquel dios que la quería arrebatar,
y que finalmente ella se detuvo en este suburbio. Y que entonces su madre vino en su
auxilio a fin de que no fuera violada. Y que instantáneamente abrió su seno y recibió a
la virgen doncella. Y que luego dio a luz, pero no a la doncella sino una planta que lleva
su nombre. Y que aquel lascivo amante, como se viera defraudado en sus amores, se
abrazó con el árbol, y de esta manera tomó posesión y se adjudicó el árbol y al mismo
tiempo este lugar. Y que por esto el dios aquí vivía siempre de asiento, y prefería este
sitio a los otros que tiene sobre la tierra toda, y lo amaba más que a todos los otros.
Cuentan además que el rey que entonces aquí imperaba le construyó un templo y un
altar, a fin de que pudiera el demonio consolarse de su locura en este sitio. Tal es la
fábula. Pero el daño de la fábula nacido, ya no es simple fábula. Porque una vez que los
jóvenes disolutos contaminaron el sitio y su belleza, como ya dije, pasando la vida ahí
entre crápulas y embriagueces, el demonio, con el objeto de que esta maldad se
propagara de día en día, fingió dicha fábula y dejó ahí a uno de los otros demonios, para
que mediante esta historia, diera mayor pábulo al incendio de la lascivia e impiedad de
los jóvenes. Pues para extirpar tan grandes maldades, aquel sapientísimo emperador
escogió como medio el de trasladar allá a este santo y meter en medio de los enfermos
al médico. 20 Porque si mediante órdenes y mandatos imperiales hubiera querido
estorbar a los ciudadanos el camino hacia el suburbio, eso se hubiera tenido como un
acto de tiranía y de fiera crueldad; y si hubiera permitido que sólo fueran allá los probos
y moderados, y hubiera cerrado las puertas a los lascivos e intemperantes, el decreto
habría estado lleno de dificultades para su cumplimiento, y habría sido inevitable que el
mismo día nacieran los pleitos, al tener que investigar la vida de cada visitante.
20 No hay rastro por donde podamos conjeturar a qué rey se refiere. 260
Juzgó pues que la presencia de este santo varón sería fácil acabamiento a tantos males;
porque entendía que el mártir era capaz de destruir el poder del demonio y enmendar la
lujuria de los jóvenes. Y no se engañó en sus esperanzas. Porque tan luego como alguno
llega al suburbio de Dafne y distingue el dintel de la iglesia, de tal manera se compone
como un joven que advirtiera en el convite a su pedagogo que con la mirada le ordenara
comer, beber, hablar, reír guardando el debido decoro, y cuidar de no excederse en el
modo y así menoscabar su estimación. Y con esto el visitante, vuelto más religioso con
aquel espectáculo y representándose en su ánimo a aquel bienaventurado, luego se
apresura a llegarse a la urna. Y una vez que a ella se ha llegado siente mayor reverencia;
y después, despedida la pereza, sale tan ligero como si tuviera alas y así se aparta del
sepulcro.
Y a quienes encuentra por el camino, que van subiendo también desde la ciudad, con
igual moderación los envía hacia el descanso de Dafne, diciendo, casi con sus mismas
palabras, aquello de ¡Servid a Yavé con temor! ;21 y aquello otro del apóstol: Ya sea
que comáis, ya que bebáis o que hagáis cualquiera otra cosa, hacedlo todo a gloria de
Dios.22 Y los que bajan después a la ciudad, una vez tomado su alimento, si acontece
que han relajado el freno y han procedido con mayor libertad, y se han deslizado a la
crápula y a los goces, a ésos digo, una vez que llegan a su hospedaje, así ebrios, el
mártir no les permite tomar a sus casas bajo los efectos de la embriaguez, sino que les
mete temor y los vuelve a la misma temperancia que guardaban antes de hundirse en la
embriaguez. Porque a todos cuantos han estado en esa iglesia los envuelve como una
tenue aura o viento suave por todas partes; un viento suave, digo, no sensible, ni apto
para deleitar el cuerpo, pero que penetra el alma misma y la compone decentemente por
todos lados, y le quita todo el peso terreno, y, cuando estaba ya oprimida y cayendo, la
vuelve más liviana.
11 Salmo II, 11. 22/ Cor., X, 31.
U,
La belleza de Dafne atrae aun a los más tardos. Y entre tanto el mártir, como sentado a
la pesca, y poniendo emboscadas a los que entran, los va entreteniendo; y una vez que
ha dispuesto convenientemente sus ánimos, entonces finalmente los deja ir, de manera
que en adelante se porten con sus esposas amadas, no con insultos sino con
temperancia. Y porque los hombres, unos por la pereza y otros por el retraimiento a
causa de los negocios seculares no quieren ir a visitar las urnas de los mártires, dispuso
Dios que de este modo fueran cogidos en la red y gozaran de la curación y alimentos de
sus ahnas. De modo que sucede como si a un enfermo que rechaza los convenientes
medicamentos, se le engañara y se le ocultara la medicina debajo de un dulce
condimento. De esta manera, vueltos poco a poco a la sanidad espiritual, llegan a tal
punto que ya no únicamente por el placer sino por el deseo de visitar al santo toman
cualquier ocasión para ir al suburbio de Dafne. Más aún: los que son más temperados,
no van allá sino por este segundo motivo, y los que lo son en menor grado y tienen
menos virtud van por ambos motivos, y los que son aún más imperfectos que los
anteriores van únicamente por recrearse.
Pero una vez que se acercan y el mártir los ha convocado y los ha alimentado con lo que
le es propio y los ha armado bellamente, no permite que sufran daño alguno. Y es una
cosa tan admirable el ver que alguno, dado a la molicie o a la pereza, vuelve de allá
entregado a la templanza; y que sale como de en medio de un piélago de locura, como lo
es ver que alguno que ha caído en mitad de un horno sale de ahí sin que el fuego lo
dañe. Porque cuando la juventud con su audacia petulante y con el vino y la crápula
llena su pensamiento con más violencia que cualquiera llama, echa este santo varón un
rocío allá por dentro a través de los ojos, que baja hasta el alma misma y apaga el fuego
y extingue el incendio y pone en el ánimo una grande piedad. Este es el modo con que
aquel santo acaba con la lujuria y su tiranía.
Pero ¿de qué manera derrocó la potestad de los demonios? En primer lugar, inutilizó
aquel trono y aquella fábula dañina del diablo. En segundo lugar, al mismo diablo lo
arrojó de ahí. Pero, antes de referir el modo como lo arrojó, os ruego que advirtáis una
cosa: que el santo no expulsó de ese sitio a los demonios inmediatamente que se
presentó, sino que con su permanencia los fue inutilizando, adelantando así en su
negocio; hasta que les cerró la boca y los dejó mudos más que las piedras. Y no fue
empresa menor el dominar al demonio que ahí estaba establecido, que el echarlo de ahí.
Ahora, aquel que antes engañaba en todas partes a todos los hombres no se atrevía ni
siquiera a mirar hacia las cenizas del bienaventurado Babylas. ¡Tan grande es el poder
de los santos, cuya sombra misma y vestiduras, mientras viven, no las soportan los
demonios; y, cuando han muerto, tiemblan éstos incluso por sus urnas!
En consecuencia, si alguno no da fe a los Hechos de los Apóstoles, a lo menos, una vez
vistos estos otros hechos, deje por fin la altanería. Porque aquel que antes dominaba en
todas las cosas de los helenos, increpado por este mártir, como si éste fuera su amo, dejó
de ladrar y enmudeció. Y desde luego, pareció que por no poder ya participar en los
sacrificios y demás partes del culto, quedaba así mudo. Porque esta es costumbre de los
demonios: que mientras los hombres los adoran, con el olor de las víctimas y con el
humo de la sangre, ellos como perros sanguinarios y voraces, acuden ansiosos a lamer;
pero cuando ya nadie les ofrece tales cosas, entonces parece que se mueren de hambre.
Mientras se les ofrecen sacrificios, mientras se les celebran misterios obscenos, porque
los misterios de los paganos no son otra cosa que obscenos amores y corrupción de
menores y adulterios, y destrucción de las familias (pues dejo ahora a un lado los
asesinatos, costumbre siniestra, y los banquetes perversos, más aún que las mismas
matanzas); cuando, pues, esas cosas, digo, se les ofrecen, ellos están presentes y se
alegran, y eso aunque los que celebran los tales misterios sean unos malvados
charlatanes y agoreros pestilenciales: ¡más aún, tales son siempre quienes esos misterios
administran!
Porque un varón sobrio y prudente no admite ni la crápula, ni las embriagueces, ni
proñere palabras obscenas, ni presta voluntariamente sus oídos a quienes tales cosas
profieren. Y cierto convenía que el demonio, si cuidara de la virtud de los hombres y si
procurara aunque no fuera sino una mínima parte de la felicidad de sus seguidores, nada
buscara con mayor empeño que el que ellos llevaran una vida excelente y de probidad y
buenas costumbres, y que abandonaran todos esos torpísimos banquetes. Pero, como
nada anhela tanto como la ruina de los hombres, se alegra con aquellas prácticas, y
afirma ser honrado con ellas; prácticas que echan a perder la vida humana y suelen
acabar de raíz con toda clase de bienes.
Así, pues: anteriormente parecía que por aquellos motivos guardaba aquí silencio. Pero,
según quedó después manifiesto, fue porque se encontraba impedido por una fuerza
mayor y violenta. Porque el miedo que lo amenazaba, le impedía, a la manera de un
freno, usar en contra de los hombres su acostumbrada malicia. ¿Cómo se ve esto claro?
¡Pero no os turbéis! ¡Ya me apresuro a demostrarlo! Así ya no habrá lugar a que
procedan con impudencia los que andan meditando proceder así. Porque no lo podrán
hacer por lo que mira a las cosas antiguas, ni tampoco por lo que hace al poder del
mártir, ni por lo que mira a la debilidad de los demonios. Y para demostrarlo no
necesito acudir a conjeturas ni a cosas más o menos verosímiles, sino que os traeré el
testimonio del diablo mismo acerca de esto.
El demonio os infirió una herida mortal y acabó del todo con vuestra confianza. Pero
¡no os enojéis contra él! ¡no echó abajo todo su tinglado voluntariamente, sino que lo
hizo obligado por una fuerza mayor! Pero esto ¿cómo y de qué manera aconteció?
Había muerto ya aquel rey que hizo trasladar al mártir. Entonces el emperador que
anteriormente le había conferido la dignidad real, sin la corona, presentó al público
como nuevo rey al hermano del que había fallecido. Este recibió el mando pero sin la
diadema; porque su dignidad era igual a la de su hermano muerto. Sólo que este otro era
un charlatán, mago y malvado. Por esto, al principio simuló ser cristiano, por hacer
gracia al que lo había encumbrado al reino. Mas, una vez que éste murió también, echó
a un lado los tapujos y se desvergonzó e hizo pública la superstición que anteriormente
había ocultado en su pecho, y la manifestó delante de todos.*
* La oscuridad de este párrafo puede depender de que el Crisóstomo, dado al ascetismo
entre los monjes, estuviera desconectado de la historia política del Imperio; o bien a que
por ser los hechos bastante recientes quisiera de propósito envolverlos en oscuridad. La
realidad fue, en resumen, como sigue: Constantino el Grande murió en 337, cerca de
Nicomedia. Antes de morir repartió el imperio entre sus tres hijos (Constantino II,
Constante y Constancio). Constancio, para asegurar el trono a los tres, asesinó a los
medio hermanos y medio sobrinos y otros parientes de Constantino el Grande. Luego
Constantino y Constante riñeron y en Aquileya (340) pereció en la batalla Constantino
II. Constante quedó dueño del Occidente. En 350 Constante murió por una conspiración
militar a cuyo frente estaba Magnencio. Constancio venció a éste en 353 y quedó dueño
Al punto se enviaron decretos a todo el orbe de la tierra, para que se restauraran los
templos de los ídolos, se reconstruyeran sus altares, se dieran a los demonios sus
prístinos honores y se tuvieran muchos concursos de gentes que desde varios sitios
acudieran a visitarlos. Con esto, concurrían de todos lados los magos, los adivinos, los
charlatanes, los vates, los augures, los menagyrtas;23 por todas partes se abrían las
oficinas para encantamientos. Y se veía entonces el palacio real henchido de gente
infame y de criminales fugitivos. Porque los que anteriormente se morían de hambre y
los que habían sido aprendidos por suministrar venenos y hacer maleficios, y los
encarcelados y los condenados a las minas, y otros que apenas lograban adquirir el
alimento suficiente mediante el ejercicio de nada honrosas ocupaciones, y los sacerdotes
de los ídolos y los vates sacros improvisados, fueron al punto encumbrados a grandes
honores.
Por su parte, el emperador despedía por doquiera Prefectos y Jefes de milicias, sin oír
razones; y tras de sacar a los adúlteros y a las meretrices de las casas de asignación en
donde vivían, las llevaba consigo por todas las ciudades hasta los pueblecillos. El corcel
real y los pretorianos todos lo seguían a lo lejos. Y los hombres y mujeres, cultivadores
de la obscenidad, y todo el cortejo de adúlteros, rodeando al emperador que caminaba
entre ellos, paseaba por el foro, lanzando tales palabras y tales carcajadas cuales era
propio que lanzaran personas de semejante oficio. Sabemos que los pósteros van a
pensar ser del imperio. Entonces, procuró anular a Galo y a Juliano, quienes, como
descendientes de Constancio Cloro y de Teodora, podían aspirar al trono. Los hizo
educar por Ensebio de Nicomedia. Pero Juliano a ocultas bebió profundamente la
filosofía pagana y perdió la fe. Se inició en los misterios de Eleusis y sus maestros le
dijeron ser augurio de los dioses que restableciera el paganismo. Pero no tiró la máscara
hasta la muerte de Constancio (361), cuando quedó de emperador. Galo murió
asesinado. Constancio había hecho a Juliano César de las Gaüas en 355. Galo tenía el
mismo derecho. Fara el carácter de Juliano, puede verse Amiano, su historiador antiguo.
Los rasgos con que el Crisóstomo lo pinta son exagerados. Actualmente hay una
corriente histórica que quiere librarlo del apodo de apóstata, pues dice que nunca fue
cristiano de corazón y por lo mismo no renegó de la fe. Todo depende de la
significación y extensión que se le dé a la palabra apóstata.
(23) Se llamaba Menagyrtas a los que mensualmente colectaban las limosnas para la
Diosa Madre o Cibeles o Magna Dea. Propiamente significa el que cada mes recoge
limosna. Pero se aplicó a los sacerdotes de Cibeles y enseguida a todos los charlatanes,
adivinos ambulantes y que decían la buena fortuna. Abundaban en Antioquía. Véase la
Introd. n. 2.
esto increíble a causa de su enormidad y de ser tan absurdo, ya que ni aun un hombre
particular, de los que han llevado una vida entregada a las torpezas y vilezas, querría
proceder en público de modo tan indecoroso. Pero, para los que aún sobreviven de entre
aquéllos, no es necesario discurso ninguno, puesto que oirían precisamente lo que ellos
vieron con sus ojos, estando presentes. Por esto escribo estas cosas mientras aún viven
los testigos, para que luego no piense alguno que yo, al narrar cosas antiguas y a gente
ignorante de ellas, me he tomado una larga licencia de mentir.
Porque quienes estas cosas contemplaron, viven aún, ancianos y jóvenes. Y a ellos
ruego que si alguna cosa pongo de más, se acerquen y me convenzan. Pero no podrán
convencerme de haber puesto algo de más; mientras que sí podrán argüirme de haber
omitido algo: ¡porque aquel exceso de desvergüenzas no puede pintarse con el discurso!
Solamente diré, para los pósteros que no me crean, que ¡aquel demonio que entre
vosotros tiene el nombre de Afrodita no se avergonzó de haber usado de semejantes
ministros! De manera que no hay para qué admirarse de que el miserable que
enteramente se había entregado a ser juguete de los demonios, no se avergonzara a su
vez de aquellas cosas de que se gloriaban los demonios mismos a quienes él adoraba.
¿Quién podrá contar las adivinaciones que se hacían invocando a los muertos y los
sacrificios humanos de niños? ¡Estos sacrificios que los hombres, antes de la venida de
Cristo se habían atrevido a ofrecer, y que habían cesado ya después de su venida, aquel
emperador intentó renovarlos; aunque ciertamente ya no en público! Porque aunque era
emperador y procedía en todo con imperio absoluto, la impiedad y la enormidad de
semejante crimen superaban a la grandeza de su poder. ¡Y con todo, aun esto se
atrevieron los adivinos a hacer!
Este emperador, pues, frecuentemente venía a Dafne con abundantes dones y con
muchas ofrendas y sacrificios; y con torrentes de sangre de ovejas sacrificadas,
instantemente suplicaba al oráculo y preguntaba al demonio y le pedía que le declarara
acerca de las cosas que él traía en el pensamiento. Pero aquel generoso que según él
mismo dice de sí "conoce el número de las arenas del mar y la medida de éste, y
entiende al sordo y oye al mudo",24 no quiso confesar abiertamente y en público que
estaba mudo a causa del bienaventurado Ba-bylas y de su vecino poder, y que así no
podía hablar, mas al fin, para no ir a mover la risa de sus propios adoradores, ni verse
manifiestamente vencido, declaró el motivo de su silencio. Pero se declaró de todos
modos más ridículo en lo que dijo que en el mismo silencio que guardaba; porque el
silencio, al fin y al cabo, solamente demostraba su debilidad; mientras que al intentar
ocultar lo que ocultarse no podía, al mismo tiempo dejó ver su torpeza e impudencia.
¿Cuál era pues la causa de aquel silencio?
"¡Dañie, dijo, es un sitio de cadáveres y esto es lo que impide el oráculo!" ¡Cuánto
mejor hubiera sido, oh miserable, confesar el poder del mártir que no el poner pretextos
impudentemente en tales cosas! ¡Eso fue lo que respondió el demonio! 25 Y el necio
emperador, como si estuviera representando en el escenario una comedia, al punto se
acercó al bienaventurado Babylas. Pero, ¡oh malvados y malvadísimos, que ojalá
solamente a vosotros mismos os engañarais voluntariamente, y no usarais de vuestra
simulación en daño de otros! ¿Por qué nombras, tú, oh demonio, así anónimamente a los
muertos y en forma vaga, y en cambio, tú, oh emperador, como si hubieras oído
determinada y definidamente el nombre de solo uno de ellos, dejas a un lado a todos los
otros, y solamente arrojas de ese sitio a este santo? Porque según la sentencia del
demonio, se habían de excavar todos los túmulos de Dafne y alejar lo más posible de la
vista de los dioses aquello que apenas sería espantajo para los niños.
Si respondes: "¡No ha hablado de todos los cadáveres!", entonces ¿por qué no se
expresó claramente? A ti que andas representando esta comedia ¿te dejó ese enigma que
resolver? "¡Yo, dice el demonio, hablo de los cadáveres para no confesarme
abiertamente vencido; y además, temo nombrar especialmente y por su propio nombre a
ese santo! ¡Pero tú entiende lo que digo, y retira de aquí únicamente a ese santo!
¡Porque ese es el que nos ha cerrado la boca!" De manera que el demonio advirtió en
sus adoradores tan grande demencia que pensó que no podrían caer en la cuenta de un
tan manifiesto engaño! ¡Pero, aunque todos estuvieran locos y fueran mentecatos, ni aun
así podía ocultar la noticia de su derrota, tan clara y manifiesta!
24 Citó el santo dos hexámetros de un himno a Apolo. Luego citará otro y enseguida
largamente el himno o monodia de Libanio. En sus obras y en su predicación más
adelante prescindirá casi en absoluto de esta costumbre propia de la escuela de Libanio.
26 Se entiende que fueron los sacerdotes de Apolo los que contestaron, al modo como
se hacía en los diversos santuarios.
Y si, como dices, los cadáveres de los hombres son miasmas execrables, ¿cuánto más lo
serán los de los brutos? ¡Lo serán tanto más cuanto es más vil ese género de vivientes
que el de los hombres! Ahora bien: cerca del templo había enterrados muchos cadáveres
de perros y monas y asnos; y más bien convenía trasladar a éstos, a no ser que tengas a
los hombres por más viles que las monas. ¿Dónde están ahora aquellos que injurian al
sol, esa obra admirable de Dios criada para nuestro servicio, y lo atribuyen al demonio,
y aún afirman que éste es aquél? Porque el sol, mientras yacen en la tierra innumerables
cadáveres, esparce sus rayos por sobre toda la tierra, sin que jamás ni en parte alguna se
disminuya su eficacia por el temor de mancharse. En cambio, vuestro dios ni odia ni
aborrece la vida torpe, ni las hechicerías ni los asesinatos, sino que los ama y los abraza,
y los quiere, y en cambio aborrece nuestros cuerpos. Y eso que para quienes practican la
maldad, aun la apariencia de la maldad resulta mil veces digna de reprensión; mientras
que el cuerpo ya cadáver inmóvil, no participa de ninguna culpa, ni es digno de alguna
reprensión.
Pero esa es la ley de vuestros dioses: abominar de lo que no es abominable y cultivar y
aprobar lo que es digno de todo aborrecimiento y odio. Y cierto que ningún hombre
cuerdo se aparta de obrar el bien, ni de sus buenos propósitos por causa de un cadáver;
sino que si tiene sana el alma, aunque ponga su casa junto a los sepulcros mismos, con
todo mostrará con su proceder templanza y justicia y toda virtud. Además, todo artífice
obra lo que es propio de su arte; y a quienes de él necesitan, se les muestra no solamente
sentado junto a los cadáveres, sino que aun, si fuere menester, les construye los
sepulcros. Así lo hacen el pintor, y el cantero, y el carpintero, y el herrero, y en fin
todos. ¡Y sólo y el único Apolo dice que los cadáveres le impiden poder ver en lo
futuro!
Hubo entre nosotros varones grandes y admirables, que con anticipación de mil y
cuatrocientos años predijeron lo futuro; y cuando lo vaticinaban, nada de esto alegaron,
de nada se quejaron, ni mandaron destruir los sepulcros de los muertos, ni echar fuera
los cadáveres, ni les pasó por el pensamiento este nuevo modo de violación de los
sepulcros, tan impudente. Más aún: algunos de ellos vivían entre gentiles, impíos y
perversos, y otros entre bárbaros en donde todo estaba manchado y coinquinado; y así
vaticinaban todas las cosas con verdad, y la mancha de los demás en nada les estorbaba
sus vaticinios. Esto ¿por qué? Porque aquéllos hablaban movidos de verdad por una
fuerza divina; pero los demonios están privados y vacíos de semejantes fuerzas y nada
pueden predecir. Mas, para no parecer como si no tuviera salida ninguna, se veía
obligado el demonio a fingir diversas cosas verosímiles, pero ridiculas.
Porque yo pregunto: ¿por qué anteriormente nada de eso había dicho ni charlataneado?
Porque anteriormente tenía una excusa, la de no ser adorado. Quitada esa excusa se
refugió en la de los muertos, afligido sin duda y temeroso de que se le siguiera algún
daño. Con todo, no quería perder su honra. Pero vosotros lo obligasteis puesto que le
quitasteis aquella excusa por el gran culto que al mártir tributasteis, y no le permitisteis
acogerse, como excusa, a la penuria de sacrificios.
Oído eso, aquel comediante ordenó retirar la urna de ahí, para que de este modo nadie
ignorara que el demonio quedaba vencido. Porque si éste hubiera declarado: "¡Por ese
santo yo no puedo hablar, pero no lo retiréis ni mováis ningún escándalo!", entonces
solamente sus adoradores habrían sabido eso, porque les habría dado vergüenza contar a
otros lo sucedido. Ahora, en cambio, como si el mismo demonio se apresurara a
declarar su debilidad, obligó a que todo se llevara en tal forma que no le fuera Kcito
encubrirla ni aun al que quisiera hacerlo. Porque no puede ya ocultarse o disimularse
que únicamente el cadáver del mártir y no otro alguno fue removido de ahí. Y no
solamente los que cultivaban los campos cercanos o habitaban en la ciudad o en el
suburbio, sino también los que vivían remotísimamente, al no ver la urna colocada en su
sitio, al punto interrogaban y sabían cómo el demonio, rogado por el emperador que
vaticinara, había dicho que no lo podía hacer hasta que fuera retirado de ahí el santo
Babylas.
Pero ¡oh ridículo! ¡Podías haber acudido a otras excusas, como muchas veces lo
acostumbras; puesto que con infinitos artificios pones en verso dudosas y ambiguas
respuestas."" A Lydo, por ejemplo, le dijiste que si pasaba el río Halys, acabaría con un
grande imperio, y luego lo mostraste yaciendo en la pira. Y en Salamina usaste del
mismo artificio y añadiste una ridicula conjunción. Porque decir: "¡Perderás tú a los
hijos de las mujeres", era semejante a decir lo que a Lydo le dijiste. Pero añadir luego:
"ya sea que Ceres esté dispersa o ya reunida", fue cosa digna de mayor burla; porque
eso es común con los que andan por los caminos diciendo la buena ventura. Pero aun
esto no te agradó, sino que era oportuno que encubrieras lo que querías decir, artificio
que siempre has acostumbrado. Solamente que todos habrían insistido, buscando la
solución del enigma, por no haberlo entendido. Podías haber acudido a los astros;
porque esto a cada paso lo haces y no te da vergüenza ni te ruborizas.
Al fin y al cabo, tratas no con hombres que tienen entendimiento, sino con bestias, y atin
más cerrados de cabeza que las mismas bestias. No eran aquéllos más sabios que los
griegos que esto oyeron, y no se libraron del engaño. Pero dirás que comprendían la
mentira. Entonces era conveniente manifestar la verdad a uno solo de los sacerdotes, y
él habría ocultado tu derrota mejor que tú mismo. Pero ¡vamos, miserable! ¿quién te
obligó a echarte de cabeza en tan manifiestas desvergüenzas? O ¿es que tú no te
equivocaste, sino que el emperador representó mal la comedia, pues habiendo oído sin
discriminación acerca de todos los cadáveres, acometió únicamente al de aquel santo?
¡El mismo te redarguye y pone de manifiesto el fraude, aunque esto ciertamente no lo
hizo de su voluntad! Porque no era propio de un mismo personaje llevarte dones y
causarte ofensas. Fue el mártir quien a todos los ofuscó y entenebreció y no les permitió
ver las realidades que entonces se llevaban a cabo. Todo se hacía como si fuera contra
los cristianos, pero en realidad la burla se convertía no contra los que lo padecían sino
contra los que lo hacían.
26 Este artificio curioso fue clásico en las respuestas de Apolo en el famosísimo
santuario de Delfos, hasta el punto de que al dios se le aplicó el epíteto de Loxos o
tortuoso. Recuérdese, vg. aquella respuesta tan conocida: "Aio te Aeacidam Romanos
vincere posse". En donde los dos acusativos pueden hacer de sujeto o de complemento
de la oración, y el sentido cambia completamente.
Sucedía lo que sucede con frecuencia a los furiosos, que les parece que se vengan
cuando patean las paredes y gritan contra los que se hallan delante lo decible y lo
indecible, pero con sus hechos ellos a sí mismos se están cubriendo de vergüenza y no a
los que están presentes. Esto es lo que entonces acontecía: ¡la urna era llevada a lo largo
de la avenida, y el mártir volvía a su ciudad a la manera de un atleta, portando, en la
ciudad en que primeramente había sido coronado, una segunda corona! En resumen: si
alguno, aun viendo las preclaras hazañas del mártir después de su muerte, no admite la
resurrección, debe avergonzarse en adelante. Porque este mártir como un valeroso
soldado, añadió trofeos a trofeos; a los grandes otros mayores, y a los mayores otros
más admirables aún. Porque en el primer certamen sólo combatía contra el emperador y
contra el demonio. Entonces apartó del sagrado recinto al emperador; ahora en cambio
echó de todo el sitio de Dafne al maligno y pernicioso, y esto, no usando de su mano,
como entonces, sino venciendo con invisible virtud a su enemigo invisible.
Aquel rey homicida no soportó la franqueza de este mártir, cuando aún vivía; y después
de su muerte no soportaron sus cenizas ni el emperador ni el demonio que había
empujado al emperador a hacer lo que hizo. Y que el mártir haya puesto un miedo
mayor a estos dos postreros que no al primero, se manifiesta por aquí: porque el
primero, tras de haberlo encadenado y aprehendido, le dio muerte; mientras que los dos
postreros únicamente lo trasladaron a otro lado. Si no ¿por qué ni el demonio ordenó ni
quiso el emperador que la urna fuera precipitada al mar? ¿Por qué no la destrozó o la
quemó? ¿Por qué no ordenó que fuera arrojada a un lugar desierto y deshabitado?
¡Puesto que si ella era cosa execranda y manchada; y se la removía de aquel sitio no por
miedo que de ella tuviera, sino porque de ella abominaba el emperador, entonces no era
conveniente meter en la ciudad esa cosa execrable, sino arrojarla a las montañas y a los
barrancos.
Pero es que aquel miserable conocía, no menos que Apolo, la virtud y la entrada que
con Dios tenía el mártir; por lo cual temió que si hacía aquello de destruir la urna,
provocaría contra sí o el rayo o alguna enfermedad. 27 Porque él sabía ya bien de la
virtud de Cristo, por muchas señales manifestadas así en los otros emperadores que le
habían precedido, como también en los que juntamente con él administraban el imperio.
De entre los emperadores que anteriormente se habían atrevido a cosas semejantes,
algunos tras de infinitas calamidades e intolerables miserias, habían acabado su vida de
una manera vergonzosa y digna de lástima, hasta el punto de que a uno de ellos, aún
vivo, se le saltaron espontáneamente las pupilas de los ojos. Su nombre fue Máximo.
Otro se volvió loco furioso y lo mismo un tercero. Y así acabaron con esas maneras de
muerte.
Y cuanto a los que con el emperador vivían, uno, que era su tío, como usara contra
nosotros de una locura aún más petulante y se hubiera atrevido a tocar con sus manos
sacrilegas los vasos sagrados; y no contento con esto, como hubiera ido más adelante en
los insultos (puesto que, tras de haberlos echado por tierra y extendido por el
pavimento, luego se sentó sobre ellos), repentinamente sufrió el castigo de sus
procederes. Por que sus vergüenzas se corrompieron y llenaron de gusanos, de manera
que claramente se veía que aquella enfermedad era un castigo enviado por Dios. Para
curarle sus llagas, los médicos aplicaban aves gordas y extrañas, sacrificadas sobre los
altares de los ídolos, a los miembros engusanados, y de ese modo procuraban atraer y
extraer los gusanos. Pero éstos no se retiraban, sino que tenazmente se adherían a las
partes podridas.
Y de esta manera, habiéndolo consumido durante varios días, malamente lo mataron.
27 Véase la Introd. n. 6, para esto y otros datos sobre la estancia de Juliano en
Antioquia y el incidente del santuario de Apolo.
28 Como suele suceder corrían entre el pueblo cristiano muchas anécdotas de castigos y
es menester de crítica para separar lo verdadero de lo falso y lo exacto, de lo exagerado.
Puede verse sobre esto AUard.
Otro fulano, puesto como guarda del tesoro imperial, antes de que traspasara el dintel
del regio palacio, reventó por medio, y así sufrió el castigo de un crimen parecido. 28
Estos sucesos y otros parecidos (pues ahora no es ocasión de enumerarlos todos), como
aquel malvado emperador los considerara en su interior, no se atrevió a pasar más
adelante en su temeridad. Y que esto no lo afirmo yo por mi cuenta, se verá manifiesto
por las cosas que luego hLz;o. Pero mientras vamos siguiendo el hilo de la historia. ¿Qué
fue lo que sucedió luego en seguida? ¡Es cosa que llena de admiración y demuestra no
solamente el poder sino también la inefable bondad de Dios. Porque ya el mártir se
encontraba en el recinto en donde primitivamente había sido colocado; pero el demonio
al punto conoció que en vano había tramado todos sus artificios, y que su lucha no era
contra un muerto sino contra uno que vivía y que procedía enérgicamente y que era más
fuerte no solamente que él, sino que toda la cohorte de demonios.
Porque rogó el santo a Dios que mandara fuego sobre el templo, y el fuego consumió el
edificio. Y habiendo ardido el ídolo todo entero hasta las extremidades de los pies, de
manera que sólo quedaron las cenizas, y el polvo, el fuego respetó únicamente las
paredes, las cuales quedaron en pie e intactas. Y si alguno ahora visita aquel sitio, no
pensará que aquello fuera obra del fuego, puesto que el incendio no parece hecho a la
ventura y por un fuego inanimado, sino como por una mano que lo iba llevando en torno
y le iba mostrando qué cosas había de perdonar y cuáles otras había de consumir. ¡Con
tan grande artificio se le quitó al templo su techo, que no quedó como los que han sido
consumidos por un incendio, sino como los que tienen íntegras sus dependencias y
solamente el techo les falta! Porque todo lo demás, incluso las columnas que sostenían
tanto el techo como el vestíbulo, excepto una que estaba en la parte posterior del
templo, todas quedaron en pie. Y no fue al acaso, como luego diremos, que
precisamente esta única estuviera rota.
Inmediatamente fue arrastrado a los tribunales el sacerdote del dios, y se procuraba
obligarlo a manifestar al autor del incendio. Y como no pudiera hacerlo, ellos primero le
torcieron y dislocaron los codos, y luego lo colmaron de golpes, y finalmente lo
levantaron en alto y le quebraron los costados: ¡pero nada pudieron saber! Sucedió
entonces lo que en la Resurrección de Cristo. Porque le fueron puestos soldados que
custodiaran su cuerpo, a fin de que no pudieran los discípulos, decían los judíos, robarlo
astutamente y a ocultas. Aunque la resultante final fue que no les quedara a los
impudentes ocasión alguna para restar credibilidad a la Resurrección.
C18
Acá también, el sacerdote era arrastrado y empujado a que testificara que aquello no
había sucedido por castigo de la ira divina, sino por humana maldad. Pero él,
atormentado y destrozado, como no pudiera indicar nada ni señalar a nadie como autor
del incendio, daba de esa manera testimonio de que el fuego había sido enviado del
cielo, con lo que no les quedaba ya lugar de fingir a quienes procedían
desvergonzadamente. Y lo que poco ha dejé para decir después, viene bien que ahora lo
diga. ¿Qué fue eso? Que el mártir de tal manera aterrorizó al emperador en su ánimo,
que éste ya no se atrevió a pasar adelante
Porque después de haber afligido a aquel sacerdote con tantas calamidades (siendo así
que antes lo tenía en tan grande honor, y esto por motivo del templo incendiado), hasta
el punto de que, más cruel que una fiera sanguinaria, quizá ni aun se hubiera abstenido
de devorar sus carnes, si no fuera porque eso a todos había de parecer una cosa
execrable; después de todo eso ya no habría vuelto al santo que cerró la boca al
demonio, a la ciudad en donde había de recibir una honra mayor; sino que, si no antes,
cuando el demonio se confesó vencido, ciertamente después del incendio, habría
destruido y arruinado todo, desde la urna hasta los dos templos, así el que estaba en la
ciudad como el que estaba en Dafne, a no haber sido porque el miedo superaba a la ira y
el temor a la exaltación de su ánimo.
Suelen muchos, cuando así los arrebata la ira y la exaltación si acaso no logran echar
mano a los autores de sus sufrimientos, descargar su cólera sobre los que primero topan
o de quienes tienen sospechas. Y el mártir no estaba muy lejano de semejantes
sospechas, puesto que apenas llegó a la ciudad y al punto bajó el fuego y acometió al
templo. Pero, como dije: un afecto luchaba contra otro, y el miedo vencía a la ira.
Porque ¡imaginaos cómo estaría el ánimo de aquel varón excelente cuando, habiendo
subido al suburbio, contempló el santuario incendiado, el ídolo deshecho, consumidos
sus exvotos, borrada la memoria de sus liberalidades y de toda aquella pompa satánica!
Pues aun en el caso de que no se hubiera apoderado de él la ira y la tristeza, al ver
aquello, a lo menos no parece que pudiera soportar la vergüenza y la burla enorme que
significaba, y habría puesto sus manos inicuas en el templo del bienaventurado mártir, a
no haberlo detenido el motivo que dejo indicado. Porque no era entonces cosa pequeña
la que agitaba al emperador, ya que se había cortado de raíz toda la confianza de los
gentiles y se les había extinguido toda su alegría, y los había envuelto una tan ingente
nube de tristeza como si a la par hubieran sido destruidos todos los santuarios.
Y para demostrar que no digo estas cosas por jactancia, traeré al medio las palabras
mismas de una lamentación monódica que entonces acerca de este demonio compuso un
sofista de la ciudad. Comienzan así sus vaciedades: "¡Oh varones, a cuyos ojos, no
menos que a los míos, ha rodeado en torno la oscuridad ! ¡En adelante no llamemos ya
más a esta ciudad ni grande ni hermosa!" Y luego, tras de decir otras cosas y de
confirmar la fábula de Dafne (el tiempo no nos permite ahora referir todo su discurso,
para no alargarnos más de lo conveniente), narra cómo aquel rey de los persas que
capturó la ciudad,29 perdonó a este templo de Apolo. Y sus palabras mismas son éstas:
"El que trajo contra nosotros su ejército, pensó ser mejor conservar ese santuario, y
prevaleció sobre el furor del bárbaro la belleza de la estatua. Ahora en cambio ¡oh sol!
¡oh tierra! ¿quién ha sido o de dónde ha venido este enemigo que, sin necesitar de
soldados de pesada armadura ni de caballería ni de soldados de armadura ligera, con una
pequeña chispa todo lo destruyó?"
Y después de declarar cómo el demonio fue vencido por aquel santo Babylas, cuando
precisamente estaban más en su punto y florecimiento los asuntos de los gentiles a
causa de los sacrificios y las iniciaciones, añade: "¡Y ese nuestro grandioso templo no lo
destruyó un diluvio, sino que fue derribado cuando el tiempo estaba sereno y había
pasado el tiempo de los nubarrones". Llama nubes y diluvio al tiempo del emperador
precedente. Luego, avanzado algo más, deplora el mismo acontecimiento, pero con algo
de mayor amargura, con estas palabras: "¡Y luego, oh Apolo, cuando tus aras tenían sed
de sangre, aunque permanecías olvidado, pero como cuidadoso guardador de Dafne, y
algunas veces eras injuriado y aun despojado del externo aparato, todo lo llevabas en
paciencia! ¡Ahora, en cambio, tras de los sacrificios de tantas ovejas y bueyes muertos
en tu honor, y tras de haber recibido en tus pies el sagrado ósculo del emperador, y tras
de haber visto al que tú mismo habías pre-dicho, y de haber sido contemplado por el que
tú de antemano anunciabas y de haber sido librado de un mal vecino, es decir de cierto
cadáver que te molestaba, en mitad del esplendor de tu culto, caíste! ¿Cómo nos
gloriaremos delante de los varones que recuerden tus santuarios y tus estatuas?"
Se refiere a Cosroes.
¿Qué dices, lúgubre cantor? ¿Cuando ese custodio de Dafne era deshonrado y cubierto
de lodo, entonces permaneció oscuro; y en cambio cuando era honrado y se le daba
culto, entonces ni siquiera pudo cuidar de su templo, y esto sobre todo cuando sabía que
caído su templo vendría sobre él una ignominia mayor? Y ¿de quién es, oh sofista, ese
cadáver que molestaba al dios y cuál es esa mala vecindad? Y aquí, como el vate
tropezara con las virtudes del bienaventurado Babylas, y no pudiera soportar la
ignominia que de ellas al dios se derivaba, las ocultó simplemente y pasó de largo; y,
tras de haber testificado que el dios sentía molestia y aflicción de parte del mártir, sin
añadir que el demonio al querer ocultar su derrota, la había hecho más pública,
solamente dijo que éste fue librado de aquella mala vecindad.
¿Por qué no dices, oh el más vano de los sapientísimos, cuál era ese muerto y por qué
solamente molestaba a tu dios? ¿Por qué a aquella vecindad la llamas mala? ¿Acaso
porque ella acusaba al demonio de falsedad? Pero eso no era obra de una vecindad mala,
como tampoco lo era de un cadáver, sino de uno que vive, trabaja, es bueno y procura y
patrocina y hace cuanto puede por vuestra salvación, con tal que vosotros la queráis.
Pues a fin de que no pudierais seguir engañándoos a vosotros mismos, y afirmando que
el dios voluntariamente se había alejado a causa del enojo porque los sacrificios se
habían acabado y de las quejas y reprensiones por la falta de culto, por este motivo lo
echó totalmente de ese sitio que más que todos los otros le era querido y al que más que
a todos los otros honraba, hasta el punto de que a pesar de estar él deshonrado, con todo
se había quedado a vivir ahí.
Porque esto tú mismo lo dijiste adelantándote: "¡Precisamente en este tiempo en que el
emperador sacrificaba ahí ovejas en grande cantidad y multitud de bueyes". Para que así
por todos lados quede manifiesto que fue el demonio quien abandonó a Dafne, obligado
por fuerza mayor. Podía el santo Babylas haberlo arrojado de ese sitio, aun quedando en
pie su estatua; pero en ese caso vosotros no lo habríais creído, como no lo creísteis
cuando en otro tiempo fue por él vencido y vosotros insististeis en adorarlo. Por este
motivo, aunque al principio permitió el mártir que la estatua del demonio continuara ahí
en pie y erecta, al fin la derribó; y esto precisamente cuando más crecía la impiedad; y
manifestó cómo los vencedores han de vencer no cuando los adversarios se encuentran
humillados y deprimidos, sino cuando andan florecientes y soberbios.
Pues ¿por qué no ordenó el emperador, al tiempo en que lo transportaba de Dafne, que
se destruyera el templo y se cambiara de sitio la estatua, del mismo modo que se iba
trasladando la urna? Porque en reahdad al mártir aquella estatua en nada le dañaba, ni
necesitaba él de auxilio humano, ya que entonces, lo mismo que ahora, derrocó al
demonio sin auxilio de nadie. Y por cierto no nos hizo manifiesta de otro modo aquella
primera victoria, sino que se contentó con cerrarle la boca y luego guardó quietud. ¡Así
son los santos! ¡Solamente anhelan que se haga lo que conduce a la salvación de los
hombres, pero no el declarar a la multitud de los hombres que aquello es obra suya, a no
ser que lo exija la necesidad! Y llamo necesidad a la misma salvación de los hombres. Y
esto fue lo que entonces sucedió.
Cuando los engaños de aquel demonio se iban extendiendo por el fraude, entonces
finalmente el santo nos reveló su victoria; y por cierto no lo hizo el vencedor sino el
vencido; para que de este modo el testimonio de la victoria no pudiera ser sospechoso ni
aun a los mismos enemigos, ya que el bienaventurado, aun urgiendo la necesidad, se
negaba a publicar lo que a él personalmente le tocaba. Mas, como ni así cesara el error y
de nuevo instaran ellos, los enemigos, más duros que las piedras, en invocar al que ya
estaba vencido, y ciegos delante de tamaña verdad, fue necesario lanzar sobre la estatua
el fuego, a fin de que con este incendio se extinguiera el otro, es decir la idolatría.
Pues entonces ¿por qué acusas al demonio diciendo: "del esplendor de tu culto te
sustrajiste"? ¡No se sustrajo voluntariamente, sino contra su voluntad y obligado fue
arrojado y expulsado cuando más quería quedarse, atraído por el olor de los sacrificios.
Porque, como si para esto sólo imperara aquel emperador, para que se consumieran
todos los rebaños del universo, así de apiñadamente se mataban ante los altares las
ovejas y los bueyes: ¡hasta tal punto llegó la locura, que aun muchos de los que hasta
ahora todavía son tenidos entre ellos por filósofos, lo llamaron cocinero, vendedor de
carnes, y le dieron otros epítetos semejantes!
Por cierto que el demonio no habría huido voluntariamente de tan abundante mesa,
olores, humos y torrentes de sangre; puesto que, como tú decías, aun privado de estas
cosas, todavía permanecía ahí en ese sitio, por el necio amor de una doncella. Pero aquí,
interrumpiendo un poco nuestro discurso, oigamos de nuevo las lamentaciones del
sofista: "¡Per qué, oh Zeus, perdimos el consuelo del ánimo trabajado! ¡Cuan vacío de
multitudes está el sitio de Dafne! ¡cuánto más vacío aún el templo! ¡En el sitio en que la
naturaleza había fabricado algo así como un puerto en otro puerto: ambos privados de
oleajes, pero, con todo, el segundo proporcionador en mayor escala de la tranquilidad!
¿Quién no quedó ahí libre de sus enfermedades, y de sus temores? ¿Quién echó de
menos las Islas Afortunadas?" Mas yo pregunto: ¿qué consuelo fue el que perdimos, oh
criminal? ¿Cómo es eso de que era el templo más Hmpio de tumultos, y cómo eso del
puerto sin oleajes, precisamente aquel en donde había flautas y tímpanos y crápula y
banquetes y embriagueces? Y añades que ¿quién no echó ahí de sí sus enfermedades?
Pues yo digo: ¿cuál de los adoradores no contrajo ahí alguna enfermedad, aun cuando
antes estuviera sano, digo, la enfermedad más grande de todas?
Porque ese tal adora al demonio y da su asentimiento a la fábula de Dafne y ve la grande
insania del demonio de permanecer adherido al árbol y al sitio, una vez devorada ahí su
querida; y ¿cómo no concebirá una llama de inmensa locura amatoria con esto? ¡Cuan
grande tempestad no se le levantará, cuan grande tumulto interior, cuan grande
enfermedad, cuan grande perturbación? Y ¿a esto llamas tú descanso del ánimo? ¿A
esto, puerto sin oleajes? ¿A esto, alivio de las enfermedades? ¡Pero nada admirable es
que digas cosas contradictorias. Porque quienes están arrebatados por la locura no
captan la naturaleza de ninguna cosa tal como ella es, sino que asientan afirmaciones
que son contrarias a la verdad de las cosas!
"¡Porque Olimpia no está demasiado lejos!", continúa el vate, para volver con esto
nosotros a sus lamentaciones y demostrar cuan grande herida recibieron entonces los
gentiles que habitaban aquí en la ciudad y hacer manifiesto cómo el emperador no podía
llevar eso en paciencia sino que habría de convertir todo su furor contra la urna del
mártir, si no lo detuviera un miedo mayor. ¿Qué dice, pues, el vate? "¡Olimpia no está
demasiado lejos. La celebridad convocará a todas las ciudades y ellas llegarán
conduciendo bueyes para el sacrificio de Apolo! ¿Qué haremos entonces nosotros?
¿dónde nos ocultaremos? ¿cuál de los dioses mandará que se nos abra la tierra bajo los
pies? ¿Qué pregonero o qué trompeta no expresará llantos? ¿Quién llamará fiesta a la de
Olimpia cuando una tan próxima desgracia se nos ha echado encima? ¡Dadme el arco de
cuerno, dice la tragedia! Pero yo pido además un poco del espíritu profético y de
vaticinio, para poder con éste aprehender al autor del crimen y con aquél herirlo
mediante las saetas! ¡Oh audacia impía! ¡oh alma impura! ¡oh mano temeraria! ¡Anda
por aquí un nuevo Ticio o un Idas, hermano de Linceo, aunque no grande como aquél ni
saetero como éste, sino únicamente docto en hacer locuras contra los dioses! ¡Oh
Apolo! ¡Tú apaciguaste con la muerte a los hijos de Aloeo que pensaban poner
asechanzas a los dioses, mientras que a este otro, que portaba desde lejos el fuego, no lo
hirió en el corazón una de tus saetas volando por los aires! ¡Oh diestra enfurecida! ¡oh
fuego inicuo! ¿En dónde fue a caer primero? ¿en dónde dio principio la desgracia?
¿acaso habiendo comenzado en el techo, desde ahí avanzó hacia el resto del edificio, y
hacia la cabeza aquella del dios, y a la cara y a la copa y a la diadema y la veste talar?
¡ Vulcano, el despensero del fuego, no conminó a éste cuando avanzaba; y eso que debía
estar agradecido a Apolo, por los indicios que en otro tiempo le suministró! Pero, ni
siquiera Zeus, el que gobierna las lluvias, echó agua sobre las llamas; y eso que fue él
quien extinguió la pira del rey de los Lydos, cuando éste estaba en peligro! ¿Qué
palabras le dijo aquel que primero empezaba el combate? ¿de dónde sacó aquel
atrevimiento? ¿cómo pudo conservar su ímipetu? ¿cómo no cambió de determinación
por reverencia a la hermosura del dios?"
Pero, oh miserable: ¿hasta cuándo entenderás el negocio? Porque afirmas que fue esto
obra de manos humanas y andas peleando contra ti mismo, a la manera de los locos.
Puesto que si acaso el rey de los persas conducía tan grande ejército que ya había
capturado la ciudad y quemado los templos todos y llevaba en las manos las teas y
estaba a punto de aplicarlas a este templo, sin duda fue este demonio el que le cambió el
pensamiento; ¡porque eso decías tú al comienzo de tus vaciedades! Ahí afirmabas
llorando: "Al rey de los persas, uno de los más grandes de entre aquellos que nos hacen
la guerra, habiendo ya capturado por traición la ciudad y habiéndola incendiado, cuando
se preparaba para hacer lo mismo con Dafne, él le cambió el pensamiento; y habiendo
arrojado al suelo la tea adoró a Apolo: ¡hasta tal punto lo ablandó con su vista el dios y
lo convirtió!" Si acaso, pues, repito, ese dios que, según tú decías, pudo vencer el furor
del bárbaro y un tan grande ejército y escapar de tan grave peligro; ese que, como tú
añades, apaciguó con la muerte a los Aloídas que tramaban asechanzas contra los
dioses; ese que tan grandes cosas pudo, ése, pregunto yo, ¿cómo no hizo ahora nada
parecido? Porque aunque otra cosa no hiciera, a lo menos debió compadecerse de su
sacerdote injustamente destrozado, delatando por su parte al autor del crimen.
Y si al tiempo del incendio ese demonio se escapó, por lo menos cuando excavaban las
entrañas al miserable sacerdote, colgado de un palo, y cuando interrogado para que
declarara al autor del crimen no podía hacerlo ni tenía a quién nombrar, entonces, en
verdad, convenía que ese demonio presentara al facineroso y lo entregara a las
autoridades o a lo menos lo designara, si es que no podía entregarlo. Ahora, en cambio,
abandona ¡ingrato! a su ministro a pesar de verlo injustamente destrozado, y abandona
al emperador, el cual, tras de aquel su extraordinario número de víctimas, será burlado.
¡Porque todos se burlaban de él como de un loco furioso y mentecato, cuando él
desataba sus iras en contra del mísero sacerdote!
Pues ¿cómo ese que predecía la venida del emperador cuando éste aún andaba lejos
(porque eso dijiste antes tú llorando), no vio al que estaba aquí cerca e incendiaba su
templo? ¡Y eso que precisamente a ese demonio lo llamáis "vate", mientras a los otros
dioses les asignáis otras artes, como si fueran hombres! j Le atribuyes la facultad de
vaticinar y con todo no le suplicas que comunique contigo algo de su arte! ¿Cómo es
que no conoce sus propias calamidades, calamidades que ni siquiera un hombre del
vulgo podría ignorar? ¿Acaso estaba dormido cuando comenzó el incendio? ¡Pero sin
duda no estaba tan destituido de sus sentidos que no despertara y se levantara en cuanto
se le aplicara el fuego y así aprehendiera al que lo inflamaba! ¡En verdad que "los
griegos son siempre niños y no hay un solo griego anciano". 30
Conviene deplorar vosotros la propia estulticia, puesto que ni aun gritándoos las cosas
el engaño del demonio, os apartáis de él, sino que, entregándoos a vuestra ruina y
echando a perder vuestra salud, sois conducidos, al modo de rebaños, a donde quieren
llevaros los dioses, a vosotros los que permanecéis sentados llorando la destrucción de
vuestros xoanes. ¡Y luego, pides el arco, y en nada te diferencias del que en la tragedia
habla del mismo modo ! Pero ¿cómo no será una locura manifiesta el esperar algo de
esas armas que no pudieron dar auxilio alguno al mismo que las poseía? Y si tú afirmas
tener un más notable arte y una mayor experiencia que el demonio, convendría
ciertamente que a éste no se le adorase, puesto que es más imperito y más débil, aun en
las artes en que vosotros decís que sobresale. Y si en ellas le concedes el primer puesto,
bien sea en vaticinar o en lanzar dardos ¿cómo es que no poseyendo tú sino una parte de
esas artes juzgaste que podías hacer lo que no pudo hacer quien tenía el arte completo?
¡Ridiculas son estas cosas! ¡son burla! ¡Porque ni aquel dios tuvo tal arte de vaticinar, ni
aunque lo tuviera lo pudiera ejercitar! Porque no fue un hombre, por cierto, el que llevó
a cabo «sa obra, sino el divino poder; y luego aclararé el motivo. Pero antes conviene
conocer por qué causa el poeta acusa a Hefesto de ingratitud con estas palabras: "¡Y
Hefesto, el despensero del fuego, no amenazó al fuego cuando éste crecía, siendo así
que debía estar agradecido a Apolo, por haberle éste anteriormente proporcionado
ciertos indicios". ¿De qué gracia antigua se trata? ¿De qué indicios? ¿Por qué ocultas los
preclaros hechos de tus dioses? ¡Porque si los mostrares, mostrarías ser Hefesto mucho
más desagradecido!
30 Platón, Timeo. El trágico que cita Libanio es Eurípides. Puede verse La Monodia de
Libanio en Reisk, t. III, págs. 332-336, Leipzig, 1903.
¡Pero te lo impide el rubor! ¡Bien: entonces nosotros con toda libertad vamos a declarar
tus cosas! ¿Cuál es pues aquel favor? ¡Cuentan que Ares en otro tiempo se enamoró de
Afrodita. Pero, como temiera de Hefesto, que era el marido de ella, se le acercó cuando
observó que el marido estaba ausente. Mas Apolo, como los viera unidos, fue y avisó a
Hefesto del adulterio. Vino éste. Los encontró en el lecho. Y así como estaban los ató
con cadenas, y luego fue a llamar a los demás dioses al vergonzoso espectáculo, y así se
vengó de ellos por el adulterio. ¡De semejante gracia era Hefesto deudor a Apolo; y el
sofista dice que de éste se mostró desagradecido precisamente cuando la ocasión pedía
otra cosa!
Pues ¿y aquello de Zeus, varón óptimo? Porque también acusas a éste de inhumano
cuando dices: "¡Pero ni Zeus, el que gobierna las lluvias, echó agua sobre la llama: y
eso que había extinguido la pira del rey de los Lydos cuando éste estaba a punto de
perecer! — Bellamente nos has traído a la memoria al rey de los Lydos. ¡Porque también
a ese rey lo engañó este demonio hinchándolo de vanas esperanzas y arrojándolo a su
manifiesta ruina! Y si no hubiera sido porque Ciro se mostró humano, de nada le
hubiera aprovechado Zeus. Por lo mismo, en vano culpas a Zeus de haber preferido al
rey Lydo a su hijo. Porque ni a sí mismo pudo auxiliarse cuando en la ciudad en donde
sobre todo era adorado, es a saber en la de Rómulo, fue herido por un rayo.
Pero oigamos el resto de la lamentación. "¡Oh varones! ¡el ánimo me arrastra hacia la
imagen del dios, y el pensamiento me pone delante de los ojos su figura: la suavidad de
sus formas, la delicadeza de su cutis a pesar de estar expresada en la piedra, el ceñidor
que junto al pecho le sujetaba la túnica de oro, de manera que unos pliegues iban hacia
abajo y otros hacia arriba! Toda su forma ¿a quién, aunque estuviera ardiendo en ira, no
lo aplacará? ¡Porque era en todo semejante a quien está entonando un cantar! ¡Más aún:
hubo quien lo oyera, según cuentan, pulsar la cítara al medio día! ¡Oh bienaventurados
oídos! ¡Y el canto quizá era una alabanza de Gea, a la cual me parece que él libaría en
una áurea copa, a causa de haber ocultado a la doncella, abriéndose y cerrándose
luego!"
En seguida, llorando un poco sobre el incendio, dice: "¡Gritaba el caminante al subir la
llama, y la sacerdotisa del dios se conturbaba en el bosque de Dafne! ¡Entonces los
golpes de pecho y el agudo alarido, traspasando aquel sitio poblado de árboles, llegó
hasta la ciudad, horrendo y vehemente! El ojo del príncipe, que comenzaba a penas a
gustar del sueño, se abrió con la amarga noticia y él se levantó del lecho. Y, transido de
furor, pidió alas a Kermes, y se apresuró a buscar las raíces mismas del mal, de manera
que no ardía interiormente menos que el templo! ¡Las vigas se desplomaban llevando
consigo el fuego que consumía lo que más cerca encontraba; y desde luego al dios
Apolo, porque estaba poco distante del techo, luego los demás adornos y las estatuas de
las Musas que ahí estaban colocadas y los resplandores de piedra y la belleza de las
columnas. Y la turba estaba en derredor llorando y sin poder prestar auxilio, como les
sucede a quienes desde la ribera contemplan un naufragio, cuyo único auxilio es llorar.
A la verdad, las Ninfas, saltando desde las fuentes, movieron grandes lamentos, y lo
mismo Zeus que ahí cerca estaba los lanzó, como era debido, pues se derrumbaba el
honor de su hijo. Ingente fue también el lamento de Genios infinitos que en el bosque
vivían; y no levantó menor llanto en medio de la ciudad Caliope al quedar herido por el
fuego el coro de las musas". Y luego hacia el fin, dice el sofista: "¡Ojalá, oh Apolo, te
presentes ahora, tal como te dispuso Grises cuando conminaba a los aquivos; lleno de
ira y semejante a la noche, para obsequiarte las vestiduras y restituirte cuanto fue
consumido! ¡Se nos arrebató lo que honrábamos, como si un esposo se apartara al
tiempo en que se tejen las coronas!"
Tal fue la lamentación. O mejor dicho: estas son unas pocas partes de aquella
lamentación. Pero a mí me acontece admirarme de que el sofista crea que el dios es
honrado precisamente por las cosas que debían avergonzarlo. ¡No pone en medio cosa
mejor que a un joven lascivo y obceno, y lo presenta cantando al medio día con la
cítara, y añade que el argumento del cantar no era otro que su querida, y llama
bienaventurados los oídos que aquel canto torpe percibieron! Y aquello de que algunos
de los que habitan en Dafne y de los circunvecinos derramaron lágrimas, y aquello de
que el príncipe de la ciudad se enfureció, pero no hizo otra cosa que lamentarse, todo
eso nada tiene digno de admiración. Y lo otro de que diga que los dioses todos
anduvieron igualmente desprovistos de consejo y que se contentaron con llorar allá
entre sí mismos, y que nada pudieron contra el incendio ni Zeus ni Galiope ni la
frecuente y abundante turba de los Geniecillos, ni las Ninfas mismas, sino que todos no
hicieron otra cosa que lanzar gemidos, todo es en verdad el exceso del ridículo. Porque,
que haya sido grave el daño que sufrieron es manifiesto por lo dicho, ya que el mismo
sofista, en la mitad de sus necedades, confiesa que recibieron ahí una herida mortal. 31
De manera que el emperador no hubiera llevado todo esto en paciencia a no ser que
estuviera poseído de un miedo y un terror mucho mayores.
Falta solamente que expongamos por qué Dios no desató su ira en contra del emperador,
sino en contra del demonio; y por qué motivo el fuego que consumió el techo y destruyó
al ídolo, no consumió todo el templo. Porque estas cosas no sucedieron al acaso y sin
razón, sino que todas acontecieron por la clemencia de Dios en favor de los que andan
errados. Porque El conoce todas las cosas antes de que sucedan, de manera que tenía ya
conocidas éstas y otras juntamente: es, a saber, que si hubiera El fulminado el rayo
contra el emperador, se habrían aterrorizado por algún tiempo los que se hubieran
hallado presentes y hubieran visto eso; pero una vez pasado el segundo o el tercer año,
habría perecido la memoria del suceso y habría habido muchos que no creyeran en el
milagro. En cambio, si se incendiaba el templo. Dios manifestaría su ira en una forma
más clara dando un pregón no solamente a los que entonces existían sino también a los
pósteros, de manera que se quitara toda ocasión de ocultar lo sucedido, si es que algunos
impudentemente quisieran hacerlo.
31 La Monodia de Libanio se puede considerar desde el punto de vista del paganismo, a
la luz del cristianismo, y naturalmente resulta deplorable; o bien a la luz de la creación
poética, como tantos otros himnos paganos, y en este caso hay que dar otro juicio muy
distinto del que aquí ofrece san Crisóstomo. Y es curioso que se exprese así de su
profesor.
Porque ahora, todos los que visitan aquel sitio se impresionan de tal manera como si el
incendio hubiera sucedido hace poco, y los invade un cierto terror, y mirando al cielo al
punto alaban el poder de Aquel que tales cosas llevó a cabo. Porque así como si alguno,
habiendo destrozado la guarida y morada de un jefe de ladrones, luego lo sacara atado; y
habiendo arrebatado todos sus haberes, dejara aquel sitio destinado a guarida de fieras y
grajos, cualquiera que llegara a ese escondrijo, en cuanto viere el lugar, se imaginaría
las expediciones y hurtos del que había habitado aquel sitio, así sucede acá. Quienquiera
que ve desde lejos las columnas, y luego, habiéndose acercado, traspasa el dintel de ese
templo, al punto se pinta en su imaginación y en su mente la abominación del demonio
y sus- engaños y asechanzas; y se retira de ahí con la admiración de la ira y del poder de
Dios.
De manera que el sitio que anteriormente era escondrijo del error y la blasfemia, ahora
es motivo de cantar alabanzas. ¿Tanto puede nuestro Dios con su arte? Y estas
maravillas no se operan ahora por vez primera, sino ya desde las anteriores
generaciones. Pero no es propio del momento presente enumerarlas todas. Sin embargo,
voy a recordar una del todo semejante. Como hubiera estallado la guerra en Palestina
entre los judíos y algunos extranjeros, los enemigos obtuvieron la victoria y arrebataron,
como despojo de guerra, el arca de Dios y la consagraron a cierto ídolo cuyo nombre era
Dagón. Y cuando por primera vez el arca fue introducida allá, el ídolo cayó por tierra.
Pero, como por este suceso aún no comprendieran el poder de Dios, sino que de nuevo
levantaran la estatua y la colocaran en su pedestal, al día siguiente, hacia la aurora, se
acercaron y de nuevo encontraron la estatua por tierra, pero además hecha pedazos.
Porque las manos, arrancadas de los hombros, habían saltado hasta junto al dintel del
templo, y la otra parte de la estatua fue encontrada hacia otro lado lanzada.
También la tierra de los sodomitas (para comparar las cosas pequeñas con las grandes)
fue consumida toda con sus habitantes por el fuego; y permaneció para siempre estéril, a
fin de que no solamente los hombres de aquella época sino también todos los demás que
después habían de existir, por la vista misma del sitio se excitaran a mejorarse. Pues si
la venganza divina hubiera tocado únicamente a los hombres, se habría hecho increíble
una vez pasado aquel acontecimiento. Por esto el flagelo tocó al sitio mismo que no
puede destruirse con el tiempo, y en cambio amonesta a todas las generaciones,
diciéndoles que hay una ley divina de que quienes tales cosas hacen tales cosas
padezcan, aunque a las veces no sufran, como sucedió en el caso de este templo,
inmediatamente el castigo.
Hace ya veinte años 32 desde entonces, y con todo, ninguna de las partes del edificio
que perdonó el fuego se ha derruido; sino que las que escaparon del incendio están en
pie, y están de tal manera firmes que pueden durar cien años y aún dos veces más que
eso, y más que esos doscientos con mucho. ¿No es acaso maravilloso que de las
columnas ni una sola, aunque separada de las otras, haya venido al suelo? Porque de las
que estaban en la parte posterior del templo, sólo se quebró una, y ésta no se cayó al
suelo, sino que quedó removida de su base, pero reclinada en la pared; de manera que su
parte inferior hasta la quebradura se apoya en el muro en forma inclinada.
Y desde la rotura hasta el capitel quedó doblada y sostenida por la parte inferior. Y
aunque los vientos han soplado con vehemencia y han sobrevenido terremotos y se ha
sacudido la tierra, esas reliquias de aquel incendio no se han conmovido, sino que
permanecen erectas, casi clamando de este modo que ellas han sido conservadas así para
la enmienda de los pósteros.
Y ciertamente, que esta haya sido la causa de que el templo no se haya derribado del
todo, lo puedes afirmar en absoluto. Y cuanto a que el rayo no se dirigiera contra el
emperador, si bien examinas, podrás encontrar un segundo motivo, nacido de la misma
fuente, o sea de la benignidad y clemencia de Cristo.
Porque para eso apartó el fuego de la cabeza del emperador y lo arrojó sobre el templo:
para que aquél, enseñado con las desgracias ajenas, evitara el castigo propio ya
preparado y cambiara de vida y quedara libre del error.
32 La expresión del Crisóstomo ISov yág sinoaróv exoq iazív ef enívov no se puede
tomar a la letra ni como base cronológica para determinar el año en que escribió este
Discurso o Libro. El santo habla con aproximación. Así, vg., lo hace en la Homilía
Tercera sobre el Incomprensible en donde dice también que hace 20 años de la muerte
de Juliano. Pero la HomiKa es ciertamente del 386, mientras que Juliano había muerto
en 363, o sea 23 años antes. Y hablando en general, poco se cuidaban en aquellos
tiempos los oradores de las exactitudes cronológicas.
Y no fue esta ni la primera ni la única señal que de su poder dio Cristo, porque dio
además otras muchas no menores. Puesto que también el tío del emperador y el tesorero
acabaron así su vida. Además de que, habiendo invadido el hambre la ciudad,
juntamente con su llegada hubo también una sequía tal como nunca se había visto antes
hasta el día en que el rey ofreció sacrificios a las fuentes. Y otros muchos sucesos que
acontecieron ya entre el ejército, ya en las ciudades, pudieran haber doblegado aun a un
ánimo de piedra; y esto no solamente por su muchedumbre, ni porque todos se seguían
inmediatamente a los crímenes, como antiguamente en el tiempo del rey de los egipcios,
sino además porque tales milagros se verificaban cada uno de por sí e
independientemente, de manera que no necesitaban apoyarse unos en otros para la
conversión de quienes los veían, puesto que cada uno de ellos era suficiente de por sí
para llevar a dicha conversión.
Para omitir otros, ¿a quién, aun de los hombres más necios, no habría aterrorizado el
milagro que se verificó acerca de los fundamentos del antiguo templo de Jerusalén?
¿Cuál fue ese milagro? Como viera el tirano la fe de Cristo difundida por todo su
imperio, y que ya se entraba por los confines de los persas y de otros bárbaros más
alejados aún, y que aun había ido más allá de eso y, por decirlo así, llenaba todo el orbe
de la tierra, se dolía y se atormentaba en su ánimo, y preparaba una guerra contra las
iglesias. ¡Ignoraba el infeliz que daba coces contra el aguijón!
Y en primer lugar, se empeñó en restaurar el templo jerosoli-mitano que el poder de
Cristo había derruido desde sus cimientos; y siendo él gentil andaba ayudando en las
cosas de los judíos, queriendo por ahí hacer experiencia del poder de Cristo.33 Por esto,
habiendo llamado algunos judíos y habiéndolos obligado a ofrecer sacrificios, pues
alegaba que los antepasados de ellos habían usado ese modo de culto, como los judíos
se re 33 Ya se ha hecho notar diversas veces (véase, vg. Mourret, Hist. Gen. de l'Eglise,
t. II, págs. 197-198), que la nueva religión que Juliano quería imponer era una especie
de paganismo remozado o bien impregnado de un eclecticismo curioso, en que entraba
algo de cada una de las religiones entonces predominantes. San Crisóstomo lo supone
simplemente gentil. Cuanto al auxilio dado a los judíos fue como el dispensado a los
arríanos, etc. La idea de Juliano era darles libertad a todos, para que todos se pelearan
entre sí, y tuviera él mayor facilidad de llevar adelante su nueva religión.
fugiaran en la excusa de afirmar que no les era lícito hacer eso estando el templo
derruido ni tampoco fuera de su metrópoli, les ordenó que tomaran dineros del tesoro
imperial, y todo lo demás que necesitaran para la fábrica, y se fueran y restauraran el
templo y restablecieran la antigua costumbre de los sacrificios.
Entonces aquellos necios, que erraban desde el vientre, y que aun en sus canas
necesitaban de las instrucciones propias de los niños, se fueron a poner en ejecución la
empresa, con el favor del emperador. Pero al punto en que comenzaron a excavar la
tierra, saUó fuego de los cimientos el cual inmediatamente los consumió. Como esto se
le comunicara al emperador, no se atrevió a ir adelante en lo comenzado, porque se lo
impedía el miedo. Y sin embargo, no quiso libertarse del error del demonio al que
enteramente se había sujetado. A pesar de todo sí se aquietó un poco. Mas, algún tiempo
después de nuevo emprendió aquella vana obra; aunque no se atrevió a reconstruir el
templo antiguo, sino que nos acometió por otro lado y como mediante guerrillas y desde
lejos. A luchar abiertamente daba largas; y la razón primera y principal era porque
estaba persuadido de que en vano lo intentaría; y la segunda porque no quería darnos
ocasión a que nos ciñéramos la corona del martirio.
Para él, en efecto, era esto lo más intolerable, y más duro que cualquiera desgracia: el
que alguno sacado al medio en público, perseverara en los tormentos hasta la muerte en
defensa de la verdad: ¡tan profundamente se había declarado enemigo nuestro! ¡Sabía
muy bien, sabía que si él se atreviera a esto último, todos darían su vida por Cristo!
Pero, siendo como en realidad lo era, maligno y astuto, en todas partes dejaba libres a
todos aquellos a quienes sus prelados habían castigado por algún pecado o eran
removidos de alguna prelacia; y daba con esto poder a los más malvados y destrozaba
las leyes de la Iglesia y hacía brotar los gérmenes de pugna entre los mismos cristianos;
porque esperaba que así serían fáciles de vencer, si ellos mismos se consumían mediante
una lucha intestina.
Ordenó, además, que un tal Estéfano, hombre de perversa doctrina y de vida malvada, y
por estos motivos depuesto de su prelacia eclesiástica, ocupara de nuevo la cátedra
sagrada.
Y procuraba en cuanto le era posible acabar con el nombre de Cristo, y en los edictos
nos llamaba galileas en vez de cristianos; y exhortaba a los demás príncipes a hacer otro
tanto. Pues bien, como iba diciendo, entre los milagros que sucedieron del hambre y la
sequía, él perseveraba en su impudencia y endurecimiento. Y como hubo de emprender
una expedición contra Persia, marchó allá con tan grande aparato como si fuera a
devastar todas las naciones de los bárbaros; y al mismo tiempo nos echaba encima
infinitas amenazas; y se jactaba de que a su regreso nos acabaría y borraría de la tierra.
Esta guerra contra nosotros le parecía más dura que la misma pérsica; y por esto, hasta
no haber rematado aquella menor, no creía que debía emprender esta otra mayor.
Estas cosas nos las contaron aquellos mismos que intervenían en su Consejo y eran sus
secretarios. Ardiendo, pues, en furor contra nosotros y avanzando cada vez más en su
insania, nunca se afirmaba en un mismo parecer, sino que andaba de un lado a otro; y
dejando a un lado a veces su propósito, primero nos amenazaba de nuevo con la
persecución. Y como Dios quisiera reprimirlo y contener su furor, le dio esta nueva
señal de haber arrojado el fuego sobre el templo de Dafne.
Con todo él ni aun así se aplacó. Más aún: como ya reventara por el ansia de devastar
nuestras greyes, ni siquiera esperó al tiempo que él mismo se había señalado de
antemano; sino que, habiendo de cruzar el Eufrates, procuraba ya hacer experiencia en
sus soldados. Y así, habiendo corrompido a unos pocos mediante la adulación, no quiso,
con todo, apartar de su ejército a los demás que se le resistían, porque temió que si los
separaba, se debilitaría su fuerza militar delante de los persas. ¿Quién podrá referir los
males que de ahí se nos siguieron, más terribles ciertamente que aquellos del desierto, y
del mar, y de Egipto, en el tiempo en que el rey fue castigado y todos los demás
sumergidos en las aguas? Porque a la manera que entonces, una vez que el egipcio no
quiso ceder ante ninguna de las plagas ni arrepentirse, finalmente Dios procedió a
perderlo con todo su ejército, del mismo modo ahora, una vez que el rey
impudentemente se enfrentó a todos los prodigios de Dios y ninguna ganancia reportó
de ellos, sino que permaneció sin enmienda. Dios lo envolvió en males extremos, con el
fin de que ya que él no había querido reducirse a mejor modo de proceder por las
calamidades de los otros, los otros quedaran enmendados con la ruina de él.
Porque el que había llevado consigo miríadas de soldados, tantas cuantas ningún
emperador había antes llevado; y esperaba capturar a Persia con sola su entrada y sin
trabajo alguno, condujo la empresa de un modo tan miserable y tan infeliz, como si
hubiera llevado consigo un ejército de mujeres o de niños y no de varones. Pues en
primer lugar, por su falta de prudencia los puso en tan apurada situación que hubieron
de devorar las carnes de los caballos, y unos perecieron consumidos por el hambre y
otros por la sed. Y, como si hubiera llevado su ejército en favor de los persas, y no para
capturarlos sino para entregarles a los suyos, así los encerró en lugares estrechos y los
puso en manos de sus enemigos únicamente no atados. ¡Ninguno, ni aun de aquellos
que las vieron y las experimentaron, podría hacer el recuento de las calamidades que
allá les acontecieron! ¡hasta tal punto superaron ellas toda medida!
Mas, para decirlas abreviadamente, sucedió que muriera aquél de una manera miserable
y vergonzosa; porque unos dicen que cayó herido por un cierto portador de matalotaje,
indignado por las cosas que estaban sucediendo, y otros afirman que ni siquiera se supo
quién había sido el asesino; y que solamente rogó el rey, ya herido, que se le diera
sepultura en Cilicia, en donde ahora yace. Pues como aquél hubiera muerto así de
vergonzosamente, y como los soldados se vieran en peligro extremo, hubieron de
acercarse a los enemigos en forma de suplicantes, tras de obligarse bajo juramento a
entregarles el presidio mejor fortificado y que servía como de muro a nuestras fuerzas,
muro inexpugnable; y por haber encontrado humanos a los bárbaros, pudieron de esta
manera escapar. Y de muchos que eran volvieron pocos, y éstos enfermos del cuerpo y
con la vergüenza del pacto celebrado, y obligados por los juramentos a ceder de las
posesiones de sus padres.
¡Era de verse aquel espectáculo más miserando que cualquier cautividad! Porque los
ciudadanos de aquella ciudad donde estaba el presidio de la que ellos esperaban gracia,
puesto que se habían constituido a manera de propugnáculo y defensa de todos cuantos
estaban dentro de los Kmites de ella, y los habían colocado como en un puerto seguro,
tras de acometer en favor de dichos ciudadanos toda clase de peligros, fueron
precisamente de los que mayores hostilidades soportaron. Y así hubieron de trasladarse
a tierra extraña abandonándoles sus campos y sus casas, ¡ellos arrancados de las
propiedades paternas y padeciendo todo eso de parte de sus mismos domésticos!
¡Semejante fruto fue el que recogimos nosotros del servicio de ese egregio emperador!
Y todo esto lo hemos dicho no al acaso y sin razón, sino para responder a quienes
preguntaran por qué Dios no castigó desde el principio al emperador. Porque quiso Dios
muchas veces apartarlo del siguiente impulso de rabia, a él ya furioso, y enmendarlo
mediante el ejemplo de los males ajenos. Pero como él recalcitrara, al fin lo arrojó a los
daños extremos, aunque reservando para aquel día grande del juicio el verdadero castigo
de sus pecados. Con esto, al mismo tiempo excitaba a los más descarados a volverse a
un mejor género de vida. Porque tan grande es la paciencia de Dios que a quienes
abusan de ella al fin les manda penas mayores; lo cual, así como para los pecadores que
hacen penitencia resulta útil, para los empecinados resulta causa de mayor castigo.
Y si alguno preguntara: ¿Qué pues? ¿acaso no sabía Dios que el tirano jamás había de
enmendarse? A ése le contestaremos que ciertamente Dios lo previo; pero que
ciertamente también jamás Dios a causa de la previsión de nuestra malicia dejará de
hacer sus propios planes. Aunque nosotros despreciemos sus avisos. El, a pesar de todo,
demuestra su benignidad. Y si con todo, caemos en males mayores, esto no es asunto de
El, puesto que no nos soportó por tan largo tiempo precisamente con el pensamiento de
que pereciéramos, sino para que nos salváramos: ¡perecemos por culpa nuestra, por
haber despreciado su paciencia! Y de este modo se manifiesta su inmensa bondad. Por
que cuando no queremos aprovecharnos de su grande paciencia, entonces El la
convierte en ganancia mayor de otros, y así de muestra por todas partes al mismo
tiempo su bondad y su sabiduría. Que fue lo que entonces sucedió.
De esta manera terminó su vida aquel tirano, pero quedan en pie los monumentos de su
locura a la par de los del poder del bienaventurado Babylas: es a saber, por una parte el
templo aquel abandonado y por otra el otro templo que mantiene la misma antigua
virtud. En cambio, la urna ya no será devuelta. Y lo ha proveído así Dios con el objeto
de que la noticia de las hazañas de Babylas quede manifiesta. Porque todo peregrino que
se llegue a ese lugar y busque al mártir, al punto, al ver que no se encuentra ahí,
preguntará el motivo; y de este modo se irá de regreso, llevando consigo el
conocimiento de la historia íntegra de los hechos y habiendo conseguido una ganancia
mayor que antes. Con esto, así al acercarse a Dafne como al retirarse, habrá obtenido la
suma utilidad.
Tal es la virtud de los mártires, ya durante su vida, ya también en su muerte, ya
presentes en un sitio o ya ausentes de él. Porque desde el principio hasta el fin sus obras
fueron engarzándose en una serie continua: si adviertes a las leyes divinas, él las vindicó
al exigir el debido castigo por la muerte de aquel joven, y mostró cuánta sea la
diferencia entre el imperio y el sacerdocio. Por otra parte, destruyó todo el fausto del
mundo, pisoteó las pompas mundanas, enseñó a los emperadores a no extender su
potestad más allá de los límites que Dios le ha señalado, y amaestró a los sacerdotes
acerca de cómo conviene portarse en su prelacia.
Todo esto y más que esto hizo el mártir mientras vivía. Pero en cuanto emigró de aquí,
debilitó la fuerza del demonio, refutó el error de los gentiles, descubrió la vanidad de los
augurios, desgarró el disfraz del oráculo, y puso del todo manifiesto su arte de histrión,
obligando a enmudecer al que parecía dominar en el oráculo, y con grande violencia lo
venció. Ahí están ahora en pie los muros del templo y predican a todos la ignominia del
demonio y su burla y su imbecilidad, y a la vez las victorias y las coronas y el poder del
mártir. ¡Tan grande es la fortaleza de los mártires y tan invicta y formidable, así para los
emperadores como para los demonios !3i
2i Uno de los Códices termina este Discurso o Libro con la consabida doxología propia
del Crisóstomo: "Porque del Señor Nuestro Jesucristo es único el reino y la fuerza, y a
El conviene la gloría juntamente con el eterno Padre y el eterno Espíritu santo, ahora y
siempre por infinitos siglos de los siglos. Amén". Pero semejante final, que no dice con
el modo terminar del Libro, fue "sin poder dudarlo, añadido por algún graeculo
librarlo", advierte Montfaucon (vol. II, pág. 689, nota).
10
X HOMILIA encomiástica en honor de SAN
BARLAÁN, mártir.
La fiesta de san Barlaán se anunciaba en el Menologio manuscrito de los griegos, lo
mismo que en el Martirologio romano, el 16 de noviembre. Otros Menologios griegos la
colocaban el 19 de ese mes. Pero en los tiempos del Crisóstomo se celebraba en época
muy diversa, como se desprende de la Homilía del santo sobre aquello del Apóstol: No
quiero que ignoréis, hennanos, que nuestros padres todos estuvieron bajo la nube, etc.
Esta Homilía fue pronunciada al día siguiente de la fiesta del santo Barlaán, como lo
afirma ahí el sanio Doctor, pero fue en la primavera. Cuanto al sitio en que se predicó,
sin duda fue en la ciudad de Antioquía, en cuyos campos, como en ella se dice, había
grande cantidad de sepulcros de mártires, a donde solían ir los ciudadanos que deseaban
venerar la memoria de ellos y alcanzar su patrocinio. Y esta era costumbre antioquena.
Más aún: hacia el fin de la Homilía el santo pide oraciones de todos los prelados. En
Constantinopla, en cambio, él era el común prelado de todos. Cuanto al año no se
pueden formar ni siquiera conjeturas por falta de indicios.
CONVOCADO NOS HA EL BIENAVENTURADO BARLAÁN a la solemnidad
presente, mas no precisamente para que lo alabemos, sino para que lo imitemos; no para
ser oyentes de sus alabanzas, sino émulos de sus preclaras empresas. Sucede en los
negocios humanos que quienes son exaltados a las supremas magistraturas, nunca
quisieran ver a otros asociados en la misma magistratura y prerrogativa de honor;
porque ahí la envidia y los celos cortan por medio la caridad. Pero en los negocios
espirituales no sucede así, sino todo lo contrario; porque entonces los mártires alcanzan
el sentido pleno de sus propios honores, cuando ven que sus consiervos han logrado
llegar a ser participantes de sus mismos bienes. De modo que quien quiera alabar a los
mártires imite a los mártires. Si alguno desea ensalzar con sus discursos a los atletas de
la piedad, emule sus trabajos: esto deleita a los mártires no menos que sus propias
buenas obras.
Y para que comprendas cómo alcanzan ellos principalmente el sentido pleno de su
felicidad cuando nos ven a nosotros ya colocados en sitio seguro; y que esto lo juzgan
como supremo honor suyo, escucha lo que dice Pablo: ¡Ahora tenemos vida, si vosotros
permanecéis en el Señor! 1 Y por cierto, antes que Pablo, ya decía Moisés a Dios: ¡Si
perdonas su pecado, perdónalo! Pero si no, ¡bórrame del Libro que has escrito! ¡Es que
no tengo gusto en el honor celeste a causa de la calamidad que éstos sufren! La reunión
de los fieles tiene la estructura y contextura del cuerpo. Por esto ¿de qué sirve a la
cabeza el que sea coronada cuando sufren los pies?
Pero ¿cómo podremos imitar a los mártires?, dirá alguno. Porque ahora no es tiempo de
persecuciones. ¡Lo sé perfectamente! ¡No es tiempo de persecuciones, pero sí de
martirio! ¡No es tiempo de luchas como las de ellos, pero sí de coronas! ¡No nos
persiguen los hombres, pero sí los demonios! ¡No nos atormenta el tirano, pero nos
atormenta el demonio, que es más cruel que todos los tiranos! ¡No tienes delante ni ves
los carbones encendidos, pero en cambio ves las encendidas llamas de la
concupiscencia! ¡Aquéllos pisotearon las brasas, tú pisotea los encendimientos de tu
naturaleza! ¡Aquéllos lucharon con las bestias, tú refrena la bestia indómita de la ira
cruel! ¡Ellos se mantuvieron firmes entre intolerables dolores, tú vence los
pensamientos locos y perversos que pululan en tu corazón! ¡Así imitarás a los mártires!
Porque ahora, no es nuestro combate contra la carne y sangre sino contra los príncipes,
contra las potestades, contra los que rigen este mundo de timeblas.2
1 1 Tesal, III, 8; yExod. XXXII, 31-32. 1 Efes., VI, 12.
La concupiscencia de la naturaleza fuego es inextinto y perenne, perro rabioso y furioso:
aunque mil veces lo rechaces, mil veces te acomete y no desiste. Cruel es la llama de los
carbones, pero es más vehemente la llama de la concupiscencia. Nunca logramos una
tregua en este combate; nunca logramos que cese mientras en este mundo vivimos; sino
que la lucha es perpetua a fin de que sea espléndida la corona. Por este motivo Pablo
nos arma siempre, porque ahora es tiempo de guerra y el enemigo siempre vigila.
¿Quieres comprender cómo la concupiscencia quema no menos que el fuego? Escucha a
Salomón que dice: ¿Andará alguno sobre carbones encendidos y no se quemará los
pies? ¡Pues así es quien se acerca a la mujer de su prójimo y la toca: no saldrá sin daño!
3 ¿Ves cómo la naturaleza de la concupiscencia emula a la del fuego? Puesto que así
como no puede suceder que quien toca el fuego no se queme, así el aspecto de los
rostros hermosos inñama, más velozmente que el fuego, el alma de quien los contempla
impudentemente. De manera que, al modo de una materia fácil para inflamarse, así los
cuerpos hermosos se presentan a las miradas de los ojos lascivos.
Por esta causa no conviene ofrecer como alimento al fuego de la concupiscencia la
forma exterior; sino más bien, por todas partes cohibirlo, extinguirlo con piadosas
meditaciones, y refrenar el incendio que se extiende cada vez más allá, y no permitir
que venga por tierra la constancia de nuestro ánimo. Por cierto, toda voluptuosidad,
mientras prevalecen las perturbaciones que causa, suele inflamar el ánimo con mayor
vehemencia que el fuego; a no ser que con fortaleza y paciencia se luche contra cada
una de esas perturbaciones, como lo hizo el bienaventurado y generoso atleta de Cristo
Barlaán, con su mano en el fuego, cuando recibió en ella toda una pira y no cedió al
dolor, sino que se portó como si estuviera menos sujeto a los dolores que lo está una
estatua. Más aún: ¡sentía el dolor y lo padecía, porque no era de hierro el que sufría,
sino un cuerpo mortal; pero a pesar del sufrimiento y del dolor, demostraba en sí el
fuerte ánimo de las Virtudes incorpóreas, y eso estando todavía en cuerpo mortal.
' Prov., VI, 28-29.
Pero tomaré la narración de su martirio de más arriba, para que la historia aparezca con
toda claridad. Y tú, oyente, considera la malicia del demonio. Porque a unos santos los
sumergió en una sartén, a otros en calderos que poderosamente hervían al fuego, de
otros destrozó los costados, a otros los arrojó al mar; a éstos los echó a las fieras, a
aquéllos al horno, a los de más allá les descoyuntó los miembros, a los de acullá les
arrancó la piel, vivos aún; o bien les puso carbones encendidos, aplicados a sus
miembros ya ensangrentados, de manera que las chispas de fuego saltaban por sobre las
heridas y mordían las llagas más ferozmente que una fiera; a otros finalmente les buscó
otros más graves suplicios. Pero, una vez que vio cómo todos estos suplicios eran
despreciados; y cómo los que los habían padecido los superaban con grande facilidad y
excelente virtud, y con esto, a quienes habrían de ir tras ellos y bajar a los mismos
tormentos, les habían dado ocasión de grande confianza en la victoria, ¿qué hizo?
¡Discurrió un nuevo género de asechanzas para herir y vencer el ánimo del mártir con
un supHcio inesperado y hasta entonces no acostumbrado!
Porque lo que ya se ha oído y es conocido, aunque sea intolerable fácilmente se
desprecia por medio de la consideración, cuando se le ve venir. En cambio, lo que es
inesperado, aunque sea cosa leve, resulta del todo intolerable. ¡Venga, pues, un combate
novedoso, una artimaña inusitada a fin de que con su nueva e insólita presencia, domine
al atleta así perturbado! ¿Qué es, pues, lo que hace? Saca de la cárcel al santo aún atado.
¡Porque también esto fue una malicia suya: el no aprontar desde un principio todos los
peores instrumentos de suplicio ni los tormentos más horrendos, sino comenzar la lucha
con otros menores! Y esto ¿por qué? ¡Con el objeto de que si los que luchaban
quedaban vencidos, su derrota fuera más vergonzosa, ya que no habían resistido ni a los
tormentos menores; y en cambio, si salían vencedores y triunfaban, todavía pudieran ser
fácilmente vencidos con los tormentos más graves, una vez que los otros menores
hubieran ya quebrantado su fortaleza. Por esto, pues, comenzó por los tormentos
menores; para que, venciera o no venciera, el final fuera como lo deseaba. Porque si
venzo, se decía, los burlaré; y si no venzo, los dejaré más débiles para los futuros
combates.
Así, pues, saca de la cárcel al mártir, y éste caminaba como un atleta que por mucho
tiempo se ha ejercitado en la palestra. Porque palestra del martirio era la cárcel; y en
ella, hablando aparte con Dios, aprendía el mártir todos los artificios de la lucha: porque
en donde hay semejantes ataduras, ahí está Cristo. Salía, pues, robustecido por la larga
estancia en la cárcel. Y una vez que el demonio lo hubo conducido al medio por manos
de aquellos que le servían de ministros para semejante maldad, no lo ató al ecúleo, no lo
rodeó de verdugos carniceros: porque veía que todo eso el mártir ya lo anhelaba y lo
tenía sobremanera meditado. Sino que a semejante fortaleza aplicó una máquina de
combate desacostumbrada y nueva, y no temida de antemano, con la que fácilmente
pudiera echarla por tierra. Porque esto es precisamente lo que en todos los mártires más
cuida: no precisamente atormentar a los santos con el dolor, sino vencerlos.
¿Cuál es, pues, esa máquina? ¡Le ordenó extender la mano con la palma hacia arriba
encima del altar; y luego le pusieron en ella carbones e incienso, con el objeto de que, si
por el dolor, él diera vuelta a la mano, aquello se le imputara como si hubiera ofrecido
el sacrificio, y hubiera pecado, y hubiera caído. ¿Observas cuan astuto es el demonio?
Pues observa también cómo Aquel que coge a los sabios en sus propias astucias,4'
volvió inútiles los artificios del demonio y convirtió en aumento y colmo de gloria para
el mártir el cuidado y diligencia que el diablo puso en sus artimañas y en el refinamiento
de sus malicias. Porque cuando el adversario, tras de poner en práctica innumerables y
astutas ilegahdades, queda vencido, entonces el atleta de la piedad sale más
resplandeciente: ¡que fue lo que en este caso aconteció! Porque el bienaventurado
Barlaán permaneció inmóvil, sin inclinar ni dar vuelta a la mano, como si la tuviera
hecha de hierro. Aunque a la verdad, ni aun en el caso de que la mano hubiera dado la
vuelta, habría esto sido pecado en el mártir.
Pero ahora poned todos diligente atención, para que entendáis cómo ni aunque la mano
hubiera dado la vuelta, ni aun así había que estimar al mártir como vencido. ¿Cómo es
esto? Porque por cierto, así como juzgamos de aquellos a quienes les aran los costados o
son atormentados de otro modo cualquiera, así debemos también juzgar de éste. Puesto
que si aquéllos ceden y ofrecen el sacrificio, entonces la culpa recae sobre su debilidad,
a causa de que sacrifican por no poder sobrellevar los dolores. En cambio, si perseveran
en los tormentos y se duelen de lo que sufren, pero no traicionan su religión, nadie les
imputa, por los dolores que sufren, una derrota. Al contrario: por eso mismo los
alabamos y los ensalzamos más aún, porque a pesar de los dolores, perseveraron y no
negaron la fe.
' Job, V, 13.
De manera que este bienaventurado Barlaán, al no poder soportar los dolores, si hubiera
prometido sacrificar habría sido vencido; pero, si acaso sin ceder él en la confesión de
su fe, la mano se le hubiera dado la vuelta, eso ya no sería culpa del mártir. Puesto que
si no por debilidad de la voluntad se le hubiera dado vuelta la mano, evitando el fuego,
eso habría acaecido por la debilidad de la naturaleza de los nervios, destituida de su
propio vigor. Porque, así como no acusamos a aquellos a quienes les raen los costados
porque se les caigan las carnes; o mejor aún, para poner un ejemplo más apropiado, así
como a quienes sufren un espasmo o una fiebre, nadie los acusa porque su mano se
encorve, puesto que no les sucede eso por culpa de su pereza sino porque el ardor de la
enfermedad consume los humores, y así la articulación de los miembros
antinaturalmente se contrae: así tampoco en este santo, si acaso se le hubiera doblado la
mano, nadie podría acusarlo. Porque si la fiebre, por su natural mismo, suele contraer
los miembros del enfermo y dislocarlos, mucho más lo pudieron hacer, aun contra la
voluntad del mártir, las brasas colocadas sobre su diestra.
¡Y con todo, no lo lograron! Y esto para que conozcas am-plísimamente que esto lo
hizo por la gracia de Dios que estaba operando juntamente, y robustecía al atleta y
corregía la debilidad de la naturaleza. Porque en todo esto, aquella mano no se
comportaba ciertamente conforme a lo que su condición y debilidad pedían, sino que,
como si estuviera hecha de diamante, así permanecía inmóvil. ¿Quién, observando esto
en aquellos momentos, no se habría admirado? ¿quién no habría sentido escalofrío?
¡Desde el cielo miraban los ángeles y contemplaban los arcángeles aquel espectáculo,
que por su brillo superaba en absoluto la humana condición! Porque ¿quién no habría
deseado contemplar al hombre aquel luchando y sufriendo lo que no es posible a la
humana naturaleza? ¡a ese hombre que era al mismo tiempo altar y víctima y sacerdote!
Por este motivo era doble el humo que ascendía: uno del incienso que ardía, otro de la
carne que se derretía. Y este segundo era más suave que aquel primero, y su aroma era
mucho más excelente. Sucedía lo mismo que en la zarza. 5 Porque así como la zarza
aquella ardía y no se consumía, así acá la diestra ardía, pero el alma no se consumía. Se
consumía el cuerpo, pero no la fe; descaecía la carne, pero el fervor del espíritu no
descaecía. Caían a tierra los carbones tras de perforar lá mano por en medio, pero no
decaía la fortaleza del ánimo.
' Exod., m, 1 y sigts. 298
Y la mano se consumió y se liquidó, porque era carne y no diamante; en cambio el alma
buscaba la otra mano para mostrar en ella también de nuevo su paciencia. Y a la manera
que un nobilísimo combatiente que se ha arrojado sobre los enemigos, una vez que ha
roto la falange de su adversario, y ha hecho pedazos su espada a causa de la continuidad
de las heridas, al punto vuelve atrás en busca de otra espada, porque no se ha saciado
aún de la matanza de sus contrarios, del mismo modo, en verdad, el alma del
bienaventurado Barlaán, como hubiera agotado su mano en la lucha, destruyendo la
falange de los demonios, buscaba la otra mano para mostrar de nuevo en ella el fervor
de su espíritu.
Ni vayas a decirme que solamente expuso una de sus manos. Sino más bien, en vez de
eso, piensa en que quien expuso su mano, también ofreció su cabeza, también entregó
sus costados e hizo frente a los suplicios del fuego, de las bestias, del mar y de los
precipicios, de la cruz, de las ruedas y de todos los demás que jamás se han oído en las
narraciones e historias; y todos los sufrió, si no con la experiencia, sí con el propósito y
determinación de su ánimo. Porque los mártires no se ofrecen a un determinado género
de penas, sino que se disponen a suplicios indeterminados, puesto que el ánimo de los
tiranos no está sujeto a su voluntad ni pueden ponerle términos ni modo; sino que se
presentan dispuestos a sufrir tantos y tan grandes suplicios como quiera infligirles el
inhumano y felino ánimo de aquéllos: a no ser que en el intervalo, desfalleciendo el
cuerpo, deje la pasión de los tiranos no saciada.
¡Marchitábase la carne, pero el propósito del ánimo se volvía más pronto, y vencía con
su brillo al de los carbones encendidos y resplandecía más aún que ellos: porque el
fuego espiritual encendido interiormente era mucho más ardiente que el otro fuego! Por
esto aquél no sentía la llama exterior, porque lo inflamaba el fuego intensamente
ardiente de la caridad de Cristo en su interior.
¡Hermanos carísimos! ¡No oigamos estas cosas solamente, sino imitémoslas! Porque,
repito ahora lo que al principio decía: nadie celebre al mártir únicamente en esta hora en
que aquí nos encontramos reunidos; sino que, al ir a su casa, cada uno lleve consigo a
este santo e introdúzcalo en sus habitaciones; o mejor aún, póngalo en su corazón
mediante el recuerdo de las cosas que aquí se han dicho. ¡Recíbelo, como antes dije; y
pónlo con su mano extendida en tu corazón! ¡Recibe a este triunfador ya coronado, y no
permitas jamás que se vaya de tu mente! Para esto os hemos congregado delante de las
tumbas de los santos mártires; para que su vista misma os incite en alguna manera a la
virtud, y os dispongáis a tener vosotros su mismo fervor. Porque a un soldado lo incita
aun la sola fama de un insigne guerrero, pero mucho más su vista y presencia ; y todavía
más aún si acaso, habiendo entrado en la tienda de campaña del dicho guerrero, ve ahí la
espada ensangrentada, y tendida por el suelo la cabeza del enemigo, y los despojos
militares suspendidos a la pared, y que de las manos del que ganó la victoria destila,
reciente aún, la sangre; y ve que están esparcidos, acá y acullá, escudos, arcos, lanzas y
toda clase de armamentos.
Por esto, pues, os hemos reunido aquí nosotros: ¡tienda de campaña es el sepulcro de los
mártires! ¡Y si abres los ojos de la fe, verás tendidas por aquí y por ahí, la loriga de la
justicia, el escudo de la fe, el casco de la salud, las grebas del Evangelio, la espada del
Espíritu y la cabeza misma de Satanás que yace por tierra!6 Porque cuando ves a un
hombre poseído del demonio yacer boca arriba junto a la tumba del mártir, y cómo se
destroza a sí mismo con frecuencia, estás viendo no otra cosa sino la cabeza del
Maligno cortada. Porque estas armas, aun ahora están junto a los soldados de Cristo.
Pues, así como los emperadores sepultan a los más esforzados de sus milites juntamente
con sus armas, así ha hecho Cristo: los ha sepultado juntamente con sus armas, para que
aun antes de la resurrección, se manifieste la gloria y el poder de todos sus santos.
Conoce, pues, su espiritual armadura; y apártate de aquí una vez que has adquirido las
más grandes utilidades espirituales. ¡Grande guerra tienes, carísimo hermano, contra el
diablo! ¡Grande y perpetua! ¡Aprende las formas de luchar para que imites las victorias!
¡Desprecia las riquezas y los dineros y las demás pompas seculares! ¡No juzgues felices
a los que son ricos: juzga tales a quienes padecen el martirio! ¡no a quienes andan entre
delicias sino a quienes están en las sartenes! ¡no a quienes se sientan a las mesas
abundantes, sino a quienes están en los calderos hirvientes! ¡no a quienes andan
diariamente en los baños, sino a los que están en los hornos terribles! ¡no a quienes
aspiran ungüentos, sino a quienes quemados despiden humo y olor a carne asada! ¡Este
aroma es mucho más excelente y útil que aquel otro! Porque aquél, a quienes lo
disfrutan los conduce al castigo; éste en cambio, a las coronas y premios celestes.
Y para que comprendas que las delicias son cosa mala, lo mismo que el uso de los
ungüentos y la embriaguez y el vino tomado sin medida y la mesa opípara, escucha lo
que dice el Profeta: ¡ Ay de los que duermen en lechos de marfil, rodeados de delicias en
sus estrados, y que comen los cabritos de las greyes y los becerrillos que aún maman de
las vacadas, y los que beben el vino purificado y se ungen con escogidos ungüentos! 7
Pues si estas cosas estaban prohibidas en el Antiguo Testamento, mucho más lo están en
el tiempo de gracia, cuando hay mayor luz y conocimiento. Y digo esto así para los
hombres como para las mujeres; porque común es la palestra, y el ejército de Cristo no
está dividido por razón de los sexos, sino que forma un escuadrón único.
Pueden también las mujeres vestir la loriga y oponer el escudo y arrojar los dardos,
tanto en el tiempo de los martirios como en los demás en que se necesite grande libertad
de espíritu. Y a la manera que un excelente saetero, que con magnífica puntería lanza
desde la cuerda la saeta, perturba con ella todo el escuadrón enemigo, así los santos
mártires y todos los defensores de la verdad, que combaten contra las asechanzas y los
engaños del demonio, como desde una cuerda tensa, lanzan de su lengua palabras
certeras; y éstas, volando por los aires, a modo de saetas, una vez que golpean sobre las
invisibles falanges de los demonios perturban a todo su escuadrón. Exactamente como
le sucedió al bienaventurado Barlaán: por que éste, habiendo lanzado sus palabras
sencillas a la manera de saetas voladoras, conturbó con ellas a todo el ejército del
demonio.
Efes., VI, 11-17.
1 Amos, VI, 4-6.
¡Imitemos nosotros esta maestría en asaetear! ¿Observáis cómo los que salen de los
espectáculos del teatro se han tornado más muelles? ¡Esto les sucede porque han
atendido cuidadosamente a las cosas que ahí se hacen; y con eso, han grabado
perfectamente en su imaginación los meneos de los ojos y las contorsiones de las manos
y el giro de los pies y las imágenes que aparecen en las cabriolas del cuerpo llevado a un
lado y al otro! ¿No sería, pues, indigno que ellos muestren tan grande solicitud en
procurar la ruina de sus almas, y guarden una memoria perenne de las cosas que en el
teatro se llevaron a cabo, y en cambio nosotros, a quienes esta imitación nos ha de hacer
iguales a los ángeles, ni siquiera pongamos un cuidado igual al que ellos ponen, para
conservar lo que aquí se ha dicho? ¡No! ¡os lo ruego! ¡os lo suplico! ¡no descuidemos
hasta ese punto nuestra salvación! Sino al revés, tengamos guardados en nuestra mente a
todos los mártires en conjunto con los calderos y con los demás suplicios. Y a la manera
que los pintores limpian y asean una imagen oscurecida por el humo y el oUín y el
tiempo, así usa tú de la memoria de los mártires, oh carísimo hermano; ¡cuando los
cuidados del siglo se echen encima y oscurezcan tu pensamiento, limpíalo mediante la
memoria de los mártires !
Porque si conservas en tu alma esta memoria no mirarás a las riquezas, no deplorarás la
pobreza, no alabarás el poder y la gloria; en una palabra, no juzgarás ser grande ninguna
de las cosas humanas que parecen espléndidas; ni tendrás por intolerable ninguna de las
que parecen molestas. Sino que, una vez hecho superior a todas ellas, tendrás en la
contemplación de esta imagen una continua enseñanza para la virtud. Porque aquel que
cada día contempla a los milites que en las batallas y en las guerras se señalan por su
actividad, nunca quedará preso en la codicia de los deleites; ni estimará el vivir muelle y
delicadamente, sino al revés la vida recia y dura y que prepara al combate. Porque ¿qué
compañía puede haber entre la embriaguez y la batalla? ¿cuál entre el cuidado del
vientre y la fortaleza? ¿cuál entre los ungüentos y las armas, la guerra y los banquetes?
¡Soldado de Cristo eres, carísimo hermano! ¡ármate y no te adornes mujerilmente!
¡Atleta eres noble! ¡obra varonilmente y no andes buscando la buena presentación!
¡Imitemos así a estos santos! ¡Honremos así a los fuertes atletas, a los guerreros
coronados, a los amigos de Dios!
Y así, una vez que hayamos caminado por las sendas que ellos llevaron, recibiremos las
mismas coronas que ellos! ¡Coronas que ojalá nos acontezca a todos alcanzar, por la
gracia y benignidad de Nuestro Señor Jesucristo, con el cual sea la gloria al Padre
juntamente con el Espíritu santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos! Amén.8
11
XI HOMILÍA en la conmemoración de SAN BASSOS:
se trató de los temores y acerca de aquello: "Aprended de mí que soy manso y humilde
de corazón". Cuanto al santo mártir Bassos, parece que se trata de uno que padeció el
martirio en la persecución de Decio y Valeriano y era Obispo de Nicea. No constan ni el
día ni el año ni el sitio de esta Homilía. Más aún, a varios autores les ha parecido por lo
menos dudosa en su autenticidad. Los argumentos en pro y en contra se toman todos de
la crítica interna, y se reducen, casi en absoluto, a cierta disparidad de estilo respecto de
las otras Homilías que ciertamente son del Crisóstomo. Sobre todo, cuanto a la
invención la han encontrado pobre.
8 Sin esfuerzo puede notarse en esta primorosa Homilía la tendencia a moralizar que
acompaña constantemente al Crisóstomo y que hizo de él, como ya lo advertimos en la
Introd. n. 9, al Director espiritual de Antioquía, de todo el Oriente, y en cierto modo de
la Iglesia en aquel tiempo. Sin embargo es necesario distinguir cuidadosamente cuándo
habla como moralista y cuándo como asceta, para evitar el tacharlo de estrecho en sus
soluciones a los conflictos de conciencia. Aquí, por ejemplo, parece condenar como
malo todo uso de ungüentos, etc. En la moral no está condenado ese uso sino el abuso;
pero en ascética ciertamente al que se entregue a ese uso no le aseguramos que suba a la
perfección, y por esto se puede llamar malo ese uso para aquellos que quieran imitar a
los santos.
1 Es de notar que en las obras ciertamente genuinas del Crisóstomo
CONVENÍA QUE NOSOTROS, oh amantes de Cristo,! una vez que según la
costumbre ha fluido hacia vosotros tan grande río de elocuencia, y en este tiempo se os
ha preparado una abundante mesa espiritual de parte de los sacerdotes y predicadores
que nos precedieron, convenía, digo, que reprimiéramos las pobres gotillas de nuestro
discurso; sobre todo porque la continua enfermedad corporal y la debilidad de la voz, y
finalmente los cuidados que unos a otros se suceden, nos van poniendo impedimento.
Pero, ya que nos habéis invitado, arrastrados por el insaciable deseo de escuchar la
palabra sagrada, ¡ea! ayudándonos la gracia de nuestro Salvador, os ofreceremos
algunas cosas que digan con la ocasión y se le acomoden. Porque yo pienso ser esto lo
mejor así para nosotros que hablamos como para vosotros que escucháis. Vosotros
procuraréis, mediante el discurso, proveeros de lo mejor y más útil.
Por lo que mira al santo y célebre mártir y obispo Bassos, quien hoy aquí nos ha
congregado en esta reunión, ya goza de los premios que mereció con su batalla, y no
necesita en estos momentos de ninguna alabanza que nosotros le añadamos; sino que
más bien es él quien, como suele, derrama sus preces por nosotros delante del Señor,
como quien mucho puede a causa de su certamen y de su martirio, y tiene grande
libertad para hablar, y está ya agraciado con la corona de la inmortalidad que Cristo ha
preparado además para todos los fieles. Porque, como atestigua el Apóstol, copiosos son
los dones de Dios; el cual dio en otro tiempo a los que se los pedían con sinceridad los
dones de los mártires; y mucho más ahora los dará, cuando tenemos que conmemorar
dentro de poco el recuerdo anuo de aquel grande temor pasado,2 y la benigna y
misericordiosa ira de Dios, que a causa de aquellas terribles amenazas nos incita a
alabarlo.
Porque vimos en verdad cómo su furor despedía relámpagos de bondad cuando por
todas partes nos rodeaba el temor, a causa del terremoto; cuando veíamos a todas las
criaturas sacudirse y todo el suelo estremecerse con grande ímpetu, mientras el Salvador
no se olvidaba en modo alguno de sus misericordias; cuando temíamos una muerte
amarga y juzgábamos rarísima vez se encuentra esta forma de llamar a los oyentes
<piXóxgioroi. Generalmente los llama ayanexoi, que nuestras mansiones habrían de ser
nuestros sepulcros, y paralizados por el temor no encontrábamos lugar ni modo alguno
de escape; cuando, tras de llegar al mediodía ya no esperábamos ver la tarde, y estaba
suspendida sobre nuestras cabezas la espada allá arriba, y acá abajo se alzaban las
preces con todo rendimiento al par de la beneficencia, y los pueblos gritaban a una voz
"¡Señor, compadécete!", y el Señor se dejaba vencer por los gemidos.
2 Ya indicamos en la Introd. n. 1 cómo el suelo de Antioquía estaba expuesto a muchos
temblores de tierra. A cuál en concreto se refiera aquí el predicador, no nos consta.
Porque Aquel que con sólo mirarlas conmueve a las criaturas, aquietó con su mano a la
tierra que temblaba. Mas ¿por qué no encierro todo en una breve palabra? ¡Era aquel
tiempo tal que si en él no nos hubiera auxiliado Dios, por poco nuestra alma habría
habitado en los infiernos! 3 Porque ¿a quién no lo paraliza de estupor la grandeza de las
misericordias del Señor? ¿A quién no incitan las cosas que entonces sucedieron a dar
gracias a Dios? ¡Y no solamente las que entonces sucedieron, sino también las que muy
luego se echaron encima! ¡Conmovió los fundamentos de la tierra, golpeó los cimientos
de las habitaciones de manera que las casas como naves de transporte entre las olas del
mar, así oscilaban: ¡nos lanzó miradas solamente de Juez, y todos andábamos agitados,
como si estuviéramos en medio de las aguas! Grande era el temor, pero la misericordia
era en muchos modos más abundante que el temor. Porque agitó la criatura, mas no la
destruyó; todo lo golpeaba pero no lo echó por tierra, ni desnudó a ésta de todas las
bellezas de sus criaturas. Solamente derribó los techos para que de este modo
quedáramos amonestados, mientras que, en cambio, no nos dio ni siquiera a probar la
muerte: ¡tan grande es el piélago de misericordia suya para con nosotros!
Más aún: en haber sacudido las columnas de la tierra se mostró misericordioso y solícito
por nosotros. Porque vio que somos pecadores y que solemos irritarlo y que amamos las
rapiñas y que avaramente unimos las casas con las casas y los campos con los campos,
para quitarle algo a nuestro prójimo; vio que no había compasión de los huérfanos ni se
hacía justicia a las viudas; vio que los maestros hacían todo lo contrario de lo que
enseñaban que debía hacerse; vio a los discípulos entregados a los feos espectáculos de
los teatros y que ponían en verSalmo, LCIII, 17.
C20
güenza la decencia y el decoro sacerdotales; vio que vivíamos en maldad y en envidia, y
que con la envidia se juntaba el fraude; vio que las tempestades de la simulación
ahogaban a los sencillos, como a pequeñas navecillas; vio que se asesinaba con
premeditación, y a cuánto podemos alargarnos en las injurias; vio que la caridad padecía
naufragio, mientras el fraude iba viento en popa, en esta navegación del mar de la vida
presente; vio que nos apartábamos de la verdad y caíamos en la mentira; y para decirlo
todo en una palabra, vio que servíamos más a las riquezas que a Dios; y por esto nos
puso delante, como un maestro a sus alumnos, el terremoto, y nos mostró entrañas
indulgentes de madre; como una madre hace con su niño que pende de sus senos y llora,
mientras ella lo quiere apartar de semejante costumbre, y para eso lo echa de su lecho;
no para aterrorizarlo, sino únicamente para ponerle un poco de temor. Del mismo modo
el Señor del universo, que lleva la tierra en su mano, lo sacude, pero no para destruirlo
sino para convertir al camino de la salvación a los que van procediendo con insolencia.
Y nadie nos vaya a reprender porque comparamos al Señor con una madre indulgente;
puesto que el mismo Señor se comparó con una gallina, al decir: ¡ Jerusalén, Jerusalén!
¡que das muerte a los projetas y lapidas a los que te han sido enviados! ¡cuántas veces
quise congregar a tus hijos como la gallina congrega a sus poUuelos, pero no quisiste! *
Pues Dios benigno conmovió la tierra que no tiene alma a fin de retraer a quienes sí la
tienen de los afectos desordenados, para que se aparten de la ruina espiritual. ¿Ves,
amador de Cristo, cuánta sea la misericordia del Criador para con nosotros? ¿ves cómo
en las mismas amenazas brilla la benignidad? ¿ves cómo su misericordia se adelanta a
su indignación? ¿ves cómo el castigo es superado por la bondad?
¡Ni es esto maravilloso! Porque El mismo es el manso y benigno Señor nuestro, y
soKcito, como lo acostumbra, de nuestra salvación, que nos da claramente voces en el
Evangelio, como hace poco se nos leía: "¡Venid y aprended de mí que soy manso y
humilde de corazón!" ¡Cuánto se abaja el Criador, y sin embargo, la criatura no lo
reverencia! "¡Venid y aprended
4Mat.XXIII, 37; y XI, 29.
de mí!" dice el Señor cuando vino a sus siervos para consolarlos en sus caídas. Así se
conduce con nosotros Cristo y así nos da muestras de su misericordia. Cuando convenía
castigar a los pecadores y acabar con su especie que lo ha irritado, entonces
precisamente se dirige a los reos con blandas palabras y les dice: "¡Venid y aprended de
mí que soy manso y humilde de corazón!" ¡Dios se humilla y el hombre se ensoberbece!
¡manso es el Juez y soberbio el reo! ¡humilde voz lanza el artífice, y el lodo, como si
fuera algún rey, así habla! ¡Oh! "¡Venid y aprended de mí que soy manso y humilde de
corazón!"
¡No os doblegaron los acontecimientos anteriores; no os amansaron los que luego se
siguieron; ni finalmente los que hace poco sobrevinieron! Pero El, como entonces,
también ahora, una vez que hizo temblar las criaturas, luego las pacificó con su
misericordia. ¡Venid, pues, y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón! ¡No
viene con látigo para azotar, sino con una naturaleza nuestra para curar! ¡Venid y ved su
inefable bondad! ¿Quién no ama al Amo que no azota? ¿quién no se admira del Juez
que suplica al reo? ¿Te llena del todo de admiración la humildad de sus palabras?
¡Artífice soy y amo mi obra! ¡obrero soy y perdono al que yo mismo he fabricado ! ¡Si
yo uso del supremo derecho que me da mi dignidad, no levantaré a la humanidad caída;
y como ella padece de una enfermedad incurable, si no uso de medicinas suaves, no
podrá ella sanar! ¡si no la trato con benignidad y a lo humano, perece! ¡si solamente uso
de amenazas, se pierde! Por esto, le aplico, como a quien está caído, medicamentos de
suavidad. ¡Me abajo hasta lo sumo en la conmiseración para levantarla de su caída!
Aquel que está en pie no puede levantar al caído si no es que abaje su mano. Pues
"¡venid y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón!" No hablo por hacer
ostentación: por los hechos os he dado experiencia. Que yo sea manso y humilde de
corazón, dedúcelo del estado en que me ves a que he venido. Considera mi forma y cuál
sea mi dignidad: ¡medítalo y adórame! ¡por causa tuya me abajé! Piensa de qué lugar
descendí y en qué lugar hablo contigo. Siendo el cielo mi trono, ahora hablo contigo en
la tierra. En las alturas soy glorificado, pero, como magnánimo, no me irrito, porque soy
manso y humilde de corazón. Si no fuera un manso hijo del Rey, no habría escogido
como madre a una sierva. Si no fuera manso yo, el artífice de las sustancias visibles e
invisibles, no me hubiera desterrado acá con vosotros. Si no fuera manso, no hubiera
estado yo, el Padre del siglo futuro, envuelto en pañales. Si no fuera manso no habría
soportado la pobreza del pesebre, yo que poseo todas las riquezas de todas las criaturas.
Si no fuera manso, no me hubiera encontrado entre animales, yo a quien los Querubines
no osan mirar. Si no fuera manso yo, que con mi saliva doy vista a los ciegos, jamás
habría sido escupido por la boca de hombres malvados. Si no fuera manso, nunca habría
tolerado la bofetada de un siervo, yo que soy quien da libertad a los siervos. Si no fuera
manso, jamás hubiera presentado mis espaldas a los azotes en beneficio de los esclavos.
Mas ¿por qué no digo lo que es más grande aún? ¡Si yo no fuera manso nunca habría
cargado la deuda de muerte, yo que nada debía, en lugar de aquellos que debían
padecerla. Pero la pagué yo con el fin de borrar la pena de aquellos que estaban
detenidos en los infiernos. Porque no soy Rey de los vivos únicamente, sino además
Rey de los muertos. Por esto recorrí el camino de ambas economías: me hice hombre, y
también por un poco de tiempo estuve muerto, a fin de comunicar con todos, aun los
que estaban bajo tierra, el don de mi incorrupti-bilidad! ¡Venid y aprended de mí que
soy manso y humilde de corazón! ¡Mi bajeza no procede de mi naturaleza sino de mi
propósito! ¡Dotado estoy de una sustancia inaccesible, pero al mismo tiempo de un
pensamiento que se extiende a todos! ¡Venid y aprended de mí que soy manso y
humilde de corazón ! ¡Pero no soy pequeño en la dignidad! ¡Soy pequeño si miras al
propósito de mi mente, pero no si miras a mi poder! ¡Por el poder soy terrible para los
ángeles, pero para los hombres soy humilde por la determinación de mi ánimo !
¡Venid y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón! ¡No hablo así por la
condición de mi naturaleza, sino conforme a mi misericordia hablo así! Más amable me
es la mansedumbre que el poder. Rey soy, yo el que te hablo; grande poder poseo, pero
no quiero aterrorizar tu pequeñez con el poder que tengo. No digo: "¿Venid porque yo
soy el Señor, yo soy el que domino en la creación, el que mira a la tierra y la hace
temblar, el que mide los cielos con la palma de su mano y tiene en su puño el orbe!"
Sino: ¡ved y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón!
"Tan manso soy que tú pecaste y yo fui azotado: tan así de voluntariamente soy
humilde. Vine con el fin de poner en libertad a los que estaban oprimidos por la
servidumbre. Y ellos a mí, su Libertador, me dieron de bofetadas y además me pusieron
en la cruz: ¡ellos, los oprimidos por la servidumbre! Y luego yo, rogando por ellos,
decía a mi Padre: '¡Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen!' Venid, pues, y
aprended de mí que son manso y humilde de corazón! ¡Venid! ¡os lo suplico! ¡os lo
ruego! ¡no me avergüenzo de suplicar! ¡estoy contento de rogar a mis siervos para no
verme obligado a castigarlos! ¡Venid y aprended de mí la mansedumbre, antes de que
veáis mi terrible poder! ¡Venid ahora que soy médico, pero que poco después os pediré
cuentas! ¡Ahora perdono, pero poco después apareceré como justo Juez! ¡Venid y
aprended de mí que soy manso y humilde de corazón! O bien honrad mi mansedumbre
o bien temed mi poder. Acercaos y prevenios en mi presencia mediante la confesión,
porque el tiempo de esta mansedumbre está medido.
"Solamente toca a la vida presente el que yo me muestre iongánime: vendrá el tiempo
en que se cerrarán las puertas a esta longanimidad. Vendrá un tiempo en que las
lágrimas que corran del pecador, no aprovecharán. Vendrá un tiempo en que las
trompetas, sonando por todos lados, anunciarán mi segunda venida; tiempo en que los
ángeles recorrerán toda la tierra y traerán a juicio a muchos miles de muertos. Entonces
será colocado el tribunal y yo me acercaré llevado sobre las Virtudes del cielo, y estarán
a mi lado los Principados y las Potestades, y las luces de mi reino iluminarán al
universo. Entonces se abrirán los libros acerca de todo aquello que cada cual hizo
durante su vida y se tomará razón de la observancia de la ley y se declarará el verdadero
raciocinio y propósito de los demonios, y el reo estará delante, no patrocinado por
alguno sino únicamente por sus obras; y sus propios pensamientos lo acusarán, y su
conciencia lo convencerá, y los espíritus malignos estarán a la mira de la sentencia del
Juez, y el homo eterno lo
esperará. Entonces aquella exclamación de "¡compadécete!" de nada aprovechará al
suplicante.
"¡Venid, pues, antes de que cierre las puertas de mi misericordia; antes de que termine
la feria de este mundo y haya pasado el espectáculo de esta vida; porque ya está a las
puertas el tiempo señalado para el fin de este siglo! ¡Venid antes de que yo comience a
juzgar, porque una vez que me asiente para juzgar ya no perdonare! Por esto puse el
ejemplo de las vírgenes necias, cuyas lámparas de la vida, por no tener el aceite de la
justicia, se apagaron; y declaré de qué manera las puertas de aquel tálamo del esposo se
cerraron; y de qué manera, cuando las vírgenes llamaban, les respondí desde la parte
interior del tálamo: ¡No os conozco! 5 y con esas palabras declaré la sentencia con que
el Juez hablará a los pecadores".
Si, pues, hermanos, hemos aprendido la mansedumbre del Salvador por sus palabras, no
lo despreciemos como Juez; porque nos habla con dulces voces antes del tiempo del
juicio, para que no perdamos la oportunidad de la penitencia. Revistamos ahora nuestras
almas con el vestido de la limosna y de las buenas obras, y prepare cada uno de nosotros
las cosas necesarias para entrar en la vida sempiterna, y abstengámosnos de toda
iniquidad. Porque si conservamos inconmovible nuestra fe en las buenas obras, también
las criaturas permanecerán inconmovibles con nosotros. Adornemos nuestras almas con
la temperancia, y además adquiramos de manera segura la piedra preciosa de la pureza
de la fe, antes de que se termine el tiempo de nuestra vida; antes de que desaparezcan y
perezcan las figuras de este mundo, y la flor de la gloria mundana y todas las delicias
terrenas, hagámosnos amigo al Juez incorruptible.
Porque es El quien dice: ¡Vivo yo, dice el Señor, que no quiero la muerte del pecador
sino que se convierta y viva! 6 Si deseara castigar al pecador, se callaría. Pero quiere
compadecerlo, y por esto lo amonesta; porque perdona, lo exhorta; le habla de antemano
de terrores para que tú no vayas a caer de verdad en los peligros. Porque cuando Dios
amenaza es porque quiere salvar; pero cuando calla es porque ha determinado castigar.
Esto lo podemos aprender por ajenas experiencias.
Ibid., XXV, 1 y sgts. Ezeq., XVIII, 32.
Amenazó a los ninivitas, y los perdonó; calló ante los sodomitas y los castigó.
¡Preparadas tiene las coronas si no es que nosotros nos lanzamos a los tormentos!
¡Desea que la gehenna quede vacía! ¡desea cerrar la cárcel tenebrosa! ¡desea reservar
para el demonio toda la ira! ¡desea sentarse como Juez, no para castigar a algunos sino
para coronarlos a todos!
Teniendo, pues, tal Señor, acojámosnos a aquella palabra dulce, y obedezcamos al que
nos dice: "¡Venid y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón!, a fin de que
merezcamos oír aquella otra palabra, feliz y deseable: ¡Venid, benditos de mi Padre, a
poseer el reino que os está preparado! 7 Del cual acontézcanos a todos gozar por gracia
y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, con el cual sea la gloria al Padre, juntamente
con el Espíritu santo, por los siglos de los siglos. Amén.8
7 Mat., XXV, 34.
8 La inferioridad de esta pieza es evidente. Para catalogarla entre los panegíricos nos
hemos guiado, como lo hicieron todos los compiladores, por el título puesto
antiguamente, aunque del santo nada dice. Compárese esta Homilía con la otra
ciertamente genuina del Crisóstomo que se titula "Homilía después del terremoto", y se
verá la gran diferencia.
12
XII HOMILÍA encomiástica en honor de las SANTAS
MÁRTIRES BERNICE y PROSDOCE vírgenes y
DOMNINA su madre.
Esta Homilía, como se desprende de las palabras con que empieza, fue pronunciada
unos veinte días después de la otra que se titula Sobre el Cementerio y la Cruz. Esta
segunda la predicó el santo en la fiesta de la sagrada Parasceve, y no en la Exaltación de
la santa Cruz (14 de septiembre) porque esta festividad aún no existía en tiempo del
Crisóstomo. Ahora bien, la Parasceve, en el año 392, que es el de esta segunda Homilía,
cayó a 26 de marzo; aunque esto no pueda probarse con toda certeza, pues las tablas
pascuales no con-cuerdan suficientemente. En resumen, la Homilía que sigue fue
predicada por san Crisóstomo, con toda probabilidad, el 14 de abril del 392.
No HAN CORRIDO AUN VEINTE DÍAS desde que celebramos la fiesta de la Cruz, y
he aquí que ahora celebramos la memoria de los mártires. ¿Adviertes cuan pronto
aparece el fruto de la muerte de Cristo? ¡Por aquel Cordero estas corderillas han sido
degolladas! ¡por aquel Cordero, estas víctimas! ¡por aquel sacrificio, estas oblaciones!
¡No han pasado veinte días, y el leño de la Cruz ha germinado rápidamente los preclaros
brotes de estas mártires! ¡Porque son éstas los frutos de aquella muerte! ¡Mira cómo el
día de hoy se nos presenta la demostración de lo que entonces se dijo, y esto mediante
las obras! Decíamos entonces: ¡Rompió las puertas de bronce y quebrantó los cerrojos
de hierro! Pues bien: esto se demuestra el día de hoy con las obras. Porque si no hubiera
quebrantado las puertas de bronce, estas mujeres no se habrían atrevido con tanta
facilidad a entrar. Si no hubiera destrozado los cerrojos de hierro, unas tiernas vírgenes
no habrían podido quitarlos. Si no hubiera inutilizado la cárcel no habrían entrado las
mártires con tanta confianza.
¡Bendito sea Dios! ¡la mujer es valerosa para morir! La mujer, que introdujo en nuestra
naturaleza la muerte, muerte que es antiguo dardo del demonio, con su muerte ha
vencido la fuerza del demonio. El vaso de debilidad y fácilmente quebradizo, se ha
convertido en dardo insuperable. ¡Ahora las mujeres son atrevidas delante de la muerte!
¿quién no se admira? Avergüéncense los gentiles, cúbranse de pudor los judíos, pues no
creen en la Resurrección de Jesucristo. Porque yo te pregunto: ¿qué argumento mayor
buscas de la Resurrección, una vez que miras el cambio tan grande de las cosas? ¡Las
mujeres se vuelven intrépidas delante, de la muerte, esa que antes era temible aun para
los varones santos y llena de horror!
Advierte cuan temible fue antes, a fin de que cuando la veas tornada en despreciable,
alabes a Dios, autor de este cambio. Mira cuánta fue su fuerza anterior, para que, una
vez que hayas conocido cuánta sea ahora su debilidad, des gracias a Cristo por haberla
totalmente debilitado. Anteriormente, oh carísimo, nada había más fuerte que ella, y
nada más débil que nosotros; pero ahora nada hay más robusto que nosotros, y nada más
débil que ella. ¿Ves cómo se ha obrado un cambio magnífico? ¿Ves cómo las cosas
robustas se han vuelto débiles y las débiles se han vuelto robustas por la obra de Dios, y
esto con el fin de declararnos por ambos medios su poder? Mas, para que no parezca
que me reduzco a simples afirmaciones, añadiré las pruebas.
Y si te parece, en primer lugar demostremos cómo anteriormente a la muerte la temían
no solamente los pecadores sino aun los hombres santos y que tenían grande confianza
en Dios y abundaban en buenas obras y habían alcanzado toda clase de virtudes. Y
emprendo esta demostración no para condenar a aquellos santos, sino para que
admiremos el poder de Dios. ¿De dónde nos consta que anteriormente la figura misma
de la muerte fue temible y que todos la miraban con horror y temblor? ¡Del primer
patriarca! Porque el primer patriarca, Abraham, justo, amigo de Dios, que había
abandonado su patria, su casa, sus parientes, y había despreciado todas las cosas
presentes por el amor de Dios, de tal manera temía y temblaba de la muerte, que
habiendo de entrar en Egipto, dijo a su esposa: ¡Sé que eres mujer hermosa! Sucederá,
pues, que cuando te vieren los egipcios, a ti te conservarán, pero a mí me darán
muerte! 1 Entonces ¿qué hacer?: ¡Di que eres mi hermana para que me vaya bien por ti,
y mi alma se salve y viva merced a ti!
1 Gen., XII, 11-12.
¿Qué es esto, santo patriarca? ¿no se te da nada de que a tu mujer se la someta a estupro,
de que se manche tu lecho, de que sea violado tu matrimonio? ¿Hasta tal punto temes la
muerte? ¡Y no solamente tienes en nada esas cosas, sino que andas tramando con tu
mujer un engaño, y tejes con ella ese medio del estupro, y pones todos los medios para
que se oculte al rey que comete adulterio; y para ello, quitas a tu esposa este nombre y
le das el de hermana! ¡Pero estoy temiendo que mientras andamos tratando de disolver
el poder de la muerte, pongamos acusación contra el justo! Por esto, voy a esforzarme
en hacer ambas cosas: comprobar la debilidad de la muerte y apartar de aquel justo la
acusación. Con todo, necesitamos comenzar por demostrar que él temía la muerte, y
luego lo justificaremos de la acusación.
Veamos, pues, qué cosa tan penosa e intolerable suMó. Porque son preferibles infinitas
muertes a contemplar a la propia esposa sujeta a estupro y manchada con adulterio. Pero
¿qué digo manchada con adulterio? Si acaso la más leve sospecha de semejante cosa le
llega al pensamiento al esposo, amarga la vida entera y la hace no ser ya vida. Porque es
un fuego y llama y pasión de celos la que se apodera de él. Alguien explicando la tiranía
y fuerza inexplicable de ésta decía: Porque el ánimo de su esposo está lleno de celos,
por nada cambiará su odio ni por precio alguno, ni perdonará en el día del juicio, ni se le
diluirá mediante muchos dones. 2 Y también en otra parte: ¡Duro como el infierno es el
celo! Porque así como no se puede doblegar al infierno con las riquezas, dice, así no
puede ablandarse ni aplacarse aquel que padece de celos. Muchos hay que darían su
vida por encontrar al adúltero y saborearían gustosos la sangre misma del varón que
hubiera cometido el estupro en su esposa de ellos. Y serían contentos de llegar a los
extremos últimos por ese motivo. Y con todo, esta enfermedad tan intolerable, tan
violenta, tan implacable, aquel justo la toleró con toda paciencia y despreció aquel
estupro de su esposa por el excesivo temor de la muerte y acabamiento. Por aquí queda
manifiesto que aquél temió la muerte. Pero
2 Prov. VI, 34-35; y Cant. Cantic. VIII, 6.
ya es tiempo de que lo justifiquemos de la acusación que de aquí se le sigue, en cuanto
hayamos expuesto la acusación misma. ¿Cuál es, pues, en resumidas cuentas dicha
acusación? ¡Era preferible, dirá alguno, que padeciera la muerte antes que menospreciar
aquel estupro de su mujer! Esto es de lo que algunos lo acusan como de un crimen: de
haber preferido salvar su vida antes que la pureza de su mujer. Pero ¿qué dices?
¿Convenía que muriera antes que tener en nada la injuria de su mujer? Pues ¿qué habría
aprovechado? Porque si con su muerte librara a su esposa del estupro, tendrías tú razón
en lo que dices. Pero si con su muerte nada aprovechaba a su esposa para librarla del
estupro ¿por qué motivo había de exponer su vida imprudente y locamente? Y para que
entiendas que ni aun con su muerte hubiera él podido librar a su esposa del adulterio,
oye lo que dice: "Y sucederá que una vez que te vean los egipcios, a ti te conservarán,
pero a mí me darán la muerte".
Tenía, pues, que suceder que se cometieran dos crímenes: el de adulterio y el de
asesinato. Entonces era un acto de singular prudencia omitir siquiera uno de ellos.
Porque si exponiendo su vida (repetiré lo que ya dije), hubiera de librar del estupro a su
esposa, y una vez muerto aquel justo ellos no hubieran de tocar a Sara, tendrías tú razón
en tus acusaciones. Pero si, aun muerto aquel y quitado de en medio, igualmente había
de suceder que la esposa fuera ultrajada ¿por qué acusas a este justo, cuando debiendo
ocurrir dos males, el estupro y el asesinato, evitó uno de ellos con su prudencia, o sea el
asesinato? Más bien convenía alabarlo por esto: porque a lo menos conservó limpias del
asesinato las manos adúlteras. Ni puedes afirmar que ella, por haber dicho que era
hermana del patriarca, incitó al egipcio al adulterio. Porque aunque hubiera dicho ser su
esposa, ni aun así el otro se había de abstener.
Y esto lo puso en claro cuando dijo: "¡Una vez que te vean dirán: es su esposa; y me
matarán, y a ti te conservarán!" De manera que si hubiera dicho que era su esposa, se
habrían seguido el adulterio y el asesinato; pero si decía ser su hermana, se impediría el
asesinato. ¿Ves cómo amenazando dos males, él con su prudencia impidió uno de ellos?
¿Quieres ahora ver cómo aun el crimen de adulterio, en cuanto estuvo en su mano, lo
disminuyó de manera que no llegara a ser un adúltero consumado el egipcio? ¡Atiende
de nuevo a sus palabras!: "¡Di: soy su hermana!" ¿Qué es lo que dice? ¿Aquel que toma
la hermana de otro ya por eso no es adúltero? ¡No! Porque el adulterio se juzga según la
intención del ánimo. Así Judas, cuando se unió con su nuera Tamar, no fue tenido como
adúltero, porque pensó que se unía no con su nuera sino con una meretriz. Así también
ahora: el egipcio que la iba a recibir, no como esposa de Abraham, sino como hermana,
no cometía adulterio. Mas ¿qué tiene esto qué ver con Abraham?, dirá alguno. Porque él
sí sabía que entregaba üo a su hermana sino a su esposa. ¡Pues ni aun esto es tampoco
un crimen suyo ! Porque si oyendo esto el egipcio, que se trataba de la esposa, ya con
eso hubiera querido abstenerse del estupro, justamente acusarías al patriarca. Pero si el
nombre de esposa de nada iba a servir a Sara para apartar de ella el estupro, como el
mismo Abraham lo dijo: "¡Dirán: es su esposa, y te guardarán", mucho más justo es que
alabemos al varón justo que, puesto en tan grave dificultad, pudo conservar al egipcio
libre del crimen y en cuanto estaba en su mano disminuir el crimen de adulterio!
Pasemos, pues, con el discurso a su nieto Jacob, para que veas también en él a un
hombre que teme y tiembla de la muerte; y eso que ya desde su primera edad había sido
educado en la sabiduría apostólica. Porque Pablo ordenaba a sus discípulos de esta
manera: Teniendo alimentos y con qué cubrirnos, con eso nos contentaremos. 3 Que es
exactamente lo que aquél pedía a Dios cuando decía: Si me diere Dios pan para comer y
vestido para cubrirme, con eso estoy contento.* Pues bien: éste que no buscaba nada
fuera de lo indispensable, que había abandonado su casa, que había recibido las
bendiciones de su padre, que había obedecido a su madre, que era amigo de Dios, que
mediante la sabiduría había hecho fuerza a la naturaleza (ya que siendo por naturaleza
inferior a su hermano, alcanzó a ser el primero en las bendiciones de su padre), que
había en fin alcanzado tantas cosas, y demostrado tan grande prudencia y piedad en
innumerables combates y miles de luchas y coronas, cuando regresaba a su patria y
tenía que encontrarse con su hermano, como si hubiera de enfrentarse con una bestia
feroz, temeroso de su ira, rogaba suplicante al Señor: ¡Sálvame de las manos de mi
hermano Esaú, porque yo le temo, no sea que se acerque a mí y me hiera y me mate,
juntamente con la madre sobre los cadáveres de sus hijos! 5 ¿Adviertes cómo también
éste teme a la muerte? ¿Cómo la teme y por ese motivo suplica a Dios?
¿Quieres que te presente a otro varón igualmente afectado de temor ante la muerte?
¡Pon delante de tus ojos a EUas, alma que tocaba con su cabeza los cielos y
verdaderamente divina! Pues éste, que había cerrado los cielos y de nuevo los había
abierto, y que había hecho bajar de ellos el fuego, y que había ofrecido un admirable
sacrificio, y había ardido en celo de la gloria de Dios, y había ostentado en su cuerpo un
género de vida angélica, y no poseyó sino una piel de oveja, y se hizo superior a todas
las cosas humanas, éste pues, de tal manera teme y tiembla de la muerte, que tras de
tantas cosas, tras del cielo y el sacrificio y la túnica de pelo de camello y el desierto y la
sabiduría y tan grande confianza, se pone a temblar de una mujerzuela vil y emprende la
huida. Porque, por haber dicho Jezabel: ¡Esto me hagan los dioses y esto me añadan si
mañana no igualo tu alma con las de los que ya murieron!,6 temió, dice la Escritura,
EUas, y huyó durante cuarenta días.
¿Ves cuan terrible cosa es la muerte? ¡Alabemos, pues, a Dios porque habiendo ella sido
tan terrible a los profetas. El la volvió fácil de despreciar aun para las mujeres! ¡EUas
huía de la muerte, las mujeres se refugian ahora en ella! ¡aquél se escapa de la muerte y
éstas la buscan! ¿Adviertes cuan grande mutación se ha verificado? ¡Abraham y Elias
temen la muerte, mientras que las mujeres la conculcan con sus pies como si fuera un
poco de barro! Pero no acusemos a aquellos santos: ¡no era culpa suya! ¡Debilidad
natural era y no culpa de la voluntad! Dios en aquellos tiempos quería que la muerte
fuera cosa temible, a fin de que después se reconociera la fuerza de la gracia. Quiso que
fuera temible porque era un castigo, y por esto no quiso que desaparecieran las
amenazas del castigo para que los hombres no emperezaran en la virtud.
Permanezca inmutable la sentencia, dijo, a fin de aterrorizar los y así contenerlos.
¡Llegará, llegará un tiempo en que queden libres de los terrores, como en realidad ha
sucedido. Y que nosotros estemos ya libres de semejante terror, lo declaran juntamente
los mártires, y Pablo antes que ellos. ¿Habéis oído en el Antiguo Testamento a Abraham
que decía: a ti te conservarán pero a mí me darán muerte? ¿Habéis oído a Jacob que
decía: "Sálvame de las manos de mi hermano Esaú, porque le temo"? ¿Habéis visto a
Elias huyendo de las amenazas de una mujer a causa de la muerte? Pues oye ahora lo
que de esto siente Pablo, y si acaso la muerte le parece temible, o si cuando está ya
inminente la teme y se entristece, o por el contrario, la juzga cosa deseable. Y por esto
dice: Me es mucho mejor ser desatado y estar con Cristo. 7
1 1 Tira. VI, 8. Gen. XXVIII, 20; y para lo de Abraham, Ibid. XII, 12, etc.
5 Ibid. XXXII, 1 1. ' I Reg. XIX, 2-3.
Para aquéllos era cosa terrible, para éste es cosa mejor; para aquéllos era cosa
desagradable, para éste dulce. Y con razón, en verdad. Porque antes la muerte conducía
al infierno, ahora en cambio nos lleva a Cristo. Por lo cual Jacob decía: ¡Llevaréis mi
ancianidad ceñida de tristeza a los infiernos! 8 mientras que Pablo dice: "¡Mucho mejor
es morir yo y estar con Cristo!" Y no lo decía porque condenara la vida presente:
¡cuidémosnos de dar este agarradero a los herejes! No la huía como mala, sino porque
deseaba la vida futura, que es mejor. Porque no afirmó simplemente ser bueno morir y
estar con Cristo, sino ser mejor. Y mejor se dice siempre una cosa en comparación con
otro bien. Porque así como cuando dijo: "¡Quien entregue a su virgen en matrimonio
hace bien; pero quien no la une hace mejor", manifestó que el matrimonio era cosa
buena, pero mejor era la virginidad, del mismo modo en este lugar afirmó ser buena la
vida presente, pero que la vida futura es mucho mejor.
Y en otra parte, con la misma sabiduría, discurre y dice: Si yo me inmolo y paso más
allá con mi sacrificio en favor de vuestra fe, yo me alegro y me alegraré juntamente con
vosotros, y sobre ello mismo alegraos vosotros y congratulaos conmigo. 10 ¿Qué dices?
¿Mueres, oh Pablo, y convocas a los demás hombres como copartícipes de tu alegría?
¿Qué es lo que ha sucedido? ¡dime! "¡Es que no muero, responde; sino que subo a una
vida mejor!" De manera que así como los hombres que obtienen un principado
convocan a los más que pueden para que sean copartícipes de su alegría, así Pablo,
mientras se encamina a la muerte, convoca a los que luego lo habían de acompañar.
Porque la muerte es un dejar los trabajos y una retribución de los sudores y el fin de los
combates y su corona. Por esto, antiguamente había llantos y lamentos por los que
morían; ahora en cambio hay salmos y cantos de himnos. Lloraron a Jacob los judíos
durante cuarenta días y otros tantos lloraron a Moisés y lo gimieron; porque la muerte
era en verdad muerte. Pero no así ahora: sino que hay cantos y ruegos y salmos que
demuestran todos a la vez cómo la muerte es cosa deliciosa. Porque los salmos son
señal de bienestar y alegría. Dice la Escritura: ¿Está alguno de vosotros alegre? ¡cante
salmos!'! 1 Y porque estamos colmados de alegría por eso cantamos salmos a los
difuntos, puesto que ellos nos exhortan a no temer la muerte. ¡Vuelve, dice, oh alma
mía, a tu descanso, porque el Señor te ha hecho beneficios! ¿Adviertes cómo es un
beneficio y descanso la muerte? Pues quien ha entrado en ese descanso ya descansó de
sus trabajos como Dios descansó de los suyos.
7 Filip. I, 23.
8 Gen. XLII, 38.
9 I Cor. VII, 38.
lOFilip. II, 17-18.
¡Hemos hablado hasta aquí de la muerte! Volvamos ahora nuestro discurso a las
alabanzas de los mártires, a no ser que ya estéis cansados de escuchar. Pero también lo
que acabamos de decir lo ocasionó la alabanza de los mártires. Vale, pues, la pena tomar
de más arriba la narración del martirio. Surgió una guerra, la más grave de todas, contra
la Iglesia: porque esa guerra era doble. Una nacida en el interior, otra que vino del
exterior. Aquélla era doméstica, ésta de los enemigos; aquélla suscitada por los
familiares, ésta por los extraños. Por cierto que aunque hubiera sido solamente una, aun
así habría sido un mal intolerable. Y aunque solamente hubiera venido de los extraños,
aun así habría sido enorme la magnitud de esa calamidad. Pero, en realidad, fue doble; y
era mucho más grave la de los domésticos que la de los extraños. Porque fácilmente
podemos precavernos contra quien se declara enemigo; pero de aquel que se encubre
bajo el disfraz de amigo, y con todo tiene afectos no diferentes de los de un enemigo,
difícilmente se logran captar las asechanzas.
11 Jac. V, 13; y Sahno CXIV, 7.
Había, pues, entonces una guerra doble: una de parte de los conciudadanos, otra de parte
de los extranjeros; o si ha de decirse la verdad con exactitud, ambas eran de parte de los
conciudadanos. Porque los que atacaban desde fuera, a saber, jueces, magistrados y
milites, no eran precisamente extranjeros ni bárbaros ni de algún otro imperio y reino,
sino gente que se regía por las mismas leyes, habitaba en la misma patria y participaba
de las mismas instituciones. Era pues aquella guerra una disensión civil suscitada por
los jueces y era más grave la suscitada por los parientes, pues era de un género nuevo y
lleno de crueldad. Los hermanos eran traicionados por los hermanos, los hijos por los
padres, las esposas por los maridos: se pisoteaban todos los lazos del parentesco y se
encontraba en revolución toda la tierra, y nadie había entonces amigo de otro, porque el
demonio dominaba en una forma exorbitante.
Pues en aquella guerra y confusión, estas mujeres, si es que tal nombre se les ha de dar,
ya que en cuerpo femenino portaban una alma varonil, y más aún, traspasaban no
solamente los límites que exige un ánimo varonil sino los de la naturaleza misma, y
sostuvieron la batalla contra las Potestades incorpóreas; pues estas mujeres, habiendo
abandonado su ciudad, su casa y sus parientes, emigraron lejos todas juntas. Porque
decían ellas: Cuando Cristo es despreciado, no debe haber para nosotras cosa alguna
más preciosa ni estar alguno tan unido con el parentesco. Por este motivo, tras de
abandonarlo todo, se alejaron. Y a la manera que cuando a la media noche se incendia la
mansión, los que dentro de ella dormían, en cuanto escuchan el tumulto, al punto saltan
de sus lechos hacia el vestíbulo, y salen apresurados por las puertas de la casa, sin tomar
nada de lo que dentro queda, porque a sola una cosa se apresuran que es a salvar sus
cuerpos de las llamas y a tomar la delantera al fuego que velozmente avanza, del mismo
modo ellas procedieron.
Pues, como vieran todo el orbe incendiado y en llamas, al punto salieron de las puertas
de la ciudad y se alejaron rápidamente, buscando una sola cosa: conservar a salvo sus
almas a cualquier precio, de cualquier manera. Porque en aquellos tiempos el incendio
era recio y era profunda la tiniebla que se extendía y dominaba, y mucho más tétrica aún
era la oscuridad que no la de nuestras noches. Y por esas tinieblas los amigos no
conocían a los amigos, y los esposos traicionaban a sus esposas, y pasaban de lado junto
a los enemigos mientras que desgarraban y destrozaban a los amigos y familiares. ¡Era
aquello una batalla nocturna y destructora, y todo estaba lleno de tumulto! Pues fue
entonces cuando ellas abandonaron la patria y se retiraron emulando al patriarca
Abraham, al cual le fue dicho: ¡Sal de tu tierra y de tu parentela! 12 Porque de igual
modo a estas mujeres la ocasión de la guerra las excitaba a salir de su patria y de su
parentela, para obtener la herencia del cielo.
Salía, pues, de su casa aquella mujer con sus dos hijas. Pero tú no pases de largo,
cuando oyes que salieron aquellas mujeres educadas en la abundancia y que no tenían
costumbre de sufrir semejantes miserias; sino medita cuan grande mal era aquél, cosa
rodeada de tan grandes dificultades. Porque si los varones, cuando han de emprender un
no muy largo camino y tienen a la mano bestias de carga y servidores, y los caminos no
presentan peligro, y está en su mano el regresar, a pesar de todo eso experimentan
muchas molestias, pues cuando se trata de unas vírgenes mujeres, sin senadores, y con
la traición de los amigos encima, y el tumulto y el alboroto y el enorme terror, y las
asaltan diversos peligros, y está en peUgro su alma, y por todas partes las rodean los
enemigos ¿qué discurso podrá expresar la lucha de aquellas mujeres, la fortaleza, la
magnanimidad y la fe?
Si solamente hubiera salido la madre, el certamen no habría sido tan insoportable. Pero
cuando llevaba a sus hijas, y ambas doncellas, tenía duplicado el motivo de temor y la
ocasión de grandes cuidados. Porque cuanto era mayor el tesoro, tanto más difícil era su
guarda. Salía, pues, llevando consigo sus dos vírgenes, sin tener una casa en dónde
ocultarlas. Y ya entendéis que para custodiar la flor de la virginidad se necesita de casa,
gineceo, puertas, cerrojos, guardias y gente que duerma vecina, y siervas y nutricias, y
vigilancia asidua de parte de la madre, y providencia de parte del padre, y muchos
cuidados de parte de los parientes; y aún así con dificultad se conserva. ¡Pero aquella
mujer se encontraba destituida de todos estos auxilios! ¿Cómo, pues, podría defender a
sus doncellas?
12 Gen. XII, 1.
C21
¡Con la guarda de las leyes divinas! ¡No tenía casa con cuyo muro se ampararan, pero
tenía la mano poderosa que desde el cielo la protegía! No tenía puertas ni cerrojos, pero
poseía la verdadera puerta que apartaba lejos todas las sospechas. Y así como en medio
de Sodoma, la casa de Lot era asediada, y con todo nada malo padecía, porque dentro
tenía un ángel, así estas mártires, colocadas entre los sodomitas y todos los enemigos, y
sitiadas por todas partes, nada malo sufrían, porque llevaban como habitante de sus
almas al Rey de los ángeles, y en aquel camino desierto nada padecían porque llevaban
un camino que las conducía al cielo. Por esto, aunque apretadas por un tan grande
tumulto y guerra, y entre tantas olas, caminaban seguras. Y ¡cosa admirable! pasaban
como ovejas entre lobos, y como corderillas entre leones así se abrían paso, y nadie las
miraba con ojos lascivos. Sino que como Dios no permitía a los sodomitas, aunque
estaban junto a la puerta, dar con la entrada, así en este caso, cegó los ojos de todos a fin
de que aquellos cuerpos virginales no cayeran en sus manos.
Van, pues, a la ciudad que se llama Edessa, ciudad la más agreste entre muchas, pero
también más insigne por su piedad. Pero ¿qué fue lo de aquella ciudad que les pareció
suficiente como para encontrar en ella un reñagio en semejante tempestad y oleaje? ¿y
en semejante huracán un puerto? Y recibió aquella ciudad a las peregrinas, peregrinas
de la tierra pero ciudadanas del cielo, y custodiaba el depósito que se le confiara. Y
nadie acuse de debilidad a estas mujeres porque huyeron, pues en esto cumplían un
precepto del Señor que dice: ¡Cuando os persiguieren en esta ciudad, huid a otra! 13 Y
como fuera oída esa palabra por estas mujeres, huyeron, en tanto que se les iba tejiendo
la corona. ¿Cuál era ella? El desprecio de las cosas presentes. Porque: cualquiera que
abandonare a sus hermanos, hermanas, patria, casa o amigos y parientes, recibirá, dice
el Señor, el ciento por uno y poseerá la vida eterna. 1* Y tenían además a Cristo
habitando en ellas. Porque si en donde están dos o tres congregados, ahí está Cristo en
medio, en donde estaban no solamente congregadas sino además desterradas por su
nombre aquellas mujeres ¿acaso no merecían con mayor razón el auxilio de Cristo?
Mientras así estaban estas mujeres, por todas partes y en todas direcciones, eran
enviados edictos criminales, repletos de malvada tiranía y de bárbara crueldad. Porque
decían: "¡entreguen los parientes a los parientes, los maridos a sus esposas, los padres a
sus hijos, los hermanos a sus hermanos, los amigos a sus amigos!" Acuérdate en este
paso de aquella palabra de Cristo, y admírate de su predicción. Porque todo esto ya de
antemano lo había El dicho: ¡Entregará, dice, el hermano al hermano, el padre al hijo, y
se levantarán los hijos contra los padres. 15 Y predecía estas cosas por tres razones: la
primera para que conozcamos su poder y que es verdadero Dios, puesto que conoce
desde mucho antes las cosas que aún no han sucedido; y para que entiendas que éste fue
el motivo por que predijo las cosas futuras, óyelo cómo dice: ¡Por esto os he dicho estas
cosas antes de que sucedan, para que cuando sucedan creáis que yo soy! 16
En segundo lugar, para que ninguno de los adversarios vaya a decir que estas cosas
suceden porque El no las conoce, o porque es débil. Puesto que quien con tanta
antelación pudo preverlas, pudo también evitarlas; pero no las impidió para que se
convirtieran en coronas más preclaras. Por este motivo predijo esas cosas. Pero hay un
tercer motivo de que las predijera. ¿Cuál es? Para que se les facilitara la lucha a quienes
ya están en el estadio. Puesto que los males que no se esperan, sean cuales fueren,
parecen más graves e insoportables; en cambio, aquellos que ya esperamos y para los
cuales nos hemos preparado, se vuelven más hgeros y fáciles de llevar. De manera que
aquellos enemigos que entonces giraban aquellos decretos, por una parte manifestaban
su propia crueldad, y por otra, sin saberlo, sacaban verdadera la profecía de Cristo; y
así, los hermanos eran traicionados por los hermanos, y los padres por los hijos, y así la
naturaleza se hacía a sí misma la guerra. El parentesco se desgarraba en sí mismo.
Todas las leyes naturales eran arrancadas de cuajo y todos los sitios se llenaban de
tumulto y de revuelta, y las casas de los propios parientes redundaban de sangre por
causa del demonio.
13 Mat. X, 23. " Ibid. XIX, 29.
15Mat. X,21. "Juan XIV, 29.
Porque el padre que entregaba a su hijo, en verdad él mismo lo degollaba. Pues aunque
no empujara él la espada ni cometiera el asesinato con su propia mano, con su delación
llevaba a cabo todo el negocio. ¡Quien entrega un hombre al asesino, él mismo comete
el homicidio! ¡Decían los demonios: procuremos que ellos mismos maten a sus hijos! ¡a
los hijos, hagámoslos, mediante la traición, parricidas! Porque tales eran entonces las
víctimas que se le ofrecían: ¡los padres les inmolaban a sus hijos! Ya el Profeta había
clamado eso mismo y había dicho: ¡Inmolaron a los demonios a sus hijos e hijas! " Y
los demonios mismos estaban sedientos de sangre semejante. De manera que
precisamente, cuando ya Cristo había prohibido tales sacrificios, ellos intentaban
renovarlos. Pero como no se atrevían a gritar con toda impudencia: "¡Matad a vuestros
hijos!", porque nadie les habría obedecido, echaban por otro camino, y pergeñaban una
ley y los diversos edictos. Ordenan, pues, que los padres entreguen a sus hijos. Porque
no hay diferencia entre el que mata a su hijo y el que lo entrega para la muerte: uno y
otro son matadores de sus hijos.
Pudieron entonces verse parricidas, asesinos de sus hijos, y fratricidas; porque todo
estaba lleno de tumulto y de revuelta. En cambio, aquellas mujeres gozaban de una
profunda tranquilidad, porque a la manera de un muro las rodeaba por todos lados la
esperanza de los bienes futuros: viviendo en tierra extraña no vivían en ella, porque su
verdadera patria era la fe y su propia ciudad la confesión de su fe; y así, alimentadas con
la magnífica esperanza, no se les daba nada de las cosas presentes, porque tenían los
ojos fijos únicamente en las venideras. Y estando así las cosas, llegó a aquella ciudad el
padre de ellas, acompañado de milites, para dar caza a las fieras. Se presenta pues el
padre y esposo — ¡padre de aquellas hijas y esposo de aquella mujer, puesto que es
necesario llamarlo padre y marido, a pesar de que se ocupaba en semejantes menesteres!
Pero, ¡perdonémosle en cuanto se puede! ¡que al fin y al cabo, padre es de mártires y
esposo de una mártir! ¡No aumentemos el dolor de su herida con nuestras
recriminaciones !
Sahno CV, 37.
Y en este punto, considera la prudencia de aquellas mujeres. Porque, cuando hubo
necesidad de huir, huyeron; pero cuando fue necesario entrar al combate, se sostuvieron
a pie firme, y seguían a los verdugos, atadas por el amor a Cristo. Porque no debemos
atraemos las tentaciones, pero cuando se presentaren debemos aceptar el combate, para
dar en esas ocasiones un ejemplo de nuestra moderación y en éstas de nuestra fortaleza.
Y esto fue lo que aquellas mujeres hicieron entonces: porque se devolvieron y
combatieron. Abierto estaba el estadio, la ocasión invitaba a la lucha. Y el género de
certamen fue como sigue. Llegaron a una ciudad llamada Hierápolis y desde ahí
subieron a la verdadera ciudad sagrada, 18 mediante semejantes máquinas y artificios.
Porque corría un río al lado del camino por donde ellas regresaban, e iban caminando
sin ser advertidas de los soldados que comían y se embriagaban. Unos dicen que se
valieron ellas del auxilio de su padre para ocultarse y engañar a los soldados, y yo así lo
creo. Porque tal vez él hizo esto con el objeto de tener siquiera una mínima excusa de su
traición a la fe en aquel día del juicio supremo, y proveer así de algún modo a su
salvación: es a saber el haberles prestado su auxilio a las mártires, con lo que les facilitó
el camino mismo del martirio. Habiendo pues ellas invocado su auxilio, y habiendo
podido mediante él apartar a los soldados, se entraron por mitad del río, y se arrojaron
ellas mismas en aquellas aguas corrientes. . ¡Entró, pues, la madre con sus dos hijas!
¡Óiganlo las madres y también las doncellas, para que éstas obedezcan de ese modo a
sus madres y aquéllas eduquen a éstas en esa forma e igualmente amen a sus hijos!
Entró, decíamos, la madre llevando a los lados a sus dos hijas: ¡la que tenía esposo en
medio de las dos célibes; el matrimonio en medio de la virginidad; y Cristo en medio de
todas! Y a la manera de una raíz que se tiene entre dos retoños, así entonces entraba en
el río aquella mujer bienaventurada, teniendo a los lados a sus doncellas vírgenes; y ella
misma las empujaba a lo profundo del agua; y así se ahogaron, 19 o por mejor decir, no
se ahogaron sino que se bau 18 Nótese el juego de palabras, pues literalmente
Hierápolis significa Ciudad Sagrada. La verdadera Ciudad Sagrada es la del cielo. La
alusión a las máquinas está tomada de los mecanismos que entonces usaban para elevar
los grandes pesos, v.gr.: en las construcciones.
u La cuestión en Teología Moral es compUcada. La tesis catóUca dice
tizaron con un bautismo nuevo y admirable. Y si quieres ver cómo en realidad y
claramente aquello que entonces sucedía era un bautismo verdadero, oye a Cristo cómo
llama bautismo a su muerte. Porque, hablando a los hijos del Zebedeo, les decía:
¡Beberéis ciertamente mi cáliz y seréis bautizados con el bautismo con que yo he de ser
bautizado! 2"
Pero ¿con cuál otro bautismo fue bautizado Cristo, después del de Juan, sino con el de
su muerte en la cruz? De modo que así como Santiago cuando fiie decapitado y no
puesto en la cruz, con todo fue bautizado con el bautismo de Cristo, del mismo modo
estas mujeres, aunque no hayan sido puestas en la cruz, sino muertas en las aguas,
fueron bautizadas con el bautismo de Cristo. ¡Y a las doncellas las bautizó su propia
madre! ¿Qué dices? ¿una mujer bautizaba? ¡Sí, en verdad: porque con esta clase de
bautismos también las mujeres bautizan; como aquélla, que ciertamente bautizó y ofició
de sacerdote! Ofreció víctimas racionales y esa determinación de su ánimo hizo las
veces de ordenación sacerdotal. Y lo que es aún más de maravillar, no necesitó de altar
cuando sacrificaba ni de leña ni de fuego ni de espada; porque el río le sirvió de todas
esas cosas: de altar, de leña, de fuego y de espada para el sacrificio y de bautismo; de un
bautismo más excelente que el nuestro. Porque de éste dice Pablo: ¡Hemos sido
injertados por la semeque nadie puede "propria auctoritate se ipsum occidere directe";
pero sí puede ejecutar un acto cuyo efecto sea doble y en el cual el individuo no intenta
directamente matarse, sino conseguir el otro fin; con tal de que la muerte no sea medio
para el otro fin, sino sólo concomitante. Aquí, del acto de echarse al río se seguían dos
efectos, uno evitar la deshonra, otro, morir. Las santas podían intentar el primer efecto y
permitir el segundo sin quererlo. Pero urgen los autores la dificultad y dicen que para
permitir el segundo efecto (i. e. el que no se quiere) se necesita una razón
suficientemente grave o sea proporcionada a la gravedad del efecto que tan sólo se
permite. Y luego se preguntan si acaso la conservación de la castidad y virginidad es
razón o motivo suficientemente grave en proporción a la muerte. Y aquí se dividen las
opiniones. Unos dice que sí, porque la tesis de que no sea lícito darse la muerte en busca
de un bien grande o "ad magnum bonum servandum" no es tan evidente. De manera que
razonablemente podemos suponer en los mártires que eso hicieron una ignorancia
invencible que excusa de toda falta y nada quita al mérito del martirio. Otros dicen que
se ha de suponer una clara interna ilustración o inspiración divina, con la que Dios,
dueño de la vida y de la muerte, les dio esa licencia de matarse y aun se los exigió;
como se ve en varios pasos de la Escritura, v.gr.: el de Sansón. Puede consultarse sobre
esto Noldin, vol. II, De Praeceptis, págs. 309-319, etc. Ed. 27a. 1951. Herder-Barcelona.
20 Marcos X, 39.
janza con su muerte! 21 Mientras que acerca del martirio no dice por la semejanza, sino
que somos configurados con su muerte.22
Llevaba pues la madre a sus dos hijas, no como quien las arroja al río sino como quien
las conduce al tálamo nupcial. Las llevaba a su lado y decía: "¡Heme aquí y juntamente
a mis doncellas, que Dios me dio! ¡Tú me las diste, a Ti las encomiendo, tanto a ellas,
que son cosa mía, como a mí misma!" De manera que fue doble el martirio de esta
mujer; o, mejor dicho, triple; porque lo sufrió una vez por sí misma y dos por sus hijas.
Y del mismo modo que para arrojarse ella al proñindo necesitó de grande fortaleza, así
cuando a ellas las arrastraba al abismo necesitó de igual o mayor fortaleza, y mucho
mayor aún. Porque no suelen dolerse las mujeres tanto cuando ellas han de perecer
como cuando sus hijas han de morir. De manera que ésta sufrió un martirio mayor a
través de sus hijas, puesto que tuvo que vencer el impulso de la naturaleza, que es
tiránico, y apagar la llama del amor maternal, encendida por el parto, y luchar contra la
intolerable sacudida de sus entrañas, y contra la conmoción más íntima de su ser.
Porque si cualquiera mujer, viendo muerta a una hija estima que ya su vida es pura
tristeza, ésta, que no a una sino a sus dos hijas veía no precisamente en la muerte, sino
arrastradas por su propia mano a la muerte, piensa tú qué martirio hubo de soportar,
cuando experimentaba en reaUdad lo que a otras madres les era insoportable aun sólo de
oír!
Por su parte, los soldados, ignorantes de la determinación de aquellas mujeres, las
esperaban para de nuevo aprisionarlas; pero ellas estaban ya con los soldados celestes
de Cristo, que son los ángeles; cosa que los guardias no veían, porque no tenían ojos de
fe. Y por lo que hace a la madre, dice Pablo: ¡Se salvará mediante la generación de sus
hijos !23 Pero aquí fue al revés: las hijas se salvaron mediante su madre. Pues de esa
manera conviene que den a luz las madres. Porque esta forma de dar a luz es superior a
aquella otra primera; en ésta los dolores son ciertamente más grandes, pero también la
ganancia es muy superior. Acerca de aquellos dolores primeros, saben por experiencia
quienes han sido madres cuan graves sean los sufrimientos cuando ven a sus hijas
muertas; pero apenas si puede expresarse con palabras cuánto mayores sean si tú por tu
mano has de llevar a cabo esa muerte.
Rom. VI, 5.
Filip. III, 10; y para lo que sigue de las doncellas, Isaías VIII, 18.
I Tim. II, 15.
Mas ¿por qué motivo esta mujer no se presentó ante el tribunal? Porque quiso erigir su
trofeo aun antes de dar la batalla; antes del certamen arrebatar la corona; antes del
combate llevarse el premio. Y esto no porque temiera los tormentos, sino porque no
quería que ojos lascivos se apacentaran en sus hijas. No temía que les traspasaran los
costados, sino que les corrompieran su virginidad: ¡esto era lo que temía! Y que no
tuviera aquel temor primero sino este segundo, y que por él no se presentara ante los
tribunales, se declara por aquí: porque mayores tormentos sufrió en el río, puesto que
mucho más doloroso es, como ya dije, el sumergir en el agua a los pedazos de sus
entrañas, digo a sus hijas, y mirar cómo se ahogan, que no el ver cómo las carnes se
despedazan; y de mucho menor sabiduría necesitaba ella para tolerar los tormentos de
los verdugos que no para tomar por sí misma la mano de sus hijas y arrastrarlas consigo
a la corriente. Porque para causar dolor, no es lo mismo verlas destrozadas por otros que
ser ella misma el ministro de su muerte, y ayudar a la muerte, y hacer ella las veces del
verdugo. Ciertamente que esto es mucho más grave y más intolerable.
Todas vosotras, las que habéis sido madres, estáis de acuerdo conmigo en este
razonamiento; vosotras las que habéis experimentado los dolores del parto y habéis
procreado hijos. ¿Cómo tomó ésta la mano de sus doncellas? ¿Cómo pudo suceder que
las manos no se le entorpecieran? ¿Cómo el que sus nervios no se destrozaran? ¿Cómo
pudo la razón ponerse al servicio de semejantes hechos? Porque aquella hazaña fue más
amarga que infinitos tormentos, puesto que en vez del cuerpo era atormentada el alma.
Mas ¿por cuánto tiempo nos estaremos esforzando por alcanzar lo que nadie pudo
alcanzar? ¡Porque no puede la palabra igualar la grandeza de los sufrimientos; sino que
solamente los conoció aquella mujer que de ellos tuvo experiencia! ¡sólo ella supo lo
que son estos combates! ¡Oigan esto las madres ! ¡óiganlo las doncellas! ¡Las madres
para que eduquen así a sus hijos y las doncellas para que obedezcan del mismo modo a
sus madres! Pues no hemos de alabar únicamente a la madre que tales cosas ordenó,
sino también debemos admirar a quienes en tales cosas obedecieron. Porque no necesitó
la madre de ataduras para aquellos sacrificios sagrados, ni las terneras se resistieron;
sino que con alegría en el pensamiento y con ánimo igual, llevando el yugo del martirio,
entraron en la corriente, tras de abandonar allá fuera del río su propio calzado, en la
ribera. Y esto lo hicieron con el fin de ayudar a los guardias, porque así de grande era la
providencia de estas santas. Querían dejarles un medio de defensa para delante de los
jueces, a fin de que el juez cruel y severo no los acusara de traición y de haber dejado
libres a aquellas mujeres, por dejarse sobornar con dineros. Por esto dejaron su calzado,
para que asegurara la conciencia de los soldados, y cómo sin saberlo ellos ni tener
conocimiento del caso, ellas espontáneamente habían saltado atrevidamente al río.
¡Quizá estáis ya encendidos en no pequeño amor a esas santas! Pues con esa llama de
cariño postrémonos delante de sus reliquias y abracemos sus lóculos; porque aun los
lóculos de los mártires pueden tener grande fuerza, del mismo modo que la tienen sus
huesos. Estemos junto a ellos no solamente en este día de su festividad, sino también en
otros días, y roguémosles y pidámosles que nos sirvan de patronos; porque grande
confianza y libertad de hablar tienen no solamente vivas sino también después de su
muerte, y aun mucha mayor una vez muertas. Porque ahora portan las llagas de Cristo; y
mostrando esas llagas, muchas cosas pueden obtener de parte del gran Rey. "Siendo,
pues, tan grande el poder de ellas y su amistad con Dios, una vez que nos las hayamos
hecho amigas, por medio de la continua asistencia ante ellas y de las frecuentes visitas,
imploremos por su intercesión la misericordia de Dios. La cual acon-tézcanos a todos
alcanzar por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual
sea la gloria al Padre juntamente con el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos
de los siglos. Amén.
13
XIII HOMILÍA PRIMERA acerca de DAVID Y
SAÚL.
Esta homilía y las dos siguientes acerca de estos mismos personajes, las predicó el santo
el año 387, o sea el mismo en que había predicado las cinco sobre Anna. Predicó con
tan crecido afecto que los oyentes terminaban llorando; y así persuadió a los
antioquenos a cumplir el mandato evangélico que dice amad a vuestros enemigos. En
esta primera Homilía trata de que C3 necesario, a ejemplo de David, tener resignación,
perdonar a los enemigos y no hablar mal de los ausentes.
CUANTAS VECES TIENE EL CUERPO una hinchazón rebelde y muy arraigada y
endurecida, resulta necesario mucho tiempo y largo trabajo y notable ciencia para
aplicar los remedios, a fin de que el tumor que se ha formado desaparezca sin peligro de
la vida. Pues exactamente lo mismo sucede con el alma. Porque cuantas veces quiere
alguno arrancar de raíz una enfermedad que se arraigó profundamente en el ánimo y a
éste se le ha adherido por largo tiempo, no le basta con las admoniciones de uno o dos
días, sino que es necesario tratarle de la materia fi-ecuentemente y durante muchos días,
si es que hemos de desempeñar este cargo de predicadores no para buscar honras y dar
placer, sino para utilidad y fruto espiritual.
En consecuencia, así como lo hicimos respecto de los juramentos, que os predicamos
durante muchos días consecutivos sobre la misma materia, así lo haremos ahora
respecto de la • ira, y proseguiremos en continua exhortación, hasta donde alcancen
nuestras fuerzas. Porque éste me parece el mejor modo de enseñar: no desistir de estar
aconsejando la misma cosa, cualquiera que ella sea, hasta que veamos que las
admoniciones han logrado su objeto. Porque quien trate ahora de la limosna, mañana de
la oración, al tercer día de la mansedumbre y después de la moderación del ánimo, no
podrá lograr enderezar bien nada de esto en el alma de los oyentes, saltando siempre de
esto a lo otro, y de aquello a lo de más allá; sino que es indispensable que quien quiere
conseguir de las almas de sus oyentes el firito determinado, no deje de amonestar y
aconsejar sobre la misma materia, ni pase a tratar de otra antes de que advierta que la
amonestación anterior se ha clavado y ha arraigado en ellos profundamente.
Esto mismo suelen hacer los profesores: no entran a los alumnos por las sílabas hasta
que ellos han aprendido perfectamente las letras. Por nuestra parte, habiéndoos referido
la parábola de los cien denarics y los diez mil talentos, os hemos declarado cuan malo
sea mantener en la memoria las injurias; puesto que aquel a quien no habían podido
perder los diez mil talentos, a ése lo llevaron a su perdición los cien denarios, y le
deshicieron el perdón que ya había alcanzado de su deuda, y le hicieron vana la
remisión de lo que debía; y a él, que ya había sido hbrado de la rendición de cuentas, lo
volvieron al juicio, y de ahí lo metieron en la cárcel y finalmente lo entregaron a los
eternos suplicios. 1
Hoy procuraremos presentaros un nuevo argumento. Y convendría, por cierto, que quien
ha de hablar acerca de la bondad y mansedumbre, si se ha de proceder con justicia,
mostrara en sí mismo preclaros ejemplos de esta hermosa sabiduría y moderación, y de
esta manera la enseñara a la vez con las palabras y las obras. Pero, como estemos
nosotros muy distantes de las dichas virtudes,2 traeremos al medio a uno cualquiera del
número de los santos y os lo pondremos delante de los ojos, y así habremos, con esto,
empleado una poderosa y espléndida exhortación, con la que os habremos exhortado a
vosotros y también a nosotros mismos, a imitar un como arquetipo de estas virtudes.
Pero ¿a quién he de poner en medio? ¿quién habrá de hablar sobre estas virtudes?
¿Quién otro sino a aquel que mereció ser alabado por testimonio del cielo, y que por
esto mismo debe ser más admirado? ¡He encontrado, dice el Señor en la Escritura, a
David, el hijo de Jesé, varón según mi corazón! 3 Una vez que Dios ha dado su parecer
no queda lugar alguno ni motivo para contradecir. Porque su juicio es incorruptible;
puesto que Dios no juzga ni por agradar ni por odio que tenga, sino que da su voto
sinceramente y según la virtud de las almas.
1 Mat., XVIII, 23-24.
! Véase la Introd. n. 8. El ánimo del Crisóstomo era naturalmente inclinado a la cólera,
pero lo venció hasta llegar a la más dulce mansedumbre.
' / Sara., XIII, 14; también Act. Apost., XIII, 22.
Pero no únicamente por este motivo de haber sido alabado de Dios traemos al medio a
este varón, sino además por ser uno de los hombres educados bajo la Ley antigua.
Porque el que en la Ley de gracia haya habido alguno del todo limpio de la ira, y que
haya perdonado a sus enemigos, y que haya mostrado indulgencia con los que lo
afligían, no es cosa admirable en verdad, cuando ha precedido ya la muerte de Cristo, y
cuando El nos perdonó con tan crecida clemencia todos nuestros pecados y nos dio
tantos preceptos de evangélica sabiduría. Pero que en el Antiguo Testamento, cuando la
ley permitía sacar ojo por ojo y extraer diente por diente y vengarnos de quien nos
hubiera hecho mal, con la pena del tallón, que entonces haya habido alguno que
superara los términos de aquellos preceptos y llegara hasta la sabiduría apostólica ¿a
cuál de los oyentes no lo colmará de admiración? Y si a ése no lo imitamos ¿quién de
los oyentes no nos privará de perdón y de toda excusa?
Pero, con el objeto de que más perfectamente conozcáis su virtud, conccdedme que
vaya con mi discurso más arriba y os refiera los beneficios que aquel bienaventurado
varón proporcionó a Saúl. Porque no vengarse de un enemigo que simplemente nos ha
injuriado, no es cosa que cause maravilla; pero que alguien a un hombre a quien ha
colmado de beneficios y que, tras de colmarlo de beneficios ha intentado matar a su
bienhechor una y otra y muchas veces, que a ése, digo, una vez que ha caído en sus
manos de manera que ya puede darle muerte, no solamente lo haya perdonado, sino que
además lo haya librado de las asechanzas de otros, sobre todo sabiendo de antemano
que luego habría de volver a tramar otra vez las mismas maldades, quien esto hace ¿qué
deja que a tan altísima virtud pueda añadirse?
Y qué beneficios haya hecho David a Saúl, y cuándo y en qué forma, tenedme un poco
de paciencia mientras os lo refiero. Como en cierta ocasión los judíos se encontraran
apretados por una guerra sumamente difícil, hasta el punto de que todos andaban
temerosos y consternados, y nadie se atrevía a levantar cabeza, sino que la ciudad toda
se hallaba en extrema desesperación, por tener todos delante la muerte, mientras
esperaban cada día el exterminio, de manera que llevaban una vida más miserable que
los que están en horribilísima cárcel encerrados, este David, habiendo llegado desde sus
ovejas al ejército, como por su edad no pudiera conocer el arte de la guerra y por otra
parte estuviera completamente ajeno de los trabajos militares, con todo, echó sobre sus
espaldas, para salvarlos a todos, aquella guerra, y, lo que nadie esperaba, la concluyó
felizmente.
Pero aun en el caso de que su valor no hubiera alcanzado éxito, con todo, por sola su
presteza de ánimo y su preclaro propósito, debía ser coronado. Pues ciertamente, si
algún soldado por su edad vigoroso hubiera tomado sobre sí semejante empresa, no
habría sido cosa admirable, puesto que así lo pedía la ley militar. Pero que éste, que no
veía necesidad alguna que lo apretara y aun había muchos que se lo desaconsejaban, ya
que su hermano mismo lo reprendió y el rey lo detenía y se lo prohibía, por verlo que
aún no estaba en edad madura ni era hábil para afrontar el peligro y le decía: ¡No podrás
tú enfrentarte porque eres aún un muchacho, mientras que aquel es un hombre de guerra
desde su adolescencia;3 digo, pues, que como no hubiera ocasión que lo provocara, él
de su propia voluntad y por sí mismo, encendido en celo de Dios y amor de su patria,
como si más verdaderamente viera ovejas que no hombres, y como si hubiera de atacar
a unos perros y no a un numeroso ejército de hombres, así de intrépidamente se lanzó
contra los bárbaros, y mostró en esta ocasión tan grande sohcitud por el rey, que aun
antes de la batalla y de la victoria, cuando estaba del todo postrado de ánimo, lo levantó.
Porque no solamente le ayudó con sus hechos, sino que aun antes de los hechos lo
exhortó con sus palabras a tener buen ánimo, y lo fortaleció, y lo hizo que concibiera
buena esperanza del éxito feliz en la empresa; y le dijo de este modo: ¡No decaiga el
corazón de mi señor, porque tu siervo irá y peleará con ese extranjero! 4 Y yo pregunto:
¿os parece acaso pequeña cosa esto de que sin estar obligado por necesidad alguna,
ponga en peligro su vida y se lance contra los enemigos para bien de aquellos de
quienes nunca había recibido ningún beneficio? ¿Acaso no era justo que a éste, tras de
semejante hazaña, se le inscribiera su nombre como de señor y se le proclamara
salvador común de toda la ciudad; a éste que, con la gracia de Dios, había salvado la
dignidad del reino y los fundamentos mismos de las poblaciones y la vida de todos?
¿Qué mayor beneficio que éste? Porque éste no fue para conservar la gloria y el poder,
sino la vida misma, y arrancarlos a todos de las puertas de la muerte. De manera que
viniendo a lo que es humano, por beneficio de aquel joven pudo vivir el rey en adelante
y conservar su principado.
4 / Sam., XVII, 32-33.
Mas ¿cuál fue el premio con que le correspondió? Porque si alguno atiende a la
magnitud de las cosas llevadas a cabo, verá que aunque el rey se hubiera quitado de la
cabeza la corona y la hubiera puesto en las sienes de David, nunca le habría dado un
premio que igualara a sus hechos, sino que siempre le quedara deudor de otro premio
más excelente; ya que el joven le había dado de nuevo el reino y la vida, mientras que el
rey apenas lo habría premiado con el reino. Pero ¡fijémonos en el premio que le
concedió por semejantes beneficios ! ¿Cuál fue? ¡Desde aquel día se dio a sospechar de
David y a temerlo. ¿Por qué motivo, por qué razón? Puesto que es necesario también
recordar la causa de sus sospechas; ya que no se puede tener como justo lo primero que
a cualquiera se le ocurra. Respecto de aquel que por el rey puso su alma y le dio la vida
¿qué causa justa podía tener el rey de sospechar? Con todo examinemos la causa de
aquella enemistad a fin de que aprendáis cómo no menos que por la victoria fue David
digno de ser honrado precisamente por aquellas cosas por las que luego se siguieron las
sospechas y fue acometido con asechanzas.
¿Cuál fue, pues, la causa de las sospechas? Una vez que cortó la cabeza del bárbaro
aquel, y regresó cargado con los despojos. Salieron, dice la Escritura, las mujeres
cantando y diciendo: Saúl mató mil, pero David sus diez mil. Y se irritó Saúl y desde
entonces sospechó de David. 5 Pero pregunto yo: ¿por qué motivo? Porque, aunque tales
alabanzas se hubieran dicho de David sin razón, aun así no debía Saúl tener un ánimo
hostil contra David, puesto que tenía comprobada su benevolencia para con él por las
empresas llevadas a cabo. Porque sin que nadie lo empujara o lo obligara y por pura
benevolencia, se había puesto David en semejante peligro; y así no había por qué
sospechar nada malo para en adelante acerca de él.
Ibid., XVm, 6-9.
Mas, por el contrario, aquellas alabanzas se decían con toda razón: y si se ha de decir la
verdad, más bien se decían en favor de Saúl que no de David. Debía haberle bastado a
éste con que le atribuyeran mil muertos. Pero entonces ¿por qué se indignaba de que a
David le atribuyeran diez mil muertos? Si el rey había contribuido con alguna cosa,
aunque poca, a que la guerra terminase, con razón se habría dicho aquello de Saúl sus
mil y David sus diez mil. Pero si al revés, él, miedoso y temblando, se había quedado
tranquilo en su casa, esperando cada día la muerte, mientras que David había llevado a
cabo toda la empresa ¿acaso no era cosa absurda que quien para nada había contribuido
en alejar el peligro se indignara porque no se le tributaban mayores alabanzas? ¡Si había
lugar para la indignación, eso le tocaba a David, a quien convenía indignarse porque
habiendo sido él solo quien todo lo había hecho ahora le daban un compañero en las
alabanzas!
Pero no voy a fijarme en eso. Más aún: yo diría que, aun concediendo que aquellas
mujeres hubieran hecho mal y fueran dignas de reprensión y de castigo ¿qué le tocaba
de esto a David? Porque ni había él compuesto el cantar de ellas, ni las había persuadido
a lo que decían ni había él inventado aquel modo de alabanza. Por lo mismo, si era
cuestión de indignarse, lo conveniente fuera indignarse contra las mujeres y no contra el
que era benemérito de la ciudad y digno de infinitas coronas. Pero Saúl, sin cuidarse de
las mujeres se indignaba contra David. Si este varón, al ser levantado a tan grandes
alabanzas hubiera mostrado envidia del poderoso y lo hubiera injuriado y hubiera
despreciado su autoridad, entonces habría habido algún justo motivo de odio. Pero si
precisamente se hizo más bondadoso y modesto, y se mantuvo dentro de la clase de los
subditos ¿qué justa causa había para que Saúl se doliera?
Cuando aquel que ha sido colmado de honores se levanta contra el que lo ha ensalzado,
y no cesa de abusar del honor conseguido, y precisamente contra aquel de quien lo
recibió, el odio tiene alguna excusa. Pero cuando ese tal continúa en hacerle honra y
obedecer a su bienhechor y en todo le da la razón ¿qué pretexto puede tener éste para
envidiarlo? De manera que aunque no hubiera llevado a cabo ninguna otra preclara
hazaña, todavía por ésta David había de ser amado, por haberse mantenido en la
moderación, a pesar de haber tenido una ocasión tan propicia para apoderarse del reino.
Puesto que ni sus primeras hazañas ni las que luego les siguieron, y fueron con mucho
mayores que las primeras, lo ensoberbecieron.
Y ¿cuáles fueron esas hazañas posteriores? Era David, dice la Escritura, acertado en
todas sus empresas y el Señor omnipotente estaba con él, y todo Israel y Judd lo
amaban, y él, a la vista de todos, entraba y salía. Y Micol, la hija de Saúl, y todo el
pueblo lo amaba. Y excedía en su prudencia a todos los siervos de Saúl, y su nombre era
sobremanera exaltado. Y Jonatás, el hijo de Saúl, lo amaba entrañablemente.6 Y con
todo, aun teniendo así ganada a toda la familia de Saúl y a todo el pueblo, y habiendo
vencido en todas las guerras y no habiéndole fallado nunca el buen éxito y habiendo
recibido aquel pago de todas sus empresas felizmente consumadas, ni levantó su cabeza
ni ambicionó el imperio ni se vengó de. sus enemigos, sino que perseveró obrando el
bien y llevando a cabo con toda felicidad las guerras en beneficio de Saúl.
¿Quién hay tan cruel y tan feroz a quien estas cosas no le hubieran persuadido a deponer
la enemistad y abandonar la envidia? Pero a aquel Saúl, inhumano y cruel, nada de esto
lo doblegó; sino que ciego a todas estas cosas y entregado a la envidia, incluso intentó
quitarlo de en medio. Y ¿qué era lo que en esos momentos estaba haciendo David?
(Porque esto es una cosa grande y más estupenda aún). ¡Tocaba la cítara y procuraba
calmar el ánimo del rey! David, dice la Escritura, cada día tañía con su cítara. Y Saúl
tenía la pica en sus manos. Y tomó Saúl la lanza y dijo: ¡La clavaré en David! ¡Pero la
clavó en la pared! Y por segunda vez David esquivó el golpe. 1 ¿Puede subir a más alto
grado esta malicia? ¡Tal vez sí subió con lo que luego le siguió!
A quien anteriormente había apartado a los enemigos, y por quien le había sido devuelta
la ciudad, en tanto que todos inmolaban víctimas por la victoria, ¡a ése, Saúl, siendo su
bienhechor y salvador y autor de todos aquellos bienes, intentó matarlo cuando aquél le
tocaba la cítara! ¡Y no lo detuvo en su furor y deUrio, ni la memoria de los beneficios,
sino que una y otra vez vibró su lanza contra él con el ansia de matarlo! ¡Este
6 I Sam., XVIII, 24-30. ' Ibid., XVIII, 10-11.
pago le dio por los peligros a que se había expuesto! ¡Y esto no lo hizo solamente un
día, sino muchas veces! Y con todo, aquel santo varón perseveró en cuidar de los
negocios del rey y en entregarse a los peligros para salvarlo y en formar en las filas en
todos los combates para salvar a su matador mediante el propio peligro. Y no contristó a
aquella fiera salvaje ni con palabras ni con hechos, sino que en todo le dio la razón y lo
obedeció.
Y a pesar de no haber recibido premio alguno por la victoria, sino al revés, verse
defi-audado de la paga por todos aquellos peligros, ni con una sola palabra se quejó, ni
exigió nada ni a los soldados ni al rey. Y esto lo hizo porque no había procedido por la
paga, sino con la esperanza del eterno reino. Ni solamente es de admirar que no exigiera
premio, sino que cuando se lo daban, a causa de su eximia moderación de ánimo tuvo a
bien rehusarlo. Porque Saúl, tras de haber maquinado tantas cosas y haber intentado
todos los modos que pudo para acabar con él, le urdió una nueva asechanza mediante el
matrimonio, y le inventó una nueva forma de dote y regalo de bodas. Por que no desea
el rey, dice la Escritura, una dote que le presente, sino cien prepucios de los enemigos
del rey? Como si dijera: "¡Mátame cien varones, y esto ante mí valdrá por dote!" Pero
esto lo decía con el deseo de entregarlo en manos de sus enemigos, bajo el pretexto de
matrimonio.
Y con todo, David, pensando el negocio según su propia moderación, rehusó aquellas
nupcias, no por temor del peUgro o el miedo a los enemigos, sino por creerse indigno de
emparentar con el rey. Y así, respondió a los siervos del rey con estas palabras: ¿Os
parece cosa leve eso de ser yo yerno del rey, siendo como soy hombre de baja condición
y de ninguna estima? a ¡Y eso que aquel honor le era debido y era un premio y una
compensación a sus trabajos! Pero en tanto grado tenía la humildad en su corazón, que,
tras de tantas empresas dignas de alabanza, tras de tan espléndida victoria, después del
expreso ofrecimiento del rey, él se juzgaba indignísimo de recibir ese debido premio, y
eso aun teniendo que acometer otros nuevos peligros para lograrlo.
Ibid., XVIII, 25. Ibid., XVIII, 23.
T22
Pero una vez que venció a los enemigos y recibió por esposa a la hija del rey,
nuevamente Tocaba la cítara, dice la Escritura, y procuraba Saúl herirlo con su lanza, y
se la arrojó; pero la lanza se clavó en la pared. 10 ¿A quién semejantes cosas, aunque
fuera un varón de excelente virtud y moderación, no lo habrían irritado? ¿Quién, aunque
otra causa no hubiera habido, no habría dado muerte a quien injustamente asechaba
contra su vida, a lo menos por propia seguridad? Y esto no habría sido un homicidio;
sino que aún así habría superado el modo de proceder prescrito por la ley. Porque ésta
ordenó sacar ojo por ojo. En cambio este varón, aun en el caso de que hubiera dado
muerte a Saúl, solamente habría vengado un homicidio a cambio de tres. ¡A cambio de
tres, lo repito, y éstos intentados sin motivo alguno plausible!
Pero ninguna de estas cosas procuró David; sino que le pareció mejor huir y retirarse de
su casa paterna y andar errante y prófugo, y en semejante desgracia buscarse su
alimento necesario, antes que dar al rey ninguna ocasión de homicidio. Porque no
miraba a su propia venganza, sino a curar al otro de su enfermedad. Y por este motivo
se apartó de la vista de su enemigo, para con esto calmar su hinchazón y mitigar el ardor
de su úlcera y aplacar su envidia. ¡Es mejor, se decía, que yo sea un miserable y padezca
dolores infinitos, que no el ser éste condenado delante de Dios por la muerte de un
inocente!
Pero no nos contentemos con oír estas cosas, sino imitémoslas; y no dejemos piedra por
mover para que nuestros enemigos echen de sí el odio. Y no andemos investigando si
acaso con razón o sin ella nos tienen mala voluntad, sino miremos únicamente a que
dejen de ser enemigos nuestros. El médico a lo único a que mira es a que el enfermo
quede Ubre de su mal y no a si acaso con razón o sin ella contrajo la enfermedad. Pues
bien: tú eres el médico de aquel que te injurió: busca únicamente el modo de curarlo de
su enfermedad. Esto fue lo que hizo este bienaventurado varón al elegir la pobreza en
vez de las riquezas, el desierto en vez de la patria, los trabajos y peligros en vez de los
placeres y la seguridad personal; y todo para librar a Saúl del odio y malevolencia que a
él le profesaba.
10 Ibid., XIX, 9-10. 338
Pero Saúl ni con todo esto mejoró; sino que continuamente lo perseguía y andaba
rondando en busca de aquel que no lo había injuriado; sino que al revés, siendo él el
injuriado le pagaba con infinitos y muy grandes beneficios sus injurias. Y Saúl, poco
después, sin darse cuenta vino a caer en las redes de David. Había ahí una cueva, dice la
Escritura, y Saúl entró en ella para descargar el vientre. Y David con su
acompañamiento estaba sentado en el interior de la cueva. Y los acompañantes dijeron a
David: He aquí el día anunciado por el Señor cuando dijo: Entregaré en tus manos a tu
enemigo y harás con él lo que mejor te parezca. Pero David se levantó y calladamente
cortó la orla del manto de Saúl. Y luego le latía fuertemente el corazón por haber
cortado la orla del manto de Saúl y dijo a sus hombres: Líbreme Dios de hacer tal cosa
contra mi señor el ungido de Y ave: ¡poner yo mi mano sobre el ungido de Y ave! "
¿Has observado las redes tendidas? ¿Has visto la presa capturada? ¿Has visto al cazador
en pie y cómo todos lo exhortaban a meter en el pecho de su enemigo la espada? ¡Pues
observa ahora la moderación, la lucha, la victoria, la corona! Porque aquella cueva era
el campo de batalla y ahí se llevó a cabo un combate admirable e increíble. Luchó
David; la ira era el púgil; Saúl estaba en medio como premio del certamen; el presidente
del certamen era Dios. Más aún: la lucha no era solamente contra sí mismo y sus
propias pasiones, sino contra los soldados que le rodeaban. Porque si quería moderar su
ánimo y perdonar al que lo había injuriado, era natural que también a éstos los temiera,
no fuera a ser que lo mataran ahí en la caverna, como a traidor de la vida de ellos, y
conservador de un público enemigo de todos.
Porque es probable que cada uno de ellos, oprimido por el dolor, dijera interiormente:
"¡Andamos errantes y expatriados, arrojados de nuestra casa y de nuestra tierra y de
todos los demás sitios, y somos copartícipes de todas las dificultades; y tú, a ese que es
la causa de todos los males y ahora se encuentra entregado en tus manos, ¿piensas
dejarlo ir para que así no podamos jamás salir de nuestras angustias; y traicionando a tus
amigos cuidas de este modo de guardar al enemigo? ¡Mirando al tiempo futuro, acaba
con el enemigo para que no vayamos luego a sufrir males mayores y más amargos!"
Estas cosas, aunque de palabra no las dijeron, pero en su ánimo sí las revolvían, y aun
otras más graves que éstas.
Ibid., XXIV, 4-7.
Pero aquel justo ninguna de esas cosas tomaba en cuenta y miraba únicamente a cómo
podría ceñirse la corona de la resignación y ejercitar una nueva y nunca oída sabiduría.
Porque no fuera cosa tan admirable si estando solo y sin compañeros, perdonara al que
lo había injuriado, como lo es ahora el que lo haya hecho estando presentes los demás:
puesto que la presencia de aquellos soldados era un doble obstáculo para la virtud. A
nosotros mismos nos acontece que, tras de haber determinado perdonar y no vengarnos,
luego, al sentir que otros nos excitan y empujan a la ira, cambiamos de parecer y nos
acomodamos a lo que sugieren sus dichos.
Esto no le aconteció a este bienaventurado, sino que aun después de lo que ellos le
aconsejaban y a lo que lo exhortaban, perseveró en su propósito. Y no es únicamente
digno de tan grande admiración el que no haya cambiado de determinación por las
exhortaciones de los otros, y el que no los haya temido, sino más aún el que haya
logrado obtener que sus compañeros tuvieran la misma moderación de ánimo. ¡Cosa
grande es que alguno impere sobre sus pasiones; pero más grande aún es lograr que
otros hagan lo mismo y piensen como el: a otros, digo, que precisamente no son
personas que tengan moderación de ánimo y templanza, sino soldados que a causa de
las innumerables dificultades habían llegado casi hasta la desesperación; dificultades de
las cuales ansiaban ya descansar un poco; y que no ignoraban que el acabamiento de sus
males estaba dependiendo de la muerte de aquel su enemigo; y no solamente la solución
de sus dificultades, sino también la adquisición de muchos bienes, puesto que nada
obstaba para que, una vez muerto el enemigo, pasara David a tomar posesión del reino.
Y sin embargo, aun siendo tantos los motivos que exasperaban el ánimo de los
soldados, pudo tanto aquel generoso varón, que se hizo superior a todos ellos y los
persuadió a que perdonaran a su enemigo. Y vale la pena oír el consejo que le daban los
soldados; porque la maldad del consejo manifiesta la firme e irrevocable convicción del
pensamiento de aquel justo. Porque ellos no dijeron: "¡He aquí al que te ha causado
infinitos males y que ha ansiado tu muerte y a nosotros nos ha arrojado en medio de
inextricables dificultades!" Sino que en cuanto vieron que David despreciaba todo eso, y
no tenía gran cuenta con las injusticias que contra él se cometían, le alegaron a Dios
como autor de la oportunidad: "¡Dios, le dicen, te lo ha entregado!" Para que David,
temeroso del juicio de Dios, más rápidamente se lanzara al homicidio.
Como si dijeran: ¿Acaso andas por tu cuenta vengándote? ¡Haces a Dios un servicio y
confirmas su sentencia con este ministerio! Pero él, cuanto más le insistían tanto más
perdonaba en su corazón. Porque entendía que Dios para esto le había puesto al
adversario en sus manos, para darle ocasión mayor de probar su virtud. En
consecuencia, también tú, si alguna vez tu enemigo cayere en tus manos, no vayas a
pensar que se te ha proporcionado la ocasión de vengarte, sino la de conservar a tu
enemigo. Y precisamente entonces más se han de perdonar los enemigos, cuando estos
han venido a caer en nuestro poder.
Quizá en este punto diga alguno: Pero ¿qué hay de grande ni de admirable en perdonar
al que ya ha caído en tu poder? Porque muchos reyes elevados a la cumbre del mando,
juzgaron indigno de ellos, colocados en tan grande altura de poder, el castigar a quienes
anteriormente los habían ofendido; y así la alteza misma del poder fue causa de
reconciliación. En el caso presente nada de eso puedes tú alegar. Porque no sucedió que
David hecho rey y elevado a la cumbre del poder, tuviera en sus manos a Saúl y lo
perdonara; para que nadie pudiera poner como motivo de haber depuesto su ira la alteza
de su reino. Sino que sabiendo que aquél, una vez por él conservado en la vida, había de
reincidir en la misma culpa, y él había de quedar en mayores peligros, ni aun así le dio
muerte. De manera que no lo comparemos con esos otros reyes.
Porque éstos, por tener una plena y completa prenda de seguridad para el futuro, con
razón perdonaban; aquél, en cambio, aun sabiendo que perdonaba y salvaba a un
enemigo para su propio daño, con todo no lo mató, y eso que muchas cosas lo
empujaban a darle muerte. Puesto que la soledad en que se hallaba el rey privado de
todo auxilio, la exhortación de los soldados, el recuerdo de los sucesos anteriores, el
temor de los futuros, el que no se le pudiera condenar como asesino por haber matado a
su enemigo y el que aun en el caso de que le diera muerte parecería haber superado con
su mansedumbre las prescripciones de la ley: todo esto y otras muchas cosas más, lo
compeKan a que desenvainando la espada lo atravesara con ella.
Pero no cedió a ninguno de esos incitamentos, sino que permaneció firme con la firmeza
del diamante en la guarda inmaculada de la ley de la moderación. Ni vayas a decir que
él no sintió ninguno de esos afectos, que al fin y al cabo era natural que sintiera; y que
lo que sucedió no fue por fuerza de la virtud sino a causa del estupor. Más bien,
considera cómo se mantuvo dentro de la moderación cuando se encontraba excitado por
tantos motivos. Puesto que el que se hayan hinchado en su pecho las olas de la ira y se
haya producido en el una tempestad de pensamientos, y que la haya refrenado mediante
el temor de Dios, y así haya reprimido su cólera, puede verse por lo que enseguida le
sucedió. "Se levantó — dice la Escritura — y cortó la orla del manto de Saúl". ¿Observas
cuan grande tempestad de cólera se levantó en su pecho? Pero esta no pasó adelante ni
produjo el naufragio, porque la que iba al timón, es a saber la razón informada por la
piedad, al punto en que sintió el peligro, cambió la tempestad en tranquilidad. Puesto
que dice: "¡Hirió a David su corazón!"; pero David domeñó su ira a la manera como se
doma un corcel que se encabrita y se enfurece.
Tales son las almas de los santos: antes de haber caído del todo, se levantan; antes de
llegar al pecado, se refrenan, porque viven en templanza y siempre vigilantes. ¿Cuánta
era la distancia entre el vestido y el cuerpo? Con todo, aquel varón se venció a sí mismo
para no pasar más allá. Y luego, por eso mismo que hizo, se condenó gravemente: ¡Lo
hirió, dice, su corazón por haber cortado la orla del manto de Saúl y dijo a los soldados:
¡líbreme el Señor de hacer tal cosa! 12 ¿Qué significa esto de líbreme el Señor de hacer
esto? ¡Que me sea propicio el Señor, dice, porque yo no quiero hacer esto! ¡no permita
jamás Dios que yo lo haga y que llegue a tan grande crimen ! Y esto, porque veía que
esta virtud de la moderación casi superaba a las fuerzas de la naturaleza humana, y así él
tenía necesidad del auxilio celestial; y porque había llegado casi a la muerte de su
enemigo, ora para que el Señor le conserve sin mancha sus manos.
nIbid.,XXIV, 6. 342
¿Qué alma puede haber de mayor mansedumbre que esta alma? ¿Llamaremos hombre a
este varón que viviendo en la humana naturaleza se ejercitó en una vida de ángel? Pero
esto no lo van a permitir las leyes divinas. Porque ¿quién, pregunto, podrá fácilmente
pedir a Dios cosa semejante? Mas ¡qué digo semejante! ¿Quién se abstendría de rogar a
Dios contra quien lo ha injuriado? Porque muchos de los mortales han llegado a tal
punto de inhumanidad que, por ser tan impotentes que no logran hacer algún mal a
quien les ha hecho injusticia, ruegan a Dios y lo llaman a la venganza, y le piden que les
dé licencia y modo de dañar a aquellos que les hicieron algún mal. David en cambio
suplica en cierto modo todo lo contrario de esos, y ruega que no vaya a alargar su mano
en contra, y dice de esta suerte: "¡No permita el Señor que yo ponga en él mi mano!" De
manera que habla del enemigo como si se tratara de su hijo y descendencia.
Ni solamente lo perdona, sino que además estatuye una defensa en su favor; y observa
cuan sabia y prudentemente lo hace. Porque como examinara la vida de Saúl y no
encontrara en ella cosa buena, para poder afirmar "no me ha hecho injusticia alguna ni
me ha molestado" (pues al punto le habrían reclamado los soldados que estaban ahí
presentes y conocían por experiencia la maldad del rey), andaba rodeando por otras
partes en busca de alguna excusa aceptable que pudiera encontrar. Y como no lograra ni
del lado de su vida ni del de sus obras, se acogió a la dignidad del rey y dijo: " ¡Porque
es el ungido del Señor!"
¿Qué es lo que dices? le preguntan. ¿Acaso no dirás que es un malvado y malvadísimo y
que rebosa de maldades y está henchido de vicios incontables y anda pensando en
damos muerte? ¡No, sino que es rey! ¡es el príncipe! ¡ha recibido el mando sobre
nosotros! Y no dijo: porque es el rey, sino porque es el ungido del Señor; y tomó así en
su favor el testimonio no de los honores humanos sino del juicio divino. Como si dijera:
¿Desprecias a tu consiervo? ¡Pues reverencia a tu señor! ¿Desprecias al electo? ¡Pues
teme al que lo eligió !
Porque si a los ordinarios Prefectos designados por el emperador, aunque sean malos,
aunque sean ladrones, aunque sean rateros, aunque sean injustos, aunque sean
cualquiera otra cosa, les tenemos un temor reverencial, y no los despreciamos por su
maldad sino que los reverenciamos por la dignidad de aquel que los eligió, mucho más
conviene que procedamos de esa manera para con aquellos a quienes Dios eligió. Corno
si dijera David: Dios aún no le ha privado del reino ni lo ha rebajado de rey a hombre
particular. No pervirtamos, pues, el orden ni luchemos contra Dios, sino más bien
pongamos por obra aquel dicho apostólico: Porque quien resiste a la autoridad, resiste a
las disposiciones de Dios, y los que las resisten atraen sobre sí la condenación. 13
Y no solamente lo llamó Cristo, o sea ungido y rey, sino que además lo llamó señor
suyo. No es pequeña moderación el llamar con este nombre a su enemigo, nombre de
honor y de obediencia. Y cuánto sea esto grande, podrá cualquiera verlo por lo que a
otros les acontece. Porque muchos no solamente no soportan eso de llamar al enemigo
con nombres sencillos y simples, sino que los llaman con otros vocablos llenos de odio,
como loco, impío, mentecato, insano, pestilencial, y en fin, amontonan otros muchos
para denominar a sus enemigos. Os demostraré ser esto verdad con un ejemplo no traído
de lejos, sino de la materia misma que vamos tratando; o sea de Saúl. Porque éste, a
causa del odio que sentía no podía llamar al varón justo con su nombre; sino que, como
se celebrara en cierto día una fiesta, lo buscaba diciendo: ¿En dónde está el hijo de Jesé?
" Y lo llamó así en parte por odio al nombre mismo, y en parte para subrayar la bajeza
social de su padre, con la esperanza de que de este modo la fama del varón justo
quedara manchada. Porque no comprendía que al hombre lo suelen hacer ilustre no la
nobleza de sus progenitores sino las virtudes de su propio ánimo.
13 Rom., Xin, 2.
14 / Reg., XX, 27. Parece que este es uno de los muchos casos en que el Crisóstomo,
llevado de su anhelo de hacer aplicaciones morales, no se atiene tan puntualmente al
sentido del texto bíblico, ya que la forma de preguntar Saúl por David en esa ocasión no
deja entender que lo hiciera por humillarlo ni que dejara de nombrarlo por su nombre
precisamente por cólera. Era una forma ordinaria entre los hebreos de designar a las
personas. Sin duda a esto se han referido los que aseguran que hay en el Crisóstomo
más afecto que raciocinio, etc., como indicamos en la Introduc.
Gen., n. 14.
No procedió así el bienaventurado David. Porque éste no designó a aquél por el nombre
de su padre, aunque éste fue también de linaje demasiado bajo y despreciado. Ni lo
designó por su nombre simple y sencillo, sino con el título de su dignidad e imperio:
¡hasta tal punto estaba su ánimo Ubre de toda malevolencia! Conforme a esto, también
tú, oh carísimo, imítalo y aprende de él ante todo a llamar a tu enemigo no con palabras
odiosas sino honoríficas. Puesto que si la lengua se acostumbra a llamar al injuriador
con palabras honrosas y de amistad, el ánimo, oyéndolas y enseñado por la lengua, no
rehusará volverlo a su gracia. Puesto que las palabras mismas serán como un remedio
excelente para la llaga que en el corazón se va hinchando.
Todo lo que precede lo he dicho no únicamente para que alabemos a David, sino
además para que lo imitemos. Imprima, pues, cada cual esta historia en su corazón, y
dibuje, usando de los raciocinios como de una mano, aquella doble caverna, y a Saúl
entregado al sueño y atado por éste como por una cadena, y sujeto a la mano de aquel a
quien había injuriado tan gravemente; y a David que está sobre él, que duerme; y a los
soldados que se hayan presentes y lo exhortan al homicidio; y al bienaventurado aquel
que discurriendo y ejercitando la virtud, o sea reprimiendo su propia ira y la de sus
compañeros, trata de excusar al mismo que tantas veces y tan gravemente había faltado
contra él.
Y no solamente pintemos en nuestra alma estas cosas, sino además hablemos
constantemente de ellas en nuestras reuniones. Renovemos con frecuencia la narración
de ellas delante de las esposas y delante de los hijos. Porque si vas a hablar de algún
rey, he aquí a éste; si de un soldado, si de negocios privados o de negocios políticos o
civiles, encontrarás en las Sagradas Escrituras copia abundante de todas esas cosas.
Estos recuerdos traen consigo grandes utilidades. Porque es imposible, lo repito, es
imposible que el alma que en estas memorias se ocupa, sea vencida por las pasiones. De
manera que, con el objeto de no pasar el tiempo inútilmente ni consumir vuestra vida en
nugatorias e inútiles vanidades, aprendamos los hechos de los varones fuertes, y en ellos
ocupémonos con frecuencia.
Y si acaso alguno durante la reunión familiar quisiera traer a cuento los espectáculos o
las carreras de caballos o en fin gastar palabras en cosas que no tienen qué ver contigo,
procura apartarlo de esas materias y traerlo a estas historias. Purificadas así las almas,
tras de haber gozado de un deleite que carece de peligros, finalmente, dispuestos
nosotros con la mansedumbre y bondad para con aquellos que nos han injuriado,
saldremos de esta vida al siglo futuro, sin tener enemigo alguno; y conseguiremos los
bienes eternos, por gracia y bondad del Señor nuestro Jesucristo, al cual sea la gloria por
los siglos de los siglos. Amén.
14
XIV HOMILÍA SEGUNDA acerca de DAVID Y
SAÚL.
Trata de que es un gran bien no solamente ejercitar la virtud sino también alabarla; y de
que David erigió un trofeo más espléndido perdonando a Saúl que postrando en tierra a
Goliat; y que haciendo eso más aprovechó a sí mismo que a Saúl; y de las excusas que
presentó a Saúl.
ALABASTEIS HACE POCO A DAVID por su paciencia. Yo por mi parte admiraba
vuestra benevolencia y caridad para con David. Porque conviene no solamente
presenciar los actos de virtud y emularlos, sino también alabarlos y proclamarlos como
admirables; pues todo esto nos acarrea fruto y no vulgar; del mismo modo que, al
contrario, no solamente el emular la maldad sino también el alabar a los que en ella
viven, nos merece un no pequeño castigo. Y si hemos de decir una paradoja, mayor
castigo espera a quienes alaban a los que viven mal que a estos mismos.
Explicando esto Pablo, tras de enumerar todas las especies de malicias y acusar a todos
los que pisotean las leyes divinas, añadió: Los cuales, aun conociendo la sentencia de
Dios, de que quienes tales cosas hacen son dignos de muerte, no sólo las hacen sino que
aplauden a quienes las hacen. Por lo cual eres inexcusable, oh hombre. 1 ¿Adviertes
cómo Pablo de tal manera habla que demuestra ser esto último más grave que lo
anterior? Porque, por lo que mira al castigo, mucho más es alabar a los que delinquen
que el mismo delinquir. Y esto con razón: porque esa aprobación parte de un corazón ya
totalmente pervertido y que padece una llaga incurable. Puesto que cuando aquel que
peca condena él mismo su pecado, podrá con el transcurso del tiempo volver sobre sí;
pero quien alaba la maldad, ése a sí mismo se ha privado del remedio que trae consigo
la penitencia. Y por esto Pablo declaró ser esto más grave que aquello.
1 Rom. I, 32; y II, 7. 346
Así pues, en vista de que no solamente los que se entregan a la maldad sino también los
que a éstos alaban y ensalzan sufren o la misma pena o más grave aún, concluimos que
del mismo modo quienes alaban a los buenos y los ensalzan y los proclaman, se hacen
partícipes de las coronas que a ésos les están reservadas. Y que esto sea así, puede verse
por la Escritura. Porque Dios habla a Abraham de esta manera: ¡Bendeciré a los que te
bendigan y maldeciré a los que te maldigan! 2 Y cualquiera puede ver que esto mismo
sucede en los certámenes olímpicos. Porque no solamente el atleta que alcanza la corona
ni solamente el que soportó los trabajos y sudores, sino también aquel que lo alaba,
participa en parte no pequeña del gozo de dicha alabanza. De manera que yo no
solamente llamo bienaventurado a aquel varón generoso y magnánimo a causa de su
virtud, sino que también a vosotros, a causa de vuestra benevolencia para con él.
El peleó y venció y llevó la corona. Vosotros, en cambio, por haber alabado su victoria,
habéis alcanzado una no pequeña parte en esa corona. Pues para que vuestro gozo se
acreciente y el fruto sea mayor, ¡ea! ¡os expondremos el resto de la historia! Una vez
que el escritor sagrado hubo recordado las palabras con que David reprobó la muerte de
Saúl, añadió: "Y no les permitió a sus soldados que se levantaran y dieran muerte a
Saúl". Con lo cual al mismo tiempo declaró la disposición de los ánimos de éstos que
querían dar muerte al rey Saúl, y la fortaleza de aquel varón. Por cierto que de los que
cultivan la virtud, muchos, aunque ellos personalmente no cometan homicidio, con todo
no quieren apartar de eso a quienes andan en ello ocupados. No lo hizo así David. Sino
que como si hubiera recibido un depósito del cual luego tuviera que dar razón, así, no
solamente no tocó él a su enemigo, sino que impidió a quienes ansiaban matarlo y se
convirtió en su guardia y defensor excelente.
: Gen. XII, 3.
De manera que no andará fuera de la verdad el que diga que David en esta ocasión cayó
en un peligro mayor que el mismo que corría Saúl. Porque rio era pequeño el combate y
pehgro de intentar salvar de todas maneras a Saúl de las asechanzas que los soldados le
preparaban; y no temía tanto David el ser degollado por ellos como el que alguno,
dejándose llevar de la ira, matara a Saúl. Por este motivo discurrió esta excusa. Los
soldados acusaban a Saúl, y Saúl estaba entregado al sueño; pero su mismo enemigo lo
defendió. Y Dios ahí era el Juez y confirmó la sentencia dada por David: puesto que
éste no hubiera podido vencer a aquellos soldados enfurecidos sin el auxilio divino.
Pero lo llevó a cabo la gracia que residía en los labios del profeta y que añadía una
especial fuerza persuasiva a sus palabras.
Con todo, el mismo David cooperó no poco para ello, puesto que por haberlos educado
de antemano en esa forma, por eso, en el momento del certamen, los encontró
preparados y modestos. El los había jefaturado no como un General a sus soldados, sino
como un sacerdote; de manera que la cueva aquella vino a ser una verdadera iglesia. Y
así, a la manera de uno que ha recibido el cargo de obispo, les hablaba; y una vez
terminado el sermón ofreció el sacrificio. Y fue un sacrificio admirable, increíble.
Porque no se celebró con un cordero muerto o un ternerillo inmolado, sino con algo más
precioso y honorífico que esto. David ofreció a Dios la mansedumbre y la bondad. Y
habiendo dado muerte al movimiento irracional de su ánimo y habiendo iimiolado su
ira, mortificó de esa manera los miembros terrenales. En tal modo que entonces se hizo
él mismo víctima y sacerdote y altar. Porque a un mismo hombre pertenecían la razón
que ofrecía en sacrificio la mansedumbre y caridad, y también la mansedumbre y
caridad que eran ofrecidas, y finalmente el corazón en el que se ofrecían esas virtudes.
Una vez que hubo inmolado esta tan preclara víctima, obtuvo la victoria. Y no olvidó
nada de lo tocante al trofeo. Y finalmente Saúl, que era el objeto de estos sacrificios,
saüó de la cueva, ignorante de cuanto en ella había acontecido. Y saUó tras él, dice la
Escritura, David.6 Y miró al cielo con ojos limpios, e iba más gozoso que cuando
derribó a Goliat y cortó la cabeza de aquel bárbaro. Porque esta victoria era más
espléndida que aquella otra, y los despojos eran más excelentes, y la presa más ilustre, y
el trofeo más glorioso. Porque aquélla tuvo necesidad de la honda y de las piedrecillas y
del ejército; mientras que acá todo fue llevado a cabo por la recta razón y la prudencia, y
la victoria se logró sin armaduras, y el trofeo se erigió sin derramamiento de sangre.
De manera que ahora volvía, no portando la cabeza de aquel bárbaro, sino llevando
apaciguadas las pasiones y dominada la ira. Ni quedaron estos despojos colocados en
Jerusalén sino en el cielo y en aquella ciudad de arriba. No se presentaron ahora las
danzas mujeriles que lo recibieran con encomios, sino que en las alturas el coro de los
ángeles lo aplaudía, admirado de su virtud y mansedumbre. Ahora caminaba tras de
haber rematado de heridas al enemigo; puesto que, aunque había salvado la vida de
Saúl, pero al demonio, su enemigo, lo había atravesado con innumerables heridas.
Porque del mismo modo que cuando a causa de la ira peleamos contra nosotros mismos
y nos entrechocamos en mutuos conflictos, es el demonio quien se alegra y se regocija,
así cuando nosotros vivimos en paz y concordia y moderamos la ira, el demonio se
apoca y decae de ánimo, por ser enemigo de la paz y adversario de la concordia y padre
de la envidia. Salió, pues, David, llevando aquella mano que valía tanto como todo el
orbe de la tierra y aquella cabeza ceñida de corona. Porque, así como los emperadores
con frecuencia antes coronan la mano que la cabeza de aquellos que han procedido
preclaramente en el pugilato, ya sean púgiles o ya pancratistas,4 así Dios coronó aquella
mano que tuvo poder para presentar su espada limpia y mostrarla a Dios sin mancha
alguna de sangre y resistir a tan grande tempestad de ira.
3 / Sara. XXIV. 8-9.
Se llamaba así a los que en los juegos lograban la victoria en cinco clases de ejercicios:
el salto, el lanzamiento del disco, el de la jabalina, carrera sencilla y lucha de pugilato,
pero sin cestos (Giotz y Cohén).
No salió David de la caverna portando la diadema de Saúl, sino ostentando la corona de
la justicia; no salió llevando la veste real de púrpura, pero salió revestido de una
mansedumbre que superaba a la humana naturaleza, manto que es más excelente que
cualquiera otra vestidura. Salió de la caverna con tanta gloria con cuanta salieron del
horno ardiente los tres jóvenes. O Porque así como a aquéllos no los consumió el fuego,
así tampoco a éste el incendio de la ira. En nada dañó a aquéllos el fuego que obraba por
de fuera; a éste, que llevaba en su interior las brasas encendidas y veía en lo exterior al
demonio que encendía el horno mediante la presencia de su enemigo, la exhortación de
sus soldados, la facilidad de llevar a cabo el homicidio, la ausencia de quienes pudieran
auxiliar a Saúl, la memoria de las injurias pasadas, el temor de los peligros futuros
(porque estas cosas excitaban una llama mucho más viva que los sarmientos, la pez y la
paja y todos los otros elementos que inflamaron el horno de Babilonia), a éste, digo, no
lo encendió la ira en modo alguno, como era natural que le sucediera, sino que salió
limpio; y, mirando a la cara a su adversario, mucho más se confirmó en su virtud.
Puesto que al verlo cómo dormía y cómo yacía inmóvil y sin poder hacer nada, habló
consigo mismo y se dijo: "¿Dónde está ahora aquel furor? ¿dónde aquella malicia?
¿dónde los artificios y las asechanzas? ¡Todo eso pasó y se acabó con sólo acercarse un
poco de sueño! ¡Ahí está el rey atado cuando nosotros menos lo pensábamos y no
somos quienes lo han llevado a cabo!" ¡Lo veía dormido y meditaba en la muerte,
común a todos! Porque el sueño no es otra cosa que una muerte temporal y un cotidiano
perecer. No sin oportunidad podrá también alguno recordar aquí aquello de Daniel: 6
Porque así como éste ascendió del lago, una vez superada la ferocidad de los leones, así
David saUó de la caverna tras de vencer otras bestias aún más feroces. A aquel varón
justo a una parte y a otra lo rodeaban los leones; a éste lo acometieron las pasiones,
mucho más feroces y fuertes que todos los leones: por un lado la indignación a causa de
las injurias pasadas, por el otro el temor de las cosas futuras. Pero a ambos los venció, y
cerró las bocas de las fieras, y nos enseñó por los hechos mismos que nada hay más
seguro que perdonar a los enemigos; y por el contrario, nada hay más peUgroso que el
querer vengarse y andar procurando el desquite.
5 Dan III; donde se narra la historia completa de los tres jóvenes.
6 Ibid. XIV.
De manera que aquel que había determinado acometer, ahora, desnudo e inerme y
privado de todo auxilio, está, a la manera de un cautivo, en manos de su enemigo
entregado; y en cambio, este otro, al mismo tiempo en que se vence y le deja de todo en
todo el paso libre, y ni siquiera desea poner con toda justicia sus manos en su enemigo,
ahora, sin máquinas de guerra, sin armas, sin caballería, sin soldados, he aquí que tiene
y recibe en sus manos a su adversario; y, lo que es más, se concilla de parte de Dios una
mayor benevolencia.
Pero yo no llamo bienaventurado a David por haber visto a su contrario yaciendo a sus
pies; sino porque teniéndolo en las manos lo perdona. Porque eso primero obra fue de la
omnipotencia divina, pero esto segundo lo fue de su virtud. ¿En qué forma le debieron
obedecer en adelante sus soldados, como era obvio, y con cuánta benevolencia lo
mirarían? Y si hubieran tenido mil vidas ¿acaso no las habrían gastado con prontitud en
favor de su jefe, una vez que ellos, por la benevolencia que él había mostrado para con
su enemigo, habían conocido cuan grande ánimo y cuan lleno de amabilidad tenía para
con los suyos? Puesto que quien era manso y dulce para con quienes le habían hecho
injusticia, mucho más habría de serlo y de tener semejante ánimo para con quienes bien
lo querían: cosa que en realidad fue para David una grande prenda de seguridad.
De manera que no sólo andaban ya más bondadosos con él, sino más prontos para
acometer a los enemigos, puesto que sabían que tenían a Dios como defensor, porque El
siempre ayudaba al jefe y miraba por todas sus empresas. Por esto en adelante
obedecían a David no ya como a un hombre sino como a un ángel. En conclusión:
David, aun antes de que Dios le diera su premio, ya desde esta vida recibió un galardón
mucho mayor y reportó una victoria mucho más esclarecida, por haber conservado la
vida a Saúl, que si le hubiera dado muerte. Porque ¿en qué manera habría podido lograr
tanta ganancia con matar a su enemigo cuanta obtuvo con haberlo perdonado?
Reflexiona, pues, sobre estas cosas cuando alguna vez tengas
en tu mano a quien te haya hecho injuria: que es de mucha mayor ganancia y cosa más
grande el perdonar que el matar. Porque quien mata a su enemigo, frecuentemente se
condena a sí mismo a soportar una conciencia malvada y a ser atormentado cada día y
aun cada hora por el gravamen del pecado; pero el que perdona, y por unos instantes
vence sus pasiones, anda en adelante lleno de gozo y se deleita apoyado en la magníñca
esperanza del cielo y del premio de su paciencia que Dios le concederá. Y si acaso
alguna vez cae en alguna desgracia, con grande confianza pedirá a Dios el auxilio; como
en nuestro caso sucedió, que después David recibió de Dios excelentes y admirables
premios por la reverencia que mostró para con su enemigo.
Pero veamos ya lo que sigue. Salió de la caverna David en pos de Saúl, y le gritó a sus
espaldas y le dijo; ¡señor, rey mío!
Y Saúl miró hacia atrás. Y David se inclinó y postró su faz en tierra y le hizo
reverencia. 1 Estas palabras no honran me nos a David que el haber conservado la vida a
su enemigo.
Porque no fue cosa de un ánimo vulgar el no ensoberbecerse por los beneficios hechos a
su prójimo, ni ponerse en la tesitura de ánimo en que suelen muchos de la gente común,
quienes enarcando las cejas, desprecian a aquellos a quienes han hecho algún beneficio,
como si se tratara de esclavos.
No procedió así el bienaventurado David; antes, por el contrario, tras de los beneficios
que dispensó, se mostró aún más modesto. Y fue el motivo, que no atribuía a su propia
industria cosa alguna de cuantas había hecho tan esclarecidamente, sino que todo lo
refería a Dios, como un don suyo. Por esto, quien había sido el salvador reverenciaba al
que había salvado, y lo llamaba rey, y a sí mismo se denominaba siervo, abajando la
hinchazón de su propio ánimo mediante la dignidad de aquél, y apartando de este modo
la envidia. Oigamos pues ya la excusa misma de David: ¿Por qué escuchas, le dice, las
palabras del vulgo que afirma: David quiere quitarle la vida?8
Y quien escribió esta historia afirma anteriormente que todo el pueblo estaba con David,
y que se había conquistado la gracia y favor de todos los servidores del rey, y que de
corazón estaban con David el hijo del rey y todo el ejército.
¿Cómo entonces asegura que había algunos que le levantaron falso testimonio y
provocaron en su contra a Saúl? Porque es cierto que no por impulsiones de otros, sino
por propio movimiento de su ánimo, Saúl concibió malicia tal que declaró la guerra al
varón justo; lo cual manifiesta el escritor del sagrado volumen, cuando dice que de las
alabanzas tributadas a David nació la envidia, la cual fue luego creciendo cada día. Pues
entonces ¿por qué traspasa el crimen a otros? y dice: "¿Por qué escuchas las palabras del
vulgo que asegura: David quiere quitarle la vida?" Lo hizo así para dar ocasión a aquél
de echar de sí la envidia. Esto hacen con frecuencia los padres respecto de sus hijos,
cuando alguno corrige a su hijo ya pervertido y que ha hecho cosas muy malas. Aunque
esté ese padre persuadido de que su hijo por su propia malicia ha llegado a semejante
abismo de corrupción en sus costumbres, sin embargo, echa la culpa a otros y dice de
esta manera: "¡Ya sé yo que tú no tienes la culpa, sino que otros te corrompieron y te
sedujeron: ellos son los culpables en absoluto de este pecado!"
Lo hacen así para que el hijo, en oyendo estas cosas, pueda más fácilmente volver al
buen camino y salir poco a poco de la maldad, a causa de la vergüenza y el rubor que le
produce el ir a ser visto como indigno de semejante alabanza. Lo mismo hizo Pablo
escribiendo a los Gálatas. Tras de aquellos sus muchos sermones y de aquellas sus
abundantes recriminaciones, que no hay para qué recordar ahora, con que los había
acusado, queriendo, ya al fin de su carta, disculparlos, con el objeto de que descargados
algún tanto de sus crímenes, pudieran dar sus excusas, les habla de esta manera: ¡Yo
confío de vosotros en el Señor que no sentiréis de otro modo. Por lo demás, el que os
perturba llevará su castigo quienquiera que él sea! 9 Pues lo mismo hizo David en este
caso, porque, cuando le pregunta: "¿Por qué escuchas las palabras del vulgo que dice:
David quiere quitarle la vida?", le da a entender que son otros los que lo provocan, que
son otros los que andan irritando su ánimo; y así procura de todas maneras darle ocasión
para excusarse.
7 I Sam. XXIV, 9.
8 Ibid. XVIII, 16, etc.
C-alat. V, 10.
Luego, defendiendo su propia causa, añade: ¡Hoy han visto tus ojos cómo Y ave te ha
puesto en mis manos en la caverna, y que yo no he querido matarte, sino que te he
conservado la vida, y he dicho: no pondré mi mano sobre mi señor porque es el ungido
del Señor! 10 Como si dijera: aquéllos calumnian con sus palabras, pero yo a la verdad
me declaro inocente por los hechos mismos, y con ellos deshago la acusación. No
necesito de palabras cuando el suceso mismo, más claramente que cualquier discurso, te
puede enseñar quienes son aquéllos y quién soy yo, y que se ha hecho una delación
injusta en mi contra y se me ha calumniado. Y de la verdad de estas cosas, yo no pongo
por testigo a otros sino a ti mismo; ¡a ti mismo, lo repito, que por beneficio mío has
conservado la vida!
Pero, ¿cómo pudo Saúl ser testigo de estas cosas, pues cuando se llevaban a cabo él
dormía? Y así ni oyó las palabras, ni vio presente a David cuando hablaba con sus
soldados. ¿Cómo haremos frente a esta dificultad para que la demostración resulte
clara? Porque si hubiera citado a otros testigos, Saúl habría tenido su testimonio como
sospechoso, y habría juzgado que aquéllos andaban favoreciendo al varón justo. Y si
con razones y argumentos aceptables hubiera intentado excusarse, habría sucedido que
se le diera menos fe por estar ya predispuesto y corrompido el ánimo del que había de
ser juez, Saúl. Porque ¿cómo hubiera podido sospechar éste que a pesar de haber
recibido tantos beneficios sin embargo perseguía con la guerra a su benefactor que no le
daba motivo ninguno, cómo hubiera podido sospechar este tal que alguien que hubiera
sido injuriado y luego tuviera en sus manos al injuriante, lo perdonaría?
Generalmente el vulgo de los hombres juzga de los demás conforme a su propia
disposición de ánimo. Así, por ejemplo, quien continuamente se embriaga, difícilmente
se persuade que haya quien pueda vivir con templanza; quien anda en impurezas, tiene
como incontinentes aun a los que castamente viven; y del mismo modo, quien se
apropia de las cosas ajenas, no se persuade fácilmente de que haya hombres capaces
incluso de dar lo propio. Pues, del mismo modo éste, una vez preocupado por la ira, no
habría fácilmente creído que hubiera un hombre tal y tan superior a sus pasiones que no
solamente no hiciera mal a nadie, sino que incluso conservara la vida a quien le hubiera
hecho mal.
/Sam.XXIV, 11.
Estando, pues, corrompido el ánimo del juez y habiendo de ser tenidos como
sospechosos los testigos si acaso se presentaban, David prudentemente encontró una
prueba especial que pudiera cerrar la boca aun de los más impudentes. ¿Cuál es ella?
¡La orla del manto! ¡Se la alargaba, pues, y le decía: ¡Aíira la orla de tu manto en mi
mano! ¡Yo la he cortado y no te he dado muerte !X1 ¡Testigo mudo por cierto, pero más
elocuente que todos los que hablan y más convincente! Como si le dijera: a no estar yo
cercano y a no haberme parado vecino de tu cuerpo, no habría podido cortar la orla de tu
manto.
¿Ves cuánto bien se ha seguido de aquella primera conmoción de ánimo que tuvo
David? Porque si no hubiera sentido el movimiento de cólera, nosotros no hubiéramos
conocido su virtud (puesto que a muchos les habría parecido que no había perdonado
por virtud sino por estupor), ni habría cortado una parte del manto; y si no la hubiera
cortado tampoco hubiera podido hacer fe delante del enemigo con otros argumentos.
Ahora, en cambio, por haberse movido a ira y haber cercenado la orla, pudo presentar
un argumento certísimo de su previsión.
Como presentara un tan verdadero e indudable testimonio, pudo de esta manera hacer en
seguida juez del propio enemigo y aun testigo de su respeto para con él. Y pudo hablarle
de este modo: ¡Reconoce y ve ahora cómo no hay en mi mano iniquidad ni rebeldía
contra ti, y que tú andas a caza de mi alma para matarme! 12 Y en esto sobre todo se
puede admirar la magnanimidad de este varón; porque no toma excusas sino de las
cosas mismas que en ese día habían acontecido. Esto es lo que insinúa cuando dice:
"¡Reconoce y ve ahora!" Como si dijera: nada digo de lo pasado; me basta para prueba
lo sucedido en este día. Y aunque podía haber enumerado muchos y grandes beneficios
que anteriormente le había hecho, si hubiera querido hacerlo, no lo hizo. Podía, por
ejemplo, haberle recordado aquel singular combate que emprendió contra el bárbaro, y
decirle: "Al tiempo en que una guerra con los bárbaros iba, a la manera de un diluvio, a
destruir la ciudad,
llIbid.XXIV, 12. ulbid.
Y más pudo traerle a la memoria, aparte de este trofeo; o sea las innumerables guerras
llevada cuando vosotros andabais temerosos y consternados y cada día esperabais la
muerte, yo, habiéndome arrojado cuando nadie me compelía, y más bien tú mismo me
lo prohibías y me retenías y me alegabas: "¡no podrás ir tú contra él, porque tú eres aún
un niño y él es un varón entendido en guerras desde su juventud", no me detuve, sino
que salté a la arena yo solo para salvarlos a todos, e hice frente al enemigo y le corté la
cabeza, y rechacé el ímpetu de aquellos bárbaros que se echaba encima a la manera de
las avenidas de un torrente, y confirmé la república cuando ella vacilaba; de manera que
tú por mi medio tienes la vida y el reino, y todos los demás tienen no solamente la vida
sino la ciudad, sus casas, sus hijos y sus mujeres, s a cabo felizmente y con fortaleza, y
no inferiores a esa otra. Y también pudo recordarle que como una y otra vez y repetidas
veces él, Saúl, intentara darle muerte y vibrara contra su cabeza la lanza, con todo él no
había tomado en cuenta esos males; y también que, como tras de esas primeras guerras
Saúl debiera darle el premio de la primera batalla, Saúl le pidió como dote no oro ni
plata, sino muertes y destrucciones y que ni esto había él rehusado. Estas y otras muchas
cosas y mucho mayores pudo decirle; pero ninguna de ellas le dijo. Porque no era su
ánimo echarle en cara sus beneficios, sino únicamente persuadirlo de que era él uno de
aquellos que lo amaban y Jo servían, y no de los que se rebelaban y tramaban
asechanzas. Por esto, dejando a un lado todas las demás cosas, hizo su defensa
únicamente con lo sucedido en aquel día.
¡Tan lejos estaba de la ceguedad, y tan Ubre de la vanagloria, que no miraba a otra cosa
sino solamente a la voluntad de Dios! Y luego añadió: ¡Juzgue el Señor entre tú y yo!
13 Y no dijo esa palabra porque deseara que el Señor castigara a Saúl y tomara
venganza de él, sino para ponerle temor con el recuerdo del juicio futuro; ni solamente
para ponerle temor, sino además para justificarse ante él de la sospecha. "Porque la
prueba principal, como si dijera, la tengo por los hechos; pero si no le das fe, yo invoco
como testigo al mismo Dios, que conoce los arcanos de cada ahna y puede escrutar las
conciencias".
13 / Sam. XVII, 13. 356
Y esto lo dijo para declarar que nunca se hubiera atrevido a apelar a aquel Juez a quien
no se puede engañar, y a echar sobre sí la condenación, si no estuviera certísimo de estar
libre de todo crimen de asechanzas. Y que esto que digo no sea una simple conjetura,
sino que, a la vez para justificarse y para traer a Saúl a la moderación, mencionó el
juicio aquel, lo manifiestan suficientemente las cosas que ya vimos; pero además, y no
menos que ellas, las que luego acontecieron, dan fe de ello. Porque como de nuevo Saúl
hubiera caído en manos de David, cuando lo perseguía para matarlo, tras de haberle éste
dado la vida y como pudiera David destruirlo echando mano de todo su ejército, con
todo lo dejó ir sano y salvo.
Por esto mismo, cuando supo de la enfermedad del rey y que ella era incurable, y que
nunca éste depondría su ánimo hostil, se apartó de sus ojos y comenzó a vivir entre los
bárbaros y a servirlos a éstos, privado de honores y cubierto de vergüenza, y teniendo
que procurarse con su propio sudor y en pobreza las cosas necesarias para la vida. Ni es
esto sólo lo que debemos admirar, sino también aquello otro: cuando oyó cómo el rey
había muerto en una batalla, rasgó sus vestiduras y esparció ceniza sobre sí, y lloró con
un llanto como el que lloraría quien hubiera perdido a su primogénito y único hijo. Y
luego, repitiendo su nombre juntamente con el del hijo, les compuso encomios; y
lanzando clamores que testificaban su dolor, permaneció sin tomar alimento hasta la
tarde, y execraba aun los sitios mismos que habían recibido la sangre de Saúl.
¡Montes de Gelboé, decía: no caiga rocío sobre vosotros ni lluvia! ¡montes de muerte,
porque ahí fueron arrebatados los tabernáculos de los poderosos! " ¡Eso que hacen los
padres, que a veces llegan aun a aborrecer la casa y aun la puerta misma miran con
dolor, la puerta aquella por la que sacaron al hijo muerto, eso hacía exactamente David,
al execrar los montes que habían soportado aquella matanza! ¡Aborrezco, decía, aun los
montes mismos en los que han caído en tierra esos cadáveres! ¡Por lo mismo en
adelante no seáis regados con las lluvias del cielo, puesto que habéis sido malamente
regados con la sangre de mis amigos; y luego repetía los nombres de éstos: ¡Saúl!
¡Jonatás! ¡amables y hermosos! ¡en su vida no se habían separado y tampoco en la
muerte se separaron! lu
// Sam. I, 21.
Pues no era posible abrazar sus cuerpos ausentes, abrazaba sus nombres; y de este
modo, en cuanto era posible, calmaba su dolor y mitigaba la grandeza de su desgracia.
Y porque a muchos les parecía un mal incurable el que hubieran sucumbido ambos en
un mismo día, precisamente eso tomó David como argumento de consolación. Porque
eso que dice: que en su vida no se habían separado y tampoco en la muerte se separaron,
palabras son de quien no buscaba otra cosa, sino que eso mismo fuera un lenitivo para
su pena. Como si dijera: Ya no puede decirse que el hijo llora por encontrarse huérfano,
ni que el padre llora la ausencia de su hijo. Sino que lo que a muchos no ha acontecido a
ellos sí les aconteció; es a saber, el ser arrebatados de entre los vivos en un mismo día, y
no sobrevivir ninguno de ellos al otro. Porque estimaba David que para cada cual la
vida habría sido desabrida si el uno se hubiera separado del otro.
¿Os conmovéis ahora y os sentís perturbados y vuestros ojos se han vuelto fáciles para
el llanto hasta derramar lágrimas? ¡Pues en este momento, acuérdese cada cual de su
enemigo y del que le hizo alguna injusticia, cuando aún está inflamado el ánimo por el
sentimiento; y así a ese enemigo consérvele la vida, o si ha muerto, llórelo. Y esto no
por ostentación, sino de corazón y sinceramente. Y aunque haya de sufrir alguna
molestia, haga y padezca cuanto sea necesario para que en nada moleste a aquel de
quien sufrió injuria, y esto con la esperanza de grandes premios de parte de Dios. 16
15 Ibid. I, 23.
16 Por este final de la Homilía se ve que el auditorio se había conmovido hasta las
lágrimas. Indudablemente que en esto influyó la declamación misma y toda la
presentación del santo, llena de unción y piedad.
He aquí que David alcanzó el reino sin manchar sus manos con el asesinato; y fue
coronado tras de haber conservado limpia su diestra, y subió al trono con una alabanza
muy superior a cualquiera púrpura y a cualquiera diadema; es a saber, la de haber
perdonado a su enemigo y haberlo llorado una vez que murió. Por esto fue celebrado en
la memoria de los hombres no sólo durante su vida, sino también después de su muerte.
En consecuencia, si deseas tú conseguir acá abajo una gloria perpetua y luego disfrutar
en el otro mundo de los bienes duraderos, imita la virtud de este varón justo, emula su
moderación, muestra con tus obras esa misma resignación en las injurias, a fin de que
habiendo soportado acá iguales trabajos consigas allá los mismos bienes. Bienes que
ojalá logremos todos alcanzar por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, al
cual, con el Padre y juntamente con el Espíritu Santo, sea la gloria, el honor y el
imperio, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
15
XV HOMILÍA TERCERA acerca de DAVID Y SAÚL:
trata de que es peligroso asistir a los espectáculos; y que esto hace consumados
adúlteros, de donde nacen la tristeza y los altercados; y cómo David, en todo lo que hizo
por Saúl, superó todo género de paciencia; y finalmente que el llevar en paz el robo de
los bienes no es de menor virtud que el dar limosnas.
PARECEME QUE MUCHOS de los que nos habían abandonado hace poco y se habían
ido a los espectáculos de la iniquidad, ahora están aquí presentes. Y me gustaría saber
con claridad quiénes son ellos para apartarlos del sagrado recinto; mas no para que
permanecieran perpetuamente fuera de la iglesia, sino para que una vez corregidos,
regresaran a ella. Porque con frecuencia también los padres a sus hijos, cuando éstos
delinquen, los echan de la casa y los apartan de su mesa, no precisamente para alejarlos
perpetuamente, sino para que, vueltos mejores con ese correctivo, regresen con el
debido honor y alabanza a participar de los bienes paternos. Y lo mismo hacen los
pastores cuando apartan a las ovejas inficionadas de sarna de las que están sanas; a fin
de que una vez curadas de la miserable enfermedad, luego regresen a juntarse con las
que están sanas: y esto lo hacen a fin de que no contagien las enfermas a toda la grey
con su mal.
Por este motivo deseaba yo conocer a ésos. Pero aun cuando con los ojos del cuerpo no
podamos discernirlos, ciertamente la palabra los conocerá bien; y una vez que les haya
corregido su conciencia, fácilmente los persuadirá de que por su voluntad y
espontáneamente se retiren, y les enseñará que solamente deben estar aquí dentro
quienes tengan un modo de pensar digno de la ocupación que aquí tenemos. Así como
por el contrario, quien vive en la corrupción y con todo se hace participante de esta
santa reunión, aunque con el cuerpo esté aquí presente, en realidad está excluido y
echado fuera con mayor verdad que los que allá afuera han sido detenidos por no serles
aún lícito participar de la sagrada mesa. Porque éstos, aunque excluidos y
permaneciendo fuera por las leyes sagradas, aún tienen la buena esperanza. Puesto que
si ahora quisieren corregir sus pecados por los que han sido excluidos de la iglesia,
podrán luego ingresar con la conciencia limpia. Pero los que una vez se contaminaron, y
habiendo sido avisados de no entrar en la iglesia antes de haber purificado su alma de la
mancha contraída con sus crímenes, a pesar de todo se portan con impudencia, vuelven
la llaga y úlcera de su alma mayor y más dolorosa. Porque no es tan grave el delinquir
como el portarse impudentemente después del delito, y no perdonar a los sacerdotes a
causa de que ordenan estas cosas.
Pero ¿qué mal tan grande es el que han cometido éstos, dirá alguno, para que hayan de
ser excluidos de los sagrados dinteles? Pues ¿qué delito que sea más grave buscas en
éstos, que éste de, tras de haberse contaminado del todo con el adulterio, luego
impudentemente y a la manera de canes rabiosos, irrumpir en esta mesa sagrada? Y si
deseas conocer ese modo de adulterio, no te referiré palabras mías, sino de Aquel que ha
de juzgar de toda la vida del hombre. Porque El dice: ¡El que mirare a una mujer para
desearla, ya ha cometido adulterio en su corazón!! Pues si la mujer que tal vez por
casualidad cruzó el agora, a causa de ir vestida con alguna negligencia muchas veces
enredó al que con curiosidad la miraba y eso con sólo el aspecto de su rostro, éstos que
no con sencillez ni por casualidad, sino muy de propósito y con tan grande empeño que
hasta desprecian a la iglesia, y acuden a los espectáculos precisamente por ese motivo
de ver a las mujeres, y sentados allá todo el día no apartan sus ojos de las abyectas
mujercillas, ¿con qué cara podrán afirmar que no las han visto para desearlas? Allá se
añaden las palabras lascivas y de doble sentido, allá las canciones pornográficas, allá la
voz bellamente modulada para la voluptuosidad, allá los ojos pintados y las mejillas con
coloretes y el vestido curiosamente arreglado y toda la postura del cuerpo llena de
lubricidad y otros muchos incentivos preparados para engaño y cebo de los
espectadores, allá la lasitud de alma de los que miran y la grande confusión y el sitio
mismo que invita a la lujuria así por los cantares que han precedido como por los que
luego se van siguiendo.
1 Mat. V, 28.
Añádase a esto la excitación causada por las flautas y las trompetas, y las modulaciones
de otros géneros parecidos de músicas que llevan el engaño y reblandecen la fuerza del
espíritu, y que, por las asechanzas y astucias de las meretrices, disponen el ánimo de los
que están sentados escuchando, y hacen que más fácilmente sean atrapados en las redes.
Porque si aquí, en donde hay canto de salmos y oraciones y narración de las palabras
divinas, en donde hay piedad para con Dios y grande temor suyo, todavía con frecuencia
y a la manera de un ladrón se mete subrepticiamente la concupiscencia ¿cómo puede ser
que aquellos que están sentados en el teatro, y que ni ven ni oyen cosa limpia, sino que
están envueltos entre grandes torpezas y maldades, y por todas partes se encuentran
sitiados, por los oídos, por los ojos, cómo, repito, podrán superar las concupiscencias?
Y si no pueden ¿cómo podrán ser absueltos del crimen de adulterio? Y quienes no están
libres del crimen de adulterio ¿cómo podrán sin penitencia acercarse a estos sagrados
dinteles y hacerse partícipes de esta sagrada reunión?
Por lo cual les ruego y exhorto a que primeramente se limpien del pecado contraído en
los espectáculos teatrales por medio de la penitencia y todos los otros remedios, y así
finalmente se acerquen a oír la palabra divina. Porque de otro modo no sería pequeño su
pecado, como puede verlo cualquiera por varios ejemplos. Si un siervo va y mete en una
arquilla en donde están guardados los vestidos de sus señores, preciosos y tejidos de
oro, una túnica de esclavo llena de mugre y de parásitos, dime: ¿acaso será soportable
injuria semejante? Pues ¿qué, si alguno en un vaso de oro en donde siempre se
acostumbró guardar ungüentos va y pone estiércol y cieno, acaso no azotarías tú a quien
tal crimen cometiera? Entonces ¿tendremos cuidados tan excelentes con las arquillas y
los vasos, los vestidos y los ungüentos, y en cambio juzgaremos ser nuestra alma más
vil que ellos? En donde se ha vaciado el ungüento del Espíritu santo ¿ahí pondremos las
pompas diabólicas? ¿ahí pondremos las fábulas satánicas y los cantares de las
meretrices, llenos de torpezas? Pero dime: ¿con qué ánimo soportará Dios estas cosas?
Pues no hay diferencia tan grande entre el ungüento y el cieno, entre los vestidos
señoriales y los serviles, como la hay entre la gracia del Espíritu Santo y aquellas
perversas acciones. ¿No temes, oh hombre, el mirar con los mismos ojos con que
contemplas aquel lecho puesto en el teatro y en el que se representan detestables fábulas
de adúlteros, con esos mismos ojos, digo, el mirar a esta sagrada mesa en la que se
llevan a cabo los tremendos misterios? ¿No temes oír con los mismos oídos al adúltero
que pronuncia obscenidades y al profeta y al apóstol que te introducen a los arcanos de
las sagradas Escrituras? ¿No temes en un mismo corazón los venenos mortíferos y esta
hostia santa y terrible?
¿Acaso estas cosas no traen consigo una inversión de la vida y la disolución de los
matrimonios y las discordias y los pleitos en los hogares? Porque cuando regresas a tu
casa desde esos espectáculos más disoluto y más muelle y lujurioso, y hecho un
enemigo de todo pudor, te será menos agradable el aspecto de tu mujer, aunque sea ella
tan hermosa como ñaere. Puesto que inflamado en aquella concupiscencia que bebiste
en el teatro, y vencido por el extraño espectáculo que te enloqueció, despreciarás a tu
casta y modesta esposa, consorte tuya de por vida, y la molestarás con injurias y con
infinitos malos tratamientos; y esto, no porque encuentres en ella algo que condenar,
sino porque te avergüenzas de confesar tu enfermedad y te ruborizas de descubrir tu
llaga; puesto que has vuelto de los espectáculos llagado; pero te dedicas a zurcir otras
acusaciones y andas buscando injustas ocasiones de querella, y te da en rostro todo tu
hogar, y andas anhelando, a causa de aquella impura y perversa concupiscencia que fue
la que te causó la herida. Y mientras llevas pegado en tu ánimo el sonsonete de aquella
voz y su aspecto y sus movimientos y todas aquellas imágenes de la lujuria de las
meretrices, no puedes ver con gusto cosa alguna de las que tienes en tu hogar.
Pero ¿para qué hablo de la esposa y de la familia? ¡Aun a la misma iglesia la verás
enseguida con menos ganas y oirás con fastidio cualquier predicación acerca del pudor
y de la modestia! Y esto porque las cosas que se dicen ya no te suenan a enseñanza sino
a acusaciones, y poco a poco te van conduciendo a la desesperación, hasta que
finalmente tú mismo te arrancarás de las discipUna establecida para la pública utiUdad
común.
Por todo esto, os ruego que evitéis el entreteneros con los malvados espectáculos y que
apartéis de ellos a otros que quizá ya se han enredado. Porque todo lo que ahí se hace no
es para deleite, sino para daño y pena y suplicio. ¿De qué te sirve aquel placer pasajero,
del que nace un perpetuo dolor, y del que sales con el estímulo de día y de noche de la
concupiscencia, para dar molestias a los demás y ser de ellos aborrecido? ¡Despiértate a
ti mismo y cae en la cuenta de cuál regresarás después de estar en la iglesia y cuál
después de estar en los espectáculos; y compara unos días con otros! ¡Si lo haces, ya no
será necesaria ninguna exhortación nuestra! Porque bastará comparar este día con aquel
otro para que se manifieste cuan grande utilidad sea la que ele aquí se saca y cuan
grande el daño que de allá proviene.
Estas cosas creí conveniente decir a vuestra caridad ahora y no cesaré de repetirlas. De
este modo habremos amonestado a quienes padecen de esa enfermedad y habremos
robustecido a los que están libres de ella. Porque este discurso para ambos es útil: para
unos a fin de que desistan, para otros a fin de que no caigan. Por lo demás, puesto que
es conveniente que la exhortación sea moderada, pondremos fin aquí a ella, y
terminaremos lo que faltaba de la materia anterior, y volveremos al caso de David. Así
lo acostumbran los pintores. Cuantas veces quieren pintar al vivo el retrato de alguno,
hacen sentar durante uno, dos o tres días, a aquellos que desean retratar, con el objeto de
que mediante la asidua contemplación de éstos, logren mejor expresar la semejanza sin
error y en la forma exacta de ella.
Y pues nos hemos propuesto ahora pintaros no la imagen corporal y la figura de David,
sino la hermosura de su alma y su espiritual belleza, queremos que el propio David esté
presente, con el fin de que mirando todos hacia él, llevéis impresa en vuestro ánimo la
espiritual belleza, bondad y magnanimidad de este varón justo, y en suma todas sus
virtudes. Porque si algún deleite producen las imágenes corporales a quienes las
contemplan, mucho más lo producirán las imágenes espirituales. Y por cierto, no es
posible estar mirando a aquéllas en todas partes, sino únicamente fijas en un lugar; en
cambio, nada impide que a esta imagen la lleves contigo a donde quieras, y la
contemples muchas veces y saques de ella mucha utilidad, una vez que la hayas
colocado en el santuario de tu alma.
Del mismo modo que los que padecen de la vista, si tienen a mano esponjas o telas de
color verde y las miran con frecuencia, sienten con eso algún alivio de su enfermedad
mediante ese color, así tú, si tienes delante de tus ojos la imagen de David y clavas con
fi-ecuencia en ella los ojos, aunque millares de veces la ira golpee y trate de perturbar el
ojo de la razón, en mirando a este ejemplar de virtudes conseguirás la perfecta salud y la
verdadera sabiduría del alma. 2
Nadie vaya a decir: es que yo tengo un enemigo que es perverso, malvado, corrompido,
incorregible. Por más que digas de él, sin duda no es peor que Saúl; puesto que éste, una
y otra vez conservado en la vida por David, con todo, tras de ponerle infinitas
asechanzas, perseveró en su malicia hasta el fin de su vida. Porque ¿qué es aquello de
que tienes que acusar a tu enemigo? ¿que te quitó parte de un terreno, que te dañó en tus
propiedades y campos, que transgredió los Kmites y se metió en tu casa, que te robó tus
criados, que te hizo violencia, que se apoderó de lo tuyo injustamente, que te redujo a la
miseria? ¡Pero aún no te ha quitado la vida, como Saúl lo anduvo procurando respecto
de David! Y si acaso ha intentado quitártela, ha sido solamente una o dos o tres veces o
muchas; pero esto no ha sido tras de recibir de ti tan grandes beneficios, ni después de
haber caído en tus manos una y dos veces, y haberle tú perdonado. Y aun en el caso de
que esto te haya sucedido, aun así con mucho te supera David.
2 La introducción que precede la copió más tarde un autor desconocido al principio de
un discurso que tituló: "En el comienzo del ayuno, acerca del destierro de Adán y acerca
de las mujeres malvadas". No va incluido en estas versiones, por ser manifiestamente
apócrifo.
Porque no es lo mismo condonar gratuitamente la vida quien vivía en la Antigua Ley y
quien vive en la de ahora, que es Ley de gracia, y en el Evangelio. No había escuchado
David la parábola de los diez mil talentos y los cien denarios; no había oído la oración
que dice: ¡Perdonad a los hombres sus deudas, como vuestro Padre celestial!3 No había
visto a Cristo crucificado ni aquella sangre preciosa derramada; no había escuchado
infinitas predicaciones acerca de la virtud; no había participado de tan santo sacrificio ni
de la sangre divina del Señor; sino que había sido educado en leyes más imperfectas y
que no exigían semejantes cosas; y con todo, llegó hasta la cumbre de la perfección
evangélica.
Tú, en cambio, muchas veces te irritas contra los que pasan a tu lado, y luego no
depones de tu ánimo la ira. David, aunque temía por lo futuro, pues sabía con certeza
que de conservar la vida a su enemigo él tendría que salir desterrado de la ciudad y
llevar una vida llena de calamidades, con todo no desistió de cuidar de él e hizo cuanto
estuvo en su mano para ajoidarlo, alimentándolo así contra sí mismo. ¿Quién podrá citar
un caso de mayor paciencia que ésta? Por lo demás, con el fin de que veas que no
solamente por las cosas pasadas sino también por las que al presente suceden, se
comprueba ser esto posible, esto de que sea cual fuere el hombre a quien tienes por
enemigo, puedes tú, si quieres, volver a ser su amigo, dime: ¿qué animal hay más cruel
que el león? Y con todo, a éste los hombres lo amansan y lo domestican y vencen con
arte su naturaleza. La fiera más brava y soberbia de todas se hace más blanda que
cualquier oveja, hasta el punto de pasearse por la plaza sin causar pavor a nadie.
Pues ¿qué excusa podremos tener, o qué perdón alcanzar si cuando de ese modo
domesticamos y amansamos las bestias salvajes, afirmamos luego que a los hombres
jamás podremos aplacarlos y hacérnoslos benignos? Por cierto, eso de que las bestias se
hagan mansas es cosa fuera de su natural; y en cambio, la fiereza es cosa antinatural en
el hombre. Si, pues, en aquéllas dominamos la naturaleza ¿cómo podremos excusarnos
* Marc. XI, 25.
cuando alegamos que en el hombre no se puede corregir una determinación del ánimo?
Y si todavía alegas e insistes, añadiré esto otro: aunque el hombre esté enfermo de una
enfermedad incurable, si tú te pones despacio a curarlo de esa enfermedad incurable,
cuanto mayor trabajo te cueste tanto mayor es el premio que te espera.
Pongamos pues los ojos no en nada sufrir de nuestros enemigos, sino en no hacerles
algún mal; de esta manera no sufriremos nosotros daño alguno ni aunque suframos
males infinitos. Del mismo modo que David al ser arrojado de la ciudad, al ser echado
al destierro, al ser acometido con asechanzas hasta ponerlo en peligro de muerte, no
sufrió daño alguno; al revés, resultó más ilustre y honorable que su enemigo y más
amable a todos los otros; y esto, no solamente delante de Dios, sino también delante de
los hombres. Porque ¿qué daño sufrió aquel santo varón cuando tan grandes cosas
padecía de parte de Saúl? ¿Acaso no es celebrado como ilustre en toda la tierra hasta el
día de hoy, y como más ilustre aún en los cielos? ¿Acaso no posee ya en el reino de los
cielos bienes infinitos?
Y por el contrarío ¿qué ventaja encontró aquel infeliz y miserable de Saúl, en ponerle
tan innumerables asechanzas como le puso? ¿Acaso no perdió el reino? ¿acaso no murió
con una mísera muerte, juntamente con su hijo? ¿acaso no es vituperado por todo el
mundo? Y lo que es más grave de todo, ¿acaso no sufre eternos suplicios? Finalmente
¿qué es lo que sufres de tu enemigo y por qué no quieres ponerte en amistad con él? ¿Te
despojó de tus dineros? Pues si llevas con fortaleza esa rapiña, recibirás tanto de premio
como si los hubieras colocado en los pobres en forma de una limosna. Porque tanto el
que lo dio a los pobres como el que no pone asechanzas a quien le hurtó sus bienes, uno
y otro lo hacen por amor a Dios. Y por esto, siendo una misma la causa del gasto de los
dineros, es manifiesto que la corona será también una y la misma. Pero es que puso
asechanzas a mi vida y trató de matarme. Pues eso se te contará como martirio, si tú por
tu parte cuentas entre tus bienhechores a ese que te puso asechanzas y llegó hasta tal
extremo de enemistades, orando sin cesar a Dios por él, y suplicándole a fin de que a
ese tal le sea propicio.
Así pues, no nos detengamos a pensar que Dios impidió a David el dar muerte a Saúl;
sino más bienes consideremos cómo David por las asechanzas de Saúl fue coronado con
triple y cuádruple corona de martirio. Porque, quien conservó la vida de su enemigo que
una y dos y más veces y con mucha frecuencia había vibrado la lanza contra su cabeza;
y se la conservó cuando estaba en su mano darle muerte y con todo lo perdonó, aun
sabiendo que luego de nuevo sería acometido por él; y todo esto lo hizo por amor a
Dios, manifiesto es que este tal, según la determinación del ánimo, fue muerto millares
de veces; y quien millares de veces ha sido muerto por amor de Dios, sin duda que ha
obtenido infinitas coronas de martirio. Pues, como dice Pablo: ¡Cada día muero por
Dios! i Así éste ha sufrido eso mismo por Dios. Porque podía quitar la vida a su •
enemigo que le ponía asechanzas, mas no quiso hacerlo por amor a Dios; y prefirió estar
cada día en peligro de muerte a librarse de tantas muertes, y esto mediante una sola
muerte y ésa justa.
Pero, si no es lícito vengarse de quien así pone asechanzas, hasta el punto de que pone
en peligro la vida, ni llegar hasta ese colmo de odio, mucho menos será Hcito vengarse
de quien nos ha hecho alguna injusticia vulgar y ordinaria. A muchos eso de ser
injuriado por su enemigo les parece cosa más intolerable que la misma muerte, o que
simplemente se les pongan sospechas. ¡Ea, pues! ¡responderemos también a esto!
¿Te maldijo alguno y te llamó adúltero y lujurioso? ¡Si lo dijo con verdad, corrígete! ¡si
con falsedad, desprecíalo! ¡Si tienes conciencia de ser reo de esas cosas de que te
acusan, arrepiéntete! ¡si no, no les hagas caso! Pero más aún: no solamente debes
despreciarlas y reírte de ellas, sino mejor aún alegrarte y gozarte, según la palabra del
Señor, quien nos ordena proceder de ese modo: ¡Cuando os insultaren y persiguieren y
dijeren de vosotros todo mal con mentira, gózaos y regocijaos, porque grande será en
los cielos vuestra recompensa! 5 Y también: ¡Gózaos y alegraos cuando proscriban
vuestro nombre como malo con mentira!6
/ Cor., 31. Mat. V, 11-12. Luc. VI, 22-23.
Por lo demás, si el que te insulta dice cosas verdaderas, pero con todo tú lo soportas con
moderación y no te irritas a tu vez, ni le devuelves las injurias, sino que más bien lloras
amargamente tus faltas, no recibirás un premio menor que aquel otro primero acusado
sin verdad. Voy a procurar demostraros esto por la Escritura, para que así veáis que no
nos procuran tan grande ganancia los amigos cuando nos alaban y dicen cosas para
agradarnos, como nos acarrean los enemigos al vituperarnos, aun cuando digan cosas
que son verdad, con tal de que nosotros queramos utilizar sus acusaciones en la forma
conveniente. Porque los amigos con frecuencia nos adulan; mientras que los enemigos,
por el contrario, sacan a relucir nuestras faltas. Entonces, como nosotros, a causa de
nuestro connatural amor propio no seamos capaces de ver nuestros pecados, ellos, por
motivo de su odio, los ven mejor que nosotros; y así al reprocharnos nos empujan a que
necesariamente nos corrijamos. De manera que su enemistad cede en suma utiUdad
nuestra; y esto no solamente porque amonestados por ellos entendemos nuestros yerros,
sino porque además los echamos de nosotros.
Si acaso tu enemigo te enrostra un crimen del que tú tienes conciencia, pero tú, a tu vez,
cuando lo oyes no te desatas en injurias contra él, sino que imploras a Dios con
gemidos, inmediatamente quedas limpio de toda culpa. Te pregunto, pues, ¿qué cosa
puede ser más feliz que ésta? ¿qué cosa más fácil para alcanzar el perdón del crimen?
Pero, a fin de no ir a parecer nosotros como exhortándoos únicamente con razones y
palabras humanas, os traeremos el testimonio de la Sagrada Escritura sobre esta materia,
a fin de que no os quede duda ninguna.
Había un fariseo y un publicano. Este había llegado al grado sumo de la malicia; aquél.
en cambio, ejercitaba la más alta virtud, como que había dado sus bienes y a5ainaba
continuamente y estaba limpio de rapiñas; mientras que el publicano había gastado todo
el tiempo de su vida en rapiñas y violencias. Subieron ambos al templo para hacer
oración. Y el fariseo de pie decía: ¡Te doy gracias. Señor, de que no soy como los
demás hombres: ¡rapaces y avaros, ni como ese publicano! 7 Mas el publicano, de pie
también, pero allá lejos, no se irritó contra aquél ni contestó con injurias, ni le dijo
aquellas acostumbradas palabras: "¿Tú te atreves a mencionar los hechos de mi vida y a
reprenderlos? ¿Acaso no soy yo mejor que tú? ¡Voy a descubrir tus pecados y haré que
nunca más subas a este lugar sagrado!" ¡Ninguna de tan frías palabras pronunció el
publicano; palabras que nosotros diariamente usamos para insultarnos! Sino que
suspirando amargamente hería sus pechos y decía únicamente: "¡Sé propicio a este
pecador!" Y con todo, éste descendió del templo justificado.
7Luc.XVin, 11-12. 368
¿Adviertes la presteza? ¡Recibe la injuria y se purifica con la injuria! ¡reconoce su
pecado y se despoja del pecado! ¡la acusación de su crimen le resulta perdón de su
crimen! ¡su enemigo, sin saberlo, se convirtió en su bienhechor! ¿Cuan grandes eran los
trabajos que aquel publicano debería padecer, ayunando y durmiendo en el suelo y
velando en vigilia y repartiendo sus bienes a los pobres y permaneciendo largo tiempo
vestido de saco y de ceniza, si quería que se le perdonaran sus crímenes? Pues ahora, no
habiendo hecho nada de eso, con una simple palabra, quedó limpio de toda su iniquidad.
Los insultos y las injurias del fariseo, que parecían cubrirlo de oprobio, le engendraron
una corona de justicia; y esto sin sudores, sin trabajos, sin necesidad de largos tiempos
de espera.
¿Ves, pues, cómo nosotros, aun en el caso de que alguien diga en contra nuestra cosas
que son verdaderas, y de las cuales tenemos conciencia de culpa, con tal de que a quien
tales cosas nos dice no lo acometamos con maldiciones, sino que amargamente lloremos
y supliquemos a Dios por nuestros pecados, podemos limpiamos de todas nuestras
culpas? De esta manera se justificó este pubUcano: porque no se vengó del fariseo con
insultos sino que lloró por sus pecados; y por esto, bajó justificado, al revés de aquél.
¿Observas, pues, cuánta utilidad acarrea la reprensión que nos hacen nuestros enemigos,
con tal de que nosotros la sobrellevemos con virtud? Pues si los enemigos, tanto cuando
mienten como cuando dicen verdad, así nos aprovechan ¿por qué nos dolemos? ¿por
qué motivo nos inflamamos en ira? ¡Si tú mismo, oh hombre, no te haces daño, ni el
amigo ni el enemigo, ni el demonio mismo pueden dañarte! Porque, siendo así que
aquellos que nos injurian, que nos traicionan, que nos ponen asechanzas hasta llegar al
peligro de la vida, nos acarrean utilidad; y unos nos tejen coronas de martirio, como ya
lo demostramos, y otros, al reprender nuestros pecados nos vuelven justos, como
sucedió al publicano ¿por qué motivo nos enfurecemos y nos inflamamos de ira en
contra de ellos?
No digamos: aquél me irritó sobre manera, aquel otro me empujó a decir palabras
inconvenientes. En todos los casos nosotros somos los culpables. Porque, si quisiéremos
ejercitar la virtud, ni el demonio mismo podrá inflamarnos en ira. Y esto se hace
manifiesto así por otras historias como, sobre todo, por esta que ahora traemos entre
manos, acerca de David. Y vale la pena aún hoy traerla de nuevo a colación; pero
indicaremos primero a vuestra caridad en qué punto de ella terminábamos hace poco
nuestro discurso. ¿Dónde, pues, la habíamos dejado? ¡En la excusa de David! Es
necesario que os refiramos ahora las palabras de Saúl, para ver qué fue lo que éste
respondió a la justísima excusa de aquél: porque advertiremos la virtud de David no
solamente por las palabras que él habló, sino además por el discurso de Saúl. Pues si
acaso Saúl respondiere algo con placidez y mansedumbre, esto lo atribuiremos a David
como a causa, puesto que logró cambiar el ánimo de aquel hombre y enseñarlo y
conducirlo a la templanza.
¿Qué es pues lo que dice Saúl? Una vez que oyó a David que le hablaba y le decía: ¡He
aquí la orla de tu manto en mi mano! * y las otras cosas que añadió para excusarse, dijo
Saúl: ¿Es esta tu voz, hijo mío David?* ¡Cuan grande y repentino cambio se ha obrado!
¡Aquel que nunca había soportado ni siquiera llamar a David por su nombre propio, por
tener ese nombre como aborrecible, ahora lo recibe en parentesco y lo llama su hijo!
¿Quién habrá más feliz que David, puesto que de un homicida hizo un padre, de un lobo
una oveja? ¿Quién roció con tan abundante rocío aquel horno encendido y cambió en
tranquilidad aquellas tempestades? ¿Quién aplacó la hinchazón que la ira producía en
aquel ánimo exaltado? Porque habiendo penetrado las palabras de David en el alma de
este hombre feroz lograron ese cambio íntegro, que puedes tú notar en las palabras de
Saúl.
I Sam. XXIV, 12. Ibid. XXIV, 17.
Porque no dijo: "¿Estas son palabras tuyas, hijo mío David?" Sino que dijo: "¿Es esta tu
voz, hijo mío David?" Puesto que al sonido solo de la voz ya se sentía conmovido de
amor. Y así como un padre que ha oído desde lejos la voz de su hijo que regresa, siente
que se le conmueven sus entrañas, no ya con la presencia de su hijo sino aun con sola su
voz, así Saúl, tan pronto como escuchó la voz de David y sus palabras penetraron en su
alma, echó de sí la enemistad y reconoció al varón santo y se despojó del mal afecto, y
se revistió del bueno. Y apenas dejada la ira, recibió la tranquilidad y la compasión. Y
así como cuando es de noche no podemos reconocer ni aun al amigo que está presente,
pero cuando ya es de día aun de lejos lo reconocemos, del mismo modo suele acontecer
en las enemistades. Mientras llevamos en el alma la malevolencia, la voz que oímos nos
suena como distinta, y aun el rostro del enemigo lo vemos desfigurado por nuestra
corrompida pasión. Pero en cuanto deponemos la ira, aun la voz que antes nos era
odiosa y hostil, nos parece agradable y plácida, y también el rostro, antes enemigo,
ahora nos parece amable y agradable.
Es lo mismo que sucede con las tempestades. Las nubes aborrascadas no nos permiten
ver limpia la hermosura de los cielos; y aunque tengamos unos ojos sumamente
penetrantes, no logramos alcanzar aquel gozo que produce la vista de lo alto. Pero, una
vez que el calor ha roto y disipado las nubes y se nos muestra el sol, entonces también
se nos aparece toda la belleza de los cielos. Y es lo que sucede cuando nos encontramos
inflamados por la ira: mientras la enemistad, a la manera de una densa nube, está
interpuesta entre los ojos y los oídos, hace que tanto la voz como el aspecto se perciban
de otro modo del que son. Pero, en cuanto alguno, habiendo meditado, echa de sí el
odio, y rompe la nube de tristeza, entonces finalmente logra verlo y oírlo todo con la
mente sana.
Así le aconteció a Saúl, porque apenas rompió la nube de la malevolencia, reconoció la
voz de David y exclamó: "¡Es esta tu voz, hijo mío David?" ¿Qué quiere decir con la
palabra ésta? Quiere significar la voz con que David derribó a Goliat, con la que sacó
del peligro a la ciudad, con la que a todos, cuando estaban en peligro de muerte y de
servidumbre, los restituyó a la seguridad y a la libertad; es la que calmó y suavizó el
furor de Saúl, la que le proporcionó muchos y grandes beneficios. Porque esta fue la que
postró a aquel bárbaro, puesto que antes de arrojar contra ti la piedra, lo acometió con la
fuerza de sus palabras.
No arrojó simplemente la piedra. Sino que una vez que hubo dicho antes que nada: ¡Tú
vienes a mí fiado en tus dioses, pero yo vengo a ti en el nombre de Dios Sebaot, al cual
tú hoy insultaste!, 10 entonces arrojó la piedra. Fue esta voz la que como con la mano
condujo la piedra contra Goliat; fue esta la que metió miedo a aquel bárbaro; fue ésta la
que quebrantó la confianza del enemigo. Mas ¿por qué te admiras de que la voz del
justo mitigue los furores y derribe a los enemigos, cuando incluso expele a los malos
espíritus? Apenas rabiaban los apóstoles y las Potestades adversas huían. La voz de los
santos con frecuencia venció la fuerza de los elementos y doblegó su poder. Una palabra
dijo Jesús, el hijo de Nave: "¡Deténganse el sol y la luna!", y ellos se detuvieron. Del
mismo modo Moisés así se entró en el mar y el mar retrocedió. Así sucedió a los tres
jóvenes, quienes apagaron la fuerza del fuego con aquellos himnos y con su voz. 1 1 Y
del mismo modo Saúl, a esa voz se inflamó de cariño y dijo: "¿Es esta tu voz, hijo mío
David?"
Pero ¿qué fue lo que le contestó David?: "¡Tu siervo, oh mi señor!" Y aquí comienza un
certamen y una disputa sobre quién honrará más a quién. Saúl acudió al parentesco;
David en cambio lo llamó señor. Y lo que contestó quiso decir esto: yo busco solamente
una cosa que es tu salud y tu aprovechamiento en la virtud. Me has llamado hijo. Pero a
mí me basta con que me tengas como siervo, con que depongas tu ira, con que no
sospeches nada malo de mí ni me tengas por enemigo y que te pone asechanzas. Y así
cumplió aquella ley apostólica que ordena que, venciéndonos a nosotros mismos, nos
adelantemos a honrar cada cual al otro, y no sigamos la costumbre de muchos que, más
malévolos que las mismas bestias, ni siquiera soportan ser los primeros en hablar a sus
enemigos, porque piensan quedar con eso deshonrados y rebajados en su dignidad si
aun con sola una palabra se dirigen a su adversario.
10 / Sam. XVII, 45. a Dan. IH.
¿Qué puede haber más ridículo que esta locura? ¿qué cosa más repugnante que esta
arrogancia y soberbia? Porque, oh hombre: es entonces precisamente cuando has caído
de tu dignidad y cuando quedas injuriado y en contumelia, cuando esperas a que sea el
prójimo el primero en hablarte. ¿Qué hay, en efecto, peor que la arrogancia? ¿qué hay
más ridículo que la soberbia y gloria vana? Porque si tú eres el primero en hablar a tu
enemigo. Dios mismo te alabará, que es lo que más importa, y también los hombres
aprobarán tu conducta, y finalmente serás tú el que reciba el premio completo de esa
habla. En cambio, si esperas a ser tú el honrado antes para luego honrar a tu prójimo, de
ningún precio es lo que haces: aquel que dio principio y te honró será quien se lleve el
premio íntegro también del honor que tú le haces.
No esperemos a que sean los otros los primeros en honramos, sino más bien corramos a
honrar a nuestros prójimos, y seamos siempre los primeros en adelantar el saludo. Ni
vayamos a pensar que esta buena obra sea de poco precio y cosa vulgar; digo esta de
saludar cortés y cariñosamente. Porque el omitirla ha roto muchas buenas amistades y
ha engendrado muchas enemistades. Así como por el contrario, cuando el saludo se ha
hecho con atención, ha acabado con muchas inveteradas enemistades y ha reafirmado
amistades anteriores.
¡No quieras, oh carísimo, emperezar en el cuidado de estas cosas; sino más bien, si fuere
posible, adelantémonos a cuantos se nos presenten, a saludarlos y prestarles todas las
atenciones. Y si es el otro quien se nos adelanta, démosle entonces mayores muestras de
honor. Porque así lo ordenó Pablo, cuando dijo: Teneos unos a otros como superiores. 12
Así procedió David, el cual fue el primero en honrar a Saúl; y cuando él a su vez fue
honrado, respondió con mayores honores y dijo: "¡Tu siervo, señor mío!" Y advierte
cuan grande ganancia logró David con haber dicho estas palabras. Porque Saúl no pudo
ya oírlo sin lágrimas, sino que lloró amargamente, y con su llanto declaró la salud de su
ánima y la virtud que David había plantado en su corazón.
* FiUp. II, 3.
Pues ¿qué hombre habrá más feliz que este profeta, que así, en breves momentos, trajo a
su enemigo desde el furor a la moderación, y habiendo encontrado en él un ánimo
sediento de sangre y de muerte lo empujó casi instantáneamente a los lamentos y al
llanto? ¡Ya no me admiro tanto de Moisés que sacó de la roca fuentes de aguas vivas,
como me admiro de David, quien de aquellos ojos empedernidos arrancó fuentes de
lágrimas! ¡Porque Moisés venció la naturaleza muerta, pero David al alma afirmada en
su propósito; aquél hirió con su vara la roca, éste con su palabra taladró el corazón, y
esto no para entristecerlo sino para volverlo puro y manso ! Como en efecto lo hizo, y
con esto procuró al rey un beneficio mayor que los que ya antes le había procurado.
Cosa es digna de suma admiración y alabanza, que no haya teñido en sangre su espada,
ni haya cortado aquella cabeza enemiga; pero de mayor corona es digno el haberle
hecho cambiar de propósitos, y haber mejorado a su enemigo y haberlo llevado hasta
una mansedumbre como la suya. Este beneficio es de mayor precio que los otros.
Porque no valen lo mismo el perdonar la culpa que el llevar el ánimo a la virtud, el
librar a otro de convertirse en asesino, el apagar el furor que ya se precipitaba a tan
horrible maldad. Al cohibir David a sus soldados para que no dieran muerte a Saúl, hizo
a éste un beneficio que toca y atañe a la vida presente; pero, al despojarlo de la malicia
con aquellas suaves palabras, le hizo el presente de la vida eterna y bienes eternos,
cuanto era de su parte.
Así pues, cuantas veces alabas a David por su mansedumbre, mejor alábalo por haber
cambiado el ánimo de Saúl. Porque mucho menos es el templar las propias pasiones que
el domeñar el ajeno furor y moderar un corazón hinchado por la ira; y de tan grande
tempestad hacer una tranquilidad tan grande; y de ojos que respiraban homicidios, hacer
fuentes de lágrimas tiernas. ¡Cosa es ésta que llena de estupor y que toca en milagro!
Porque si Saúl hubiera sido un hombre moderado y justo, no habría sido cosa de tan
grande dificultad el traerlo a la virtud que ya acostumbraba; pero, al que era por
naturaleza cruel y había llegado al extremo de la malicia, y se apresuraba a ejecutar la
matanza, a ése en breve tiempo cambiarlo de tal manera que abandone toda aquella
amargura, quien esto hace ¿cómo no oscurecerá a todos cuantos alguna vez, por causa
de su moderación y su virtud, alcanzaron y merecieron el renombre de esclarecidos?
Tú, pues, si en alguna ocasión cayere en tus manos tu enemigo, no mires cómo te
vengarás, no lo despaches colmado de injurias; sino cómo lo sanarás y lo volverás a la
mansedumbre. Y no desistas de hacer y decir todo cuanto sea necesario, hasta que
llegues a superar, mediante tu mansedumbre, su furor. Porque no hay cosa de más poder
que la mansedumbre. Lo cual ya declaró otro diciendo: ¡La lengua blanda, ablanda los
huesos! 13 Y ¿qué cosa hay más dura que el hueso? Y con todo, aunque alguno fuera
tan duro e indomable como el hueso, lo superará fácilmente quien use de la
mansedumbre para con él. Y también dijo otro: ¡La respuesta blanda aplaca la ira! 14
De donde se ve claramente que eso de que tu enemigo se irrite o se reconcilie, más está
en tu potestad que no en la de él. Porque no en las manos de aquellos que se encuentran
inflamados por la ira, sino más bien en nuestras manos está el que la ira suya se aplaque
o al revés se inflame con mayor incendio aún. Y esto lo declaró aquel primero con un
ejemplo sencillo. Porque si soplas, dice, sobre una centella de fuego, suscitas un
incendio; pero, al revés, si escupes en ella la apagas; y ambas cosas están en tu mano,
puesto que ambas cosas, dice, salen de tu boca.lj Lo mismo sucede con la ira del
prójimo: si tú aportas palabras llenas de soberbia y locura, es como si al incendio le
echaras carbones; pero si usas de palabras mansas y templadas, apagarás el incendio de
la ira antes de que se enardezca. Por lo mismo, no digas: "¡Es que he oído o he sufrido
esto!'", porque esas cosas están en tu potestad. Y así, en tu poder está el apagar o el
inflamar la ira, a la manera de una centella de fuego, y suscitar o suavizar el furor.
13 Prov. XXV, 15.
14Ibid. XV, 1.
15 EcU. XXVIII, 14.
Si te encuentras con tu enemigo, o recuerdas todo lo que de él has padecido u oído,
penoso para ti, procura olvidarlo; y si se te viene el pensamiento procura atribuirlo al
demonio. Recoge, en cambio, en tu memoria todo cuanto dijo o hizo tu enemigo en
favor tuyo amistosamente. Si te adhieres a este recuerdo muy pronto acabarás con esa
enemistad. Y si tuvieres ánimo de acusarlo y litigar contra él, procura previamente
reprimir todo movimiento de ira, y hasta después acúsalo y muévele litigio; pero
mientras nos encontramos conmovidos por la ira, no podremos decir ni oír acerca de él
nada razonable. Una vez libres de la perturbación de la cólera, no le diremos al enemigo
alguna palabra un tanto dura, ni, si otros se la dicen, la oiremos del mismo modo que si
estuviéramos irritados. Porque no suele exasperamos la naturaleza misma de las cosas
que se dicen, sino el odio que llena nuestra alma.
Sucede con frecuencia que cuando oímos unas mismas injurias, pero de amigos que las
dicen en broma y por juego, o bien de niños pequeños, no solamente no sentimos
molestia alguna ni nos exasperamos, sino que aun sonreímos y regocijamos; y esto,
porque no las oímos con el ánimo predispuesto ni con la mente ya preocupada por la
cólera. Pues del mismo modo hagamos tratándose de los enemigos: si apagas tu ira, ya
no te ofenderá ninguna de las palabras que se dicen.
Pero ¿qué digo las palabras? ¡Ni los hechos mismos y las obras te ofenderán! Como le
sucedía a este bienaventurado varón David, pues ninguna de aquellas cosas que sufría le
ofendió. Sino que como viera a su enemigo que se armaba contra él y su seguridad, y
que no dejaba piedra por mover para llevar a cabo su mal designio, con todo no se
exasperó, sino que más bien se dolió de su malicia; y así, cuanto con mayor vehemencia
aquél asechaba en contra suya, con tanto mayor empeño lo lloraba. Porque sabía, sabía
muy bien, lo repito, y con certeza, que no quien padece la injuria sino quien la hace es
digno de llantos y lamentos, puesto que a sí mismo se daña. Y por este motivo, usó para
con él de una amplia excusa, y no desistió hasta haberlo conmovido y haberlo llevado a
excusarse a su vez con lágrimas y gemidos.
Porque una vez que éste lloró, y lanzó aquella palabra amarga, y con toda claridad
abiertamente se lamentó, oye lo que dijo: ¡Mejor eres tú que yo, puesto que me has
hecho bien y yo te he pagado con mal! 16 ¿Ves cómo él mismo condena su malicia? ¿y
cómo ensalza la virtud del varón justo, y sin que nadie a ello lo obligue, lo justifica?
¡Pues haz tú lo mismo! Cuando tu enemigo cayere en tus manos no lo acuses, sino más
bien justifícalo, a fin de que así lo empujes a condenarse a sí mismo. Si nosotros lo
acusamos, lo exasperaremos; pero si nosotros lo excusamos, él, apenado por nuestra
mansedumbre, se condenará a sí mismo. Más aún: de este modo, hasta el redar-güirlo no
contendrá sospecha alguna de mala intención, con lo que él a su vez depondrá toda su
malicia. Así lo vemos en este caso. Cuando el injuriado calla, el injuriador se acusa con
grande vehemencia. Porque no dijo Saúl simplemente "¡me hiciste bien!", sino "¡me
diste en pago bienes!" Que es como decir: en vez de las asechanzas, de la muerte, de
males infinitos, me correspondiste con bienes grandes. Y yo ni aun así me hice mejor;
sino que a pesar de aquellos tus beneficios, he perseverado en mi malicia; en tanto que
tú, ni con estas cosas has cambiado de modo de ser, sino que has continuado añadiendo
bienes, mientras nosotros te poníamos asechanzas.
¡De cuántas coronas apareció digno David por cada una de estas palabras! Porque,
aunque era la boca de Saúl la que pronunciaba esas palabras, pero era la virtud de David
la que a su ánimo las sugería. ¡Tú, le dice, me has recordado hoy los bienes que me has
hecho puesto que Yavc me ha puesto en tus manos y tú no me has dado muerte! " Y
juntamente da testimonio de otra virtud; o sea que, habiéndole hecho el bien, no calla ni
disimula, sino que se acerca y lo recuerda; y esto, no por vana ostentación, sino
queriendo enseñarle con las obras mismas que es él del número de los que bien le
quieren y se preocupan de su bienestar, y no de los que le arman asechanzas. Porque
entonces nos es Kcito recordar nuestras buenas obras cuando de ello se ha de seguir una
utilidad notable.
En cambio, cuando sin motivo alguno el hombre se jacta y enaltece sus beneficios en
favor de otro, no hace cosa distinta de aquel que los echa en cara. Mas, si lo hace con el
objeto de cambiar el ánimo de quien le es enemigo y tiene de él mala opinión, entonces
se convierte en cuidadoso benefactor del otro. Esto fue lo que hizo David respecto de
Saúl, pues no quería alcanzar gloria de él sino procurar desarraigar su ira aquella que
con él en su pecho vivía. Y por esto Saúl lo alabó por ambas cosas: porque le era
benemérito y porque le había recordado sus beneficios.
ISam. XXIV, 13.
" Ibid. XXIV, 19.
Y luego, como Saúl quisiera mostrarse agradecido, pero no encontrara un beneficio
equivalente con qué pagarle, puso a Dios como fiador suyo delante de David, y le dijo:
¿Quién es el que se encuentra con su enemigo en una estrechura y le deja seguir en paz
su camino y Dios lo premia con bienes, como tú lo has hecho hoy conmigo? IS Porque
¿qué podía Saúl darle en retorno que fuera digno de sus méritos, aun cuando le hubiera
cedido todo su reino con todas las ciudades? Porque David a él le había dado no
solamente el reino sino además la vida.
Y Saúl no tenía otra vida que devolverle en pago. Por esto lo remite a Dios y lo honra
con los premios que El le dará. Y esto lo decía al mismo tiempo alabando a David y
enseñándonos cómo entonces tenemos mayores premios preparados de parte de Dio?,
cuando en pago de los beneficios infinitos hechos a nuestro enemigo, recibimos de éste
lo contrario.
Después añadió: ¡Bien sé yo que tú reinarás, y que la realeza de Israel se afirmará en tus
manos! ¡Júrame, pues, por Y ave que no destruirás mi descendencia, que venga después
de mí, y que no borrarás mi nombre de la casa de mi padre! 19
Pero pregunto yo: ¿de dónde sabes esto? Tú tienes ejércitos y dinero, tú tienes armas y
ciudades, caballería y soldados de a pie, en una palabra, toda la fuerza y el aparato
regio, mientras que éste se encuentra desnudo y no tiene ni ciudad, ni familia, ni casa.
Entonces ¿por qué, te pregunto, hablas de ese modo? Pues habla así por las costumbres
mismas que observa en Da vid. Como si dijera: ciertamente él así desnudo de armas, no
me habría vencido a mí, armado y rodeado de tan inmenso poder, si no tuviera a Dios
corno auxiliador. Ahora bien: aquel que tiene a Dios como auxiliador, es más poderoso
que todos.
¿Ves, pues, a qué grado de sabiduría fue conducido Saúl tras de andar poniendo
asechanzas? ¿observas cómo sí puede ser posible que el enemigo eche fuera toda su
malicia y se cambie en mejor?
No queramos, pues, desesperar de nuestra salud. Porque aun en el caso de que se nos
haya empujado hasta el abismo total de la malicia, es posible que nosotros mismos
salgamos de él y depongamos toda nuestra maldad. Y ¿qué dice luego?: "¡Júrame que
no destruirás mi descendencia que venga después de mí, y que no borrarás mi nombre
de la casa de mi padre!" ¡El rey suplica a un particular! ¡el que lleva ceñida la diadema
toma
Jbid. XXIV, 19. Ibid. XXIV, 21-22.
el papel de suphcante y ruega a un desterrado en favor de sus hijos! ¡Pero esto mismo
prueba la virtud de David!: ¡que un enemigo se haya atrevido a suplicar al otro su
enemigo! Y eso de que exija el juramento no lo hace porque desconfíe del modo de ser
de David, sino porque recuerda que él lo abrumó de males. '"¡Júrame, le dice, que no
destruirás mi descendencia que venga después de mí!" De manera que deja como tutor
de sus hijos a su enemigo, y le pone en sus manos su prole; puesto que con estas
palabras como que toma por la mano a su prole y a David y pone a Dios como arbitro y
mediador.
Y ¿qué hace David? ¿Usó acaso de alguna ligera ironía y disimulación en este paso?
¡De ninguna manera! Sino que al punto asintió y concedió lo que se le pedía. Y una vez
muerto Saúl no solamente no mató a sus descendientes, sino que aún hizo más de lo que
había prometido. Porque al hijo de Saúl, que era cojo y débil de los pies, lo llevó a su
propia casa y lo hizo partícipe de su mesa propia y lo honró sobremanera; y no se
avergonzó de él, ni lo ocultó, ni pensó que se deshonraba la mesa real con la cojera del
muchacho, sino que más bien pensó que así se honraba y tenía mayor solemnidad.
Porque todos cuantos a ella con él se asentaban, salían de ahí tras de haber adquirido
grandes enseñanzas de virtud. Pues viendo al hijo de aquel Saúl, que tan grandes males
había causado a David, tenido en tanto honor delante del rey, aun cuando ñaeran más
crueles que las fieras, volvían al fin a la amistad con sus enemigos, llenos de vergüenza
y rubor.
Ya habría sido mucho que David ordenara se le suministrase de otra parte el alimento; y
que hubiera dispuesto la medida abundante en que se le diera, gran cosa habría sido.
Pero esto de recibirlo él mismo y en su propia mesa, es característico de una virtud
eximia. Vosotros sabéis que no es fácil amar a los hijos de los enemigos. Pero ¿qué digo
amarlos? Ya es mucho que no se les odie y no se les persiga. Y esto en tal grado, que
muchos han descargado la ira que tenían contra los enemigos ya difuntos sobre los hijos
de éstos. No lo hizo así el magnánimo y generoso varón, sino que honró a su enemigo
mientras éste vivía; y una vez que murió mostró con sus hijos la misma benevolencia
que con él había tenido.
¿Qué había más santo que aquella mesa a la cual ceñían los hijos de un enemigo, y de
un enemigo que había intentado dar muerte a David? ¿Qué cosa más espiritual que
aquel banquete en el que tan inmensas bendiciones abundaban? ¡Era un convite al que
invitaba un ángel, que no un hombre! ¡Porque el amar y abrazar a los hijos de un
enemigo, y precisamente al hijo de aquel que tantas veces había intentado quitarlo de en
medio, y había muerto ocupado aún en semejantes artimañas, hace que a este hombre se
le adscriba al coro de los ángeles!
¡Haz tú, oh carísimo, esto mismo y cuida de los hijos de tus enemigos, ya vivan éstos
aún o ya hayan muerto. De los que viven aún, porque de este modo te ganarás el ánimo
de sus padres; de los que ya murieron, para que alcances de Dios grande gracia y seas
honrado con muchas coronas. Y en ñn, para que de parte de todos alcances también
abundantes oraciones; y esto no solamente de aquellos a quienes hayas beneficiado, sino
también de los que lo han presenciado. Esto se pondrá a tu favor en aquel último día; y
al tiempo del juicio, los enemigos que recibieron tus favores, serán tus poderosos
patronos: ¡expiarás así tus muchos pecados y lograrás el premio!
Aunque hayas cometido infinitos pecados, si puedes presentar como cumplida aquella
sentencia que dice: Perdonad a vuestros enemigos y vuestro Padre os perdonará
vuestros pecados, 2" puedes tener una grande confianza del perdón de tus culpas, y
mientras pasarás esta vida en buena esperanza, y todos te mostrarán su cariño y estarán
bien dispuestos contigo. Porque cuando vean que tú de tal manera amas a tus enemigos
y a los hijos de tus enemigos, ¿cómo puede suceder que no procuren ser tus amigos y
ayudarte y hacer en favor tuyo cuanto esté en su mano?
Cuando gozares de tan grande benevolencia delante de Dios, cuando tengas a todos
suplicando en tu favor toda clase de bienes ¿qué molestia podrás experimentar o quién
podrá llevar una vida más feliz que la tuya? Alabemos, pues, estos procederes durante
esta vida; y una vez abandonada esta reunión, pongámoslos en práctica; y recorramos la
ciudad para descubrir a nuestros enemigos y reconciliémonos con ellos, y de enemigos
hagámoslos amigos sinceros. Y si para ello fuesen necesarias excusas y pedirles perdón,
no lo rehusemos aun en el caso de haber sido nosotros los injuriados. Porque de esta
manera será mayor nuestro premio; de esta manera será mayor nuestra confianza; de
esta manera alcanzaremos, sin poder dudarlo, el reino de los cielos, por gracia y
benignidad del Señor nuestro Jesucristo, a quien, con el Padre y juntamente el Espíritu
Santo, sea la gloria y el poder y el honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Amén. 20
16
XVI ENCOMIO DE DIODORO, Obispo Tarsense.
Este, como era costumbre en Antioquía que en la misma iglesia y el mismo día hubiera
dos predicadores, habló el primero y se extendió en las alabanzas del Crisóstomo que
había de predicar en seguida. Diodoro había sido, como dijimos en la Introd. n. 6,
maestro de san Juan Crisóstomo, había ejercitado anteriormente el oficio de la
predicación ahí en la misma ciudad, al tiempo en que los arríanos estaban en todo su
poder y perseguían a los catóhcos y en especial a Diodoro; y por estos motivos el
pueblo admitía con gusto que Diodoro predicara en seguida del Crisóstomo. Esta vez,
en el día, mes y año que no sabemos, Diodoro predicó y llamó a san Juan otro Juan
Bautista, y Voz de la Iglesia y lo comparó con la Vara de Moisés. Molestaron al santo
aquellas alabanzas y al día siguiente trató de volverlas sobre Diodoro naturalmente un
poco antes de que Diodoro subiera al pulpito en seguida del santo. Va añadido un
Fragmento de otro nuevo sermón del Crisóstomo en que se refirió a Diodoro y lo cita
Facundo Hermianense, Lib. 4, c. 2. Fue una Homilía acerca de los mártires y en ella a
Diodoro lo llamó mártir, pues era público que los arríanos lo habían hecho sufrir
muchísimo. Es probable que esta segunda Homilía fuera predicada en 392.
Admirable es la riqueza y variedad en la exposición del tema, y tal que parece agotar
cuantas razones se pueden traer y cuantos afectos se pueden suscitar para lograr el
perdón de los enemigos. La historia dice que el Crisóstomo lo logró en Antioquía con
admiración de todos (Véase Montfaucon, vol. IV, p. 865, Monitum).
ESTE SABIO Y NOBLE DOCTOR, ayer, apenas libre de su enfermedad, subió a este
pulpito; y tomó su exordio de mi persona y me dio los nombres de Juan Bautista y Voz
de la Iglesia y Vara de Moisés y otros muchos. El alabó y vosotros aplaudisteis y yo
sentado allá lejos lloré amargamente. El alababa demostrando el cariño para con sus
hijos; vosotros aplaudíais demostrando vuestra fraterna caridad; yo me entregaba al
llanto pues me sentía oprimido por el cúmulo de elogios. Porque la multitud de las
alabanzas suele, no menos que la de los pecados, remorder la conciencia. Y cuando
alguien que no tiene conciencia de bien alguno en sí mismo oye a otros que predican de
él muchos y grandes bienes, entonces va comparando la opinión presente con aquel otro
día futuro, cuando quedarán al desnudo y manifiestas todas las cosas; y cómo el que
entonces ha de juzgar, juzgará no por las opiniones del vulgo, sino conforme a la verdad
misma de las cosas.
Porque no juzgará, dice la Escritura, según la opinión ni argüirá según los rumores. 1
Pensando yo en estas cosas me encuentro atormentado por la buena opinión del vulgo y
sus alabanzas; porque veo la gran diferencia entre aquella opinión y la del juicio futuro.
Pues ahora nos encubrimos como detrás de unos disfraces con la opinión del vulgo;
pero en aquel día estaremos de pie y con la cabeza descubierta y quitados todos los
disfraces y en nada podremos ayudarnos de estas opiniones para aquella sentencia. Sino
que al revés, por esto mismo seremos más gravemente castigados: porque habiendo sido
celebrados por los hombres con muchas alabanzas y encomios, con todo, ni por eso nos
hicimos mejores.
Pensando, pues, todo esto dentro de mí, amargamente gemía yo. Y por lo mismo, ahora
con toda diligencia me presento delante de vosotros, mis oyentes, con el objeto de que
desechéis semejante opinión. Porque cuando la corona es de mayores dimensiones que
la cabeza que se corona, no aprieta las sienes ni se asienta en la cabeza; sino que, a
causa de su anchura demasiada y flojedad, se cae por los ojos y anda girando en torno
del cuello a manera de collar, al tiempo mismo que deja a la cabeza sin participación
alguna de ella.
Isaías XI, 4.
Esto precisamente es lo que nos ha sucedido; porque hemos juzgado que esa corona de
alabanzas era digna de una cabeza mayor que la nuestra. Y con todo, aunque estas cosas
son así, nuestro padre no desistió de alabarnos, movido de la abundancia de su cariño, ni
cesó hasta ceñírnosla en la forma que pudo. Así lo hacen con frecuencia los reyes;
porque éstos imponen en la cabeza de sus hijos la corona que a ellos les queda bien. Y
luego, cuando advierten que la cabeza infantil es más pequeña que la corona, satisfechos
de haberla colocado en la forma que haya sido, finalmente la recogen y se la ciñen ellos
mismos.
Supuesto, pues, que nuestro padre nos impuso una corona que sólo dice con su cabeza,
y se ha visto ya ser la tal corona mayor que nuestra cabeza, y que por otra parte él nunca
se la impondrá a sí mismo, ¡ea! ¡quitémosla de nosotros y coloqué-mosla en la cabeza
de nuestro padre, a la que exactísimamente se adapta!
Porque ciertamente el nombre de Juan nuestro es; pero el ánimo de Juan, a él le
pertenece. Nosotros obtuvimos su nombre, pero éste alcanzó su sabiduría celestial. De
manera que éste era más digno que nosotros de heredar su nombre. Porque al verdadero
sinónimo no lo hace la comunidad de nombres sino el parentesco en las acciones,
aunque los nombres sean diferentes. No suele la Sagrada Escritura discurrir sobre estas
cosas al modo como lo hacen los filósofos paganos. Estos, a no ser que sean comunes la
sustancia y el nombre, no los llaman sinónimos. No así la Escritura; sino que, cuando
observa un grande parentesco en los modos de vivir, aunque a las personas se les hayan
puesto nombres diversos, a los que así convienen en el género de costumbres, los llama
con el nombre de parientes y sinónimos.
Y no hay que ir a buscar muy lejos la prueba; sino que traeremos al medio al mismo
Juan, hijo de Zacarías. Porque, habiendo preguntado los discípulos a Jesús si acaso Elias
vendría de nuevo, Jesús les respondió: ¿Queréis recibirlo? ¡Este es el Elias que ha de
venir! 2 Y aunque este segundo se llamaba Juan, pero como tenía las mismas
costumbres que EUas, se le impuso el mismo nombre. Porque ambos habitaban en el
desierto. Este vestía una piel de oveja, aquél una hecha de cerdas; y la mesa de ambos
era vil y pobre. Este fue ministro de la primera venida, aquél lo será de la futura.
' Mat. XI, 14.
Por tener, pues, idénticos el alimento, el vestido, el sitio en donde moran y el ministerio
en que sirven, y en una palabra, siendo en todo iguales en ambos todas las cosas, se les
puso a ambos el mismo nombre. Y por este medio manifestó la Escritura que
cualquiera, aunque tenga distinto nombre, puede llegar a ser sinónimo de aquel cuyas
costumbres ha emulado.
Y como sea ésta una regla certísima en la Escritura y una exacta definición de
sinónimos, ¡ea! ¡demostremos en qué forma nuestro padre ha emulado las costumbres
de aquel Juan; y por aquí veremos cuánto más digno es él, con mucho, de ser llamado
con el nombre aquel! No tenía aquél mesa ni lecho ni casa en este mundo, pues éste
tampoco los tuvo nunca. Y de esto sois testigos vosotros, y también de cómo ha
perseverado en llevar constantemente una vida apostólica, sin poseer nada propio, sino
recibiendo de caridad los alimentos de otros, mientras él se ocupa en la oración y en la
predicación de la doctrina del Evangelio.
Predicó Juan al otro lado del río y vivía en soledad; y éste, como hubiera recibido a su
cargo la ciudad toda que queda más allá del río, la adoctrinó con sanas enseñanzas.
Aquél habitó en la cárcel y al fin fue degollado a causa de su libertad en hablar en favor
de la ley; y éste a su vez fue expulsado con frecuencia de su patria por su libertad en
predicar la fe, y con frecuencia fue degollado por el mismo motivo, si no de hecho pero
sí en propósito por los enemigos.
Porque como no soportaran aquellos enemigos de la verdad la lengua elocuente de éste
que la predicaba, por todas partes le armaban infinitas asechanzas, pero Dios lo libró de
todas ellas. ¡Oigamos, pues, esta lengua por la cual se vio en peligro y por la cual se
salvó! ¡lengua de la cual, si dijera alguno lo que dijo Moisés de la tierra de promisión,
no errará! ¡Tierra que ñuye leche y miel!s Porque esto debe decirse de esta lengua:
¡lengua que mana leche y miel! Pues, para que gocemos de esta leche y nos saciemos de
esta miel, ¡ea! ¡terminando aquí nuestro discurso, escuchemos esa Ura, esa trompeta!
Porque al considerar la suavidad de sus palabras a su voz la llamo lira; pero cuando
considero la fuerza de sus pensamientos, la llamo trompeta de combate, como aquella
con que los judíos derribaron los muros de Jericó. Ya que así como entonces el sonido
de las trompetas, cayendo a manera de fuego y con mayor vehemencia aún en las
piedras, todo lo consumía y derribaba, del mismo modo ahora la voz de éste, cayendo
no de otra forma que la de aquella trompeta, sobre las fortificaciones de los herejes,
destruye sus raciocinios, y toda su soberbia que se levanta contra la sabiduría de Dios.
3 Exod. III, 8. 384
Mas, para que no por nuestra lengua sino por la suya propia conozcáis estas cosas, aquí
ponemos fin a nuestro discurso, dando la gloria a Dios que tales Doctores nos ha
proporcionado. Porque a El es la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Fragmento de otra Homilía que no se nos ha conservado.
Según parece, no en vano gastamos prolijos discursos. Pero, estando en la celebración
de los mártires, nos vemos amonestados además con la vecindad de un mártir que aún
vive, y es como un río espiritual. Porque vivo está aún y ya es mártir, ya que el
propósito de sus enemigos fue muchas veces el de darle muerte. ¡Ved sus miembros
mortificados! ¡observad su figura que ostenta ciertamente todo lo que es propio del
hombre, pero que va llena de un cierto sentido de ángel! Y esto además de muchas otras
cosas. Pero volvamos de nuevo a este mártir que fue la ocasión de que dijéramos lo que
precede. ¡De qué manera ha muerto, y ha cobrado vida para sus miembros, y habiendo
pisoteado las naturales concupiscencias en su cuerpo humano nos ha demostrado un
camino angélico !
Y si queréis ver cómo en realidad llegó hasta el paso de muerte, recordad el tiempo
aquel cuando se levantó contra la Iglesia una guerra terrible y dura, y se movilizaban los
ejércitos y se preparaban las armas y todos se congregaban al otro lado del río. 4 El, en
ese tiempo, salía, y a la manera de una torre interpuesta o de un promontorio elevado y
enorme puesto de pie delante de los adversarios y recibiendo sobre sí las oleadas de los
contrarios y rechazándolas, custodiaba en tranquihdad el resto del cuerpo de la Iglesia; y
alejaba las tempestades y nos procuraba un puerto seguro. . .5
4 Se trata, lo mismo que en la otra Homilía, del río Orontes. Habla san Crisóstomo de la
otra ribera del río, o sea de la llamada Palaia o Ciudad Antigua o Vieja. Ahí estaba la
iglesia llamada también Palaia, en donde solían reunirse los que seguían al obispo
Melecio. Véase la Introd. n. 6.
17
XVII ENCOMIO de la SANTA Y GRAN MÁRTIR
DROSIS;
y sobre el recordar la muerte. -Predicó esta Homilía el santo Doctor, no se sabe qué día
ni qué año, con ocasión de haber sacado el Obispo san Flaviano al pueblo antioqueno al
campo, en los alrededores de Antioquía, en un día sereno como solía hacerlo de vez en
cuando, para ir a visitar los sepulcros de los mártires. Poquísimos son los datos que
sobre el martirio de esta santa nos han quedado, y casi se reducen a los que da de él san
Crisóstomo en esta Homilía. Por lo demás, aprovecha el santo Doctor la oportunidad
para tejer las alabanzas de otros muchos mártires cuyos huesos estaban depositados en
el mismo sitio, y ensalzar su poder sobre los demonios y las enfermedades; y se alarga
en exponer cuánta utilidad puede sacarse de visitarlos.
Los PASTORES DILIGENTES, cuando, tras de un largo llover, miran brillar los rayos
del sol y que ya calientan el día más de lo ordinario, sacan de los apriscos sus ovejas y
las conducen a los pastos acostumbrados. Imitándolos hoy nuestro buen Pastor, ha
sacado al espiritual y sagrado rebaño y conjunto de las ovejas de Cristo a los pastos
espirituales de los sepulcros de los mártires. Porque también los rebaños llegan a sentir
saciedad de los establos; y cuando salen de los apriscos reportan mucha mayor utilidad
de las praderas, mientras, inclinados hacia la tierra, con grande gusto van cogiendo con
los dientes la hierba delicada, y respiran el aire puro, y contemplan los limpios y
brillantes rayos del sol, y saltan en torno de las fuentes, los lagos y los ríos, ni es menos
lo que la tierra, vestida por doquiera de flores, los deleita.
5 De este segundo Fragmento no se nos ha conservado sino la versión latina hecha por
Facundo Hermianense, 1. c, de la cual hemos hecho nosotros esta castellana.
Pero, no solamente a ellos, sino también a nosotros nos acarrea esto mucha utilidad.
Porque, aunque allá dentro de la ciudad teníamos delante una mesa repleta de
espirituales alimentos, sin embargo, el salir hacia estos santos nos alegra con un no sé
qué de gozo especial; y no porque respiremos el aire puro, sino porque volvemos los
ojos a los esclarecidos hechos de los generosos varones. No porque demos saltos de
gozo junto a las fuentes de los ríos, sino junto a los arroyos de los dones del Espíritu
santo. No porque inclinados a la tierra cojamos con los dientes la hierba, sino porque
cogemos las virtudes de los mártires. No porque veamos el suelo adornado de flores,
sino porque contemplamos los cuerpos que derraman dones espirituales.
Y por cierto, cada una de las iglesias de los mártires ofrece a los que en ella se reúnen
no corta ganancia, pero ésta la ofrece muy particular. Porque apenas alguno ha pasado
su vestíbulo y al punto se presenta ante sus ojos la multitud de sepulcros; y a
dondequiera que mira advierte los lóculos, los monumentos y las tumbas de los que ya
fenecieron. Y la vista de estos sepulcros no poco nos aprovecha para embeber en
nuestras almas la modestia y la moderación cristianas. Porque el ánimo, aunque sea
perezoso, conmovido por este espectáculo al punto se excita; y si es diligente y se
encuentra ya excitado a la piedad, se torna aún más diligente. Y si acaso alguno se duele
de su pobreza, con este espectáculo al punto siente consolación; y si anda hinchado por
sus riquezas, se vuelve humilde y se abaja. Porque la vista de los sepulcros obliga, aun
contra su voluntad, a cada uno de los que la contemplan, a pensar y discurrir acerca de
la muerte; y lo persuade a no tener por estable cosa alguna de este mundo, ya sea
molesta o ya agradable. Y quien estuviese persuadido de esto no será fácilmente cogido
en los lazos del pecado.
1 Ecles. VII, 40. ! Prov. XXIV, 27.
Por eso dijo cierto sabio: En todas tus palabras acuérdate de tus novísimos y nunca
pecarás. 1 Y otro dice cosas que consuenan bien con éstas, cuando aconseja: Prepara tus
obras para el fin, y prepárate tú para el camino. 2 Y dice esto no porque hable del
camino sujeto a la percepción de los sentidos, sino de la salida de este mundo. Porque si
cada día meditamos cuan incierta es la muerte, no caeremos fácilmente en el pecado ni
podremos hincharnos con las cosas espléndidas y magníficas de esta vida, ni
deprimirnos y perturbarnos con las que, por el contrario, son molestas, por ser tan
incierto el acabamiento de ambas. Con frecuencia, quien está con vida en estos
momentos, por la tarde ya no existe.
De manera que, si hubiéramos permanecido allá dentro en la ciudad, no es muy
probable que meditáramos y consideráramos estas cosas; en cambio, una vez que hemos
salido de las murallas y hemos venido a estos sitios y a estos sepulcros, y hemos
contemplado esta cantidad de difuntos, se nos ha hecho necesario, querramos o no, por
lo que nos amonesta el presente espectáculo, revolver en el ánimo esa clase de
pensamientos, y elevarnos de la tierra mientras lo consideramos, y despojarnos de toda
afición a las cosas del siglo.
Ni solamente vendrán a nuestro ánimo semejantes pensamientos, sino que además nos
excitará una conveniente exhortación para que nos apresuremos a nuestra patria eterna,
y nos preparemos para ella, y acopiemos todo lo necesario para ese traslado, sabiendo
que cualquier cosa nuestra que acá dejemos es una pérdida para nosotros. Pues a la
manera que un caminante que hace un largo camino y se apresura a regresar a su patria,
todo cuanto deje en la posada simplemente lo pierde, y queda privado de ello, así
nosotros perderemos todas cuantas cosas nuestras dejemos acá al marcharnos. Por esto,
conviene que unas las llevemos con nosotros y otras las enviemos por delante. Porque la
vida presente es un camino, y no tiene cosa estable, sino que vamos a través de los
sucesos de ella así molestos como gozosos. Y por esto yo amo con predilección este
sitio: porque no solamente cuando acá vengo al tiempo de nuestras reuniones, sino
también fuera de ellas, me recuerda continuamente estos discursos, mientras mis ojos
observan en tomo los sepulcros con tranquilidad y en soledad grande; y el alma se
levanta a los que ya transmigraron, y al estado en que viven aquellos que ya nos
precedieron.
Por este motivo, alabo también a nuestro Padre generoso, quien tomando ocasión de la
serenidad del día, nos trajo a este lugar, mientras juntamente nos precedía por el camino
y nos mostraba la senda la santa Drosis, cuya memoria celebramos. Porque, aparte de lo
dicho, todavía podemos sacar mayor fruto de la visita a este sitio. Puesto que, cuando
habiendo dejado a un lado los otros sepulcros llegamos a los de los mártires, nuestros
pensamientos se levantan más arriba, el alma se vuelve más fuerte, el fervor se
acrecienta y la fe se fortifica. Y cuando consideramos sus trabajos en nuestro interior y
sus premios y sus combates y sus palmas y las coronas de estos santos, se nos presenta
una nueva ocasión de humildad. De manera que aunque alguno haya llevado a cabo
esclarecidas hazañas, pensará no haber hecho nada si compara su virtud con la de estos
combatientes. Y si nada de bueno ni de grande ha llevado a cabo, con todo no
desesperará de su salvación al sentir que el ejemplo de la fortaleza de éstos le es una
exhortación para cambiar sus procederes hacia la virtud, a fin de que se entregue al
ejercicio de las buenas obras, y piense consigo en que tal vez pueda más adelante
acontecerle, auxiliado con la benignidad de Dios, el cumplir semejantes ascensiones; y
así rápidamente ascienda hasta el cielo y alcance de Dios altísima esperanza y gracia.
De manera que podemos luego regresar de aquí tras de haber filosofado y meditado en
estas y otras muchas cosas.
Porque la muerte de los mártires es una exhortación a los fieles; es confianza para las
iglesias; es confirmación del Cristianismo; es destrucción de la muerte; es demostración
de la resurrección de la carne; es ignominia para los demonios; es acusación contra el
diablo; es enseñanza de la buena doctrina; es exhortación para el desprecio de las cosas
de este siglo, y camino para desear las futuras, y consuelo en las desgracias que nos
rodean, y ocasión de paciencia, y motivo de tolerancia,